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    Usar "aceptar" en una oración

    aceptar oraciones de ejemplo

    acepta


    aceptaba


    aceptabais


    aceptaban


    aceptado


    aceptamos


    aceptan


    aceptando


    aceptar


    aceptas


    acepto


    aceptábamos


    aceptáis


    acepté


    1. AQUI el autor acepta y es muy claro en afirmar, que el hombre SI puede controlar el dominio de la mente de otros hombres, a través de la sugestión, PERO el autor expresa: JAMAS el hombre podrá influir, modificar, controlar u orientar al espíritu, porque el cerebro del espíritu llamado discernimiento, NO tiene ninguna conexión o comunicación con la mente, ni el cuerpo


    2. veces se llega a un compromiso y acepta acariciarla y nutrirse de ella tan sólo por el


    3. acepta con gusto dar en Toledo, pues es un enamorado de la ciudad y de su historia


    4. circunstancia y lo acepta, sabiendo que es una prueba, la de la discapacidad física o


    5. semejante y sólo es entendible si se acepta la existencia de la reencarnación


    6. " Reno, seguro de sus posibilidades, acepta de buen grado


    7. - Finalmente, acepta la norma extraña como propia y todo ello no porque ha arribado a una idea mejor, porque ha comprendido argumentos y se ha convencido a través de ellos, sino porque la exclusividad con que se informó y debatió sobre las desviaciones respecto a la norma lo han conducido a la impresión de lo normal se ha tornado en una excepción


    8. lugar de juzgarla, la acepta por lo que es, de manera que entra a estar conscientemente en consonancia con


    9. ) Acepta, hijo, acepta la invitaciónde esa señora


    10. nula Ho y se acepta la hipótesis de la investigación H

    11. la presentación del material de estudio no influya en el aprendizaje y se acepta


    12. Por eso acepta la situación más dura que se le pueda presentar a un hombre: doblegar su orgullo en sumo grado y presentarse en su casa como un mendigo vestido con harapos y no como el rey que es


    13. Por eso acepta someterse a todas las humillaciones que le procuran los Pretendientes


    14. Por eso acepta la terrible batalla para matarlos a todos con la ayuda de Atenea, de Telémaco, de Eumeo el porquerizo y de Filetio el boyero


    15. Dios te ha puesto en sus manos; acepta lo que Dios te da, y Él


    16. desupersticiones y que acepta con buena gracia los postulados biológicos,trazará una vía ancha, en


    17. bellaquerías del vulgo de los mortales y en lautilidad que proporcionan: no acepta jamás, sino en sentido irónico y deburla, la picaresca sentencia de la fábula:


    18. que acepta, y sobre la cualen cierto modo, hace estribar su edificio


    19. Creo que en el momento que acepta el


    20. los juegos inocentes delos niños que custodia, acepta la vigilia

    21. Quiroga acepta con ardor, encamínase a laciudad, la toma, prende a los


    22. una veztoma carrera hacia delante, lo acepta todo, lo defiende todo, sin otracondición que la de


    23. Barriobero acepta el encargo y los cuatro duros, y escribió la


    24. —¿Y para la que no acepta la resignación?


    25. Acompaña aNélida por todo el buque, y ella lo acepta como una


    26. OBRA OLA PRESTACIÓN, USTED ACEPTA Y CONSIENTE LAS


    27. El almacenero acepta complacido la comisión, y al otro día le


    28. Recibe las piadosas ofrendas del pobre; acepta el fulgor de esas luces de aceite, que palidecen


    29. Al cumplirel año se hace la liquidación del importe total de los trabajos, delos obsequios y del valor de todo lo comible y bebible, que ha llevadoel pretendiente, y este se prepara á recibir su sentencia, pues alconcluir el servicio se resuelve en definitiva si se le acepta ó no


    30. Es un inconformista y un idealista que no acepta compromisos… Tras su apariencia risueña y verbo fluido, se oculta un carácter bien templado

    31. Por favor, por el amor de tu nombre, acepta la expiación de los pecados, de las faltas, de las iniquidades de que tu pueblo, los hijos de Israel, se ha hecho culpable ante ti, porque está escrito en la ley de tu servidor Moisés: En este día tendrá lugar la expiación que os debe purificar de vuestros pecados ante el Eterno"


    32. a estos y otros intentos parecidos, osados e insolentes, a estas paradojas prodigiosas deben seguir las correspondientes inferencias, si se acepta lo que


    33. La directora acepta la petición que las reclusas hicieron en su día, las prendas que confeccionen podrán entregarlas a sus familiares


    34. —¿Qué ocurre cuando acepta por entero a alguien?


    35. Cuando el ayudante acepta, mata al hombre allí mismo, y mientras está muerto le enseña


    36. El año 1957, el Círculo de Periodistas acepta como socios cooperadores a los alumnos de segundo, tercero y cuarto año, permitiéndoles hacer uso de algunos de los servicios sin pagar cuotas


    37. No comprendo cómo el Adelantado, en oportunidad impar de fundar una villa fuera de la Época, se echa encima el estorbo de una iglesia que le trae el tremendo fardo de sus cánones, interdictos, aspiraciones e intransigencias, teniéndose en cuenta, sobre todo, que no alienta una fe muy sólida y acepta las misas, preferentemente cuando se dicen en acción de gracias por peligros vencidos


    38. Lo digo a Rosario, que acepta mi propósito con alegre docilidad, como siempre recibirá la voluntad de quien reciba por varón


    39. Se tiene miedo a la reprimenda, miedo a la hora, miedo a la noticia, miedo a la colectividad que pluraliza las servidumbres; se tiene miedo al cuerpo propio, ante las interpelaciones y los índices tensos de la publicidad; se tiene miedo al vientre que acepta la simiente, miedo a las frutas y al agua; miedo a las fechas, miedo a las leyes, miedo a las consignas, miedo al error, miedo al sobre cerrado, miedo a lo que pueda ocurrir


    40. Según declararía Tejero en el juicio, la recurrencia de las palabras monarquía y democracia en el discurso del general lo escama (no lo escama en cambio que Armada vaya a presidir el gobierno: lo sabe desde hace tiempo y da por hecho que será un gobierno militar); Tejero, sin embargo, no pide explicaciones, ni mucho menos protesta: Armada es un general y él sólo un teniente coronel y, aunque en su fuero interno Milans sigue siendo el líder del golpe porque es el jefe a quien admira y a quien se siente de verdad vinculado, el capitán general de Valencia ha impuesto a Armada como líder político y Tejero lo acepta; además, no es monárquico pero se resigna a la monarquía, y está seguro de que en labios de Armada la palabra democracia es una palabra hueca, una mera pantalla con que ocultar la realidad descarnada del golpe

    41. De manera que Armada acepta la proposición de Milans, pero, para no delatar su complicidad con el general sublevado ante los generales que lo rodean en el Cuartel General del ejército -a quienes ha ido repitiendo frases escogidas de su interlocutor-, públicamente la desecha de entrada: como si jamás hubiese pasado por su cabeza la ambición de ser presidente del gobierno y jamás hubiese hablado de ello con Milans, muestra su sorpresa ante la idea y la rechaza con escándalo, gesticulando mucho, formulando objeciones y escrúpulos casi insuperables; luego, lentamente, sinuosamente, finge ceder a la presión de Milans, finge dejarse convencer por sus argumentos, finge entender que no hay otra salida aceptable para Milans y para los capitanes generales de Milans o que ésa es la mejor salida o la única salida, y al final acaba declarándose dispuesto a realizar el sacrificio por el Rey y por España que se exige de él en aquella hora trascendental para la patria


    42. Entretanto han llegado al Cuartel General del ejército noticias de que Tejero desea o acepta hablar con Armada, y en la Zarzuela surgen voces partidarias de permitir la gestión del antiguo secretario real -si fracasa, habrá fracasado él; si triunfa, al menos pasará el peligro de un baño de sangre-, pero lo que hace que Armada vuelva a hablar con la Zarzuela es el regreso al palacio de Buenavista del general Gabeiras, jefe del Estado Mayor del ejército


    43. Sea como sea, en este punto el teniente coronel estalla: él no ha asaltado el Congreso para entregarles el gobierno a socialistas y comunistas, él no ha dado un golpe de estado para que gobierne España la Antiespaña, él no piensa coger un avión y marcharse como un fugitivo mientras se organiza a su costa ese enjuague ignominioso, él sólo acepta una junta militar presidida por el general Milans


    44. Milans le repite a Tejero los argumentos de Armada: la única solución es un gobierno de unidad para todos y un exilio temporal para el teniente coronel y sus hombres; Tejero le repite a Milans sus propios argumentos: el exilio es una salida indigna, un gobierno de socialistas y comunistas no es ninguna solución, no acepta más solución que una junta militar presidida por él, mi general


    45. Bardone acepta el trato y es trasladado a una prisión saturada de presos antifascistas


    46. FlorSilvestre: La Iglesia católica acepta las anulaciones, Insegura


    47. —Si el Emperador lo acepta, significa que es cierto, mi señor


    48. —Que el conde no acepta la comida en casa del señor de Morcef


    49. Una cosa: si no trae los exámenes, será señal de que acepta que su hermano ha desaparecido


    50. Y si acepta, será por voluntad propia














































    1. aceptaba opiniones diferentes a la


    2. Y así, entre el que no aceptaba el derecho de patria para quienes profesaban ideas federalistas y el que tenía el corazón de tigre para los que no las compartieran, se dividió no solo la Convención, sino también la opinión nacional


    3. Aceptaba tal condición de manera natural, tal como lo hacían sus tres compañeras y pidió reiteradamente consejo a Julieta en todo lo relativo al sexo, aprovechando su experiencia como puta


    4. Ya le había dicho aVillalonga que aceptaba con la condición de que no le pondría veto a lapersecución y exterminio de los pillos


    5. La directora entendió que aceptaba


    6. Sin embargo, las aceptaba, y cien veces que hubiera sido


    7. Bueno; aceptaba su invitación porque le creía un joven formal y honrado


    8. El millonario aceptaba silenciosamente la opinión de su


    9. Su esposa aceptaba


    10. no aceptaba, heríala a un tiempo en su vanidad y en suamor, y

    11. Aceptaba hasta una catástrofe con lacondición de que ella


    12. No ignora que lo aceptaba todo,las privaciones, las estrecheces,


    13. en las opiniones queuna vez aceptaba, y desconocedor de los asuntos mundanos


    14. aceptaba, quién sabe hasta qué punto, los regalos y el amor de unrival dichoso


    15. En cambio, ella aceptaba con delicia los


    16. corriente, aceptaba las bromas, y lasde volvía, procurando, por supuesto, que no


