skyscraper

skyscraper


    Elige lengua
    flag-widget
    flag-widget
    flag-widget
    flag-widget
    flag-widget
    flag-widget
    flag-widget
    Ir a sinónimos

    Usar "tejer" en una oración

    tejer oraciones de ejemplo

    teje


    tejen


    tejer


    tejes


    tejido


    tejiendo


    tejo


    tejía


    tejían


    1. La suerte suya era que aquello se pasaba, como pasaría unajaqueca; pero la alucinación recobraba su imperio durante el sueño, yallí eran los disparates y el teje maneje de unas aventuras generalmentemuy tiernas, muy por lo fino, con abnegaciones, sacrificios, heroísmos yotros fenómenos sublimes del alma


    2. Primero se hablaba de política, después de que la guerra seacabaría a fuerza de dinero, y como la política y las guerras vienen aser las fibras con que se teje la Historia, hablose de la Revoluciónfrancesa, época funesta en que, según el cobrador municipal, habían sidoguillotinadas muchas almas


    3. —¡Las obras del puerto que tanto gravan el comercio y elpuerto que no se termina! suspiró don Timoteo Pelaez, una telade Guadalupe, como dice mi hijo, se teje y se desteje


    4. Después de haberlos seducido los engaña con la historia de la tela que teje de día y desteje de noche y mientras tanto se crea la coartada de una mujer fiel que no traiciona a su marido


    5. convirtiéndola en mortero, preparael cáñamo y teje telas


    6. En Chile este tipo de historia familiar no se ventila; aunque todos sepan la verdad, se teje una conspiración de silencio para mantener las apariencias


    7. Un rasgo característico de muchos de los descubrimientos técnicos de Kronecker es la perfección con que teje los tres hilos de sus disciplinas favoritas, la teoría de números, la teoría de ecuaciones y las funciones elípticas, para formar una bella trama en la que se revelan simetrías imprevistas y muchos detalles que pasaron inadvertidos para otros


    8. La suerte suya era que aquello se pasaba, como pasaría una jaqueca; pero la alucinación recobraba su imperio durante el sueño, y allí eran los disparates y el teje maneje de unas aventuras generalmente muy tiernas, muy por lo fino, con abnegaciones, sacrificios, heroísmos y otros fenómenos sublimes del alma


    9. No cuando el Poder teje sus hilos en torno a las vidas y las almas de los hombres


    10. Me gusta esa idea: una mujer teje pacientemente un cuadro viril, lleno de motivos guerreros; pero, en alguna parte, en el borde o en una franja, desliza un símbolo maternal

    11. Con los vaivenes inesperados que traza su pluma inimitable, Sydney Sheldon teje la historia del choque entre dos personas igualmente decididas y nos introduce en dos mundos de poder e influencia equivalentes: la política, con sus escándalos y corruptelas; y la prensa, capaz de destruir vidas y reputaciones, cuando no de derribar gobiernos


    12. A poco de comenzada esta minuciosa inspección de la parte exterior del templo, y habiendo cruzado por debajo de un pasadizo cubierto, que a manera de puerta unía la iglesia a un antiguo edificio contiguo a ella, me encontré en una pequeña plaza de forma irregular, cuyo perímetro dibujaban por un lado la antiquísima portada de un palacio en ruinas, y por otro las altas y descarnadas tapias del jardín de un convento; ocupando el resto y cerrando el mal trazado semicírculo de aquella plazoleta sin salida, parte de la vetusta muralla romana de la población y el ábside del templo que acababa de admirar, ábside maravilloso de color y de formas, y en el cual, satisfecho sin duda el maestro que lo trazó, al verle tan gallardo y rico de líneas y accidentes, empleó para ejecutarle los más hábiles artífices de aquella época, en que era vulgar labrar la piedra con la exquisita ligereza con que se teje un encaje


    13. Del salón pasamos a un pasillo, de ahí a un distribuidor y de nuevo a un salón donde teje otra anciana sentada ante el fuego


