1.
mesa cubierta depasteles, al mismo tiempo que la besaba en el hocico
2.
perdigón de plomoy sirviendo de pasto a las hormigas; musgañoscon el hocico
3.
como el de un mico, el hocico apuntado comola hiena, los ojos
4.
hocico entre las patas, yentrádose habían los hermanos de la
5.
lo cogió por un cuerno, y, por último, empezó áacariciarle el hocico
6.
hocico hinchado y húmedo, los cuernosbajos, las fauces
7.
cortina de matorrales, asomando loscuernos y el hocico
8.
de la rabia y el pavor que esparcía por los pueblos ycampiñas aquel hocico agazapado
9.
tiesaslas orejas y frotaba a su compañero con el hocico
10.
y robles, en los matorrales que seabrían ante el hocico de los venados, escapando
11.
lobos, alrededor de él, con el hocico levantado, se sentarontambién en la nieve
12.
carne que llevaba en el hocico, y, creyendo que eran dos, lo
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toda la sección de proa, el hocico férreoque iba arando con
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alencuentro del marqués, mojando con su hocico bondadoso las botas deljinete, y eso
15.
zarpas en las entrañas dela víctima y el hocico en su sangre humeante
16.
exhortaciones de Bailón, y dando á éste con la puerta en el hocico dantesco
17.
El individuo que patrullaba los cielos con la fiera encarnada embistió, en un abrupto giro, al gigante argénteo, y su espadón practicó un tajo transversal en el hocico del contrario
18.
Selwyn Onions, que interpretaba al calderero Hocico, que a su vez hacía de Muro, permaneció de pie en el fondo del jardín, con los dedos de las manos totalmente separados
19.
La única vez que le vi perder la paciencia fue cuando uno de los loros más simplones, que se había excitado mucho a la vista del plato de comida, bajó volando, graznando alegremente, y aterrizó en el hocico de Juanita
20.
–La niebla amarilla que se restriega el lomo en los cristales de las ventanas, el humo amarillo que se restriega el hocico en los cristales de las ventanas, metió la lengua lamiendo los rincones del atardecer, se demoró en los charcos quietos sobre los sumideros, dejó que le cayera en el lomo el hollín que cae de las chimeneas, se enroscó una vez en torno a la casa y se quedó dormido
21.
Los danzantes tenían las caras ocultas por paños negros, como los penitentes de cofradías cristianas; avanzaban lentamente, a saltos cortos, detrás de una suerte de jefe y bastonero que hubiera podido oficiar de Belcebú de Misterio de la Pasión, de Tarasca y de Rey de los Locos, por su máscara de demonio con tres cuernos y hocico de marrano
22.
Con su carga de toros bramantes, gallinas enjauladas, cochinos sueltos en cubierta, que corrían bajo la hamaca del capuchino, enredándose en su rosario de semillas; con el canto de las cocineras negras, la risa del griego de los diamantes, la prostituta de camisón de luto que se bañaba en la proa, el alboroto de los punteadores que hacían bailar a los marineros, este barco nuestro me hacía pensar en la Nave de los Locos del Bosco: nave de locos que se desprendía, ahora, de una ribera que no podía situar en parte alguna, pues aunque las raíces de lo visto se hincaran en estilos, razones, mitos, que me eran fácilmente identificables, el resultado de todo ello, el árbol crecido en este suelo, me resultaba desconcertante y nuevo como los árboles enormes que comenzaban a cerrar las orillas, y que, reunidos por grupos en las entradas de los caños, se pintaban sobre el poniente -con redondez de lomo en las frondas y algo de hocico perruno en las copas- como concilios de gigantescos cinocéfalos
23.
Unas detonaciones del otro lado del barranco, el castañeteo seco de una bandada de perdices de color tierra que el perro había levantado, la doble detonación, repetida casi en seguida, la carrera del perro, que volvía con los ojos desorbitados, el hocico lleno de sangre y un puñado de plumas que Ernest y Daniel le quitaban y que, instantes después, Jacques recibía con una mezcla de excitación y de horror, la búsqueda de otras víctimas, cuando las habían visto caer, los gañidos de Ernest, que se confundían a veces con los de Brillant, y de nuevo la marcha, Jacques ahora encorvado bajo el sol a pesar del sombrerito de paja, mientras alrededor la meseta empezaba a vibrar sordamente como un yunque bajo el martillo del sol, y a veces una nueva detonación o dos, nunca más, pues uno solo de los cazadores había visto escapar la liebre o el conejo condenado de antemano si lo apuntaba Ernest, siempre diestro como un mono y corriendo ahora casi tan rápido como su perro, gritando como él para recoger por las patas de atrás el animal muerto y mostrarlo de lejos a Daniel y Jacques, que llegaban jubilosos y sin aliento
24.
