1.
arrastra? Las pausas, son esas pausas mudas que me
2.
con todas las hojas que arrastra el viento;
3.
En actitud semejante a la de un perro que ante el palo de su amo agachalas orejas y arrastra el rabo por el suelo, entró Rubín en la boticadiciendo a su regente: «Buenos días, amigo Ballester
4.
Vasile lo agarra del cuello de la camisa ensangrentada y lo arrastra lejos
5.
Arrastra En La Tierra
6.
Al principio sólo arrastra
7.
espesa red de verduraoscila lentamente por la presión del aire que arrastra el agua al caer,y las lianas
8.
vencida en suesfuerzo, cede y cede sin cesar; la arrastra la corriente; se acerca ála terrible curva, se ha
9.
Pocos espectáculos son más interesantes que el de esas nubes dealuviones que arrastra la corriente: ocultan
10.
de ese curso que nos arrastra á todoshacia la muerte, y luego, sustrayéndome con pena á la atracción
11.
arena que se arrastra por el fondo, á lacorriente que hace oscilar mi cuerpo; miro con extrañeza los árboles quese inclinan sobre el arroyo, los espacios del cielo azul que se ven porentre las ramas, y el escueto
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impuras, más pesadas que el agua que las arrastra, sedepositan en los márgenes
13.
se arrastra entre los zarzales
14.
bajas del Morbihan: elmar arrastra hacia ellas una tibia onda que
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compañero y lo arrastra consigo
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que elhombre siente, mientras que el tiempo arrastra en su
17.
Muerto el Rey, su matador arrastra el cuerpohasta la
18.
inmensos que arrastra en su curso, arrebatadospor la corriente a
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arrastra consigo la idea de inutilidad como algunos afirman, hayque confesar que los socios del
20.
esto: elmovimiento de traslación, que arrastra hacia lo
21.
Enciende en mi corazon un fuego desordenado que me consume y arrastra hacia la muger hermosa:
22.
la joven todo el aparato de mortificación que arrastra consigo; losplaceres del mundo,
23.
que se arrastra por el polvo de loscaminos y se desgrana en los mercados y feriales de las
24.
momento á consagrar un recuerdoá uno de esos infatigables soldados de la fe, á uno de esos seresque hacen abnegación de su vida, consagrándola á la de los demás,secando la lágrima del que arrastra su existencia por el frío arenalde la desgracia, remediando todo mal y proporcionando todo bien; elsér á que nos
25.
» Es una alegre pandilla que galvaniza el ejército de la guerra final, que arrastra las almas para que reciban a su único vencedor
26.
El viento sencillamente las arrastra
27.
aquí en la playa donde la luz se arrastra
28.
La madre se ha acostado y no deja de lanzar exclamaciones histéricas o algo por el estilo, mientras la hija se arrastra por la casa como una tortuga
29.
Si una tempestad arrastra a la isla flotante, se avisa a la estación más cercana con un despacho y los más poderosos remolcadores disponibles acuden para llevarla a su lugar
30.
Se han dado casos de que al acercarse el tiempo frío, la manada arrastra la comida hasta un lugar seguro, alguna guarida, y la entierran para el invierno
31.
Juanillo, el mayor, arrastra con un cordel una caja de zapatos vacía
32.
¿Por qué no la arrastra Antonio a un médico ahora mismo? En Letona hay, con seguridad, facultativos capaces de interrumpir la depresión, el abandono, la dejación del deseo de vivir de Emilia
33.
Una sierpe que se arrastra por el suelo
34.
–¡Que sí! Les coge la polla y los arrastra
35.
¡Pero mi corazón no me contesta, y cede siempre a la inclinación que le arrastra hacia debajo de los pies del amado!
36.
Pero lo que me arrastra a este sacrificio antes es amor que justicia
37.
Con sus piernas cortas, su holgado pantalón cortado por encima de las rodillas, sus zapatos hechos en casa y su andrajoso sombrero de fieltro, Ros arrastra los pies por el corral como un payaso, escogiendo los corderos, castrándolos sin piedad
38.
Zoilo es el más inconsolable: se da golpes en la cabeza, se arrastra por el suelo, echa de su boca horrores, muerde los barrotes de la reja, como un ratón cogido entre alambres
39.
hacia el bien siempre la arrastra,
40.
La cola de un ejército, y más si este va sublevado proclamando altos ideales, la emancipación de los esclavos, [246] el fuero de los humildes, lleva y arrastra siempre un jirón del temporal o eterno femenino
41.
Se trata de un relato apasionado pero riguroso, que arrastra al lector en su torbellino de estilo inconfundible, con una serie interminable de anécdotas, estampas, retratos, episodios, juicios de valor, confidencias, divagaciones y ojeadas históricas
42.
La lluvia, que ahora moja y lava el cadáver tendido boca abajo entre los restos de la casa, empapándole el pelo revuelto de sangre coagulada, arrastra el polvo de yeso y ladrillo roto, descubriendo la espalda desgarrada hasta mostrar las entrañas y los huesos dorsales, relucientes bajo el agua, de la base del cráneo a las caderas
43.
Y de todos los ejércitos imperiales, los hombres del Primer Cuerpo, situados en el extremo meridional de Andalucía, son los que más alejados se encuentran de sus centros de abastecimiento; con las comunicaciones, habitualmente inseguras a causa de las partidas de guerrilleros, interrumpidas ahora por la violencia del temporal que bate la costa, desborda los ríos, inunda los caminos y arrastra los puentes
44.
Bertoldi cojea y chapotea unos pasos delante, encorvado bajo las ráfagas qué aúllan entre los cestones y rizan el agua espesa y marrón por la que arrastra, indiferente, los faldones del capote
45.
Se arrastra hacia el coche y consigue quitarse un poco la nieve de encima
46.
El jefe del grupo hace un gesto con la cabeza y uno de los hombres agarra a Sneyers de los pies y lo arrastra hasta él
47.
Coge a Mauri de la chaqueta y lo arrastra por el embarcadero
48.
Hoy no puedo jugar al tenis», arrastra las palabras, y su parte de conversación es recogida por el transmisor oculto que Lucy conectó a aquella roseta de pared
49.
(La arrastra al interior del palacio para matarla)
50.
Y cada detective que llega al escenario del crimen arrastra diez homicidios sin resolver, lo que hace de éste una carga intolerable, de modo que él y todos esperan resolverlo en el acto, para quitárselo de encima
51.
En el mismo momento aparece el fumigador en el callejón, ahora con mayor rapidez porque ya no arrastra una maleta llena de sal; carga la camioneta y se va
52.
Se pone en pie en el acto, agarra su mochila, me tira de un brazo y casi me arrastra por encima de un árbol
53.
Lady Silenciosa se pone unos guantes en las manos, se sube la capucha con el borde de piel de oso, agarra con fuerza la piel de oso que hay debajo de él y la arrastra hacia fuera a través de los faldones de la tienda
54.
Pero, ¿qué me sucede cuando pienso en ti? Algo me arrastra como un río que crece tanto como Asia
55.
Howard se arrastra en el garaje intentando ponerse de pie
56.
Arrastra con pliegues rumorosos y largos
57.
La evolución; en contraste, rodea la parte trasera de la montaña y se arrastra hacia arriba por la suave pendiente hasta la cúspide: ¡fácil!
58.
» Se pasea por la calle, tambaleándose, mientras los mosquitos le envuelven la cabeza, como una nube de polvo a la luz de la luna; arrastra un talón por el hilo de agua, a lo largo del canal que asoma al pie del vicio muro de la iglesia; se detiene y se apoya, ladeando, en el museo…
59.
A veces pienso que uno arrastra toda la vida el esfuerzo de la oposición
60.
Lucha contra las alimañas: moscas, cucarachas y todo lo que se arrastra
61.
Y su instinto de reproducción los arrastra contra la corriente, río arriba, en un esfuerzo agotador
62.
Nos arrastra un torbellino de pasiones cuyos excesos se justifican en nombre de la razón o de la fe, ya que ambas creen tener todas las respuestas a todos los problemas de los hombres
63.
Cuevas toma por un brazo a Fernando Córdova, lo arrastra hasta su despacho y, una vez dentro, cierra la puerta de golpe
64.
Fernando Córdova se quita el bombín y con la palma de la mano arrastra las gotas de sudor que se le han depositado en la frente
65.
Un tsunami arrastra toneladas de agua, pero cuando se retira, vuela todo por los aires
66.
Luego la succión prosigue y arrastra al Deepflight hacia abajo
67.
Uno se revuelve en su asiento, vacila, empuja a cualquiera, pide disculpas; otro vacila, arrastra a uno consigo, y uno recibe las gracias
68.
–Nosotros estamos metidos en esto hasta el cuello, mientras usted se sienta ahí fuera, en el moratorio, incapaz de interrumpir el proceso que nos arrastra – dijo Joe
69.
Como ella es dura de oído, por lo general la arrastra de un brazo hasta aquellos sitios de la habitación en los que hay algo de polvo
70.
Despaciosamente, carga con los trajes y zapatos de Blumfeld, y los arrastra hasta el pasillo; su ausencia dura largo rato, monocordes y muy distintamente se suenan desde fuera los golpes con que se aplica a la limpieza de la ropa
71.
Pero por eso no huye, sólo se oculta, y cuando oye que el noble está en la casa, se arrastra fuera de su escondrijo hasta la puerta de la habitación y es inmediatamente cogido por los soldados que salen
72.
Lo coge por las orejas y le estrella el rostro contra el mantel; con el mismo movimiento lo arrastra hacia sí y lo recibe con un rodillazo en la nariz seguido de una patada en el pecho que lo lanza hacia atrás
73.
Se mete la pistola en los pantalones, adelanta el otro pie, extiende los brazos y descubre que la pared de la cueva se inclina hacia delante y que puede avanzar haciendo presión en ella con las manos, al tiempo que arrastra los pies hacia delante
74.
Lo arrastra hasta el aparcamiento y lo empuja contra un Mercedes 510 SL
75.
«Eres como el viento que hace cantar los violines y arrastra el perfume de rosas a lo lejos
76.
En el pasillo, sus dos siluetas, más espesas que el resto de la penumbra, cuchichean, y más allá del vislumbre rosado de la cortina se arrastra el desaliento de la música en el salón
77.
Mas el pensamiento mezquino es igual que el hongo: se arrastra y se agacha y no quiere estar en ninguna parte, hasta que el cuerpo entero queda podrido y mustio por los pequeños hongos
78.
¿Yo uno que se arrastra? Jamás me he arrastrado en mi vida ante los poderosos; y si alguna vez mentí, mentí por amor
79.
Jack se tambalea, clava los tacones y aguanta, pero el propio peso del hombre arrastra a Jack por encima del borde, y los veo precipitarse en una larga caída hasta que la niebla de las cataratas se los traga
80.
Su actitud se parece a la de un hombre que se contenta con contemplar un río sin sentir el menor interés en sus fuentes ni en su cuenca ni en las variaciones estacionales de las lluvias ni en el cieno que arrastra consigo
81.
Por las mañanas, empiezo a ponerme mis vestidos, el sol brilla a través de las persianas y ella me arrastra de nuevo al lecho para una última ración de cuello de pavo
82.
–¿Quién es -preguntó- el que se arrastra sigiloso en la oscuridad, como un león hambriento, hacia Tarzán de los Monos?
83.
–Quien está en lo alto está bien a la vista por todas partes -dijo el barón-, mientras que hay quien se arrastra para esconder el rostro
84.
Ella se arrastra sobre la corteza, y la semilla de la savia entra en su vientre y lo llena de pequeños
85.
De verdad, papá»…); sentía todo el rumor de la fiesta a sus espaldas, mientras trataba de descubrir, mezcladas en la corriente del Miño, las pepitas de oro del afluente legendario, el Sil, que arrastra su tesoro, encañonado entre colinas de pizarra
86.
Arrastra las piernas con los talones rozando el suelo
87.
Su marido la agarra por las axilas, la levanta del lomo del tigre y la arrastra a la gran carpa
88.
Cuando desembocan finalmente en la autopista y se zambullen en el denso tráfico que se arrastra hacia la ciudad, Diana suelta un gemido y comprende que ha permanecido todo el rato apretando los dientes
89.
La patrona me arrastra y me enseña el recorrido del tren
90.
Mi religión es bondadosa, no arrastra maldad, se basa en el amor y la caridad como también lo hace la tuya
91.
El saque de Jay se le echa encima, pero la palabra «estrellarse», que arrastra recuerdos de la noche anterior y también de la mañana, se ramifica en muchas asociaciones
92.
Janie se arrastra en la puerta, la cierra, y cae sobre la alfombra al lado de Carrie, que todavía está tirada en el sofá
93.
Habiendo descubierto la multitud a un delator, le da muerte "con una inhumanidad llevada al último exceso", y lo arrastra tras de su muerte, con la cuerda al cuello, hasta la puerta de M
94.
Con una complicidad afectuosa, me toma de la mano y me arrastra hasta la puerta de la habitación, que entreabre, y diviso en la penumbra los cabellos de Yvette sobre la almohada, la forma de su cuerpo bajo la colcha, un pie desnudo que asoma
95.
Ese idiota todavía arrastra el ala delta
96.
– El policía arrastra los pies y mira colina abajo
97.
–El tribunal arrastra un historial según el cual suele decantarse por el querellante, pero eso está cambiando
98.
Su enguantada mano conduce del ronzal a un mulo que arrastra un cargado trineo; detrás de él va otro con igual indumentaria; luego otro, y así sucesivamente hasta veinte; puntos negros en línea oscilante, destacándose en la inmensa y deslumbradora llanura
99.
En tanto decía Marta, viendo temblar en la linfa de la fuente el reflejo de las estrellas: —Esas son las partículas de oro que arrastra el agua en su misterioso curso
1.
Si nuestro deber nos obliga á señalar los defectos capitales de Virués,es justo añadir también en su honor, que, á pesar de los incomprensiblesabsurdos, á que lo arrastraba una falsa idea del arte ó la indulgenciaconsigo mismo, revela talento no común, que, mejor dirigido y habiendoimitado modelos más perfectos, hubiese dado, sin duda, resultados másprovechosos
2.
acontecimientos que me arrastraba en esa dirección
3.
iba siguiendo su sombra que se arrastraba por el suelo y alzaba ya el cañón de mi fusil,
4.
de los que arrastraba la corriente, y me estrellara contra él
5.
pesetas y que arrastraba literalmente a las masas, pero él nunca lo había entendido
6.
que arrastraba por el suelo y el enormesombrero de calesín, en el
7.
don Eugenio García, el decano de los comerciantesdel Mercado, un viejo que arrastraba cuarenta
8.
contra las rocas, la arrastraba a veces con una cuerdaatada al
9.
tentación era demasiado fuerte, y lo arrastraba
10.
piedras que arrastraba la corriente se detuvieron en mitad delcauce
11.
borriquillo quela arrastraba hubiera dado las señas de los
12.
