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    Usar "golpear" en una oración

    golpear oraciones de ejemplo

    golpea


    golpeaba


    golpeaban


    golpeado


    golpeamos


    golpean


    golpeando


    golpear


    golpeas


    golpeo


    golpeé


    1. El odio reprimido reaparece cuando Poseidón lo golpea con una tempestad furiosa mientras se acercaba a la isla de los Feacios


    2. El SI’ ruega, cuando golpea de mil maneras a la puerta del Yo para hacer que el Yo se decida a escucharlo y a realizar las transformaciones que son necesarias según las leyes de la vida


    3. El dios no quiere sacrificios de animales, quiere la transformación del corazón y no golpea para castigar sino para que a travéz del dolor el hombre comprenda su error y se transforme


    4. Poseidón recorre este camino de transformación y es por eso que no infiere demasiado sobre Ulises, es más, cuando lo golpea lo hace justamente para permitirle alcanzar la isla de los Feacios, pueblo que desciende de su propia estirpe y que ayudará a Ulises a alcanzar la meta que hasta ese momento había resultado inalcanzable


    5. Colócase sobre el hombro izquierdo y se golpea con losdedos de la derecha


    6. Martín golpea en el banco con el puño


    7. Martín se golpea las rodillas con los puños y dice que acaba de


    8. La joven golpea la tierra con el pie


    9. Y él, desolado, golpea el suelo con el pie; se vuelve hacia


    10. Mientras golpea colchonetas y despliega sábanas, empieza á hablar con laverbosidad de un

    11. dealpargata, que golpea como una maza las baldosas de muelles y almacenes


    12. Ahora es Jaime el que se golpea la pierna con el sombrero


    13. Golpea la cancela como quien toca una campanilla, con el crucifijo de metal que cuelga de un cordón de su cintura


    14. Cada diez mil años nos golpea un objeto de doscientos metros, que podría provocar serias consecuencias climáticas regionales, y cada millón de años se produce el impacto de un cuerpo de más de dos kilómetros de diámetro, equivalente a casi un millón de megatones de TNT, una explosión que desencadenaría una catástrofe global, eliminando a una porción significativa de la especie humana (a menos que se tomaran precauciones sin precedentes)


    15. El destino golpea con crueldad


    16. Se le reconoce por el viento, que allí sopla todavía más fuerte: golpea, ruge por todo el derredor


    17. Golpea, con idéntico resultado


    18. ¿Cuál es, cuál de las dos, Señor? (Se golpea el cráneo con el puño cerrado


    19. Pero el mar no golpea como un corazón,


    20. golpea un corazón como mar encerrado,

    21. golpea unas encías que devoraron luces,


    22. ¿O será la noche que golpea los cristales de la tienda?


    23. El miedo me golpea en los oídos como un ave espantada por la tormenta


    24. En el estrado, este agente golpea con el mazo, pom-pom, golpea, pom-pom, golpea, pom-pom, para que haya orden en la asamblea general


    25. De los pies del agente-yo, este agente se extrae una bota de pastor de vacas, la balancea para aporrear el estrado y golpea el atril con el tacón de manera que el micrófono transmita un sonido de gran estruendo


    26. El profesor golpea con el zapato los restos chamuscados de la invención y dice:


    27. Pero como el espacio es muy reducido, el hierro golpea contra la puerta cerrada, provocando en ella una pequeña hendidura en forma de media luna, y, con el golpe, la sangre que había en el tubo de hierro salpica a su alrededor


    28. Desnudo tal como está, el protagonista sale corriendo, toma un objeto como arma y golpea en el rostro al desconocido que, sin embargo, consigue escapar


    29. Iguales disposiciones tiene el pie derecho; si algo eminente y extraordinario ha de hacerse en el baile, es indudable que lo hará el pie derecho; él es también el que salta en la fuga, el que golpea la tierra con ira en la desesperación, el que ahuyenta al perro atrevido, el que aplasta al sucio reptil, el que sirve de ariete para atacar a un despreciable enemigo que no merece ser herido por delante


    30. Pero es una opción que se plantea en las largas tardes de invierno, comiéndose su pan con salchichas delante de la estufa de gas en casa del mayor Arkwright y escuchando la radio mientras de fondo la lluvia golpea la ventana

    31. Sus desmesurados pies, sepultados en zapatos de paño, pisaban con la pesadez y adherencia de la robusta planta calzada de alpargata, que golpea como una maza las baldosas de muelles y almacenes


    32. Cuando se golpea una nota musical cualquiera, digamos en un piano, repercuten otras dos notas en octavas más altas


    33. La lluvia, que golpea en ráfagas violentas, penetra por todas partes, salpicando el refugio


    34. El hambre, que en este final de 1811 devasta poblaciones enteras y se anuncia terrible en toda la Península, golpea también a las tropas francesas, cuyos servicios de requisa encuentran cada vez más difícil obtener un grano de trigo o una libra de carne en el paisaje hostil de campos yermos y pueblos fantasmas, vaciados por la guerra


    35. –Sí, Da Teh, campanas, campanas mágicas de bronce capaces de emitir dos tonos diferentes: un tono bajo cuando son golpeadas en el centro y otro agudo cuando se las golpea en los lados


    36. (Golpea las puertas del gineceo)


    37. El camión diesel da una vuelta de campana justo cuando ellos empiezan a moverse Parece que van a poder esquivarlo, pero entonces les golpea en un lado


    38. El chico golpea al carrizo en su hombro encorvado


    39. La habitación resplandece con un destello de energía que golpea a Lathenia de frente, ya que la sorprende


    40. Imaginar los pensamientos de Royston en el momento en que su cuerpo golpea el agua; imaginar la desolación de aquella muerte

    41. GOLPE EN EL HÍGADO, UN GOLPEA CORTA DISTANCIA, POREDA HA


    42. GOLPEA CON EL DIRECTO, POREDATOCADO EN EL ROSTRO,


    43. –Quiero decir que… cuando eres joven el dolor te golpea y es como si te hubieran disparado…, es el fin, te parece que es el fin…, el dolor es como un disparo, te hace saltar por el aire, es como una explosión…, te parece que no hay remedio, que es algo irremediable, definitivo…, el problema es que no te lo esperas, ése es el meollo de la cuestión, que cuando eres joven el dolor no te lo esperas, y te sorprende, y es el estupor lo que te jode, el estupor


    44. Hay quien no acierta a poner el pedal en la posición idónea para dejar caer todo el peso del cuerpo, quien se golpea en la espinilla al intentarlo, quien arranca empujando el asfalto con los pies, de puntillas, para luego dar unas primeras pedaladas muy lentas, sin fuerzas, brujuleando con un manillar que parece haber adquirido vida propia


