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    Usar "extraer" en una oración

    extraer oraciones de ejemplo

    extrae


    extraemos


    extraen


    extraer


    extraes


    extraigo


    extraje


    extrayendo


    extraía


    extraían


    extraído


    1. Enalgunos casos se extrae el jugo de los árboles dos años sucesivos y selos deja


    2. La producción del aceite de petitgrain, que se extrae de las hojas delnaranjo, se efectúa en mayor


    3. —No conozco la leyenda, solo sé que el producto del cocal se emplea enbeneficio de la ermita, y que de cuando en cuando se extrae cantidadbastante de aceite para que una lámpara continuamente alumbre á


    4. Del coco se extrae el aceite de su nombre, siendo el de Tayabas muyestimado en el mercado


    5. Abundando en cocos este pueblo, es consiguiente haga aceite, masno lo extrae en la proporción de las


    6. De la caña de la bota extrae una Derringer -esa pistola de un solo tiro que suelen utilizar las mujeres y los asesinos de políticos- y coloca el arma casi de juguete junto a la botella de cerveza


    7. La muchacha es una encantadora de serpientes y extrae el veneno de su pitón favorita


    8. Esa suave alquimia extrae el espíritu de los ingredientes y lo destila en el caldo


    9. De los pies del agente-yo, este agente se extrae una bota de pastor de vacas, la balancea para aporrear el estrado y golpea el atril con el tacón de manera que el micrófono transmita un sonido de gran estruendo


    10. Hundiendo la mano en el pantalón propio, la hermana-gata extrae un espejo diminuto

    11. Inyecta la mano en el seno de la bolsa de tela y extrae unas pieles de látex para ponérselas envolviendo los dedos


    12. “Se les extrae el sentido del humor mediante un procedimiento quirúrgico cuando entran en funciones”


    13. ¡Soy la mano que extiende la arena adivinatoria y extrae la curación del fondo de los tinteros!


    14. Y he aquí que cuando había cobrado el producto de una jornada de trabajo, se comía una parte de su ganancia en provisiones de boca y el resto en esa hierba alegre de que se extrae el haschisch


    15. Se extrae entonces su carne y se coloca sobre el hojaldre, alternando con las gambas


    16. Se han fabricado algunas en las que la energía eléctrica se extrae de la combustión de hidrógeno con oxígeno, pero, el hidrógeno sigue siendo bastante caro


    17. [52] La denominación inglesa del cachalote es "sperm whale" que significa literalmente "ballena de esperma", pues esta sustancia se extrae de la cabeza del cachalote


    18. Lucy extrae unos guantes de reconocimiento de la caja que hay encima de la mesa


    19. Los cierres del maletín se abren con un chasquido y ella extrae una carpeta y una libreta y se sienta


    20. Necesita espacio para trabajar; el corazón se le acelera cuando abre la bolsa de plástico y extrae un par de guantes de goma gruesos, una caja de azúcar granulado, una botella de refresco, rollos de aluminio y cinta para embalar, varios rotuladores indelebles grandes y un paquete de chicles de menta

    21. Las moléculas de la sustancia paramagnética se disponen paralelamente a las líneas del campo de fuerza, y al hacerlo desprenden calor, calor que se extrae mediante una ligera evaporación del helio ambiente


    22. Esta idea fue divulgada en primer lugar por los autores Michael Baigent, Henry Lincoln y Richard Leigh en su superventas El enigma sagrado, publicado por primera vez hace mas de veinte años y cuyo renacimiento es debido a la popularidad de El Código Da Vinci, que extrae gran parte de su trasfondo de esta obra


    23. Hoy día se producen ya, al menos, dos elementos que el hombre extrae del mar en la cantidad necesaria para sus fines


    24. Se extrae del cisco y se prepara en los hornos


    25. La colina había desaparecido, arrasada por las gigantescas mandíbulas de las flotillas de tractores, que la vaciaron como se extrae la pulpa de un fruto para llevar el material en interminables hileras de camiones


    26. Eva extrae el cargador del arma y repone cuidadosamente la bala que falta con una que ha sacado de su bolsillo


    27. Frankie extrae el enorme aguijón ensangrentado de la boca de Slavko


    28. Pero, a diferencia del juego tradicional de Access, en el que uno extrae el corazón latiente del pecho de su víctima, Phate tenía otra cosa en mente para Gillette


    29. Después, a la vista de todos, extrae de la americana un rotulador rojo


    30. Desafortunadamente, la gente que lo apoya también extrae su ciencia de la Biblia

    31. Por ello en Irán, Pakistán y en la práctica totalidad de Afganistán se cultivan amapolas; después se refinan y se extrae de ellas la esencia de morfina, que es transportada clandestinamente hacia tierras más occidentales, donde se convierte en heroína y en muerte


    32. (Extrae su anillo de su dedo y se lo entrega


    33. Córdova observa con desprecio al espantajo de espejuelos, sombrero y ropón que tiene enfrente y, muy a su pesar, extrae de la levita una bolsa de cuero y se la entrega


    34. El elenco que está ahora allá abajo extrae núcleos de perforación de hielo de una profundidad de cuatrocientos cincuenta metros


    35. A diferencia de ello, nadie extrae petróleo en la actualidad excavando la superficie de toda una bolsa petrolífera; por el contrario, las compañías petroleras por regla general alteran solo una pequeña extensión de la superficie, suficiente para perforar un pozo y poner una espita en la bolsa de petróleo


    36. Las minas de carbón suelen causar aún más trastornos en este sentido que las minas de metal, ya que la cantidad de carbón que se extrae anualmente es relativamente grande: más del triple del volumen total de los metales extraídos de las minas de metales


    37. El contenido de sulfuro de sus vetas es relativamente bajo, y la mayor parte de ese sulfuro se extrae con el producto, de manera que los problemas de vertidos de ácido sulfhídrico se reducen y es más barato mitigar el impacto ambiental que en las minas de cobre y oro de Montana


    38. Gran parte del titanio se extrae de la arena de playa australiana rica en rutilo, un mineral compuesto por dióxido de titanio casi puro


    39. La mayor parte del pescado se extrae con red y con otros métodos, que se traducen en la captura de especies no deseadas además de las que realmente se pretende extraer


    40. En la actualidad, parece que los problemas de certificación más difíciles de las principales pesquerías del mundo aflorarán con la gamba capturada en el mar (ya que se extrae en su mayoría con barcos de arrastre que realizan gran cantidad de capturas fortuitas) y con las pesquerías que exceden la jurisdicción de un único país

    41. En la estación de Santa Justa, el comisario Arreciado extrae su duplicado de la llave que abre la cerradura del hangar donde se ha citado con la inspectora Benarque, pero al apoyar una mano sobre la puerta, ésta se abre con un chirrido metálico