No le arrastraba a jugar el ansiadel dinero, sino una decidida
13.
cuerpo de un beodo; arrastraba losojos por el suelo, aquellos hermosos ojos
14.
cuanto languidecía, se arrastraba óhubiera languidecido, de la
15.
arrastraba las notas de un modo tan lamentable
16.
punta de los pies y arrastraba la cola sobre elsuelo, con un fru-fru semejante al ruido otoñal de
17.
reconocido enél al miserable penado que arrastraba el día antes su cadena en elpresidio de la isla Nou
18.
El río arrastraba sus olas amarillentas entre las carenasnegras de los
19.
en su casa; en las iras que arrastraba para llegar allí
20.
senderos anegados y arrastraba las últimas hojas del año
21.
Estaba ligeramente mareada por el alcohol y arrastraba las
22.
larguezas del tardío calavera arrastraba enel Bosque uno de los
23.
¿Dónde está la fe que arrastraba a la
24.
arrastraba el afecto de sus discípulos y su antiguo afánde propagandista
25.
del aguay se arrastraba por la arena en medio de aquella
26.
arrastraba por los tuguriostocado con un sombrero gris y
27.
al cinto el bote dela guiropa, y arrastraba su tabardo harapiento
28.
manoteaba, gemía, se dejabacaer en el suelo, se arrastraba,
29.
que le arrastraba, y por los bordesde él asomaban sus
30.
El exceso de amor le arrastraba a injuriarla
31.
Pero la muchedumbre en movimiento lo arrastraba todo
32.
arrastraba por el suelo, después de entrar laminadapor los intersticios del balcón, despertaba
33.
los más floridos piesdel pueblo y los arrastraba por el lodo
34.
Y el padre se arrastraba por el suelo, y levantaba hacia los ladronesuna cara
35.
La enorme tira de trapose arrastraba por la habitación, se encaramaba a las
36.
Arrastraba unos zapatos de presillaspuestos en chancleta, y los tacones iban
37.
arrastraba por los rieles hacia París
38.
arrastraba lamisma atracción del enamorado que, para alegrar su
39.
estaba el movimiento detraslación, que arrastraba al globo
40.
La impaciencia arrastraba á Ulises hasta su hotel, para
41.
Mientras tanto, la atracción del mar le arrastraba lejos de las
42.
Mientras él arrastraba porel mundo su soledad y
43.
4 Y su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo, y lasechó en tierra
44.
hastío del camino y amor que les arrastraba á suscasas, se fueron
45.
La gente, recordando los tiempos en que arrastraba el fusil
46.
que ofrecía, en los riesgos a quele arrastraba su pasión y en la calidad y cantidad de esta
47.
Era la anarquía; una fuerza enloquecida, indescriptible, irracional me arrastraba
48.
En algún balcón del piso superior, alguien arrastraba una butaca
49.
Una nueva bocanada de aire caliente y húmedo cruzó la estación y agitó sus cabellos en el aire al tiempo que arrastraba pequeñas briznas de suciedad sobre los andenes
50.
Luego, tras unos segundos de silencio, los dos muchachos pudieron rastrear aquel sonido, el sonido de algo que se arrastraba a través de las tuberías, sobre sus cabezas
51.
También les llaman balleneros, los hay que dicen ballenatos, el cuento no varía: una albarda que arrastraba la riada y que la gente tomó por una ballena, etc
52.
Ésa fue su forma de proceder durante su primer gobierno de once meses: tomaba una decisión inusitada y, cuando el país todavía intentaba asimilarla, tomaba otra decisión más inusitada, y luego otra más inusitada todavía, y luego otra más; improvisaba constantemente; arrastraba a los acontecimientos, pero también se dejaba arrastrar por ellos; no daba tiempo para reaccionar, ni para urdir algo contra él, ni para advertir la disparidad entre lo que hacía y lo que decía, ni siquiera para asombrarse, o no más del que se daba a sí mismo: casi lo único que podían hacer sus adversarios era mantenerse en suspenso, intentar entender lo que hacía y tratar de no perder el paso
53.
Y, estando todos así suspensos, vieron entrar por el jardín adelante dos hombres vestidos de luto, tan luego y tendido que les arrastraba por el suelo; éstos venían tocando dos grandes tambores, asimismo cubiertos de negro
54.
Atravesaban una parte del Sahel y ya en los primeros campos, curiosamente, aquellos hombres fornidos y ruidosos callaban y miraban nacer el día sobre las tierras cuidadosamente cultivadas donde la bruma de la mañana se arrastraba en jirones por empalizadas de altas cañas secas que separaban los solares
55.
Después imitaba el paso de Ernest, siempre animoso, mientras él arrastraba los pies
56.
Y la tía Marguerite, la hermana de su madre, había muerto, la abuela lo arrastraba a casa de la tía el domingo por la tarde y él se aburría soberanamente, salvo cuando el tío Michel, que era carretero y también se aburría escuchando aquellas conversaciones en el comedor oscuro, en torno a los tazones de café negro sobre el hule de la mesa, lo llevaba al establo, que estaba muy cerca, y allí, en la semipenumbra, cuando el sol de la tarde calentaba fuera las calles, sentía ante todo el buen olor del pelo, la paja y el estiércol, escuchaba las cadenas de los ronzales raspando la artesa del pienso, los caballos volvían hacia ellos sus ojos de largas pestañas, y el tío Michel, alto, seco, con sus largos bigotes y oliendo él también a paja, lo alzaba y lo depositaba sobre uno de los caballos, que volvía, plácido, a hundirse en la artesa y a triturar la avena mientras el tío le daba algarrobas que el niño masticaba y chupaba con deleite, lleno de amistad hacia ese hombre siempre unido en su cabeza a los caballos, y los lunes de Pascua partían con él y toda la familia para celebrar la mouna en el bosque de Sidi-Ferruch, y Michel alquilaba uno de esos tranvías de caballos que hacían entonces el trayecto entre el barrio donde vivían y el centro de Argel, una especie de gran jaula con claraboya provista de bancos adosados, a la que se uncían los caballos, uno de ellos de reata, escogido por Michel en su caballeriza, y por la mañana temprano cargaban las grandes cestas de la ropa repletas de esos rústicos bollos llamados mounas y de unos pasteles ligeros y friables, las orejitas, que dos días antes de la partida todas las mujeres de la familia hacían en casa de la tía Marguerite sobre el hule cubierto de harina, donde la masa se extendía con el rodillo hasta cubrir casi todo el mantel y con una ruedecilla de boj cortaban los pasteles, que los niños llevaban en grandes bandejas para arrojarlos en barreños de aceite hirviente y alinearlos después con precaución en los cestos, de los que subía entonces el exquisito olor de vainilla que los acompañaba durante todo el recorrido hasta Sidi-Ferruch, mezclado con el olor del mar que llegaba hasta la carretera del litoral, vigorosamente tragado por los cuatro caballos sobre los cuales Michel{84} hacía restallar el látigo, que pasaba de vez en cuando a Jacques, sentado a su lado, fascinado por las cuatro grupas enormes que con gran ruido de cascabeles se contoneaban bajo sus ojos y se abrían mientras la cola se alzaba, y él veía moldearse y caer al suelo la bosta apetitosa, las herraduras centelleaban y los cencerros precipitaban sus sones cuando los caballos se engallaban
57.
Pero el hombre [lo] arrastraba rápidamente hasta el vehículo, abría una de las puertas con barrotes y, levantando al perro que se estrangulaba cada vez más, lo arrojaba a la jaula con la precaución de hacer pasar el mango del lazo a través de los barrotes
58.
Esperaba, miraba la noche límpida por encima de su cabeza, el cielo lleno de estrellas nítidas y tranquilas y se echaba hacia adelante, atrapaba la primera pata al alcance de su mano, arrastraba al animal lleno de gritos y de miedo hasta la puertecita, atrapaba la segunda pata con la otra mano y lo sacaba con violencia, arrancándole ya una parte de las plumas contra las jambas de la puerta, mientras todo el gallinero se llenaba de cacareos agudos y enloquecidos y el viejo árabe aparecía, vigilante, en un rectángulo de luz que súbitamente se recortaba en la oscuridad
59.
Aquella noche en él, sí, aquellas raíces oscuras y enmarañadas que lo ataban a esa tierra espléndida y aterradora, a sus días ardientes y a sus noches rápidas que embargaban el alma, y que había sido como una segunda vida, más verdadera quizá bajo las apariencias cotidianas de la primera y cuya historia estaba hecha de una serie de deseos oscuros y de sensaciones poderosas e indescriptibles, el olor de las escuelas, de las caballerizas del barrio, de la lejía en las manos de su madre, de los jazmines y la madreselva en los barrios altos, de las páginas del diccionario y de los libros devorados, y el olor agrio de los retretes de su casa o de la quincallería, el de las grandes aulas frías, donde a veces entraba solo, antes o después de las clases, el calor de sus compañeros preferidos, el olor a lana caliente y a deyecciones que arrastraba Didier, o el del agua de colonia con que la madre de Marconi, el alto, lo rociaba abundantemente y que le daba ganas, en el banco de su clase, de acercarse todavía más a su amigo, el perfume del lápiz de labios que Pierre había robado a una de sus tías y que olían entre ellos, perturbados e inquietos como los perros que entran en una casa donde ha pasado una hembra perseguida, imaginando que la mujer era ese bloque de perfume dulzón de bergamota y crema que, en el mundo brutal de gritos, transpiración y polvo, les traía la revelación de un universo refinado{178} y delicado, con su indecible seducción, del que ni siquiera las groserías que lanzaban a propósito del lápiz de labios llegaba a defenderlos, y el amor de los cuerpos desde su más tierna infancia, de su belleza, que le hacía reír de felicidad en las playas, de su tibieza, que lo atraía constantemente, sin idea precisa, animalmente, no para poseerlos, cosa que no sabía hacer, sino simplemente para entrar en su irradiación, apoyar su hombro contra el hombro del compañero y casi desfallecer cuando la mano de una mujer en un tranvía atestado tocaba durante un momento la suya, el deseo, sí, de vivir, de vivir aún más, de mezclarse a lo que de más cálido tenía la tierra, lo que sin saberlo esperaba de su madre y que no obtenía o tal vez no se atrevía a obtener y que encontraba en el perro Brillant cuando se tendía junto a él al sol y respiraba su fuerte olor a pelos, o en los olores más fuertes o más animales en los que el calor terrible de la vida se conservaba, pese a todo, para él, y del que no podía prescindir
60.
Mientras me arrastraba por la cavernosa cocina y abría la puerta de atrás, mis pies se deslizaban sobre las chanclas elásticas que Bernard había incluido en el montón de ropa que me trajo a la habitación
61.
Una voz gangosa, lánguida, que arrastraba perezosamente las sílabas, resonó en la puerta, murmurando:
62.
Desde la víspera se había constituido en héroe de un cuento de Las mil y una noches, y un poder invencible le arrastraba a la gruta
63.
Era un hombre largo, flojo y viejo que arrastraba los pies, vestido con algo parecido a la camiseta de un pescador
64.
¡Si tan sólo pudiera descubrir al ser que se arrastraba en la oscuridad! Pero fuera locura el abrirla; esto a bien seguro es lo que esperaba el otro, que saliese de su dormitorio impulsado por la curiosidad
65.
Tal vez me equivoque, pero me hizo el efecto de que era extranjera por lo que arrastraba las erres
66.
Tabriz contemplando los peces cocinados que arrastraba la corriente, comentó:
67.
Acababa de dar algunos pasos, cuando oyó delante de sí un ligero susurro; parecía que alguien arrastraba un trapo sobre las piedras
68.
Bharata hizo fuego en medio de los matorrales, pero la bala fue a destrozar la cabeza de un perro ya medio desgarrado que se arrastraba penosamente entre las hierbas
69.
En ese momento los arrastraba la gran corriente de los vientos Alisos que sopla constantemente del Este hacia el Oeste, de manera que no había que efectuar ninguna maniobra con el dirigible
70.
A media mañana del día siguiente, los hombres que marchaban hacia La Imperial vieron a un ser de pesadilla, cubierto de sangre y barro, que se arrastraba entre la tupida vegetación
71.
Era una mujer madura, sin ninguna coquetería, que arrastraba ligeramente los pies y había perdido la alegría injustificada que la hacía tan atrayente en su juventud
72.
Se arrastraba de rodillas un trecho sobre las ardientes arenas, pero finalmente quedaba tendido en la inmensidad de aquellas dunas lívidas, con las aves de rapiña revoloteando en círculos sobre su cuerpo inerte
73.
El viento arrastraba el hedor de carroña a kilómetros de distancia
74.
En tanto ambos se acercaban a su posada, los grupos que se cruzaban con ellos y que se dirigían a sumarse a los que ya estaban dentro de la aljama, los miraban con desconfianza, pero si a alguno se le pasó por las mientes interceptar su camino, el tamaño y la catadura del jinete que, montando un imponente garañón arrastraba la mula, le disuadió de tal cometido
75.
Pisaba con brutalidad para que sus acicates repiquetearan, y arrastraba su sable de cubierta metálica para producir un curioso terror en las mujeres y en los niños
76.
Abrió los ojos y miró al gran tiburón blanco que el pesquero arrastraba junto al costado izquierdo de la popa
77.
El navío sacudíase, el cacao se arrastraba sobre la arena, los motores gemían, el práctico gritaba sus órdenes
78.
En el bar, el Capitán soltó triunfalmente la noticia: el "coronel" Altino Brandáo, el dueño de Río do Bravo, hombre que arrastraba más de mil votos, se había puesto del lado de Mundinho
79.
Viktor murió desangrado mientras se arrastraba para pedir ayuda
80.
–No lo serán -afirmó Katzen recostándose hacia atrás mientras arrastraba las ganancias-
81.
La línea del día se arrastraba por llanuras y montañas desvaneciendo el imaginable frío de la larga noche lunar
82.
La doncella me arrastraba hacia abajo, tirándome de los calzoncillos
83.
Pero inmediatamente la cabeza del león se transformó en un escorpión horrible, que se arrastraba hacia el talón de la joven para morderla, y la princesa se convirtió en seguida en una serpiente enorme, que se precipitó sobre el maldito escorpión, imagen del efrit, y ambos trabaron descomunal batalla
84.
El caballo pataleaba en el suelo, pugnando por levantarse y con sus movimientos de dolor y desesperación arrastraba el coche hacia el abismo
85.
Parecía que el hombre arrastraba algo
86.