    45. Un anciano me golpea accidentalmente en las costillas cuando los dos intentamos coger lo mismo


    46. El soldado al frente del grupo golpea con el puño en la puerta


    47. Y golpea con su maza por todo alrededor


    48. Mamá levanta las palmas y Juliet las golpea con los puños


    49. Golpea la puerta con el puño


    50. Las lágrimas brotan de sus ojos y golpea el tablero con los puños













































    1. El corazón golpeaba con fuerza


    2. Mientras tanto en el pueblo, Feigl -la reserva de su ejército- golpeaba las


    3. Cuando di los primeros aldabonazos en la puerta, parecíame que golpeaba en mi propio corazón


    4. Desde hacía rato le golpeaba en los oídos el latido delas carótidas


    5. Golpeaba impaciente con su lindo pie el pavimento


    6. No sólo la golpeaba bárbaramentepor los


    7. cuando un pueblo golpeaba a su puerta,pidiéndole que se pusiera


    8. Un ruido en la calle, solitaria á aquellas horas; un paso precipitado enla escalera y una mano impaciente que golpeaba la puerta


    9. de bruces, golpeaba con sucabeza el piso


    10. El agua del cielo golpeaba losvidrios de la ventana del camaranchón

    11. Su desesperación era tal, que se golpeaba con furor la cabeza y


    12. Elgeneral golpeaba el suelo con el tacón de las botas, que en él


    13. Su rosario,envuelto en la guarnición de la espada, golpeaba el metal con


    14. Luisa golpeaba el suelo con el pie, y luego, abrazando a Juan Claudiopor tercera


    15. invitados habían empezado á bailaren los salones y el pianista golpeaba rudamente el teclado


    16. Con ladiestra armada de un palillo golpeaba


    17. Golpeaba la arena del jardín con las suelas de sus breves


    18. que se golpeaba la cara y searañaba las manos; y, por fin, un día


    19. Y en esto golpeaba el suelo desesperadamente con su cachava,


    20. Aquiles golpeaba las manos en la puertadel comedor,

    21. elconductor del «paso», dando por terminada la detención, golpeaba untimbre de plata


    22. fuerza con que los golpeaba


    23. decirlo, reíase el hombre político, y golpeaba aMiranda en las mejillas, cual si de un niño de


    24. mano golpeaba sobre su boca, haciendo acompasados ejercicios de respiración


    25. –Si hubiese algún modo de hacerlo -murmuró Kitiara mientras golpeaba con el puño en la palma de la otra mano


    26. ¡Y pobres de ellos si el agua no estaba bastante caliente! En tal caso, Tas montaba en cólera y los golpeaba en la cabeza con el cubo vacío o intentaba sacarles los ojos con una barra de cortina, la mejor arma que tenía a su disposición


    27. Cuando el abogado defensor intentaba una alegación, el coronel golpeaba el bastón contra el suelo


    28. el viento golpeaba el agua por el lado de María y enviaba pequeñas olas a la orilla


    29. El traqueteo pronto se tradujo en una vibración seca y brusca que me golpeaba los músculos petrificados por el frío


    30. La linterna relucía en el cuadro de Holbein, en el muro más alejado, recortando la silueta de un hombre que, subido a una silla, golpeaba suavemente los paneles

    31. Idalin miraba con desconfianza y ansiedad evidentes los ojos de su hijo, mientras golpeaba con los dedos la hebilla de su propia capa


    32. De aquella primera ciudad consiguió escapar en poco tiempo encontrando refugio en aquel extraño lugar en que la gente golpeaba con un palo una bola, pero esta otra parecía no tener fin pese a que a veces distinguiera en la distancia altas montañas cubiertas de bosques


    33. Y, en medio de mi desesperación, no pude por menos observar que era completamente polichinela por el modo con que se golpeaba las manos una contra otra con la mayor energía


    34. En cuanto al peón caminero, se había metido ya en el grupo de aldeanos y se golpeaba el pecho con su gorro azul


    35. Quedé colgando sólo del pelo mientras me golpeaba en los hombros y madre corrió a subirme sobre ella para que el peso de mi cuerpo dejase de tirarme hacia abajo


    36. Retorcía los brazos, golpeaba el suelo, se arrancaba los cabellos, emitía [298]


    37. El corazón le golpeaba las costillas como un animal enloquecido-, Aquí la nave hani el Orgullo de Chanur


    38. El cálido sol golpeaba sobre el patio como con mazas de bronce


    39. —¿A quién se lo iba a pedir? —por algún motivo, el corazón me golpeaba en el pecho


    40. —Señorita Bloom, ¿puedo empezar la clase? —preguntó la señora Barnes mientras, con aire impaciente, golpeaba el lateral de su mesa con la tiza

    41. —¡Oh! — exclamó Victoria mientras el corazón le golpeaba en el pecho—


    42. El viento soplaba con furia y la lluvia golpeaba la casa


    43. Uno de ellos tenía al lado un enorme tambor, un hauk, adornado con plumas y crines, y de vez en cuando lo golpeaba haciendo resonar las bóvedas de la caverna


    44. Los dos se quedaron mirando a Greta, que estaba en el suelo y había empezado a llorar y a gemir al tiempo que se tiraba del fino cabello, se golpeaba en la cara y se rasgaba las vestiduras:


    45. El musculoso brazo subía y bajaba y un estruendo agudo como el tañido de una campana hacía vibrar el aire cada vez que el martillo golpeaba el extremo de una barra de hierro al rojo vivo


    46. Mientras Eragon golpeaba el metal, cada uno de sus gestos dirigidos por Rhunon, la elfa empezó a cantar, tanto a través de Eragon como ella misma


    47. Trataba de pasear en círculos para evitar los calambres y desentumecer los músculos, pero resultaba imposible porque su cabeza tocaba el techo y si estiraba los brazos golpeaba los muros


    48. Eragon contuvo la respiración mientras el soldado se acercaba a la puerta, trataba de abrirla y la golpeaba con un puño cubierto con una malla


    49. A veces el espíritu de contradicción lo salvó, como cuando decidió evadir el servicio militar sólo porque su padre apoyaba la guerra, no tanto por patriotismo como porque tenía intereses económicos en las fábricas de armamentos, pero en general la rebeldía se le daba vuelta y lo golpeaba en la cara


    50. Mi primera reacción fue de alivio, porque al sentir la sangre caliente que me golpeaba la cara, se me desinfló el odio súbitamente y tuve que hacer un esfuerzo para recordar por qué quería matarlo, para justificar la violencia que me estaba ahogando, que me hacía estallar el pecho, zumbar los oídos, que me nublaba la vista














































    1. Tales condiciones aguzaron su ingenio, lo hicieron laborioso y amante de la independencia y, dado el esfuerzo que significaba lograr el sustento y las pequeñas industrias de que disponía, era el pueblo al que con mayor dureza golpeaban los crecidos impuestos del régimen colonial, que para la fecha de la subversión, alcanzaban, bajo diversas denominaciones, a la agobiante cifra de 29


    2. paredes golpeaban su cara, el piso


    3. pesados puntales, golpeaban el armazónde los bastidores o daban tremendos palos a los ardientes


    4. elasticidad la golpeaban el rostro


    5. niños que golpeaban a los caballoshasta acabar con ellos, y diciendo con voz


    6. oficiales, detrás de los fugitivos, les golpeaban con lossables de plano, y como los


