1.
Parece que no se conoció bien á sí mismo, cuando confesaba que se creíaprincipalmente destinado á la dramática
2.
Fortunata lo pensó, y al cabo de un ratito, la lealtad y buena fe conque se confesaba mostráronse en esta declaración:
3.
muerte al de Teba, en el cual confesaba ser falsala suposición de haber sido llamado á
4.
bien no confesaba la causa
5.
elinfierno; esto es lo que sólo me confesaba yo a mí propio; pero, allá enel fondo de mi
6.
ocho años, que rezaba el rosariotodas las noches, iba á misa y se confesaba con frecuencia
7.
confesaba que comprendía lasdudas de su marido y de su padre
8.
confesaba que semataba; pero el significado de las últimas
9.
Y se confesaba con ella, cándidamente: la decía que era un
10.
confesaba, le habían entrado las«ganazas»
11.
Sólo Paco, franco y noble, confesaba
12.
al fin confesaba su comprensión, era frunciendo el ceño y
13.
38 Y esta sobreviniendo en la misma hora, juntamente confesaba al Señor y
14.
38 Y esta sobreviniendo en la misma hora, juntamente confesaba al Señor, y
15.
Estaba muy animado, pero confesaba que tenía los nervios un pocoexcitados y que
16.
esposa; más era, tal ente de razón la parecíaridículo, y se confesaba que ella, en el caso de
17.
confesaba Marta era que su afición más sincera,más intensa, consistía en el placer de que le
18.
confesaba cada día su crecienteafición
19.
Luego se acercaba al chivo expiatorio, destinado a Azazel, y confesaba ante él los pecados cometidos por el Pueblo
20.
Durante tres meses había representado una comedia, y el esfuerzo había sido mayor de lo que ella misma se confesaba
21.
Amy nunca lo había mimado como las otras, pero ahora, como estaba tan contenta de verlo, se le pegó muchísimo, sintiendo como si él representase a la familia querida que la muchacha extrañaba mucho más de lo que confesaba
22.
ahora confesaba lo que nunca había hecho
23.
Al terminar ya sus estudios, tuvo plaza de adjunto en la parroquia de San Ginés y allí se dio cuenta de muchas cosas; cuando confesaba sus cuitas al párroco, éste no les daba la menor importancia, y llegó a la conclusión de que no era tan singular lo que a él le acaecía
24.
Los rusos tenían intérpretes de español repartidos por todo el sector y era imposible calcular cuántos traidores entraban en el elevado número de desertores que el mando confesaba a regañadientes
25.
Cuando le dio la noticia, era toda una experta en los usos contraceptivos de ciertos pecados de los que jamás se confesaba, y su marido, que llevaba doce meses razonablemente alejado de los placeres subterráneos, sonreía cuando ella le preguntaba si no había merecido la pena esperar
26.
Hace unos años, cuando un hombre era detenido, confesaba su delito y era ejecutado en el acto
27.
Ildefonso era masón volterano, que si no confesaba, que si tal
28.
Y por supuesto, no solo conocía sino que confesaba su admiración por Ilich Ramírez Sánchez, alias el Chacal:
29.
En clausura entraban cuando querían un capuchino llamado el Padre Alcaraz, el Padre la Hoz, que a muchas de nosotras confesaba, Fray Cirilo de Alameda y otros del mismo fuste
30.
Martín se confesaba, y él también, por recomendación expresa de su hermana
31.
En una palabra, confesaba que no le molestaba que ya todo hubiese terminado
32.
Marianne seguía recuperándose día a día, y la radiante alegría en el semblante y en el ánimo de la señora Dashwood daban fe de que era, como repetidamente se confesaba, una de las mujeres más felices del mundo
33.
"No puedo descubrir la relación del Álgebra con el concepto del tiempo", confesaba Cayley; "admitiendo que el concepto de la progresión continua se presente y tenga importancia, no veo que de algún modo pueda ser el concepto fundamental de la ciencia"
34.
Fortunata lo pensó, y al cabo de un ratito, la lealtad y buena fe con que se confesaba mostráronse en esta declaración:
35.
El polen manaba directamente del sexo de Lía y en la desconcertante contraseña de aquel instante en el Oasis, entre los durmientes y los beduinos, había un aviso secreto e intencionado que ella confesaba ahora, buscando de nuevo el lugar de la efímera caricia entre las piernas de Sebastián
36.
Siempre confesaba el incidente, y ofrecía a sus empleadores en potencia un mes de trabajo sin sueldo para demostrar su valía
37.
Con un suspiro, Max tomó la pluma y escribió una carta de contestación en la que le confesaba al detective que sus honorarios superaban lo que él había previsto y que, por tanto, se veía obligado a pedirle que abandonara el caso
38.
Había oído también como Areté, tras un golpe seco, confesaba que era ella la que la había inducido a intentar detenerle, pero aquella traición de la esclava no era lo que le preocupaba
39.
Tengo para mí el conocimiento de que a la una y media le entraba el antojo de un tequila, de que a las cinco, los martes, jugaba bridge, de que oía mal y lo confesaba, de que era tan coqueta y perfeccionista que murió el mismo día en cuya mañana nos encontramos frente al espejo
40.
¿Conocía a sus víctimas? ¿Se hallaba en Pekín de manera legal? ¿Sabía que si confesaba sería tratado con mayor benevolencia? Las respuestas fueron no, no y sí
41.
Paradójicamente, mientras que aquella mujer confesaba sus accesos de ira para con un vecino desconsiderado o alguna transgresión menor, muchos de los que más necesitaban la reconciliación rara vez buscaban la administración del sacramento
42.
Cuál no sería mi deleite y, ¿por qué negarlo?, mi frustración, al ver que ella espontáneamente confesaba su delito y me entregaba la prueba palpable, con perdón, e incriminadora
43.
Si el acusado no confesaba sin más ante el tribunal o si no había algo que demostrara claramente su culpabilidad, el veredicto de culpabilidad se dejaba en manos de Dios
44.
Aun perteneciendo a la Policía política, confesaba no entender nada de política
45.
Además, confesaba haber manifestado al comisario de Policía O'Hara que Moore había sido asesinado
46.
Le confesaba que a pesar de todos los defectos que él tenía, jamás habría esperado que se comportara como un sinvergüenza
47.
En principio parecía un caso rápido, pero ahora empezaba a resultar evidente que, si no encontraban el cuchillo, o si Dion no se derrumbaba y confesaba, las pruebas eran muy débiles
48.
Así que el cadáver fue descubierto, fui designado junto con un compañero de muchos años para acompañar el caso, y tuvimos la noticia —casi simultánea— de que la policía portuguesa había descubierto el cuerpo de un suicida en Guimarães, junto con un billete donde confesaba un asesinato con los detalles que correspondían al caso que teníamos en mano, le dio a las instrucciones para la distribución de su herencia a instituciones de la caridad
49.
Más tarde había comprendido que la posición de Lorlen en el Gremio se vería debilitada si confesaba que estaba enterado del crimen de Akkarin desde hacía años
50.
Un hombre que confesaba que la amaba con locura, y lo de la locura no le parecía ni un poquito exagerado, sino algo por completo natural, dada la edad que sumaban entre ambos
51.
pesar de ello, confesaba el profesor, seguía
52.
Se disgustó aún más cuando a cada expresión ya hecha que empleaba Cancan, Cottard, que conocía su lado fuerte y su lado débil, porque las había aprendido laboriosamente, le demostraba al marqués, quien confesaba su tontería, que nada significaban:
53.
Porque permanecía frío ante bellezas que me indicaban y me exaltaba con confusas reminiscencias; algunas veces hasta les confesaba mi desilusión, al advertir que algo no estaba de acuerdo con lo que me había hecho suponer su nombre
54.
Acaso mediaba una distancia verdadera entre la naturaleza de Morel -tal como él la confesaba cínicamente, quizá hasta hábilmente exageraday el momento en que ésta se impusiera
55.
Levitt, que había comprado su primer Macintosh en 1984 y que se confesaba un «adicto» orgulloso a los ordenadores de aquella marca, quedó encantado
56.
Un día se lo mencionó a Losten, a quien se lo confesaba todo porque era su mentor-Duro, y Losten observó:
57.
No sé si el Tata tenía tanto miedo porque sabía más de lo que confesaba o porque sus ochenta años de experiencia le habían enseñado las infinitas posibilidades de la maldad humana
58.
Para él, criado en la rigidez de los sentimientos más nobles, resultaba difícil creer las historias de espanto que yo le contaba o imaginar que podíamos perecer todos, incluso los niños, si cualquiera de esos infelices que pasaban por nuestras vidas era detenido y confesaba en la tortura haber estado bajo nuestro techo
59.
¿Ha leído usted la declaración del cura de San Lorenzo, según el cual, Cuadrado confesaba una semana sí y otra no?
60.
—Ginny ha venido a verte cuando estabas inconsciente —explicó tras una larga pausa, y de inmediato la imaginación de Harry se representó una escena en la que Ginny, sollozando sobre su cuerpo inerte, confesaba la profunda atracción que sentía por él mientras Ron les daba su bendición—
61.
En Altamira nadie confesaba creer en la leyenda; pero todos preferían hacer un largo rodeo antes que pasar por el paraje maldito
62.
A veces, cuando Jacinta acudía a arropar a Penélope, la muchacha se deshacía en lágrimas y le confesaba sus deseos de huir con Julián, de tomar el primer tren y escapar a donde nadie les conociese
63.
La mujer que un día confesaba sentirse mal vestida de india se ha trasformado hoy en una señora elegante que sólo viste saris
64.
Joan y Sang fueron los primeros en recibir los azotes, mientras Carles se confesaba y recibía la absolución del cura
65.
Ella lo confesaba
66.
El degenerado revelaba sus secretos, confesaba sus peores crímenes y disfrutaba al hacerlo porque sabía que los hombres iban a morir, que no podrían denunciarlo
67.
Hasta el doctor Lieberman lo confesaba
68.
¿No confesaba Anita que le agradaba don Víctor? Sí
69.
Por lo menos Paco Vegallana lo confesaba ingenuamente
70.
Doña Lucía, su esposa, confesaba con el Magistral
71.
Sin embargo, Visita confesaba a veces con don Fermín, a pesar de los desaires de este
72.
«Ya sabía él a qué iba allí aquella buena pécora, pero chasco se llevaba; la confesaba por los mandamientos y se acabó»
73.
La Regenta, sin embargo, jamás se había acusado de una afición singular; hablaba de tentaciones en general y de ensueños lascivos, pero no confesaba amar a un hombre determinado
74.
Por su parte se confesaba todo lo enamorado que él podía estarlo de quien no fuese don Álvaro Mesía
75.
Don Álvaro no se confesaba a sí mismo, que había habido un tiempo en que perdiera la esperanza de vencer a la Regenta
76.