Chaperón y otros de igual talla gozaban viendo llorar como un alumno castigado al general de la Libertad, al pastor que con la magia de su nombre arrastraba tras sí rebaño de los pueblos
87.
En casi toda la Península se había declarado el estado de sitio, sin más objeto que perseguir y encarcelar a los libres; la imprenta era toda mordazas; el Ministerio marchaba francamente por la senda del absolutismo, emulando al Príncipe rebelde en la estolidez de sus disposiciones tiránicas, y para colmo de locura, se arrastraba a los pies de Luis Felipe, pidiéndole una intervención humillante para terminar la guerra, sin obtener más que los desdenes de las Tullerías (así hablaban los que querían distinguirse por un fino lenguaje)
88.
Movidos de la curiosidad, aproximáronse los dos arrieros, y confundidos entre la multitud pudieron admirar la devoción que en los rostros y actitudes de todo el gentío se manifestaba, y aun hubieron de sentirse influidos por la masa, que les atraía y les arrastraba sin que de ello se dieran cabal cuenta
89.
Le pregunté cuánto tiempo me quedaba y él creció de súbito hasta su edad actual, dejó de reír bajo la manguera, se arrimó a la ventana de espaldas a mí, mirando el mercado, dijo Cerca de dos o tres semanas, no lo sé, Julieta, que era ahijada de la dueña de la pensión corría en Ericeira detrás de los pollos, mi sobrino continuaba mirando el mercado, y yo me acordé de un año distante en el que prolongué el verano hasta los últimos días de octubre, me acordé de las palanganas en el hotel desierto, del mecánico albino que rondaba en el temporal, de los albatros en la bodega de la caldera y en los vanos del tejado de los chalés entre los cabrahigos, de los tres caballeros de negro encerrados en un cuartito del primer piso, y del cuervo que arrastraba las alas en la cocina soltando palabrotas de marinero
90.
Eran pueblo, que es como decir niños, y el poder imaginativo les arrastraba a la juguetería
91.
Sin embargo, su abrazo sólo duró un momento, porque el hombre más joven hizo presa en la mujer y la obligó a salir de la habitación, mientras el de más edad dominaba fácilmente a su debilitada víctima y lo arrastraba fuera, a través de la otra puerta
92.
Seguiría, pues, la formidable corriente que a todas las actividades españolas arrastraba hacia la tierra berberisca
93.
Sus patas traseras se movían irregularmente, y la cola le arrastraba por el suelo
94.
Había tres o cuatro rubios hechos cecina por nuestra metralla, y algún herido que se arrastraba dejando sangre que la escora llevaba en regueros a la otra banda
95.
Por el sitio, yo creo que la arrastraba a la galería que hay detrás del almacén de cuerdas y espartos cuando le caímos encima
96.
El Segundo Ejército arrastraba una larga y sangrienta historia
97.
El sol calentaba aún, a pesar de las hojas secas que el río arrastraba, incansable, hasta la orilla
1.
lugar que en cualquier otro, las cuales, a veces, me arrastraban dando revolcones, envuelto en
2.
por latempestad, arrastraban sus esbeltas ramas por encima del
3.
los tableros y en los cortinajes, roídos ya,se arrastraban, caían, volaban,
4.
arrastraban por el cieno,impotentes para elevarse un instante a la
5.
Todos los heridos se arrastraban hacia el capitán, atraídos por
6.
Eran como las antiguasnaciones en marcha, que arrastraban detrás
7.
arrastraban, se aglomeran,se descomponen bajo la acción del
8.
Salvatierra, que le arrastraban al ladode los humildes y los
9.
los pocosmarineros de su antigua tripulación que aún arrastraban
10.
Las palas se arrastraban dentro del horno, dejando sobre las
11.
subían por las rocas, llegaban hasta las casas,arrancaban puertas, arrastraban todo cuanto
12.
arrastraban por el suelo sobre unzócalo de ruedas, cráneos
13.
Sus piernas arrastraban porel suelo, asomando entre las tiras de
14.
uno por una pierna,tiraban de él y le arrastraban al fondo de los mares
15.
Arrastraban las tripas por elsuelo, y al pisárselas él mismo con sus patas
16.
Pensó en el toro, al que arrastraban por la arena en aquel momento conel cuello
17.
de éstos, sacados ya sobre cubierta, se arrastraban por ella condelirante extravío, buscando un
18.
Ahora podía ver que lo que Flint y los marineros arrastraban era el ancla nueva
19.
Pero también ahí ignoraba hasta qué punto estaba predispuesto a llegar hasta ese último refugio, esa inexpugnable ciudadela, ese mundo en el que soñadores ancianos, tocados con el shtreimel, luciendo largas barbas y vistiendo oscuras levitas, arrastraban de la mano una caterva de hijos, hermanos y hermanas nacidos con nueve meses de diferencia; un pueblo hierático, de paso apresurado y rostros similares, pálidos y enmarcados por largos bucles en espiral; un palacio insólito en el que brillaban la seda y el terciopelo, un lugar anticuado en el que se movían, al mismo compás de los personajes del siglo xviii, muchachas con pañoleta y mujeres que llevaban peluca y sombrero, con los hombros cubiertos por chales, las piernas ocultas bajo largas faldas y los tobillos aprisionados por medias de lana
20.
El herrador rodeó con el brazo a Huma, quien tuvo la sensación de que lo arrastraban
21.
Sintió cómo unas manos lo asían por los hombros y lo arrastraban por el pasillo
22.
El lugar que llamaban posada, en Puerto Anunciación, era un antiguo cuartel de paredes resquebrajadas, cuyas habitaciones daban a un patio lleno de lodo donde se arrastraban grandes tortugas, presas allí en previsión de días de penuria
23.
Las aguas turbulentas y fangosas, arrastraban el cadáver de un venado, tan hinchado que su vientre blanco parecía una panza de manatí
24.
Arrastraban los pies, se enjugaban la frente, tenían hambre
25.
Durante semanas el verano y sus súbditos se arrastraban bajo el cielo pesado, húmedo y tórrido, hasta olvidar incluso el recuerdo de la frescura y el agua del invierno,(168) como si el mundo nunca hubiera conocido ni el viento, ni la nieve, ni el agua ligera, y como si desde la creación hasta ese día de septiembre no hubiera sido más que ese enorme mineral seco y perforado de galerías recalentadas donde se movían lentamente, un poco extraviados, la mirada fija, unos seres cubiertos de polvo y de sudor
26.
En cambio, éstos, a lo largo del día, oían, sin verlos, los tranvías que pasaban, y adivinaban, por el ruido más o menos grande que arrastraban con ellos, las horas de entrada o salida de las oficinas
27.
A unos cien pasos avanzaban entre las hojas y las hierbas varios cuerpos negros, los cuales se arrastraban con precaución
28.
Se acercó con aprensión a la puerta, y vio que dos soldados arrastraban a la elfa por el pasillo
29.
Eragon sonrió abiertamente cuando oyó que los úrgalos se arrastraban en busca de refugio
30.
Se concentró en hacer la respiración más lenta y dejó que su mente se fuera abriendo y expandiendo hasta entrar en contacto con todos los seres vivos que había a su alrededor, desde los gusanos y los insectos que se arrastraban por el suelo alrededor de Saphira hasta los guerreros de los vardenos; incluso hasta las pocas plantas que quedaban por la zona, cuya energía notó débil y huidiza en comparación con la encendida brillantez de la de cualquier animal por pequeño que fuera
31.
El día clareaba y su cuartago trotaba alegremente cuando en la lejanía divisó un elegante coche de viaje que al tomar una curva del itinerario le mostró el tiro de seis caballos lujosamente enjaezados que lo arrastraban
32.
Durante la marcha por el desierto se arrastraban en una nube de polvo salobre, muertos de sed, con la arena hasta medio muslo, un sol despiadado reverberando sobre sus cabezas y el peso de sus mochilas y municiones al hombro, aferrados a sus fusi-les, desesperados
33.
Se quedó en la puerta hasta que el tren arrancó de nuevo, y entonces, mientras la locomotora avanzaba aún muy despacio, se bajó de un salto que lo depositó en un extremo del andén, muy lejos del lugar donde los recién llegados saludaban a quienes habían ido a buscarles o arrastraban sus maletas hacia la salida
34.
¿Qué significado tenía aquel perro? ¿Y los repugnantes caracoles que se arrastraban por todas partes?
35.
El sueño, la pesadilla, el cuerpo desnudo de Livia sobre el cual se arrastraban los caracoles
36.
Llamó utilizando la aldaba en forma de cabeza de caballo y finalmente, a la tercera llamada, oyó unos pies que se arrastraban
37.
Las ramas más bajas estaban retorcidas y se arrastraban por el suelo; por mucho que lo intentaban, no conseguían elevarse hacia el cielo y, en determinado momento de su avance, lo pensaban mejor y decidían volver atrás, hacia el tronco, describiendo una especie de codo o, en algunos casos, un auténtico nudo
38.
El valle en sí estaba desierto, pero las colinas a su alrededor rebosaban de vida, con cosas que crecían, cosas que se arrastraban y cosas que nadaban
39.
El edificio se estremecía, del techo caían cal y astillas, los muebles se arrastraban por el suelo con movimientos espasmódicos
40.
Pero la momia seguía avanzando hacia él, y sus pies arrastraban las largas tiras de lino desgarrado y polvoriento
41.
Se abandonó todo trabajo; no se pensó más en los heridos, y muchos de éstos, sacados ya sobre cubierta, se arrastraban por ella con delirante extravío, buscando un portalón por donde arrojarse al mar
42.
Era increíble lo despacio que se arrastraban las horas y, sin embargo, nos ayudaba el mismo tipo de paciente interés que debe de sentir el cazador mientras vigila la trampa en la que espera que acabe por caer la pieza
43.
Miré por la ventana y distinguí el helicóptero azul marino en el remolque en que lo arrastraban hacia la pista
44.
Un grupo de matones, semidesnudos y ostentando tatuajes con la bandera del Reino Unido, arrastraban hacia abajo a los hinchas locales y los pisoteaban con sus botas
45.
Los presos seguían pasando… Ser ellos y no ser los que a su paso se alegraban en el fondo de no ser ellos… Al tren de carretillas de mano sucedían el grupo de los que cargaban al hombro la pesada cruz de las herramientas y atrás, en formación, los que arrastraban el ruido de la serpiente cascabel en la cadena
46.
Tenía la proa un tanto levantada, y tenía que luchar contra las corrientes que lo arrastraban de lado, pero seguía avanzando
47.
Si Crozier no hubiera estado muy, muy cansado, se habría enorgullecido de alguna manera por el diseño y la resistencia de los diversos trineos que los hombres arrastraban ahora hacia el sudeste por encima del hielo
48.
En cuanto Medianoche advirtió que las sogas animadas se arrastraban hacia ella, retrocedió entre los matorrales en dirección al río
49.
Tenían los rostros tan consumidos como los de los prisioneros que arrastraban los zuecos sobre los desgastados tablones
50.
–¡Eh! – exclamé mientras me arrastraban hacia la puerta trasera del cuatro por cuatro-
51.
Las nubes bajas cubrían la vaguada -relataría- y las termitas no podíamos verlas, mientras se arrastraban a nuestras espaldas, siguiendo el fácil camino del río
52.
Estos, tiraban de sus correas, mientras arrastraban a sus guardianes, tras ellos
53.
–¡Puta! ¡Puta! ¡Puta! – era todo lo que podía decir mientras lo arrastraban a su celda
54.
Seguían en la esquina cuando vieron que dos hombres arrastraban una camilla sobre la que reposaba un cuerpo que por su inmovilidad parecía el de un muerto
55.
En pos de él arrastraban un prolongado mugido
56.
Lentamente, mi cuaderno avanzaba: soñaba con un avión que se caía; con perros rabiosos que me perseguían; con una prima deliciosa que me acariciaba; con mi padre gritándome; con partidos de fútbol en los que convertía goles increíbles; con mi hermana Milagros; con las noches de cocaína; con gigantescas olas del mar que me arrastraban y tragaban; con una mujer que me perturbó y poseyó, tanto que escapé de ella pero nunca del todo, porque siguió viviendo allí, en mi imaginación, hasta el día de hoy
57.
Esta medida fue acompañada de una artimaña naval consistente en utilizar lanchas a motor y torpederos que arrastraban globos reflectantes, para que en el radar parecieran grandes buques
58.
Owain creyó escuchar garras que se arrastraban entre las sombras más allá de las puertas, pero quizá era el sonido de unas risas contenidas
59.
En el exterior, el aire estival de la tarde era amarillo limón con el sol oblicuo, y las sombras de los olmos que se arrastraban desde el este conformaban un manto púrpura un poco escaso de negro
60.
forma en que arrastraban los pies era evidente que estaban cansados y desalentados
61.
Recorrió el bloque de celdas a toda prisa, esquivó a tres vigilantes que arrastraban a un gigante barbudo hacia la suya y siguió corriendo
62.
Bailaban tensas al comienzo, pero al avanzar la noche los hombres y sus parejas se acercaban, sus caderas se ondulaban rítmicamente y los pies se arrastraban con tanta rapidez sobre el suelo de tierra que Poma Fina tenía que regarlo con agua para que el polvo no se levantara y no se metiera en los ojos
63.
Varias mujeres se arrastraban por el suelo y recogían harina en sus faldas
64.
Con ellas se arrastraban los gusanos, igualmente estoicos y determinados, sin detenerse
65.
La madre ya llevaba entonces dos días sin trabajar, ya no poseían ni la más ínfima moneda, habían pasado el día a la intemperie y sin probar bocado y en sus hatillos sólo arrastraban unos trapos inservibles que, acaso por superstición, no se atrevían a tirar
66.
Olvidaba decirle que cuando estuve en la puerta las tres religiosas que me conducían me apretaban, me empujaban con violencia, parecían estar turbadas a mi lado; unas me arrastraban por los brazos mientras otras me retenían por entrar en la iglesia, cuando en realidad no había nada detrás, como si me hubiese resistido y me repugnara de esto
67.
El único movimiento que se percibía en la línea macedonia era el de las muías en el extremo del flanco izquierdo, que arrastraban las siniestras máquinas de guerra: catapultas, hondas y mandrones
68.
Todo era música, las subidas y bajadas de las patas, determinados giros de las cabezas, el andar y el reposo, sus posiciones respectivas, los pasos como de contradanza originados cuando, por ejemplo, cada cual afirmaba las patas delanteras en el lomo del precedente de manera que el primero sostenía, erguido, el peso de los demás, o cuando formaban entrelazadas figuras que se arrastraban, cerca del suelo, sin equivocarse jamás
69.
Las entrañas se arrastraban por el metal desgarrado y desaparecían por encima del borde
70.