    7. laMarquesa golpeaban la bandeja para llamar la atención de la caridaddistraída


    8. Las mujeres golpeaban el suelo con el pie


    9. golpeaban con picos la tierra paraarrancarle, pedazo a pedazo, su tesoro


    10. cocina, y la sensación de unas manazas que me golpeaban

    11. Lasmuchachas, los brazos en alto, golpeaban el


    12. coches, que, al pararse, nos golpeaban con la velocidad


    13. Las olas que golpeaban una y otra vez a Kitiara parecían negras


    14. El pueblo gritaba su desolación, su miedo a la miseria y al porvenir, y los soldados, aterrorizados ante la cólera del hombre hambriento, detenían y golpeaban


    15. Concluida su intervención, Ulderich regresó a su puesto entre los suyos, que golpeaban al unísono con las espadas en el suelo en señal de aprobación


    16. En aquel momento oyó cómo golpeaban fuertemente la puerta


    17. Sólo silencio y algunas moscas que golpeaban contra el cristal como si se hubieran hartado de sangre y pugnasen por escapar hacia la luz y el aire libre


    18. Pensé en el tejado de zinc que tanto le gustaba a mi abuela y en el estruendo de las gotas cuando golpeaban en su dura superficie


    19. Por fin el domingo, cuando el pueblo dormía, salieron unos soldados de la cárcel y sus armas de fuego golpeaban las piedras de la calle


    20. Me incliné esperando percibir la luz del hada, pero se me llenaban de agua los ojos y las gotas que me golpeaban hacían que diera continuos bandazos

    21. Le parecía que le golpeaban el cerebro con una maza


    22. Algunos tocaban las tare, otros golpeaban pequeños tambores que hacían un ruido infernal, mientras los restantes entonaban loas al muerto


    23. Los españoles, en tanto, habían comenzado a asaltar la puerta y golpeaban las tablas con la culata de sus mosquetes, sin resultado por el momento


    24. Hombres y mujeres aullaban a pleno pulmón, cantando himnos a la espantosa Holica, mientras los músicos golpeaban con fuerza endemoniada sus tamboriles, gangs y tam-tam, soplando con toda la potencia de sus pulmones los catube


    25. Deliraba; le parecía que la cabeza estaba a punto de estallarle y que diez martillos le golpeaban las sienes


    26. Luego cayeron del cielo unos granos helados que golpeaban a todos, hombres, mujeres y niños y les producía fiebre


    27. Oían hablar a los sitiadores, que de cuando en cuando disparaban contra las piedras, que formaban una masa compacta, o las golpeaban con las culatas de los fusiles


    28. —¡Lord Barst! ¡Lord Barst! ¡Lord Barst! —gritaban, al tiempo que pateaban el suelo con sus botas tachonadas y golpeaban las espadas contra los escudos


    29. Pateaban y golpeaban con las culatas a los que bajaban, con un odio nuevo, recientemente inventado, que había florecido en ellos en pocas horas


    30. Los carabineros les golpeaban la pared

    31. Nos metían miedo a Dios, al diablo, a todos los adultos, a la palmeta con que nos golpeaban los dedos, a los guijarros sobre los cuales debíamos hincarnos en penitencia, a nuestros propios pensamientos y deseos, miedo al miedo


    32. Seis pegó un brinco e impulsado por los flejes de sus poderosas pantorrillas se abalanzó sobre el más cercano y, tomándolo por la cintura, lo levantó por encima de su cabeza y con un movimiento de balanceo lo estrelló de cabeza, cual si fuera la piedra de una catapulta, contra la base de la piscina; el individuo allí quedó con el cuello torcido cual si fuera una de las marionetas que en las ferias se golpeaban, manejados sus hilos por el titiritero ante el regocijo de una nutrida concurrencia de chiquillos


    33. Cada vez que hacía un alto en su trabajo, oía cómo las ramas arañaban los muros y golpeaban los cristales, y cómo las raíces se extendían aviesamente bajo los cimientos agrietando los ladrillos


    34. En la oscuridad, golpeaban puertas; cortinas negras ondeaban en habitaciones negras; papeles negros eran barridos de mesas negras y danzaban como locos


    35. No había andado gran trecho cuando se tropezó con dos jóvenes que suspiraban profundamente y golpeaban el suelo con gesto de frustración


    36. Cuando movía las manos, sus sólidos gemelos de plata golpeaban en el tablero de la mesa


    37. El viento soplaba, los postigos golpeaban contra las paredes del castillo


    38. Incluso después de que cerrara la puerta detrás de sí, seguían oyendo sus pequeñas maldiciones entre los ruidos de las ollas y las cacerolas que golpeaban secamente la encimera de acero


    39. Los soldados golpeaban la puerta, tratando de derribarla


    40. Dos palabras que le golpeaban el cerebro

    41. Sus pequeños cuerpos se golpeaban a diestro y siniestro, hasta que el macabro péndulo recuperaba la quietud inicial


    42. Gruesas gotas de lluvia golpeaban sonoramente las hojas muertas, el cielo tan oscuro como un anochecer, árboles desnudados por el invierno que aparecían y desaparecían entre la niebla


    43. Agapito y sus hombres golpeaban a todo aquel que se cruzaba en su camino


    44. Oía el palmoteo de los tentáculos, cuando golpeaban las paredes, en su oscilación ascendente en pos de Norman


    45. El principio era el siguiente: los rayos del uranio golpeaban contra electrones de los átomos de aire y los expelían, dejando atrás «iones» que eran capaces de transmitir una corriente eléctrica


    46. Cuentas de luz remolineaban alrededor del auto, tiraban de las puertas y golpeaban contra las ventanillas


    47. Al mismo tiempo que la corriente profunda arrastraba sedimentos que golpeaban la roca, la fuerza constreñida del Río de la Gran Madre se desplazaba con silencioso poder, ondulando con una aceitada fluidez de fuertes marejadas, que se plegaban y se montaban unas sobre otras


    48. En aquellos momentos estaban sumergiendo las cámaras, y vio cómo las olas golpeaban las lentes a medida que eran deslizadas bajo la superficie y entraban en el silencioso y agitado reino de aguas relucientes por la acción del sol


    49. Dio la impresión de que el asesino colgaba en el aire, al tiempo que extendía las piernas, sus botas golpeaban el costado del cardenal y expulsaban por la puerta el cuerpo encadenado


    50. Eran simplemente soldados y civiles -y, entre ellos (lo digo con pena) -oficiales que fustigaban y golpeaban sus caballos con palos y con todo lo que les caía al alcance de las manos










































    1. Pensó en las máquinas que habían golpeado hasta deformarlas


    2. Es terrible sentirse golpeado y decidir seguir viviendo y sufrir en silencio


    3. golpeado lafrente con los puños cerrados! ¡Cuántas veces había


    4. de hierro golpeado contra hierro


    5. buenagana hubieran golpeado aquel paquete inerte que


    6. personaje golpeado acabó porarrepentirse, y á impulsos de la admiración, fué en adelante


    7. Entonces vieron que un ciervo había sido golpeado por el rayo y yacía muerto a sus pies


    8. Los de Lorío, viendo á su compañero así caído y golpeado, volaron al finá su


    9. Del suelo, golpeado por el latigazo del agua, desprendíase un


    10. Un día, el golpeado hizo un paso atrás, buscando el cuchillo en

    11. En la plaza habían golpeado


    12. arrastrado,volteado, golpeado en una obscuridad mugidora y


    13. »Decían que los miembros de la tribu de Rubén, que habían golpeado a Jesús, hacían que se marchitara toda la vegetación que los rodeaba


    14. y golpeado por los pecados de su pueblo?