    14. Pero es más cierto aún que los teje sin cesar entre los seres, entre los acontecimientos, que entrecruza sus hilos, que los dobla para reforzar la trama, de suerte que entre el menor punto de nuestro pasado y todos los demás hay una espesa red de recuerdos que sólo nos deja la elección de las comunicaciones


    15. Entramado de una Era: La Rueda del Tiempo teje los hilos de las vidas humanas formando el Entramado de una Era, con frecuencia denominado simplemente el Entramado, el cual compone la sustancia de la realidad de dicha Era


    16. ta'veren: Una persona en torno a la cual la Rueda del Tiempo teje los hilos vitales de quienes se hallan a su alrededor, quizá de la totalidad de los hilos de las vidas, para formar una Trama del Destino


    17. ta'veren: Una persona en torno a la que la Rueda del Tiempo teje los hilos vitales de quienes se hallan a su alrededor, quizá la totalidad de los hilos de las vidas, para formar una Trama del Destino


    18. Ta'veren: Una persona en torno a la que la Rueda del Tiempo teje los hilos vitales de quienes se hallan a su alrededor, quizá la totalidad de los hilos de las vidas, para formar una Trama del Destino


    19. ta'veren: Una persona en torno a la que la Rueda del Tiempo teje los hilos vitales de quienes se hallan a su alrededor, quizá de la totalidad de los hilos de las vidas, para formar una Trama del Destino


    20. ta'veren: Una persona en torno a la cual la Rueda del Tiempo teje los hilos vitales de quienes se hallan a su alrededor, quizá de la totalidad de los hilos de las vidas

    21. La Rueda le teje un camino


    22. Los padres de la reina Teje


    23. La araña teje su red en la soledad


    24. La mayor parte del paño se teje en las aldeas, ¿no es así?


    25. También se descubrió la extraordinaria sepultura que los especialistas empezaron por atribuir a la reina Teje, hija de la pareja que hemos mencionado


    26. Todo esto sería muy bueno si usted tuviera fuerzas para soportar ese teje maneje del pensamiento


    1. los quesos y tejen las groseras telas de quese visten; todas las ocupaciones


    2. —Se emplea en la fabricación de papel, y con sus filamentos se tejen cuerdas muy resistentes


    3. ¿En qué condición ha de estar la fibra cuando se tejen los sombreros?


    4. variedad y belleza de losdiseños que se tejen han llamado mucho la atención, en tanto que