Se arrastraban pequeñas olas
71.
Dos hombres arrastraban a un tercero, mientras que un cuarto los cubría
72.
Dos docenas de hombres se arrastraban por el suelo, sobre su sangre, y los que aún se mantenían en pie luchaban con gruñidos y gesticulaciones
73.
En otoño era más divertido, pues imaginaban entonces que arrastraban los pies entre las hojas otoñales de la Tierra
74.
Perrin tenía la impresión de que las nubes lo arrastraban hacia lo alto
75.
Las aceras estaban atestadas de civiles que huían del avance alemán cargados de maletas y bolsas, o que arrastraban carros con sus posesiones
76.
–Eh, eh, eh, ¿qué es esto? – dijo en tono conciliador mientras los tres lo arrastraban hasta la puerta
77.
Dos locomotoras arrastraban los cuarenta vagones de carga; los largos cañones de las armas sobresalían de debajo de las lonas
78.
Muchos se arrastraban como mejor podían
79.
Oía la respiración jadeante de mis soldados, que, tras la carrera, se arrastraban cabizbajos
80.
Aquel distrito aparecía ahora casi desierto, aunque todavía quedaban muchas de las viejas cantinas, que arrastraban una vida mísera, teniendo como clientes a hombres y mujeres de pésimos antecedentes
81.
implacables espinos y zarzas a través de las que la arrastraban
82.
Mientras buscaban a Paabu y lo arrastraban, resistiéndose y chillando, a ser sacrificado en el altar de la ignorancia y de la superstición, por toda la aldea corrió rápidamente la voz de que se iba a poner en escena una diversión deliciosa, de lo cual resultó que la gente se atropellase para presenciarla
83.
Una de las cabezas que se arrastraban por la tierra se aproximó ahora
84.
Tránsito Ariza desbarataba y volvía a coser para él las ropas que su padre decidía botar en la basura, así que iba a la escuela primaria con unas levitas que le arrastraban cuando se sentaba, y unos sombreros ministeriales que se le hundían hasta las orejas, a pesar de que tenían el cerco disminuido con relleno de algodón
85.
Estaban rígidos y muy cansados, y a Gunner le dolía la herida de la cabeza; pero, no obstante, estaban contentos mientras, cogidos de la mano, arrastraban sus pies agotados hacia el agua y la comida
86.
Vamos -y arrastrando a Favonia, a la que envolvieron con una capa hecha jirones, salieron de la casa de Septimus Favonius sin que nadie les viera; y mientras dos hombres arrastraban un pesado fardo por las oscuras sombras de debajo de los árboles, el hijo de Tabernarius echó a andar en dirección opuesta
87.
Dos agentes arrastraban a un tercero pasillo abajo en dirección hacia mí, mientras otros tres con pistolas disparaban como locos hacia la esquina
88.
Creo que el pequeño equipo de rescate no se había dado cuenta de que el cuerpo que arrastraban lejos del combate no tenía cabeza
89.
Entre la ventana a la que estaba asomado y el maravilloso palacio —un intervalo de una veintena de metros— habían empezado a flotar mientras tanto frágiles apariencias, parecidas quizá a hadas, que arrastraban en pos de sí jirones de gasa, relucientes a la luna
90.
Arrastraban los pies como parias entre horribles sufrimientos, pues Ramsés había ordenado que les cortaran la lengua
91.
* La escalera de las Gemonías estaba junto al Tullianum y al Capitolio, y allí se exponían o arrastraban los cuerpos de los ajusticiados para dar ejemplo a la población
92.
Nubes de vapor que arrastraban el nauseabundo aliento del Wangpoo cubrían la calzada del Blood Alley, uno de los callejones más pestilentes de Shanghai por méritos propios
93.
Arrastraban entre los dos a Jaime Lannister
94.
Arrastraban los trastos de la pintura por toda la ciudad, oliendo el hambre en unas calles y negando con la cabeza ante la abundancia de otras
95.
Todo el mundo se volvió hacía el rumor de los pies que se arrastraban y las voces disciplinadas cada vez más próximas
1.
desovillándose como un eco arrastrado por el cuello roto
2.
confesión a quela había arrastrado un ardiente deseo de
3.
entre los compañeros, y arrastrado en partepor sus instintos
4.
corriendo sin cesar, acariciado por la luz, el arroyo haderribado y arrastrado los escombros de las enormes
5.
arrastrado también hacia el precipicio
6.
agujero en laarena por encima de un cuerpo sólido arrastrado tras la corriente, ó enel punto ocupado por
7.
sobre la cualhabían puesto a la muerta y arrastrado todo consigo,
8.
según la consejadel pueblo fue arrastrado un día por los demoniosal infierno
9.
evitarlo, en un momento de turbación y deceguedad, arrastrado
10.
de la puerta, queno se abrió porque Juan se vio arrastrado con
11.
de la plantación por un tiempo pero después fue capturado y arrastrado de regreso
12.
El revolucionario, arrastrado por el curso tumultuoso de
13.
Arrastrado por la soberbia, bordeaba
14.
oraciones, arrastrado hasta unjuncal inmediato, y entregado a la
15.
El ridículo cayó sobre las cabezas de los transeúntes; pasó de mano enmano, y fué arrastrado por la
16.
iluminó mi frente y pude detenerme en elborde del abismo a que me había arrastrado
17.
Ya hacia el fin del verano,cuando los torrentes han arrastrado á las llanuras el agua de losaludes fundidos, y los árboles han soltado el peso de la nieve que haciadoblarse á sus ramas, y las mismas matas, calentando el espacio que lasrodea, han conseguido deshacer los copos de nieve que las
18.
El pañuelo arrastrado por el movimiento constante del
19.
haber arrastrado a lamuerte
20.
Cada unopensaba en la causa que le había arrastrado
21.
El cataclismo de la guerra mundial había arrastrado los
22.
El deseo de emanciparse la había arrastrado hacia su amiga la
23.
—Pero lo más raro es que, arrastrado por su imaginación potente, lacual es como un Hércules
24.
arrastrado en carretela; dormía donde le cogía el sueño,
25.
hijo! Apagado el fuegode la pasión amorosa que le había arrastrado a un segundo
26.
serenos yay libres del arrebato que los había arrastrado a todos, rectificaban
27.
Hermano coadjutor Ostolazo,que pereció en el patio y fue arrastrado a la calle por las mujeres
28.
Después de muerto fué arrastrado hasta la playa, arrojando sucuerpo en los arrecifes de la costa del Pico de los Amantes
29.
Montaron en sus jamelgos, y al echar a andar vieron que de una casapróxima al puente de Iraeta salía un coche arrastrado por cuatrocaballos
30.
El Castor fue arrastrado en una curvatura de progresiva aceleración
31.
Arrastrado por el peso del ancla, se hundió rápidamente en las tenebrosas profundidades hasta que la única evidencia visible del monstruo fue la explosión de burbujas que ascendieron a la superficie
32.
En media jornada los tres cubrieron la distancia que separaba Lacynes de Atossa; iban en un carruaje real arrastrado por un tiro de lustrosos corceles negros
33.
Otro había arrastrado a su compañero a cierta distancia y se había quedado separado del grupo
34.
Porque había sido atrapado por Belial, y por su plan maléfico, arrastrado a mi pesar en la locura de la borrasca
35.
Se deben al polvo arrastrado por el aire y sus formas varían de acuerdo con los vientos estacionases
36.
El polvo mineral arrastrado por el viento tiene un efecto similar
37.
Tenía una constitución tan ligera que yo temía verle arrancado por la corriente en cualquier momento y arrastrado como una pluma
38.
El pequeño grupo tenía una meta, un objetivo que cumplir, y Jack se sentía arrastrado a el en contra de su voluntad
39.
Había indicios de que algo pesado había sido arrastrado por la habitación, y siguiendo estas indicaciones, el detective entró en un pequeño cuarto de baño
40.
Continuó buscando con la esperanza de hallar señales de haber sido arrastrado sobre el césped un cuerpo pesado
41.
Daría un paseo por las antiguas caballerizas, ya irreconocibles, intentando recordar cómo eran, cómo era yo entonces, cuando tía Enriqueta tenía aquel divertido coche de caballos descubierto que sólo utilizaba en verano, por la casi impracticable carretera de La Jara, arrastrado por una collera de yeguas jóvenes y conducido por Juanele, un mozo que se parecía a Stephen Boyd en Ben-Hur y que me dejaba ir junto a él en el pescante y rozarle el muslo con la rodilla
42.
Siendo arrastrado por los sentidos, después de años de continencia, derrochaba su dinero en juergas y con las rameras, e incluso con los pálidos y demacrados homosexuales de los callejones, pero sólo cuando éste se le acabó comenzó a preguntarse cómo conseguir más, lo que ya bastaba para envilecerlo, porque el dinero jamás había suscitado su interés
43.
El régimen empezó a inquietarse: sentía que se estaban erosionando tanto los sentimientos de buena voluntad que lo habían arrastrado al poder como la disciplina y dedicación que habían asegurado su éxito
44.
El bar estaba sumido en un absoluto silencio mientras el motero herido era arrastrado por sus compañeros
45.
Las bridas estaban rotas y era evidente que se habían arrastrado por el suelo
46.
Por fin, aprovechando una gran ola que se retiraba, miró a los que sujetaban la cuerda, para que la largasen, y se precipitó en el agua; en un momento se puso a luchar fieramente, subiendo con las colinas, bajando con los valles, perdido en la espuma y arrastrado a tierra por la resaca
47.
Como el marino del cuento, los vientos y las corrientes lo habían arrastrado hasta la zona de influencia de la Montaña Imantada, que lo atraía, sin que él tuviera más remedio que ir
48.
El conde hizo un movimiento de satisfacción, descendió los escalones, subió a su carruaje, que arrastrado al trote del magnífico tiro, no se detuvo hasta la casa del banquero
49.
En efecto, en el mismo instante, un cupé arrastrado por dos soberbios caballos de tiro, llegó delante de la reja de la casa, que se abrió al punto
50.
Unas señales en las caderas indicaban que la habían matado en otra parte y habían arrastrado el cadáver hasta allí
51.
Usted podrá suponer que Armstrong se deshizo de los otros tres antes de tirarse al agua, pero hay todavía algo más: el cadáver del doctor fue arrastrado sobre las rocas, que están encima de donde llega la marea alta
52.
Antes que estos últimos acontecimientos tuvieran lugar, el pariah con Eduardo, Oliverio y el viejo Harry a bordo, incendiado y con las cuerdas del timón cortadas, era arrastrado por la tempestad
53.
El, pariah arrastrado por la corriente se introdujo en el canal con la velocidad de un caballo enloquecido pero de pronto sufrió una violenta sacudida y se detuvo, inclinándose sobre estribor
54.
No había pasado un minuto cuando el desgraciado viejo yacía en el suelo arrastrado por las manos de hierro de los dos piratas
55.
El viento, después de habernos alejado de las costas inglesas, nos ha arrastrado hacia el sur, en dirección a las Islas Canarias
56.
¡El desgraciado, arrastrado por las aguas, había desaparecido
57.
--Supongo que los habrá arrastrado consigo la corriente
58.
El desgraciado faquir había recibido una bala en el cráneo y era arrastrado por la corriente enrojeciendo el agua a su alrededor
59.
- Me parece que las olas han arrastrado a los chinos- respondió el marinero -
60.
Quizá el viento los haya arrastrado lejos, pero estoy seguro de que en cualquier momento los veré regresar
61.
A una gran distancia El Rayo completamente desarbolado, corría a través de las olas, arrastrado hacia el Atlántico por la corriente del Gula-Stream
62.
En cada interrupción del melodrama aparecía Gregory Reeves con su traje bien cortado y sus ojos azules, la imagen de un respetable profesional anglosajón, pero cuando abría la boca para ofrecer sus servicios lo hacía en un sonoro español de barrio, con los modismos y el inconfundible acento arrastrado de los hispanos que lo observaban al otro lado de la pantalla
63.
Y entonces, como un nubarrón arrastrado por la galerna, los cascotes salieron volando hacia la derecha en dirección al muelle y al lago Leona
64.
Llegaron a La Perla de Oriente tres muchachas preguntando por Kamal y les dije que no estaba y no valía la pena ni siquiera recordarlo, porque en realidad no era humano, nunca existió en carne y hueso, era un genio del mal, un efrit venido del otro lado del mundo para alborotarles la sangre y turbarles el alma, pero ya no lo verían más, había desaparecido arrastrado por el mismo viento fatal que lo trajo del desierto hasta Agua Santa
65.
Era una tarima del restaurante sobre la que había sillas y mesas y el agua los había arrastrado hasta allí
66.
Al momento siguiente, este agente entra en el portal impulsado y arrastrado por la marea de la generación propia
67.
Recordaba vagamente que a la vuelta de Cuévanos habían sido atacados y que, requerido por David, había saltado sobre el lomo de su cabalgadura, y que al no poder alcanzar el segundo estribo había caído al suelo, siendo arrastrado lastimosamente hasta sentir que su cabeza reventaba, como una calabaza hueca, al golpearse con las piedras del camino
68.
Matilda es como un guijarro ahora, arrastrado por un somero río de montaña: cambia de lugar, pero no se diluye en el agua ni se confunde con los otros guijarros o con el cieno: rueda puliéndose, inmensas distancias, hasta volverse una nítida piedra lamida y dulce que encuentran los niños en la playa
69.
Su vestido estaba rasgado en ambos hombros y tenía el cuello raspado de cuando la habían arrastrado por la alfombra mientras ella pataleaba contra el piso, las paredes y las sillas
70.
El pobre Fatty fue arrastrado del escalón y llevado hasta el centro de la sala
71.
Estrella gritaba despavorida, tratando de liberarse del férreo brazo que la empujaba con fuerza a meterse en la repugnante barca reventada de pecadores, aclarando a gritos que, cuando conoció a Martín, ella desconocía que él era casado; pasándole todas las culpas a su compañero, quien por otro oscuro demonio era arrastrado a las tinieblas, entre una sudorosa y pestilente masa hedionda a orina y excrementos, que tropezaba y caía huyendo de los tridentes demoníacos que pinchaban sus cuerpos
72.
Apenas se habían arrastrado Rüdiger y Anna bajo la cama de Anton cuando su madre estaba ya en la puerta
73.
En eso la caja emitió un leve sonido de ruedas en funcionamiento y Rajasinghe se sintió arrastrado por una fuerza misteriosa
74.
Aunque la avalancha había arrastrado también a diez o doce hombres, éstos se agruparon en torno a una mesa para brindarse mutua protección; a juzgar por sus expresiones concentradas seguían luchando mentalmente con los problemas que habían dejado en sus escritorios
75.