El elfo convertido en lobo apoyó el hocico en su hombro en un gesto que parecía una caricia
25.
– Y las mandíbulas se cerraron secamente, en tanto que los músculos se hinchaban a lo largo de todo el hocico
26.
Pero el hocico se alzó nuevamente de la copa en un gesto lleno de gracia
27.
Una masa enorme, que tenía en el hocico un largo cuerno plantado verticalmente, se había abierto paso entre la vegetación, resoplando fuertemente
28.
Entre las hierbas acuáticas había aparecido un animal enorme, algo semejante a una foca, pero de hocico alargado, no redondo
29.
El tiburón, con el vientre desgarrado y el hocico destrozado, sacó medio cuerpo fuera del agua y después de sumergirse rápidamente, desapareciendo en los abismos de la gran caverna, tras una línea sangrienta
30.
Era uno de los más hermosos tipos de especie, con la pelambre corta y brillantísima, que sólo se obscurecía a los lados del hocico
31.
La aparición de un cochino dorado y crujiente, reposando en un lecho de papas con una zanahoria en el hocico y ramas de perejil en las orejas, trajo a la memoria de Irene el cerdo faenado en casa de los Ranquileo y una oleada de náusea subió por su garganta
32.
Iba a pedir consejo al filibustero, cuando vio al mamífero acercarse a la orilla y hurgar con el hocico entre las hierbas acuáticas
33.
Quienes podían pagarlos, compraban sus bestias y los dejaban por una temporada en la escuela de Rupert, de donde regresaban caminando a dos patas, saludando con la mano, acarreando en el hocico el periódico y las pantuflas del amo y fingiéndose muertos cuando recibían la orden en lengua extranjera
34.
Nasuada vio que los fuertes dientes encajaban entre sí como las fauces de un cepo, y que sobresalían más de lo normal, lo cual confería a su boca una forma como de hocico
35.
Ella resopló, y emitió un humo caliente por el hocico
36.
Saphira perdió unos segundos tanteando la lanza, intentando cogerla con la punta del hocico
37.
El perro entró a su cuarto moviendo la cola, apoyó su cabezota de bestia mansa en las rodillas del desdichado, husmeó con el hocico en el bolsillo hasta que éste sacó la mano, que tanto le avergonzaba, y Mack comenzó a lamérsela
38.
El hocico blanco asomó en la superficie a cinco metros del muchacho
39.
En aquel instante, el Megalodon hundía su hocico en el casco del Kiku
40.
La mandíbula superior de la hembra, sus dientes, encías y tejido conectivo, emergieron de debajo del hocico y se proyectaron hacia delante, separándose del cráneo
41.
Esta historia había asustado a Laura, la idea de que un animal le hundiera el hocico entre las piernas
42.
Pero, al mismo tiempo, la historia le descubrió que entre las piernas de las mujeres había espacio para el gran hocico de un animal
43.
Cuando Jeffrey salía en bicicleta Fey se echaba ante la puerta, con unos ojos tristes y húmedos clavados en el camino, y el hocico entre las patas
44.
¡Con qué gusto alargan los bueyes su hocico adivinando la proximidad del establo! Oye los cantos de esos gañanes y de esos chicos, que vuelven hambrientos a la cabaña
45.
Mosén Antón miró al jefe de la partida con expresión de lástima, y luego arqueando las cejas más negras que ala de cuervo, alargando el hocico y cerrando el puño se expresó de esta manera:
46.
- Señá Damiana, por curiosear y meter el hocico en las conversaciones de los hombres, yo condenaría a vuecencia a recibir cincuenta palos
47.