    15. El suicidio de Augusto Olivares, antes que la tragedia en La Moneda llegara a su fin, tiene que haber golpeado muy duro al Presidente


    16. Cerca de ellos, en el suelo, yacían varios hombres bastante feos a quienes habían golpeado en la cabeza con pesados premios de proyectos


    17. El presidente Liu Shaoqi, considerado el número dos del Octavo Congreso, permanecía detenido desde 1967 y había sido salvajemente golpeado en diversas asambleas de denuncia


    18. Se interrumpió molesto porque habían golpeado a la puerta


    19. Tal como suena, una manta empapada de agua había entrado a la carrera en el recibidor, se había golpeado contra la pared y se había desplomado en el suelo


    20. Aquí tenemos el caso de un hombre, obviamente asesinado, y a quien se encuentra tumbado en el suelo con unas pesadas tenazas junto a él; parecía ilógico suponer que hubiese sido golpeado con otra cosa que no hubiese sido el mencionado instrumento

    21. Mico cogió las dos pistolas y las municiones y, aunque debido al choque se había golpeado con fuerza la frente en el banco de popa, saltó entre la fragorosa resaca y nadó hacia tierra, llevando en alto las armas con el fin de que la espuma no apagara las mechas


    22. Había golpeado muchas puertas, hecho antesalas, acudido a los avisos de los periódicos y al final del camino se encontraba abrumado por la desesperanza


    23. Nasuada se sobresaltó al oír un fuerte ruido: el hombre de marrón estaba removiendo los trozos de carbón con los hierros y había golpeado el brasero con uno de ellos


    24. La subieron en tina camioneta junto al hombre que la había golpeado y otro que manejaba silbando


    25. En un momento estaban los hombres de la ronda en inferioridad de condiciones y cuando los tres atacantes se dirigieron a sus caballos, en retirada, decidieron desistir; recuperaron al compañero herido y ayudaron a salir del cubo al que había caído en él, y del portal salió, maltrecho y seminconsciente, aquel que don Pedro Pacheco había golpeado con los gavilanes de su tizona


    26. Por cierto, ¿qué había en esa fiambrera con la que ha golpeado al vigilante?


    27. El prestigio del "coronel" Ramiro Bastos, bastante golpeado; amenazó caer bajo aquel golpe colosal: dragas y remolcadores, excavadoras e ingenieros, buzos y técnicos


    28. Si uno era golpeado en el lado derecho del pecho, instintivamente cubría ese sector para protegerse del golpe


    29. Y mientras el Hercules salía del hangar de Seúl, las tropas de Hokkaido hacían los preparativos para ayudar a fijar el objetivo, lanzar y guiar un vehículo que dejaría a los rusos preguntándose qué les había golpeado


    30. Esos miserables la habían golpeado

    31. Los monstruos que lo habían confinado en esa habitación lo habían golpeado, herido y quemado sin piedad y sin límite


    32. Se detuvo un instante a mirar y observó que, un poco por encima del nivel de la cabeza de un hombre de estatura media, se veían unas manchas marrones que surgían de una pequeña hendidura en forma de media luna causada por algún objeto que había golpeado violentamente la puerta


    33. Los pájaros habían golpeado a Stephen con las alas, dejándolo sin respiración


    34. El proyectil que se aproximaba había golpeado cerca del punto más estrecho del asteroide, la cintura del maní, pero, en vez de la bola de fuego termonuclear prevista por los dos observadores, se había producido una enorme fuente de polvo y escombros


    35. Había leído en una ocasión algo sobre una mujer que durante días había golpeado una y otra vez contra la tapa del ataúd hasta morir de extenuación


    36. Antes de que ella pudiera coger el dado, Lumpi había golpeado con el puño encima del tablero, de modo que el dado voló en un elevado arco por los aires


    37. No hacía mucho que habían llegado, todavía sobresaltados por los acontecimientos que pudieron acabar en desastre y preocupados porque en la casa Bakravan habían golpeado en la puerta con la aldaba de bronce una y otra vez sin obtener respuesta


    38. El otro, todo magullado y golpeado, apenas le prestó atención


    39. Le habían golpeado


    40. Bosch supuso que era la del hombre que le había golpeado

    41. Casi antes de que la palabra saliera de la boca de Mittel, Bosch fue golpeado desde atrás


    42. Puesto que había recibido el impacto en la derecha, supuso que Jonathan le había golpeado con la mano que empuñaba la pistola


    43. Extendió la mano hacia el punto en el que lo había golpeado, pero antes de que llegara a tocarlo, él se quejó y abrió los ojos


    44. Los tonos que suenan son una tercera y una quinta nota del tono golpeado


    45. La reacción fue instantánea: al ser golpeado por esa fuerza enorme, el suelo del habitáculo se estremeció, y a Norman le pareció oír un chillido, si bien pudo haber sido el crujido del metal al romperse


    46. Sólo después, cuando él le permitió incorporarse, la mujer descubrió que la cabeza de su hijo se había golpeado contra una piedra al caer


    47. Se parecían a los hombres, pero su comportamiento no era el de los hombres, y eso valía sobre todo para el hombre que había sido golpeado


    48. El bloque estaba rajado en una docena de lugares; lo habían golpeado con algo muy pesado


    49. La cámara se estremeció, y Langdon comprendió que la última estantería, empujada por las demás, había golpeado el cristal con violencia


    50. Guillermo jadeó y saltó por el aire como si le hubieran golpeado el hombro con una espada









































    1. –¿Cuántos golpeamos las mesas, cuántos caminamos, cuántos arrastramos los pies, cuántos corremos? ¿Cuántos se muestran bajo el Sol, cuántos se ocultan con la Luna?


    2. Sin embargo, si golpeamos con rapidez, mientras Iadon sigue ignorante de nuestras intenciones, podríamos situar a mi legión en el palacio y tomar al rey como rehén


    3. Golpeamos y perseguimos al ciervo de las sombras,


    4. Golpeamos la puerta con los nudillos


    5. Al Dragón Renacido no se lo debió dejar que actuara a su antojo, pero ¿desde cuándo se dedica la Torre Blanca a secuestrar a la gente y obligarla a hacer su voluntad? ¿Acaso no se nos tiene por las personas más sagaces y cautas del mundo? ¿No nos enorgullecemos de ser capaces de conseguir que otros hagan lo que deben, dejando que piensen que la idea era suya desde el principio? ¿En qué momento del pasado encerramos a reyes en arcones y los golpeamos por su desobediencia? ¿Por qué ahora, precisamente ahora, Luz bendita, hemos dado la espalda a una práctica que dominábamos a la perfección para convertirnos en cambio en simples asaltantes de caminos?