Ana se negaba a acudir a un rincón de amores que Álvaro prometía buscar; el mismo Álvaro confesaba que era difícil encontrar semejante rincón seguro en un pueblo tan atrasado como Vetusta
77.
El hombre confesaba una y otra vez los mismos detalles repugnantes
78.
Louise me confesaba que había descubierto muchos detalles de su niñez durante los días y las semanas que había dedicado a poner orden en el apartamento
79.
La mayoría de los técnicos confesaba tras bambalinas que se quería mandar a mudar
1.
Todos tuvieron su parte, los pobres que confesaban su miseria y los quela
2.
Todos confesaban que tenía una
3.
Son raros los queconfiesan y os vais á asombrar cuando os diga que ha habido procesadosque se confesaban culpables y no lo eran
4.
pasión ideal que ya se confesaban los dos hermanos; noquería pensar en esto, no quería sustos de
5.
Y algunos, más ingenuos, confesaban la penuria de supresupuesto, maldecían de las
6.
42 Con todo eso aun de los príncipes muchos creyeron en el: mas por causa delos Fariséos no confesaban,
7.
enque los vasallos se confesaban para caminar; tiempo en que losbandoleros y asesinos empedraban el
8.
gente, como lo confesaban á voces los Oficiales reales que letrajeron
9.
¿Por qué callaban esos desgraciados? ¿Por que no hablaban al primer interrogatorio y se ahorraban tanto sufrimiento inútil? Al final todos confesaban o morían, como ése que iban a fusilar
10.
Por todas partes se oían los susurros confidenciales de quienes confesaban sus pecados y pedían perdón al Señor, entre murmullos lo bastante altos para que se oyera la voz pero no se distinguieran las palabras, mientras los ojos se cerraban y las ropas caían entre los juncos, y la gente se metía en el humedal y luego en el río
11.
Y todos confesaban lo que los interrogadores quisiesen oír
12.
Tenía la voz cremosa como los curas cuando la confesaban, y eso a ella le gustaba
13.
La creciente locura del emperador aún no se había desatado de forma pública, pero todos los que estaban obligados a vivir próximos al César temían por sus vidas; incluso si no lo confesaban, temían por sí mismos
14.
Por un momento ella quiso decir que sí, pero recordó: las únicas personas colgadas por brujería eran aquellas que confesaban y luego practicaban más brujería… o se retractaban de su confesión
15.
La práctica totalidad de quienes se confesaban con regularidad tenían o superaban la edad de Bruni; eran las personas educadas en la Iglesia antes del Concilio Vaticano II
16.
Me parecía que los dos grupos de físicos confesaban, a desgana, que no podían explicar cómo se creó el universo
17.
Como jurista, le resultaron especialmente impactantes la abominación que representaba, entre otras cosas, asegurar a las acusadas que si confesaban se les perdonaría la vida, y luego ofrecerles tres diferentes vías para retractarse de sus declaraciones sin que se dieran cuenta
18.
Si se hubiese interrogado a Hans Castorp hubiera hablado tal vez, en primer lugar, de algunos pacientes del Berghof que, según confesaban, no estaban enfermos y habían venido voluntariamente con el pretexto de una ligera fatiga, pero en realidad para divertirse, y que vivían aquí porque la clase de vida de los enfermos les agradaba, como esa viuda Hessenfeld, que ya hemos mencionado incidentalmente, una mujer petulante, cuya pasión era la de hacer apuestas
19.
Joe el Indio fue enterrado cerca de la boca de la cueva; la gente acudió al acto en botes y carros desde el pueblo y desde todos los caseríos y granjas de siete millas a la redonda; trajeron con ellos los chiquillos y toda suerte de provisiones de boca, y confesaban que lo habían pasado casi tan bien en el entierro como lo hubieran pasado viéndolo ahorcar
20.
Lo mismo hacían en 1916 los modistos, que, además, por una orgullosa conciencia de artistas, confesaban que «buscar la novedad, huir de la vulgaridad, afirmar una personalidad, preparar la victoria, encontrar para las generaciones de después de la guerra una nueva fórmula de belleza tal era la ambición que los atormentaba, la quimera que perseguían, como se podía comprobar yendo a visitar sus salones deliciosamente instalados en la Rue de la
21.
Y aparte de otras muchas razones fáciles de adivinar, se comprende por ésta: para un empleado de comercio, para un criado, ir allí era como para una mujer a la que creen honesta ir a una casa de citas; algunos que confesaban haber ido a aquel lugar aseguraban que nunca más habían vuelto, y el mismo Jupien, interviniendo para proteger su reputación o evitar competencias, afirmaba: «¡Oh, no, no viene a mi casa, no querría venir aquí!» Para hombres del gran mundo es menos grave, sobre todo porque las otras personas del gran mundo no concurren a esos lugares, no saben lo que es y no se ocupan de la vida del que va
22.
Incluso las jóvenes y casquivanas confesaban que no recibían con calor a los marineros que volvían para o asar una temporada en casa
23.
Había llegado al punto de entender a los inocentes que confesaban haber cometido un asesinato con tal de que los dejaran en paz
24.
Es imposible sobrevivir de otro modo en esta intemperie, dijo el seminarista, según Luca, y añadió que lo sabía porque eran verdades aprendidas en la confesión, a la larga todos confesaban que en el campo no se podía vivir sin consumir alguna poción mágica: hongos, alcanfor destilado, rapé, cannabis, cocaína, mate curado con ginebra, yagué, jarabe con codeína, seconal, opio, té de ortigas, láudano, éter, heroína, picadura de tabaco negro con ruda, lo que se pudiera conseguir en las provincias
25.
Ellos me confesaban francamente que la visión fugaz de las extremidades inferiores de una mujer los excitaba como podía excitarme a mí ver un instante sus senos
26.
Confesaban orgullosamente que sus pequeños órganos viriles se ponían literalmente tiesos cuando oían una palabra inmencionable como «pies», o cuando dejaban que sus mentes imaginaran estas partes no revelables de una persona de sexo femenino
27.
He aquí en qué términos refiere este terrible episodio en su carta al rey de España: «Por espacio de ochenta días las olas continuaron sus asaltos, y mis ojos no vieron ni el sol, ni las estrellas, ni planeta alguno; mis buques estaban deshechos, mis velas rotas, perdidas las cuerdas y las lanchas; mis marineros, enfermos y consternados, se entregaban a los piadosos deberes de la religión; ninguno dejaba de ofrecer en voto peregrinaciones, y todos se confesaban mutuamente, temiendo a cada momento ver el término de su existencia
28.
Más adelante, llegaron a un punto en que no podían decírselo a nadie sin que pareciese que confesaban algo de lo que se sentían culpables
29.
Así, el Magistral conocía los deslices, las manías, los vicios y hasta los crímenes a veces, de muchos señores vetustenses que no confesaban con él o no confesaban con nadie
30.
En general envidiaba a los curas con quienes confesaban sus queridas y los temía
31.
Con el transcurrir del tiempo, y según confesaban tristemente los bajorrelieves, el arte de crear nueva vida a base de materia inorgánica se fue olvidando, por lo que los Primordiales se vieron obligados a depender de la posibilidad de moldear seres ya existentes
1.
Ahora me ha confesado don Crisanto que en el
2.
lo que habían confesado poseer
3.
Clara me lo hubiera confesado
4.
—Vamos, sí, ya doy en ello: ciertas miradas y sonrisas con unestudiantillo… Me las ha confesado
5.
El gobierno ¿ha confesado abiertamente la infraccionde la ley? «Esto es intolereble, excla[Pg
6.
en ella, de ningúnmodo se hubiera confesado que le impulsaba
7.
Comulgado y confesado habían antes de dejar el puerto de
8.
¡Con qué alegría hubieran confesado a Martín la tontería que
9.
—¿Amistad con el hombre que ha confesado usted que esuno
10.
El millonario me había confesado muchasveces, en
11.
—Sí; con un amor que puede ser confesado, alta la frente,
12.
cuando yo la dije que elPríncipe había confesado! ¡Le vio
13.
confesado celoso y reo, había inventadosu propia intervención
14.
matarle: les fueron ocupadas enLondres las cartas acusadoras, y confesado elintento, sufrieron la
15.
confesado, rezado ni oído misa; que cuando estuvo degeneral lo vió una vez en misa;
16.
hermano, nopudiendo negarse a la evidencia, lo había confesado
17.
porque don Víctor selo había confesado, que el ex-regente y Frígilis, en cuanto llegaba eltiempo,
18.
Unempleado del Municipio había confesado
19.
Si algunos han confesado, se les da la sagrada comunión luego
20.
hubieran confesado bien, yno piensan en otra confesión hasta
21.
Perdonará el mayor delito confesado, antesque una trivial falta
22.
–El hombre al que han arrestado, John Robertson -prosiguió Ferrara-, ha confesado su adhesión al movimiento negacionista, que niega la existencia de las cámaras de gas y el alcance del exterminio de los judíos
23.
Wilton me ha llamado para decirme que contaba con su autorización para exponerles a ustedes lo que me había confesado, pues, cuando lo supieran, estaría ya fuera de su alcance
24.
Y por lo demás, no del todo sin razón, pues, ¿acaso al rechazar su amistad y al mostrar su deseo de casarse, no había manifestado Luz sus inclinaciones de buena esposa? Pero, naturalmente, Manuel no le había confesado de quién era hijo
25.
Y siendo así que nunca había confesado lo que realmente había hecho
26.
Ella había confesado su parte en las desapariciones, pero debió sentir la corazonada de quién era el autor de otras cosas y deseaba que también se aclarasen
27.
Aunque nunca lo habría confesado, Ruth era algo supersticiosa
28.
-Me lo ha confesado D
29.
Un oficial medio borracho de la Kripo{113} le había confesado que cuando nombraron a aquella bestia gobernador de Franconia había hecho cortar las hierbas del jardín de su casa de campo con los dientes a un grupo de presos políticos{114}
30.
–Ella es quien me lo ha confesado
31.
El propio "coronel" Ramiro, al saber ésta y otras cosas, había confesado a los amigos:
32.
Y su chofer ya ha confesado su participación en el hecho a cambio de inmunidad judicial
33.
Ni Renata ni Rocco abrieron la boca, fue peor que si lo hubieran confesado
34.
Pero, mientras el cámara concentraba en ella el teleobjetivo hasta conseguir captar su mirada, Montalbano vio confirmado en ella lo que la viuda le había confesado: en sus ojos sólo había desprecio y aburrimiento
35.
Deben odiarme por habérmelo confesado todo
36.
El duque estaba muy nervioso y me decía que Hopkins le había confesado que el Grial y Excalibur aún existían, que él deseaba vivamente obtenerlos y que Hopkins estaba seguro de que tras descifrar el enigma, las preciosas reliquias estarían en su posesión
37.