    17. setimaba con él en el teatro y el paseo, sino que aceptaba las flores quea menudo le


    18. lellamaban borrego por la servil paciencia con que aceptaba todas lasinjusticias y


    19. Maltrana aceptaba esta cándida afirmación de la muchacha


    20. lo aceptaba todo por adelantado: no había sido en sutiempo

    21. Aceptaba ciegamente todas lasafirmaciones de su hermana


    22. hermana, que aceptaba con gusto estealejamiento de las


    23. con ungesto de indiferencia dió á entender que aceptaba los


    24. Aceptaba las explicaciones moviendo la cabeza con gesto de


    25. El viejo aceptaba las


    26. aceptaba todas lasexplicaciones del retratista de almas


    27. Con la sonrisa beatífica de los fumadores de opio, aceptaba la


    28. aceptaba, con ladelectación de un placer nuevo


    29. consolaba, que en su edad las penasno abren surco profundo en el corazón, y aceptaba


    30. aceptaba una copa, y luego otra, y al pocorato todo el ejército movíase con las filas

    31. Vázquez lapretendía, ella lo aceptaba


    32. aceptaba vi a un bombero, en el paraíso,que se sacaba el


    33. En el fondo, Otik era un sentimental y aceptaba de buen grado la presencia de Kitiara, sabedor de que los ratos que pasaba allí eran un esparcimiento para la joven y una manera de escapar del ambiente opresivo de su casa debido a la enfermedad de Rosamun


    34. Se dice que propuso quemar todas las obras de Demócrito (formuló una recomendación semejante para las obras de Homero), quizás porque Demócrito no aceptaba la existencia de almas inmortales o de dioses inmortales o el misticismo pitagórico, o porque creían en un número infinito de mundos


    35. El había estado tan seguro… Sus caricias y su beso le habían hecho sentir con claridad que ella lo aceptaba, o al menos eso fue lo que supuso


    36. Le dije que no quería discutir ni hacer preguntas estúpidas, pero si aceptaba la idea de que era posible perder mi cuerpo, perdería toda mi racionalidad


    37. Como Milans, Tejero soñaba con una utopía de España como cuartel-un lugar radiante de orden, fraternidad y armonía regulado por los toques de ordenanza bajo el imperio radiante de Dios-; la diferencia es que Milans aceptaba la conquista gradual de la utopía mientras que Tejero aspiraba a realizar la revolución de inmediato


    38. Esa medida era el límite que los militares habían puesto a la reforma y que Suárez había parecido aceptar o les había hecho creer que aceptaba; tal vez en principio la aceptó de veras, pero, conforme se imbuía de su personaje de presidente democrático sin democracia y se impregnaba de las razones de una oposición que lo empujaba desde la calle con movilizaciones populares y le forzaba a llegar mucho más lejos de lo que había previsto en el camino de la reforma, Suárez comprendió que necesitaba al partido comunista tanto como el partido comunista lo necesitaba a él


    39. La sociedad entera aceptaba que la vida de los camarógrafos, por algún motivo, era demasiado valiosa para hacerle correr el menor riesgo


    40. Y el perro debía obediencia y afecto al hombre, y el hombre aceptaba que fuese su única preocupación

    41. Cuando hablaba de Francia decía «nuestra patria» y aceptaba por anticipado los sacrificios que esa patria podía pedirle («Tu padre murió por la patria», le decía a Jacques


    42. Aceptaba la necesidad de autorreformarse para encajar con la nueva China (de hecho, acababa de escribir un poema que versaba sobre la necesidad de enfrentarse en el futuro al desafío de «la tormenta de arena»), pero también ansiaba más ternura y comprensión personal, y se sentía resentida por el hecho de que mi padre no se los proporcionara


    43. Y ahora estaba allí, seco al sol, enseñando a Gacel una lección que Gacel aceptaba


    44. La totalidad de mi ser aceptaba el hecho de que me encontraba, al menas de una cierta manera, en Suiza, en el mes de mayo de 1816


    45. Conforme con una clásica intimidad entre el hombre y el medio ambiente, se aceptaba en la Administración que los sucesos del cosmos estaban relacionados con las conductas humanas y también con el capricho de los dioses


    46. Montecristo se inclinó sin responder, aceptaba la proposición sin entusiasmo y sin pesar, como una de esas conveniencias de sociedad de que todo hombre de educación se hace un deber


    47. No obstante, Foxfire no sentía en absoluto la calma que aparentaba, ni tampoco aceptaba las muertes de su gente con resignación


    48. Crake y del capitán Wain, pues aceptaba hasta cierto punto la posibilidad o probabilidad de su culpa


    49. Poirot bajó la cabeza en señal de que aceptaba la explicación


    50. En lugar de ello, sin embargo, aceptaba con orgullo y reserva el lugar que él quería que ocupase













































    1. Simplemente he venido hasta aquí para saber si aceptabais la oferta de Arghun, sobre la cual insistió el Gran Kan


    1. Pero la miseria de los nómadas es que aceptaban con dignidad y orgullo, de la que las costumbres y métodos estrictos, constituyen la característica principal


    2. Aceptaban ser culpables y por


    3. delos padres que aceptaban sin protesta el amancebamiento á


    4. Los industriales del país, que sólo aceptaban alianzas congente de dinero, habían


    5. evangélica, aceptaban en los capítulos de paces lacondicion de conservar á los


    6. en uncortijo, si es que le aceptaban viéndole entrado en años y


    7. casas de los ricos, aceptaban ensilencio el inaudito castigo


    8. Todos estos americanos aceptaban con despectivo silencio el acordeón ylos bailes de


    9. Allen no sabía, no tenía certificados, y los skippers no le aceptaban


    10. alcoholizados y taciturnos, que aceptaban ácualquier precio el

    11. Anfitrita y lasnereidas sólo aceptaban en sus altares frutos de la


    12. comenzaron a ir casisiempre con acompañamiento; segura ya de que se aceptaban los


    13. aceptaban la holgazanería completa, dedicándose a hablar y amanejar el abanico


    14. El rey les había prometido que serían libres si aceptaban hacer esas confesiones


    15. Y comprendí que lo que ella sentía y soportaba, lo soportaban y sentían también las demás, y, compartiéndolo con ella, lo aceptaban


    16. Constantinopla sería por siempre la ciudad del Sultán, de los jenízaros y el islam triunfante; aunque también de ellos, recogidos en una parcela que les correspondía por derecho propio y así parecía que lo aceptaban todos los demás


    17. Tampoco era consciente de que en Occidente no resultaba fácil obtener información acerca de China, que ésta era malinterpretada en su mayor parte y que personas que no contaban con experiencia alguna del régimen chino aceptaban su propaganda y su retórica al pie de la letra


    18. Como es lógico, a los incondicionales del viejo templo les parecían demasiado cosmopolitas, y debió de haber sido fácil acusarlos de «doble lealtad» cuando aceptaban tener un templo de Zeus en el lugar en el que los altares humeantes y sangrientos solían propiciar la voluntad de la adusta deidad de antaño


    19. Pero se sintió aliviado al ver que el gobernador y el secretario aceptaban


    20. Sus anfitriones observaban aquellos bienes de dudosa utilidad con una sonrisa cortés y aceptaban comprarlos para no ofenderlo, pero muchos no tenían cómo pagarle, porque rara vez disponían de dinero

    21. Por eso se alistó en el Quinto Regimiento, y se enorgulleció de que lo admitieran porque allí no aceptaban a todo el mundo


    22. Estaban tan seguros de su causa, tan convencidos del valor incontrovertible, universal, de las ideas que defendían, que aceptaban a los recién llegados con una hospitalidad casi evangélica y la certeza de que su adhesión era sincera de puro inevitable, porque nadie capaz de pensar, de sentir, de contemplar la realidad con justicia, podría optar honestamente por un camino distinto


    23. Los vendedores aceptaban el trato con el fin de obtener otras oportunidades como era comerciar, en aquella importante feria, en condiciones ventajosas


    24. Dentro de estas amplias misiones, a los regimientos a menudo se les asignaba una misión clave del día o zadacha dnia, cuyos objetivos tenían que ser cumplidos en un plazo determinado y no se aceptaban excusas


    25. Mientras tanto, Donald se sentó a esperar que el Norte acepta ra su invitación… y, si la aceptaban, todavía le faltaría saber si Schneider lo consideraría el acto de un cobarde o el de un Salvador


    26. Eso no era cierto, pero siempre resultaba una buena disculpa que los padres aceptaban de buen grado


    27. Se debía en parte, y él lo sabía, a su creciente respeto por quienes lo rodeaban, a su admiración por la competencia bien intencionada, por la prontitud con que aceptaban los riesgos bien calculados, cosa que los había capacitado, no sólo para sobrevivir en ese mundo hostil y descorazonador, sino también para sentar las bases de la primera cultura extraterrestre


    28. En Pledelingen les dieron cuanto podían necesitar; el pueblo corría por todas partes, les regalaban cuanto deseaban y ellos lo aceptaban con honor, así sucedió en todos los sitios


    29. Por todos los barrios, por todos los clubs, por todos los círculos corría una noticia, que muchos suponían increíble, por lo disparatada, y otros aceptaban con resignación como una nueva prueba de los desaciertos y traiciones del Ministerio


    30. Sin darse cuenta, su padre y tío aceptaban gradualmente la superioridad del inferior, la grandeza del pequeño, y no se sentían humillados por ello

    31. Sin embargo, muchos consulta no pasaban por las asambleas de las tribus y se aceptaban como ley


    32. Nada podía impedir que un caballero que reuniera los requisitos económicos para ser senador ingresase en el Senado si se producía una vacante y los censores lo aceptaban; el hecho de que, en general, no aspirasen a entrar en él, se debía simplemente a la predilección de los caballeros por el comercio y los negocios, cosa que a los senadores les estaba vedada


    33. Si su padre y su madre aceptaban la invitación, la única objeción de Isabel para consentir su unión se vendría por tierra


    34. –En el pasado, los europeos aceptaban la certificación de la FAA para un modelo nuevo de aeronave, puesto que los requisitos para conseguir dicha certificación eran muy estrictos


    35. Las naciones que escuchaban los halagos de Egipto y aceptaban su oro descubrían invariablemente que, en los momentos decisivos, cuando se trataba de combatir, la ayuda egipcia no se encontraba en ninguna parte o era, a lo sumo, inadecuada


    36. Otorgaría a los judíos completa libertad religiosa si aceptaban la soberanía política seléucida


    37. Los sabios que realizaron esa tarea y tomaron la decisión final sobre la forma exacta de los libros que aceptaban se llamaron a sí mismos «masoretas»