    6. —Quizá el marco se movió un poco cuando golpeamos el marco de la puerta con la mesa —dijo el doctor Newhouse


    1. “Te golpean igual” – terció otro, arrancando un trozo de carne con los dientes, al


    2. mísero conejo a quien golpean en la nuca!


    3. Golpean a los estudiantes, los detienen y los meten en la cárcel


    4. Lo único que veo son personas que golpean con un palo una pelota y se enfadan cuando no consiguen meterla en un pequeño agujero


    5. Ella en silencio, mirando un punto sin decir nada, y él con la cabeza como si fuera una de esas pelotas que se golpean con una raqueta y están atadas a una goma


    6. Abren la puerta al tiempo que golpean


    7. Una inundación de risotadas sobre risotadas, grandes oleadas que golpean el escenario


    8. Los pianos golpean con sus colas


    9. Y si me golpean la cara, me pongo furioso


    10. Se detiene al final del camino de entrada y el quejido de un gato hidráulico se añade a la vibración del motor y los contenedores de basura golpean los laterales metálicos del enorme camión

    11. Ahora, puestos de rodillas, golpean la tierra)


    12. Grumos de tierra y ramas desgajadas de los árboles golpean el parabrisas y el costado del camión


    13. Ramas, terrones, cascotes golpean la cabina del camión que se tambalea


    14. si no son los gemidos que golpean las ventanas de la boda,


    15. (Mueven los paños con ritmo y los golpean


    16. Golpean la puerta durante horas intentando entrar, pero yo cierro con llave y me siento en la habitación trasera hasta que se van


    17. Y golpean al volar los postigos y el altillo


    18. Todos golpean los instrumentos con , tanta fuerza y atolondramiento como pueden, un estruendo


    19. El atabal retumba en sus tímpanos y los bajos de los trombones golpean su plexo solar


    20. El viento y el polvo golpean desde direcciones opuestas

    21. También hay muchos compradores, la mayoría llevan bastones largos y delgados, con los cuales golpean sobre el cajón del que desean algo


    22. Golpean sin resultados la puerta y el escaparate


    23. Los empleados del ferrocarril dicen que las cadenas de los inodoros se tiran solas; que desde los retretes desiertos llegan quejidos lastimeros y que si alguien se encierra en alguno de los fétidos compartimientos, manos invisibles golpean con desesperación


    24. –¡Quédense, oh, quédense en la gran Casa, duerman con corazones delatores que golpean el suelo de madera! Quédense, oh, quédense, que todo sea silencio


    25. ” Todos esos mandriles ignorantes que se golpean el pecho y presumen sobre la “guerra en las montañas” o


    26. Los látigos, las astas de los venablos golpean a los esclavos


    27. –No es la primera vez que me golpean así, Jane -dijo-, y siempre el que me ha golpeado ha muerto


    28. En el lado oeste, durante las tempestades, las olas golpean los despintados pilones de acero, y la sal acelera la obra de la corrosión


    29. Avanzan por un pasillo oscuro, suben dos pisos por una escalera descuajeringada, golpean una puerta:


    30. –Entran en todas las casas -prosiguió al cabo de un momento de silencio-, saquean, roban la plata y lo que encuentran de valor, amenazan, golpean e, incluso, matan si no se les paga una buena cantidad de dinero y, después, violan a las mujeres

    31. –¿Una sinfonía entera y sólo golpean el timbal una vez?


    32. ¡Cómo golpean las puertas! Roque, Roque


    33. Golpean donde y cuando les viene en gana


    34. Miro por la ventanilla al cielo gris y me ajusto el impermeable mientras gruesas gotas golpean el parabrisas, a la espera aún de que el abril lluvioso considere que ya puede convertirse en un mayo florido y hermoso


    35. Nubes negras gravitan sobre el campo de batalla mientras la lluvia y los truenos golpean a troyanos y argivos por igual


    36. Tercero y cuarto, Curry abierto, backfield lleno, opción a la derecha, Crenshaw conserva el balón, le golpean, cae hacia delante puede que unas dos yardas


    37. —Los rusos no golpean a un hombre en el suelo, camarada coronel


    38. Golpean las puertas, con sus pegatinas de ENTRADA y SALIDA y OFERTAS TODOS LOS DÍAS


    39. A las ondas pequeñas se las conoce como oscilaciones transitorias; esas transiciones entre dígitos binarios golpean a los circuitos como un badajo a la campana


    40. El U-691 corre por la superficie, ladeándose como un Messerschmidt mientras a su alrededor las bombas golpean el agua

    41. Los pies de Root golpean el borde del hábito a cada paso


    42. ¿Cómo mantenerse al tanto de todo eso y decidir qué hacer? Pronto es evidente que cualquier teoría basada en la suposición de que Titán expulsa átomos que corren por el espacio y golpean mis átomos es muy dudosa


    43. Cuando el preso va a dormirse, lo duchan, lo golpean con varas de bambú, lo deslumbran con focos…, utilizan todos los recursos, en fin, para que no duerma


    44. Corren sin caerse junto a un antílope, mientras lo golpean en la cabeza con un hueso grande y pesado


    45. Las botas golpean rítmicamente el suelo empapado


    46. Son toros que, en general, durante la crianza atacaron al mayoral o mataron a un caballo, se acuerdan de cómo lo hicieron y, en lugar de embestir desde cierta distancia y tratar de derribar al caballo y al hombre, buscan solamente alcanzar al picador por debajo, de una manera o de otra, y, a veces, golpean con los cuernos el palo de la puya, para quitárselo de encima, y colocan el cuerno en donde quieren


    47. »Ahora comienzo a olvidar, comienzo a dudar de la fijeza de las mesas, de, la realidad del aquí y del ahora, comienzo a golpean con los nudillos los bordes de objetos aparentemente sólidos y digo: "¿Eres duro?" He visto tantas cosas diferentes, he hecho tan diferentes frases… En el proceso de comer y de beber, y de pasar la ,vista por superficies, he perdido esa delgada y dura cáscara que aloja el alma, cáscara que en la juventud lo aprisiona a uno en su interior; de ahí la ferocidad, el tap, tap, tap, de los implacables picos de los jóvenes


    48. Juego de niños en que uno de ellos, arrodillado, esconde la cabeza entre las piernas de otro mientras los demás lo golpean en la espalda con la mano o con el codo, al tiempo que dicen cantando recotín recotán


    49. Los taraos golpean la puerta aullando amenazas


    50. Hace tanto tiempo que tienen hambre y los golpean que ya no les quedan fuerzas para pelear









    1. Y luego los talentosos acróbatas que desde trampolines, lanzó sus prendas inútiles siempre golpeando mi cabeza


    2. silencio, golpeando con el mazo en la mesa recién estrenada


    3. con el brazo extendido trastabillando en cada movimiento y golpeando hacia


    4. Los dela entrada general, impacientes é incómodos en susasientos, armaban un alboroto pataleando y golpeando el suelo con susbastones