    5. leguas y leguas bajo la fresca bóvedaque tejen el arbolado y


    6. Ya esas arañas que tejen entre las vigas del techo no serán para mí de mal agüero


    7. y yo le apreté la manga con fuerza creyendo que tal vez podríamos partir todavía y no podíamos, con qué dificultad se curvan las espaldas, con qué dificultad los brazos, con qué dificultad las piernas se mueven, en el sitio de la Estrada Militar no hay soldados marchando con un oficial y un tambor al frente, sino chabolas de negros y gitanos, de gitanos y de negros, sin una luz salvo la de los dientes y la de la baba de los perros tan enclenques como ellos, barracas con trozos de cartón, con tablas, con duelas de barricas, con maderas de andamios, mujeres descalzas calentando cazos en las piedras, niños con rostros como charcos, cieguitos, aun en septiembre un lodazal de lluvia, pobres de vosotras que habréis de entrar a la iglesia (y yo encerrada en el ataúd) y al empujar la antepuerta las llamas de los cirios se inclinarán trémulas hacia vuestro luto que dura lo que una misa y un entierro y habréis de mediros, indecisas, ¿A cuál de nosotras le tocará, Manuela?, ¿A cuál de nosotras le tocará, Luisa?, el cementerio lleno de maridos que no esperaron, que no esperan, ¿Oyes la tormenta?, no es que yo tenga miedo, tú sabes que no tengo miedo, de qué sirve tener miedo, pero habla conmigo, pero quédate ahí un rato, pero no cuelgues todavía, en Ericeira encendía la salamandra al atardecer, el viento en los pinos me aterraba, por la ventana de la sala la colina bajaba hacia las dunas y la arena brillaba, las olas me rompían los huesos en la muralla, mis sobrinos seguían en bicicleta hacia el agua que la bandera roja prohibía, había un café desierto, con grandes letras pálidas, en la cima del farallón, nadie frecuentaba aún la playa de Sao Lourenço, sólo habitada por raras gaviotas, ningún veraneante, ninguna sombrilla, ningún bañista, adolescentes lejos de sus padres saltando por las rocas, y ellas proyectando partidas de canasta, proyectando excursiones a Sicilia, a Yugoslavia, a Leningrado, a Egipto, ¿No te parece, Maria Antonia?, y yo que sí con la cabeza, imaginando un autobús de visitas que tejen por Europa, Sicilia claro, Yugoslavia claro, Leningrado claro, tiene un museo estupendo, Egipto, las pirámides, la Esfinge, y por qué no una excursión a Benfica, y por qué no una excursión a lo que fuimos, bodas, procesiones, bailes de carnaval, partidos de hockey, el lobo de Alsacia de mi padre, encerrado y soltando aullidos, en una jaula, y después de salir las visitas, con sus Sicilias y sus museos, mi sobrino, de espaldas a mí, observando el mercado nuevo, Si la tía no quiere ponerse en tratamiento de quimioterapia no se pondrá, no se preocupe, y yo a él ¿Cuánto tiempo, hijo mío?, y él, cambiando los cacharros de posición, No lo sé, y entonces lo vi sentado en la Quinta do Jacinto, bajo un nogal seco, él, que vivió en Londres, que trabajó en Londres, que tenía ocho canales de televisión y una criada española, ni de la existencia de la Quinta do Jacinto sabía, viviendas con dalias mustias en el otero de Alcántara, el borracho que irrumpía en la sala de costura asegurando Yo vuelo, la modista que lo amenazaba con la plancha y después, ya más calmada, La niña disculpe pero es por culpa de estas cosas y otras más que tengo el corazón hecho una pena, y mi sobrino, con la cartera en las rodillas, en espera de la noche para entrar en casa como yo espero el día para entrar en la muerte porque, no sabiendo gran cosa, sé que moriré de día, durante las primeras horas del día, con un vecino médico, llamado con tal urgencia que ni tiempo tuvo de peinarse, que me auscultó el corazón parado pensando que lo oía cuando lo que realmente oía era el cangilón del ascensor, y conmigo morirán los personajes de este libro al que llamarán novela, que en mi cabeza, poblada de un pavor del que no hablo, tengo escrito y que, según el orden natural de las cosas, alguien, un año cualquiera, repetirá por mí del mismo modo que Benfica se ha de repetir en estas calles y fincas sin destino, y yo, sin arrugas ni canas, cogeré la manguera y regaré, por la tarde, mi jardín, y la palmera de Correios crecerá de nuevo antes que la casa de mis padres y que el molino de zinc pidiendo viento, y mi hermana, viuda también y sin el pecho izquierdo, amputada del pecho por un cáncer, un cáncer como el mío, un cáncer, un cáncer, No es que yo tenga miedo a las tormentas, hay pararrayos por todas partes y además de qué sirve tener miedo, pero no cuelgues todavía,


    8. Las palomas que desde su terraza tejen, o ayudan a ello, una red de rectas y curvas sobre el mapa de la ciudad, se contraponen a todos aquellos faisanes y pavos reales que despliegan la cola, recreados en la vileza de su mundo corrupto, caduco, condenado por el curso inexorable de la Naturaleza y la Historia


    9. Con el mismo propósito y motivo, con la misma satisfacción con que otros tejen complejos sistemas filosóficos para destruir generaciones o establecer dictaduras que destruyan un país, ella, sin más armas que su feminidad, se había propuesto destruir a un hombre


