1.
fin, en la posición que me había deparado lasuerte, abracé a mi
2.
afición a chiquillos, no debíabrazar la carrera que abracé
3.
Entraron,me abalancé a ellos y los abracé casi llorando de
4.
en escena otropersonaje de los de primera talla, y al cual abracé
5.
Horrible, sólo tenía ganas de salir corriendo, y lo debería haber hecho un rato antes, cuando a medio camino me quedé sin respiración, me puse a llorar y lo abracé, y él no entendía nada
6.
—Me abracé para entrar en calor y vi abajo la gárgola del antepecho, la gemela de la que se veía por la ventana de mi habitación—
7.
Lo abracé con manos y piernas y me deslicé hasta el suelo
8.
Cuando me acompañó a la puerta, me volví y lo abracé en gesto de gratitud
9.
La abracé con todas mis fuerzas y se lo dije
10.
Me senté en el suelo a sus pies y la abracé, con la mejilla en su vientre
11.
Le abracé, abrió los ojos
12.
Ese éxito casi me volvió loca al principio, y cuando Barnabás me lo murmuró al oído por la noche cuando regresó a casa, fui hacia Amalia, la abracé, la apreté contra una esquina y la besé con los labios y los dientes hasta que lloró del dolor y del susto
13.
Y después me bajé del coche, puse la alarma, el barrio no era de los que inspiran seguridad, y me encaminé hacia el bungalow, que era tal como me lo había descrito Robbie, una casa pequeña a la que le hacía falta una mano de pintura, un porche desvencijado, un montón de tablas a punto de derrumbarse, pero junto a las cuales había una piscina, una muy pequeña pero con el agua limpia, eso lo noté de inmediato pues la luz de la piscina estaba encendida, recuerdo que pensé por primera vez que Jack no me esperaba o se había dormido, en el interior de la casa no había ninguna luz, el suelo del porche crujió con mis pisadas, no había timbre, golpeé dos veces la puerta, la primera con los nudillos y después con la palma de la mano y entonces se encendió una luz, oí que alguien decía algo en el interior de la casa y luego la puerta se abrió y Jack apareció en el umbral, más alto que nunca, más flaco que nunca, y dijo ¿Joannie?, como si no me conociera o como si aún no estuviera despierto del todo, y yo dije sí, Jack, soy yo, me ha costado encontrarte pero al final te he encontrado y lo abracé
14.
» Me hizo reír, la verdad, y la abracé y la besé: ¡Será mi primera boda!-Rió un poco, y durante un momento volvió a morder el palillo-, ¡No me diga que no era una mujer feliz! – dijo, en tono desafiante-
15.
Con el corazón encogido, la besé con ternura y la abracé deseando que se sintiera protegida
16.
Me abracé a ella llorando, porque los soldados ya estaban en el claro y uno de ellos decía a mi madre:
17.
Así que los abracé como a la primera y más precisa representación de lo que según las reflexiones de Hans Magnus Enzensberger serán los lujos del siglo que viene
18.
Y cuando al fin comprendí que realmente era Debbie, ¡la estreché entre mis brazos y la abracé tan fuerte que estuve a punto de desmayarme otra vez!
19.
De cuatro enérgicas brazadas bajé a través de la pesada agua hasta el fondo y me abracé con fuerza a una gran piedra que había allí
20.
La abracé a mi vez
21.
Abracé fuerte a la
22.
Lo abracé igual que lo abrazó Soda la noche que le encontramos en el solar
23.
Lo abracé de regreso
24.
Deslicé las manos hacia su espalda y la abracé firmemente
25.
Le besé, le abracé y me eché a llorar
26.
Me acerqué a Inga, me senté a su lado en el sofá y la abracé
27.
Abracé a mi padre y le di
28.
Abracé por última vez a Elvira, Aurelia y los demás amigos del hospital que lloraban al despedirse, a las monjas, que me dieron un rosario bendito por el Papa, a los sanadores que acudieron por última vez a aplicar su arte de campanas tibetanas y al neurólogo, único médico que estuvo a mi lado hasta el final, preparando a Paula y consiguiendo firmas y permisos para que la línea aérea aceptara trasladarla
29.
Lo abracé, y Susan pasó sus brazos alrededor de los dos
30.
Le abracé en silencio y le dejé llorar
31.
Corrí a su lado y la abracé en silencio
32.
Rechazándome, chillando, dando dentelladas, la bestia me soltó, pero yo me abracé a sus hombros y a su cuello; le arranqué media oreja de un mordisco
33.
Besé a Billy y le abracé con fuerza
34.
La abracé, la besé con esa mezcla de amor y desesperación que es la única fuerza que puede encender la fría máquina del matrimonio cuando se ha perdido la pasión
1.
El autor observa como el papa cuando entra y abre la puerta de su casa su hijo lo abraza y entra con él
2.
" Ella me abraza entonces, y fue criado por un rayo tractor que viene del techo, sal en el mar abierto a través de la estatua de costumbre sirena
3.
losrios para encontrar agua, mientras que, durante los seis meses delluvias, la inundacion abraza de tal
4.
El la abraza y posa su boca
5.
El fondo de escepticismo abraza también las cuestiones
6.
años que abraza elperíodo legal se prolongan a cinco, y se le entrega la suma del
7.
] Ese instinto intelectual abraza muchísimos objetos de órden muydiferente; es, por decirlo asi, la guia y el escudo de la razon; laguia, porque la precede y le indica el camino verdadero, antes de quecomience á andar; el escudo, porque la pone á cubierto de sus propiascavilaciones, haciendo enmudecer el sofisma en presencia del sentidocomun
8.
dicho; abraza los actos de la voluntad,los sentimientos, las sensaciones, los actos é impresiones de
9.
solo prescinde de la existencia de las cosas sinotambien de la esencia, pues no se refiere á solas las existentes sinotambien á las posibles; y entre estas no distingue especies, sino quelas abraza todas en su mayor generalidad
10.
condiciones materiales é individuantes, ypor consiguiente abraza todos los objetos individuales,
11.
haber mas que un ser porque la ideade ser es absoluta y lo abraza todo, es un sofisma en que se
12.
El acónito abraza en su inmensa esfera de accion un gran número deafecciones ó de
13.
Abraza el cielo y la tierra,
14.
que abraza toda lacreación, y que solo á su Autor le es dado hojear, la compone elcrepúsculo
15.
Todo el mundo se ha lanzado a las calles, la gente se abraza, todos ríen y lloran a la vez
16.
Pero llega ya el Curador, que se me abraza emocionado; viene luego la delegación de la Universidad, encabezada por el Rector y los Decanos de las Facultades; varios altos funcionarios del gobierno y de la municipalidad, el director del periódico -¿no estaba también ahí Extieich, con el pintor de las cerámicas y la bailarina?
17.
Era una exposición hábilmente perfilada de tus alternativas: abraza a Jesús o fríete eternamente en el Infierno
18.
Es una sensación juvenil de desamparo, es el desamparo que Antonio siente ahora cuando abraza a Emilia y la ve abandonada a la dejadez irreprimible: como si Emilia no pudiera por sí misma —en esa su quebradiza juventud de ahora— incorporarse un poco, alzar la voz un poco, detener un poco el curso de los acontecimientos que se les echan encima
19.
Aquí me tienes, ¡oh insigne Mentor y capellán mío! aquí está tu Fernandito, que determinado ya, por el rigor de sus desdichas, a no tener voluntad propia, abraza la orden de la obediencia, y se convierte en materia pasiva a quien gobiernan superiores, indiscutibles voluntades
20.
Se abraza a sí misma, como si quisiera evitar que algo se le escapara del interior, y sé que esta figura fantasmal es Kelli Troy y que revisa en silencio la lista de mis obras: que fui el primer médico en construir una clínica en el barrio negro de Choctaw; el primero en construir una clínica rural en la montaña; el primero en hacer visitas semanales en la cárcel del ayuntamiento
21.
¡Abrázame! (La abraza
22.
Una deidad qué abraza las cuatro
23.
El Monje abraza el tráfico de drogas con el mismo fervor que en otro tiempo dedicó a Cristo
24.
Luego lo besa en la mejilla y lo abraza con fuerza, y Tim se prepara para el golpe
25.
Pero Kit está de pie delante de él, intentando comportarse con valentía, y Tim tiende los brazos y el niño lo abraza y él susurra: «Te quiero», y Kit susurra: «Yo también», y es jodidamente emocionante, porque los dos están llorando
26.
La abraza, la besa en las mejillas
27.
Se abre la puerta y aparece Renato, que abraza a su padre
28.
Stazatu corre hacia ella y la abraza
29.
Cuando la tienda se vacía, Lucy deja una tetera, me abraza y me muerdo el labio para intentar detener la emoción que me invade
30.
El hombre abraza el mal (la lechuza demoníaca, por usar la descripción del señor Riddell) y eso conduce al inevitable destino del infierno
31.
La abraza, y al principio ella no responde; permanece inerte
32.
Quita la tapa de vidrio, lo abraza y lo inclina para que el fluido naranja comience a caer en el embudo y dentro de la jarra
33.
»Eso sin hablar de la suciedad, la corrupción política, el perfil racista de los policías y los guetos; los guetos donde nacen las bandas que todos conocemos, guetos que introdujeron el moderno comercio del crack en nuestras ciudades, ¡guetos tan llenos de dolor y desesperación que esa gente abraza las mentiras y la muerte de las drogas en vez de enfrentarse al sufrimiento real de la vida! Los Ángeles es todo eso
34.
Mientras subo como puedo los escalones de la entrada, la puerta principal se abre y Gale me abraza
35.
Ésta es la opinión de los nuevos libertos, que se pavonean por Roma y no saben nada de su historia, que están satisfechos con Cinna, el tirano, que es tan vulgar que los abraza en público y los saluda con gritos de «¡democracia!»
36.
Cada amante abraza un cuerpo nuevo hasta que lo llena con su esencia, y no existen dos esencias idénticas, ni hay sabor que se repita…)
37.
Años de separación y de rencor se desvanecen cuando mi tío abraza a mi padre
38.
tranquilidad; ella lo abraza y él la
39.
Es una sensación juvenil de desamparo, es el desamparo que Antonio siente ahora cuando abraza a Emilia y la ve abandonada a la dejadez irreprimible: como si Emilia no pudiera por sí misma -en esa su quebradiza juventud de ahora- incorporarse un poco, alzar la voz un poco, detener un poco el curso de los acontecimientos que se les echan encima
40.
En verdad, la novela es, urbana en un sentido comprensivo, totalizador: abraza y expresa por igual a ese conglomerado policlasista que es la sociedad urbana
41.
Facultad que abraza el estudio del derecho en sus diferentes órdenes
42.
Que lo abraza y comprende todo
43.
La certeza de sus manos en su cuerpo es más verdadera que la proximidad de las de Mateo, cuando la abraza
44.
Al sentirse querida, aprende a ser más comunicativa, no con la prensa, de la que sigue recelando, pero sí con las mujeres con quienes comparte el té y la charla, y con los niños a los que abraza y ofrece regalos
45.
Rainer abraza al animal insensible que se ha arrimado a él
46.
Se mete en la cama y me abraza
47.
Bill la abraza y la besa, y en cuanto Rosie le rodea el cuello con los brazos y cierra los ojos, oye la voz de Rose Madder en lo más profundo de su mente: Todas las cuentas cuadran ahora…, y si recuerdas el árbol, nunca importará
48.
Él la abraza, riendo
49.
Aunque conozca los pormenores más íntimos de la vida de la persona a quien se acerca, cuando un hombre se encuentra de pronto frente a otro sin terceros que mitiguen la situación, lo ignora tan totalmente, le es tan específicamente ajeno como la piedra al jugo del helecho que la abraza
50.
El profeta ha sumergido los pies en las olas y el enervado Jorge lo abraza por los hombros
51.
atención y con impaciencia, simular que se adquieren méritos en una conversación, una anécdota, observar la boca, servir el vino, ser educado, encender cigarrillos, reír, la risa es a veces el preludio del beso y la expresión del deseo, su transmisión, sin que se sepa por qué, la risa desaparece luego durante el beso y el cumplimiento, casi nunca hay risa mientras la gente se abraza despierta sobre la almohada y las bocas ya no se observan (la boca está llena y es la abundancia), se tiende a la seriedad por risueños que sean los prolegómenos y las interrupciones
1.
quien la abrazaba y procuraba calmarla
2.
Cuando abrazaba y besaba a su hija,o la miraba en adoración, o
3.
para entrar en ellos no desatendíaninguna circunstancia, y todo lo abrazaba de una
4.
Y en su alegría, abrazaba al segundo, abrazaba a los marineros, abrazabaal capitán español, abrazaba a todo el mundo, hasta los cadáveresensangrentados de Carlos y de Anita
5.
héroe! ¡Qué impresión deorgullo y de seguridad cuando se abrazaba á él, percibiendo la
6.
Estaba tan alegreque abrazaba, á cuantos venían á
7.