El grupo se alejó de ellos arrastrado, por la muchedumbre
76.
Aún llevaba el polvo del sepulcro de la iglesia adherido a la tela de la capa y a sus rubios cabellos: le daban el aspecto de un ángel arrastrado por la tierra, un ángel caído
77.
Y, antes de que me diera cuenta de lo que estaba sucediendo, me vi arrastrado al asiento bajo de cuero; Louis cayó encima de mí y tuvo que gatear sobre el respaldo del asiento para ocupar el posterior
78.
Casi arrastrado por mi joven amigo entré en el [91] palacio y subí a las habitaciones altas, abriéndonos paso por entre los energúmenos que bajaban y subían
79.
Muchas de las plantas y de la tierra que contenían dichas cestas estaban desapareciendo calle abajo, sumándose a la basura habitual formada por periódicos viejos y envoltorios de comida, todo arrastrado por la calzada y las aceras mojadas en dirección al centro de la ciudad
80.
Paco entre sollozos, [133] hipidos y babeos-; me han pegado, me han arrastrado, me han
81.
Habían caminado hacia la tormenta; es decir, se habían arrastrado hacia ella, con los vientres pegados al suelo, los cuerpos empapados y resplandecientes bajo la lluvia
82.
-Será conducido a la horca arrastrado por las calles -dijo Romo-
83.
No debía quedar ninguna señal en la tierna hierba bañada por la luna, ningún indicio de que se hubiera arrastrado un cadáver, que era el motivo principal por el que había dispuesto que fuese una noche agradable
84.
Viéndose separado de Uhagón, que en el [394] barullo fue arrastrado lejos de su amigo, los que rodeaban a Calpena dijéronle con cariñosa urbanidad: «Ya encontraremos a Celestino
85.
De nada me valía mi santa indignación, y allá me fui casi arrastrado por Fernando, que presenciar quería la hecatombe
86.
Y cuando supo que el cadáver había sido arrastrado por las calles, lanzó un discreto silbido
87.
Le llevarán a la horca en un serón arrastrado por un burro
88.
Perdóneme mi cara esposa; yo me sentía de improviso arrastrado fuera de la existencia regular, al influjo de aquella mujer, que si fue mi tentadora en tiempos libres, cuando con piadosa mano hacia las pacíficas venturas materiales me guiaba, ahora, por diverso estilo, me trastorna y enciende con los atrevimientos de su voluntad sin freno
89.
Parece bastante probable que la chaqueta se quedara allí debido al peso, mientras el cuerpo desnudo era arrastrado hacia el río
90.
Quizás aquello me hubiese arrastrado a la locura, de no haber sido siempre un hombre muy tenaz
91.
Cabía la posibilidad de que hubieran arrastrado el yate de mi padre hacia el Norte, donde pudo encontrarse con el barco del capitán Carey
92.
Al entrar don Wifredo, el digno Gobernador, rodeado de graves señores y algunas damas, iba ya muy adelantado en el relato del espantable motín, que sabía por telegramas oficiales: La autoridad militar, General Acosta, no dio señales de vida hasta que le llevaron noticia de que el pobre señor Reyes había sido arrastrado
93.
Luego [50] fue arrastrado a la visita de logias, en las que no se entraba sin cierto respeto, por la tradición del misterio y de la pintoresca liturgia que allí se gastaba
94.
La miró con atención, mas el río había arrastrado también las imágenes que segundos antes poblaron aquellos ojos
95.
Así, el hombre moderno, en lugar de trabajar tan duramente debido a alguna obligación exterior, se siente arrastrado por aquella compulsión íntima hacia el trabajo, cuyo significado psicológico hemos intentado analizar
96.
También se le ve a él por detrás, todavía agachado para cagar y dejando unas huellas en el suelo con las patas de atrás como de que es arrastrado
97.
Recordaba con gran claridad su niñez en aquellos muelles, a los que se había visto arrastrado por la atracción de los comerciantes extranjeros, quienes dormían en sus coyes como héroes cansados de librar una guerra capital a su regreso
98.
Joanna aún llevaba la bata de médico, que se había convertido en un espantoso cuadro abstracto, en especial por haberse arrastrado por el suelo del establo
99.
Un siglo después (1872), un fabricante de vino catalán, arrastrado a Barcelona por la guerra carlista, Josep Raventós et San Sadurní, reprodujo con éxito el mismo procedimiento
100.
Se sentía arrastrado hacia posiciones incómodas
1.
Arrastramos los dos cuerpos hacia el interior del cuarto
2.
Echamos cuerpo a tierra y nos arrastramos entre la hierba alta, sin poder ver si el antílope seguía allí
3.
–¿Cuántos golpeamos las mesas, cuántos caminamos, cuántos arrastramos los pies, cuántos corremos? ¿Cuántos se muestran bajo el Sol, cuántos se ocultan con la Luna?
4.
Quizá lo arrastramos desde los subterráneos de la ciudad y permaneció en la avioneta aturdido por la tensión de nuestro vuelo interestelar
5.
El rey de los masenas habló a su pueblo, en su propia lengua, y de inmediato prorrumpieron en maullidos y ronroneos, y, con gruñidos salvajes, unos cuantos nos agarraron a Qzara y a mí, y comenzaron a arrastramos hacia la entrada
6.
Me pongo un jersey encima del pijama y arrastramos los pies escaleras abajo
7.
Nos arrastramos igual que serpientes
8.
Ese machismo inconsciente e involuntario pasa inadvertido, y sólo podrá superarse si las chicas jóvenes no asumen que todo está ya solucionado y se acostumbran a denunciar las injusticias que subliminalmente todavía arrastramos en muchas actividades humanas, incluida y quizá en mayor grado, la ciencia
1.
Schack, es de grande interés para los que desean conocer á fondo elreinado del gran legislador de Oriente, debe tenerse en cuenta quetampoco merecen entero crédito sus infames y ocultas venganzas de losque tanto lo favorecieron antes, las cuales prueban el extremo dedegradación á que llegan á veces los hombres, y las incalculablescontradicciones á que los arrastran el interés, la adulación, el miedo yla rabiosa ira
2.
ultrajante, mientras sus pueblos se arrastran en el polvo, devorados por la miseria, como una
3.
Afortunadamente, entre una y otra sacudida, las corrientes marinas lo arrastran hacia otra parte de la isla y es aquí que se le aparece la desembocadura de un río
4.
arrastran a confundirme con lo que veo
5.
canoas, porque encontrando estasobstáculos en el rio, se sirgan con facilidad, pasándolas por encima delos arrecifes, y si encuentran saltos, se descargan y arrastran portierra hasta vencer las dificultades en donde se vuelve á cargar; lo queno se puede practicar con embarcaciones de quilla
6.
corrientes naturales arrastran en sucurso las aguas que cundian por la llanura, reemplazándolas por
7.
tiempo queremolcan la embarcacion aligerada, ó la arrastran por tierra
8.
delarroyo, hay algunas que, surgiendo de la dura peña, arrastran pepitas deoro en sus aluviones
9.
La naturaleza de los manantiales varía por las substancias sólidas ygaseosas que arrastran ó disuelven en su curso subterráneo y que sacanal exterior
10.
aguasestán en el más bajo nivel y se arrastran lentamente por entre matas dehierbas aromáticas medio
11.
amanaturalmente la verdad y el bien; y no se apartade ellos sino cuando las pasiones le arrastran
12.
atracción de losgrandes caudillos, de los apóstoles que arrastran
13.
que, salidosde la Línea, del horno eléctrico del globo, arrastran
14.
susfuerzas, se arrastran hasta la orilla del mar y absorben con
15.
arrastran elvientre por el suelo de puro gordos
16.
lo que en lasinundaciones, que, al retirarse, arrastran árboles y casas, dejando elterreno yermo y
17.
Pero hay ocasiones en que las circunstancias nos arrastran
18.
árboles, pero son de especie que, en vezde elevarse hacia el cielo, se arrastran por la tierra y se
19.
causan grandes trastornos atmosféricos, de los cuales resultanfuriosos huracanes (Vaguios ó Tifones), que con increible fuerza arrastran todo cuanto encuentran á su paso
20.
que en el Norte se arrastran con la gracia de un tren,
21.
arrastran á los juzgados?
22.
Los caballos arrastran las diligencias con mas facilidad que si
23.
pueblos,los cuales de día en día, ven con creciente temor que las aguas vaninvadiendo sus territorios, fenómeno fácil de explicar, si se tiene encuenta la cantidad de agua y arenas que arrastran las treinta y tresvías que alimentan la laguna, con la desproporción de su desagüe,que se opera por una sola, que es la del Pasig
24.
que, en pie, por el suelo arrastran
25.
La complejidad de la condición humana ha conducido en infinidad de ocasiones a situaciones igualmente paradójicas, en las que unos determinados acontecimientos encadenan otros que arrastran a su vez a unos terceros y así hasta llegar a un punto en el que la sinrazón se desborda sin que ninguna fuerza acierte a contenerla
26.
¡Ley de las compensaciones, te desconocerán los que arrastran una vida árida, en las estepas del estudio; pero los que una vez entraron en las frescas vegas de la realidad
27.
—Ha muerto más desesperado y más miserable que los presidiarios que arrastran su cadena en el presidio de Tolón —respondió el abate
28.
Juntos, le arrastran al interior del cobertizo (como sabemos, el suceso ha ocurrido muy cerca de allí) y se dan cuenta de la maravillosa oportunidad que esto les ofrece
29.
-Se arrastran entre los bananeros
30.
Cuando los animales salen de noche a beber, los cogen y los arrastran hasta el fondo del río
31.
Todas las sillas de ruedas, toda la gente con caminadores y bastones, en cuanto ven a un visitante se arrastran hacia él
32.
Willie en su existencia, una vez más lo mantuvo a flote y pudo ignorar el sarcasmo chileno, que es como esos tsunamis que arrastran con todo a su paso
33.
mientras los balandros soleados arrastran por la superficie del Pacífico Sur bellas bañistas
34.
El motín estalla, los trabajadores arrollan la escasa guarnición; pegan fuego al Ayuntamiento, asesinan a todas las personas que odian, matan a trabucazos al alcalde, y arrastran ferozmente su cadáver
35.
El Sol emite constantemente, en todas direcciones, corrientes de rápidas partículas subatómicas (el «viento solar») que arrastran la «coma» hacia afuera, en dirección contraria al Sol, y forman una larga y ondulante «cola»
36.
Como los vientos acarrean la lluvia radiactiva alrededor del mundo y las precipitaciones de agua la arrastran hacia tierra, resulta virtualmente imposible para cualquier nación el hacer explotar una bomba nuclear en la atmósfera sin la correspondiente detección
37.
Los agujeros negros tienen tanta gravedad que arrastran todo hacia ellos, como si fueran aspiradoras
38.
Atropéllanse los hombres en la entrada de los dos cines cercanos; otros, del otro lado de la Rambla, han buscado refugio en los portales: arrastran tres heridos
39.
Esas luces invertidas —continuó pensando— alcanzan a todas partes y rodean una tierra llena de gentes mutiladas y lisiadas, que no saben lo que las hirió ni por qué, que se arrastran lo mejor que pueden sobre miembros informes, en jornadas carentes de luz, sin respuesta alguna a ello, exceptuando saber que el dolor forma la parte principal de su existencia
40.
que las alas te arrastran por el suelo!
41.
Me arrastran por el pasillo, la cocina y finalmente al exterior de la casa
42.
La arrastran, y fuera de la sala, en el umbral, aparece ella; tiende sus manos delicadas por donde brota la sangre y un clamor se eleva por la calle:
43.
Y las piernas -lo que queda de ellas- más que caminar se arrastran en la conquista de cada peldaño
44.
(Murmullos que se arrastran en la creciente oscuridad
45.
Entre ambos toman a Néstor por los brazos y lo arrastran fuera de la bartolina
46.
¿He hablado tan mal de Frieda? dijo Olga, no lo pretendía y tampoco creo haberlo hecho, aunque es posible, nuestra situación es tal que nos enemistamos con todo el mundo, y si comenzamos a lamentarnos, esos lamentos nos arrastran y no sabemos adónde nos llevan
47.
Al fin se oyen unos pasos que se arrastran al otro lado y la puerta se abre
48.
Y hay otros que son arrastrados hacia abajo: sus demonios los arrastran
49.
Y junto a ella hay cien agujeros y hendiduras para los animales que se arrastran, que revolotean y que saltan
50.
Porque, a cierto nivel, son conscientes del mal que arrastran
51.
Las olas arrastran y devuelven algunos de ellos
52.
a la profanación de los lugares sagrados, al acantonamiento de las tropas incomprensibles, a las silenciosas y horribles vaharadas de las enfermedades que arrastran las brumas de la noche;
53.
Luego me suben y me arrastran en la oscuridad hasta que estoy sentado en el borde de una cama
54.
000 y el de muertos es incalculable, pues a los recogidos en las trincheras y caminos hay que aumentar los centenares que quedan abandonados en las barrancadas y la gran cantidad de ahogados que arrastran las aguas del Ebro
55.
La vida de un aviador parece más valiosa que la de cualquier soldado de los que se arrastran por el suelo
56.
(Murmullos que se arrastran en la creciente oscuridad…
57.
Arrastran a una muchedumbre que crece día a día
58.
Y también de algunos desafortunados oficiales que arrastran consigo
59.
Él también vería cómo los rayos de luz se arrastran con la pereza de un caracol y palidecen más y más, subiendo por la pared como las agujas de un reloj que midiera la eternidad
60.
Mientras los pueblos se arrastran hasta el borde de la calzada para caer en el olvido, Elric piensa en Melniboné y en los rechazos de su propia raza a la vista del cambio
61.
Algunos arrastran la pierna y otros caminan con movimientos convulsivos, echando el pie hacia un lado cual autómatas mal ajustados
62.
¿Se fijan los viejos del patio en las yemas? Esos hombres y mujeres que se arrastran de un aparato a otro en el gimnasio, ¿no se preocupan únicamente de la vida que renace en sus músculos?
63.
Los soldados arrastran su cadáver a una fosa, diciendo: «Pobre chica
64.
Toman posiciones en el castillo de proa o se arrastran por el bauprés, pero amablemente se apartan para dejar paso a los delgados marineros de lo alto que comienzan el laborioso ascenso por los sudarios de proa para trabajar en la gavia y todo lo demás en lo alto del trinquete
65.
Cuando los instintos más elevados y más fuertes, irrumpiendo apasionadamente, arrastran al individuo más allá y por encima del término medio y de la hondonada de la conciencia gregaria, entonces el sentimiento de la propia dignidad de la comunidad se derrumba, y su fe en sí misma, su espina dorsal, por así decirlo, se hace pedazos: en consecuencia, a lo que más se estigmatizará y se calumniará será cabalmente a tales instintos
66.