    42. El policía extrae una reacción instintiva de sus muchos años de enfrentamientos y se lanza por encima de la mesa


    43. La feruquimia extrae poder del propio cuerpo de la persona


    44. Tras algunas idas y venidas se extrae al albañil Carpo, con unas sogas, del pozo en que pasa sus días


    45. Abre el estuche y extrae un objeto cilíndrico envuelto en seda


    46. Ahora bien, queda todavía una explicación: hay una sustancia bastante reciente, que se extrae de un hongo, la Amanita muscaria, para la que no se pudieron encontrar todavía reactivos que la detecten


    47. La temporada empieza en abril, cuando se extrae la salmuera del pozo y se llena por primera vez la alberca de calentamiento


    48. Luego, a lo largo de los meses de julio y agosto se extrae la sal más pura, y en septiembre, con las primeras tormentas, se cierra la temporada


    49. A medida que pasan los puntos extrae lo que le queda de energía de un pozo de rabia que se va ensombreciendo


    50. De las recetas extrae solamente los principios más generales

































    1. —¿Por qué siempre extraemos fuerza de las venas de agua? Pues si la energía mágica está en todas partes


    2. —¡Pero no dimos con gas en las perforaciones! Extraemos petróleo


    3. El deterioro originado por el exceso de capturas va más allá de nuestras perspectivas de futuro de comer pescado y de la supervivencia de las reservas concretas del pescado o el marisco que extraemos


    4. Esto es lo que extraemos


    5. Aún así, la Tierra estaría muy fría si no fuera por la energía que extraemos de los satélites en órbita


    1. De su extenso trabajo se extraen los aspectos más significativos del aporte al tema, con la advertencia de la diferencia entre un sistema presidencialista (caso de Costa Rica) y un sistema parlamentario (situación alemana), para poder extrapolar -


    2. testáceos, todoes cal, creta, pues, sin cesar, la extraen del mar


    3. los que extraen llevándolos a laciudad de Montevideo,


    4. Extraen la correa de cuero del cinturón por completo de la cintura de los pantalones


    5. No tienen equipos ni azadas, extraen a mano y, sin embargo, encuentran lo suficiente


    6. Las más jóvenes se habían pintado lunares en los pómulos y cerca de los labios con la tinta que extraen del barro de la laguna de Leuvucó, el mismo barro que Lucero recoge en la marisma para trabajos de alfarería


    7. Por el contrario, explotaban el suelo y la vegetación de la forma que los mineros explotan el petróleo y los yacimientos de mineral, que solo se renuevan de un modo infinitamente lento y se extraen hasta que se agotan


    8. Dado que el oro del subsuelo no produce más oro y por tanto no es necesario respetar ningún ritmo de renovación del mismo, los mineros extraen oro de una veta con la mayor rapidez posible y económicamente viable hasta que la veta se agota


    9. Por tanto, las poblaciones de pez reloj no tienen posibilidad de reproducirse lo bastante rápido para sustituir a los ejemplares adultos que extraen los pescadores, y esa pesquería está actualmente en declive


    10. (Con esto nos referimos a las minas que excavan vetas de las que extraer metales, en contraposición a las que extraen carbón

    11. De manera similar, hay algunas minas en las que el cuerpo principal de la veta no se encuentra cerca de la superficie, sino a cierta profundidad en el subsuelo, donde los túneles y los descombros solo alteran una pequeña extensión de la superficie y se extraen desde el cuerpo principal de la veta


    12. Sin embargo, los consumidores están ocho pasos más allá de las compañías mineras de metales que extraen los minerales, con lo cual ejercer un boicot directo sobre una compañía minera se convierte en algo prácticamente imposible


    13. ¡ Una idea fabulosa! Extraen el metal precioso de su yacimiento


    14. La DeBeers Diamond Corporation controla el noventa y cinco por ciento de todas las piedras preciosas que se extraen al año


    15. Le extraen el astil de la pierna - Delirio


    16. El color blanco es de las diatomeas manipuladas genéticamente que extraen calcio del agua y lo mineralizan, entonces ascienden y se adhieren a la roca cuando las olas las lanzan contra ella


    17. Extraen de la sangre los productos de desecho y los eliminan del cuerpo


    18. Personas que extraen el carbón, recogen la leña y buscan las setas


    19. La fuente original de la que extraen el agua en su nacimiento podría estar por aquí, en alguna parte, junto con las corrientes subterráneas del Pisón y del Guijón


    20. El germen arraiga y desarrolla aspiradoras, las aspiradoras extraen materias primas del cinturón de acreción

    21. Dicen que factores como la contaminación y la construcción de presas están contribuyendo notablemente a acabar con la pesca en el Estado de Washington, y añaden que ellos sólo extraen el 30 por ciento de la pesca que se obtiene en el Estado, que el resto corresponde a los deportistas y los


    22. ¡Y cuántos se quedan en esto, cuántos que no extraen nada de su impresión envejecen inútiles e insatisfechos, como solterones del Arte! Tienen la insatisfacción que sufren los vírgenes y los perezosos, y que la infecundidad o el trabajo curarían


    23. Esto no es raro en personas que extraen sus nociones de moral principalmente de los libros que estudian


    24. Se dice en especial de las plantas de donde se extraen los colorantes


    25. Comienzo con un punto de vista que identifica esas interacciones en términos de nuestro discurso mental ordinario y a continuación paso a puntos de vista que extraen su inspiración de las preocupaciones de la investigación contemporánea en ciencia cognitiva


    26. –Existen, actualmente, instalaciones que extraen bronusia del agua del mar en cantidades comerciales-dijo Giltstein


    27. Los extraen de un cromosoma específico en una célula y los insertan en el cromosoma homólogo, en la misma posición, en otra célula


    28. Los árabes lo extraen de las minas de Turquía y África


    29. Extraen su poder del dolor, del sufrimiento, de todo lo repulsivo, lo monstruoso y lo degenerado


    30. Roban el cuerpo, lo llevan a un laboratorio secreto, operan, extraen las partes que les interesan…, hígado, riñones, corazón, pulmones y demás, y lo venden por una fortuna a clínicas poco escrupulosas y necesitadas de dinero

    1. extraer una conclusión: si el individuo sabe que está siendo


    2. Izquierdo se rascaba la frente, como escarbando para extraer de ella unaidea


    3. La intervención del Estado es clave, tanto para extraer recursos como para distribuirlos y regular el funcionamiento del mercado en general, y del mercado laboral en particular (Tilly, 2000)


    4. Todo ésto, dice Homero, es posible gracias a la ayuda de Hermes y de la hierba moly, hierba que solamente los dioses tienen el poder de extraer