Abalanzábase con las otras mujeres, rompiendo las filas deasilados, y le abrazaba
8.
Con la excitación del peligro se abrazaba a él fuertemente,
9.
el mundo le abrazaba yle besaba llorando, lo cual le había llamado la atención hasta
10.
a un amigo, que le abrazaba cariñosamentepara no caerse
11.
con su cariño, y le abrazaba, entretanto, de todo corazón
12.
Y la abrazaba con una efusión que no dejaba de tener sus encantos para la solterona
13.
Un Lazarus repleto de juventud abrazaba a su prometida
14.
instintivamente los brazos para acogerla, pero los dejó caer en seguida mientras ella lo abrazaba desesperadamente
15.
Mientras todas expresaban su admiración y Beth abrazaba tiernamente la cabeza esquilada, Jo adoptó un aire indiferente, que no engañó a nadie, y dijo, pasándose la mano por los mechones castaños y tratando de parecer contenta:
16.
Aún debía de pensar en ello cuando entró en el piso de la tía y se descalzó para entrar en la estancia, cuando su hija la abrazaba y decía bienvenidos, bienvenidos, pasad dentro, qué alegría teneros aquí
17.
En el refugio de las sábanas él se abrazaba a su mujer, la cara hundida en sus senos, desesperado
18.
A solas en mi cama abrazaba la almohada, rogando que me crecieran pronto los senos y me engrosaran las piernas, sin embargo nunca relacioné a Huberto Naranjo con las ilustraciones de los libros didácticos de la Señora o los comentarios de las mujeres que lograba captar
19.
Roran corrió a su encuentro, lo agarró del brazo y le dio una palmada en el hombro, mientras Katrina lo abrazaba por el otro lado
20.
En un abrir y cerrar de ojos, los grupos dispersos se engrosaron, se hincharon, se extendieron y las calles se llenaron de gente eufórica que saltaba, gritaba, se abrazaba y reía
21.
«La gente no quiere regalos, quiere ga-narse la vida con dignidad», explicó mi maestra y Paulina del Valle lo comprendió al punto y se lanzó en ese proyecto con el mismo entu-siasmo con que abrazaba los planes más codiciosos para hacer plata
22.
La metí en un taxi, la ayudé a salir de él, la sostuve mientras llegábamos hasta el portal, la ayudé a entrar en el ascensor, apreté el botón, abrí la puerta de su casa con sus propias llaves, la llevé hasta el dormitorio, la tumbé en la cama, y en cada una de estas acciones, mientras la besaba, mientras la abrazaba, su alegría era la mía, y era alegría lo que movía a la Tierra mientras giraba alrededor del Sol y de sí misma
23.
¿Acaso Clemencia era la primera mujer que se abrazaba al cadalso de un ser querido? Desde el Gólgota, desde antes, ha habido mujeres santas que han perfumado con sus lágrimas el pie del patíbulo en que han expirado los mártires
24.
Y Matilda le abrazaba y era verdad que le parecía guapo
25.
Juan Fulgencio lo abrazaba, pero sus ojos estaban preocupados
26.
¿Por qué llegué a pensar que estaba solo? La tierra me abrazaba, me abrazaban aquellos que me querían al margen de lo que pudieran pensar o comprender, las estrellas me abrazaban
27.
La pasión abrazaba la imagen de la muerte, no la muerte
28.
Y parte del peso que abrumaba su espíritu desapareció…, mientras con el brazo sano la abrazaba estrechamente
29.
Uno de ellos abrazaba a mi hija
30.
Y mientras tanto, el mozo las abrazaba y las besaba
31.
El marqués de Mataflorida (2), proponía el establecimiento del absolutismo puro; Balmaseda, comisionado por el Gobierno francés para tratar este asunto, también estaba por lo despótico, aunque no en grado tan furioso; Morejón se abrazaba a la Carta francesa; Eguía sostenía el veto absoluto y las dos Cámaras a pesar de no saber lo que eran una cosa y otra, y Saldaña, nombrado como una especie de quinto en discordia, no se resolvía ni por la tiranía entera ni por la tiranía a media miel
32.
No es justo decir [325] que lo vio, sino que lo sintió dentro de sí levantándose y saliendo majestuosamente de su corazón como de una tumba, para mostrársele por entero en su imponente grandor, pues abrazaba toda la extensión sensible: era su conciencia
33.
Los giros del polvo querían enganchar la nube, y esta flagelaba el suelo con un azote de agua en toda la extensión que abrazaba la vista
34.
–Antonio, mi querido amigo -dijo Lawrence, al tiempo que Herrera lo abrazaba, a pesar de que sólo se habían visto en una ocasión
35.
Florentina miró a miss Tredgold con expresión implorante mientras abrazaba con fuerza a la perrita, muy ocupada en lamerle la cara
36.
Un Dumas de sesenta y cinco años, canoso el pelo pero aún alto y fuerte, la levita abierta sobre una oronda barriga, abrazaba a Adah Menken, una de sus últimas amantes, a la que, según el texto, «tras las sesiones de espiritismo y magia negra a que tan aficionada era, le gustaba fotografiarse, ligera de ropa, con los grandes hombres de su vida»… Piernas, brazos y cuello de la Menken se veían desnudos en la foto, lo que era un escándalo para la época, y la joven, más atenta a la cámara que al objeto de su abrazo, recostaba la cabeza en el poderoso hombro derecho del anciano
37.
Hércules permanecía sentado en el suelo, relajado, mientras abrazaba su gran rifle
38.
Llevaba siempre aquella camisa fruncida y cubierta de plumas y, en ocasiones, aquella almohada a la que el tío Tucker daba el nombre de «esposa holandesa» por el modo en que la abrazaba
39.
Sintió cómo la abrazaba y cómo apretaba las piernas contra él en el momento de besarla
40.
Lou miró por la ventana mientras abrazaba con fuerza a su hermano
41.
Desconocía por completo la corrupción que abrazaba y absorbía con cada empellón carente de inspiración
42.
Ella, que lo abrazaba, percibió cansancio en el temblor de su cuerpo
43.
Me sacudía con furia los hombros, me abrazaba
44.
Alguien que me abrazaba de ese modo no podía estar engañándome
45.
Es juez de instrucción dijo ella, tomó la mano de K, con la que él la abrazaba y jugó con sus dedos
46.
Después se besaron tiernamente mientras Han la abrazaba
47.
Maggie iba descalza y se abrazaba las rodillas con las piernas dobladas
48.
Se abrazaba con fuerza las rodillas, y había escondido la cabeza entre los brazos
49.
Abrazaba, gritaba, volvía a abrazar y volvía a gritar
50.
Lo miró por encima del hombro de Emily al tiempo que abrazaba a la pequeña, sabiendo que él pensaba que su hija había ido hacia él corriendo para que le diera un abrazo
51.
El sueño pasaba de golpe a su regreso a casa después del examen, cuando su madre lo besaba y abrazaba
52.
Trabar una relación de compadrazgo con un campesino, con un obrero, con un artesano, con un comerciante, era asegurarse la lealtad de ese pobre hombre, de esa pobre mujer, a los que, luego del bautizo, abrazaba y regalaba dos mil pesos
53.
Mientras la abrazaba y besaba, tratando de calmarla («Un accidente, amor, no te asustes, me van a operar»), reconoció a sus cuñados, Mary y Luis Despradel Brache
54.
Su tía lo besaba y abrazaba con el cariño de siempre
55.
Al cabo de un segundo ya estaba en la cama y abrazaba a Maite
56.
El barbudo señor Jenson abrazaba a su mujer con fuerza, y sus dos hijos tan pronto estaban callados como no dejaban de hablar
57.
El joven se abrazaba las rodillas y tenía una expresión de éxtasis en los ojos
58.
Pero lo interesante es que toda la ciudad abrazaba la idea y quería creer en ella, no por un acceso de irracionalismo sino con razones pretendidamente científicas
59.
Tal vez fuera la manera en que Amber había intentado consolarlo después de que él se hubo desahogado todo cuanto quiso sobre la ignorancia de Julian, o que el consuelo de ella animara también al Tim físico con sus besos, sus abrazos, la suave elasticidad de sus brazos, cultivada en el gimnasio; tal vez se debiera a que las fantasías de Tim, tras tantos años de rutina matrimonial, siguieran girando exclusivamente en torno a ella, hasta el punto de que no le interesaba acariciar otro trasero ni deslizar su mano en otro delta que no fuera el de Amber, lo que lo calificaba para deslices amorosos como una locomotora de vapor para salir de un andén; o porque él, en los momentos de soledad, de autosatisfacción, no quería imaginarse a nadie más que no fuera Amber; tal vez porque el corte dorado de su figura no había sufrido ninguna merma a pesar de los años que se le habían añadido, y porque sus pechos —¡vivan los genes!—, desafiando la fuerza de la gravedad, siempre encontraban aquella posición legendaria que le había hecho creer, al principio de la relación, que abrazaba dos melones maduros: tal vez, también, se tratara de que, al intentar abrir los cierres del albornoz de Amber, se había visto arrastrado hasta el extremo opuesto del módulo, lo que no hizo sino excitarlo aún más, ya que su mujer quedó entre el aleteo de la bata abierta, como un ángel dispuesto al pecado
60.
Sin embargo, tuvo tiempo di fijarse en el movimiento de su cuerpo, en sus pantalones cor tos, con aquellas piernas y aquellos hombros tan musculosos, de inspirar a fondo y soltar el aire, de cerrar los ojos e imaginar que él la abrazaba, la besaba y…
61.
Luet sólo comprendió a media mañana, cuando Shedemei abrazaba a la desnuda Chveya mientras ella lavaba la segunda bata y los pañales que su hija había ensuciado esa mañana
62.
Le gustaban las tormentas y los truenos porque su esposa se abrazaba a él llena de terror y así podía permitirse a sí mismo abrazarla delante de los sirvientes y de los miembros libres de la casa
63.
Y, cuando de nuevo llegaba el inevitable momento en el que la pobre víctima se abrazaba a las rodillas del doctor Wassory suplicando si no había en todo el mundo de Dios ninguna ayuda ni solución posibles, realizaba la bestia su segundo paso de ajedrez y se transformaba a sí mismo en ese… dios que podía ofrecer toda la ayuda necesaria
64.
Ahora reconocía que debería haber interpretado esos defectos de su carácter como lo que eran, pero en esos momentos no hizo caso de las señales de alerta: cómo observaba a las mujeres demasiado rato, o con qué efusividad abrazaba a otras mujeres, aunque él le aseguraba que sólo se trataba de amigas
65.
Era una simple Presencia, una ternura que lo abrazaba todo con fuerza y una promesa de reposo
66.
No obstante, por más que buscaba la cifra del misterio, sumando y restando la entidad de aquella figura con las que la rodeaban; por más que trataba de encontrar una relación entre ella y las creaciones de los capiteles y franjas, algunas de efecto microscópico, y combinaba el todo con la idea del diablo que abrazaba el escudo, gimiendo bajo el peso de la repisa, nunca veía claro, nunca me era posible explicarme el verdadero objeto, el sentido oculto, la idea particular que movió al autor de la imagen para modelarla con tanto amor e imprimirle tan extraordinario sello de realismo
67.
Julián la abrazaba con pasión e impedía a viva fuerza que escapase de sus brazos
68.
La había sacado del bolso mientras lo abrazaba
69.
Una de ellas abrazaba contra su pecho una raqueta de tenis con tanto amor como si fuera un bebé; la otra llevaba varios libros y un LP de Leonard Bernstein
70.
Por lo que podía recordar, estaba en el estudio, apoyada en un póster de Pat Robertson en el que este abrazaba a Lester Coggins
71.
De pronto empezó a llorar y apoyó su cabeza en el hombro de Marco, conteniendo el aliento, mientras Marco, asombrado y temeroso, lo abrazaba
72.
Sentí que la vida entera me abrazaba, en esas palabras
73.
Zedd le acarició la espalda mientras ella lo abrazaba
74.
Una fe que por sus creencias mismas rechazaba la razón y abrazaba lo irracional no podía perdurar mucho tiempo sin la intimidación y la fuerza: sin animales como Jagang para imponer tal fe
75.
Klance se abrazaba a la puerta exterior, con los dedos de manos y pies asiendo el borde
76.
—La cogía en brazos y la abrazaba muy, muy fuerte
77.
La besó en la frente, en los párpados, en la nariz, mientras ella se abrazaba a su cuerpo con desesperación, tratando de acallar los sollozos, ya irreprimibles
78.
Denna encogió los hombros y compuso una sonrisa forzada mientras se abrazaba las costillas
79.
Tampoco quería pensar en las sensaciones que había experimentado al hacer el amor con ella, en el increíble sentido protector que lo había embargado mientras la abrazaba tras la pesadilla
80.