Sin embargo, tan amplio y profundo era el nido que había lugar y sitio para cada uno de ellos, un reino para cada uno, y cada uno era un rey…, rey sobre las cosas que reptan y se arrastran, que nadan y vuelan y caminan a cuatro patas, cosas que habían crecido en las grietas del nido, del calor y de la espera
67.
—A los que se les va la pinza con los roles, eh, es a cierta generación de varones al borde de la andropausia, que al parecer aún arrastran resabios patriarcalistas
68.
«Los Hados guían a los que quieren; a los que no, los arrastran
69.
—Tal vez no las ha visto porque viven en el mar y las olas no arrastran sus cuerpos a la orilla hasta que mueren
70.
-A los que se les va la pinza con los roles, eh, es a cierta generación de varones al borde de la andropausia, que al parecer aún arrastran resabios patriarcalistas
71.
Lloran, suplican, se arrastran… Aquella vileza de la que hablábamos el otro día
72.
En este caso, los malos arrastran a los buenos
73.
Me era conocido el poder vegetativo de estas plantas, que se arrastran, a una profundidad de mas de 12
74.
Se encuentra también en su música la audaz superposición de tonalidades diferentes, pero únicamente cuando dos líneas melódicas simultáneas, pertenecientes a esas tonalidades diferentes arrastran detrás suyo su «escolta» armónica
75.
Maldiciendo al menos a una de las criaturas que se arrastran, abandoné el camino y seguí el rastro de los ladridos
76.
Una patota acezante de Congos le llega con las nuevas, en medio de la conmoción, la confusión y el griterío: Mataron a Nando Barragán, y lo arrastran, desnudo, por las calles
77.
Las hormigas obreras arrastran un rico flujo de alimentos desde una amplia zona de recogida hasta el almacén central, blanco de los pedigüeños
78.
Habiendo elegido el ruinoso camino de la independencia, ni siquiera comprenden que arrastran consigo a toda la creación
79.
¿Entiendes lo que quiero decir? Me arrastran
80.
—Uno de los que salen como la negra niebla rezuma de la noche cuando Saúl Stark golpea el tambor ju-ju y, aullando, pronuncia la negra invocación a los dioses que se arrastran sobre sus vientres en el pantano
81.
—Los pecados de la madre se arrastran hasta la quinta generación —citó Byar— y los del padre hasta la décima
82.
Delante de la enfermería, el murmullo de un cadáver al que arrastran por los pies
83.
Acostumbrado a la negociación entre bambalinas, que no compromete ante las bases, sus contradicciones pasan inadvertidas fuera del gremio; las de Frondizi lo arrastran a una caída sin gloria
84.
Caramero: Hacinamiento de troncos y ramajes de árboles que arrastran los ríos en la época de las inundaciones de la sabana
85.
La Meca hacia la cual se arrastran de día y de noche los buhoneros mundiales de la basura
86.
Casi los arrastran por el suelo
87.
No obstante, la virtud de la política consiste en adelantarse a los acontecimientos, tener una cierta capacidad de previsión del futuro (producto de la experiencia, de la intuición, de la información, etcétera) porque, si no, los acontecimientos arrastran si sorprenden a los gobiernos mirando hacia otro lado
88.
Un objetivo supuestamente elevado puede ser un incentivo para levantar vuelo, pero puede también ser usado para justificar a algunos de los que se arrastran
89.
Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga
90.
¡Si supieran cómo se arrastran las horas aquí! Y para colmo,
91.
- Es hermosa, arrogante, y sus rugidos enardecen a los hombres y les arrastran a un heroísmo brutal
92.
Una de las chicas se cae mientras arrastran la gramola talud arriba
93.
Aunque englobados y arrastrados sin descanso por la muchedumbre innumerable de sus semejantes, sufren y se arrastran en una opaca soledad íntima, y en soledad mueren o desaparecen, sin dejar rastros en la memoria de nadie
94.
De día te desprecian, pero al llegar la noche te arrastran a los matorrales sin darte tiempo a respirar siquiera
95.
Derribados de espaldas, agitan torpemente, en el extremo de sus poderosas patas, a las enemigas que no sueltan su presa, o girando sobre sí mismos arrastran el grupo entero en un torbellino loco pero pronto exhausto
1.
arrastrando los pies, salpicando al pasar por encima de los charcos, una vieja le
2.
He vivido avergonzado y arrastrando la cadena de mipatria, toda mi vida
3.
Y su voz, arrastrando ligeramente las sílabas, tenía un dejo
4.
voluntarioso y propenso a sacudir el cascarón de la niñez, arrastrando por el polvo de la
5.
arrastrando en su caida algunode los árboles gigantescos que se alzan en las orillas, y cuyas enormesraices
6.
Todavía siguió el cura buen rato arrastrando con esfuerzo el
7.
Los moluscos viven confiados, arrastrando su
8.
Estábamos arrastrando por el camino un enormerodillo para aplastar la piedra y decidieron echarme delante de aquellapesada masa y pasarla por encima de mí
9.
vieja o arrastrando al pequeño Gómez, el conde la seguía delejos, sin afectación, con
10.
que arrastrando su espíritu en el cieno,
11.
arrastrando el sable en plena misamayor, para curiosear hasta por los últimos rincones
12.
arrastrando las alas hacia el señorcomisario herido
13.
niña pasaba ahora, dela sombra a la claridad, como una visión, arrastrando en pos de
14.
Arrastrando en seguida el cadáver hasta el borde de una cavidad
15.
Arrastrando los pies, llegó al barrio de Salamanca
16.
graznando, arrastrando sus buches a lo largo delcamino, con las alas abiertas y las
17.
que paseaban por la calle del Comercio, y porel Boulevard, arrastrando por el lodo con perezosa
18.
El señor Neris vivía solo en el vasto castillo desierto arrastrando supena por los
19.
Corría el sudor por elrostro de las damas, arrastrando en sus
20.
Pasaban los rezagados, arrastrando con desalientolos pies en
21.
levantabantambaleantes, arrastrando las piernas, apoyándose en
22.
en lamadriguera de un conejo, y cayó de cabeza arrastrando al
23.
Y se largó, arrastrando tras sí al renacuajo
24.
ciudad delCuzco, una porcion de chapetones, arrastrando á mis amados criollos,quienes pagaron con sus
25.
llama y arrastrando por el suelo la largacola de sus túnicas
26.
mugiendo con chillón alarido dedolor, los ojos enrojecidos, y arrastrando su lengua
27.
Espesos ríos marrones se precipitaban por las grietas hasta desembocar en los valles, arrastrando material aluvial
28.
Retrocedió en la oscuridad, arrastrando los pies, y al chocar con un pilar lo rodeó a ciegas
29.
- Bien, duh-, respondió Remi arrastrando una sonrisa por su cara
30.
había llegado arrastrando los pies en este trabajo
31.
inclinado sobre un montón de papeles, él estaba muy clasificado y arrastrando los
32.
Gileandos, tutor de los Pathwarden, salió de entre un montón de cascotes, arrastrando consigo polvo y gravilla
33.
Ella tiraba de la cuerda y reía pensando en Hortensia, con el corte de tela para su vestido en una mano y arrastrando con la otra el destino del pavo
34.
Pero, ¿por qué tenían que estar huyendo de nosotros las galaxias? ¿Era posible que nuestra situación en el universo tuviera algo especial, como si la Vía Láctea hubiese llevado a cabo, por inadvertencia, algún acto ofensivo en la vida social de las galaxias? Lo más probable era que el universo mismo se estuviera expandiendo y arrastrando a las galaxias consigo
35.
Seis años lleva arrastrando esa cuba todas las mañanas
36.
Se acercaron a la puerta, con un sudor pegajoso abriéndose camino en sus frentes ceñudas, y con la máxima prudencia, echaron un vistazo por la mirilla: había tres, quizá cuatro de aquellas cosas, arrastrando erráticamente los pies en la oscuridad
37.
Avanzó pesadamente y se detuvo otra vez, arrastrando sus relucientes vagones de pasajeros en línea con el andén
38.
podía ser un resorte que, aunque no activara esa operación, sí lo hiciera con sus organizadores y con los cómplices y simpatizantes de sus organizadores, incorporándolos a la asonada y arrastrando por la fuerza a Milans y a otros capitanes generales a un golpe que ya no podría darse con el Rey, sino sólo contr3; el Rey
39.
Y también se ha caído de la escalera, arrastrando consigo un par de sacos de molienda; ahora se ha limpiado un poco, pero deberías haberlo visto antes, padre
40.
Y aquellos niños que sólo conocían el siroco, el polvo, los chaparrones prodigiosos y breves, la arena de las playas y el mar llameante bajo el sol, leían aplicadamente, marcando los puntos y las comas, unos relatos para ellos míticos en que unos niños con gorro y bufanda de lana, calzados con zuecos, volvían a casa con un frío glacial arrastrando haces de leña por caminos cubiertos de nieve, hasta que divisaban el tejado nevado de la casa y el humo de la chimenea les hacía saber que la sopa de guisantes se cocía en el fuego
41.
El oficial pasó indemne bajo un diluvio de jabalinas, arrastrando en un segundo ataque aquella masa imparable cuyo galope hacía temblar la tierra
42.
La abuela de Jacques trabajaba por la mañana y circulaba descalza por las habitaciones en penumbra, vestida con una simple camisa, agitando mecánicamente el abanico de paja, arrastrando a Jacques a la cama a la hora de la siesta y esperando el primer fresco de la noche para volver a sus tareas
43.
Antes que pudiera hablar, Voyou se le acercó arrastrando y apoyó su sedosa cabeza contra las rodillas de ella
44.
Durante la madrugada del día siguiente, un grupo de soldados del Kuomintang irrumpieron en la casa arrastrando consigo a unos veinte civiles aterrorizados de todas las edades: eran los residentes de las casas colindantes
45.
Te has atrevido a desafiar al Emperador, y nadie ha hecho nunca tal cosa sin acabar en los mismísimos infiernos arrastrando consigo a cuantos le rodeaban
46.
Resultaba de todo punto inútil tratar de consolarle, puesto que se diría que se había vuelto sordo y ciego a cuanto no fueran sus lamentos y sus tenebrosas predicciones de desgracias sin cuento, y tan sólo volvió a recuperar el juicio cuando varios soldados hicieron su aparición arrastrando a un hombrecillo ensangrentado, tembloroso y escuálido que ni fuerzas tuvo para intentar erguirse cuando le depositaron en el suelo
47.
Apreté el paso tras el Intérprete, arrastrando al hombre-pájaro por la hebra que le sujetaba el tobillo; el pobre iba emitiendo gorjeos de lamentación
48.
Ambos encendieron las luces de los cascos y se dirigieron hacia la nave, arrastrando velozmente los pies
49.
Me dirigí, arrastrando los pies, hacia la puerta
50.
Llegué, arrastrando los pies, hasta las pequeñas cancelas del vallado
51.
Al poco rato apareció Wan Stiller y Carmaux arrastrando a un soldado español, alto y flaco como un clavo
52.
-Tal vez el reflujo lo esté arrastrando
53.
El viejo caballero, a quien la gente joven del barco, sin ningún respeto, conocía por el Patriarca de los Plantadores de Té, acababa de entrar, arrastrando los pies
54.
Un palo vaciló y cayó sobre cubierta, arrastrando tras sí las velas y las cuerdas
55.
Afortunadamente los cuatro indios, que se habían dado cuenta a tiempo del derrumbamiento, se habían lanzado precipitadamente al túnel, arrastrando con ellos al prisionero
56.
En tres minutos se hundió el crucero, arrastrando consigo a los hombres que todavía quedaban en cubierta
57.
Y entonces, poco a poco, se derribaron las firmes compuertas que retuvieron el pasado de Rolf Carlé durante muchos años, y el torrente de cuanto había ocultado en las capas más profundas y secretas de la memoria salió por fin, arrastrando a -su paso los obstáculos que por tanto tiempo habían bloqueado su conciencia
58.
Éstos penetraban en la estancia arrastrando con gran estrépito sus cimitarras desenvainadas por el suelo y soplando en las mechas de sus pistolas
59.
La jirafa cayó al suelo, arrastrando en la caída a su atacante; luego se levantó, desapareciendo rápidamente en medio de los árboles
60.
Bandadas de filibusteros llegaban de todas partes arrastrando cañones, rodando barriles de pólvora y llevando larguísimas escaleras cogidas en las iglesias
61.
Llegaba del colegio arrastrando el pesado bolsón de sus útiles y anticipándose al encuentro con su madre en la cocina, donde lo aguardaba con la merienda y su tranquila sonrisa de bienvenida
62.
Salió de la mina arrastrando el alma
63.
Vio fuerzas maléficas arrastrando a Irene hacia las sombras y pensó, desesperado, que sólo la magia, el azar o una intervención divina impedirían su muerte
64.
El hombre subió con torpeza arrastrando cadenas en las manos y en los pies
65.
El príncipe soltó su arma y los dos jóvenes retrocedieron hacia las ruinas del edificio, mientras Tex Armadillo se las arreglaba para subir al helicóptero arrastrando a Nadia, a quien lanzó adentro con su fuerza brutal
66.
Roran agarró al arquero y se lanzó tras el borde del bloque de piedra, arrastrando al mensajero consigo
67.
Pronto tuvo la certeza de que se paseaban por la casa, arrastrando sus patitas infantiles por las alfombras, cuchicheando como escolares, empujándose, pasando todas las noches en pequeños grupos de dos o tres, siempre en dirección al laboratorio fotográfico de Jean de Satigny
68.
Partió el cojo hacia el interior de la vivienda arrastrando su pata de madera por el entarimado y el portugués se quedó en la estancia a la espera de conocer el resultado de su encargo
69.
Los vio partir más pobres de lo que nunca fueron, en una larga y triste procesión, llevándose a sus niños, sus viejos, los pocos perros que sobrevivieron al tiroteo, alguna gallina salvada del infierno, arrastrando los pies por el camino de polvo que los alejaba de la tierra donde habían vivido por generaciones
70.
La multitud bramaba y la guardia se colocó alrededor del tablado para impedir que algún exaltado saltara el obstáculo que representaba la gruesa cuerda y se precipitara sobre los condenados, arrastrando a los demás
71.
La muchacha fue avanzando trabajosamente arrastrando con el pie una maleta, con una gran bolsa sujeta mediante una cincha de cuero a su hombro derecho; su bolso, en la otra mano junto a su neceser y su boina, en precario equilibrio sobre sus cortos cabellos
72.
Hanna se abrió paso a codazos arrastrando la bolsa en un brazo y sus libros en el otro
73.