    38. Aceptaban la gloria de aquel título del mismo modo que ella


    39. Hemos calado más hondo, y hemos descubierto que algunas de las "leyes", por ejemplo las de la lógica aristotélica, que aceptaban en su razonamiento pueden ser reemplazadas con ventaja por otras, puras convenciones, en nuestros ensayos para relacionar nuestras experiencias


    40. Se suponía que lo había sucedido el profesor Rabbani, pero como era tayiko los pastunes no lo aceptaban

    41. Por contra, don Ciro hablaba dulcemente, con una reflexiva, cálida ternura, de un Dios próximo y misericordioso, y de la justicia social y de la justicia distributiva y de la justicia conmutativa, pero ellos apenas entendían nada de esto y si aceptaban aquellas pláticas era únicamente porque a la salida de la iglesia, durante el verano, don Antero, el Poderoso, y el Mamel, el hijo mayor de don Antero, se enfurecían contra los curas que hacían política y metían la nariz donde no les importaba


    42. Cuando los hombres aceptaban ese hecho, tal y como habían tenido que hacer en la guerra, se llevaban de maravilla con él


    43. Por entonces yo envidiaba a aquellos de mis compañeros que renegaban de sus padres y, con ellos, de toda la generación de los asesinos, los mirones y los sordos, de los que toleraban y aceptaban a los criminales; de ese modo, si no se libraban de la vergüenza, por lo menos podían soportarla mejor


    44. Cuando eran apresados por los ingleses, los Thugs aceptaban su suerte con resignación


    45. Los exploradores del M'Hael decían que aceptaban a todos los que encontraban, pero entonces ¿por qué la mayoría de los que traían tenían una actitud tan colérica, tan inquietante?


    46. Si no aceptaban la paz por voluntad propia, al parecer tendrían que aceptarla a la fuerza


    47. Que él supiera, el compromiso de secretismo de la Cofradía nunca había sido violado, pero aceptaban sobornos


    48. ¿Pero no eran estas prósperas personas los principales representantes de la sociedad civilizada, una clase media estable y creciente capaz de disfrutar de los productos del trabajo de la sociedad en paz y libertad? ¿No era éste el público que él mismo tanto aspiraba a frecuentar, induciéndole a apreciar más la condición humana a través del contacto con sus propias habilidades médicas? ¡Qué obtusos eran! Con qué facilidad aceptaban los valores de la escuela, la Iglesia o las instituciones


    49. »Eso era lo que él aconsejaba y ellos aceptaban, tras unos instantes de silencio, con murmullos, rechazos, gritos de impaciencia


    50. Este noble dictado y la coincidencia de que por esos días notificáronle a Ripoll en el ministerio que su submarino no ofrecía las condiciones apetecibles y no se lo aceptaban a precio ninguno, ni regalado, sumieron al ingeniero en negra melancolía que hubo de disimular en lo profundo para no incurrir en la pena de suspensión de víveres, que, regularmente, le infligiría doña Nicasia al percatarse, si se percataba, de que con la resolución ministerial ella perdía su dinero y la esperanza de juntarse con él ni en el Día del Juicio












































    1. He aceptado la desdicha por no doblegarme alenvilecimiento, y, huyendo de reconocerme perjuro, he parado en serapóstata


    2. No son obligadas, sino que ellas mismas han aceptado la sugerencia de los guías


    3. Aquel marido aceptado en un arrebato de ira, sí no llegó a inspirarlaamor mereció la tierna


    4. fidelidad y obediencia, que habia aceptado la apelacion por parte de los pueblos, que mandaba se


    5. El tío Manolillo había aceptado la situación


    6. por quéMargarita había aceptado la herencia de aquella que bien


    7. Y cuando se había aceptado como medida prudente el matar á estosintrusos, que se presentaban de tarde en tarde, con la regularidad deuna epidemia, llegaba el último Hombre-Montaña, y el Consejo


    8. Que había aceptado de mil amores, pero


    9. han aceptado con lealtad y entereza


    10. muchaspersonas eran de parecer que él, Antonio Pérez,debiera haber aceptado la pensión de

    11. aceptado permanecer un solosegundo más en aquella situación


    12. Anteshubiese aceptado el implacable desdén de este


    13. Y al no haber él aceptado la iniciación ni hecho el


    14. Si los padres hubiesen aceptado por sí mismos, tal vezles habría juzgado


    15. ) han aceptado la condicion, y trabajan


    16. El proyecto fue aceptado, yel


    17. ¿no la aceptaría usted? Confiese quesí, que la habría aceptado


    18. instante en que había aceptado semejante comisión


    19. solidaridad de clase había aceptado en los últimosaños todas las


    20. bulliciosa Chichílo bautizó con un apodo, aceptado por la

    21. Freya había aceptado su invitación con un entusiasmo de


    22. Recuerdeque he aceptado su convite con la condición de que me


    23. que habeis recibido, ú otro evangelio del quehabeis aceptado, [lo] sufrierais bien


    24. aceptado la idea del crimen


    25. Personalmente estoy encantada de que haya aceptado dirigir el programa


    26. Y Jesús había aceptado el pacto,


    27. El Estado no deberá, por tanto, aceptar entre sus miembros sino a quienes adhieran a ese credo moral y social, y castigará con las mayores penas, incluso la de muerte, a quienquiera, tras haberle aceptado, renegare de él verbalmente o con su conducta


    28. No habría aceptado dinero si me lo hubieran ofrecido


    29. Parecía un hombre que hubiese abandonado apaciblemente el torbellino de la vida mundana; no me miró, ni levantó la vista una sola vez, ni notó mi mirada ardiente fi­ja en él, sino que permaneció absolutamente inmóvil, como quien ha aceptado serenamente la derrota y la muerte


    30. Desde el punto de vista político Cortina era hacia principios de los años ochenta un militar de fidelidad monárquica que, aunque cuatro años atrás había aceptado sin reticencias el sistema democrático, ahora pensaba como buena parte de la clase política (y a diferencia de Calderón, atado a la lealtad de Gutiérrez Mellado) que Adolfo Suárez había hecho malla democracia o la había estropeado, que el sistema había entrado en una crisis profunda que amenazaba la Corona, y que la mejor forma de sacarla de esa crisis era la formación de un gobierno de coalición o concentración o unidad en torno a un militar de las características del general Armada, a quien Cortina conocía bien y a quien además se hallaba unido a través de su hermano Antonio, que mantenía una buena amistad con el general y que había continuado su carrera política en las filas de la Alianza Popular de Manuel Fraga; desde el punto de vista técnico, desde el punto de vista de su quehacer en el espionaje, nada define mejor a Cortina que la propia naturaleza de la AOME

    31. Todos ellos eran franquistas: todos habían hecho la guerra con Franco, casi todos habían combatido en la División Azul junto a las tropas de Hitler, todos se adscribían ideológicamente a la ultraderecha o mantenían buenas relaciones con ella, todos habían aceptado la democracia por sentido del deber y a regañadientes y muchos consideraban que la intervención del ejército en la política del país era hacia 1981 indispensable o conveniente


    32. No fue el único anuncio de este tipo que a lo largo de la noche hicieron los rebeldes desde la tribuna de oradores: en un determinado momento un oficial les leyó a los parlamentarios el bando de guerra promulgado por Milans en Valencia; en otro, un guardia civil les leyó novedades favorables a los golpistas transmitidas por agencias de prensa; en otro, poco antes ya de la medianoche, Tejero proclamó que varias regiones militares -la II, la III, la IV y la V- habían aceptado a Milans como nuevo presidente del gobierno


    33. Aunque Milans y Gutiérrez Mellado se conocían desde hacía mucho tiempo, la animosidad de Milans no tenía un origen remoto; nació en cuanto Gutiérrez Mellado hubo aceptado integrarse en el primer gobierno de Suárez y creció a medida que el general se convertía en el aliado más fiel del presidente y trazaba y ponía en práctica un plan cuyo objetivo consistía en terminar con los privilegios de poder concedidos por la dictadura al ejército y en convertir a éste en un instrumento de la democracia: Milans no sólo se sintió personalmente postergado y humillado por la política de ascensos de Gutiérrez Mellado, quien hizo cuanto pudo por apartarlo de los primeros puestos de mando y ahorrarle así tentaciones golpistas; parapetado en sus ideas ultraconservadoras y en su devoción por Franco, también padeció como una injuria que Gutiérrez Mellado pretendiera desmantelar el ejército de la Victoria, al que él consideraba el único garante legítimo del legítimo estado ultraconservador fundado por Franco y en consecuencia la única institución capacitada para evitar otra guerra (como la ultraderecha, como la ultraizquierda, Milans era alérgico a la palabra reconciliación, a su juicio un simple eufemismo de la palabra traición: varios miembros de su familia habían sido asesinados durante la contienda, y Milans sentía que un presente digno no podía fundarse en el olvido del pasado, sino en su recuerdo permanente y en la prolongación del triunfo del franquismo sobre la república, lo que valía tanto para él como el triunfo de la civilización sobre la barbarie)


    34. Ese propósito definido por Armada y aceptado por Milans fue el que dominó una reunión celebrada ocho días más tarde en el domicilio madrileño del ayudante de campo del capitán general de Valencia, en la calle General Cabrera; a ella asistieron, convocados por el propio Milans, varios generales en la reserva -entre ellos Iniesta Cano-, varios generales en activo -entre ellos Torres Rojas- y varios tenientes coroneles -entre ellos Tejero-; en cambio, fiel a una estrategia consistente en no hablar nunca del golpe en presencia de más de una persona y en buscar coartadas para cualquier movimiento hipotéticamente comprometedor (de ahí que siempre hablara a solas con Milans y que siempre acudiera a Valencia en compañía de su esposa y con el pretexto de resolver asuntos privados), Armada puso una excusa de última hora y no asistió al cónclave


    35. La más tenaz fue elaborada y propagada por los golpistas de cara al juicio por el 23 de febrero y afirma que la Zarzuela retuvo el mensaje real hasta conocer el resultado de la entrevista entre Armada y Tejero y que sólo autorizó a que se emitiera por televisión cuando supo que el general había fracasado; también afirma que, si Armada no hubiese fracasado, si Tejero hubiese dejado que el general negociase con los diputados y éstos hubiesen accedido a formar con él un gobierno de unidad para dar salida al golpe, el Rey hubiese aceptado el acuerdo, su mensaje no se hubiese emitido y el golpe hubiese triunfado con su beneplácito: a fin de cuentas, con el gobierno de unidad presidido por Armada y respaldado por el Congreso el Rey conseguía lo que buscaba cuando le encargó a Armada el golpe