    5. golpeando el suelo con el pie,se quedaba mirando en el vacío


    6. —¿Quién habla de eso?—exclamó golpeando en la mesa con


    7. hombro, y los tíos de «¡al higuí!» golpeando lacaña y haciendo saltar el cebo ante el escuadrón


    8. golpeando en elsuelo, y hacía con el ruido de las pisadas un


    9. golpeando el suelo con elsable y profiriendo amenazas y


    10. que usa dicho oficio con delantaldelante de los pechos y golpeando con un box,

    11. montones de cabrestantes, las piezas de la máquinaenvueltas en una claridad ardiente, golpeando


    12. alternativo, golpeando porambos lados, empujábala hacia


    13. —¡Ahí lo tienes!—dice Martín golpeando en el hombro al


    14. Tres de aquellos miserables siguieron golpeando al caído para rematarlo,mientras el otro


    15. Campistrón abrió un libro y dijo, golpeando en las hojas con la palma dela mano:


    16. trabajaban lostoneleros golpeando con sus mazos los aros que


    17. golpeando dos veces en la mesa con el puño—que don Diego estraidor y cobarde


    18. mostrador,llamaba a los compradores golpeando con fuerza el platillo de su balanzade


    19. Después, golpeando el suelo con el tacón y poniéndose al cuello unagruesa corbata


    20. desmelenadas, gritó golpeando el suelo con el palo:

    21. paso a paso, golpeando en el aire, lanzando imprecaciones,llamando a los suyos,


    22. extremada reserva, se quedó cortado golpeando conexpresión indecisa la tabla del


    23. latóndaba la vuelta al buque, golpeando el húmedo entarimado


    24. mama» y golpeando con los pies el


    25. pasillo, el enfermo seguía golpeando de un modoregular y monótono; pero aquel


    26. golpeando sin gracia las canillasde un compadrito y un kepí[34]


    27. —¡Reina!—exclamó el cura, golpeando el suelo con el pie


    28. —Los dados están echados—exclamé en voz alta golpeando el


    29. Ambrosio, y llamó golpeando en ella


    30. sombrero calado hasta lasorejas, y con un frac cuyas estrechas puntas van golpeando sobre lostalones

    31. Sentía en la cabeza un tumulto de sangre golpeando por


    32. Golpeando todavía con el borrador la página,


    33. Y se cruzaba de brazos mirándonos y golpeando el suelo con el pie


    34. Moses se unió a él, golpeando con ambos puños—


    35. Otras piedras surgieron de la oscuridad, golpeando a Ana


    36. A mí el escuchar a la gente que contaba todo aquello me produjo un enorme pesar pero aún me sentí peor cuando supe que algunos de los que estaban en la misma habitación que Jesús habían comenzado a escupirle, y a cubrirle el rostro y a darle de puñetazos, mientras le gritaban que profetizara quién le estaba golpeando


    37. Solíamos sentarnos a la puerta de nuestras casas golpeando ferozmente cualquier objeto de metal disponible -desde platillos hasta sartenes- con objeto de ahuyentar a los gorriones de los árboles hasta que éstos terminaban por caer al suelo, muertos por el agotamiento


    38. Los atracadores se habían desplazado a la zona de la tarima, donde se encontraba el encargado, y lo estaban golpeando


    39. -Bien, bien -dijo golpeando sus rodillitas-; pero esto no son los negocios


    40. Diego bajó la vista, golpeando el mentón contra las rodillas:

    41. Los remotos caballos, el mar remoto, las cadenas golpeando,


    42. –¡Abrid esa maldita puerta! – gritó Pyanfar, golpeando con la culata del rifle la ventanilla transparente, consiguiendo que el asustado mahendo'sat que se encontraba al otro lado empezara a gritar también amenazas medio incomprensibles-


    43. El coronel se recostó en el respaldo de su asiento, golpeando la mesa con un cortapapeles


    44. Desde bien entrada la madrugada pude oír el rumor de las gotas golpeando el cristal de la habitación, ¿existe mayor placer?


    45. Estaba cerrada con llave, pero escuchaba claramente la pelea que se llevaba a cabo en el interior, la respiración agitada, los pies golpeando el suelo fuertemente, maldiciones y juramentos en diversos tonos, el estrépito ocasional cuando algún mueble se interponía en la línea de batalla


    46. Al acercarse a Poirot, exclamó golpeando el suelo con el pie


    47. -¡Mirsa Rabat! -gritó el jefe filiado golpeando las manos


    48. —¡Perdón, señor hombre blanco! —repitió el preso, golpeando el suelo con su frente


    49. Vicente aguzó a hachazos una de sus puntas, y poco después los cuatro exploradores, uniendo sus esfuerzos, lo fueron clavando horizontalmente en la tierra, golpeando en el otro extremo para introducirlo lo más posible


    50. Hacía media hora que buscaban, golpeando las rocas con el cuchillo y desconchándolas, cuando se dieron cuenta de que la temperatura del antro estaba cambiando, haciéndose más caliente














































    1. la llama, golpear el cuerpo


    2. Habiendo andado un buen trecho, en medio de rampachos, mantequillos y árboles sombríos, fueron a parar a unas casas mal hechas, que estaban al pie de unas altas peñas, en medio de unos latales, de entre las cuales advirtieron que salía el estruendo de aquel golpear, cada vez más fuerte


    3. Sería muy triste si, después de tanto golpear de nalgas, volví intoxicado sodomía!


    4. "Antes de empezar a golpear a usted" - dice uno de los dos para "dejar a nosotros decidir


    5. Me paseo en la parte posterior, sacudo la cabeza y, finalmente, la sequía comienza a disminuir, hacer los primeros intentos de hablar y escuchar mi voz cambió por completo; ahora es cálido, tranquilo, casi desde el más allá, y lo mismo para formular cualquier palabra me da una sensación de placer por todo el cuerpo; por último, trato de hablar de golpear las notas altas, pero trato de pronunciar ninguna palabra sale como un silbido de mi boca, como un silbido de alta frecuencia: yo lo hice, y ahora estoy en condiciones de emitir ultrasonidos y hablar con los peces


    6. de herramientas, y con el más despejado aburrimiento comenzar a golpear los tornos, las


    7. golpear en la puerta, obien lo tradujo por una lejana extraña


    8. yaquel incesable golpear que nos hiere y lastima los oídos; las cualescosas, todas juntas y cada


    9. vivacontracción de la espina para golpear fuertemente con la


    10. Libre de golpear en la cadena sin hacer daño al preso, Tragomer rompiólas dos anillas y se las metió en el bolsillo, mientras Jacobo, echandofuera, el inmundo sayal de tela de sacos, se ponía el traje de

    11. Cansados de gemir, de arañarse, de golpear el suelo con la


    12. Elfrío del agua la hacía golpear en el suelo con


    13. Al tiempo que el joven regidor iba a golpear la puerta con los nudillos,Ramiro,


    14. Hullin se sentó junto al banco de trabajo y comenzó a golpear con eleslabón con


    15. Pocos momentos después, al oír la culata delfusil golpear en las losas de


    16. y a los hombres golpear el suelo con los pies paraentrar en calor mientras hablaban en