Una de aquellas fotos fue portada en medio mundo: con tonos en violento contraste bajo la luz horizontal de la mañana, un griego de rostro crispado, sin afeitar, la camisa mal metida a toda prisa por el pantalón, abrazaba a su mujer e hijos mientras otro de rasgos parecidos, quizá su hermano, le tiraba del brazo urgiéndolo a apresurarse
81.
Una mujer que tenía un hijo enfermo, fue hasta el hotel en la creencia de que si abrazaba tan sólo a uno de los supervivientes, su hijo se curaría
82.
Pero no iban solos: el menor abrazaba a una mujer que empujaba un carrito de niño y el mayor llevaba de la mano a una nena en compañía de otra mujer
83.
El señor de Guermantes sólo tornaba a ser humano, generoso, gracias a una nueva querida que abrazaba, como ocurría las más de las veces, el partido de la duquesa; ésta veía cómo volvían a ser posibles para ella las generosidades para con los inferiores, las caridades para con los pobres, e incluso para sí misma, más tarde, un nuevo y magnífico automóvil
84.
Mientras le abrazaba, miró hacia la puerta de entrada del café y la inscripción que había pintado sobre el dintel en memoria de Charlotte
85.
Desde este punto la vista abrazaba una gran parte del Lomond; y el Sinclair no parecia ya más que un punto en su superficie
86.
—musitó Cathleen, y soltándose de Karen se precipitó sobre él, que entraba ya en la cámara, y le echó los brazos al cuello, mientras él la besaba y la abrazaba
87.
– Kristin se inclinó hacia delante y lo abrazó, mientras yo lo abrazaba también, y los tres acabamos unidos en un abrazo en el pequeño lavabo de un campamento de turistas en medio de Mongolia
88.
Debió de suponer que abrazaba a un amante
89.
La reina se había puesto en pie y en aquel momento abrazaba a su hijo que se había colocado ante el estrado
90.
Se oyó un murmullo de aprobación y la reina permitió por un instante que me recostara en su seno mientras ella me abrazaba
91.
—Bien —mintió él mientras ella lo abrazaba con todas sus fuerzas
92.
El señor Simmons se quedó encantado ante tal manifestación jubilosa y sincera de aprecio y la siguió con los ojos mientras la profesora abrazaba, al señor Thoms y después les hacía unas carantoñas a Buddy y Sam
93.
—De cualquier manera, la fotografía que ella abrazaba ha desaparecido
94.
Min descubrió que abrazaba estrechamente el cuerpo de Rand, en una demanda de protección que se reprochó a sí misma
95.
El ruido hizo que Cadsuane se incorporara de un salto al tiempo que abrazaba el Saidar
1.
Mirando más y más,observé que lentamente iban elevándose desde su seno hacia el firmamentoun número infinito de pequeñas columnas de humo, las cuales alextenderse en el aire se abrazaban, y juntas subían a engrosar el yatupido velo que ocultaba al sol
2.
en los límites de la dignidad su maternal cariño, le abrazaban y besaban a porfía, y uno le coge,
3.
Los músicos se abrazaban entre sí, y todos y cada uno a
4.
los mejores amigos del mundo, yse abrazaban y besaban
5.
acogía la religión, abrazaban paratoda la vida un estado de
6.
Se abrazaban las hortelanasal encontrarse, y con la cesta en
7.
Éstos eran los dos vocablos que abrazaban la creaciónentera y sus múltiples
8.
El maestro de escuela había ido aarrodillarse junto a su mujer e hijos, que lo abrazaban conenternecimiento, recordando su peligro de hacía tres años; el
9.
Con-vencidos de que no quedaba ningún pedazo, se abrazaban y se besaban apasionadamente durante unos cinco minutos en lo que parecía una orgía de mutuas felicitaciones
10.
Sonreían y se abrazaban, y charlaban sobre lo que habían escuchado comentando todos los detalles en cada pausa
11.
» Ante aquello, los negros solían mostrarse a la vez desconcertados y conmovidos, y a veces abrazaban a los estudiantes de sexo masculino, quienes correspondían con gestos de camaradería
12.
Y los cuatro hombres lo rodearon mientras su esposa y su hija se abrazaban a él
13.
A veces se abrazaban de prisa, ella inmóvil y tensa, él con la actitud de quien cumple una exigencia del cuerpo porque no puede evitarlo
14.
Se abrazaban con la desesperación de una despedida y se escabullían a su refugio sofocados de complicidad
15.
¿Por qué llegué a pensar que estaba solo? La tierra me abrazaba, me abrazaban aquellos que me querían al margen de lo que pudieran pensar o comprender, las estrellas me abrazaban
16.
Un momento después, Asunción entró y las dos amigas se abrazaban llorando
17.
Pero mientras se abrazaban empezaron a sentir la fatiga y comprendieron que debían dormir
18.
Ayla le sonrió; un instante después se abrazaban y la boca de Jondalar encontró la de Ayla
19.
Otros abrazaban a sus hijos
20.
Algunos de los hombres del arnés abrazaban a los amigos que corrían hacia ellos
21.
Ella se acurrucó junto a él y la canoa cabeceó con suavidad mientras ellos se abrazaban bajo las estrellas
22.
Esta vez él también se había inclinado hacia delante y sus brazos abrazaban el asiento vacío del copiloto
23.
Incluso me pareció detectar un no sé qué de tanteo en el afecto con que algunas mujeres me abrazaban, en cómo demoraban el apretón de manos, me miraban a los ojos y negaban con la cabeza en silenciosa conmiseración, con esa enternecedora imperturbabilidad que las actrices trágicas de estilo antiguo ponían en la escena final, cuando el héroe apesadumbrado aparecía trastabillando en escena con el cadáver de la heroína en brazos
24.
Incluso los cortesanos que abrazaban la religión de Confucio eran mirados con la mayor desconfianza
25.
Einer von der Heydte, que en 1934 había entablado amistad en Viena con Patrick Leigh Fermor, «entró en el cuerpo de oficiales de caballería -escribe Leigh Fermor- un poco como los franceses del ancien régime, quienes abrazaban la profesión de las armas a pesar de su odio por el gobierno»
26.
Las dos mujeres se abrazaban
27.
Al volverme, Arturo y Merlín se abrazaban
28.
Entonces las criadas se levantaban de un salto las camas eran literas, había poco espacio, la habitación de las criadas no era más que un gran armario con tres nichos, escuchaban atentamente en la puerta, se arrodillaban, se abrazaban atemorizadas
29.
En el vagón se abrazaban matrimonios
30.
A veces una mujer y un hombre avanzaban el uno hacia el otro y se abrazaban
31.
Pedían a Santa en destemplado tono, abrazaban a las demás, reclamaban botellas y copas, exigían un vals, regaron pesos
32.
Pero antes de alcanzar a pensar en todo esto, sintió que dos fuertes brazos lo abrazaban y sintió el beso de unas barbas en sus mejillas y escuchó una voz tan recordada que decía:
33.
A veces la sensación de que la muerte se cernía sobre ellos les resultaba tan sólida como el lecho donde estaban echados y se abrazaban con una desesperada sensualidad, como un alma condenada aferrándose a su último rato de placer cuando faltan cinco minutos para que suene el reloj
34.
El consejero repasaba sus opciones en su mente con rapidez: si daba la información que se le pedía iba a ser el detonante de mucha sangre y mucha muerte entre aquellos hombres que abrazaban aquella extraña religión, incomprensible para él pero por la que tampoco sentía ni temor ni desprecio; por otro lado, si conducía la ira imperial a una sola de aquellas personas que se consideraban a sí mismos cristianos, quizá así podría hacer que la rabia creciente y casi ya sin límites del emperador se saciara, al menos por un tiempo, y se alejara de un Senado diezmado por una larga lista ya de ejecuciones sumarísimas que no hacían sino debilitar las entrañas del Imperio y, cada día, agudizar una división ya casi irreconciliable entre el emperador y los senadores, una división que debilitaba Roma y, en consecuencia, fortalecía a los enemigos de las fronteras de Germania, de Dacia o de Partía
35.
Grupos de hombres las liberaban rápidamente de su peso mientras otros las volvían a cargar con los escombros de los edificios que antes abrazaban los muros del templo, y todo ello, al ritmo constante y monótono de los mazos que reducían a polvo los cimientos, aferrados a la tierra como las raíces de una muela podrida
36.
Silver se aferró con los brazos superiores al cuello de Leo, mientras que los inferiores abrazaban su cintura, haciendo una leve presión, ya que de repente había tomado conciencia de su nuevo peso
37.
Y dos jóvenes tendidos sobre una manta y bajo la sombra de un árbol se abrazaban con fervor
38.
¿Habría soñado que se abrazaban y se besaban bajo la tenue luz de la Luna? ¿O acaso habría llegado más lejos y soñado con sus cuerpos desnudos, separados durante tanto tiempo?
39.
Las tres abrazaban contra sus pechos los recuerdos de sus dolencias
40.
Unos se quedaban boquiabiertos y otros hablaban más de la cuenta, mientras que otros, con desvalidos sollozos, se abrazaban a mis rodillas, respondiendo ante cada palabra que les dirigíamos que eran musulmanes y hermanos en la fe
41.
Notó que los brazos de Cara lo abrazaban
42.
Hacía un calor insoportable en la iglesia cuando entró el ataúd cubierto por la tabla de surf, entre los sollozos que emitía una multitud de jovencitas que se abrazaban desconsoladas
43.
Cuatro de los obreros varones abrazaban a Ignatius por los descomunales jamones que tenía por muslos, y, con considerable esfuerzo, estaban subiéndole a una de las mesas de cortar
44.
Él la miraba, y en el mundo de su imaginación la acariciaba con su lengua, hacían el amor, sudaban, se abrazaban, mezclaban ternura y violencia, gritaban y gemían juntos
45.
Mil cincuenta días confirmando lo directamente proporcional que era todo aquello al producto del deseo de dos cuerpos -fue ella quien parafraseó a Newton en cierta ocasión, mientras se abrazaban bajo la ducha de un hotel de Atenas-, e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que los separa
46.
Todos lloraban y se abrazaban y después rodearon el trineo para elegir pantalones, jerseys y calcetines, mientras que Pancho Delgado se hacía cargo de los cigarrillos
47.
Las hojas y arbustos se abrazaban estrechamente
48.
John sintió que lo tiraban hacia un lado y luego lo abrazaban
49.
Estaban separados por una doble capa de gruesas vestiduras, y sus manos enguantadas no podían sentir el cuerpo que abrazaban, pero los labios de Biron percibían la suavidad de la cara blanca y lisa de la muchacha
50.
Un momento después, ella estaba en sus brazos y el tiempo se detuvo mientras se abrazaban, se besaban, se reconocían y lloraban en silencio, embargados por un sentimiento de mudo asombro
51.
Nubes blancas bajas, como la imagen infantil de la Navidad, abrazaban las cimas de los edificios
52.
El quedó cubierto por un baño de rubí y bermellón, magenta y violeta, mientras la luz y el color giraban a su alrededor y lo abrazaban
53.
En la semioscura cubierta de la barca, Faetón y Dafne se abrazaban
54.
Casi todas las mujeres presentes en la tienda abrazaban la Fuente y se miraban unas a otras como si fueran a crecerles serpientes en el pelo en cualquier momento
55.
–Todo irá bien -susurró, mientras las dos hermanas se abrazaban
56.
Se abrazaban y las manos iniciaban caminos
57.
Se abrazaban en la misma entrada, mientras la puerta se cerraba tras sí
58.
Aquellas bacanales degeneraban a veces hasta convertirse en orgías; las parejas se abrazaban en los dormitorios de la legación y algunos fanfarrones frustrados salían al jardín a vaciar el cargador de la pistola; una noche, borracho, me acosté con Mihaí en el dormitorio del embajador, que roncaba en la planta baja en un sofá; luego, Mihaí, completamente pasado de rosca, subió con una actriz jovencita y folló con ella delante de mí mientras yo me terminaba una botella de slivovitz y meditaba acerca de las servidumbres de la carne
59.
Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga
60.
De acuerdo con lo planeado, el cuarteto de ópticos Los Bacos empezaron a cantar mientras los demás bebían y Billy y Valencia, radiantes, se abrazaban
61.
Arrancaban las pulseras de las muñecas mientras los amantes se abrazaban, robaban las bolsas y bolsillos de los vigilantes armados con ballestas, los cuales no se enteraban de que las mismas ratas, cuya presencia tenían que detectar, les estaban esquilmando, y robaban la comida bajo los hocicos de gatos y hurones
62.
y la multitud se abrazaban en un clamor de fiesta, en una confusión indescriptible, el general Cork, en medio de este alboroto, se acercó a mí para preguntarme si era verdad que san Pedro había encontrado a Jesús en aquel sitio
1.
—Así que cuando Tinker volvía la abrazabas porque la quieres y estabas preocupado por ella
1.
muchos de ellos han abrazado elcristianismo incorporándose á la mision: bien pues, uno de los
2.
esto, tenía abrazado por la rodilla de la pierna izquierda adon Quijote; el cual, espantado de lo
3.
aparta jamas[Pg 294]del mal una vez abrazado; por el contrario, tantoel bien como el mal los
4.
abrazado las ideas más extraordinarias y con frecuencia
5.