    5. Los alquimistas tenían una paciencia infinita para llevar a cabo el opus, para alcanzar la capacidad de extraer el oro del plomo


    6. extraer elhierro que habían respetado los métodos antiguos


    7. inutilidad de sus esfuerzos en aquel colgajo de carne delque sólo lograba extraer una triste gota


    8. miradaardiente, vio abrir la fosa y extraer el cuerpo del


    9. Lorquin se disponía a extraer la bala de la herida de Baumgarten,el cual daba terribles


    10. y pinchándolas con un alfiler para extraer el aire

    11. Entre los tres, tirando de la amarra, pudimos extraer del agua lachanela sumergida; pero no


    12. Todos podían extraer del agua los residuos de unos metales


    13. que les permitan matar y extraer todo elganado que quieren y


    14. región dos variedades: el caucho que se tiene quecortar para extraer el jugo y la hevea, en la que


    15. Después de extraer el cargador y comprobar que estuviera lleno, lo deslizó en su sitio


    16. La célula de mi madre la interrogó semana tras semana, mes tras mes, intentando extraer de ella interminables autocríticas


    17. Tras extraer la espada del cuerpo, avanzó hacia el último hombre


    18. El padre Brown se esforzaba, sin embargo, en extraer de ello una exigua comodidad, diciendo que le despertaban siempre a tiempo para su misa y que tenía algo de la naturaleza del carillón


    19. La mina en sí consistía en una serie de pozos profundos a los que se bajaba por medio de planos inclinados, custodiados también por guardianes, y completados con algunos cobertizos donde se lavaban las piedras y la tierra para extraer los diamantes que iban mezclados con los detritos


    20. -Bastaría con extraer de ellas todo el aire

    21. Con cada una de aquellas inesperadas revelaciones me volvía más insensible, un arte que había desarrollado con el tiempo a fin de extraer la verdad que se escondía tras los destellos


    22. El Knurlcarathn era el clan de los trabajadores de las canteras y, en cuestión de gente y de bienes materiales, no tenían igual, puesto que todos los demás clanes dependían de sus conocimientos para perforar túneles y para construir sus moradas, e incluso los Ingeitum los necesitaban para extraer el mineral de hierro de las minas


    23. Contentísimos por este descubrimiento, se dedicaron a buscar el árbol del cual debían extraer la harina; árboles muy numerosos y variados, que crecen sin cultivo alguno en todas las islas del gran archipiélago indomalasiano


    24. Unos largos muretes bajos de piedra separaban los campos; los granjeros de la zona debían de haber tardado cientos de años en extraer tantas piedras del suelo


    25. Tardó un momento en recordar los hechizos que había usado en una ocasión, y en modificarlos para extraer los colores que necesitaba del terreno


    26. El guardia sumerge la mano en las profundidades del pantalón del uniforme propio para extraer un cuadrado de papel doblado


    27. Lo había descubierto el año anterior y había procedido con una herramienta a hacer en él un agujero por el que introducir su enguantada mano a fin de extraer, de vez en cuando, su dorado y dulce tesoro; cumplida su tarea, cubría con una corteza de abedul, a la que había dado la forma adecuada, el avispero y ¡hasta la próxima! Las abejas zumbaban laboriosas a su alrededor yendo y viniendo, atareadas en sus continuos y dulces afanes


    28. Cuando extrajo del interior de su casaca al palomo le temblaba la mano; con sumo tiento procedió a extraer la anilla de la patita sin dañar al animal y luego lo soltó entre sus compañeras que lo recibieron alborozadas


    29. {292} Se refiere a meter dos dedos en la bolsa para extraer el dinero


    30. Con un ágil brinco se encaramó en la gran hornacina desde la que san Pedro presidía el recinto y, tras extraer de la escarcela su honda y la munición tanto tiempo guardada, esperó la llegada del asesino

    31. El genio en computación Matt Stoll había logrado extraer el número de la guía interna de las Naciones Unidas antes de que Darrell McCaskey pudiera obtenerlo a través de su gente en Interpol


    32. Quería permanecer un rato a oscuras en medio del repugnante olor y extraer de él las verdaderas respuestas a sus preguntas


    33. —Me alegro —dijo el elfo— de que hayas recuperado la capacidad de extraer conclusiones lógicas


    34. ¿Que casi mata a Jaskier al intentar extraer de él la información? ¿Quién es este Rience, Filippa?


    35. Hay que extraer el aceite de la piel que se arrancó al principio; hay que cortar la carne en porciones manejables y esterilizarla


    36. Al contrario, casi todos intentan extraer de lo desconocido las respuestas a las que ya han dado forma en sus propias mentes; justificaciones, confirmaciones, formas de consuelo sin las cuales serían incapaces de continuar adelante


    37. "Porque quien no sabe extraer un sentido alegórico del chirrido agrio de la puerta, del ronroneo de la mosca y del movimiento de los insectos que se deslizan por el polvo;


    38. Excitada tanto por los efectos del vino como por la vista y el contacto con sus lascivos compañeros, la jovencita comenzó a extraer de debajo las sotanas los miembros de los tres curas


    39. El procedimiento quirúrgico al que se recurna cuando una mujer no podía dar a luz por vía pelviana, seccionando la pared abdominal, retirando el paquete intestinal y seccionando la pared del Útero para extraer el feto


    40. Y una vez en Ramallah, Nablus, Jerusalén o Yinín, solo tenía que desmontar la cámara fotográfica, extraer la microcámara y el micrófono, y conectarlos al grabador digital para tener mi equipo de cámara oculta operativo

    41. Los dos recorrieron en silencio el camino hasta el estanque de Curtius, donde se habían congregado varios centenares de caballeros para ofrecerse a la selección de jurados, y en donde los funcionarios estaban preparando los jarros para extraer las suertes


    42. Cuando finalmente los médicos lograron extraer el puñal, vieron que era el arma ideal para el propósito que se perseguía, pues se trataba de una cuchilla de zapatero de hoja ancha y curvada


    43. Me esforcé todo lo posible por discriminar mis pensamientos, por distinguir entre mis recuerdos, por extraer de la confusión en que me hallaba una sola idea, daba igual cuál fuera


    44. –Pueden extraer las consecuencias que quieran de su silencio -añadió-, pero mi propia conclusión es que, después de haber escuchado todas las pruebas presentadas, sólo puede haber un veredicto y una sentencia


    45. Del asombro y la confusión que le había producido la confesión de su sobrina en cuanto al objetivo que la había traído hasta Cornwall, había logrado extraer una conclusión clara y definitiva: que Sarah tenía la invariable costumbre de ponerse a sí misma en situaciones de incertidumbre, cuando no de un gran peligro


    46. Habiendo expuesto de este modo los motivos que les urgían a ella y a su marido a hablar con la señora Jazeph sin perder más tiempo, volvió a extraer la inevitable conclusión de que, en la situación en que se encontraban ahora, no había otra alternativa que emprender viaje a Londres en el acto


    47. Al extraer su contenido vio que eran cuatro mil acciones del consorcio Baron


    48. ¿Crees que podrías extraer una huella? ¿Una huella de la remitente? Estoy seguro de que las mías estarán por todas partes


    49. Procuraré reunir y ajustar las diversas expresiones que oí de sus labios, y combinarlas artísticamente conforme a la ley de la narración histórica, que permite extraer de la verdad de los caracteres la verdad [58] de las manifestaciones orales


    50. Estaba tan lleno que le costó extraer varios sobres marrones-














































    1. –¿Y qué conclusión extraes de ello?