Volví a mi casa andando, arrastrando por las aceras mis pies y mis tentaciones, el deseo de abandonar, de dar mi fe por perdida, y la necesidad de seguir deseando, de recobrar la esperanza en el hilo delgadísimo que aún sostenía entre los dedos
74.
Estaba tomando una cerveza cuando vio que, por el ramal de la vía que acababan de abandonar, aparecía una cansada y piafante locomotora arrastrando una larga retahila de vagones de ganado, que se dirigía al depósito de carbón a cargar el vital alimento de su fogón
75.
Y lanzándose al escondrijo en que, llenas de polvo, dormían la tienda de campaña, el botiquín, las conservas y la caja de armas, las sacó arrastrando al centro del patio
76.
Al cabo de un poco, agudos relinchos y un pateo ruidoso anunciaron la llegada de uno de los garañones normandos del conde que llegaba medio arrastrando al mozo
77.
Bastaría con que un día dejase de satisfacer un pedido de Clóvis y tendría al diario en la oposición, metiéndose en los negocios municipales, desmenuzando todo, arrastrando reputaciones por el barro
78.
Desde el paseo del bar Vesubio, Nacib veía los remolcadores como pequeños gallos de riña, cortando las olas del mar, arrastrando las dragas, en su camino al sur
79.
– ¡Vamos! – gritó, arrastrando al cura
80.
Fatty se levantó apresuradamente y arrastrando los pies desapareció por la esquina más próxima sin ser observado por el señor Goon, quien estaba terminando la paciencia
81.
Con su larga túnica arrastrando por el suelo, apoyado en su vara, parecía viejo, muy viejo
82.
Se dio la vuelta de repente y salió, arrastrando la túnica por el pavimento con un siseo
83.
—Que las fuerzas del bien vengan en mi apoyo —murmuraba mientras se dirigía al fondo del eterno pasillo arrastrando su pierna coja—
84.
Finalmente, uno de los más ancianos se acercó vacilante, arrastrando una pierna y ayudándose con un bastón que empuñaba en la mano derecha, y se sentó en el banco a mi lado
85.
Blackthorne rodó para ponerse a cubierto arrastrando a Mariko detrás de la litera volcada
86.
Me alejé, arrastrando la capa y acompañado del desagradable sonido de la espada, mal envainada
87.
Me puse en pie y fui hasta la puerta, arrastrando al hombrecillo conmigo
88.
Antes de que pudiera hacer el menor movimiento, uno de los marineros se lo arrebató de la mano y, arrastrando unas veces a Sahid y otras empujándole, se precipitó hacia la pasarela
89.
Lo fueron arrastrando centímetro a centímetro
90.
De inmediato, bajaron los escalones, arrastrando a los dos jóvenes oficiales que lanzaban gritos de inocencia
91.
llevando el manto de armiño y su brial arrastrando;
92.
Las pieza rusas empiezan a alargar el tiro y enormes contingentes de tropas avanzan por la llanura arrastrando sus "Maxim" y morteros de apoyo, haciendo ondear los blancos capotes
93.
Y el califa, sin disimular la voz, le dijo: "¿Te parece bien, jeique Ibrahim, el estado en que te encuentro?" Y al oírle se le quitó de pronto la borrachera al jeique, se tiró de bruces al suelo, arrastrando por él su larga barba, y recitó estas estrofas:
94.
Enrico avanzaba arrastrando los pies
95.
¡Avanza cual la corza, arrastrando tras de ella a los leones vencidos por las ojeadas aceradas del arco de sus cejas!
96.
Otras damas de la aristocracia habrían optado por ir en litera, sobre todo con aquel tiempo, pero ellas eran Julias y preferían caminar, facilitando su tránsito por las Fauces Suburae los dos hijos de Decumio, que abrían paso en la espesa capa de nieve arrastrando los pies
97.
Pompeyo se apeó del carro con toda majestad, arrastrando sus vestiduras oro y púrpura, y hacia la puerta se fue
98.
Salieron unos pocos segundos más tarde, arrastrando algo o a alguien fuera de la estancia y cerrando la puerta con fuerza tras ellos
99.
Habrían pasado por lo menos otros quince minutos cuando vi llegar por el pasillo a tres internos jóvenes arrastrando el equipo
1.
Cardenio, a quien Dorotea le había contado ya la historia del mozo, preguntó a los que porfiaban por llevárselo por qué querían arrastrar con él así, contra su voluntad
2.
arrastrar o, a lo sumo, a caminar sobre la inercia prestada por el destino como suelen hacer los
3.
mientras el resto, motivados por su propio egoísmo, se dejan arrastrar por ellos
4.
deja arrastrar por ellos puede llegar a cometer gran cantidad de actos contra la ley
5.
Deben tener paciencia y comprensión con ellas, pero no dejarse arrastrar por
6.
perderse, de zambullirse en el río de la vida y dejarse arrastrar
7.
arrastrar una pesada herencia, permaneciendo en la periferia de una vida
8.
Gris hizo lo mismo al otro extremo y lentamente empezaron a arrastrar el cuerpo de Guw por la escalera
9.
incidiendo sobre el “bien común” sin dejarse arrastrar por los casos
10.
—No, replicaba otro que tenía buen corazon; basta conque las tropas recorran las calles, el batallon de caballeríapor ejemplo, con el sable desenvainado; basta arrastrar algunoscañones
11.
Cuando la sexualidad es reprimida por mucho tiempo, puede estallar toda de una vez y arrastrar al hombre a comportamientos sexuales anómalos
12.
arrastrar en el curso ocioso de la deleitación discursiva
13.
amores con que se distraían, del respeto yobediencia que se les tenía; y se refocilaban de antemano con laesperanza de arrastrar una existencia a lo regalado y holgón en unaparroquia rústica, con el ama y la sobrina, pues casi todos profesaban,teórica y cínicamente, la poligamia
14.
bien, dejándonos arrastrar con las corrientes que seiniciaban, abandona el neo-
15.
que en vez dealzarlos, se dejaría ella arrastrar cayendo en el lodo también
16.
por el contrario, se dejó arrastrar, entodo el candor de su plena inocencia, por
17.
dejándose arrastrar; él, resistiendo; ella, sin pensar en unmomento en la
18.
En un pequeño valle, al pie de rocas calcáreas, nace otra fuentecitaque, lejos de arrastrar pepitas brillantes, recubre, al contrario, deuna especie de baño gris las piedras, las hojas y las ramitas caídas delos arbustos que la adornan
19.
Timoteo sedejó arrastrar presa de una emoción que
20.
birrete azul, ydejando arrastrar en el barro los largos mantos de
21.
no puede caer sin arrastrar toda unacreación en su caída, y el
22.
Les atormentan los paquetes que intentan arrastrar; caminantambaleándose, como la
23.
arrastrar su desnuda piel por lossuelos, mientras su industria no les proporcionase más
24.
de chica me atusaba el pelo y meestiraba la falda cuando oía arrastrar un sable por las losas
25.
y al arrastrar las alas y dar el estornudo erael puro emblema
26.
La salida de la primera pareja pareció arrastrar a los
27.
Y se dejó arrastrar por la caricia de fiera, con el pensamiento
28.
tuvoinconveniente en acaudillarlos, esperando arrastrar con su ejemplo a lostímidos
29.
respetable, no dejándose arrastrar porlas divagaciones de la
30.
entusiasmo inspiran y consiguen arrastrar loscorazones
31.
setiene; no arrastrar coche cuando el puchero escasea, y confiar
32.
mirada, se dejó arrastrar por ellas
33.
sienes, la mirada húmeda y anhelante, fija en eldisco de la luna, dejáronse arrastrar
34.
dejaba arrastrar del instinto de conservación,defraudándolos en su placer
35.
Cabía la posibilidad, dijo, de que la separación de Lisa no fuera para siempre; mientras tanto, era imprescindible que no me dejara arrastrar por el abandono
36.
En el pasado habían sufrido nieblas que saturaban el aire, pero no aguaceros susceptibles de arrastrar tierras y edificaciones
37.
El gas hidrógeno, ligero, debería escapar rápidamente hacia el espacio gracias a la baja gravedad de Titán, mediante un proceso violento llamado soplido, que debería arrastrar consigo al metano y a otros constituyentes atmosféricos
38.
Este vivir en el presente, sin poseer nada, sin arrastrar el ayer, sin pensar en el mañana, me resulta asombroso
39.
Como Armada, que estaba seguro de poder dominar aquel día la Zarzuela con su autoridad de antiguo secretario del Rey, el 23 de febrero Milans pecó de soberbia: se consideraba a sí mismo el militar más prestigioso del ejército y creyó que su vitola ilusoria de general invencible bastaría para arrastrar a los demás capitanes generales a una aventura incierta y para sublevar la Brunete sin haberla preparado para ello
40.
Ésa fue su forma de proceder durante su primer gobierno de once meses: tomaba una decisión inusitada y, cuando el país todavía intentaba asimilarla, tomaba otra decisión más inusitada, y luego otra más inusitada todavía, y luego otra más; improvisaba constantemente; arrastraba a los acontecimientos, pero también se dejaba arrastrar por ellos; no daba tiempo para reaccionar, ni para urdir algo contra él, ni para advertir la disparidad entre lo que hacía y lo que decía, ni siquiera para asombrarse, o no más del que se daba a sí mismo: casi lo único que podían hacer sus adversarios era mantenerse en suspenso, intentar entender lo que hacía y tratar de no perder el paso
41.
Tuve que arrastrar literalmente mi cuerpo hasta la misma sala de reuniones donde tuve mi primera entrevista hace años
42.
Así me resultará más fácil arrastrar hasta el agua a un jovencito tan rollizo como usted
43.
puede dejarse arrastrar por las mujeres — pero si le ocupan todo el tiempo
44.
—Sí, y arrastrar y guardar el cuerpo en el armario
45.
A ti te va bien el estilo majestuoso y debes aprender a arrastrar con gracia tus faldas
46.
Nos bastará decir que era una obra maestra de elocuencia, y que las lágrimas llenaron los ojos de todos los asistentes cuando, aludiendo al principio de su feliz carrera, ha suplicado a los jóvenes presentes entre el auditorio que nunca se dejasen arrastrar a contraer compromisos pecuniarios que les fuera imposible cumplir
47.
-¡Ah!, usted se deja arrastrar por la pasión; en casa no ha habido crueldad ninguna con su padre de usted, y si fue preso, los Tribunales de Granada lo hicieron sin influjo ninguno de casa
48.
Sufría ahora mil tormentos por tener que arrastrar por el fango a la señora de Gutiérrez, sacándola por un momento del cielo, en el que sin duda alguna se encontraba, pero no le era posible hacer otra cosa
49.
Como si hubiesen esperado una señal entraron al mismo tiempo, cerrando la puerta y se oyó el ruido de cuatro cerrojos, el arrastrar de muebles y rechinar de las llaves
50.
Era Banes, infeliz, exasperado, harto de arrastrar su vida entre todos esos miserables, que estaba esperando a Bonga para combinar entre ambos la proyectada fuga
51.
Roran miró a sus hombres arrastrar el carro hasta la calleCuando ya casi hubieron terminado, levantó la cabeza, se llenó los pulmones de aire y, entonces, proyectando la voz hacia los soldados, rugió:
52.
Todos elogian el Estado Unido agrícola denominado Oklahoma, un entorno primitivo donde se emplea fuerza de trabajo equina para arrastrar cierto vehículo con ruedas estropeado con flecos decorativos superfluos
53.
Finalmente, ayudada por Clara, la maestra pudo arrastrar al niño al interior y se cerró la puerta del colegio a sus espaldas
54.
Por las conversaciones que escuchaba de criados y escuderos, concluía que el padre era como casi todos los varones y, ya en los albores de su despertar a la vida, intuía que aquella actitud era propia de los hombres que acallan la voz de su conciencia y se dejan arrastrar por sus más bajos instintos, en esta ocasión agravado el hecho por la condición de religioso del individuo, que añadía al pecado la violación de su voto de castidad
55.
Sus compañeros de desgracia lloraban, se orinaban, renegaban, maldecían y se dejaban arrastrar entre dos guardias que sujetándolos por los sobacos los conducían en volandas, pues eran incapaces de ascender por sí solos los cinco escalones que los conducirían al otro mundo
56.
No se trataba de una aventura de la carne; lo que unía a Diego y Susana era un amor probado, dispuesto a correr todos los riesgos y arrastrar en su paso cuanto obstáculo se pusiera por delante, como un inexorable no de lava ardiente
57.
Llamó con los nudillos suavemente y al punto, en el arrastrar de pies, notó Simón que alguien estaba tras la puerta
58.
Acostumbrado como está, sin embargo, a respetar a Juan y a examinar sus propios sentimientos cuando se manifiestan con sospechosa vehemencia, Antonio se siente ahora desconcertado: se siente, de hecho, avergonzado por haberse dejado arrastrar a esa expresión airada que, con seguridad, sólo es una exageración fruto de su malestar ante la situación de Emilia
59.
Aplausos y aplausos, arrastrar de sillas, todo el mundo caminando hacia el escenario
60.
En la mesilla de noche tenía una lamparita con la bombilla pintada de color de rosa, a fin de que todas las chicas del pueblo a las que consiguiera arrastrar con engaños hasta allí supieran lo sexy que yo era
61.
Acababa de arrastrar la barca hasta la orilla, cuando vio en lo alto de un farallón al hombre de la fotografía
62.
A Anton se le había metido de tal modo el miedo en el cuerpo que se dejó arrastrar inconscientemente al ataúd y se metió dentro
63.
Tras mucho empujar y arrastrar, consiguieron moverla unos cinco metros
64.
El hombre que no se deja arrastrar por ellas es paciente
65.
De las más verosímiles tradiciones masónicas se desprende que el Venerable en cuestión era de los que se agachan para dejar pasar las turbonadas y los pedriscos, conservando siempre el mismo sitio y no dejándose arrastrar por la furia de las pasiones, con lo cual, si aparentemente adelantan poco, en realidad salen siempre ganando y no están sujetos a las caídas y vaivenes de la gente muy visible y muy talluda
66.
-¿A qué arrastrar una vejez oscura y miserable, cuando las circunstancias me brindan con la inmortalidad? El ejemplo de ese héroe a quien he visto conducido como los criminales y que subirá al Calvario dentro de poco, me sirve de guía
67.
El pobre Rey, a quien la Nación no amaba ni temía ya, debió, sin duda, los pocos consuelos de sus últimos meses al espíritu tolerante de su mujer, y si él no se dejaba arrastrar públicamente al liberalismo, sabía tener secretas alegrías cada vez que el Gobierno mortificaba a la gente apostólica
68.