El pobre desgraciado fue torturado tan cruelmente que hubiera confesado cualquier cosa
38.
Ya habría confesado de no ser por mi hija
39.
-Ha confesado que solicitó de Sir Charles que estuviera junto al portillo a las diez en punto
40.
Había tenido antes clientes que me habían confesado
41.
—Ha confesado que solicitó de Sir Charles que estuviera junto al portillo a las diez en punto
42.
La última vez que habíamos hablado de póquer, me había confesado que su objetivo secreto era ser la primera mujer en ganar las series
43.
Había visto la expresión mil veces antes en los ojos y los rostros de aquellos que han confesado
44.
El hombre ya le había confesado que había intentado esconderse en Korma, pero afortunadamente para todos ella lo había descubierto y pronto lo tendrían las autoridades en sus manos
45.
Ha confesado que tenía cuentas pendientes con él, y fue uno de los últimos en verlo vivo
46.
Aun cuando Sephrenia y Vanion jamás habían confesado nada abiertamente, ni siquiera entre sí, Sparhawk sabía los sentimientos que se profesaban, y también sabía cuan imposible era aportar un desenlace a su situación
47.
Nunca se lo había confesado a nadie, pero estaba firmemente convencido de que todo investigador que se lanzaba tras los pasos de un criminal en realidad lo hacía solo por sí mismo, que la búsqueda de la justicia era un pretexto y que el fin último era satisfacer esa exaltación que rayaba en la adicción
48.
Subrayamos su nacionalidad, pues el impulso que se halla tras la actividad incesante de Hamilton fue su deseo confesado de poner su soberbio genio al servicio y gloria de su país nativo
49.
Eso le había confesado horas atrás
50.
Byrnes había llevado consigo a un taquígrafo, y hasta que el prisionero no lo hubo confesado todo y firmado una declaración completa no dejó que éste saliera de la celda donde estaba el catre manchado de sangre y se trasladara a otra
51.
Pero ¿qué hacer con mi estilo literario? Pocas veces lo he confesado: ¡carezco de estilo! Entonces y ahora me he esforzado por ser un estilista
52.
Estos dos caballeros han confesado que usted es su cómplice en la conjura para matarme
53.
En él no hay ni una huella de amor hacia ti, me lo ha confesado con toda sinceridad, como amante de Klamm, naturalmente, le resultas respetable e instalarse en tu habitación y sentirse como un pequeño Klamm, le viene de perlas, pero eso es todo, tú, ahora, no significas nada para él, haberte conseguido aquí un alojamiento no es más que una medida complementaria de su encargo principal; él también ha permanecido para que no te inquietes, pero sólo provisionalmente, mientras no reciba nuevas del castillo y su constipado no se haya curado del todo
54.
—Will Janes ha confesado que aquellos cuatro hombres habían sido enviados para robar los aviones
55.
Aunque los jóvenes nunca habían confesado, Elrood había comentado en tono jocoso:
56.
explicado cómo encontrar el portal, y me ha confesado que sólo un hombre en la Tierra puede abrirlo
57.
El general que temblaba y desfallecía ante la perspectiva de las funestas consecuencias que podían resultar para él, perdió los estribos; después de haber suplicado durante media hora y de haberlo confesado todo, es decir, sus deudas y hasta su pasión por la señorita Blanche —estaba completamente loco tomó de pronto un tono amenazador y comenzó a reñir a la abuela
58.
El miedo confesado por el padre desde que llegó a La Loma, y luego en la incertidumbre del viaje, se disipó al verlo
59.
¿Cuánto hace que no viene por la iglesia? Ni siquiera creo que se haya confesado una sola vez desde que vive en Shanghai
60.
Entonces se sonrojó al darse cuenta de que había sido cogida en su traición, y que lo había confesado abiertamente
61.
Eso le había confesado a Lady Lysa justo antes de empujarla por la Puerta de la Luna
62.
Ser Osney Kettleblack ha confesado su relación carnal con la Reina ante el Septón Supremo, delante del altar del Padre
63.
¿Por qué no estaba allí? ¿Habría confesado?
64.
Don Sinibaldo caviló que el Destino había complacido a su amigo, ahorrándole una vulgar muerte en la cama, un pensamiento que lo sublevaba, como muchas veces le había confesado:
65.
Tal y como había calculado el proximus lictor, al atardecer llegaron al punto donde el ibero había confesado que se estaban reuniendo las diferentes tribus iberas para lanzar un feroz y letal ataque contra las legiones de Emporiae
66.
Sólo le siguió el joven asistente que había confesado el desgraciado traslado de la Poética de Aristóteles, quizá impulsado por la fuerza extraordinaria que proporciona el sentimiento de culpa
67.
Los mismos esquiladores le habían confesado a Gwyneira que se sentían injustamente tratados
68.
Le informa del hundimiento de las tres barcas, y del interrogatorio de un prisionero belga que ha confesado que son las tropas internacionales de Líster las que cruzan, y que el paso principal se hará un kilómetro más al norte
69.
Se lo había confesado un día, borracho perdido, en "El Ojo Tuerto"
70.
De buen grado le hubiera confesado todo a mi madre
71.
-Pues bien, hija mía -continuó el venerable señor-; la causa de mi enojo contigo es que, según me has confesado, han nacido en tu espíritu y lo han anublado de la misma manera que los vapores cenagosos oscurecen la claridad y limpieza del sol, ciertas ideas erróneas contrarias de todo en todo a la doctrina cristiana y a las decisiones de la Iglesia
72.
Aronha le había confesado en privado que él también odiaba tratar con aquella gente
73.
Era desalentador que nadie los hubiera llamado traidores cuando se rebelaban contra su padre, y ahora que habían renunciado a su rebelión y confesado sus culpas les aplicaran ese epíteto
74.
En el patio uno de los agentes le informó de que dos residentes habían confesado hallarse en Pekín de manera ilegal
75.
–Tenemos bajo nuestra custodia a cinco hombres culpables que han confesado sus crímenes y los crímenes de otros dieciséis hombres que no se encuentran bajo nuestra custodia
76.
Eran culpables porque lo habían confesado por su propia boca, así que juzgarlos era un desperdicio de dinero para el Estado
77.
—Supongo que los hombres de de Joal habrían confesado que estaban allí antes de que acabara la noche
78.
Desde el mes de febrero, las crisis eran mucho más frecuentes de lo que le había confesado
79.
- La ha confesado
80.
Las enemigas acérrimas de Scathach, aunque jamás me ha confesado el porqué
81.
Sophie recostó la espalda sobre el respaldo del asiento, asombrada de que su hermano se lo hubiera confesado al Alquimista
82.
En alguna ocasión anterior, Tranquilino había confesado que fue uno de aquellos guerrilleros, los dorados que recorrieron Chihuahua, Sonora y Durango
83.
Los bomberos le regalaron dos tartas de fruta, a pesar de que él había confesado que no tenían semejantes exquisiteces allí abajo, en Perú
84.
El había confesado y declaró que hizo que le cogieran prisionero con intención de traicionar a su país, y que fue puesto en libertad para cumplir una misión del servicio secreto alemán
85.
—¡Muéstreme diez declaraciones de Hacken, sí quiere, y yo continuaré repitiendo que es mentira! ¡Puro delirio! Si es cierto que Hacken ha confesado, ¿por qué me han confiado el cargo de comisario militar y la misión de conducir hombres al combate precisamente a mí, un saboteador y un espía? ¿Dónde estaban ustedes? ¿Hacia dónde miraban?
86.
¡Esa era la verdadera felicidad! Pero ¿por qué darle vueltas? Habían confesado durante la instrucción
87.
Habían confesado durante el juicio
88.
(¿Que el obispo penetró en la antecámara? ¿Que el obispo penetró en la antecámara? Ahora te pones tímido y recurres a eufemismos sobre partes del cuerpo y posturas, cuando ya has confesado violaciones mutuas con una mujer santa a través de una ranura en forma de cruz, joder? Pues no, no es creíble
89.
Me acordé del fraile con quien me había confesado al regreso de la excursión a Viterbo y contesté:
90.
Es la obligación de la distancia hacia lo que ha sido falsificado como verdad oficial lo que determina este empleo del desvío, confesado así por Kierkegaard en el mismo libro: "Una única observación todavía a propósito de tus numerosas alusiones referentes todas al prejuicio de que yo mezclo a mis dichos conceptos prestados
91.
Dolorosos pensamientos cruzaban por el alma de la señora de Rênal, la cual, habiendo confesado a Julián todo lo ocurrido con el asunto de la adjudicación de la casa, contra lo que ella creía ser resolución firme e inquebrantable, temía con sobrado fundamento que el preceptor de sus hijos fuese causa de que olvidara, entonces y siempre, todos sus juramentos
92.
Era muy interesante, primero porque un chico llamado Robert Albury estaba en la cárcel después de haber confesado que él mató a Donald Willsson tras un ataque de celos provocado por la supuesta relación de Willsson con Dinah Brand; segundo, porque Dinah vivió en el número 1
93.
Mistress Hawthorne les había confesado que había estado allí y que yo la había visto desaparecer
94.
La conversación en el salón de juegos sirvió al menos para crear una sociedad mutua entre los dos: ambos habían confesado algo a lo que aspiraban, y resultó que los deseos de uno y de otro no eran muy distintos, aun cuando las personas relacionadas con ellos evidentemente lo fuesen
95.
—Bien, aunque de momento no ha confesado nada importante, pero ya lo hará
96.
Días antes de su muerte, Max Hölz había confesado a un grupo de amigos que tenía miedo, que sabía que pronto iban a intentar matarlo
1.
Confesamos que la situación de doña Juana era excéntrica,excepcional, terrible
2.
Nos confesamos con ellos
3.
En el nombre de la Santa Trinidad, Padre, e Hijo, y Espíritu Santo, lo que creemos en nuestro corazón lo confesamos también de palabra; creemos en el Padre, no engendrado; en el Hijo, engendrado; en el Espíritu Santo, que procede de ambos; que sólo el Hijo tomó carne de una virgen y bajó al mundo por la salvación de todos los que creen en El, y que nunca se separó del Padre y del Espíritu Santo
4.
–Habláis solo del amor de los amantes -dijo el emperador-, pero nosotros pensamos en el amor del pueblo por su príncipe, que, confesamos, deseamos mucho
1.
Pedro, puede usteddejar a un lado el disimulo, confesando que
2.
confesando a Cristeta la violación de la carta? No, porque
3.
—La amo, confesando, no obstante, su degradación
4.