Pero el orador, uniendo la acción á la palabra, se había abrazado á élnerviosamente,
6.
estaban en el centro del calabozo; elúltimo se había abrazado al
7.
abrazado conlas naves ó pasado por el Canal de los Querquenes,como dice un piloto maltés de la
8.
loseuropeos, de cualquier nación que sean, han abrazado con calor unpartido, y para
9.
sintió abrazado y tuteado por una porción de sujetos conquienes
10.
Un clérigo de Mishakal, uno de los poquísimos varones que habían abrazado este credo, entró en el habitáculo para inspeccionar las heridas y renovar los vendajes
11.
Será después de que haya abrazado a su hija y haya comprobado que la lesión de su pierna ya no la obliga a cojear, y después de que Elvira haya preguntado por su abuelo y Amalia le informe de que se encuentra bien:
12.
Como, en verdad, estaba bajo los efectos de la fiebre cuando yo había abrazado a Rosario, por vez primera, en la cabaña de los griegos, me quedaba la duda de que nos hubiese visto realmente
13.
Johnny ha dejado a un lado su maleta y ha abrazado a Helen, pero aún no la ha besado
14.
Al día siguiente y a la hora en que Debray firmaba el contrato, es decir, sobre las cinco de la tarde, la señora Morcef, después de haber abrazado tiernamente a su hijo y recibido los abrazos de éste, montaba en una berlina de la diligencia
15.
Un cuarto de hora después, recibía en el gran salón del piso principal de su palacio a los más influyentes jefes de los pescadores, hombres de valor a toda prueba, y que, antes que los otros, habían abrazado su partido
16.
Los trescientos soldados que habían abrazado la causa de los insurrectos levantaron las carabinas y se oyó un precipitado crujido
17.
La joven se le había abrazado al cuello y le envolvía con sus cabellos
18.
El afecto y las emociones le parecían signos de inferioridad y sólo con los animales perdía las barreras de su exagerado pudor, se revolcaba por el suelo con ellos, los acariciaba, les daba de comer en la boca y dormía abrazado con los perros
19.
Se han abrazado y se han besado
20.
Estaba de pie en el banco, abrazado a un compañero, y sólo entonces, cuando las antorchas se encendieron y los iluminaron con toda claridad, me di cuenta de que el compañero era el nieto de Hananel, Rubén
21.
Sharazad le dio las gracias, manteniéndole abrazado y, tras besarle, abrió la puerta de la calle
22.
La hermosa esposa de Gunter le rogó que permaneciera a su lado y aquella noche lo tuvo abrazado
23.
Padre e hija estaban aterrados, trémulos como quien de un momento a otro espera la muerte, y se habían abrazado para aguardar juntos el trance terrible
24.
Este poder vago y terrible ejercíase al principio tan sólo contra los recalcitrantes que, habiendo abrazado la fe mormona, querían más tarde pervertirla o abandonarla
25.
mientras bajo la dirección de Telesforo funcionaban las cocinas, recorría yo el pueblo de un lado para otro, viéndome abrazado por cuantas personas encontraba
26.
Abrazado tiernamente por Gracia, estuvo a punto de llorar viendo la aflicción de la pobre madre
27.
"Y me encontré abrazado contra el pecho de mi elegante anfitrión"
28.
Ultimo me enseñó que aquel día, abrazado a la tierra en un intento infantil de hacerse invisible, mi hijo era ya inocente, porque estaba en todas partes y en ninguna, perdido en un escenario sin coordenadas donde cobardía y valor, deber y derecho, eran categorías pulverizadas
29.
«Los grandes cañones», señala Ludovic Kennedy, «te producen en el pecho la sensación de que alguien te ha abrazado y te ha dado un buen achuchón
30.
–No aplastes al bebé -murmuró, pues me había abrazado a ella
31.
La sangre seguía goteando desde su frente, manchando el manto de Juan, quien, arrodillado y abrazado a los pies de su Maestro, no parecía prestar atención alguna a lo que estaba ocurriendo
32.
Y no había ninguna señal del Matthew que me había abrazado y besado con tan apasionada intensidad la noche anterior
33.
Vio a Max abrazado junto a ella y le besó la cabeza
34.
Continuaba encogido, abrazado a las rodillas, la frente apoyada en ellas, las manos húmedas, los pies como témpanos
35.
Si hubiésemos llegado repentinamente con la noticia de que todo estaba arreglado, de que, por ejemplo, sólo se había tratado de un malentendido ya completamente aclarado, o que había sido una falta ya reparada o incluso esto habría satisfecho a la gente que mediante nuestras conexiones en el castillo habíamos conseguido que se olvidara el asunto, nos habrían recibido con los brazos abiertos, nos habrían besado y abrazado, se habrían organizado fiestas, ya he conocido algo parecido con otros
36.
Travieso seguía abrazado al cuello de Manitas, extrañado y triste
37.
Hombres y mujeres que se han abrazado y que se han amado… tantos como estrellas en el cielo
38.
Como te habría abrazado a ti
39.
Pudo, sin embargo, asirse a un tablón de los que formaban la cubierta y, abrazado a él, pudo llegar a la playa; pero las olas, al volverse, le impedían hacer pie y le llevaban y traían incesantemente
40.
Mientras tanto, el mundo islámico había abrazado en su mayoría las visiones como ilham, guía divina ejercida directamente sobre la mente y el alma, en vez de wahi, revelación divina del futuro, ya que, por definición, sólo los profetas eran capaces de lo segundo
41.
Y todos los que habían abrazado la fe vivían unidos, y tenían todas las cosas en común; y vendían las posesiones y los bienes, y lo repartían entre todos, según que cada cual tenía necesidad… Porque tampoco había entre ellos menesteroso alguno; pues cuantos había propietarios de campos o casas, vendiéndolo, traían el producto de lo vendido y lo ponían a los pies de los apóstoles
42.
Encontraron a Dionisio sin conocimiento, abrazado aún al cuerpo de Areté
43.
Y en ese momento, a Diego se le saltaron las lágrimas y lloró abrazado a Sabba
44.
De una forma u otra siempre terminaba implorando su ayuda para que le mostrara qué camino debía tomar, y a la vez rezaba, rezaba para borrar de su conciencia la señal de sus dudas, para pedir perdón por el corto amor que ponía en cumplir la regla que un día había abrazado
45.
Le habría dicho a la chica una sola palabra y ella lo hubiera abrazado llorando
46.
Deberían haber estado acostados hacía largo rato, pero su padre o su madre deseaban a toda costa poder decir más tarde que el gran vicepresidente los había abrazado o que habían estrechado la mano del que había hecho tanto en defensa de la Causa
47.
Alguien que había estado intensamente en sus pensamientos desde que la había abrazado en la oscuridad de la isla Bora-Bora
48.
La gran mayoría del pueblo, tanto aristócratas como plebeyos, ha abrazado con alegría la vida rural y el gobierno parlamentario
49.
Finalmente rodea el final de una fila y descubre a un hombre dormitando en el suelo, abrazado a un cerdo, que aparentemente estaba a punto de desmembrar en el momento de la muerte
50.
Lounds se había convertido para ellos en un paria porque había abrazado una fe diferente
51.
De repente había abierto los brazos y el almirante lo había abrazado dándole palmadas en la espalda con su gordezuela mano
52.
Le habría abrazado en ese momento, Con este golpe diestro no sólo había rechazado el ataque sutil de Sadoc, sino que había manifestado su independencia de Roma
53.
Recordaba haberla abrazado
54.
Ocultó su asombro y no prestó atención a lo que decía, y deliberadamente trató de no conservar en su memoria la genealogía, los nombres de los que apoyaban la causa y todos los que la habían abrazado
55.
Hanno soltó su rodilla, a la que había permanecido abrazado hasta entonces
56.
se les había prometido un trato justo y la obtención de los mismos derechos que los hombres cuya religión habían abrazado, unos y otros eran llamados «cristianos nuevos», cuando no marranos y moriscos
57.
Pero era uno de esos hombres incapaces de ponerse en el lugar de los demás, uno de esos hombres que se parecen en esto a la mayor parte de los médicos y a los entierramuertos, y que después de haber puesto cara de circunstancias y de decir: «Estos instantes son muy penosos», de haberos abrazado, si se tercia, y de aconsejaros que descanséis, ya no consideran una agonía o un entierro de otra suerte que como una reunión mundana más o menos restringida en la que con jovialidad comprimida un momento, buscan con los ojos a la persona con quien pueden hablar de sus menudencias, pedirle que les presente a otra u «ofrece un sitio» en su coche «para la vuelta»
58.
Cuando los vencedores atravesaron la puerta dando vítores al cimmerio, lo encontraron abrazado a su bienamada reina con el ardor del hombre que ama por primera vez
59.
En efecto, lo que hacía posible que esta perversidad no fuera enteramente intrínseca de Alemania es que, de la misma manera que yo, individualmente, tuve amores sucesivos, y, una vez terminados, quienes los inspiraron me parecían carentes de valor, había visto ya en mi país odios sucesivos que, por ejemplo, habían hecho parecer traidores -mil veces peores que los alemanes a los que entregaban Francia- a dreyfusistas como Reinach, con el que hoy colaboraban los patriotas contra un país del que cada miembro era forzosamente un impostor, una fiera, un imbécil, excepto los alemanes que habían abrazado la causa francesa, como el rey de Rumania, el rey de los belgas o la emperatriz de Rusia
60.
Simon tenía la frente sudorosa y estaba abrazado a su osito
61.
amplexus, que ha abrazado, y caulis, tallo)
62.
Qué poco tenía que ver aquel Alek con el que decidió abandonarla a las puertas de la organización de Julia; con el que la insultó en la panadería de su amiga Teresa; con el que cantaba desnudo y abrazado a su primo Zoran por las empedradas calles de Villa de Alba, para descontento de los vecinos
63.
Él la hubiese abrazado de nuevo, quizá se hubiera dejado arrastrar una vez más por la pasión, pero ella lo detuvo posando los dedos en sus labios
64.
Harry notó que los demás se apiñaban alrededor de Ginny; él dio un paso hacia un lado y se colocó justo delante de ella, abrazado a la esfera
65.
—Yo, si fuera tú, no lo besaría tanto —aconsejó al poco tiempo a Laura, quien se había tumbado junto al cerdo y le cubría de besos el salado hocico, mientras lo tenía estrechamente abrazado por el morcillo
66.
El hombre que clamaba abrazado a un muerto sigue gimiendo en un rincón de mí mismo, pese a la calma más o menos humana de la que ya participo; el viajero encerrado en el enfermo para siempre sedentario se interesa por la muerte puesto que representa una Partida
67.
Yo estaba arrodillado en el suelo, abrazado a sus rodillas, y se las besaba suplicando:
68.
Si no fuera porque no le gustan las demostraciones de afecto en el trabajo, la habría abrazado, pero la puerta del despacho estaba abierta, como para dejar entrar a las buenas noticias, y por el pasillo circulaban policías y empleados de la clínica
69.
Había abrazado el Saidar
70.
Ella se había quitado el taparrabos de cañas que llevaba durante las tareas domésticas, y él la había abrazado
71.
La emoción propia de una escena como aquélla se vio en cierta manera empañada por las visibles dificultades que tenía Rose-Marie para sostener al bebé, que no dejaba de forcejear, y que se vio instantáneamente abrazado por sus progenitores sin que éstos se detuviesen siquiera a echarle un vistazo
72.
¿La he abrazado?, se preguntó Kratos
73.
¿Cuándo has llegado? ¿Ya has visto a la Zelandoni? —preguntó cuando ambos se hubieron abrazado y rozado las mejillas
74.
Cuando lloraba desconsolado la muerte de los suyos, la destrucción de su ciudad y de su mundo, él le hubiera acariciado, abrazado para consolarle
75.
Picaporte, que estaba presente, hubiera abrazado de buen grado al piloto, a quien Fix retorcería con gusto el cuello
76.
Ella lo mantuvo abrazado mientras hablaba, su voz tenue en la oscuridad, y después guardaron silencio durante un buen rato
77.
Cuando los gritos de Michael consiguieron que saltara de la cama, bajara la escalera y cruzara el patio en dirección al cobertizo que había detrás de la casa, él había abrazado las piernas de ambos con la intención de empujarlos hacia arriba
78.
En el tiempo que tardó en cruzar la ciudad, deteniéndose brevemente para echar un vistazo al anfiteatro romano, al parecer su sobrino se las arregló para reunir a todo el vecindario: una celebración espontánea; los corchos de las botellas de champán saltaron como petardos mientras Michel era arrastrado al interior de la vivienda y abrazado por todos los presentes, con tres besos en las mejillas, al estilo provenzal
79.