    36. Hasta aquí lo verificable; luego está lo inverificable: ¿qué hubiera ocurrido si Armada hubiera podido negociar con los parlamentarios la creación de un gobierno de unidad? ¿Lo hubieran aceptado? ¿Lo hubiera aceptado el Rey? El plan de Armada puede parecer inverosímil, y tal vez lo era, pero la historia abunda en inverosimilitudes y, como recordaba aquella noche Santiago Carrillo mientras permanecía encerrado en la sala de los relojes del Congreso, no hubiese sido la primera vez que un Parlamento democrático cede al chantaje de su propio ejército y presenta esa derrota como una victoria o como una prudente salida negociada -temporal, tal vez insatisfactoria pero imperiosa- a una situación límite: Armada tuvo siempre presente que veinte años atrás, poco antes de que él se instalara en París como estudiante de la Escuela de Guerra, el general De Gaulle había llegado de una forma parecida a la presidencia de la república francesa, y sin duda pensó que el 23 de febrero podría adaptar a España el modelo De Gaulle para dar un golpe encubierto


    37. Sea cual sea la respuesta que se elija dar a esa pregunta, una cosa me parece indudable: de haber aceptado los líderes parlamentarios las condiciones de Armada, el mensaje real no hubiese representado ningún obstáculo para que se cumpliesen, porque ni una sola de sus frases rechazaba que el gobierno presidido por Armada pudiera convertirse en el expediente de circunstancias del retorno al orden constitucional violado con el asalto al Congreso o porque el perímetro de las palabras del Rey tenía la suficiente amplitud para abarcar, si hubiese sido preciso, la solución de Armada


    38. Estas palabras -pronunciadas por un monarca enfundado en su uniforme de capitán general y con el rostro transfigurado por las horas más difíciles de sus cuarenta y tres años de vida- son una palmaria declaración de lealtad constitucional, de apoyo a la democracia y de rechazo del asalto al Congreso, y así fueron interpretadas cuando el Rey las pronunció y han sido interpretadas desde entonces; la interpretación me parece correcta, pero las palabras tienen amo, y es evidente que, si Armada hubiese conseguido pactar con los líderes políticos el gobierno previsto por los golpistas y presentar como solución al golpe lo que era en realidad el triunfo del golpe, esas mismas palabras hubieran continuado significando desde luego una condena de los asaltantes del Congreso, pero hubieran podido pasar a significar un espaldarazo para quienes, como Armada y los líderes políticos que hubieran aceptado formar parte de su gobierno, habían conseguido terminar con el secuestro de los parlamentarios y restaurar así la legalidad y el orden constitucional quebrantados


    39. —Bien —añadió dirigiéndose a Ellie—, ahora que todos nos conocemos y hemos aceptado las condiciones que regirán en el futuro, me gustaría mantener una breve entrevista con tu marido


    40. El teniente coronel Fuentes era un oficial destinado en la División de Inteligencia Exterior del Cuartel General del ejército a quien unía una antigua amistad con Pardo Zancada: ambos habían trabajado a las órdenes de San Martín en el servicio de inteligencia del almirante Carrero Blanco, ambos formaban parte del comité de redacción de la revista militar Reconquista y ambos compartían ideas radicales; aquella noche Pardo Zancada y él habían hablado por teléfono en varias ocasiones, arengándose mutuamente, pero hacia las ocho de la mañana Fuentes ya había aceptado que la permanencia de su amigo en el Congreso carecía de sentido y decidió solicitar el permiso de sus superiores para hablarle e intentar que desistiera

    41. Diecisiete horas y media de vejaciones en el hemiciclo del Congreso fueron un correctivo suficiente para la clase política, que pareció encontrar una súbita madurez forzosa, aparcó por un tiempo las furiosas rencillas intrapartidarias y la furiosa rapacidad de poder que habían servido para crear la placenta del golpe, dejó de especular con turbias operaciones de ingeniería constitucional y no volvió a mencionar gobiernos de gestión o concentración o salvación o unidad ni a involucrar de ningún modo al ejército en ellos; no menos duro fue el correctivo para la mayoría del país, la que había aceptado con pasividad el franquismo, se había ilusionado primero con la democracia y luego parecía desengañada: bruscamente se evaporó el desencanto y todos parecieron redescubrir con entusiasmo las bondades de la libertad, y quizá la mejor prueba de ello es que año y medio después del golpe una mayoría desconocida de españoles decidió que no habría reconciliación real entre ellos hasta que los herederos de los perdedores de la guerra gobernasen de nuevo, permitiendo una alternancia en el poder que acabó de amarrar la democracia y la monarquía


    42. Oscuras querellas dividían a veces a la familia, y a decir verdad nadie hubiera sido capaz de desentrañar los orígenes, sobre todo porque, como nadie tenía memoria, ya no se recordaban las causas, limitándose a mantener mecánicamente el efecto rumiado y aceptado de una vez por todas


    43. En general, sin embargo, este castigo era aceptado sin amargura, primero porque casi todos recibían golpes en sus casas y el correctivo les parecía un modo natural de educación, y después porque la equidad del maestro era absoluta, se sabía de antemano qué infracciones, siempre las mismas, acarreaban la ceremonia expiatoria, y todos los que franqueaban el límite de las acciones que sólo merecían una mala nota sabían lo que arriesgaban, y que la sentencia se aplicaba tanto a los primeros como a los últimos, con una equidad entusiasta


    44. -Mientras compartía la comida con nosotros, nos reprochó nuestra incredulidad y nuestra dureza de corazón y que no hubiéramos aceptado el testimonio de aquellos que le habían visto tras levantarse de entre los muertos


    45. A veces me pregunto qué hubiera sido de mi vida si hubiera decidido seguir el ejemplo de Ramiro quedándome a aprender las letras, y le hubiera imitado también en todo lo demás, puesto que a los pocos días vino a decirme que había aceptado el empleo que le había conseguido la maestra en una panadería de la Carrera Catorce


    46. También entonces, Mao había solicitado a la población que expresara sus críticas hacia los funcionarios del Partido, pero aquellos que habían aceptado su invitación habían terminado siendo calificados de derechistas y consecuentemente purgados


    47. Al cabo de un año de esforzada crianza porcina, Xiao-hei fue finalmente aceptado en el Partido y por fin, al igual que muchos otros, procuró repantingarse y tomárselo con calma


    48. En cuanto a ser generoso, no le significaba ningún esfuerzo ni sacrificio y le hubiese regalado a Amy todas las chucherías que se podían comprar en Niza si ella se las hubiese aceptado


    49. He aceptado a ciegas la cooperación que se me ha ofrecido, y lo hago llevado más bien por un sentimiento de encono, por una especie de crueldad nacida intempestivamente en mi corazón, que por el cálculo frío que debe preceder a todas las grandes resoluciones


    50. —Vivirá, sí, señora —dijo Montecristo, sorprendido de que sin otra exclamación, sin otra sorpresa, Mercedes hubiese aceptado el sacrificio que le hacía













































    1. Eso significa que los aceptamos sólo si queremos y que en


    2. Incluso si aceptamos que ellos también pueden equivocarse, la verdadera pregunta consiste en saber, ¿cuáles son las ventajas y desventajas de esa situación con relación a la posesión de un cerebro propio?


    3. Ahora bien, si aceptamos que el testimonio sobre el terreno de Monge es veraz -y no veo cómo podríamos rechazarlo-, entonces la actuación de la AOME el 23 de febrero parece aclararse, y también la de Cortina: los tres miembros de la unidad -los tres miembros de la SEA: Monge, Sales y Moya- colaboraron efectivamente en el asalto al Congreso, pero no lo hicieron a espaldas de Cortina y por orden de Gómez Iglesias, con quien no tenían la menor relación de carácter orgánico -en esos días, además, Gómez Iglesias estaba de baja temporal en la unidad, porque se hallaba realizando un oportuno curso de circulación en el mismo acuartelamiento del que partieron los autobuses de Tejero-, sino por orden de García-Almenta, y es concebible que Gómez Iglesias reclutara hombres y actuara en favor del golpe sin contar con una orden de Cortina, pero es inconcebible que lo hiciera García-Almenta, a quien no unía ningún vínculo personal con Tejero y que sólo pudo saber con antelación del golpe a través de Cortina


    4. Sí, aceptamos el dinero


    5. —En cuanto a los primeros hechos, la cuestión parece ser sobre si aceptamos la hipótesis del chantaje o la de una ciega pasión por esa mujer


    6. Escribe a Elena diciéndole que aceptamos


    7. —¡Qué crédulos somos, en realidad! Aceptamos las pruebas como si éstas fueran el evangelio


    8. Aceptamos la invitación y allí nos dirigimos en un taxi


    9. Si aceptamos esta última definición, entonces el primer aspecto que debemos señalar es igualmente un asunto fácil


    10. Nosotros lo aceptamos únicamente con la condición de que lo repartamos en partes iguales para todos

    11. Aceptamos la idea de que tú solías visitarnos, aunque esa posibilidad ponía muy nerviosa a la señora que limpiaba la casa


    12. En este otoño de la vida por fin nos conocemos y nos aceptamos enteramente; nuestra relación se enriqueció


    13. Aquí estamos en un país civilizado, y no aceptamos esta clase de estupideces


    14. Si aceptamos esto, la entrada de Jacob y sus hijos en Egipto tuvo lugar en el 1641 aC


    15. Si aceptamos esto y seguimos con atención las referencias a los períodos históricos, normalmente expresados en números redondos que evidentemente no pretenden ser exactos, la época que abarca el libro de los Jueces resultaría ser de 410 años


    16. En cuanto aceptamos un impuesto sobre la renta, concedimos al gobierno el derecho a conocer ese extremo


    17. ¿Por qué Gauss reservaba las grandes cosas que descubría? Esto es más fácil de explicar que su genio, si aceptamos sus sencillos juicios, que ahora mencionaremos


    18. —Muy bien, eso lo aceptamos —dijo Ahan


    19. ¿Por qué los llamamos murientes? Porque, cuando aceptamos un encargo, el resto de sus cortas vidas es un puro trámite


    20. Nos ofrecieron copas y las aceptamos

    21. –Así pues, descartando los extremismos de los que hablaba antes, generalmente aceptamos que una persona es persona en el momento en que nace


    22. Ni Marta ni yo aceptamos su ofrecimiento de llevarnos hasta nuestras casas en su coche


    23. explicar—, y si aceptamos que en tiempos de la elaboración de la estatua estaba cubierto hasta los pies de la misma, entendiendo además que un