Al pié del rollo estaban confesando,
5.
delante de él, se estaba confesando
6.
confesando sus culpas,besando el suelo y golpeándose el pecho
7.
hacer las cosas al revés, confesando toda latarde y teniendo la
8.
bautizados por él en el rio del Jordan, confesando sus pecados
9.
bautizados de él en el rio del Jordán, confesando sus pecados
10.
confesando que la atmósfera del café estaba algopesada y que sería bueno dar una
11.
del oficioparvo y del rosario, confesando y comulgando todas
12.
Cuando se presentó confesando el asesinato todo parecía haber terminado
13.
Resultaba, pues, muy natural que en dichas circunstancias eligiera una manera fácil de desaparecer, confesando su crimen antes de hacerlo
14.
Apenas planteó el doctor la primera pregunta, ella ya estaba confesando todo lo que le pesaba en el alma
15.
Y después de haber extendido ella la arena y haber trazado figuras y caracteres, estuvo reflexionando una hora, al cabo de la cual levantó la cabeza y dijo: "¡Mientes delante del rey, maldito! ¡Te llamas Rachideddín, y tu profesión consiste en mandar raptar traidoramente a las mujeres de los musulmanes para encerrarlas en tu casa; en apariencia profesas la fe del Islam, pero en el fondo del corazón eres un miserable cristiano corrompido por los vicios! ¡Confiesa la verdad, o tu cabeza saltará ahora mismo a tus pies!" Y el miserable, aterrado, creyó salvar la cabeza confesando sus crímenes y actos vergonzosos
16.
-Mi plan es el siguiente: Yo trabajo todo el día con excepción de los domingos; yo cumplo con los preceptos de Nuestra Santa Madre la Iglesia oyendo misa, confesando y comulgando como se me manda; yo cumplo asimismo mis obligaciones comerciales; yo no debo un cuarto a nadie; yo educo a mis hijos; yo pago mis contribuciones puntualmente; yo obedezco todas las leyes, decretos, bandos y órdenes de la autoridad; yo hago a los pobres la limosna que mi fortuna me permite; yo no hablo mal de nadie, ni siquiera del Gobierno; yo sirvo a los amigos en lo que puedo; yo no conspiro; yo [161]
17.
Confesando todo a su indulgente padre, Riemann le pidió el permiso para desviar sus estudios
18.
Pero están confesando a todos los que los quieren oír
19.
—Mi padre se gana muy bien el pan confesando a las gentes de los pueblos y las aldeas —nos aclaró Alonso con orgullo—
20.
Se supone que me estaba confesando con el abad
21.
–En la cárcel y no quiere confesar, pero ¿sabes qué le ha dicho el comisario a la señora? Que esté tranquila porque la camarera acabará confesando por las buenas o por las malas
22.
–Acabarías antes -le dije- confesando francamente que odias a todos los hombres, sin distinción
23.
El único alivio eran las confesiones de los niños cuyas quebradas vocecitas, confesando la lista de sus pecadillos, siempre le hacían reír de buena gana
24.
Confesando o dando muestras de que reconoce a su amigo, toda la traza de Micomicona, verdadero castillo de naipes, quedará en nada; pero, hasta aquel momento, la han llevado con escrupulosidad, con todas [150] las de la ley
25.
Leído con atención, se entrevé como respuesta, por parte del amo, de la burla hecha por el criado, quien acaba confesando que jamás vio a Dulcinea; pero don Quijote afirma no creérselo
26.
“¡Cómo! —me dijo atolondradamente la señora de Guermantes, confesando con ello que su respeto a los hombres de letras y su desdén hacia el gran mondo eran más superficiales de lo que decía, y aun acaso de lo que creía ella misma—
27.
¡Ah!, no le he escrito desde la guerra -añadió como confesando valientemente una falta que sabía muy bien que nadie le iba a reprochar-
28.
En algunas órdenes y congregaciones religiosas, religioso destinado a cuidar de lo espiritual, confesando y asistiendo a los enfermos y moribundos
29.
Mis padres, que sospechaban la causa de mis salidas nocturnas y mis ausencias prolongadas, me interrogaron hasta que acabé confesando mis amores ilegales
30.
–Crees que soy un estúpido, seguro -dijo él con esfuerzo, confesando cuál era la especie a la que en realidad pertenecía por vez primera en su largo historial de relaciones con los animales-, pero es que no soy un ganso
31.
Pero el sospechoso, ante la amenaza de los perros, ya estaba confesando
32.
–Pierden el dominio sudan la gota gorda, mascullan unas explicaciones inconsistentes y acaban confesando…, confesando que espían a sus compañeros por cuenta de los hicsos; como tú, por ejemplo
33.
O quizá reaccionen dándose golpes de pecho y confesando su culpabilidad
34.
Todo había sido un montaje urdido por Rodríguez Menéndez para vender periódicos, como terminaría confesando él mismo posteriormente
35.
Cordelia pensó: Oh, Dios mío, cree que estoy confesando
36.
A esto había que añadir los numerosos ministros que la habían traicionado ante la Comisión Shah, confesando mentiras a cambio de inmunidad jurídica
37.
Dom, confesando su suicidio a un atónito y joven sacerdote incluso en el instante en que sus entrañas se desparramaban sobre el banco, ejecutando un acto de contrición con voz debilitada, rodeado por su propia sangre y los humeantes jugos de sus intestinos
38.
–Hágase la cuenta que se está confesando con un sacerdote
39.
Confesando su fracaso, acabó por abrir su puerta y reclamó, una nueva vez, la ayuda del antiguo armero del Ejército Rojo
40.
Al parecer ha dejado una larga carta, carta de confesión y acusación al mismo tiempo, confesando su falta, pero acusando a Daubrecq de su muerte y exponiendo el papel representado por Daubrecq en el caso del Canal
41.
No me extrañó que hubieran callado delante del juez y que, ante una acusación tan grave como la de complicidad en el crimen, no respondieran enseguida confesando que cazaban de manera furtiva
42.
Y aunque ahora repetía laColecta de los Viernes no era porque me estuviera confesando antes de la batalla, sino porque devolvía mi nerviosismo a las profundidades: Señor Jesús, con tu muerte quitaste el aguijón de la muerte: danos a nosotros, tus siervos, el don de seguirte por el camino que nos muestras, para quefinalmente podamos dormir pacíficamente en ti
43.
–Terminará confesando -respondió Murniers con dureza-
1.
Por este motivo esno poco extraña la posición de Lope de Rueda, pues si es justo llamarlereformador del teatro español, teniendo en cuenta las causas, quecontribuyeron á la decadencia del teatro en su tiempo, por otra parte espreciso confesar, que, si se le equipara á sus famosos predecesores,está á larga distancia de ellos
2.
Juan de la Cueva viene á decir, que el haberse mudado las leyes de lacomedia, no proviene de que falte en España instrucción ni talentosuficiente para seguir tan antigua senda; sino que, al contrario, losespañoles intentaron ajustar esas reglas á las distintas necesidades desu época, y sacudieron la traba de encerrar tantos sucesos diversos enel espacio de un día, pues sin rebajar á los antiguos poetas, y á losgriegos y romanos, sus imitadores, sin despreciar lo mucho bueno, quehicieron, se debe confesar sin embargo, que sus comedias son cansadas, yno tan interesantes é ingeniosas como debieran; y de aquí, que cuando seaumentaron los talentos, mejoraron las artes, y se imprimió en todo másvasta forma, se abandonó también el antiguo estilo, prefiriéndole otronuevo y más adecuado á su época, como hizo Juan de Malara en sustragedias, separándose algo del rigorismo de las antiguas reglas, aunqueno falten quienes sostengan que el mismo La Cueva traspasó los límitesde la comedia, ofreciendo juntos en el teatro reyes, dioses y vilespersonajes, suprimiendo un acto de los cinco, y convirtiéndolos enjornadas
3.
Pero debo confesar que, a pesar de todo, la plática que sostenían no
4.
precipita a confesar y en el enredo denuncia a los cabecillas
5.
El juez, que era de losdos el que mejor jugaba las carambolas de retroceso, después de habermeobligado a confesar una porción de crímenes a cual más horroroso, hizoun gesto muy expresivo a su compañero, llevándose la mano al cuello ysacando al mismo tiempo la lengua
6.
Cuando, media hora antes, prometió confesar sus faltas, hízolomovido de orgullo, para engalanarse con la sinceridad, a la manera delfatuo que se da tono con una cruz
7.
Generalizada la navegación de las Indias, ninguna persona embarcaba, contodo, sin haber hecho testamento y sin confesar y comulgar la víspera
8.
Fuerza es confesar, a pesar de lo expuesto, que estas cosas se hanmaleado
9.
Mas como el confesar que el mayor número le adquiere
10.
confesar que si alguna afición hubiera tenido yo a la
11.
Porque debo confesar, que desde el día en que almorzó
12.
baja, temblorosa, no por el remordimiento,sino por la humillación que suponía confesar la
13.
y debo confesar enconciencia, que tenía apego a los que eran
14.
Debo confesar que lascartas escritas por mí y que obraban en
15.
á rezar todos los días de su vida el rosario, á confesar conquien la Inquisición le
16.
Antes de morirtuvo tiempo de confesar, y
17.
Preciso es confesar que hubo el mayor acierto, pues el plan de curaciónempleado
18.
motivo de confesar á un indio herido de un tigre
19.
»Bien es verdad que quiero confesar ahora que, puesto que yo veía con cuánjustas causas don
20.
confesar que mi dama, seaquien fuere, es sin comparación más hermosa que tu Dulcinea del
21.
Confesar a alguien nuestra pena, nuestrahumillación o
22.
champagne, en las cenas de loscontratistas, le hacía confesar el
23.
adorador,al contrario, gozando al ver el empeño puerilcon que evitaba el confesar su
24.
Preciso es confesar,
25.
Hay que confesar que es una condición bien digna de lástima
26.
fuerza es confesar que aún lo era menos en el carácter yopiniones de los tertulios que
27.
ycuadrúpedos, menester es confesar que el elefante es pudoroso y
28.
Allánense los ingleses a confesar que es posible laaparición de un dramaturgo
29.
Tuve que confesar mi ignorancia al respecto, pero, en contestación a supregunta,
30.
Sin embargo, debo confesar que había muy poca gracia en la situación
31.
[10] Esta es la leyenda local: hay que confesar que
32.
confesar á usted, Marenval, que para no dudar de lainocencia de mi hijo he tenido que apartar la vista de las acusacionesdirigidas contra él, pues, examinadas una por una, son de tal maneragraves, terribles, probadas, que hubiera tenido que negar la evidencia yeso era para mí un terrible suplicio
33.
el curso de losinterrogatorios estuvo por confesar; pero al oír el
34.
por el caminocomenzó á turbarse y confesar su maldad
35.
confesar habersido despachados por el Conde de Fuentescon el fin de dar muerte al
36.
cosas sonincomprensibles cuando no las comprende él, que confesar que elignorarlas
37.