Cada vez que había abrazado a una muchacha durante aquella desastrosa media jornada, el armonioso rostro ovalado de la hija de Hisvin se había interpuesto espectralmente en su camino, haciendo que el de su compañera del momento le pareciera vulgar en comparación, mientras que desde el diminuto dardo de plata incrustado en su sien irradiaba a todo su cuerpo una sensación de hastío y saciedad insatisfactoria
80.
Se quedó inmóvil, jadeante, abrazado al vehículo con ambas manos
81.
Con la misma brusquedad con que la había abrazado, el hombre se apartó de ella y abrió la puerta
82.
Había caído de lo alto de una peña abrazado a la osa mal herida que perseguían los vaqueros hacía una semana
83.
Firmaba Dee Padfield, la buena y comprensiva de Dee, que la había abrazado y le había deseado suerte
84.
Corro los cien metros sin parar con el bolso abrazado sobre el pecho
1.
Por eso abrazamos
2.
Nos abrazamos, él se metió en el bote y desapareció
3.
Nos abrazamos apretadamente por un tiempo muy largo, susurrando abuelo, Alba, Alba, abuelo, nos besamos y cuando él vio mi mano se echó a llorar y maldecir y a dar bastonazos a los muebles, como lo hacía antes, y yo me reí, porque no estaba tan viejo ni tan acabado como me pareció al principio
4.
Yo lo conocía desde hacía años, y cuando él entró en el lobby los dos nos abrazamos y Lucy le estrechó la mano
5.
Es decir, debió de haber algo de eso o todo, debió de haber una primera vez en que nos dimos la mano, nos abrazamos, nos declaramos, pero esas primeras veces se pierden en los pliegues de un pasado cada vez más evanescente
6.
Nos dimos un apretón de manos, nos abrazamos e hicimos las consabidas promesas de mantenernos en contacto
7.
Estamos cogidas de las manos, con los dedos entrelazados y de vez en cuando nos tocamos el pelo, la cara, nos abrazamos
8.
Hasta que por fin entra Azada por la puerta giratoria y nos abrazamos como locas
9.
Cada uno puso una flor y un puñado de tierra sobre el ataúd, nos abrazamos en silencio y después nos retiramos lentamente
10.
Las ancianas hermanas nos traen a la vida: gemimos, engordamos, jugamos, nos abrazamos, nos conjuntamos, nos separamos, menguamos, morimos: sobre nosotros muertos se inclinan ellas
11.
Desdicha grande fue la de nacer en la católica España a lo largo de siglos de persecución implacable! Ojalá nuestras madres nos hubieran cagado a mil leguas de ella, en tierras otomanas o de negros bozales! Allí hubiéramos crecido libres y lozanos, sin que nadie se metiera en nuestras vidas ni nos aterrorizara con castigos y amenazas! Cuántas veces vimos desfilar enjauladas a nuestras hermanas camino del quemadero! Cualquier gesto o descuido podían delatarnos y conducirnos a las mazmorras del Santo Oficio, debíamos obrar con sigilo, temblábamos de gozo y terror entre las piernas de quienes ofrecían lo suyo a la voracidad enloquecida de nuestros labios, quizás alguien nos había espiado e iría a denunciarnos, qué desgracia nos acechaba tras los breves instantes de fervor y de dicha? Nos sabíamos condenadas y la certeza de nuestra fugacidad nos empujaba a afrontar temerariamente el peligro, el Archimandrita en el que reencarnó Fray Bugeo nos protegió a la sombra de su convento, aquí no encontraréis mujeres sino hombres que huyen de ellas, componen fratrías y visten faldas, los que no corren tras las mozas de la cantina ni solicitan a las devotas en el confesionario se encargarán de vosotras y aliviarán vuestras ansias, éste es el único puerto seguro en nuestros tiempos de iniquidad y miseria, disfrazaos de monaguillos o monjes, vivid entre falsos castrati, fingid gran devoción a Nuestra Señora y afinad el canto en la iglesia, no puedo ofreceros más, extremad la prudencia, cien mil ojos y oídos fiscalizan nuestros actos, registran dichos y movimientos, graban el menor suspiro, ni el KGB ni la CIA han inventado nada, el Gran Inquisidor de estos reinos vela por su quietud y de todo tiene constancia, no confiéis en ningún amante ni amigo, sometidos a tormento podrían traicionaros, acampamos en un universo de fieras, quien no devora acaba por ser devorado a fuerza de envilecernos asumíamos el reto, invocábamos al demonio y sus obras de carne, celebrábamos aquelarres y coyundas bestiales, nos hacíamos encular junto a los altares por los matones más brutos del hampa, escupíamos su espesa lechada en los cálices, la consagrábamos y consumíamos con la misma unción de los Divinos Misterios las obleas eran nuestros preservativos! el odio y aversión del vulgo a las de nuestra especie nos servía de estímulo, instigaba a trastocar sus sacrosantos principios, convertía la abyección en delicia exaltada sangre, esperma, mierda, esputos, meadas, cubrían las ricas alfombras de la iglesia ante la mirada vacía de sus Vírgenes y santos de palo inventábamos ritos y ceremonias bárbaros, coronábamos con flores a los sementales más alanceadores, los proclamábamos Vicarios de Cristo en la Tierra, exprimíamos hasta la última gota del sagrado licor de sus vergas en noches inolvidables que evocábamos con místico rapto mientras prendían fuego a las piras y nos reducían a materia de hoguera entonces bendecíamos la crudeza del destino y la gloria de nuestra audacia, nadie nos puede arrebatar una furia y ardor que se renuevan en el decurso de los siglos, muertas hoy y renacidas mañana, sujetas a la gravitación de una absorbente vorágine, éramos, somos, las Santas Mariconas del Señor listas para todos los desafíos y asechanzas, las devotas del Niño de las Bolas y su Vara de Nardo, hemos sufrido mil muertes y no nos amedrantan los zarpazos del monstruo de las dos sílabas, descendíamos a las simas del Pozo de la Mina y nos dejábamos azotar por verdugos encapuchados, eran inquisidores?, gerifaltes nazis? Incubos revestidos de la parafernalia de las sex-shops neoyorquinas?, los zurriagazos restallaban en nuestras espaldas, nos revolcábamos con beatitud inmunda en los charcos de orina, allí no cabían sonrisas ni humor, sólo gravedad litúrgica, preceptiva de enardecida pasión, misterios de gozo y dolor, crudo afán de martirio, usted mismo nos vio, con cautela o cobardía de mirón, en la época de sus cursos en la universidad vecina, trabados en piña en el cerco de premuras y ahíncos, hasta el día en que topó con un denso e inquietante silencio y de escalera en escalera, túnel en túnel, aposento en aposento, asistió al espectáculo de la gehena, no ya de los mares de luz oscuridad fuego agua nieve y hielo, sino el de cadáveres y cadáveres maniatados, con grillos en los pies y collarines claveteados en el cuello, sujetos entre sí con cadenas, colgados de garfios de carnicero, inmovilizados para siempre en sus éxtasis por el índice conminatorio del pajarraco, debemos recordárselo? usted nos dejó allí, en aquel despiadado abismo, pero nosotras transmigramos y reaparecimos en el círculo de amigas del Archimandrita, de su odiado e inseparable pére de Trennes fuimos las gasolinas de mayo del 68 y desfilamos por los bulevares con nuestros perifollos del Folies Bergére y cabelleras llameantes, abrazamos con efusión todas las causas extremas y radicales, seguimos a Genet y sus Panteras Negras de Chicago o Seattle, coreamos con kurdos, beréberes y canacos consignas revolucionarias e independentistas, rechazamos las tentativas de normalización de nuestro movimiento y su inserción insidiosa en guetos, abjuramos solemnemente de cualquier principio o regla de respetabilidad nauseabunda somos, escúchenos bien, las Santas Mariconas, Hermanas del Perpetuo Socorro, Hijas de la Mala Leche y de Todas las Sangres Mezcladas y lo seremos hasta el fin de los tiempos mientras perdure la llamada especie humana o, mejor dicho, inhumana, ¿no cree? ya sé qué pregunta quiere hacerme, a mí, el fámulo importado de las remotas islas, sobre mi insulso traje de oblato, la adivino en el temblor impaciente de sus labios y la malicia abrigada en sus pupilas, y le responderé antes de que nos despidamos y le dejemos a solas con su asendereado libro por provocación, mi querido San Juan de Barbes! para dar una última vuelta al rizo y cumplir con el papel de garbanzo blanco en mi universo de garbanzos negrísimos!, voy con mi compañera al baile de máscaras animado por la Orquesta Nacional de su barrio, allí arderemos todas las gasolinas y corearemos nuestra consigna, derriére notre cul, la plage, y acabada la fiesta y con la aprobación expresa del bendito arzobispo de Viena y del cardenal romano que, según Millenari, hizo voto perpetuo de homosexualidad, celebraremos una clamorosa sentada frente a la Prelatura Apostólica con nuestros abanicos, penachos, plumas, lentejuelas, collares, minifaldas, tetas de goma, pichas gigantes, para exigir la canonización inmediata de Monseñor en razón de su vida y escritos cuajados de testimonios de santidad irrefutable si quiere acompañarnos, le reservaremos un billete de avión!
1.
pampas: la superficie que abrazan en aquella, es acasoigual á la mitad de estas
2.
Y la mayor parte de las que cayeron se abrazan al postrer
3.
(Se abrazan y permanecen así unos momentos, las bocas juntas en unbeso
4.
podrán estrecharla… Pero lasalmas se abrazan, porque también son de sombra, y los vivos oyen a
5.
¿Acaso no es eso precisamente lo que hacen nuestras iglesias? Se quedarían sobrecogidos si les propusieran confraternizar con un ladrón de ovejas y al mismo tiempo abrazan en su comunión a un ladrón de hombres, y me tachan a mí de infiel si se lo echo en cara
6.
¡Os quiero tanto! (Las dos acuden a él, y le abrazan y besan, cada una por un lado
7.
Un momento más tarde, me abrazan por detrás
8.
Otero de Arce se saludan militarmente y se abrazan efusivamente sobre el hielo
9.
Abrazan, pues, los EPISODIOS
10.
¡Cómo las abrazan sus dueños muchas veces, para darles calor con sus cuerpos y mantenerlas en la tensión que el concierto exige de ellas! Pues la misma tensión amorosa era con la que, mi mirada, recorría la que yo estaba construyendo y le daba así el calor que precisaba, la amorosa tensión que, de su creador, todas las cosas reclaman
11.
Se estrenaba Lo que puede un empleo: juguete cómico de poca importancia pero de cierto ingenio, recién salido de la pluma de Paco Martínez de la Rosa, y muy esperado por estar lleno de alusiones a los serviles antiliberales que, a cambio de prebendas y puestos oficiales, abrazan ahora con sospechoso entusiasmo las ideas constitucionales
12.
Las cinchas abrazan el cajón
13.
Nadie como él ha sabido dibujar con palabras lo que les espera a los que reniegan de Dios y abrazan a Satanás
14.
Las patas y los brazos peludos del mono se abrazan a mí con más fuerza
15.
–En los vídeos -dijo Val-, éste es el momento en que el héroe y la heroína se ríen y se abrazan
16.
La necesidad más imperiosa es el contacto: están sentados muy juntos, enlazan las manos, se abrazan
17.
Se dejan caer sobre la cama y se abrazan el uno al otro en silencio
18.
Los jóvenes que se pasean por los muelles, andando de lado porque se abrazan por la cintura, de vez en cuando deben de mirar nuestras ventanas y suspirar:
19.
Las dos chicas se abrazan
20.
El fuego termina su desfile triunfal por Main Street devorando el Food City, después sigue camino hacia el Dipper's, donde quienes todavía están en el aparcamiento gritan y se abrazan unos a otros
21.
Permanecieron tendidos durante un rato, con los muslos entrelazados, como los dedos de dos manos que se abrazan, y Eliza le sintió prepararse mientras ella se ponía a punto
22.
Los que abrazan el Lado Oscuro no se consideran malvados
23.
Van a recibirlos los notables de aquel tiempo: Roque Sáenz Peña, Dardo Rocha, Miguel Cané, Manuel Láinez y Marcelino Ugarte, quienes abrazan y ayudan a bajar a los náufragos
24.
Se abrazan y un perro mueve la cola entre sus piernas
25.
Ahora, los dos compadres se abrazan en mitad de la calle
26.
Es con lo que ellas nos abrazan a la hora de amarnos, ¿comprende?
27.
Entonces se abrazan el uno al otro y
28.
Luego lo aplauden y lo abrazan
29.
Siente que los bracitos de la muñeca le abrazan el hombro
30.
Llorando, se abrazan las viejecitas y prorrumpen en exclamaciones:
31.
Sus hijas abrazan a Tania
32.
Se dice de los órganos que abrazan el tallo de una planta
33.
—¡Se abrazan! —gritaron los chiquillos a los que estaban abajo parados en las escaleras del sendero sin poder subir
34.