    24. –Supongamos que lo aceptamos tal como está


    25. –Como decía, hemos analizado la proposición de ustedes, señores, y la aceptamos de buen grado, con la excepción de unos detalles menores cuya lista tenemos aquí


    26. -Entonces aceptamos que ha sido Califa -dijo ella, resumiendo


    27. No aceptamos entrar en el juego de componer allí una dirección a la que no teníamos previsión de pertenecer


    28. "Aceptamos que la gente haba lo que quiera en la cama después de haber cumplido su deber con el clan


    29. Lo mismo ocurre con Shakespeare, esa asombrosa síntesis hispanomoro-sajona del gusto, del cual se habría reído o con el cual se habría enojado casi hasta morir un ateniense antiguo amigo de Esquilo; pero nosotros – aceptamos precisamente, con una familiaridad y cordialidad secretas, esa salvaje policromía, esa mezcla de lo más delicado, grosero y artificial, nosotros gozamos a Shakespeare considerándolo como el refinamiento del arte reservado precisamente a nosotros, y al hacerlo dejamos que las exhalaciones repugnantes y la cercanía de la plebe inglesa, en medio de las cuales viven el arte y el gusto de Shakespeare, nos incomoden tan poco como nos incomodan, por ejemplo, en la Chiaja de Nápoles: donde nosotros seguimos nuestro camino llevando todos los sentidos abiertos, fascinados y dóciles, aunque el olor de las cloacas de los barrios plebeyos llene el aire


    30. —Por el bien de la comunidad aceptamos la recomendación del acusador

    31. Una vez más aceptamos el velado reproche que nuestro propio refranero ilustra a la perfección: ‹Quien calla, otorga›


    32. —Bien, aceptamos —dicen, sin demostrar mayor molestia por la imposición


    33. --Ve junto a Arturo y dile lo siguiente: aceptamos todas sus condiciones


    34. Quizás aceptamos cada noche el riesgo de vivir mientras dormimos unos sufrimientos que consideramos nulos y no acaecidos porque se habrán soportado durante un sueño que creemos inconsciente


    35. Aceptamos las condiciones


    36. Puesto que todo lo que conocemos es mentira y lo que pueda haber de verdad no se puede distinguir de las mentiras, y como la mayoría de las mentiras que aceptamos son tan desagradables, tan incómodas y destructoras, hay que alentar las mentiras que colaboren con la felicidad y la conformidad, como la de Salo o la del narrador


    37. Un breve repaso y extensión de la Declaración Universal de los Derechos Humanos a los vínculos afectivos nos muestra que muchos de estos derechos se violan sistemáticamente en las relaciones de pareja y que simplemente lo aceptamos porque están amparados por el manto sagrado del amor


    38. Si aceptamos, de acuerdo con la sabiduría popular, que las jirafas adquirieron sus largos cuellos a causa de las ventajas que obtenían para conseguir comida, entonces, aunque podríamos decir que la función del cuello de la jirafa es ayudar para adquirir comida, no podríamos decir la misma cosa de una jirafa producida artificialmente por medio de ingeniería genética, puesto que carece de esta historia evolucionista


    39. El comportamiento de las kamikaze y otras formas de altruismo y cooperación por parte de las obreras no es sorprendente una vez que aceptamos el hecho de que son estériles


    40. —No aceptamos peticiones de individuos

    41. ¡Y claro está que es una profesional! Yo creo que todas aceptamos eso a estas alturas


    42. A algunas nos apenaba que se salieran del grupo mixto por el papel que podían hacer en él, pero todas aceptamos su planteamiento


    43. La sociedad no parece dispuesta a aceptar la realidad de las depredadoras sexuales de la misma manera en que aceptamos la realidad de los hombres depredadores


    44. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga


    45. —Por tanto se recompensa a los que llegaron a un acuerdo contigo y pidieron estar exentos de sus deberes tradicionales mientras que a la gente como nosotros, que aceptamos los viejos términos, se nos castiga haciéndonos trabajar el doble en las tierras del señor


    46. Incluso para aquellos de nosotros que aceptamos la necesidad, puede resultar difícil


    47. Y si aceptamos que tampoco huyó cruzando a través de los terrenos del ferrocarril, sólo queda una posibilidad: que escapara por Norra Stationsgatan en dirección opuesta


    48. Y si un amigo nuestro se equivoca, si resulta que no es un amigo de verdad, ¿podemos echarle la culpa por ello, por su carácter, por sus debilidades? ¿Qué valor tiene una amistad si sólo amamos en la otra persona sus virtudes, su fidelidad, su firmeza? ¿Qué valor tiene cualquier amor que busca una recompensa? ¿No sería obligatorio aceptar al amigo desleal de la misma manera que aceptamos al abnegado y fiel? ¿No sería justamente la abnegación la verdadera esencia de cada relación humana, una abnegación que no pretende nada, que no espera nada del otro? ¿Una abnegación que cuanto más da, menos espera a cambio? Y si uno entrega a alguien toda la confianza de su juventud, toda la disposición al sacrificio de su edad madura y finalmente le regala lo máximo que un ser humano puede dar a otro, si le regala toda su confianza ciega, sin condiciones, su confianza apasionada, y después se da cuenta de que el otro le es infiel y se comporta como un canalla, ¿tiene derecho a enfadarse, a exigir venganza? Y si se enfada y pide venganza, ¿ha sido un amigo él mismo, el engañado y abandonado? ¿Ves?, este tipo de cuestiones teóricas me han ocupado desde que me quedé solo


    49. Por eso no tenemos ningún derecho a exigir ni la verdad ni la fidelidad de aquel a quien un día aceptamos como amigo, ni siquiera aunque los acontecimientos hayan demostrado que ese amigo ha sido infiel


    50. Pero un corazón joven y herido, palpitante e impetuoso, ni puede ni debe comprenderlo, y por ello aceptamos sin protestar sus acusaciones y su venganza de por vida


    1. personas incluso aceptan esta intromisión en su intimidad


    2. AUTONOMÍA: En ese sentido solo se puede hablar de autonomía de los medios de comunicación en el proceso de legitimación, solo si las partes de la interacción aceptan conjuntamente ciertas normas y valores socioculturales y si también coinciden en ciertas reglas de juego en cuanto a la forma de actuar


    3. B) Test (de la forma como distintos grupos de población aceptan el mensaje)


    4. la idealización del modelo familiar que los heterosexuales aceptan para los gays y


    5. Tíndaro y los príncipes aceptan la solución propuesta por Ulises y así Helena elige a Menelao y Ulises se lleva a Penélope en su carro, renuente y ofendida con su padre que la ha traicionado


    6. Son pocas las madres que aceptan de buena gana que los hijos efectúen este pasaje y son muchas las que amenazan de muerte a los hijos que osan efectuarlo en contra de su voluntad


    7. energía de los animaleshumildes, que hasta el último momento de su existencia aceptan


    8. ,la aceptan como residencia


    9. —A estas horas, en Berlín todos aceptan la guerra, todos creen


    10. casas aseguradoras no aceptan riesgoalguno para el puerto de Legaspi

    11. Muchas religiones aceptan ahora de buen grado la idea de una Tierra que gira alrededor del Sol y que cuenta con 4


    12. Ahora callan el padre y el hijo; pero detrás de aquel silencio adivino que ambos aceptan sin reticencias una dura posibilidad creada por la Razón de Estado: la del Buscador, empeñado en regresar al Valle de las Mesetas, y que jamás volverá del segundo viaje -«por haberse extraviado en la selva», creerán luego quienes puedan interesarse por su destino-


    13. Aceptan que es su nueva religión


    14. — ¿Qué aceptan a cambio? —preguntó Obi-Wan al guía


    15. —¿Y el Congreso y el Senado lo aceptan?


    16. Los hombres aceptan y viven felices durante largos años en aquel barrio


    17. ¡Menuda mueca burlona, además, en el rostro de quienes aceptan los donativos en efectivo que se hacen para sustituirlo! La denominada Regla de Oro, a veces identificada innecesariamente con una leyenda popular sobre el rabino Hillel de Babilonia, simplemente nos anima a tratar a los demás como hubiéramos deseado que nos trataran ellos


    18. Los muchachos aceptan ya a Olivia y a Tashi en la clase y las madres han empezado a mandar a la escuela a las niñas


    19. «Pero Anjín-san es un halcón de alas cortas, de los que van directamente del puño a la presa y no aceptan el capirote, sino que permanecen posados en la muñeca, arrogantes, peligrosos, implacables


    20. –No aceptan American Express y es la única tarjeta que tienes

    21. La amaba en globo, con sus defectos, conociéndolos y aceptándolos como se aceptan sin la más leve protesta de los ojos las manchas del Sol


    22. Soy una no creyente, si me aceptan la distinción, aunque a veces creo que la no creencia también se convierte en un credo


    23. —En ese caso, si lo acordamos con un contrato legal, ¿debo entender que ambas aceptan la tarea de cuidar a los niños?


    24. La pelea de gallos parece un símbolo apropiado, pues la indiferencia con que estas gentes taciturnas aceptan su destino descarta la piedad hacia quienes caen en sus manos


    25. Como si hasta los más críticos con la aventura constitucional cedieran al impulso colectivo de alegría y esperanza, todos aceptan con gusto los fastos del día


    26. Con frecuencia ciertos grupos aceptan ideas que, sin embargo, no llegan realmente a afectarlos, debido a las peculiaridades del carácter social de los grupos mismos


    27. El escéptico lector hará bien en poner en cuarentena tan romántico episodio, que unos historiadores aceptan y otros rechazan


    28. En realidad, los científicos de los Estados Unidos aceptan esta posibilidad con la suficiente seriedad como para haber iniciado una investigación, bajo la dirección de Frank D


    29. Los participantes siempre dicen que aceptan las reglas, pero saben que es imposible cumplirlas


    30. ¿Por qué el peor de ellos queda reservado para quienes no aceptan su necesidad? Nosotros, los portadores del amor y del secreto que confiere la alegría, ¿a qué castigo hemos sido sentenciados y por quién?…» Los sonidos de tortura se convirtieron en un desafío; la declaración de dolor se trocó en himno a una distante visión por la que cualquier cosa podía soportarse, incluso aquello

    31. Cuando los pensadores aceptan a quienes niegan la existencia del pensamiento, como compañeros de diferente escuela, son ellos los que laboran por la destrucción de la mente


    32. Cuando los soldados japoneses volvieron a entrar en el campamento y cerraron las puertas, la señora Hug dijo: -No nos aceptan


    33. Este hombre, lo mismo que el representante legal del deudor, obtiene gran utilidad en esta comedia, en la que, tanto el uno como el otro, no aceptan su papel si no están seguros de percibir sus honorarios