    2. —Supongamos que encuentras el oro del rey Salomón en Shive Tor y que te lo llevas a tu laboratorio, y extraes el Mercurio Filosófico


    3. —No es del corazón de donde extraes ahora la energía que bombea la sangre por tu cuerpo, sino de tu syfrõn —le explicó Linar-


    4. Pero si les extraes duramen una y otra vez, llegará el día en que hasta el más fuerte de los árboles morirá


    1. El polen yo lo extraigo y me lo como


    2. De la perseverancia en el celo extraigo la fuerza de la resolución


    3. Toda frase que extraigo, terminada y entera, de esta caldera es solamente una fila de seis pece­cillos que se han dejado pescar mientras millones de peces saltan y murmuran haciendo burbujear la caldera como plata hirviendo, y se escapan por entre mis dedos


    4. Es por esas víctimas y por sus familiares que extraigo de los huesos historias postumas


    1. Extraje de mi bolsa el peto con las once piedras preciosas


    2. Extraje de mi bolsa el peto del efod


    3. Con ese objeto tomé el tosco arco que llevaba sobre los hombros y extraje una flecha del carcaj de cuero


    4. Me ordenaron vaciarme los bolsillos de mi uniforme y, con gran sorpresa por mi parte, extraje de ellos, entre otras cosas, tales como un sacapuntas, un pañuelo bastante sucio, dos gomas de yogur para las trenzas y una chuleta con las obras de Lope de Vega, un duplicado de la llave del dormitorio


    5. – Extraje los bocadillos de la sartén en el momento preciso y los deposité sobre un trozo de papel de cocina para absorber el aceite sobrante


    6. Extraje el tubo interior (que contenía las lentes y


    7. ¡Probablemente yo mismo extraje parte del mineral del tajo! – Hice una pausa para que los presentes pudiesen asimilar esta otra referencia a mi misión en Britania, donde me había visto obligado a hacerme pasar por esclavo en una mina de plomo-


    8. Rebusqué en el bolsillo de mi chaleco y extraje un trozo cuadrado de papel


    9. Una vez que estuvo abierto, con la tapa hacia el otro lado, rebusqué en su interior, y extraje el candelero y la vela que estarían en el centro de la mesa durante la sesión


    10. Extraje despacio el alma del piloto del uniforme arrugado y lo rescaté del aparato estrellado

    11. Extraje el gatito del chaleco y se lo entregué a Cordelia


    12. Extraje por completo el cajón de los cubiertos de la cocina y lo puse en el suelo


    13. Busqué el billetero y extraje de él los billetes


    14. De ahí no extraje ninguna conclusión


    15. Abrí el cierre y saqué el cuchillo de su funda, y mientras él todavía pensaba "debería haberme quitado eso", lo clavé en la carne de su cintura, apuntando hacia arriba, y lo extraje


    16. Extraje del computador nuestra posición y nuestra velocidad y las envié a la Estación Forward


    17. Y yo extraje mi boca de la de Janet el tiempo suficiente para decir:


    18. —Tengo algunas cosas —dije hurgando en mi macuto, del que extraje un libro


    19. En todos los episodios, el motivo de la espiral, además de los significados que extraje, está asociado con el tiempo


    20. Le extraje la bala y lo vendé, de manera que pudieran trasladarlo a otro sitio

    21. Le pasé a Annie el mapa y extraje de la cartera las indicaciones que la esposa del veterinario me había dado


    22. Rompí el precinto, extraje el tapón de algodón, y le dejé caer dos en la mano


    23. Estos datos los extraje en su día de un documentado trabajo del antropólogo Walter A, Faiservis, Jr


    24. Con un movimiento muy lento, extraje la espada, evitando el más mínimo ruido mientras lo hacía


    25. Extraje la espada y encaré a Sarm


    26. Cuando yació así, las patas cortas retorciéndose impotentes, extraje la espada, y la hundí diez o doce veces en el vientre vulnerable y descubierto


    27. Sorprendido, me aparté de ella y me acerqué al gran cuenco dorado, extraje unas gotas del precioso líquido sobre la palma de la mano, y regresé a ella


    28. Extraje la espada y la hundí varias veces más en el corazón del larl, hasta que la bestia yació inerte


    29. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga


    30. Le eché un vistazo al diente y de repente me di cuenta de que no recordaba nada acerca de aquel diente que extraje de un cráneo cinco meses antes

    1. Consultaba con un inconfundible rasgo de autoridad los documentos que iba extrayendo de las


    2. Sosteniendo la chaqueta con una mano, metió la otra en el bolsillosuperior, extrayendo uno tras otro á los dos pigmeos para depositarlosdulcemente en la popa de la embarcación


    3. losrepuestos de la memoria, y fui extrayendo de ella una


    4. —En ambos lugares, la biota autóctona está extrayendo minerales del subsuelo y se empeña en acumularlos


    5. Cuando no estaba dale que dale con el lápiz, se dedicaba a leer biografías de personajes diversos -Andrew Carnegie, Einstein, Delmore Schwartz- y extrayendo de ellas páginas y más páginas de anotaciones


    6. ¿Pero era aquello todo, aquellos gestos, aquellos juegos, aquella audacia, aquel ardor, la familia, la lámpara de petróleo y la escalera negra, las palmas al viento, el nacimiento y el bautismo en el mar, y para terminar, esos veranos oscuros y laboriosos? Había eso, oh, sí, era así, pero había también la parte oscura del ser, lo que durante todos esos años se había agitado sordamente en él como esas aguas profundas que debajo de la tierra, en el fondo de los laberintos rocosos, nunca han visto la luz del sol y, sin embargo, reflejan un resplandor sordo que no se sabe de dónde viene, aspirado tal vez por el centro enrojecido de la tierra, a través de capilares pedregosos, hacia el aire negro de esos antros ocultos y de los que unos vegetales pegajosos y [comprimidos] siguen extrayendo su alimento para vivir allí donde toda vida parecía imposible