    10. Verde era su traje, que por lo fino debía de ser obra de unas arañas muy pulidas que en los profundos senos de la tierra tejen con hebras de fuego

    11. Temblaban ladrones y usureros, todas esas arañas que tejen la riqueza del mundo y la injusticia


    12. Con la caída de la tarde lanza la codorniz el repicar de su nombre escueto; con la noche, los chotacabras tejen una densa pantalla de trinos y piares


    13. Le resulta, por ejemplo, «extraordinario que los restos de fósiles muestren la existencia de herramientas de piedra altamente estandarizadas, obedientes a un patrón, a un conocimiento, y que dichos patrones no puedan justificarse por ningún tipo de mecanismo genético, en la misma forma que sí, por el contrario, se puede explicar el modo en que una araña construye su tela y que, de hecho, se pueda llegar a clasificar a las arañas según el tipo de tela que tejen


    14. (En fatigados arabescos, tejen una figura en el suelo, tejiendo, destejiendo, haciendo reverencias, retorciendo, hasta que les hierve la cabeza


    15. Cuentan que durmió para no enloquecer en el tedio de su encierro, pero que las visiones de su mente enferma escapan de la piedra, emponzoñan los sueños de los mortales y tejen sus pesadillas


    16. Las mujeres tejen el material para las tiendas con las pieles de las cabras negras y de las ovejas


    1. que me pusiese a tejer en el palacio una gran tela sutil e interminable,… …pasábame el día labrando la gran tela,


    2. trigo, tejer telas y producir un sinnúmero detransformaciones en la primera materia


    3. cabellera esponjada y enorme que hacía pensar en los coposdestinados a tejer todo un


    4. que en tejer esteras para el adorno del Tabernáculo


    5. entendian en más de tejer y pintar ropa de lana paraservicio del


    6. La pastora se ocupaba, andando, en tejer una corona de


    7. Sin embargo, a finales de los años treinta comenzaron a tejer un dibujo totalmente distinto: en las alfombras apareció un tren, un tren que echaba humo y que, cual serpiente reptante, subía la ladera del monte


    8. Gerard escuchó el entrechocar de las agujas de tejer de la señora


    9. Dormitaba con los ojos cerrados, y en el regazo tenía unas agujas de tejer y un ovillo de lana


    10. Gertrude le sonrió mirándolo por encima de sus veloces agujas de tejer

    11. Dedicaban las horas a buscar leña y alimento, tejer chinchorros y cestos, tallar flechas para vender a los turistas a la orilla del camino


    12. Cuando supo que Gonzalo Pizarro había hecho cortar los puentes para evitar que cruzaran los ríos y precipicios, mandó a los yanaconas a tejer cuerdas con las fibras vegetales de la región, tarea que realizaban con prodigiosa rapidez


    13. El día se le iba en bordar mantillas, tejer zapatitos de lana, decorar canastillos, ordenar las pilas de camisas, de baberos, de pañales, repasar las sábanas bordadas


    14. Ella misma fabricaba unos seres informes con sobras de la lana que empleaba para tejer a los pobres


    15. Sus alumnos eran niñas de buena familia que no tenían nada que hacer y habían adoptado la moda de la artesanía, que era más elegante que tejer para los pobres, como hacían las abuelas


    16. La seguía en todas sus peregrinaciones a los hospitales y casas de beneficencia donde trataba de seguir la pista de su recua de necesitados y hasta aprendió a tejer con lana de cuatro hebras y palillos gruesos los chalecos que su tío Jaime regalaba después de ponérselos una vez, nada más que para ver la sonrisa sin dientes de su abuela cuando ella se ponía bizca persiguiendo los puntos


    17. La empleada se sentaba a tejer a corta distancia, siempre aten-ta a sus necesidades, silenciosa y hosca como un enemigo, la única que él toleraba a su lado porque no lo trataba con lástima