En los intervalos de su diálogo oíase el ruido de los dientes del caballo de mosén Antón, los cuales, a espaldas de este, molían pausadamente la cebada, metido el hocico negro y huesoso dentro de un saco
48.
El perro dio un paso adelante, moviendo la cola, con el hocico levantado
49.
Suave, cuidadosamente, Ebenezer empujó con el hocico, y la puerta se abrió un poco más
50.
El lobo se pasó la lengua por el hocico
51.
El hocico recogido dejaba ver las encías
52.
Homer hundió el hocico entre las patas y emitió un gruñido sordo
53.
Mientras estaba absorto en estas ideas, que le ennegrecían el mundo delante del hocico, vió posarse en la copa de un árbol a un cuervo que parecía muy cansado
54.
La que parecía la jefa medía por lo menos dos pies del hocico a la punta de la cola, tenía la piel negra, brillante y lustrosa y unos ojos centelleantes como si fueran dos chispas de luego
55.
La que parecía la cabecilla, la más gorda, se arrastró hasta el cieno, husmeándolo todo con su hocico
56.
¡Tiene los ojos rojos, tiene los labios carnosos y dulces, tiene el hocico fresco y encantador!
57.
Me acordé de su madre con la máquina de pedal arrimada a la ventana, me acordé del murmullo de los tilos, me acordé de la sopa que la vieja comía mientras seguía remendando, de los hilos que se le enmarañaban en el pelo, y el hijo, acercándose a mí, Hola niña, y yo ¿Por qué motivo no me dibujaste el mar?, mi hermano Fernando dormía en la habitación, desde que cortaron las trepadoras sobraba luz en el jardín, un silencio diferente moraba en los arbustos, la ausencia de la palmera ensanchaba el horizonte, viviendas de tejados de pizarra, casas de la Rua Emilia das Neves y de la Estrada de Benfica hasta los castillitos de Portas y el barrio de negros en Damaia, lo que quedaba del Colegio Lusitano transformado en taller de tonelero y refugio de mendigos, con perchas sepultadas en la hierba, el cañaveral del riachuelo, atascado de basura, junto a las vías del tren donde ningún tren pasaba y donde el cadáver del mozo de cordel se pudrió semanas y semanas, Hola niña, y yo No me has dibujado el mar porque el mar no existe, qué mentira el mar, has escondido las olas con los dedos y has hecho galerías y girasoles y mariposas, un mirlo se posó en lo alto de la jaula en la que la zorra se extendiera con el hocico pegado al cazo, La pequeña se ve enseguida que no es mi hija, no insistas, gritó mi padre en el despacho, yo debería acabar con ella y contigo, y sollozos, y bofetadas, y más gritos, y mi hermano Jorge Padre tiene esas cosas, ya le conoces las manías, y él Claro que el mar no es mentira, niña, soy yo que no sabía explicarlo, si tuviese un lapicero te lo mostraría, nuestra madre me trajo la comida con un chichón en la frente y la mejilla herida, dejó la bandeja encima de la cama, bajó las escaleras sin hacerme una caricia, sin besarme, y yo ¿Nuestra madre no es mi madre, Jorge?, el cadáver del mozo de cordel se había dilatado hasta el punto de reventar la camisa, fueron los alumnos de la escuela quienes dieron con él descomponiéndose, y mi padre La pequeña no sale de aquí, exijo que no salga de aquí, exijo que nadie la vea, que nadie piense, que nadie hable, el mirlo alzó el vuelo desde la jaula y yo Si nuestra madre no es mi madre no tengo madre ni padre, puse un aria de ópera en el gramófono y él agarró un lápiz y empezó a garabatear una playa en la pared, dunas, peñascos, toldos de bañistas, paquebotes, y yo, en cuanto comenzó a cantar el tenor después de los violines, El mar es verde, tienes que pintarlo de verde, y mi hermano Jorge Aunque no fueses de ellos serías mi hermana, hermanita,
58.
Mi inmediato jefe, que es uno de los mayores gaznápiros que comen el pienso de la Administración, no aprueba mis prolijos estados sin fruncimiento de cejas, prolongaciones de hocico y reparos necios por si eché un rasgo para abajo en vez de echarlo para arriba, o por si mis cincos parecen ochos, deformación que, de no sufrir ejemplar correctivo, traería la catástrofe de todo el mundo aritmético
59.