Pero la teoría, de que las brujas modernas están manchadas de esta especie de asquerosidad diabólica no resulta confirmada sólo en nuestra opinión, ya que el testimonio experto de las brujas mismas ha hecho creíbles todas estas cosas; y que no se someten ahora como en tiempos pasados, a desgana, sino que de buena gana abrazan esta tan pútrida y desdichada servidumbre
35.
Mi compasión no es un sentimiento barato: sólo los débiles y los cobardes lloriquean y abrazan a sus enemigos con falsas emociones
1.
Jim Clark y, a menudo piensa con nostalgia en aquel momento y siempre cuando tienen un poco de tiempo libre escuchar con agrado los diversos "Michelle" y “All you need is love” y la revisión de los jóvenes, abrazando a sus novias, para intercalar y cálido besos apasionados delicados “I love you”
2.
que lo confundieron con un gay al estar abrazando a su hermano
3.
El ama de gobierno tuvo que arrodillarse ante él, abrazando sus piernasy recordándole las
4.
Luisa golpeaba el suelo con el pie, y luego, abrazando a Juan Claudiopor tercera
5.
gruta de las cercanías de Belén, abrazando con sus tiernos brazosel cuello de la
6.
Delante del edificio del bloque once en la pared, se advertía una gran cruz: era la del antiguo convento de Auschwitz, que había sido trasladado unos kilómetros más allá; la cruz seguía de todos modos allí, dominando el lugar, apropiándose del espacio y del tiempo, absorbiendo la experiencia de la desolación con la pretensión de darle un sentido, abrazando el campo con sus brazos abiertos, abrazando los cuerpos perdidos
7.
Al noroeste de la costa y abrazando parte de Thuria, estaban las Llanuras del Lidi, en cuyo margen noroeste se encontraba la ciudad mahar que tomaba los tributos de los thurios
8.
El doctor extendió los brazos y fue abrazando uno por uno a los valerosos compañeros que le habían seguido en el peligroso viaje a través de las entrañas de la tierra italiana, y les dijo con voz conmovida:
9.
Francesca, abrazando a su amante en las profundidades del infierno, deteniéndose delante del poeta para narrarle entre suspiros la historia de sus goces delincuentes, decía lo mismo, diciendo lo contrario
10.
Del barracón del fondo iban saliendo hombres andrajosos y barbudos que se acercaban a la orilla sin entender lo que estaba ocurriendo, abrazando a sus libertadores
11.
Así, Juan Campos ahora está abrazando a su nuera, a Angélica, quien, alternativamente, se asusta y tranquiliza según que el mercurial humor de Juan esta noche se incline a lo inquietante o a lo amable
12.
Poco después estaban en la superficie abrazando a Ana y oyendo sus exclamaciones de alegría
13.
Pintar todo lo que yo odié en aquel momento a los dos hermanos y a la pobre muchacha, sería más difícil que pintarte los horrores del infierno, abrazando lo grande y lo pequeño, el conjunto y los pormenores de la mansión donde el hombre impenitente expía sus culpas
14.
-¿Y para qué quiere usted las llaves? -preguntó Soledad con el mayor desconsuelo, dejándose caer sobre una silla y abrazando a su padre-
15.
Mario se alzó sobre la punta de los pies en un arrebato de indignación y abrió los brazos como abrazando a toda Roma
16.
Bretón se levantó, [27] y abrazando a su amigo le
17.
El retroceso, abrazando con sentimental quijotismo la causa de Cristina, y declarándola víctima inocente de una intriga brutal, se apiñaba para adquirir una fuerza
18.
Cathryn se interpuso entre los dos, abrazando a su marido
19.
No habría lugar en el mundo en el que pudiéramos escondernos y, como lo sabía, como quería vivir en paz, sin miedo, abrazando todas las noches el cuerpo cálido de Sara y viendo crecer a mi hijo, debía escribir, sin dudarlo, aquella arriesgada nota
20.
Todavía la estaba abrazando e intentó poner fin a la conversación defensiva de ella con un beso
21.
Cuando comprendieron el sentido de ese diálogo entre Maureen y el médico, se precipitaron a estrecharla entre los brazos, sin darse cuenta de que se estaban abrazando también entre ellos
22.
Si hubieras irrumpido en la habitación del hotel y hubieras visto al Goliat de tan sólo 1,69 abrazando con su cuerpo desnudo a la misteriosa Frida, no hubieras estado más segura de lo que estás ahora que ha habido algo entre ellos dos
23.
Pubenza se asustó temiendo lo peor, y abrazando a Soledad, le preguntó:
24.
Al principio la gente estaba nerviosa, pero cuando vieron el símbolo de la división, que era un mapa de Francia con la Cruz de Lorena, se volvieron todos locos, abrazando y besando a los soldados
25.
Se dio cuenta de que la había estado abrazando con demasiada fuerza
26.
El ingeniero -cuya identidad no estoy autorizado a revelar-, abrazando a Ricky
27.
Es más, daba la sensación de que las visitantes estaban abrazando a los hombres
28.
Esta última frase me hizo reír para mis adentros, pero quería que siguiera hablando sobre sí mismo con tranquilidad; no hice notar la gracia que me causaba, me senté en el suelo sobre un cojín, abrazando mis rodillas levantadas, y miré a Peter con atención
29.
Se despidió de la tripulación de tierra abrazando a cada inglés, que se avergonzaba por aquella familiaridad
30.
Por supuesto que Carlitos, en su afán de contar muy bien su historia, en el más correcto francés posible para él, en aquel momento, ni cuenta se había dado de que Melanie lo estaba abrazando a mares
31.
Se pidió un sándwich en una de esas cafeterías elegantes que bordean la plaza y dibujó en el mantel de papel las caras aburridas de los adolescentes del barrio, que comparaban entre sí los talones con los aguinaldos de sus abuelas, abrazando por la cintura a unas chicas preciosas, artificiales como muñecas Barbie
32.
Seguía abrazando a Bari, y el llanto de la niña había cesado-
33.
Ojalá su hija lograra al fin ser feliz, pensó, abrazando a su nieto que dormía con la cabeza apoyada en su pecho
34.
Confuso y embarazado, rehusaba el alcalde de la Torre mi pretensión de examinar a los presos, permitiéndome sólo la entrada, después de amenazarlo… Pero ¿cuál fue ¡Dios mío! el espectáculo que se ofreció a mi vista? Con los cabellos en desorden, y los ojos de un loco, como si las furias lo atormentaran, yacía en su lecho el escocés Kurl… Apenas me conoció el desdichado, se arrojó a mis pies… gritando, abrazando mis rodillas, retorciéndose desesperado como un gusano… y me ruega, y me conjura que le diga cuál ha sido la suerte de su Reina, porque el rumor de su condenación a muerte había penetrado hasta en los calabozos de la Torre
35.
–¿No era Portia la que salía? – pregunta abrazando a su hijo mientras entra en la cocina
36.
El maestro se echó a reír, y, abrazando la cabeza de Margarita, ya con el pelo lacio, dijo:
37.
Ella le rodeó con los brazos, pero en lugar de la despreocupada euforia que sentía en tales momentos, sólo pensaba en que la persona a la que estaba abrazando no era Jeffrey
38.
Mientras la tormenta rugía en el exterior, y la casa era fustigada por plantas arrancadas y árboles azotados por el viento, Paul la estuvo abrazando con los labios posados en su mejilla
39.
Miguel estaba en el centro del patio de la Costa, abrazando la escoba contra su pecho y mirando con expresión de perpleja desolación a todos los jinetes que iban de acá para allá
40.
Una forma de avanzar, propone Boffin, es abrazando las imágenes idealizadas que forman parte más del mundo de la fantasía que de la realidad, lo que permitiría que las lesbianas se autodefiniesen en las narrativas heterosexuales de amor romántico y cortés
41.
Llegó al lado del enano y se arrodilló, abrazando el cuerpo laxo contra el suyo
42.
Crucé mis brazos en el pecho, como si estuviera abrazando a todos los seres queridos
43.
Él mismo, sentado en el suelo, abrazando su cadáver, como si su conciencia se hubiera apartado de su cuerpo en un intento de huir del horror
44.
En ese instante, el hombre la estaba abrazando, en un patético intento por retrasar lo inevitable
45.
Por el camino de la Sierpe venían algunos grupos de mujeres ebrias y vociferantes abrazando a los soldados
46.
Se lanzó de lleno en el vértice con un rugido, abrazando el cambio y la explosión de sus muslos y huesos
47.
Banda semicilíndrica de hierro que, firme en el canto superior de las gualderas de la cureña y abrazando el muñón de la pieza montada, impide que esta se descabalgue en los disparos
48.
Mientras danzaba lentamente imaginaba que estaba abrazando a un bebé pero, por supuesto, Madame no podía saberlo
49.
Corrió hacia uno de los hombres de cristal que rodaba abrazando con los soldados y recogió una pistola atómica del suelo
50.
Prefería permanecer en la cama, bien escondida bajo las sábanas, con los ojos bien abiertos, abrazando su ya prominente barriga e interpretando a la perfección los sonidos que le llegaban al ritmo de una partitura marcada de antemano, adelantándose a lo que iba a escuchar antes de que el sonido invadiera por completo su percepción auditiva: el tropezón de Alek con la mesa del comedor, el estrépito de la lámpara desplomándose contra el suelo sin que las aturdidas manos de los primos pudieran evitarlo, el ruido de las llaves arrojadas sobre la mesa, los zapatos volando para estamparse contra la pared, el tintineo cristalino de la botella al chocar contra el vaso y verter su contenido, y finalmente los broncos ronquidos de la embriaguez
51.
Pero al abrazar a Diana tenía la terrible sensación de estar abrazando a Margery
52.
Lo estaba recargando cuando entró en el corredor de mantenimiento, cuyas paredes eran de ladrillo, y encontró a Gabriel arrodillado y abrazando el cuerpo inerte de Sophia
53.
Megan comprendió enseguida y alargó los brazos, abrazando a las gemelas y estrechándolas contra ella
54.
La madre se volvió hacia ellos, aún abrazando a su hijo
55.
Glipkerio había tratado de mantener el equilibrio, abrazando una columna en espiral entre la cámara alumbrada por velas y el porche iluminado por la luna, pero volvía a ser presa de intensas convulsiones periódicas
56.
George Campbell sintió contra sí la forma esférica del dios rojo, al que seguía abrazando
57.
Una vez allí, la madre se pone de rodillas y, abrazando a su hijo, le va diciendo las palabras de la oración
1.
Yo quería ser uno con las hojas y déjame abrazar por las manos de paterne
2.
Sentáronse en el sofáy se volvieron a abrazar
3.
Cuando llego á Madrid, quiero abrazar á un amigoque me espera en la estación y las fuerzas me faltan
4.
Abrazar las rodillas de la madre es un gesto de humildad y Ulises se demuestra disponible a cumplirlo una vez transformado
5.
abrazar a su padre, y, juntando su rostro con el suyo,comenzaron los dos tan tierno llanto que
6.
Después de abrazar a los religiosos y enjugarse gruesas gotas de sudor,sacó de los bolsillos del
7.
abrazar por esta intuicion todas lasintuiciones exteriores en la facultad de la representacion, y
8.
banco, y lequita las fuerzas de abrazar aquel cuerpo encantador
9.
Todos quieren abrazar al gallardomancebo
10.
conmovida, al fin se dejó abrazar por él, quela tuvo un buen rato apretada
11.
criados y vivían en el mundo,la necesidad de abrazar la ley de
12.
yanunciaban con pasquines y canciones, les faltaba poco para abrazar elpartido del rebelde, lo que daba
13.
Francisco y soltar los cuadros y abrazar á la vieja, fué todo uno
14.
nerviosidad, á la fluxion, pero nopuede abrazar en su esfera de accion los diversos
15.
Seguro que usted, por ejemplo, después del experimento volvió a su casa, dispuesta a abrazar a su marido e hijos y a jugar con el perro
16.
¿Había vuelto a abrazar la Orden de Lunitari, o se trataba tan sólo de una de sus extravagancias?
17.
Pero al suprimir los hechos inquietantes, al creer que había que reservar la ciencia para una pequeña elite, al expresar su desagrado por la experimentación, al abrazar el misticismo y aceptar fácilmente las sociedades esclavistas, hicieron retroceder la empresa del hombre
18.
El que se esfuerza por comprender demasiado, el que sufre las zozobras de una conversión, el que puede abrigar una idea de renuncia al abrazar las costumbres de quienes forjan sus destinos sobre este légamo primero, en lucha trabada con las montañas y los árboles, es hombre vulnerable por cuanto ciertas potencias del mundo que ha dejado a sus espaldas siguen actuando sobre él
19.