] Pero al menos, se nos replicará, es menester confesar que la ideade extension tiene necesaria relacion de dependencia con las sensacionesdel tacto: los ciegos poseen como nosotros este sentido, y por
38.
comienza por confesar su ignoranciasobre la causa del efecto que consigna
39.
] Menester es confesar que Kant, en la segunda edicion de su
40.
Menester es confesar que el raciocinio de Kant esconcluyente, si se admiten sus principios; y en
41.
mas encantadora; si elórden moral es una preocupacion, necesario es confesar quejamás la hubo
42.
—Es confesar que no tienes en cuenta mi opinión
43.
Menester es confesar que hizo muy bien el señor obispo en prohibir laaparición de esta figura,
44.
migada en leche! Perose guardó bien de confesar esta flaqueza
45.
Mas, aparte de esta preciosa cualidad, hay que confesar que la esposadel tío Goro
46.
arrastra consigo la idea de inutilidad como algunos afirman, hayque confesar que los socios del
47.
cuan difícil el hacerles confesar que lo estaban
48.
Y es menester confesar que dista mucho el furor de la constancia, comodel valor la
49.
«Debe usted confesar
50.
a notar cierta reserva; dejaron de confesar con élalgunas señoras de liberales, y el mismo
51.
tribunal de la penitencia a confesar sucomplicidad bochornosa
52.
A los quince días hubo que confesar y dar la Unción a la Shele
53.
dierontormento hasta confesar lo que deseaban sus jueces,
54.
resolución de perecer antes que confesar su flaqueza
55.
haberme obligado a confesar una porción de crímenes a cual[58] máshorroroso, hizo
56.
—Bien; puesto que usted ha tenido la franqueza de confesar que haintervenido en la
57.
confesar su viday milagros, quedando en la categoría de criollo
58.
confesar; mientras yo acompañada de la sirvientahice algunas
59.
quiere confesar los beneficios que tú yyo le debemos
60.
En cuanto a don Braulio, menester es confesar que estuvo
61.
vengar mi agravio; de confesar mi torpeza en lasarmas y mi
62.
Y aquí cumple confesar otro de los
63.
encontraban dispuestos a confesar su talento y susconocimientos poco comunes
64.
El cura acababa de confesar y se disponía aponer la unción al
65.
confesar que vivía un poco atrasadillo, pero los grandes ingenios tienen esa ventaja sobre el
66.
doncella; la que al fin, sin confesar la inclinaciónamorosa que el
67.
flameaba en el Callao, y preciso es confesar que laobstinación
68.
¿Por qué un alegato? ¿Contra quién lo había escrito? ¿Quién ve ese período demasiado en «blanco y negro», según su expresión? ¿De quién puede tratarse si no de los judíos? Me encantaría hacerle confesar lo que en el fondo se propone…
69.
¿Tiene información que debes sonsacarle? Yo puedo obligarlo a confesar sin apenas esfuerzo
70.
Todos los cubos de basura huelen mal, podría objetársele; no tiene usted más que confesar que no sirve para ese oficio
71.
Debo confesar que mientras le miraba me sentía bastante preocupado por el estado de su mente, que, evidentemente, se hallaba bajo una gran excitación
72.
Así no habría de confesar mi miseria presente, cuidando, por lo demás, de beber con moderación
73.
–¿Rica? ¿Alquila habitaciones en su casa y tiene un depósito de hielo cerrado? Yo diría que no ha querido confesar que era dueña de un sitio en el que la gente se mata por culpa de las negligencias del propietario
74.
El viajero siempre pensó que esto de confesar jovencitas en de merecer es, sin duda alguna, el premio que Dios Nuestro Señor reserva para solaz de los bienaventurados a quienes quiere distinguir con su munificencia infinita
75.
—Quien ha llamado decía que quería confesar
76.
Esperaba recibir toneladas de compasión al confesar finalmente el motivo de mi malhumor
77.
Yo he leído a Longo, Anacreonte, Teócrito, Gesner, Garcilaso, Villegas, y es fuerza confesar que hicieron églogas muy buenas
78.
En efecto, una ojeada que se hubiera dirigido sobre la joven podía explicar casi el sentimiento que acababa de confesar el joven Morcef
79.
Pero, recordando a las otras personas de la casa, Merton tuvo que confesar que no eran más que las sombras del señor
80.
–Yo, por mi parte, estoy dispuesto a confesar la verdad si las autoridades competentes me lo preguntan; y ustedes pueden seguir la conducta que mejor les parezca
81.
Ahora tendrá que confesar que Luz es su hija
82.
Debo confesar, señor Macnabb, que parece usted tener respuesta para todo
83.
—Pues la creí, puesto que lo dijo, pero debo confesar que me extrañó
84.
—¿Indicando su intención de suicidarse? ¿Lo hizo? Debo confesar que me sorprende mucho
85.
Pero ¿se trataría de un artista refinado en la materia? ¿Estaría urdiendo algún chantaje para el caso improbable de que la señorita Le Couteau decidiese casarse con otro? He de confesar que consideré esta teoría como la solución más probable
86.
Había estado a punto de confesar
87.
Pero era mucho mejor que fuese allí, y confesar sus invenciones, que tener que decírselo todo al señor Ricardo Baker en mitad del desierto
88.
No, ciertamente, era mejor confesar toda la verdad
89.
Dios mío, quiero confesar
90.
-Quien ha llamado decía que quería confesar
91.
—¿Pero cuál es su idea? Acaba de confesar que no tiene medio de comprobar nuestras declaraciones
92.
aunque debo confesar que la tuya está muy bien
93.
—Has hecho bien en confesar eso —dijo Turzig frunciendo el ceño—
94.
¡Cómo! ¿Esta no es la primera vez? Y el otro debió confesar que le debía más de seis dólares en helados
95.
Cuando su madre lo vio sufrir pegoteándose el pelo con laca para domar sus negros mechones, poniéndose pasta dentífrica en las espinillas y paseándose ante el teléfono, supo que el tiempo de idílica complicidad con su hijo estaba por terminar y tuvo una crisis de celos que no se atrevió a confesar ni siquiera a Gregory Reeves en las conversaciones de los lunes
1.
—¡Lo sé! ¡Lo sé! —dijo el magistrado—, confesáis; pero la confesión hecha a los jueces, la confesión en el último trance, cuando ya es imposible negar, no disminuye el castigo
1.
Había yo perdido el hilo de mis ideas y se lo confesé
2.
en Dios y le confesé con la inmensidadde mi pensamiento
3.
Muy desalentado, confesé mi fracaso en el club
4.
–Me alegro de que estés aquí -le confesé, porque sabía que dijera lo que dijese Pete, yo era en parte la razón de su presencia
5.
Traté de tranquilizarme; algunos amigos, a los que confesé esto, me ayudaron; luego llegaron épocas mas tranquilas, en las que si bien no faltaban aquellas sorpresas, se las consideraba con más ecuanimidad y como venían se las incorporaba a la existencia; tal vez entristecían y cansaban, pero en lo demás me permitían subsistir, un poco retraído, temeroso, calculador, sí, pero en resumidas cuentas, todavía un perro cabal
6.
—Entré en el palacio del conde de Riaza —afirmó— y hablé con sus esclavos y sus criados, a quienes confesé de balde y, por más, conseguí trabajo allí para Carlos, mi segundo hijo, quien nos contará todo cuanto vuestra merced desee conocer
7.
Me preguntó si no tenía otro lugar adonde ir y le confesé que tal era, en puridad, mi situación, a lo que replicó ella que en su casa había un sofá de regulares dimensiones y que me lo ofrecía de mil amores
8.
Le confesé que no tenía ni idea: el asunto había quedado casi del todo fuera de mi mente por el descubrimiento de los mapas, y las explicaciones que me sugerían no me gustaban
9.
«Me estoy excitando», confesé al oído de Carlos
10.
Como confesé a mi abuela que no me encontraba bien y que me parecía que tendríamos que volvernos a París, me dijo ella, sin protesta alguna, que iba a hacer unas compras, necesarias tanto en el caso de que nos quedáramos corno en el contrario (compras que, según luego averigüé, eran todas para mí, porque Francisca se había llevado muchas cosas que me hacían falta); yo, para esperarla, salí a dar una vuelta por las calles; tan llenas de gente estaban, que reinaba en ellas la misma calurosa atmósfera de una habitación; aun estaban abiertas algunas tiendas, la peluquería y una pastelería, donde tomaban helados los parroquianos, delante de la estatua de Duguay–Trouin
11.
Yo al principio confesé tímidamente a Elstir que no quise ir a las carreras que allí se habían celebrado
12.
Pues si Albertina, por su parte, hubiera querido juzgar lo que yo sentía por lo que le decía, habría sabido exactamente lo contrario de la verdad, porque yo no manifestaba nunca el deseo de dejarla sino precisamente cuando no podía pasar sin ella, y en Balbec le confesé dos veces que amaba a otra mujer, una vez a Andrea, otra a una persona misteriosa, y fueron las dos veces en que los celos me devolvieron el amor a Albertina
13.
¿Ha observado usted que ese excelente hombre, empeñado en proclamar sus deseos como una verdad a punto de realizarse, no se atreve, sin embargo, a emplear el futuro puro y simple, que correría el peligro de ser desmentido por los acontecimientos, y ha adoptado como signo de este tiempo el verbo saber?» Le confesé a monsieur de Charlus que no entendía bien qué quería decir
14.
—Le mentiría si le dijera que no, pero jamás se lo confesé a ella
15.
Allí confesé, con lágrimas, que no había ido a Hampton Court
16.
Le confesé que en Santiago, mientras él convalecía de la operación, yo había escarbado en los archivos de la Vicaría y había hablado con las personas con quienes me puso en contacto el padre Lyon, dos abogados, un sacerdote y uno de los autores del Informe Rettig, donde aparecen más de tres mil quinientas denuncias de violaciones a los derechos humanos cometidas durante la dictadura
17.
En esta ciudad me confesé directamente con él por primera vez
18.
Ya en el coche, le confesé mi admiración
1.
Melibea, presa del dolor y dela desesperación, promete seguir á su adorado: se sube á lo más alto deuna torre, confiesa su falta á sus padres, les cuenta la muerte de suamante, y se precipita desde ella
2.
Visítanla en la prisión la Verdad,el Consuelo y la Salud: los mensajeros, que envía á Dulcelirio, regresantrayendo respuestas evasivas; pero no tarda éste en presentarse, ydisfrazado de monje la confiesa, convenciéndose así de su inocencia,por cuya razón la defiende, y vence á su calumniador
3.
Murguía confiesa que el gallego y el portugués fueron lo mismohasta entonces
4.
confieso culpable, y mi hijo, sí, señor,también se confiesa: los
5.