Por fin salió a la luz de la luna y vi lo que era: un perro gigantesco, tan grande como un ternero, de piel leonada, carrillos colgantes, hocico negro y huesos grandes y salientes
60.
¡Quién nos había de decir que aquella simpática jamona, todavía fresca, más graciosa de palabra que de hocico, divierte sus ocios de exclaustrada en cacerías y robos de [149] hombres guapos! ¡Qué cosas se ven, y cuán caprichosas, en su inmenso reino, son la flora y la fauna del vivir humano! ¡Qué infinita variedad de formas, qué extravagancia en algunas, qué sencillez elemental en otras!
61.
De hocico al pueblo, todavía rezongaban con mugido displicente
62.
Alargando más el hocico, vio el cuerpo hasta la cintura
63.
La cabeza del tiburón estaba fuera del agua y su lomo venía asomado y el viejo podía oír el ruido que hacía al desgarrar la piel y la carne del gran pez cuando clavó el arpón en la cabeza del tiburón en el punto donde la línea del entrecejo se cruzaba con la que corría rectamente hacia atrás partiendo del hocico
64.
Había visto ahora la segunda aleta que venía detrás de la primera y los había identificado como los tiburones de hocico en forma de pala por la parda aleta triangular y los amplios movimientos de cola
65.
Una vez acostumbradas a la voz metálica del cura, las jaurías arrebujaban el hocico entre las patas y se dormían con los cantos sagrados
66.
El erizo se levantó, frunció el hocico y, con súbita atención, escarbó y sacó una lombriz
67.
Ayla observó el animal en apariencia desmañado, con el hocico alargado y la cornamenta plana, todavía aterciopelada, que se internaba en el pantano
68.
El lobo cayó, volvió a incorporarse y, tratando de encontrar un lugar vulnerable, se aferró al hocico blando y espeso con los dientes afilados de sus fuertes mandíbulas
69.
Lobo se debatió para librarse del abrazo de Ayla, y en cuanto lo consiguió, empujó con el hocico la solapa de la tienda y salió
70.
–Lobo, éste es Laduni de los Losadunai -dijo Ayla, tomando la mano del hombre y acercándola al hocico del lobo-
71.
Al principio la madre de Willy se mostró de lo más hostil hacia él, y su primer año en Brooklyn estuvo marcado por las malhumoradas broncas de la vieja amargada y el escozor de los cachetes que le propinaba en el hocico: una acumulación de mala sangre por ambas partes
72.
Entonces frunció los labios y besó a la llama en el hocico
73.
con el hocico, con el pie, mordidos
74.
Malchucho en ese instante alzó el hocico,
75.
Tenían el pelaje de un negro profundo y las orejas y el hocico no guardaban demasiado equilibrio entre sí
76.
La escena del pequeño animal con el hocico contra la cara de Ce'Nedra le disgustaba, aunque no lograba comprender bien por qué
77.
Podías meter el hocico, los ojos, la cabeza y las patas en aquel charco de porquería y pasar un buen rato chapoteando
78.
El animal parece más interesado en recoger los restos del aroma a comida que en recibir caricias, pues rehúye escurridizo la palma que intenta posarse sobre su cabeza, para después buscarla con la humedad de su hocico, devolviendo en cosquillas lo que ha rechazado en caricias
79.
Corrí hacia él, le saqué las llaves del bolsillo del pantalón con el hocico y las arrastré con todas mis fuerzas hacia la jaula
80.
Su pelo estaba coloreado con matices tan maravillosamente dispuestos que no se sabía definir su color; su hocico parecía más blanco que la nieve, su lomo más verde que la hoja del trébol; uno de sus flancos era rojo como la escarlata; el otro, amarillo como el azafrán; su vientre, azul como lapislázuli; su dorso, rosado; pero cuando se le miraba mucho tiempo, todos estos colores danzaban ante los ojos y se transformaban alternativamente en blancos y verdes, amarillos, azules, purpúreos, oscuros, o claros
81.
El animal miró a Caxton con sus diminutos ojos centelleantes, frunció el hocico y salió disparado
82.
Arañó el suelo con las zarpas y luego alzó el hocico al viento para aullar de puro placer
83.
Acarició con afecto el aterciopelado hocico del animal
84.