    7. Al concluir su satisfactorio almuerzo, Alí Bahar partió en dos una ramita, se limpió con ella los dientes y extrayendo los hermosos zarcillos de plata que le había comprado la tarde anterior a la mexicana se entretuvo en observarlos con aire satisfecho


    8. Siempre extrayendo el arma en el peor momento


    9. El portugués, extrayendo de su escarcela una arrugada cédula, se la entregó


    10. Leonard sudaba copiosamente; en un momento dado soltó el neceser de su mujer y extrayendo un pañuelo del bolsillo derecho de su pantalón, y tras quitarse el sombrero tirolés, se enjugó las gotas de sudor que perlaban su frente

    11. Su mente iba procesando todos los datos que le suministraba su memoria y David, que no tenía un pelo de tonto, iba extrayendo conclusiones


    12. Hubo insultos, retos, agravios y las consiguientes maldiciones, nadie daba testimonio de la razón de uno o de otros y ante el juramento de uno de ellos de que aquel dinero pertenecía a su compadre, el joven dio fin a la discusión mostrando su repleta bolsa y, extrayendo de ella una dobla, pagó de nuevo, no sin hacer desprecio de aquellos malandrines que ya cuando se marchaba lo insultaron por lo bajo llamándole perro judío


    13. En un momento dado, extrayendo de su bolsillo la pequeña llave, le soltó las esposas


    14. Extrayendo un largo y fino estilete de su cinturón, golpeó la superficie de la mesa


    15. La muchacha estaba arrancando las altas hierbas que crecían al pie de la piedra, extrayendo los largos rizomas y trenzándolas con sus diestros dedos


    16. ¡Con qué gusto las habría sacado de aquel [291] martirio, extrayendo al propio tiempo al pobre General, que en las llamas de su ansiedad e irresolución ardía!


    17. Lo primero que hizo fue separar una de ellas y dejarla al margen y, luego, agrupó las restantes en dos montones paralelos, extrayendo otra más del lote de la derecha y poniéndosela entre los dedos meñique y anular de la mano izquierda


    18. A medida que se va extrayendo agua de la bilis que esta almacenada en la vesícula, aumenta la dificultad para retener esos compuestos en la so1ución[30] [31]


    19. Mi padre aceleró el haz de partículas mediante un chorro de xenón, extrayendo los electrones


    20. Dos oficiales habían comprobado que toda la ropa necesaria se fuese extrayendo del ropero a lo largo del mes y medio anterior, y luego fueron a la despensa del capitán y a la sala del pan, también vacía

    21. La fuerza de una mente incomparable cobraba forma entre una red de alambres, resplandeciendo pacíficamente bajo un cielo estival, extrayendo un incalculable poderío al espacio, para ser transformado en el secreto interior de una minúscula casita de piedra


    22. Luego, dio un paso atrás, gruñendo; mantenía una billetera en las fauces; objeto que Cora recogió y abrió, extrayendo del mismo una licencia de conducir


    23. –Bien dicho -aprobó Nau, que, extrayendo de la bolsa de cuero una cadena de oro de la cual colgaba un doblón de mayor tamaño que el que Manuel lucía, se la puso a Justin alrededor del cuello


    24. Los escandinavos obtenían la mayor parte de su hierro a partir de la esponja de hierro; es decir, extrayendo el metal de los sedimentos de tremedales con bajo contenido en hierro


    25. Dicho brevemente, los noruegos agotaron sin darse cuenta los recursos ambientales de los que dependían cortando árboles, extrayendo turba, abusando del pastoreo y produciendo erosión del suelo


    26. China también sufre el peor problema del mundo de desaparición de caudales fluviales, y ese problema está agravándose mucho más porque se sigue extrayendo agua de los ríos para diversos usos


    27. Además del cinturón de trigo, otra zona problemática importante es el sistema fluvial de los ríos Murray y Darling, que reporta casi la mitad de la producción agrícola de Australia, pero que en la actualidad está volviéndose cada vez más salada corriente abajo, hacia Adelaida, debido a que está entrando en ella más agua subterránea salada y a que los seres humanos están extrayendo más agua para el regadío a lo largo de su curso


    28. –Sé que algunos hombres de negocio tailandeses -dijo Beasley con el entrecejo fruncido- han estado dirigiendo una operación minera clandestina en el sudoeste de Camboya, extrayendo varias gemas preciosas bajo la protección de los khmer rojos, a los que sobornan


    29. —Sí —contestó Jo, extrayendo del fondo la gran llave—


    30. Durante media hora, Carthoris permaneció en el edificio, cavando en busca de agua y extrayendo las escasas y muy necesarias gotas que obtuvo con su trabajo

    31. –Gracias, mi comandante -dijo el joven alférez extrayendo un cigarrillo con dedos sudados y polvorientos


    32. Me ha costado Dios y ayuda dar con su unidad -dijo el motorista, extrayendo un sobre de su bolsa de costado después de haberse despojado de sus largas manoplas de cuero-


    33. Decantó su mentelatón, extrayendo el calor que había acumulado en ella, y su cuerpo se inundó de pronto de una agradable sensación de calidez


    34. —¿Es la primera vez que sacrificas un caballo? —dice extrayendo un cigarrillo del paquete con los dientes


    35. ¡Pekín sí que ha creado una infraestructura! Los chinos ya están extrayendo helio 3


    36. En la completa oscuridad se llevó la mano a los botones de la camisa y la desabrochó, extrayendo el paquete que había hecho con los explosivos


    37. El mineral de mercurio, según le explicaron una vez contactó con ellos, era necesario para el proceso de purificación de la plata, y como en las Indias se estaban extrayendo enormes cantidades de aquel noble metal, necesitaban un envío regular desde España


    38. En una de las fotografías incluso se apreciaba el color rosado del órgano, del que el cirujano estaba extrayendo la sonda


    39. –Debemos cubrirle por este lado -dijo Vancha, extrayendo un puñado de shuriken y mirando hacia la plataforma con los ojos entornados


    40. –No es un informe completamente vacío -declaró Mr, Parkis, extrayendo de su bolsillo una porción de sobres y papeles sueltos, para encontrar el que correspondía

    41. Agar abrió las cajas fuertes y retiró el primero de los cofres, rompiendo el sello y extrayendo las barras de oro, todas con el sello de una corona real y las iniciales H & B


    42. El fluido era en extremo volátil y se evaporaba a temperatura ambiente, extrayendo micropartículas del cuerpo y la ropa