    17. 5} con el choque de sus armas yel ruidoso golpear de los cascos de sus corceles que


    18. por el ritmo de la música,empezaron a golpear a compás con sus


    19. golpear al caballo, pero lolevantaba con facilidad cuando alguno


    20. Mientras apoyó un pie sobre el escalón, escuchó el viento golpear las paredes

    21. Magius hizo caso omiso y, después de golpear la espalda del montículo con su vara, encabezó la comitiva y se puso en marcha


    22. Era el atronador repiqueteo, aquí magnificado, que producían los forjadores al golpear con el martillo sobre el yunque para moldear en armas el acero candente


    23. Unos empezaron a golpear el suelo con su espada, otros se pusieron en pie, los de más allá saludaron esas palabras con una efusión de alegría y abrazos


    24. El árbol retumbó sordamente al golpear en los escalones de la terraza


    25. En esta ocasión, cuando McBride lo golpeó, Jack estaba en condieiones de sujetarlo e impedir que cayera dentro de la caja y pudiera golpear el rollo de pergamino


    26. Se puso a golpear las máquinas mientras yo, un poco reanimado por el aire fresco de la montaña, le pedía al comisario que me diera las explicaciones prometidas


    27. Lo que sucede a continuación no lo registra la cámara, porque, aunque ignora que ésta continúa grabando, un guardia civil acaba de golpear accidentalmente su visor y la ha obligado a ofrecer un confuso primer plano de la tribuna de prensa; el sonido del hemiciclo, en cambio, sigue percibiéndose con claridad


    28. Recuerde que no debe usted golpear las puertas


    29. La impronta del éxtasis debe estar en cada movimiento, en el placer de golpear, herir, destrozar


    30. El señor Kadir Yussef se levantó mirándonos con unos ojos en los que había horrores y se puso a golpear el suelo con el pie como si bailara el zapateado de la desesperación sin moverse del sitio

    31. El trueno resonaba con intervalos cada vez menores, y las primeras gotas de lluvia comenzaron a golpear el suelo


    32. Ya en la puerta se despojó de la gorra y comenzó a golpear con ella al hombre que cargaba el pesado y sofisticado aparato de radio


    33. Y aumentó el silencio, a tal punto, que Abdul escuchó el golpear de su corazón acelerado, e incluso el palpitar de la sangre en sus sienes


    34. Pero, por supuesto, me volvió a golpear


    35. Pero Amy no se rió porque se había tomado muy en serio su papel de Mentor y se limitó a golpear con el lápiz la mano extendida sobre el papel, diciéndole muy seria:


    36. Mamá, impaciente, se puso a golpear el pie contra el suelo


    37. Lorraine llevaba ya casi una semana en Chimneys y se había ganado una magnífica reputación ante su anfitrión, a causa, principalmente, de su maravillosa disposición para dejarse instruir en la ciencia de golpear la pelota con un palo de golf


    38. Si muchos electores votan por el principio de que un hombre puede golpear a su mujer y aterrorizarla constantemente, levantando cargos infundados contra ella, bien, entonces que los lleve el diablo


    39. Después de golpear con los nudillos en la puerta, Tuppence penetró resueltamente en la estancia


    40. Al salir, míster Clayton hubiera tenido que golpear la puerta y el criado estaba seguro de que lo hubiera oído caso de hacerlo

    41. Subió a una de las cuatro agujas y, cogiendo un mazo de madera cubierto de cuero, se puso a golpear furiosamente el gigantesco tam-tam


    42. Un golpe de viento cargado de nieve, el golpear de la lona, y Brown había desaparecido ya


    43. Entonces los vardenos empezaron a vitorear y a golpear los escudos y las espadas mientras que agudos gritos de desesperación se oían entre los habitantes de la ciudad


    44. Mantenía el escudo delante de él y a Brisingr encima de la cabeza, listo para golpear


    45. Cuando Roran llegó a casa de Orval tuvo que golpear la aldaba durante casi un minuto hasta que el granjero acudió a la puerta


    46. Se preguntaba si se hubiera dejado golpear delante del chico o si se hubiera resignado a bañarlo en el agua fría usada por otro y se espantaba de su propia sumisión


    47. Eragon avanzaba por el lado derecho del pasillo, con cuidado de no golpear ninguna de las ensangrentadas estacas que sujetaban el cuerpo de Wyrden


    48. Orik acababa de golpear con fuerza su martillo de guerra contra su escudo


    49. A continuación levantó con cuidado sus cascos, uno a uno, y los enfundó con una recia tela ligada con un cáñamo a modo de zapatos para que el ruido que pudiera hacer el mulo al golpear con ellos las losas del patio no despertara a nadie


    50. Después de allanar la librería, golpear a los empleados y hacer pilas con centenares de libros y prenderles fue-go, se llevaron al librero catalán a los siniestros cuarteles, donde le aplicaron el tratamiento usual













































    1. Los tipos cavaban a mano, con paletas y escobillas (las gemas de fuego grandes son muy delicadas, ya sabes, se rompen en pedazos si las golpeas), cavaban bajo el sol abrasador, día tras día


    2. El calor en realidad no es más que una súbita agitación de las partes de un cuerpo: si golpeas un trozo de acero con una piedra, y lo haces con fuerza suficiente, salta un trozo de acero…


    1. lleno de rabia, la golpeo en el rostro, el


    2. golpeo y la puso en cuclillas


    3. escritorio, pero Chloe lo relevo a través de la habitación y la golpeo con él


    4. alrededor de la cintura de su esposa y golpeo a su hijo en el hombro


    5. El arquitecto tomo su regla, conto las toesas, y cuando estuvo seguro de sus calculos, golpeo en una baldosa


    6. La golpeo con fuerza en la cara como un experto


    7. Golpeo el pulsador


    8. —Pero ¿cómo? ¿Te pondrás a mi lado y me darás órdenes mientras golpeo el metal?


    9. Golpeo el rostro del español hasta que éste comenzó a echar sangre por la nariz y los oídos


    10. Me golpeo con un puño en el pecho

    11. Y golpeo el cristal que me lo muestra


    12. En aquel momento, alguien golpeo a la puerta y la abrió


    13. El viejo golpeo las tapas de sus calderos y contestó:


    14. Estas losas son tan grandes que si golpeo junto a los laterales no podré distinguir ninguna diferencia; debo batir en el centro


    15. Luego me golpeo el golpe y en ocasiones al llegar a la casa compruebo que el tobillo sangra


    16. Con los años, he aprendido a controlar mi paso, pero a veces me golpeo el tobillo y recuerdo mi vieja herida


    17. Un chirrido de frenos se impuso al violento golpeo de las porras


    18. Golpeo los talones contra el suelo un poco más y suelto un resoplido


    19. – David golpeo uno de los sacos de grano con irritación


    20. Golpeo con las llaves el mostrador para darle más énfasis

    21. ‘Quieren la guerra? Bien, la tendrán! Los golpeo a todos, los aplasto como ratas!’