A continuación, Tigris apareció en el claro, lo cruzó a la carrera hasta Veleda y se tendió ante ella con el hocico entre las patas
85.
La presencia de su madre parecía flotar sobre la habitación, murmurando con voz cantarina: «Buenas noches, duerme bien, que no te piquen los bichos, y si te muerden, pégales en el hocico…»
86.
Partió de nuevo el melón y le tiró un pedazo al animal, que le clavó los dientes, metiendo el hocico
87.
Antes que yo pudiese decir algo, el perro tocó con el hocico un interruptor en la pared
88.
Sus leves pisadas se definían nítidamente en la nieve intacta y el niño las siguió, la perra en sus talones, el hocico levantado, sin intentar siquiera rastrear
89.
El animal se movía torpemente, haciendo frecuentes altos, y, tras una última vacilación, se dirigió a una de las calicatas abiertas por el niño y comenzó a acumular tierra sobre el agujero arrastrándola con el hocico
90.
—¿Sólo eso te pide el cuerpo? ¿Romperte el hocico conmigo? Si no tuvieras, como tienes, el amparo del Gobierno ibas a saber lo que vale un peine
91.
Lo sé bien y ahora en su culminación mi vida apenas si tiene un momento por completo tranquilo; allí, en ese sitio, en el oscuro musgo, soy mortal y en mis sueños husmea interminablemente un hocico voraz
92.
¡Qué el pueblo se hacine arriba si quiere; que esté pronto el hocico que ha de perforar el musgo! Muda y vacía me saluda ahora también la obra y refuerza lo que digo, pero me asalta cierta flojedad y en uno de mis lugares predilectos me enrollo un poco falta mucho para que lo haya visto todo, quiero seguir la inspección hasta el final, no quiero dormir aquí
93.
No, no hablo con mi vecino de estas cosas, pero a menudo debo pensar en ellas cuando estoy sentado frente a él, típico perro viejo, o cuando hundo el hocico en su pelaje y percibo el hedor característico que tienen las pieles desolladas
94.
Ellos ya han metido el hocico en la sopa antes de que tú hayas puesto el plato en la mesa
95.
Todavía corre por Madrid la leyenda -hasta ahora jamás desmentida y nunca formulada sino en susurros, o de la que se habla sólo de cuando en cuando y en la que nadie confiesa creer hasta que se vuelve a comentar otro caso- de que las parejas que al anochecer acuden al Retiro en sus coches para hacer el amor suelen sufrir una visión de pánico: en el momento mismo en que están a punto de llegar a la plenitud, de pronto se asoma por la ventanilla del coche la cabezota de un gran perro gris con relucientes ojos gris-oro, la lengua babosa que le cuelga acezante del hocico que ladra y ladra, las patas delanteras en la ventanilla, hasta que los amantes aterrados logran desenredarse y ponen en marcha el vehículo huyendo a toda velocidad de ese espanto que no entraba en sus dulces cálculos: la muchacha anegada en lágrimas o presa de un ataque histérico, el hombre pisando a fondo el acelerador y atento a los ladridos del perro que los persigue pero que, con la rapidez del coche, van quedando perdidos en la bulliciosa lontananza ciudadana
96.
Stella emitía un sonido a medio camino entre el gemido y el gruñido para mostrar su bienvenida, o su protesta, o su miedo ante su poderosa reaparición, ante el entrometido hocico, tan cercano a sus siete cachorros indefensos
97.
Bill, no: entonces lo veíamos, sentado sobre las patas traseras delante del gallinero, con el hocico apoyado entre la alambrada y los ojos cerrados para concentrarse en el anhelo del cálido y delicioso rezumar de los huevos frescos
98.
Las mañanas en que salíamos de caza y nos llevábamos a los perros, sabíamos que antes de recorrer siquiera un kilómetro Jock o Bill saldrían disparados ladrando hacia un matorral; el otro levantaría el hocico y saldría detrás
99.
Sobre la cumbre, dominando el profundo valle, un parapeto protegía el principal puesto de observaciones… El largo hocico de acero del cañón Hotchkiss avanzaba siniestramente en el vacío, saliendo por entre las rocas y los arbustos, acechando en las tinieblas, rumbo a la muerte…