¡Y qué bien sabe hacerlo el muy ladrón! Se confiesa
6.
Hilario confiesa que noconoció en los indios accion ni inclinacion de querer hacer daño à supersona,
7.
Cuvier confiesa (fin de su introduccióná los Peces), que si esta
8.
y,cuando se encuentra solo con ella, se lo confiesa penosamente:
9.
sobra se comprende que esto lo dice y lo confiesa elalma cuando se compara
10.
confiesa que practica el mal?El bien está en los labios de todos,
11.
el credo político que reconoce y confiesa el mundocristiano, con la sola agregación de
12.
Para llegar al acto primitivo, separando del mismo todo lo que no lepertenece realmente, confiesa Fichte que es necesario suponervalederas las reglas de toda reflexion, y partir de una proposicioncualquiera de las muchas que se podrian escoger entre aquellas quetodo el mundo concede sin ningun reparo
13.
á sus aserciones una ligeraapariencia de verdad; y confiesa que es un raciocinio que
14.
yopienso, es el fundamento sobre el cual la psicología edificasus conocimientos; esto lo confiesa
15.
Contradiccion de Kant, cuando confiesa la presenciadel yo en todo pensamiento
16.
que se confiesa en una posición falsa
17.
y confiesa la Iglesia, pero la verdad, eso de queel cielo ha de ser una contemplación eterna de la
18.
digo que la perdones, que esa sea la únicasolución; pero confiesa que el perdonar es una solución
19.
usted, Fígaro condena el duelo, y confiesa que él sebatiría llegado el caso
20.
2 En esto se conoce el Espíritu de Dios: Todo espíritu que confiesa que Jesu
21.
Caballero, confiesa él mismo
22.
por el escabroso sendero de la literatura, y confiesa todos sus yerros y ridiculeces
23.
—¡Lo confiesa el menguado!
24.
Ahora bien, si uno se declara inocente y su amigo confiesa, el Estado pedirá la sentencia máxima para él y el castigo mínimo (o quizá ninguno) para su amigo
25.
Porque, a pesar de los más negros presagios que han circulado por la acongojada y, repito, muy distinguida comunidad villahoraciana durante estos meses, presagios o teorías que incluían el adulterio y la escapada amorosa, el secuestro, la amnesia clínica, el accidente, con amnesia o sin ella, e incluso, y resulta estremecedor sólo escribirlo, el asesinato, finalmente se ha confirmado que Javier Meneses desapareció a causa de un complicado montaje -que este cronista confiesa humildemente no acertar a explicar en toda su aviesa y ramificada complejidad- de recepción de inversiones y desmesuradas y finalmente insostenibles rentabilidades, una especie de Pirámide de Madoff, a pequeña escala pero con consecuencias tanto o más escandalosas, y cuya principal víctima es, en este caso y al final del día, como dicen los ingleses, uno de los principales bancos del país, por razones que a este cronista se le escapan, dado que es extremadamente raro que un banco resulte víctima de algo
26.
Célebre escritor confiesa la compra del arma mortal
27.
De Anatole France, a quien confiesa leer con asiduidad y con el que coincidía en los paseos por las afueras de París, dice:
28.
–Todo el mundo confiesa, y cuanto antes mejor
29.
El 6 de febrero, Lindemann confiesa al general español su preocupación por la inminente ofensiva, y la noche del día 9 se recibe un informe telefónico en el que el Gral
30.
-Él mismo confiesa que es un bruto; pero su alma y su corazón son excelentes
31.
Arias, confiesa privadamente que no halla motivo para tanto; pero la presión popular y la necesidad de hacer un escarmiento, la conveniencia de amedrentar a la Corte, levantará el cadalso
32.
-¡Lo confiesa el menguado!
33.
Para Darnott, un hombre que se confiesa profundamente religioso, disponer en el catolicismo de una justificación argumentada por personajes como el padre Camilo Torres para legitimar la lucha armada en pro de la liberación indígena era perfecto
34.
–Tengo una carta, una larga carta de puño y letra de su cómplice, en la que confiesa su culpabilidad y la de ella
35.
–Bien, si tu padre se confiesa culpable de algunas irregularidades, ellos desistirán de las principales acusaciones
36.
pide una conferencia con el brigadier Lacy, que mandaba la fuerza enemiga; hablan este y Serrano; confiesa Lacy con sinceridad dolorosa que creyendo sorprender había sido sorprendido, y que su posición era en absoluto funesta
37.
En el número de marzo de Picturegoer, un periodista llamado Randall Simms, contando una visita que hizo a Hector en el plató de El lío del tango, confiesa que se quedó enteramente pasmado al ver que esa máquina de hacer reír argentina habla un inglés impecable, con apenas un leve acento extranjero
38.
El grito de Taggart se elevó hasta adquirir el tono de impotencia de quien confiesa un error de cálculo
39.
A los treinta y dos años le confiesa a Louise cómo se ha pasado muchas horas de su vida: imaginando qué haría si tuviese una renta de un millón de francos al año
40.
Lo confiesa y le gusta hablar de él, porque le gusta definirse
41.
Los pecados que confiesa deben de ser menos que veniales: cierta pereza al abandonar la cama, un poco de gula a la vista de ese batido de nata que liba en «Ochoa» y un atisbo de envidia hacia los mártires que tuvieron la oportunidad de morir en la arena del circo, devorados por las fieras
42.
Sylvester confiesa que "pude darme cuenta de los sentimientos de Briggs en su entrevista con Napier cuando recientemente visité a Poincaré [1854-1912] en su gallinero aéreo de la calle Gay-Lussac… En presencia de ese poderoso depósito de fuerza intelectual, mi lengua se negó a cumplir su oficio, y hubo de pasar cierto tiempo (quizá fueron dos o tres minutos) antes de que me formara una idea de sus juveniles rasgos externos y me encontrara en condiciones de hablar"
43.
Su propia memoria, confiesa Poincaré, era mala: ¿"Por qué entonces no me ha abandonado en un difícil razonamiento matemático en que la mayor parte de los jugadores de ajedrez (cuya memoria se supone excelente) se perderían? Evidentemente debido a que era guiado por el curso general del razonamiento
44.
[41] En una carta fechada el 11 de mayo de 1888, Verne aclara y confiesa sus intenciones políticas a su buen amigo Charles Maisonneuve: «Mi vieja borrica: ¿quieres aclaraciones? Helas aquí: mi única intención es la de hacerme útil, y sacar adelante ciertas reformas urbanas
45.
En vida de nuestro antiguo comandante, la colonia estaba llena de partidarios; yo poseo en parte la fuerza de convicción del antiguo comandante, pero carezco totalmente de su poder; en consecuencia, los partidarios se ocultan; todavía hay muchos, pero ninguno lo confiesa
46.
La muchedumbre se aparta de la puerta, es como si se hubiera esperado el campanilleo, hasta parecería que la multitud supiese más de lo que confiesa
47.
En su extenso libro "Proyectos para la reforma del cielo", Mandeb confiesa que la promesa del Edén se le convierte en amenaza, ante la posibilidad de encontrarse allí con toda clase de sujetos desagradables
48.
Todavía corre por Madrid la leyenda -hasta ahora jamás desmentida y nunca formulada sino en susurros, o de la que se habla sólo de cuando en cuando y en la que nadie confiesa creer hasta que se vuelve a comentar otro caso- de que las parejas que al anochecer acuden al Retiro en sus coches para hacer el amor suelen sufrir una visión de pánico: en el momento mismo en que están a punto de llegar a la plenitud, de pronto se asoma por la ventanilla del coche la cabezota de un gran perro gris con relucientes ojos gris-oro, la lengua babosa que le cuelga acezante del hocico que ladra y ladra, las patas delanteras en la ventanilla, hasta que los amantes aterrados logran desenredarse y ponen en marcha el vehículo huyendo a toda velocidad de ese espanto que no entraba en sus dulces cálculos: la muchacha anegada en lágrimas o presa de un ataque histérico, el hombre pisando a fondo el acelerador y atento a los ladridos del perro que los persigue pero que, con la rapidez del coche, van quedando perdidos en la bulliciosa lontananza ciudadana
49.
Mas él no confiesa dónde se encuentra lo robado
50.
Cree, según se lo confiesa a Iván, que deben evitar que los amantes se entreguen voluntariamente pues tendrían la opción de negociar muchas cosas con la justicia; ignora con qué elementos cuenta Latorre para defenderlos, pero sabe que se trata de un viejo lobo de aquellos que saben prenderse de cualquier cosa para salir adelante en un caso
51.
Nadie se ha acercado hasta mí para darme las gracias, como tampoco nadie confiesa que todos me utilizan para sus fines, para cometer sus crímenes impunemente
52.
El que confiesa que se las puso por exigírselo su cuerpo y que desfiló triunfante por la pasarela…
53.
Las acusaciones referentes a Satán sólo aparecen cuando se presenta el interrogador, y entonces llegan a los tribunales de dos formas: a través del propio testimonio del interrogador contradiciendo a un testigo o un acusado que niega que Satán estuviera relacionado, o por el testimonio de un testigo que confiesa relaciones satánicas en una declaración que se interpreta como arrepentimiento y los cargos por brujería se sobreseen
54.
Confiesa de una vez ese crimen tan atroz
55.
Confiesa antes de morir
56.
Estoy a punto de explicarle por qué no se debe confiar en los géminis mientras él se ríe y confiesa que no cree en los signos zodiacales, cuando veo que la puerta se abre, aunque casi no distingo a través del cristal esmerilado a la persona que está dejando su abrigo en el guardarropa
57.
Las otras dos atan al sujeto, en serio, y el cura, entonces, lo confiesa y le…, bueno, usted ya sabe
58.
–Mira, tienes que meterte en la cabeza que no eres la primera persona a la que le pasa esto… Audoire ha visto otras, en esta misma habitación, y conoce las reacciones de un enfermo… René, confiesa que no te fías de lo que te decirnos…
59.
«¡Me encantan los homosexuales!», confiesa a menudo Marie-Anne
60.
Dicen que hace peregrinaciones con frecuencia, confiesa a menudo, pero no con el cura Maslon, aunque éste ha procurado atraerla a su confesionario: va siempre a confesar a Dijon
61.
Pero no se trata más que de una analogía superficial, confiesa el sultán
62.
Tomando semejante medida confiesa al mundo su impotencia
63.
¿Y cómo es que confiesa usted ahora estos crímenes? ¿Porque le remuerde la conciencia?
64.
En determinadas circunstancias, que al comienzo la hacen vacilar, ese alma se confiesa que hay quienes tienen idénticos derechos que ella; tan pronto como ha aclarado esta cuestión de rango, se mueve entre esos iguales, dotados de derechos idénticos, con la misma seguridad en el pudor y en el respeto delicado que tiene en el trato consigo misma, – de acuerdo con un innato mecanismo celeste que todos los astros conocen
65.