    43. Extrayendo un puñado de objetos parecidos a piedras, las Dísir los lanzaron hacia la base de la puerta


    44. Había abierto el pecho del paciente y estaba extrayendo restos ensangrentados de metralla


    45. Hay también algunas páginas con advertencias para el escritor, con la intención de conseguir que la narración mantenga clara y completamente la separación entre los sueños del protagonista y su vida consciente, extrayendo de aquí la línea moral


    46. Los viejos abandonaron la cocina, uno de ellos sujetando las correas de las bolas y el otro extrayendo un cuchillo de grandes dimensiones de la funda que llevaba colgada del cinturón


    47. La estrategia de herr Geidel era poner a los mineros ociosos a trabajar extrayendo azufre (antes del derrumbamiento del mercado de minas de plata en Europa hubiese sido imposible, porque el gremio de mineros era fuerte, pero ahora eran muy baratos de contratar), luego enviar el azufre a Leipzig y venderlo barato a los fabricantes de pólvora, con la esperanza de reducir el precio de la pólvora y por tanto el de la guerra


    48. Es más que evidente, incluso para visitantes que no son aficionados a las artes tecnológicas, que llevan muchas generaciones extrayendo carbón de las raíces de ese risco


    49. Aquel comportamiento afable le estaba extrayendo respuestas al hombre y proporcionando una gran cantidad de información que a Kahlan jamás se le había ocurrido intentar obtener


    50. San Ungulante se estaba extrayendo de entre los dientes las patas del segundo ciempiés cuando el león llegó a lo alto de la duna que se alzaba detrás de él
















    1. Se respiraba una serenidad resplandeciente que extraía


    2. víctimas á las que se extraía el corazón en sus altares


    3. Era uno de los hornos de calcinación delmineral de calamina que á la sazón se extraía (y


    4. También, del fondo de un sobre extraía varias fotos


    5. Cuando encontraba una variedad de hierbajo especialmente prometedora que crecía en cualquier sitio que no fuera entre mis melones, la extraía y la trasplantaba entre los que estaban a mi cargo


    6. Se aposentó el ayo en uno de los dos sillones que se hallaban frente a la mesa en tanto su anfitrión se llegaba a un canterano de roble que adornaba un rincón de la estancia, extraía de él dos copas y una botella de orujo, que instaló entre los dos, y luego de ocupar el sillón de enfrente sirvió dos generosas raciones


    7. Simón había reaccionado y ya extraía de su cintura una daga para hacer frente a su agresor


    8. –El hijo de puta debería haber prestado más atención -dijo August mientras extraía el segundo revólver de su bolsillo


    9. Fiamma le sonrió al tiempo que extraía de su bolso un billete, que terminó depositando en la sacudida gorra que reclamaba, con su tintineo de monedas, más dinerito


    10. Y aquellas visiones no surgían de él, sino que las extraía de mí mismo

    11. Muchas de las antiguas teorías eran erróneas, pues se creía, por ejemplo, que la naturaleza del líquido que se utilizaba para templar afectaba al proceso, y nadie sabía que el hecho de que el hierro que se extraía en Noricum produjese tan magnífico acero se debía al reducido contenido en manganeso no contaminado por fósforo, arsénico o azufre


    12. Era rica en mena de hierro y había minas en las que se extraía, lo fundían y lo exportaban en barras a Pisae y Populonia para su refinamiento


    13. Lucio Decumio puso el corcel a paso lento y el tiempo fue transcurriendo sin que apenas se dieran cuenta; sólo el evidente placer que Mario extraía del paseo hacía que el resto viera en ello algo positivo


    14. Muchas de las antiguas teorías eran erróneas, pues se creía, por ejemplo, que la naturaleza del líquido que se utilizaba para templar afectaba al proceso, y nadie sabía que el hecho de que el hierro que se extraía en Noricum produjese tan magnífico acero se debía al reducido contenido en manganeso sin ganga de fósforo, arsénico o azufre


    15. –El doctor Hayes los extraía del cerebro de las ratas, sobre todo del hipotálamo


    16. Desde luego, se les extraía sangre para los análisis pero las jeringuillas desechables no permitían que se inyectara ninguna sustancia


    17. Mientras le extraía un fragmento minúsculo, contrajo los músculos


    18. –Adelante -dijo, mientras extraía su afilado cuchillo


    19. Sólo aquí o allá un dependiente de comercio empujaba una carretilla de dos ruedas, una mujer llenaba una jarra con el agua que extraía con una bomba, un cartero cruzaba el patio con paso reposado, un viejo con mostacho blanco permanecía sentado cruzado de piernas ante una puerta de vidrio y fumaba su pipa


    20. No era muy distinta la manera de cómo hacía ya ahora mucho tiempo de ello solía sentarse Karl, en su casa, ante la mesa de sus padres, haciendo sus ejercicios mientras su padre leía el diario o bien efectuaba asientos en algún libro o escribía cartas para alguna sociedad y su madre se ocupaba en un trabajo de costura y extraía el hilo de la tela levantando muy alto la mano

    21. La conclusión que se extraía de ellas era que no existía valor más importante en el mundo que resultar sexualmente atractiva


    22. Y las noticias tranquilizadoras que traía cundieron por entre oficiales y soldados, creciendo en detalles nimios y fabulosos de los que sólo se extraía el que Cruz Chávez estaba desmoralizado y sus víveres escaseaban


    23. Jo sonreía mientras extraía del bolsillo de Julián el cuchillo


    24. El tipo era un masoquista extremo y de su inclinación o destino o vicio incurable extraía la materia prima de su arte


    25. A su lado, cubierto todavía con la capa y la capucha, Rhombur examinaba el armazón del crucero, extraía detalles de un plano que recordaba


    26. Paseando tranquilamente hacia la plaza principal con Lorna Treves, y pasando por delante de una casa de la cual salía corriendo un hombre muy pálido, que se alegraba enormemente de encontrar a Lorna porque -decía- la acababa de llamar a su casa y le habían dicho que no estaba, se encontraban de pronto sosteniendo un paquete de gasas estériles y un cuenco lleno de sangre mientras ella extraía delicadamente una enorme astilla de vidrio de la pierna de una lloriqueante niña


    27. [62] Era muy corriente que la harina que se extraía de los morteros tuviera gran cantidad de arena


    28. Tlatli y Chimali correteaban por las tres habitaciones, profiriendo exclamaciones de admiración acerca de la fineza y lujo de éstas, mientras yo extraía del montón de mis hojas de dibujos uno en el que Nemalhuili estaba de cuerpo entero