Ahora, en estos revueltos días de crisis que vivimos, una debe sentirse mujer de su tiempo y recurrir a la dianética, la moderna ciencia de la salud mental, quizá debieran escribirse estas palabras con la inicial mayúscula, la disciplina que cura todas las enfermedades, desde el dolor de muelas hasta la resurrección, la tos, la blenorragia, el sida, pasando por la leucemia, la sordera, la mudez, la ceguera, la parálisis, el cáncer y la pelagra, basta con un equilibrado tratamiento de saunas y con la ingestión del complejo vitamínico bendecido por Ronald Hubbard y sus seguidores autorizados, sus maestros espirituales, desconfiad de los imitadores, los falsarios y los charlatanes, la Iglesia de la Cienciología no busca más que la verdad porque, como bien dijo el eximio pensador George Santayana, es una gran ventaja para un sistema filosófico el que sea sustancial e intrínsecamente cierto en su esencia y en sus consecuencias, hay que liberar al hombre traumatizado por la duda, todos somos vigilados por la Oficina del Guardián y debemos dejarnos abrazar por la gnosis, esto es, la ciencia que vuelve y que fructifica en el matrimonio filosófico, en la unión del azufre y el mercurio, de la espada y la pluma, del macho y la hembra durante el color negro y la metátesis que no desvirtúa el sentimiento
20.
No sólo se trataba de curiosos; eran sobre todo familiares de los legionarios, muchos de los cuales pudieron abrazar de nuevo a sus mujeres y tomar en brazos a sus hijos después de dos meses de angustiosa separación
21.
Cuando salía por la mañana, el pobre hombre se veía confundido con encargos variados para la mamá cautiva, y si llegaba alegre a su casa por la noche, ansioso de abrazar a su familia, su entusiasmo era apagado por un: Sh… Recién se duermen después de "darme baile todo el día"
22.
Después de estrechar la mano del doctor que, orgulloso de sí mismo estaba a su lado y la del señor Lorry que, jadeante, se había abierto paso por entre la multitud, y después de besar a la pequeña Lucía y de abrazar a la buena señorita Pross, tomó a la esposa en sus brazos y se la llevó a sus habitaciones
23.
El corazón de Alberto se desgarraba al oír estos detalles; pero en medio de su dolor, dejó entrever un sentimiento de gratitud; hubiera querido poder abrazar a los que dieron a su padre aquella señal de amistad en medio del horrible compromiso en que se hallaba su honor
24.
Las ramas del sauce se abrieron por encima de nosotras y nos bajaron despacio al suelo, donde Tomelilla y Cícero esperaban ansiosos para abrazar a la niña
25.
Pero veamos lo que pasaría si en la primera adolescencia el niño se alejara para abrazar incluso otras creencias, cuando no otros cultos
26.
el Negro Rivas llegó a ser Jefe de la Policía en la capital y sólo se acordaba de que estuvo a punto de morir cuando se quitaba la camisa para abrazar a una nueva mujer, quien invariablemente le preguntaba por ese largo costurón que lo partía en dos
27.
Desmontó en el centro de la plaza y, antes de abrazar a sus amigos, recorrió la devastación con una mirada, pálido, buscándome
28.
La recordó cómo era en su juventud, cuando lo deslumbraba con el revoloteo de su pelo, la sonajera de sus abalorios, su risa de campana y su candor para abrazar ideas disparatadas y perseguir las ilusiones
29.
Pero la alegría de aquel reencuentro, el primer lazo con el pasado inmediato que el azar le consentía recuperar después de una serie interminable de despedidas, pudo más, y por eso volvió a sonreír, y a abrazar a Aurelio
30.
El exportador fue a abrazar a los itabunenses, entre los que había algunos clientes suyos
31.
voy a abrazar tu cuerpo y me abraso en el aire,
32.
—¡No! ¡De ninguna manera! Y es a ti a quien se le rompe el corazón por lo que nunca conseguirás: otra fe que abrazar, otro hechizo
33.
Cuando Sett Zobeida se repuso del deslumbramiento en que se encontraba, se levantó de su trono y se acercó a Esplendor, a quien hubo de abrazar y oprimir contra su seno, besándole los ojos
34.
Aquella misma tarde tuvieron las niñas de Castro el inmenso gozo de abrazar a su padre
35.
A los cuatro días de la salida de Logroño, llegaban a las tierras altas de Burgos, y Calpena, con permiso del General, se dirigió a Medina, donde tuvo la inefable dicha de abrazar a su madre y a los Maltaras, que en aquella villa y en el palacio de la Condesa habían buscado refugio
36.
¡Aciaga tarde [192] la de hoy, en la cual he llegado a creer razonables los delirios de la cordonera, pues no habría para mí mejor solución que abrazar la vida de ermitaño, con ermitaña o sin ella, en un solitario y agreste yermo, comiendo raíces y vistiéndome de lampazos! Cuando vio la enferma que la casa se iba reparando de su desnudez, empezó a curarse de la manía del salvajismo, y aunque siempre tiraba al monte, no lo hacía con tanta vehemencia
37.
Se volvieron a abrazar
38.
Decíase en los mentideros de la ciudad que la infanta estaba en trance de aprender la parla inglesa; e incluso que el propio Carlos estudiaba con teólogos la doctrina católica, a fin de abrazar la verdadera fe
39.
Azucena se dejó abrazar
40.
Con un gesto torpe, intentó abrazar a la mujer, en la idea de que quería acostarse con él
41.
Hubiera querido abrazar los fuselajes plateados, acariciar los motores
42.
Hettar terminó de abrazar a sus padres y saltó a la cubierta de la pequeña nave que el rey Anheg había puesto a su disposición
43.
Salir, dar paseos, dejarse abrazar por la naturaleza; sentirse viva, aunque sólo fuera externamente
44.
Si volvía a Abrazar algún día aplastaría a su chiquillo con sus propias manos al menor signo de problemas, en vez de permitir que las vejaciones siguieran durante años
45.
Emília había escuchado a los hombres —al doctor Duarte en particular— bromear a propósito del incidente; una mujer vieja obligada a abrazar un cactus era algo divertido para la gente de la ciudad
46.
Una vez establecidos en territorios cristianos del exterior, los vikingos se mostraron bastante bien dispuestos a casarse con su población y adaptarse a las costumbres locales, lo cual llevaba consigo abrazar el cristianismo
47.
Abrió los brazos para abrazar su casa, quizá el mundo entero
48.
Cuando el señor Brownlow se enteró de que Oliver se encontraba fuera, salió y, lleno de alegría, se precipitó hacia el interior del coche para abrazar al muchacho
49.
Abrazar modestamente una pequeña felicidad ¡a esto lo llaman ellos «resignación»! Y, al hacerlo, ya bizquean con modestia hacia una pequeña felicidad nueva
50.
Abrazaba, gritaba, volvía a abrazar y volvía a gritar
51.
Según los Aiel, ha hecho lo que ellos llaman "abrazar la muerte
52.
Cuando la imagen se desvaneció, los congregados se abalanzaron hacia delante, como para abrazar la imagen proyectada
53.
-Gracias, Hiram -dijo el joven luchando otra vez con sus lágrimas mientras le volvía a abrazar
54.
Entonces Barret le preguntó qué hacían con aquellos prisioneros que no estaban dispuestos a abrazar la revolución comunista
55.
Intento abrazar sus rodillas otra vez pero lo impide
56.
Se dejó abrazar y conducir, encogida de emoción y pequeñez
57.
Su hijo, por su parte, se dejó abrazar y correspondió de la misma forma rodeando con sus propios brazos a su padre
58.
Más de una vez, Publio se había entretenido en explicarle cómo para abrazar una de aquellas inmensas columnas jónicas se necesitaban al menos dos personas
59.
A Helen le habría gustado abrazar al joven para consolarlo, pero, por supuesto, ni se lo planteó
60.
— ¡Papá! —Gritó antes de abrazar las piernas de su padre, e inclinó hacia atrás la cabeza con los ojos muy abiertos y una sonrisa—
61.
A cada quien lo seduce un abismo distinto: yo podría ir al cine mañana y tarde todos los días, podría comer en desorden, todo lo que la edad y las razones de mi cintura quieren prohibirme, querría abrazar y abrasarme mil veces más de las que puedo
62.
Morton había ido a Ficóbriga con el fin santo de abrazar el catolicismo
63.
Las miradas eran abiertamente hostiles, pero Ross se puso de pie y, diciendo que la excusara un momento, se dirigió a abrazar calurosamente a un alemán rubio
64.
Cuando la procesión de los consagrados y sus monaguillos avanzó por el pasillo formado entre la multitud, los peregrinos portadores de la concha de Santiago intentaban lanzarse a abrazar al cardenal a cada paso
65.
Llegó el desposado a abrazar a su esposa, y ella, poniéndose la mano sobre el corazón, cayó desmayada en los brazos de su madre
66.
Entonces lo volvió a abrazar y se despidió de él
67.
Otros ocupan en seguida sus puestos junto a la estufa, que rodean como a una mujer a quien quisieran abrazar
68.
Tal vez Diddy quiere ponerse en coyuntura de abrazar las rodillas de la viuda y el huérfano y confesarles todo entre sollozos
69.
Tal fue el caso del movimiento franquista durante la Guerra Civil que pronto se desplazó mucho más allá de los, en principio, limitados objetivos políticos de la conspiración originaria de Mola, para abrazar una «revolución nacional» radical y semifascista
70.
Los fieles del papa Descuento desertaron en masa, bien para abrazar la rama de la Iglesia encabezada por el papa al Por Menor, bien para abrazar alguna de las más de doce sectas paganas que habían surgido
71.
Quiero abrazar a Myû, quiero que ella me abrace
72.
En breve podrá abrazar a los suyos, pero debo recordarle que eso tiene un precio
73.
Ella escogía en el catálogo (mientras yo la acariciaba en el automóvil estacionado en el silencio de un camino misterioso, sazonado por el crepúsculo) algún alojamiento junto a un lago, profusamente recomendado y que ofrecía toda clase de cosas magnificadas por la linterna que deslizaba sobre ellas –vecinos simpáticos, minutas entre comidas, asados al aire libre–, pero que evocaban en mi mente odiosas visiones de malditos estudiantes secundarios con camisas abiertas y mejillas como ascuas apretadas contra las de Lo, mientras el pobre doctor Humbert, sin abrazar otra cosa que dos rodillas masculinas, enfriaba sus almorranas sobre el césped mojado
74.
Jake, con los ojos llenos de lágrimas, extendió las manos; Acho cojeó hacia el círculo de sus brazos y se dejó abrazar unos instantes
75.
También elogió al pueblo de Roma y su alma pareció querer ensancharse para abrazar a la nación entera
76.
»Kaja-Rang vio lo que eran tales creencias: abrazar la muerte en lugar de la vida
77.
Con su incapacidad para abrazar sus palabras, con su intransigencia, a buen seguro que lo mataron
78.
Un hijo que no pude abrazar por
79.
Sara, Laurie y Justin estaban sentados en la estancia y Sophie, sonriente después de abrazar a Laurie, les servía el té
80.
Pensó en su madre y tuvo la sensación de que nunca podría permitir que le volviera a abrazar
81.
Pero cuando por fin la encontró, en lugar de matarla, embobado por la perfección de sus senos desnudos, dejó caer la espada para abrazar a su mujer
82.
Después retornó al pulpito y abrió los brazos de par en par para abrazar a todos sus recién conquistados hijos
83.
¿A dónde no fue, dónde no habló, con qué tirano o granuja con poder no se entrevistó? Un poco más y alcanza a abrazar al ge-nocida de Saddam Hussein, al que ya le tenía puesto el ojo
84.
Coreó la música, siguió el ritmo golpeando con los dedos en la mesa y trató de abrazar a una de las chicas, que lo esquivó con aire de hastío
85.
Tal recuerdo, como un golpe de varita mágica, me había devuelto el alma que estaba perdiendo desde hacía un tiempo; ¿qué hubiera podido hacer de Rosamunda cuando todos mis labios sólo estaban recorridos por el deseo desesperado de abrazar a una muerta? ¿Qué hubiera podido decir a los Cambremer y a los Verdurin cuando mi corazón latía tan fuerte porque variaba a cada instante el dolor que soportara mi abuela? No pude quedarme en ese coche
86.
Ese apetito descomunal de contarlo todo, de abrazar la vida entera en una ficción, que está tan presente en todas las cumbres del género y que, sobre todo, preside el quehacer narrativo en el siglo de la novela -el XIX- es infrecuente en nuestra época, de novelistas parcos y tímidos a los que la idea de competir con el código civil o de pasear un espejo por un camino, como pretendían Balzac y Stendhal, parece ingenuo: ¿no hacen eso, mucho mejor, las películas?
87.
Laura había reptado sobre el cubrecama para sentarse contra el respaldo y abrazar sus piernas dobladas con los brazos
88.
Había calculado con acierto que también Esparta sentiría el efecto de las pérdidas de Tanagra y titubearía en abrazar su oportunidad mientras aún hubiera tiempo para aprovecharla al máximo
89.
Dicho de una persona: Abrazar, aparentar o afectar en su porte una profesión, condición o estado
90.