El acusado firma un informe en el que lo confiesa todo por miedo al dolor
66.
No, sus razones no son las que confiesa
67.
–Señores -dice-, os une una gran amistad, como bien se demuestra cuando cada uno por su parte confiesa su derrota
68.
y confiesa que le ha encaminado bien
69.
La acusación de Elvira de la Cruz y el amuleto de Angélica parecían bastar para su propósito, y la última sesión realmente dura consistió en un prolijo interrogatorio a base de mucho "no es más cierto", "di la verdad", y "confiesa que", donde me preguntaron repetidamente por supuestos cómplices, moliéndome con el vergajo las espaldas a cada silencio mío, que fueron todos
70.
Cuando, finalmente, Gurko confiesa con sinceridad: «Aun en el caso de que Protopopov estuviera capacitado para su cargo de ministro del Interior, debería retirarse en este momento, en interés de la colaboración con la Duma», el Zar sabe a qué atenerse
71.
– No, no – dijo Bergotte –; el arte que la Berma reencarna es mucho más antiguo, excepto en la escena donde confiesa su pasión a Enone y hace el ademán de Hegeso en la estela del Cerámico
72.
Al fin confiesa el secreto, envuelto en eufemismos: ella cree notar que atrae a todos los hombres de Nápoles, menos a uno, su marido
73.
En el matrimonio de Cambremer, por ejemplo, la duquesa, de haber vivido entonces en ese medio, hubiera decretado que la señora de Cambremer era estúpida, y, en cambio, que la persona interesante, mal conocida, deliciosa, relegada al silencio por una mujer charlatana, con valer mil veces más que ella, era el marqués, y hubiera sentido al declarar esto la misma índole de aplacamiento refrigerador que el crítico que, al cabo de setenta años que viene admirándose de Hernani, confiesa preferir a esta obra el Lion Amoureux
74.
“Pero, en fin, confiesa francamente —prosiguió la señora de Guermantes— que la forma en que yo desearía ser llorada por un hombre al que quisiera no es la de mi cuñado
75.
Nos confiesa que él le pidió que fuera su amante y sufrimos el martirio de que ella pudiera escuchar sus proposiciones
76.
–¿Por qué confiesa tan abiertamente que estaba al corriente? Le puede poner en un aprieto
77.
-¿Por qué confiesa tan abiertamente que estaba al corriente? Le puede poner en un aprieto
78.
Y el otro le confiesa lo necesario para que le ayude, pero, precisamente para que le ayude, le oculta muchas cosas
79.
–Quizás no tendría que haberle gritado, Franny -le confiesa a la muñeca que tiene en los brazos-
80.
Documento en que el acreedor confiesa haber recibido el importe o parte de la deuda
81.
¡Niéguese a contestarles y supondrán que confiesa traición!
82.
Casi ingenuamente, nos confiesa que su sorpresa ha sido total, ya que jamás hubiera supuesto que gozaría un día de tal acomodo
83.
–He recibido una queja del alcalde de la ciudad de Sumenu, en el Alto Egipto; el pozo sagrado que alimenta la localidad está secándose, y el clero local se confiesa incapaz de impedir la catástrofe
84.
—Todo el mundo confiesa, y cuanto antes mejor
85.
Cuando el inspector pregunta por centésima vez: ¿dónde está su pijama?, tiene que aparecer, señor Witkowski, Rainer finalmente confiesa: está en el maletero del coche, debajo de la rueda de repuesto y cubierto de sangre
86.
Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga
87.
Me agarra por los hombros a la manera de los combatientes y me confiesa:
88.
«La vida de un hombre vale más que un sacrificio, por elevado que sea éste -me confiesa mirándome a los ojos-
89.
Y, en el caso de que, a la postre, Dios decidiera llevarte con él, ven a la iglesia y confiesa tus pecados
90.
) ¿Y usted confiesa también su culpabilidad en esta indigna conjuración?
91.
Elliot Smith, autor del Catálogo General de las Momias del Museo de El Cairo, confiesa que en este caso los hábiles embalsamadores egipcios se superaron a sí mismos
92.
Él se quedó pensativo y al fin dijo, como el que confiesa una debilidad:
93.
—Además—prosiguió don Fermín—hay señoras que se tienen por muy devotas, y caballeros, que se estiman muy religiosos, que se divierten en observar quién entra y quién sale en las capillas de la catedral; quién confiesa a menudo, quién se descuida, cuánto duran las confesiones
94.
–Se la di al Padre Uriza, que confiesa en las Reparadoras y pasaba delante de tu casa
95.
–Hazme caso y confiesa
96.
Jaumá confiesa a alguien lo que ha descubierto y se equivoca de interlocutor o bien va directamente al responsable y le aborda con franqueza
1.
Confiesan haber un gran número de demonios vagando por el mundo, áquienes atribuyen todo el
2.
, pero que ignoran lo que ellas son enrealidad; confiesan los efectos y conceden por consiguiente que
3.
cierto; así loatestigua la conciencia, así lo confiesan todos los ideólogos; que seansensibles no
4.
Las confiesan losmismos que las niegan
5.
confieso, y son raras las personas que lo confiesan
6.
Otros lastienen y no las confiesan
7.
confiesan con orgullo las miserias de losaños juveniles; pero
8.
Los indios no se confiesan, por lo regular, sino una vez al año
9.
y hasta latarde no confiesan otros, en la que repiten lo mismo,
10.
A los enfermos los confiesan los curas y llevan el santísimo
11.
o Dos presos confiesan la maldad en la Asumpcion, y
12.
Hay cuarenta millones de estadounidenses que se confiesan cristianos renacidos -born again Christians- y la mayoría vive en e centro y el sur del país
13.
Así sólo el asesino conoce los detalles y pueden eliminar de la lista de sospechosos a los tarados que confiesan para llamar la atención
14.
¿Y quieres saber lo que confiesan?
15.
¿No os confiesan?
16.
"También es heroísmo el confesártelo sin rebozo, igual que se confiesan los estupros ante el muro de las lamentaciones"
17.
»Los falsos propietarios que vinieron de naciones como Rusia, Inglaterra, Italia y Japón para robar esas tierras a la Raza confiesan su delito y renuncian a ellas como reparación
18.
Mary: Pero no las van a ahorcar si confiesan, señor Proctor
19.
–Bueno, nunca lo confiesan, por supuesto
20.
Y la encantadora mujer, con palabra verdaderamente enamorada del colorido de una comarca, nos habla con desbordante entusiasmo de aquella Normandía que ellos vivieron, una Normandía que fuera un inmenso parque inglés, con la fragancia de sus altos bosques estilo Lawrence, con el terciopelo criptomeria en la aporcelanada orla de hortensias rosa de sus cuadros de césped natural, en el revoltijo de rosas color de azufre que, al caer sobre una puerta campesina donde la incrustación de dos perales enlazados simula una enseña enteramente ornamental, hace pensar en la libre caída de una rama florida en el bronce de un aplique de Gouthière, una Normandía que sería absolutamente insospechada para los veraneantes parisienses y que está protegida por la barrera de cada una de sus portillas, barreras que los Verdurin me confiesan no haberse recatado de levantarlas todas
21.
Le confiesan sus conquistas y las ajenas, sus esperanzas, sus travesuras, sus sueños
22.
–Pues sí, padre… usted y el venerable Branier se confiesan mutuamente
23.
—¿Los hechos se confiesan? —dijo el juez
24.
–Entonces, ¿para qué hablar?… ¡Usted lo ama! ¡Su miedo, sus terrores, todo no es más que amor, y del más apasionado! De los que no se confiesan -explicó Raoul con amargura-
25.
Los Estados modernos aunque se confiesan acon-fesionales no admiten el agnosticismo ni el ateísmo, saben que cualquier religión es buena para el subdito, pero no la falta de religión
1.
—Bien, confiesas que esto no es más que un pretexto
2.
confiesas desleal y engañosa
3.
mí, si confiesas una reconciliación con tu tutor, el diablo se desencadenará y entonces sabrás á
4.
Ésa es la ventaja del catolicismo: pecas, te confiesas, el cura te perdona en nombre de Cristo, cumples la liviana penitencia y quedas limpio de pecado
5.
Cuando te confiesas de las cosas del sexo
1.
estaba el Pajuel, confieso que llegó a exasperarnos más de una vez, en los Plenos y fuera de
2.
confieso culpable, y mi hijo, sí, señor,también se confiesa: los
3.
—Sí, sí; lo confieso; pero es preciso, es mi deber: habiendo
4.
figurarselo aficionado que soy a la filosofía; pero confieso
5.
— Ella tiene razón —dijo el hombre—, y yo me doy por rendido y sin fuerzas,y confieso que las
6.
—Pero comprenderéis que cuando os confieso esto, os loconfesaría todo
7.
—Os confieso que en la situación en que me he casadocon vos, y por la razón que
8.
Os confieso quesólo conozco cuatro
9.
manera que tienes de negar esa deshonraque, lo confieso, es grande, me prueba que la
10.
vecesconfesado, y la consideración de que cada vez que le confieso de nuevohago sabedora á una persona
11.
confieso, medieron ganas de meterle un tomo por los hocicos
12.
—Pues bien—manifestó Mario con creciente agitación,—le confieso queyo vengo
13.
Confieso que la Revolución causó muchas víctimas y que aun hoy elmantenimiento da sus reformas exige
14.
Confieso que ni
15.
terribles avisos y ominosas señales, confieso que medesazono, la postración se
16.
semejantes, son las que más realzan el méritode una persona, confieso que las que, por gusto ó por
17.
de lasotras, confieso que vivo todo de admiración, y estoy tanto más distantede ellas,
18.
—Sé y confieso, y
19.
confieso que si hubiesevacío en una esfera, nó por esto se tocarian los polos opuestos
20.
confieso, y son raras las personas que lo confiesan
21.
entonces, sí, corrí peligro, se lo confieso
22.
Confieso que en un principio Huberto no me
23.
Leaplaudieron mucho, y yo confieso que fué una gran cosa, aunque, á
24.
porque os confieso que en aquel castillo pienso todo eldía y con él sueño de noche
25.
oir, convivo pesar mío, lo confieso, y á las que su madre
26.
Confieso que mi amor a las solteras se alía muy bien conun justo
27.
Confieso que lo dichotiene inconvenientes
28.
muyrazonable, lo confieso, y bien pudo no estarlo en medio de
29.
lo confieso de expiación á mi singular audacia y á la petulante idea de convocar tan esclarecido
30.
Confieso que mucho me hubiera gustado ser testigo de aquella escena y volver de su brazo a la prisión de la que él me había salvado para liberar, a mi vez, a otros condenados
31.
No, mamá; te confieso que leerlos fue turbador, al fin y al cabo eres mi madre, pero quién soy yo para juzgarte
32.