    34. La mitad de los policías de esta ciudad aceptan sobornos y la otra mitad mira hacia otro lado, mientras pasan sin cesar de un cincuenta por ciento al otro


    35. Eterna en los finales de unas ondas que aceptan


    36. La mayor parte de los autores aceptan que Newton hizo algunos cálculos aproximados en 1666 (teniendo 23 años), para ver si su ley de la gravitación universal podía explicar las leyes de Kepler


    37. Los especialistas aceptan que los síntomas son inconfundibles


    38. Si la Matemática está basada únicamente sobre las reglas de la lógica, como todas las mentes normales aceptan y sólo algún loco niega (según Poincaré), ¿cómo es posible que haya muchas personas impermeables a la Matemática? A esto podría responderse que no se han emprendido experimentos demostrativos de que la incompetencia matemática sea lo normal en el ser humano


    39. Sus padres aceptan la decisión aunque dejan constancia de que no están de acuerdo y le dicen lo que ella ya sabía, que si no irá más a la universidad ni tiene planes de trabajar, dejarán de darle dinero


    40. No aceptan la derrota de su yo y, consumidos por la soberbia y el más negro de los egoísmos, prefieren destrozar a renunciar

    41. A usted no lo aceptan en el ambiente, ¿verdad?


    42. Si aceptan, percibirán lo estipulado


    43. Además, la economía e industria manufactureras chinas en expansión aceptan recibir basura o chatarra que podrían servir como fuentes de materias primas reciclables baratas


    44. ¿Por qué esta deuda es tan grande cuando los gobiernos supuestamente han venido exigiendo garantías económicas que cubrieran los costes de limpieza? Parte de las dificultades son las ya mencionadas de que las compañías mineras estiman a la baja los costes de la garantía, y que los dos estados con mayor carga impositiva para los contribuyentes (Arizona y Nevada) aceptan autogarantías de las empresas y no exigen fianzas


    45. Además, los zapateros no aceptan clientes nuevos, o hay que esperar cuatro meses para que te arreglen los zapatos, que entretanto muchas veces han desaparecido


    46. –Una y otra vez, esa pequeña voz interior chilla: ¿Por qué los bocabiertas creen en lo que no existe? ¿Por qué no se les puede decir la verdad, y cuando se les ha dicho, no la aceptan? – su tono era compasivo ahora, algo muy excepcional en ella-


    47. Ya se sabe que algunos sectores de la población -los farmacéuticos, por ejemplo- son muy sensibles a las alegorías con aviones y carretas; por eso aceptan con entusiasmo transformar su alma cada vez que se extiende la red de subterráneos


    48. No quiero ni saber qué harán conmigo si me encuentran: azotarme, despojarme de este casco y este overol a los que no tengo derecho, tirarme el pelo, herirme, violarme, castigarme, arrastrarme gritando por el túnel por ser la culpable de todos los males aún no acaecidos, y al hacerlo, feminizarme de nuevo como víctima pasiva, que es lo que ellos aceptan


    49. Cuchulain y Jane la Loca no aceptan la vida corriente; prefieren la intensidad, aunque entrañe el riesgo al fracaso o la demencia; la prefieren a la «vida ecuánime prometida al buen sirviente»


    50. Sea cual fuere la decisión de Tarzán, los monos la aceptan, dándola por definitiva, y todo el mundo vuelve satisfecho a sus ocupaciones habituales














































    1. muerto, pero en el fondo acabaría aceptando con más resignación esa muerte, antes


    2. En dicha carta invitaba al generalísimo, a ese nuevosacrificio, en momentos en que no tenía más remuneración queofrecerle—según sus palabras—«que el placer del sacrificio y laingratitud probable de los hombres»; invitación a la que el generalGómez contestó aceptando, en noble y generosa carta, y a la que Martícorrespondió, yendo a visitarlo en Santo Domingo, la República hermanapor la gloria y el martirio


    3. aceptando el trato previoajuste del pago y otras condiciones


    4. áellos, aceptando sus apuestas con una sonrisa que parecía


    5. presidente de la Liga, respondieron conuna muy amable esquela aceptando y


    6. El Padre de los Maestros, aceptando las sugestiones de suvanidad, creía que este varonista, enemigo del orden, había


    7. la escuela de que acabo de hablar, aceptando los hechos talescomo la experiencia interna se los


    8. abandonase elservicio de la vieja dama, aceptando un asilo en su


    9. Torrebianca sonreía con una amabilidad humilde, aceptando lasexplicaciones de su amigo


    10. explicaciones, que el otro iba aceptando en silencio,aprobándolas con leves parpadeos

    11. El río era vencidopoco á poco, aceptando el obstáculo del dique y los canales de Robledoy Watson se empapaban con las primeras aguas, dejando correr por sulecho


    12. «chacras»reconocían su autoridad y sapiencia, consultándole en todos susasuntos y aceptando sus


    13. aceptando inmediatamente las ofertas delos guías y los


    14. Le creían en la enfermería, aceptando lospiadosos


    15. aceptando todos su opinión


    16. vez con menosenergía para protestar, aceptando las situaciones


    17. conciliaciónentre la aristocracia y la burguesía, aceptando la altivez fastuosa


    18. —Sí, papá, el comandante ha escrito aceptando la invitación


    19. Aun aceptando lapistola los de Jacinto, los


    20. Aceptando el hecho aislado de la accion

    21. comouna accion irritante determinada en un punto dado; aceptando y dando,por el


    22. Los marineros discutieron durante largo rato la cuestión y la mayoría de ellos se opusieron, pero al insistir Stellara y prometerles una recompensa todavía mayor acabaron aceptando, aunque con bastantes reticencias


    23. En una entrevista colectiva Fernando obtuvo de Fidel Castro su declaración aceptando que "esta vez el socialismo puede llegar al poder por la vía electoral"


    24. En las proporciones de esas Formas rematadas por vertiginosas terrazas, flanqueadas con tuberías de órgano, había algo tan fuera de lo real -morada de dioses, tronos y graderíos destinados a la celebración de algún Juicio Final- que el ánimo, pasmado, no buscaba la menor interpretación de aquella desconcertante arquitectura telúrica, aceptando sin razonar su belleza vertical e inexorable


    25. La Creación no es algo divertido, y todos lo admiten por instinto, aceptando el papel asignado a cada cual en la vasta tragedia de lo creado


    26. Pensemos en la situación de Herzoslovaquia —propuso Anthony, aceptando una cerilla—


    27. Rusti Cayambe se mordió los labios aceptando con aparente resignación la derrota, y al poco alzó el rostro hacia el expectante Pucayachacamic


    28. Permitió por tanto que la anarquía continuase reinando en el campamento, que todo se hiciera tarde y mal, y que la procesión avanzara con la parsimonia de un caracol desorientado, mientras hacía oídos sordos a los maliciosos comentarios de quienes ya no se recataban a la hora de insinuar que se harían viejos en el camino, aceptando plenamente el conocido aforismo de que quien ríe el último, ríe mejor


    29. Buenaventura, y Vicenta fingió condescender aceptando el soborno que se le ofrecía


    30. Él asintió y cubrió su mano con una de las suyas, aceptando con gracia su decisión

    31. ¿A qué resultado se podría llegar aceptando como verdadero no lo que dice ella, sino lo que se afirma distintamente de lo que ella dice?» Después de examinar bien todas las contradicciones, pensé: «Vamos a lo esencial


    32. Aceptando el premio que destiné a quienes cazaran a los


    33. Le dimos las gracias, aceptando su invitación


    34. Aceptando esta información como una ironía y no como la verdad pura que, en efecto, era, el muchacho exclamó, encantado:


    35. Por ello, aceptando una invitación del Ateneo Obrero de Gijón, decidió trasladarse a esta localidad asturiana


    36. —Puedo esperar, si quieres —contestó el comisario, aceptando la implícita petición de retrasar la cena


    37. Pero el Taiko había cambiado de idea, aceptando en parte lo aconsejado por Yodoko y comprometiéndose a que Toranaga fuera regente y presidente de los regentes


    38. Se vieron a sí mismos aceptando sinceramente la sangre ofrecida al dios, que de otro modo corría por el altar


    39. Ildefonso todo un hombre, y no había más remedio que bajar la cabeza ante su voluntad, juntamente rigorista y protectora, aceptando los procedimientos pacíficos [225] que proponía, los cuales significaban decencia, lógica y facilidad


    40. —Entiendo —dijo el joven Sila, aceptando la explicación en su estricto significado de definición de un estado de cosas

    41. Señor mío de toda mi estimación: Dios no ha querido que sean alegres las nuevas con que me estreno en el honroso cargo de suministrar a usted provisiones para la historia; pero hemos de acomodarnos a la divina voluntad, aceptando con resignación las amarguras que se digna enviarnos, en espera de lo bueno y dulce que vendrá


    42. Irritado por la espera, Hardyman se sentó en el escritorio, firmando cheques y aceptando cuentas, con el remolque esperándole en el establo


    43. Stephen recibió una tarjeta de los tres aceptando la invitación


    44. Constituyeron los cimientos para su interpretación de la combustión (que es la que seguimos aceptando hoy) y le llevaron a inferir que la materia ni se crea ni se destruye, sino sólo cambia de una forma a otra (de sólido a gas, por ejemplo)


    45. Lorraine sonrió, aceptando la invitación, pero cuando Sofía giró en la esquina para entrar al almacén, Lorraine la detuvo


    46. –Te lo cepillaré -se ofreció, aceptando con dignidad la elección de Ayla, lo cual impresionó a Marthona


    47. Sus proposiciones eran tan directas y en cierto modo graciosas que él acabó aceptando


    48. Dos tercios del resto eran un préstamo que él mismo había garantizado a Larkin, aceptando una hipoteca sobre sus propias minas


    49. Viviría sus años en desesperanzada añoranza, aceptando como alivio a su herida sin curar unos instantes de débil afecto, más la convicción de que el amor es fútil y de que la felicidad no se encuentra en la tierra


    50. Francisco, luchando en la movediza niebla de una realidad contrahecha, con su vida convertida en un fraude, del que serían protagonistas las dos personas más queridas por él y en quienes depositaba mayor confianza; forcejeando para comprender qué era lo que escapaba a su felicidad; fundiendo el quebradizo andamiaje de una mentira en el abismo de descubrir que no era él el hombre a quien amaba, sino sólo un substituto, aceptado a desgana, un paciente sometido a caridad, una muleta para sostener sus achaques, con la percepción convertida en peligro y sólo la rendición a una estupidez letárgica, para proteger la endeble estructura de su alegría; esforzándose, cediendo y aceptando la terrible rutina de convencerse de que la plenitud es imposible para el hombre












