Le dije adiós al amante con la certeza de que no volvería a verlo y once horas después aterricé en Venezuela derrotada, sin equipaje y sin otros planes que abrazar a mis hijos y no soltarlos nunca más
91.
Pedro traicionó a su señor; Pablo no alzó su mano ni dijo nada ante la ejecución de Esteban, el primer mártir; María Magdalena fue amada por el Señor porque había amado intensamente; Agustín era un libertino y un hereje antes de abrazar la fe
92.
Pero al abrazar a Diana tenía la terrible sensación de estar abrazando a Margery
93.
Don le sonrió y abrió los brazos, invitándola a levantarse y dejarse abrazar
94.
—¿Y tú, mujer? ¿Estás dispuesta a abrazar la Luz del lord Dragón abandonando el pecado y la carne?
95.
—Intenta abrazar el Saidar —dijo Tuon arrastrando las palabras, con los ojos severos prendidos en Joline
96.
Aún no había logrado abrazar y aceptar el dolor como hacían los Aiel, pero notaba que estaba cerca de conseguirlo
1.
pecado manifestar cualquier expresión de alegría, de afecto, un abrazo, un beso
2.
Dejo todas las respuestas a los hechos y que se acerca a la mujer, abrazo y suavemente, cerrando los ojos, mis labios en su colina, mover la lengua para palpar los dientes y para fusionarla con su propia; envolver mis brazos alrededor de ese cuerpo con curvas y una emoción de placer a través de mi espalda
3.
Abrazo y beso entonces la mujer con el placer, como mi mano se desliza sobre su pecho
4.
Sólo creo en el abrazo de la tierra
5.
seguimos solos en el abrazo y en el recuerdo,
6.
El abrazo de sus compañeros
7.
Como en un abrazo
8.
grito desde el centro del abrazo
9.
Tampoco en el abrazo” – El
10.
Todo concluyó con un abrazo cordial y un espléndido regalo al sublevado, consistente en dos hermosos caballos que le trajo del Perú, una espada y una lanza con incrustaciones de oro, así como un equipo de campaña
11.
el cerco del abrazo con las piernas
12.
“¿No soy digno de un abrazo?” me preguntó mientras me abría los brazos
13.
Con la muerte de por medio,la una en la vida visible y la otra en la invisible, bien podría ser quelas dos mujeres se miraran de orilla a orilla, con intención y deseos dedarse un abrazo
14.
Lo recibió alegremente con un abrazo y un trago de ron pa’ el calor
15.
la abrazo a Carmen para hacérselosoltar, pero con la agitación y
16.
no te metas en lavaduras de suelo, y mientras nos vemos yte doy un abrazo recibe la bendición
17.
apretado abrazo y sonorosbesos
18.
Y ambos amigos confundiéronse en un cariñoso abrazo, mientras el pueblorepetía,
19.
el beso o el abrazo de reconciliación, forma protocolar de losarmisticios conygales?
20.
Con estas maldiciones hípicas y un abrazo se despide mi amiga Luisita,que tiene
21.
El abrazo que se dieron fue largo y apretado, sincero tal vez,
22.
—Ahora un abrazo por el rey legítimo de lasEspañas
23.
Las dos mujeres se estrechaban en un abrazo mudo, como si
24.
el bajo parapeto del puente, que durante un momentoestuvieron unidos en un abrazo
25.
despido de los compañeros, un abrazo al amigoque espera en la
26.
queriendounir en un abrazo de conciliación el pasado y el
27.
fuertes besos, un largo abrazo, un saludo para mí, yel padre
28.
Siglinda, estrechándose eneterno abrazo, formando un solo cuerpo como cuando los
29.
entre las bocas juntas y los pechos oprimidospor el abrazo, fue cuando Leonora
30.
se debatecontra un abrazo desesperado
31.
dos cabezasinclinadas hacia él, y los aproximó en un abrazo
32.
esto no bastaba, un abrazo
33.
uniéndolos en carnal abrazo
34.
furiosamente ambos enemigos, y rodandopor el suelo en mortal abrazo, llegaron al
35.
—¿Yo? Un abrazo muy apretado y un millón de besos
36.
confundieron en un estrecho abrazo, con unsentimiento de bienestar indefinible
37.
Dejó partir a Fernando solo, porque trataba de ocultarle su repentinoregreso, y en el muelle se despidieron con un abrazo cordial
38.
ocasión del abrazo de aquellossacrílegos amantes
39.
del abrazo en el Acuariohabría ocurrido en sueños
40.
apretando a la hija de sus entrañas conun abrazo y estrechando con la otra mano la del
41.
elcuerpo en estrecho abrazo y cubierto el rostro de besos
42.
El padre y el hijo se dieron un abrazo muy apretado y muy prolongado
43.
sellada conun abrazo fraternal; allí estaban las dos, hablando de
44.
sentado en el féretro, medio un abrazo y me besó paternalmente,
45.
que para tener el gusto de darte un abrazo
46.
—El padre y el hijo se estrecharon en un tierno abrazo con una efusión extraordinaria
47.
En este momento despertó el príncipe, le dió un abrazo y
48.
Un abrazo de la mujer con quien se ha criado en la casa paterna, un soloabrazo de su hermana, ha curado
49.
Sturm dio un abrazo a Tajanubes algo estirado, pero dictado por el corazón
50.
Los premios son tan sustanciosos, y los grupos de presión militares de países hostiles mantienen un abrazo mutuo tan siniestro, que al final el mundo descubre que se está deslizando hacia la destrucción definitiva de la empresa humana
51.
Y doña Celia y don Gerardo se sumarán en breve al abrazo
52.
Si nadie más, alienígena o humano, puede librarnos de este abrazo mortal, sólo nos resta una alternativa: por doloroso que resulte, tendremos que lograrlo nosotros mismos
53.
Los tres amigos permanecieron unidos por un momento en un abrazo mudo, ardiente y casi alegre
54.
Poco después, contemplaron en silencio el abrazo de Ben a su hermana, bajo la nieve
55.
Me despedí de Germán con un abrazo en el andén de la estación
56.
Cuando terminó, no faltaron quienes se levantaron para darles un abrazo a ambos, mientras la sala se llenaba del rumor de los susurros
57.
Por una puerta abierta veía su cama demasiado bien arreglada, con las sábanas mejores, las flores en el velador, mis pantuflas colocadas al lado de las suyas, como anticipación de un abrazo previsto, al que no faltaría la reconfortante conclusión de una cena delicada que debía estar dispuesta en alguna parte del departamento, con sus vinos blancos puestos a enfriar
58.
Un fuerte abrazo
59.
Desde luego no era un baño aromático en una suite de lujo de un hotel de Coruscant, pensó distraída mientras algo pequeño, azul e inofensivo le pasaba por los pies, pero después de haberse pasado días encima de un suubatar al sol, el abrazo cálido de la corriente era algo parecido al paraíso
60.
también en el último abrazo con el que se había despedido de su padre, orgulloso y conmovido de ver cómo su hijo dejaba a su espalda las fáciles y costosas distracciones de la juventud patricia para convertirse en un hombre
61.
Su abrazo azoró en cierto modo al centinela que avanzaba en su dirección a lo largo del camino de ronda
62.
-No desperdicies la luz que has recibido -concluyó el pescador y antes de que pudiera darme cuenta me dio un fuerte abrazo
63.
–Escribirás en cuanto llegues -fue la súplica de tía Gloria, acompañada de un beso y un abrazo
64.
Tenía la sensación de que necesitaba un abrazo después de la aparición de Niall
65.
Le devolví el abrazo a Sam
66.
Pero al año siguiente entró en la vida de Morrie un abrazo salvador: su nueva madrastra, Eva
67.
Mientras me separaba del abrazo con unas palmadas en la espalda de Tara, me di cuenta de que encontrármela allí era lo peor que podría haber pasado
68.
Esto era la libertad, el abrazo de la gravedad
69.
El abrazo de Vergara
70.
Casi inmediatamente Defarge saltó la barrera que lo separaba del viejo y lo estrechó en mortal abrazo, en tanto que su mujer, que lo había seguido, agarró una de las cuerdas que sujetaban al preso
71.
Me dio un abrazo
72.
Rhothomir le devolvió el abrazo mientras por encima de su cabeza buscaba con la mirada a Arilyn
73.
Yo permanecía rígido, en ese abrazo
74.
—Pero —dice, y antes de que siga lo abrazo con fuerza, riendo sobre sus labios
75.
Un abrazo emotivo, un abrazo extraño, de persona a persona, sin dinero de por medio, sin segundas intenciones, extraño
76.
Se arrancó bruscamente de su abrazo y sacando las pistolas del cinto se lanzó entre el humo de la pólvora
77.
Viéndose en brazos de Sun-Pao se ruborizó, después palideció y haciendo un esfuerzo para librarse de aquel abrazo, dijo:
78.
fundiéndose en un abrazo cariñoso
79.
Había historia, familiaridad e incluso, por sorprendente que resultara, compasión en aquel abrazo
80.
Se quedaron perdidos en el abrazo durante un largo rato
81.
Eragon cogió a Roran del antebrazo y lo atrajo para darle un fuerte abrazo
82.
-¡Dame un abrazo, hijo mío! Eres el más honrado de todos los monos y de todos los orangutanes de la Tierra
83.
después del primer abrazo los amantes pueden
84.
A pesar de la conmoción, Roran sólo pensaba en la mujer que tenía entre sus brazos y que le devolvía el abrazo
85.
Había perdido el miedo al abrazo de la muerte,
86.
Con lentitud y cierta torpeza, porque le temblaban las manos, abrió uno por uno los botones de su blusa y descubrió el hueco tibio de sus axilas, la curva de sus hombros, los senos pequeños y la nuez de sus pezones, tal como los había intuido al sentir su roce en la espalda cuando viajaban en la moto, al verla inclinada sobre la mesa de diagramación, al estrecharla en el abrazo de un beso inolvidable
87.
Los hombres asesinados yacían sobre las mujeres a las que habían tratado de proteger, las madres aún llevaban a sus hijos en brazos, y los amantes que habían intentado escudarse mutuamente descansaban en el frío abrazo de la muerte
88.
Jena, la esposa de Beyé-Dokou, se acercó a su marido, le dio un breve abrazo y le dijo unas palabras al oído
89.
Encontrar al compañero adecuado había sido una callada obsesión de Carmen en el pasado, cuando le faltaba hombre se le poblaban los sueños de fantasmas lujuriosos, necesitaba un abrazo firme
90.
Tensing estrechó a su discípulo en un fuerte abrazo
91.
Eragon sintió un miedo creciente y buscó a tientas la empuñadura de Brisingr en el momento en que Saphira se liberaba del abrazo del agua y empezaba a ascender
92.
Ambos se agarraron por los brazos y se estrecharon en un abrazo
93.
Catalina dejó la alforja en el suelo y ambas mujeres se dieron un abrazo violento y desesperado
94.
Catalina, que hubiera deseado que aquel momento se eternizara, sintió que Diego la tomaba por los hombros y la apartaba lentamente aflojando su abrazo y mirándola al rostro con atención
95.
Las caras compungidas de los hombres agrupados ante su puerta y el abrazo colectivo de las mujeres se lo confirmaron
96.
El pueblo de Lindos cerró filas en torno a la joven viuda y sus hijos, pero ese abrazo no podía sostenerlos por tiempo indefinido
97.
Después dormitaron en ca-liente abrazo cubiertos con las mantas y el abrigo de Susana, como un par de niños inocentes
98.
Tras estas palabras, como un solo hombre, los invitados se pusieron en pie alzando sus copas mirando a la presidencia en tanto el anfitrión y el coronel Kappel se daban un afectuoso y cómplice abrazo
99.
Los dos se abrazaron sin decir nada más, y el que sobrevivió recordó para siempre aquel abrazo, lo atesoró entre los instantes más preciosos de su vida, lo evocó con la codicia del avaro que recuenta sus monedas sin cansarse y volvió a vivirlo muchas veces, en los días más duros y en los mejores, entre el deslumbramiento del amor y el acecho de la muerte, entre la velocidad del infortunio y la lentitud de la prosperidad, entre el olor a miedo de los vagones de los trenes, el olor a miedo de las noches al raso y el inconsciente olvido del olor a miedo, y después, con las emociones y los deseos, con los domingos y los días laborables, con el calor del cuerpo de su mujer en noches de invierno muy arropadas y las risas de sus hijos que crecían sin el fardo agotador de su memoria, Ignacio Fernández Muñoz guardó siempre el recuerdo de aquel abrazo como un tesoro sin precio, el salvoconducto que le permitió seguir estando vivo, llegar a ser feliz en un mundo donde ya no existía su hermano Mateo
100.
En aquel instante estaba tan emocionado, tan enamorado de la mujer que las había dicho, que sólo pude besarla, abrazarla con fuerza y mantenerla pegada a mí, y eso era lo único que importaba, un todo que excluía el antes, el después, y cualquier otro concepto que sucumbiera a la vana ilusión de existir fuera de aquel abrazo