Y el cascado Valentín, con su medio siglo y su reuma que le hacía ir siempre de bolina, dejábase arrastrar también del vértigo juvenil: él había hecho lo mismo en su mocedad, y estaba dispuesto a repetirlo hasta llegar a la suma vejez, pues no sería buen bilbaíno si no hiciera en cualquier ocasión los honores debidos a un buen plato de bacalao con aquella salsa de bermellón y a una azumbre de chacolí de Somorrostro
69.
Quaid avanzó, haciendo ruido al arrastrar las rodillas por el suelo…, y las balas atravesaron el mobiliario a unos escasos centímetros por encima de la cabeza
70.
Stevens no tenía intención de arrastrar a su amigo con él
71.
Volvieron los viejos al trabajo, que aquel día consistió en arrastrar los troncos hacia las entradas y puertas de la villa, para armar con ellos estacadas o parapetos
72.
En Abril se consiguió en Madrid arrastrar a la conjuración a los sargentos de Artillería; en Mayo, las guarniciones de Valladolid, Vitoria y San Sebastián quedaron cogidas; en Junio se pudo dar al esquema revolucionario algún viso de organización
73.
El juego consistía en enganchar al tren de artillería las parejas de mulas, los armones, colocar en sus puestos a los artilleros, y arrastrar todo el armadijo de una habitación a otra
74.
Yo leo todo escrito que tiene entre sus líneas una intención recta y sana, aunque el autor, dejándose arrastrar de las seducciones de la forma, no penetre en las entrañas de la realidad, que no está nunca en la superficie
75.
Con la misma indiferencia vería arrastrar hoy a Villavicencio, llegado el caso
76.
En esta combinación de juego de las cuatro esquinas, castillo de naipes y fichas de dominó que es el asedio de la bahía, cada novedad o movimiento, por mínimo que sea, puede arrastrar consecuencias complicadas
77.
Fue un error dejarme arrastrar por el pánico a partir de una cierta altura
78.
Tercero, la estrella contaría con un planeta grande, por lo menos como Júpiter, para que la masa planetaria baste para arrastrar el centro de gravedad lo suficientemente lejos de la estrella en torno de la cual gira el planeta, obligando a la estrella a tener una oscilación comparativamente grande
79.
La idea de la expansión del hombre en el espacio, la idea de que el hombre llegue hasta las estrellas parece arrastrar a cierta gente hacia un delirio irracional
80.
Le sorprende que sea capaz de arrastrar esa formidable masa llevando esas botas tan pesadas y que ella ni le oiga
81.
Me dejo arrastrar hacia la paz del descanso
82.
Me dejo arrastrar a un estado de semiinconsciencia, como si no estuviera ni despierta ni dormida
83.
Ayla tuvo la idea de sujetarlo a las pértigas, aunque eso significaba que Whinney tendría que llevar puesto el arnés y arrastrar constantemente la carga, pero Jondalar comprendió que la pequeña embarcación les facilitaría el cruce de los ríos
84.
Allí, como en estas montañas, quizás no resulte fácil arrastrar las pértigas y el bote
85.
Se requería una precisión absoluta para determinar el punto donde tomar agua, teniendo en cuenta que debía ser a cierta distancia del marcador y la niebla, y que la inercia debía bastar para arrastrar el avión hasta la zona del objetivo
86.
Descansó un momento, tanto como le permitieron el dolor y el cansancio, dejándose arrastrar por el calmado movimiento de las olas
87.
¡Se mantenía! ¡Y entonces, maravilla de maravillas, con los cohetes propulsores a toda marcha, el Ascensor empezó a arrastrar la enorme Cápsula Conmutadora!
88.
Después de todo, los sonidos coinciden parcialmente en distintas lenguas, y se resiste a dejarse arrastrar por su imaginación
89.
El primer día había insistido, en contra de las relativas objeciones del teniente Gore y del señor Des Voeux, en hacer su turno a la hora de arrastrar el trineo, permitiendo que uno de los cinco hombres de la tripulación destinados a hacerlo se tomara un respiro y caminara a un lado tranquilamente
90.
—Pero ¿por qué se pueden arrastrar las balleneras por el hielo y en cambio las otras no, capitán?
91.
—¿Los Timones y las Quillas son los motivos por los cuales no se pueden arrastrar como las balleneras? —aventuré
92.
Tom Blanky se dio cuenta de que se había convertido en un peso muerto para los exhaustos y enfermos supervivientes, —ahora ya sólo noventa y cinco, sin incluir a Blanky—, que debían arrastrar con ellos hacia el sur
93.
Ella avanzó lentamente hacia la salida sin dejar de arrastrar su maleta
94.
Kelemvor volvió a verse sujeto a la compañía de Adon y al caballo de Medianoche le tocó arrastrar la carreta que había construido el guerrero
95.
El funcionamiento de estos tribunales políticos en España es como arrastrar un buque por el desierto
96.
Luego hubo un arrastrar de zuecos, y la procesión siguió avanzando
97.
Describían una heroica aventura en otro planeta, con escenas de estoicismo y sacrificio y proezas incontables, a un universo de distancia de la guerra que había conocido Jim en el estuario del Yangtsé, ese vasto río apenas capaz de arrastrar hacia el océano a todos los muertos de China
98.
En estas horribles crisis comerciales, cuando un hombre no tiene el alma tan bien templada como Pillerault, se convierte en un juguete de los acontecimientos: sigue a veces las ideas de otros, a veces las suyas; se deja arrastrar por el torbellino, en lugar de echarse al suelo y dejar que pase por encima o de levantarse para seguir una dirección que lo libre de él
99.
Se había acostumbrado a ver la mole de Dennis «Dork» Luzzati arrastrar los pies, con un pastel colgándole permanentemente de la boca, a los trucos con las cartas y la charlatanería, cada día diferente, del pequeño Henry B
100.
Impotente, contemplo cómo dos mujeres que están sollozando son obligadas a arrastrar los cadáveres desde el bosque y llevarlos al otro lado de la carretera
1.
los digo como anillo en el dedo; pero tráeslos tan por loscabellos, que los arrastras, y no los
2.
Arrastras aquí, al lado de
3.
pies tan seguro en el infierno arrastras
4.
Arrastras los zapatos por el suelo pedregoso
5.
Te arrastras sobre el papel durante meses, y con lo que ganas apenas puedes pagarte una comida
1.
arrastro por los salones, por las callesy por el mundo entre las burlas y las sonrisas de
2.
¡Soy el servidor de la lámpara en el aire por donde vuelo y en la tierra por donde me arrastro!" Porque el efrit obedecía indistintamente a quienquiera que fuese el poseedor de aquella lámpara, aunque como el mago, fuera por el camino de la maldad y de la perdición
3.
Recuerdo que tengo paracetamol en alguna parte, en esa habitación que prácticamente no he pisado desde que llegué, me arrastro como puedo por el pasillo entre temblores, revuelvo las maletas de arriba abajo… nada
4.
Los agarro como si de diamantes se tratasen y me dirijo al cuarto de baño donde me los trago, los cuatro, con un chorro de agua del grifo, sin vaso, y desde allí me arrastro al futón y me quedo dormida mientras escucho el timbre del teléfono que vuelve a sonar, distante como los ruidos de la calle
5.
Lo cojo por los pies, lo arrastro fuera, lo pongo de pie y aplasto su cara contra la pared
6.
Me arrastro, me duermo a cada rato, me siento un pusilánime, un gordo, un hombre sin futuro, acabado, derrotado
7.
En cambio, me arrastro por estos pasillos donde sólo puedo ver a estas viejas, y sólo a algunas, siempre las mismas, y aun a estas pocas, a pesar de su lentitud, no logro detenerlas, se me escabullen, flotan como nubes cargadas de lluvia, totalmente empeñadas en ocupaciones extrañas
8.
Entonces me apresuro, vuelo, no tengo tiempo para cálculos, quiero realizar un nuevo y minucioso proyecto, cojo lo primero que me cae entre los dientes, arrastro, cargo, gimo, tropiezo y el menor cambio favorable de circunstancias peligrosas me produce alivio
9.
Me arrastro cada vez más despacio
10.
Arrastro los pies por las tinieblas del apartamento que los coches de la calle llenan de extrañas sombras
11.
Prácticamente lo arrastro dentro, lo empujo hasta el sofá y salgo disparada por el pasillo en dirección al dormitorio
12.
Pasamos por delante de la comisaría, por delante de una cafetería y cuando nos encontramos con la tienda de muebles que hay en la esquina hago que Nick se detenga y lo arrastro hacia el escaparate
13.
Salgo y arrastro mis huesos hacía los niños
14.
Lo arrastro hasta la fría y oscura habitación
15.
Se arrastro primero para la izquierda, despues para la derecha, dejando una tira de sangre por el piso, tanteando en las tinieblas absolutas en busqueda del arma que dejo caer
16.
Cuando intenté quitarme la vida, todos me catalogaron de loco y sólo tú comprendiste que el motivo de mi acción era el trance psicológico que arrastro desde mi niñez
1.
Subieron a arreglarse mientras los tres hombres arrastrábamos los pies por las piedras calientes
1.
Me arrastré por el túnel durante lo que pareció
2.
Luego, en cuanto oscureció, y sabiendo como sabía que me encontraba tan debilitado que no podría cargar por mucho tiempo ni tan siquiera a alguien que pesaba tan poco, metí a Luna en la balsa, la arrastré hasta el mar y tirando de ella por medio de una cuerda avancé por la playa con el agua a media pierna
3.
Dando gracias a Dios por que mis pantalones y mis zapatillas prestadas fuesen tan silenciosos, me arrastré hacia la puerta del cartel
4.
Me arrastré hacia su lado y me situé junto a él, apoyada en el codo
5.
Todos los valientes que arrastré al abordaje del maldito buque cayeron bajo los golpes de los leopardos
6.
Mi timidez, sin embar-go, pudo más que la desesperación, me arrastré callada y a tientas has-ta la habitación que compartía con Diego y me senté sobre la cama tiri-tando, mientras me corrían las lágrimas por las mejillas, me empapa-ban el pecho y la camisa
7.
Recogí el cuerpo y lo arrastré por los peldaños en espiral de la torre hasta la mazmorra, donde lo dejé para que se pudriera con los demás
8.
Arrastré suavemente el pez hacia el diminuto arenal
9.
Me arrastré por carreteras cubiertas de nieve, conduciendo con una concentración tan feroz que cuando por fin llegué a mi cocina y pude servirme una copa, tenía la cabeza a punto de estallar
10.
Corrí hacia él, le saqué las llaves del bolsillo del pantalón con el hocico y las arrastré con todas mis fuerzas hacia la jaula
11.
Arrastré la última caja hacia mí en silenciosa concesión
12.
Con mi espalda apoyada en el roble, lo arrastré hasta tenerlo entre mis piernas
13.
Pues venid —chillé, y me arrastré contoneándome por la gatera
14.
Arrastré los pies a través de un desierto
15.
Yo arrastré a Tul Axtar y le metí en el armario, no con mucha suavidad, lo puedo jurar
16.
Durante un buen rato permanecí contemplándola, y luego me arrastré de nuevo hacia atrás
17.
El cubo chirrió y se tambaleó cuando lo arrastré pasillo abajo a toda prisa
18.
Después me arrastré hasta el borde de la cama y bajé los pies al suelo; al tocarlo hice una mueca
19.
Me arrastré hasta el cuarto de baño y me tomé un Tylenol con codeína
20.
Tomé la linterna, crucé a babor, cogí un par de lonas de detrás del soporte de la escalera y las arrastré por el suelo
21.
El cuerpo comenzó a echar humo, así que lo arrastré al pasillo
22.
–Envolví su cuerpo en las sábanas, lo arrastré al ascensor y después, por el garaje al callejón del fondo
23.
Me arrastré por el suelo cubierto de paja hasta el rincón donde estaba y lo miré de cerca
24.
De manera que Adrián y Félix se quedaron fuera, junto a la parada de taxis, y yo arrastré la maleta hasta el vestíbulo principal con el ánimo sobrecogido
25.
Con una fuerza de voluntad enorme, me arrastré hasta los aparatos y completé el proceso
26.
¿Qué opina usted, señor profesor? Respiré hondo, arrastré mi conciencia hasta el mundo real
27.
Me arrastré a la ventana, y puesto de rodillas miré por la rendija de la parte inferior
28.
Me arrastré hacia la puerta y quedé bajo el deslumbrante sol
29.
Me arrastré hasta la puerta delantera, porque era la más cercana al punto de vigilancia de Bubba entre los árboles
30.
Me puse como pude unas cuantas ropas más, y me arrastré hasta su gran tienda para sondear la profundidad de sus motivos
31.
La arrastré de vuelta al claro mientras la oscuridad crecía, y logré colgar al animal de un árbol cercano
32.
Me aferré la herida con las manos y me arrastré hacia las sombras como un cangrejo, aterrado
33.
Respiré hondo, arrastré mi conciencia hasta el mundo real
34.
Me embargó una sensación de profundo abatimiento, y me arrastré
35.
Me arrastré entre la góndola y el sobradillo del gran vagón de mercancías al cual estaba enganchado
36.
El golpe fue terrible y sentía que la sangre me corría por la cara, pero me arrastré y permanecí tendido
37.
Cuando llegamos a estar a unas dos millas de tierra lo arrastré y cayó suavemente al agua
38.
El viento la arrastré a la atmósfera del Mundodisco, consecuentemente cálida
39.
Abrí la puerta de la casa, lo arrastré hacia el interior y cerré
40.
Arrastré una silla junto a él y me senté
41.
-Cuando me arrastré por la caverna para escapar de los pictos Águilas, comprobé que la antigua leyenda era verdad y que se refería a Tranicos y a sus hombres
42.
se rompió; me arrastré
43.
Arrastré el cuerpo hasta subirlo a la orilla y allí lo dejé
44.
Me arrastré por el suelo para introducirme en el granero y luego me coloqué detrás de un carrito a una cierta distancia de donde ellos se hallaban
45.
Cuando al fin dejó de debatirse entre mis manos, estrangulado, lo arrastré hasta el muro y arrojé su cuerpo a las rocas
46.
Entonces me arrastré hasta el baño y me metí, vestido, en la bañadera
47.
Me arrastré para arrimarme a la pared y me quedé dormido; todavía tenía a remojo las caderas, pero más valía eso que la cabeza
48.
Como si se tratase de animales muertos en una partida de caza, arrastré mi botín escaleras abajo y atravesé el cobertizo en dirección al prado
49.
Una vez que lo arrastré hasta la puerta del cobertizo, que mantenía entornada con la linterna, me detuve a enjugarme el sudor que me chorreaba por la frente
50.
Reforcé la de mi propia habitación apuntalándola con la mesa de escritorio que arrastré cautelosamente para hacer el menor ruido posible