    1. es sencillo, aceptar, reconocer, declarar, pedir perdón a DIOS, pedirle la sanación de la enfermedad de la envidia y la hipocresía, manifestar estar en proceso de sanación y declarar el milagro cuando elimine toda la enfermedad dentro de su espíritu, mediante un testimonio publico


    2. Todo es mediante el sencillo proceso de aceptar, reconocer, declarar, pedir perdón, pasar todo el proceso de cura y finalmente testimoniar el milagro de la liberación


    3. Luego me dejé aceptar como una tercera vía, la del buen


    4. una condición necesaria, que el Gobierno habría fingido aceptar y en modo alguno cumplir,


    5. queréis que ellos estén al mando, ni queréis aceptar los cambios que ellos proponen


    6. Esto lo puedo aceptar respecto a las enfermedades mentales


    7. Es que aceptar que cada uno tiene su propia conexión con la espiritualidad superior,


    8. estos milagros?" Ninguno de los que estaban allí quiso aceptar las enseñanzas de


    9. Aceptar que tengo miedo, pero si no estás de acuerdo, tendré que seguir viviendo esa vida tan asquerosa y lamentable que he vivido hasta ahora


    10. Debería aceptar, es que es; y coraje, abro los ojos y ver una puerta

    11. habría que aceptar las condiciones impuestas por la


    12. El no quiso aceptar la invitación de mi


    13. El lector queda libre para aceptar lo uno o lo otro


    14. Morillo, que había llegado a Santa Fe desde el 6 de mayo, no perdió tiempo en aceptar los zalameros recibimientos y homenajes que quiso tributarle la atemorizada sociedad santafereña, para congraciarse con el tirano


    15. Policarpa no quiso aceptar esta postura que comprometía su honestidad en el momento fatal, y dando la espalda a los soldados de la escolta, pronunció las conocidas frases que recogió la historia:


    16. Derrochó el dinero y se rebajó hasta aceptar que fuera el propio esposo de Fanny quien con la largueza digna de mejores motivos, pagara MI IB cuentas de juego que, algunos dicen, ascendieron a la suma de 100


    17. Ya no podía valerse ni trabajar, y tuvo que aceptar la caridad de los modestos y buenos amigos para subsistir


    18. -Así fue como me convertí en la esclava del señor Ocaña hasta el día del accidente y luego Mi Señor tuvo la deferencia de aceptar el legado que le dejara su amigo que incluyó esta esclava y aquí estoy para servirlo y ponerme a su disposición


    19. -Saladillo Gómez da algunas indicaciones muy precisas de las obligaciones de la esclava, pero la primera regla en aceptar su sumisión total al amo-


    20. resistente a aceptar que la cognición está cruzada por la pasión, por

    21. a una práctica democrática, consistente en aceptar la diferencia y


    22. esa disposición del ser tierno para aceptar al diferente, para apren-


    23. una cierta coherencia, habrán de aceptar que el equívoco central


    24. el vínculo debemos aceptar un cierto monto de separación y pérdi-


    25. forjado, condenándonos a aceptar un mundo donde los imperativos


    26. Es preciso aceptar que nuestra concepción del mundo y ac-


    27. cos y los abusos de poder, es necesario tener en cuenta que aceptar


    28. Danos el coraje de aceptar la verdad, aunque la diga un enemigo, aunque la diga un subordinado


    29. -El ciudadano informado y politizado a través de los medio de comunicación de masas está dispuesto a aceptar el diálogo directo


    30. aceptar internamente lo que es, es abrirse a la vida

    31. Cuando no logramos aceptar la


    32. Ya nos referimos anteriormente a la importancia de aceptar


    33. tenemos que evolucionar y aceptar (…) La iglesia tendrá que evolucionar”


    34. 2010, aceptar para consideración un Recurso de Amparo contra el Tribunal Supremo de


    35. civilización de los países que ocuparon: de aceptar yde recibir en cada región algo de


    36. “La potencia de aceptar la propia impotencia es el máximo de la potencia que un hombre puede adquirir”


    37. Es absolutamente necesario aceptar estas realidades pero el comportamiento del artista tiene que ser tal que transforme completamente la esencia y la existencia del mármol o de la piedra


    38. A éste diálogo entre Atenea y Ulises le sigue la acción y acción es aceptar transformarse en un mendigo y aceptar y soportar todas las humillaciones a las cuales lo someterán los Pretendientes e incluso las criadas


    39. No es fácil aceptar todo esto: es una tarea muy amarga


    40. Dos cosas me sorprenden mientras Ulises está con Alcínoo: la primera es que Ulises expresa con su llanto el rechazo de su Yo de aceptar este dolor y es por eso que llora y se lamenta

    41. No sirve rebelarse, lo que sirve es aceptar la humillación y hacer de ella un tesoro


    42. Si he establecido una sana relación con el SI’ entonces puedo tener confianza que en el momento en el cual entraré en contacto con mi odio, me podré aceptar y no tendré que matar porque estoy lleno de odio


    43. Aceptar una total impotencia y transformarla en potencia (es una gran potencia aceptar la impotencia) es la potencia suprema que un hombre puede alcanzar


    44. dirigente en las fuentes vivas del pueblo y lahace aceptar por la


    45. ella que sufrir, y nada le pareció mejor que aceptar laspretensiones de aquel tendero que la


    46. aceptar invitación de tantospollos amables, porque si el señor sabe que se ha bailado, pone


    47. Tónica se resistió a aceptar el paraguasde Juanito; no podía


    48. negué a aceptar laherencia, a no ser con una condición: que constase en el testamento queme dejaba su


    49. Por ello a decidido aceptar la oposición declarada de estos 20


    50. En mi sitio web, me niego a aceptar














































    1. Aceptas tu responsabilidad: ése es el primer paso hacia la rehabilitación


    2. ¡Nobby! ¿Te gustaría trabajar con el granjero y ayudarle a manejar los caballos? Dice que, si aceptas, podrías empezar mañana mismo y vivir en la granja


    3. ¿Por qué no aceptas el mundo tal cual es?


    4. O aceptas o caerás en desgracia


    5. Ahora ya lo aceptas ¿no? La excitación de Hulan se esfumó


    6. —Si aceptas realizar una declaración, me aseguraré de que haya varios hombres presentes


    7. –¿Para qué entrar en explicaciones? – dijo, escurriendo el bulto- ¿Porqué no aceptas sencillamente mi palabra?


    8. ¿Por qué no aceptas la sugerencia y te cortas el pescuezo? Rayos, necesito un cigarrillo


    9. –Sólo puedo discutir los detalles si aceptas colaborar en el trabajo


    10. Pero si la aceptas, entonces, para que sea compatible con lo que sabemos desde hace tiempo sobre mecánica cuántica, debes aceptar la premisa de que los cosmos interfieren entre sí cuando sus líneas de mundo están muy juntas

    11. Sean cuales fueren tus títulos y tus prerrogativas, o lo aceptas o te quedas en Tebas


    12. —Si tú aceptas el punto de vista de Arghun, él ya habrá aprisionado tu mente y podrá matarte cuando se le antoje


    13. –¿Por qué aceptas esta humillación?


    14. Tú eres igual que los demás, Ramsés, y si no aceptas las leves de la existencia serás aniquilado


    15. Incorporé su enfermedad a su constitución y dejó de producirme extrañeza, como cuando aceptas que el otro sea cojo, o impuntual, o tuerto


    1. —¡Bien! acepto su explicacion contestó el enfermodespues de una pausa; me he equivocado, pero, porque me he equivocado,¿ese Dios ha de negar la libertad á un pueblo y ha desalvar á otros mucho más criminales que yo?¿qué es mi error al lado del crímen de losgobernantes? ¿Por qué ese Dios ha de tener más encuenta mi iniquidad que los clamores de tantos inocentes?


    2. Recordé al abuelo decir: el primero de los nietos debió haber nacido varón, pero vos sos tan bonita que en este caso acepto la excepción


    3. exclaustrado; yo laadopto y acepto para ahora la protección de


    4. - comandante, no acepto la asignación de ese destino


    5. acepto la penitencia con las condiciones apuntadas


    6. vuestra excelencia me hace,solamente acepto y escojo el de la voluntad con que se me hacen, y,


    7. —¡Inquisidor general!—murmuró el padre Aliaga—; puesbien, acepto: no supieron


    8. acepto lo que


    9. —¡Oh! acepto desde luego, dijo el Alemán


    10. Pues bien, acepto el augurio

    11. —No acepto el regalo


    12. acepto y pienso seguir


    13. 18 Porque el que en esto sirve á Cristo, agrada á Dios, y [es] acepto á los


    14. 18 Porque el que en esto sirve á Cristo, agrada á Dios, y es acepto á los


    15. acepto; hé aquí, ahora el dia de lasalud:)


    16. No acepto órdenes de los Túnicas Negras


    17. »-Por supuesto lo acepto -murmuré al fin, sin alzar la cabeza-, pero no comprendo


    18. Si la sacas de allí ahora mismo, acepto el puesto en la cárcel de Ventas


    19. Gracchus acepto; Santerre le pregunto si estaba armado y el dijo que tenia el sable, tras de lo cual salieron los tres hombres, encaminandose hacia la Conserjeria


    20. Y acepto eso también

    21. Acepto el cargo


    22. —Lo entiendo y lo acepto


    23. Y si ése es su concepto de la justicia, no acepto esa justicia


    24. -Pues bien -dije, encantado de haber terminado la venta-, acepto los dos chelines


    25. —Cuando un caso me interesa, nunca acepto dinero, y su caso me interesó mucho


    26. —¿Piensas que ellos pueden estar en mejores condiciones que nosotros? De todos modos, acepto tu consejo


    27. —¡No lo acepto! —gritó Eist Tuirseach, aferrando una silla


    28. La acepto en su nombre


    29. Femando-; pero pues dices que vienes a hacerme compañía, acepto el obsequio de un poco de conversación


    30. Por­que ha dicho el profeta (¡con él la plegaria y la paz!) : "¡Un compa­ñero es la mayor provisión para el camino!" ¡Pero, entretanto, para sellar nuestra amistad, partamos juntos el mismo pan y probemos la misma sal! ¡He aquí ¡oh compañero! mi saco de provisiones, en el que tengo, para ofrecértelos, dátiles frescos y asado con ajo!" Y el otro contestó: "Alah aumente tus bienes, ¡oh compañero! Acepto la oferta de todo corazón amistoso

    31. Y después de devolverle la zalema, el rey le preguntó: "¿Y qué hay en este cesto cubierto de hojas, ¡oh jeique!?" Y el hortelano dijo: "¡Oh rey del tiempo! ¡son las primeras verduras y las primeras frutas nacidas en mis tierras, que te traigo como primicias de la estación!" Y el rey dijo: "¡Las acepto de corazón amistoso!" Y quitó las hojas que preservaban del mal de ojo a! contenido del cesto, y vió que había en él magníficos cohombros ri­zados, gombos muy tiernos, dátiles, berenjenas, limones y otras diversas frutas y legumbres tempranas


    32. ¡Puedes estar tranquilo, a ese respecto, y nada nos sucederá que no sea grato!" Y añadió: "¿Quieres ser mi esposo y amarme mucho?" Y el príncipe Hossein exclamó: "¡Ya Alah! ¿qué si quiero? ¡Pues si daría mi vida entera por pasar un día, no ya como tu esposo, sino como el último de tus esclavos!" Y tras de hablar así, se arrojó a los pies de la bella gennia, que le levantó y dijo: "¡Puesto que así lo quieres, te acepto por esposo y soy tu esposa para en lo sucesivo!" Y añadió: "¡Y ahora, como ya debes tener hambre, vamos a tomar juntos nuestra primera comida!"