    29. Yo conocía bien el sitio, porque allí se extraía la arena para fabricar cemento


    30. Pekín había suspendido su apoyo a los islamistas saudíes, Estados Unidos ya no parecía tener en cuenta siquiera que existía el norte de África, mientras que en Iraq, los suníes y los chiíes se tiraban de los pelos unos a otros, como siempre, e Irán promovía la inquietud del mundo, como de costumbre, con sus programas nucleares, mostrando los dientes en todas direcciones y buscando la proximidad de China, que, junto a Estados Unidos, era la única nación que extraía helio 3 en la Luna, si bien lo hacía en cantidades muy pequeñas

    31. El manto se alimentaba con la luz del sol, pero extraía energías de su propio cuerpo en una emergencia, y el proceso de curación acelerada estaba agotando esas energías


    32. Transportaban azogue, un mineral también conocido como mercurio, necesario para la amalgamación de la plata, que se extraía en Almadén


    33. De la corteza del sauce extraía un jugo que aliviaba el dolor de cabeza y cualquier otro dolor muscular, lo que era de agradecer después de las interminables jornadas de trabajo


    34. Un tubo le extraía líquido de un costado del pecho y lo depositaba en un recipiente que burbujeaba cuando Richard se esforzaba por respirar


    35. Uno de ellos hacía el truco de beber un vaso de sangre humana que extraía de sus enemigos muertos


    36. Eso no se cumplía en el caso del traje más barato de Miles, ni siquiera antes de que hubiera perdido los guantes; su equipo extraía aire del entorno, a través de filtros y drenajes


    37. Por lo general, poseía un arma que extraía su poder de la Espada Negra, de la que tan sólo constituía una manifestación


    38. Extraía la sabiduría, la experiencia y la clara percepción que ellos habían acumulado, y se las apropiaba


    39. Turquía era uno de los principales productores de la amapola de la cual se extraía la heroína


    40. En ese punto se sacaba del bolsillo una bolsa de hule, en la que llevaba el tabaco, y de su interior extraía otra bolsa en la que guardaba un trozo de cartulina sobre el que había pegado un viejo recorte del Missouri Republican, de 1845:

    41. Lo que maravillaba de aquella canción era su íntimo conocimiento de hombres y caballos, la forma en que expresaba la auténtica nostalgia de la vida en los pastos, y Cisco extraía toda la esencia interior de aquellas relaciones


    42. A la madre de Teresa no le gustó que su hija diera masajes a miembros inexistentes (tienes que tener los dos pies en el suelo, afirmó dirigiéndose a ella mientras extraía de su concha, con un palillo de dientes, un caracol), pero estuvo de acuerdo con Holgado en que los comienzos profesionales eran difíciles y no siempre se podía escoger


    43. ¿Qué tienen en común el egipcio Anwar el Sadat y el israelí Menajem guin? ¿a qué región se llama el Cuerno de África?, ¿cómo se designan a las unidades básicas cuando las partículas subatómicas absorben o liberan energía?, ¿de qué animal extraía la insulina?, ¿cómo se conoce el efecto que se produce cuando aumenta el dióxido de carbono en la atmósfera?, ¿qué novela comienza con la frase «¿Encontraría a la Maga?», ¿qué es un megaterio?, ¿cómo se designa la inflamación de la membrana mucosa que tapiza interiormente la uretra?


    44. Se levantó en seguida y miró en la dirección que le señalaba D'Averc, al tiempo que extraía la espada de su funda


    45. Extraía cuanto necesitaba de las charlas por teléfono que, hasta cierto punto, le impedían meter la pata, algo que evitaba por todos los medios


    46. Retiraron tablas de la barriga plana del vehículo; Saturno se puso en pie y las lanzó a la zona de carga del carro mientras el ruso enorme extraía con cuidado de una cavidad oculta un paquete de contrabando


    47. Era un estratega, un geógrafo y un hombre magistral que se reía a solas, que extraía tanto placer de engañar a sus enemigos (o a sus amigos) con bromas sin escrúpulos, como de aplastarle los sesos a una acorralada multitud de alemanes con uno de sus knob-kerri africanos{28}


    48. Me gustaban las cosas que estaban por debajo de mí y extraía placer de aventurarme en lo bajo


    49. »Así pues, la comisión que estudiaba el problema acabó comprendiendo que el árbol de la profecía, sin el crecimiento y la vida que extraía de profetas, del torrente constante de profecías que alimentaba las innumerables ramas, acabaría por morir


    50. Cuando extraía los polos de los anillos he visto Saturno desde una infinidad de ángulos, pero no puede compararse con esto



































    1. venían los hornos para hacerel cok, que extraían del carbón, el


    2. elementos suaves yfecundos que extraían de la leche materna


    3. Estaba á esta hora vigilando el hervor del caldero, para que susacompañantes no metiesen en la sopa las lanzas con que extraían lospeces, y vió cómo un hombre de los que iban vestidos con túnica y velosse


    4. extraían de la faja losavíos de fumar


    5. a eclipsar las obras del arte antiguo, o a competir almenos con las que resurgían y se extraían del


    6. extraían del escondido seno de las cosas unaincomprensible virtud, de mayor ligereza que la luz


    7. Los drenadores viajaban en equipo, seleccionaban a los vampiros utilizando distintos métodos, los ataban con cadenas de plata (siguiendo normalmente emboscadas cuidadosamente planificadas), les extraían la sangre y la almacenaban en viales


    8. Hecho esto, les extraían la carne con los dedos y la devoraban con avidez


    9. El tocino flotaba achicharrado en la manteca lo extraían con grandes coladores y lo servían con pan


    10. La prensa estaba siempre en funcionamiento, y a mí me gustaba pasar por allí para ver cómo los hombres extraían aquel aceite que olía tan bien

    11. Cerca de esta residencia (la Regia del pontífice máximo) estaba el templo de Vesta, que era pequeño, redondo y muy antiguo, y junto a su escalinata se hallaba el pozo de Yuturna del que extraían en origen el agua las vestales para sus necesidades, hecho que a finales de la república perduraba como ritual únicamente


    12. El gas lo extraían de enormes cavernas bajo la ciudad, y era canalizado por imponentes válvulas


    13. Tenían, además, en sumo aprecio unos árboles que daban "unas nuececillas parecidas a la almendra" de las cuales extraían una bebida ritual, el chocolate, que era muy valorada por los guerreros y la clase aristocrática


    14. Al parecer, había más sanguijuelas en aquellas aguas, y por eso Ayla y Jondalar se mostraban más cautelosos y selectivos cuando deseaban echarse a nadar, si bien la joven estaba intrigada por las extrañas criaturas que se adherían a sus cuerpos y les extraían sangre sin que ellos se percataran


    15. De hecho, los primeros agricultores de Australia extraían los nutrientes del suelo sin darse cuenta, como si de una explotación minera se tratara


    16. El extraño visitante avanzó con sus inciertos pasos hasta la cómoda y, aunque Sebastián lo tenía en ese momento de espaldas, supo que sus manos abrían uno de los cajones y extraían algo de él