» Le confieso, sin embargo, que la palabra ciudad me había sugerido algo más imponente o raro
33.
Y tú, Elisa, entre lavanderos chinos, en cada recuerdo pareciéndote más a Faustine; les dijiste que me llevaran a Colombia y atravesamos el páramo cuando estaba bravo; los chinos me cubrieron con hojas ardientes y peludas de frailejón, para que no muriera de frío; mientras mire a Faustine, no te olvidaré, ¡y yo creí que no te quería! Y la Declaración de la Independencia que nos leía todos los 5 de julio, en la sala elíptica del Capitolio, el imperioso Valentín Gómez, mientras nosotros —Orduño y los discípulos— para desairarlo, reverenciábamos el arte en el cuadro de Tito Salas "El general Bolívar atraviesa la frontera de Colombia"; sin embargo confieso que después, cuando la banda tocaba Gloria al bravo pueblo / (que el yugo lanzó / la ley respetando / la virtud y honor), no podíamos reprimir la emoción patriótica, la emoción que ahora no reprimo
34.
—En tales materias soy una ignorante, lo confieso
35.
Confieso que quería hacerlo
36.
A lo que él me respondió: ''Señor don Quijote, perdóneme vuesa merced, que yo confieso que anduve mal, y no dije bien en decir que apenas igualara la señora Dulcinea a la señora Belerma, pues me bastaba a mí haber entendido, por no sé qué barruntos, que vuesa merced es su caballero, para que me mordiera la lengua antes de compararla sino con el mismo cielo''
37.
–Lo confieso, he hablado por los codos
38.
Confieso que, dado el estado de ánimo en que estaba, me divirtió bastante el escribirlo, calmando un poco mis angustias
39.
Mi intención, mi querido Copperfield, es educar a mi hijo para la Iglesia, y, lo confieso, es sobre todo por él por lo que me gustaría llegar a la grandeza
40.
—¡Oh!, lo confieso —dijo la señora de Villefort—, soy muy aficionada a las ciencias ocultas, que hablan a la imaginación como una poesía y se resuelven en cifras como una ecuación algebraica; pero continuad, os suplico, lo que me decís me interesa sobremanera
41.
Así, pues, os lo confieso, recordando esos delirios de m¡juventud, pienso algunas veces que Dios me los perdonará, porque, si no la excusa, al menos se ha encontrado la compensación en mis sufrimientos; pero vos, ¿qué tenéis que temer en todo esto, vosotros los hombres a quienes el mundo disculpa todo, y a quienes el escándalo ennoblece?
42.
—¡Pues bien!, sí, lo confieso, veo con disgusto que, conociendo vuestros compromisos con los Morcef, venga a interponerse y a dar al traste con el casamiento
43.
—¡Por vida mía!, confieso que hace tres meses tengo fija mi atención en esa casa, y precisamente anteayer la señora me hablaba de ella con motivo de la muerte de Valentina
44.
Pero confieso que todavía no comprendo lo que quiere usted decir
45.
—Bien, a primera vista confieso que nada; pero si mi teoría es correcta, habrá alguna relación entre ellas y él
46.
Le confieso, señorita, que a mi me impresionó de un modo formidable
47.
Cuando tuve información sobre la labor que llevara a cabo me inspiró una gran admiración y confieso que me hubiera gustado conocerla
48.
Confieso que me trastornó un poco
49.
Después me tocó ponerlas en la computadora y en el proceso confieso que hice unos pequeños cambios
50.
Confieso que me siento un poco inquieto por no haber recibido todavía noticias de la acogida que tuvo el primer tomo de mi libro
51.
Le confieso que yo estaba un poco preocupado, temiendo que lo acompañara la señora Clairmont, aquella insolente, pero, por fortuna, ella no apareció
52.
Confieso que mi gran caso, el más importante de mi carrera, llevaba las de perder
53.
-También es cierto y lo confieso
54.
Confieso que acabo de darme cuenta, pero ahora lo veo
55.
De todos modos, sí que te confieso que los jóvenes que me gustaban antes de casarme ahora me decepcionan mucho
56.
»Confieso que hasta el momento, Watson, me sentia decepcionado en mi investigación
57.
Sin embargo, confieso que no entiendo de dónde saca lo de las dos visitas al óptico
58.
Cayeron los dos caballeros sobre los sandwichs, mientras la señora servía el té, y a mí, lo confieso, me asaltó la idea de plantarme en la mesa y comer con ellos, satisfaciendo mi hambre nocturna
59.
Confieso que la chica empezó a interesarme y que en mí sentía, con la viva compasión, albores o remusguillos de un afecto incipiente
60.
Te confieso, Ana, que esa vez probé una sensación de alivio cuando se marchó
61.
Fanfarroneé un poco, lo confieso
62.
Venciste, lo confieso
63.
Confieso que me hace falta un poco de vida social
64.
Todos nos debemos a la sociedad, y confieso que soy de los que consideran que los intervalos de recreo y esparcimiento son recomendables para todo el mundo
65.
Pero confieso que a mí no me hacen ninguna gracia; habría preferido mil veces antes un libro
66.
Después de tanta excitación y tanto hacerse ilusiones (incluso, lo confieso, hasta el punto de imaginar que podía convertir la historia en una novela), me sentía asqueado, lleno de vergüenza por haber permitido que tres docenas de páginas escritas a toda prisa me engañaran haciéndome pensar que de pronto había dado un vuelco súbito a las cosas
67.
¡Ah, querido hijo, te confieso mi puerilidad! Tillet me había escrito tres cartas amorosas que lo retrataban tan bien -dijo, suspirando y bajando la mirada-, que las guardé, como curiosidad
68.
A los veinticinco años yo sabía el chino, y confieso, que no pude menos de sentir gran admiración por ese pueblo, cuyos anales se remontan indudablemente á épocas anteriores á los tiempos mitológicos ó bíblicos, que han conquistado á sus conquistadores, que con sus instituciones inmutables conservó la integridad de su territorio, cuyos monumentos son gigantescos y cuya administración es perfecta, en el cual son imposibles las revoluciones, que ha juzgado el hermoso ideal como principio de arte infecundo y que ha llevado el lujo y la industria á un grado tan alto, que nosotros no podemos sobrepasarles, mientras que nos iguala en todo aquello en que nosotros nos creemos superiores á ellos
69.
Pero de nuevo gritó usted: ¡corten!, ¡no tengo experiencia ni soy experto en el tema!, ¡di simplemente que soy abogado y periodista, punto, nada más! Le confieso que ahí sí que me enfadé un poquito, doctor
70.
Le confieso que desde entonces, aunque jamás pusiera en tela de juicio su honradez, empecé a tratarlo con una pizca más de cariño, porque todo mi patrimonio, señor, estaba bajo su absoluto control, salvo el pequeño departamento que había dejado cerrado en Lima, debiendo un año entero de mantenimiento y tres años de impuestos prediales, para no mencionar la cuenta del muchacho mudo que me dejaba los periódicos, quien, estoy seguro, tramó y ejecutó, cegado por la sed de venganza, la explosión de un coche bomba en las cercanías de mi departamento
71.
Darwin particularizó al ojo como presentando un particular y desafiante problema: “Suponer que el ojo; con todas sus inimitables planificaciones para ajustar el foco a diferentes distancias; para admitir diferentes cantidades de luz; y para la corrección de las aberraciones cromáticas y esféricas, pudo haberse formado mediante la selección natural; parece, lo confieso libremente, absurdo en el más alto grado”
72.
–¡Oh!, confieso que me estaba divirtiendo -dijo el juez, porque los que ganan suelen divertirse
73.
El domingo por la mañana me di cuenta (y confieso que para mi gran alegría) de que Peter me miraba de una manera un tanto peculiar, muy distinta de la habitual, no sé, no puedo explicártelo, pero de repente me dio la sensación de que no estaba tan enamorado de Margot como yo pensaba
74.
-¡Merlin! -exclamé con lágrimas en los ojos, lo confieso
75.
-Si, señora, ella fue -confesé, y confieso ahora que se me llenan los ojos de lágrimas al pensar en Ceinwyn
76.
Lo confieso: no puedo leer el libro de memorias de Neruda sin sentirme mal, fatal
77.
—Te confieso qué no tengo imaginación suficiente —repuse—
78.
Al principio, antes de llegar a conocerte bien, confieso que sí que me lo parecía, pero ahora tú eres mi amigo, y tan solo veo en ti la bondad y nobleza de tu carácter
79.
–Ahora que lo menciona, le confieso que sí
80.
confieso que lo sintiera;
81.
«Le confieso, venerable anciano, que ahora sólo se le considera como una diosa menor, entre todos nuestros dioses, pero su leyenda es una de las más antiguas y aún se recuerda
82.
Por experiencia les confieso que quien hizo esta observación no estaba equivocado
83.
Son trastos viejos, caprichos del abuelo, y le confieso que el mantenimiento de mis residencias me insume un poco mucho
84.
Pero le confieso que me llamó la atención cuando me lo dijo
85.
Confieso mis crímenes
86.
–Lo sé, lo sé, pero confieso que habéis despertado mi curiosidad
87.
Mas, con preferencia a todos ellos, gustosa lo confieso, obtuvo un secreto favor Patroclo, vivo retrato del hijo de Peleo
88.
—Os confieso que en más de una ocasión lo he deseado, más de lo que imagináis, y tal vez bastante más de lo que debiera
89.
Confieso que no esperaba esta oferta
90.
Por mi parte, confieso sinceramente la más completa incapacidad de satisfacer cualquier curiosidad que pueda sentirse respecto a la teología del valle
91.
¿Qué hago? ¿Se lo digo? ¿Lo confieso todo? Al fin y al cabo, es una de mis mejores amigas, y ¿no sería una prueba de amistad contarle la traición de Josh?
92.
Confieso que siempre he tenido, y sigo teniendo, mis dudas acerca de la eficacia y la justicia del sistema de represión penal del delincuente
93.
Confieso que nunca he visto una lucha tan feroz en los nueve años que llevo aquí
94.
» A lo que él me respondió: «Señor don Quijote, perdóneme vuesa merced, que yo confieso que anduve mal y no dije bien en decir que apenas igualara la señora Dulcinea a la señora Belerma, pues me bastaba a mí haber entendido, por no sé qué barruntos, que vuesa merced es su caballero, para que me mordiera la lengua antes de compararla sino con el mismo cielo
95.
Proctor: ¡Al Diablo con el pueblo! ¡Yo confieso ante Dios, y Dios ha visto mi nombre en este papel! ¡Es bastante!
96.
Confieso que el minidebate me desanimó bastante
97.
Confieso que dado el carácter europeo-internacional del problema, el trabajo no debería estar escrito en alemán, sino en francés