    33. Y al punto exclamó uno de los ladrones: "¡Yo me ofrezco para la em­presa y acepto las condiciones!"


    34. Así es que, para no herir tu bondad, acepto este don tal como viene, aunque en esta bolsa hay un dinar más de los que yo pedía"


    35. —De acuerdo, acepto el precio —dijo Ptolomeo Alejandro resignado—


    36. —Cierto, y por ese motivo acepto el caso


    37. —Di a tu esposo que no acepto rendición bajo condiciones


    38. de mujer, la acepto


    39. —De acuerdo, acepto esa estupidez de los esclavos —dijo el Meneitos con poca convicción—


    40. Las acepto de todo corazón

    41. Acepto su dimisión


    42. –En esas condiciones, acepto presentarme ahora como candidata a la vicepresidencia


    43. –En primer lugar, no acepto que algo funcionase mal


    44. – Como súbdito leal del Emperador, acepto a su representante personal como mi superior


    45. Unir la ficción a la realidad, mi fantasía a mis acciones, mi teclado a un avión, es insistir en una congruencia tonta, y le agradezco pero no acepto


    46. Las acepto con fe, y en este sentido el enfoque científico del universo es mi religión


    47. Sin embargo, las acepto por una razón


    48. Siendo, en resumen, semejantes a las expuestas en su carta del 8 del corriente, las acepto


    49. —Tal vez te aborreciera, pero si tal ha sido tu elección la acepto


    50. Mire usted: a mí no me grita nadie, y menos en Santo Domingo, donde no acepto que venga un forastero de tez pálida a levantarme la voz













































    1. Ya aceptábamos a los Perrillos Carbunclos que llevaban una piedra resplandeciente entre los ojos de la Hidra vista por la gente de Federmann, a la Piedra Bezar, de prodigiosas virtudes, hallada en las entrañas de los venados, a los tatunachas, bajo cuyas orejas podían cobijarse hasta cinco personas o aquellos otros salvajes que tenían las piernas rematadas por pezuñas de avestruz -según fidedigno relato de un santo prior-


    2. O aceptábamos a ayudarles, o rechazaban la firma del tratado que les proponíamos


    3. Estábamos desparramados por todo el país, como proscritos, lo que siempre habíamos sido, pero aceptábamos nuestros papeles con intención consciente


    4. ¿Por qué no íbamos a pasar un día y una noche en la finca, bebiendo buen vino y hablando de cosas simples? Invoqué para él la bendición del cielo y le dije que aceptábamos encantados


    1. –En realidad, si lo aceptáis, será uno más en una expedición de miles de hombres


    2. Luego contuvo su repulsión y dijo en voz alta—: Nar Garzhvog, me han dicho que los cuatro aceptáis que entre en vuestras mentes


    3. Si vos aceptáis mi ofrecimiento, ese muchacho con aspiraciones de hombre podrá regresar a su casa sano y salvo


    4. –Por eso, si aceptáis la entrevista, haré que lleven a la prisionera a un local digno de vos


    5. O aceptáis mis condiciones, o podéis marcharos del infierno


    1. Acepté, provisionalmente, pues no


    2. Yo acepté con entusiasmo en esta tarea humanitaria, teniendo en cuenta que no es una forma de pago por tanta hospitalidad, sino más bien un acto de bondad


    3. En atención a mi estado gástrico, no acepté la invitación que


    4. En vista de ello, acepté, dándole las gracias, y observé que el joven,antes de


    5. Me encontraba libre,y acepté con gusto su oferta


    6. para salvar lasapariencias, acepté


    7. formado delcaballero de la torre, acepté de buena gana todos los


    8. Recomendado por un amigo, acepté un trabajo de mecanógrafo en el periódico Excélsior


    9. Acepté el ofrecimiento del maestro Fujima de pasar la noche en el Beth Shalom


    10. La consecuencia de todo esto fue que acepté la proposición de los mahars

    11. No hace mucho, en Londres, acepté una invitación de Bárbara, ayudante de dirección en la Ópera de la ciudad, que celebraba su aniversario


    12. Sin embargo, tenía tal torbellino de pensa­mientos en la cabeza, Dora querida, que finalmente acepté que no dormiría hasta que lo hubiera puesto todo por escrito, pues hacerlo durante estas largas y terribles semanas se ha convertido en tal costumbre que ya no puedo pasarme sin ella y a veces alivia mi angustia y, por unos momentos, me devuelve la esperanza


    13. –Pues bien, acepté el encargo, cometiendo así mi primera equivocación


    14. Las vidas ajenas suelen ser tan sórdidas que no me intereso por ellas, pero el anuncio de ese hombre me sorprendió hasta tal punto que acepté sentarme a su mesa y escuchar su descabellada historia


    15. Acepté el caso a ciegas porque creí que sería un desafío legal interesante


    16. Como lo estaba deseando, acepté y salimos dejando a mi tía, que no tenía ganas -según dijo- de aventurarse por allí, pues, si no me equivoco, tomaba todos los Tribunales judiciales por otros tantos depósitos de pólvora, siempre a punto de estallar


    17. El encargo que acepté fue el de suministrar cierta cantidad de explosivos y de armas


    18. No es necesario decir que acepté con presteza


    19. En vez de eso, me contuve y acepté el trozo de papel sucio con la dirección garabateada que Gabriel me tendió


    20. Cuando el Padre me seleccionó (junto con aproximadamente una docena de seminaristas) para ingresar en un programa de doctorado en 1978, acepté la oportunidad de luchar que se me brindaba»

    21. Durante las eternas semanas del juicio, estuve junto a mi defensor peleando con ferocidad cada detalle; fue un tiempo de mucha tensión, pero cuando todo terminó acepté el veredicto con una sangre fría de la cual no me sabía capaz


    22. Al día siguiente volé a Spokane y acepté un premio de la Asociación de Libreros del Pacífico Noroeste por El club de la lucha


    23. Teniendo en cuenta la repugnancia que me inspiraban sus antepasados, acepté con alivio dormir en la cama de sus padres


    24. Acepté la condición de Peter Kurth plenamente convencido


    25. No acepté nada, excepto un sorbo final y delicioso de agua


    26. Ignoro si en aquel momento sentí la muerte de mi amo, o si por el contrario, desbordado el corruptor egoísmo en mi alma, acepté con regocijo la desaparición de quien interponiéndose entre mi ideal y yo, alteraba a mis ojos el equilibrio del universo, más que Napoleón el de Europa


    27. La ira se desbordaba en mí, mas viendo que era imposible escapar del poder de tan vil enemigo, acepté lo que me proponía, reconociendo que entre morir y ser encerrado durante un espacio de tiempo que no podía ser largo; entre la denuncia como espía y una retención pasajera, la elección no era dudosa


    28. Chiky consideró que aquella era la mejor opción para intentar burlar los controles israelíes, y acepté su criterio


    29. y con gran sentimiento acepté comisión tan triste


    30. Eduardo fue quien me invitó a construir mi perfil personal en redes sociales muy conocidas, como la comunidad de MSG, y otras menos habituales, como WAYN, en las que acepté su invitación para ser agregado

    31. Acepté, y rodando por el pedernal de estas malditas calles me dijo el simpático Gobernador: «Pero


    32. Finalmente me invitó a pasar una temporada en la casa de su padre en Donnithorpe, Norfolk, y acepté su hospitalidad durante un mes de las vacaciones de verano


    33. Cuando acepté el empleo pensaba que con Arno el límite era el cielo


    34. He de sacar el proyecto de Harvard, a causa de un contrato de participación que firmé cuando acepté el cargo


    35. –Es cierto -admitió Ponyets-, pero puesto que era yo, acepté el antagonismo con la esperanza de atraer su atención


    36. Por eso es por lo que acepté un empleo en la Tierra…, o lo que parecía serlo al menos


    37. Así, pues, acepté un empleo en lo que se denominaba el Departamento Oriental de la Shell Oil Company, donde me prometieron que, tras dos o tres años de preparación en Inglaterra, me enviarían a un país lejano


    38. Yo no estaba en condiciones de discutir y acepté alojarme en su hotel


    39. El señor Borden ofreció su peón de torre de rey y yo acepté


    40. ¿No es innoble trabajar tan sólo en beneficio propio? Pues bien, yo no lo hice así; acepté una pérdida

    41. Me rebelé contra las calamidades financieras no merecidas, pero acepté una vida de dolor sin fundamento


    42. Entonces… entonces acepté lo aprendido acerca de ti y de él


    43. Como insistió en que era muy peligroso y podían estafarnos, me abstuve de hacer el depósito y acepté a regañadientes visitar otras casas de autos, aquellas en las que podían vender el coche que más le gustaba a mi chico, el Ford K


    44. César, a partir del momento en que acepté este caso en su nombre, alguien muy próximo ha vigilado mis progresos y desbaratado cada paso que di


    45. Eran labores de lacayo, pero acepté, aunque el asunto me


    46. Y acepté el reto con deportividad


    47. Me humillé y acepté el castigo


    48. Acepté la separación… momentánea, en mi total y egoísta beneficio


    49. Creo recordar que acepté a regañadientes


    50. probé y me quedó demasiado corto, pero acepté el cambio














































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    aceptar in English

    agree concur <i>[formal]</i> be in accord honor accept receive take acknowledge believe

    Sinónimos para "aceptar"

    aprobar tolerar consentir autorizar acceder obligarse someterse comprometerse