    17. No hablaban ni cantaban, más bien callaban obstinadamente; pero como por arte de magia, extraían su música del espacio vacío


    18. Redrick se desperezó y bostezó, mientras ellos extraían trabajosamente a Burbridge del asiento trasero y lo tendían en la camilla


    19. Los jóvenes cazaban las serpientes que proporcionaban la ponzoña y también extraían el hierro para hacer espadas bajo la dirección de Perry


    20. Pero además había gran cantidad de palabras que a primera vista parecían meras abreviaciones y que extraían su color ideológico no de su significado sino de su estructura

    21. far: Grano en general, del cual extraían los romanos la harina necesaria para el pan y otros alimentos


    22. jar: Grano en general, del cual extraían los romanos la harina necesaria para el pan y otros alimentos


    23. De un extraño árbol que proliferaba en las orillas de los ríos extraían una resina blanca que olía de modo penetrante a alcanfor y que mantenía alejadas a las temibles hormigas soldado y a las garrapatas


    24. Mientras Jackson y Waaka extraían las bandejas -seis en total- y las colocaban con sumo cuidado sobre otras cajas, el resto de los soldados de Dekker y el propio sudafricano se acercaron y comenzaron a armarse


    25. Para ellos, las etapas en la desintegración de Bazoft seguían el mismo esquema que habían notado cuando extraían confesiones de un terrorista capturado


    26. Aún permanecían vivas en su mente aquellas imágenes del rito de la sangre: tomaban a una de sus reses, le clavaban una flecha en la yugular y extraían una cierta cantidad de sangre que introducían en el interior de una calabaza hueca


    27. Varios técnicos extraían cables negros de un bastidor reticular situado sobre ellos y los conectaban después al techo de una de las máquinas, como empleados de una gasolinera llenando el depósito de un coche


    28. Era una espléndida aportación a la tripulación, un hombre de extraordinaria energía y destreza sorprendente para entresacar lo que las dragas extraían del fondo


    29. Allí la materia orgánica era manipulada por equipos de odontólogos que extraían los metales preciosos de las prótesis


    30. De la primera clase se extraían los miembros del Areópago y los arcontes, que eran elegidos, empero, por la asamblea en la que se reunían todos los ciudadanos

    31. Cuando el difunto era momificado le extraían los órganos y los metían en cuatro recipientes: para el hígado, los intestinos, el estómago y los pulmones respectivamente


    32. La máquina había quedado alcanzada en su parte anterior, puesto que iba marcha atrás y la carga había explotado tarde; pero, mientras los maquinistas saltaban de la locomotora y extraían las ruedas delanteras para repararlas, nos cansamos de esperar que los de la ametralladora abrieran fuego


    33. Esa era la clase de lecciones o de reflexiones personales que extraían al ver el cadáver


    34. Estaban observando cómo extraían los trozos de los mástiles rotos y los sustituían por bandolas, y de vez en cuando Stephen explicaba las diferentes operaciones


    35. Cuando habían terminado hasta la última partícula de carne, partían el hueso por la mitad y, con un alambre o un cuchillo, extraían el tuétano, que se repartían


    36. Sam me hizo señas de que entrara en la antecámara; oí cómo las bombas extraían el aire, y casi enseguida el poco que quedaba me impulsó al espacio cuando se abrió la portezuela


    37. Pasaron la tarde en conversaciones con los hombres que extraían los minerales colorantes, y en regateos por algunos pedazos de lo que según ellos era piedra emel


    38. Cicerón observó que las profecías que se emitían allí eran despreciadas incluso por la gente más pobre, pues Preneste era un oráculo de suertes: se extraían al azar unos billetes que servían para elaborar los oráculos


    39. En aquella ocasión me había recordado a los antiguos egipcios, quienes antes de la momificación extraían los órganos internos para conservarlos


    40. (de las tierras en las que losmineros extraían el carbón

    41. Bajo la dirección de Thuty, extraían galena; bajo la de Paneb, se catalogaban las pepitas, se guardaban en cestos para el transporte, se limpiaban y se repartían las herramientas


    42. Redes de arrastre, hechas con los pelos largos de animales, trenzados a mano para formar cuerdas, extraían del agua los enormes pescados que huían velozmente de los vadeadores que los perseguían empujándolos hacia la barrera de mallas anudadas


    43. Supuse que el exudado, o lo que fuere que los muls extraían de los Reyes Sacerdotes era el Gur; y ahora comprendí qué significaba retener el Gur


    44. A lo lejos, varios hombres extraían bloques de turba, residuos vegetales acumulados desde la Era Glacial


    45. Durante la siguiente hora, Obi-Wan y Bhu siguieron a Astri, cumpliendo sus instrucciones mientras extraían el moho de las rocas y cavaban para encontrar raíces


    46. Las pocas palabras que cruzaban eran meramente clínicas, interrumpidas por los sonidos del instrumental y el equipo a medida que procedían con los exámenes y extraían muestras de músculo, de la pared abdominal anterior, del páncreas, del bazo, un trozo de médula espinal, otro de aorta, los ovarios y un trozo de córtex cerebral


    47. Los órganos siempre se extraían por grupos, para determinar cualquier anomalía en sus relaciones funcionales


    48. En el compartimento, Rita se aferró a los soportes de la pared Mientras unas potentes bombas extraían el agua de la cámara de compresión en treinta segundos


    49. Extraían el oro, el estaño


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    21. Extraído el 24 mayo 2010


    22. Extraído el 13 junio 2010


    23. Extraído el 24 mayo 2010 desde


    24. Constitución Política de la República de Costa Rica (2005) Extraído el 7 febrero 2010 desde


    25. Extraído el 14 febrero 2010 desde


    26. transexuales y bisexuales? Extraído el 13 junio 2010 desde


    27. Extraído el 02 de Febrero 2010 desde


    28. Extraído el 29 octubre 2009 desde


    29. Declaración de Montreal (2006) Extraído el 6 mayo 2010 desde


    30. De León de Gracia, Alberto (2010 13 julio) ¿Pueden adoptar los homosexuales? Extraído el 15

    31. Extraído el 3 marzo 2010


    32. Extraído el 22 enero 2010 desde


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    41. Extraído el 5 mayo 2010 desde


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    43. Extraído el 12 junio


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    45. Extraído el 13


    46. Extraído el 3 agosto


    47. Extraído el 23 de mayo de 2010


    48. Extraído el 21 de abril de 2010 en http://www


    49. Extraído el 21 abril


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    extraer in English

    extract tear out pull out mine exploit draw out take out draw

    Sinónimos para "extraer"

    sacar arrancar vaciar separar exprimir