    22. ‘Un policía te agarro por los cabellos, Step lo golpeo y escaparon en su moto?’


    23. –Sólo las golpeo cuando están muertas – se disculpó-


    24. –Los cristales sólo duplican los seres complejos, mamíferos, pájaros, plantas, si quieren, o si yo los golpeo hasta dejarlos medio muertos


    25. Se inclinó hacia adelante, golpeo el reloj para bajar el botón de la alarma


    26. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga


    27. «¿Por qué no golpeo? – pensaba-


    28. Max cerro el puño y golpeo en la palma de la otra mano


    1. Es bueno incluso el olor de la naftalina que qué cuando subió a una silla, mi ropa de verano sugiere que un gabinete Serbio celosamente; ropa que cuando nació, hace varios años, perdí mi energía para discoteca y golpeé a chicas para mi irreflexión


    2. Volví a las mesas de juego y golpeé el hombro al viejo


    3. noche y golpeé a las puertas de la nodriza, con elpretexto de


    4. Y con el puño cerrado golpeé sobre la mesa, lo que me dolió


    5. Al caer me golpeé la cara con unas piedras y me partí el labio


    6. Tengo la impresión de que le golpeé con los puños crispados, con mis músculos atrofiados, que pegué a aquel a quien tanto había querido y admirado, que lo aporreé con odio, con ardor y ferocidad


    7. Con todas mis fuerzas, con toda la energía y la cólera de las que era capaz, golpeé al rabí


    8. Golpeé ciegamente y noté que tras el impacto un cuerpo se apartaba de mi paso


    9. Golpeé los cierres sueltos con la empuñadura de mi daga


    10. Volvimos a subir las escaleras y golpeé la puerta

    11. Sí que golpeé al cónsul con un proyectil lanzado a mano


    12. Cegado por la furia del momento, golpeé a uno de los más insolentes, que era además el mayor, produciéndole una lesión relativamente grave


    13. –Me golpeé con un martillo


    14. Ausente, llevado por un ataque de ira, golpeé con mis nudillos los azulejos que revestían la pared frontal de la bañera


    15. Aunque golpeé la bola con mucha suavidad, fue mucho más fuerte de lo que el portero esperaba y voló alto hacia la esquina derecha de la portería


    16. Me puse en pie, y golpeé con los nudillos la ventana de la habitación de Yûichi


    17. Fue al borde del agua, de todos modos, donde perdí pie, caí y me golpeé la sien con una piedra


    18. Lo golpeé con la culata del fusil, en pleno rostro


    19. Golpeé en el suelo con las patas posteriores, furiosa


    20. Me arrojé a su lado, le golpeé las mejillas y lo llamé por su nombre

    21. Necesitado de oxígeno, golpeé las aletas buscando la superficie


    22. Yo le golpeé en la nariz


    23. Me puse en pie, golpeé la mesa con uno de los cuchillos para comer que el rey Ban ponía a disposición de sus invitados y quedáronse todos mirándome con recelo


    24. ignorando los peligros: en una ocasión intentaron atracarme, y golpeé al tipo que me amenazaba y me escapé


    25. Y después me bajé del coche, puse la alarma, el barrio no era de los que inspiran seguridad, y me encaminé hacia el bungalow, que era tal como me lo había descrito Robbie, una casa pequeña a la que le hacía falta una mano de pintura, un porche desvencijado, un montón de tablas a punto de derrumbarse, pero junto a las cuales había una piscina, una muy pequeña pero con el agua limpia, eso lo noté de inmediato pues la luz de la piscina estaba encendida, recuerdo que pensé por primera vez que Jack no me esperaba o se había dormido, en el interior de la casa no había ninguna luz, el suelo del porche crujió con mis pisadas, no había timbre, golpeé dos veces la puerta, la primera con los nudillos y después con la palma de la mano y entonces se encendió una luz, oí que alguien decía algo en el interior de la casa y luego la puerta se abrió y Jack apareció en el umbral, más alto que nunca, más flaco que nunca, y dijo ¿Joannie?, como si no me conociera o como si aún no estuviera despierto del todo, y yo dije sí, Jack, soy yo, me ha costado encontrarte pero al final te he encontrado y lo abracé


    26. Estornudé y golpeé


    27. Golpeé en la puerta de la sala de proyección y la puerta se abrió hacia dentro y vimos las luces tenues de dos proyectores, uno de ellos encendido y funcionando


    28. No me golpeé la cabeza con el dintel de todas las puertas, pero sentía que estaba a punto de hacerlo todo el tiempo


    29. Cuando entre varios guerreros me acosaron estrechamente, allí delante de la tallada puerta de Kaol, salté por encima de sus cabezas y, a semejanza de los horrendos hombres planta del Dor, golpeé en las cabezas de mis enemigos al pasar sobre ellas


    30. Mientras esperaba en un cruce, golpeé el volante con la mano

    31. Yo la golpeé y usted me quitó el bastón mágico


    32. Golpeé con la uña el anuncio de Louisville CC


    33. Golpeé la puerta con los nudillos, oí un gruñido procedente del interior y penetré en el cuarto


    34. Golpeé al jabalí con el garrote, pero no estaba en buena posición para dar golpes efectivos


    35. Golpeé el interruptor de seguridad con la rodilla


    36. Me lanzó contra la tubería y me golpeé la cabeza en el acero


    37. Cogí la alabarda, golpeé el rostro de un hombre con el extremo y hundí la punta en la garganta de otro


    38. Golpeé accidentalmente con el bastón el banco que tenía delante, y el ruido sobresaltó a los presentes


    39. ¿De dónde podía venir? Sacudí la cabeza y me golpeé las orejas con las manos ateridas, convencido de que se trataba de una alucinación


    40. Yo me retiré y golpeé el filo de su espada con mi títere, que, por meterse en líos, perdió un cascabel de su gorrito

    41. Yo recogí a Jones del lado de Regan y con él golpeé al mastuerzo en la cabeza y en los hombros, hasta que se separó de la hasta hacía poco duquesa de Albany, levantó el mantel y se escondió debajo de la mesa


    42. Le golpeé por la espalda con un taburete que había en el descansillo


    43. Golpeé suavemente en la jamba de la puerta


    44. Dejé el coche en el aparcamiento del motel y golpeé


    45. Le golpeé en el mentón, con toda la fuerza de mis ciento noventa libras de peso


    46. Corrí hacia la pared y me golpeé contra ella


    47. Golpeé el coral con el puño


    48. Me golpeé los incisivos con la punta de las uñas


    49. Cogí la guitarra por el clavijero y, sin pensármelo dos veces, golpeé el dorso de su caja contra los ladrillos de la chimenea


    50. –Yo sólo golpeé a Kroon en la mandíbula porque estaba sermoneando – dijo el ingeniero



























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    golpear in English

    knock smash down beat thump rap pound bang hit strike smack whack <i>[informal]</i>

    Sinónimos para "golpear"

    cachetear pisotear abofetear tundir zurrar calentar percutir dar chocar encontrarse batir topar