    18. Y su número aumentó cuando empezó a tejer en el patio, al aire libre


    19. -Vino a España enviado por los de Londres [290] para tejer una de tantas conspiraciones


    20. Fuentidueña, a más de la granjería agrícola y ganadera, tenía la industria de preparar y tejer el esparto

    21. Si el azar no los hubiera juntado, ¿serían dichosos?… Se sacó a licitación pública en las tinieblas la demolición del inútil encanto del Paraíso y empezó el acecho de las sombras, vacuna de culpa húmeda, a enraizar en la voz vaga de las dudas y el calendario a tejer telarañas en las esquinas del tiempo


    22. En cuanto pude utilizar mis manos, me enseñó a tejer, lo que ha sido un gran entretenimiento


    23. Recordemos que el campamento noruego de L'Anse aux Meadows, en Terranova, que fue abandonado tras una evacuación planificada similar, contenía pocas cosas de valor a excepción de 99 clavos partidos, un clavo entero y una aguja de tejer


    24. Son hábiles, tienen dedos expertos: ¡qué quiere mi sencillez en medio de su complicación! De hilar y de anudar y de tejer entienden sus dedos: ¡así hacen los calcetines del espíritu!


    25. Sabía hablar con los árboles, tejer palabras y hacer que los castillos aparecieran y desaparecieran


    26. Las dos se ponían cada tarde un poco más allá de donde yo leía en el jardín y se dedicaban a tejer o bordar, mientras hablaban divertidas de sus cosas


    27. Así que cuando terminé de hurgar en los lugares lógicos entendí que un papel tan importante debía estar bien escondido y me dediqué a los imposibles: golpee todas las paredes buscando el eco de algún hueco, levanté tablas del suelo, desarmé las patas de sillas y de mesas, pinché con una aguja de tejer almohadas y almohadones: para nada


    28. Dos días más tarde Mari y Joantto emprendieron el camino de regreso a Sara con el burro de Gartzia cargado con dos sacos de hilo para tejer


    29. Se soñó con la seda que producen las arañas, ya que ésta, en cualquier caso, es cuatro veces más resistente que el propio acero, pero tampoco eso le habría conferido al cable la resistencia de extensión necesaria, por no hablar de la cantidad de arañas que se necesitan para tejer un cable de 35


    30. A veces incluso se volvían nuestras cómplices y eran ellas las que nos avisaban del día y la hora en que la drástica señorita Luengas revisaría mochilas y pupitres para requisar las muñecas de papel recortado, las cintas de hule para tejer llaveros, los chicles envueltos en papel metálico con dibujitos de colores, los larines o cualquiera de las baratijas que cada tiempo penetraban la escuela para enfrentarnos a los rigores de la clandestinidad

    31. –Desde que el hombre y la mujer aprendieron a tejer, esta tela ha ido pasando por el telar


    32. Mientras lo decía la desesperación dejaba un rastro tras sus palabras y todos cuantos formaban la red que había ayudado a tejer saborearon su amargo veneno, pues nacía del temor por la muerte del hombre y todos se apesadumbraron


    33. Ya sé que ella debería estar tejiendo la tela y haciéndose la ropa ella misma, yo ya lo hacía a su edad, pero por desgracia a Julia le gusta más leer que tejer


    34. Incluso el viejo Cerdán estaba en la cubierta, flanqueado por sus dos enfermeras, la alta, con su gran bolsa de labor y sus largas agujas, con el movimiento continuo de su tejer incansable, y la otra leyendo, con un montón de revistas a su lado


    35. Marheyo se marcha a la cabaña en perenne construcción y Tinor empieza a inspeccionar sus rollos de tapa o emplea el tiempo en tejer tapices de fibras vegetales


    36. Fue una tarea muy lenta, porque la hierba de dragón se aferraba al metal y volvía a tejer la red partida casi con la misma rapidez con que los garfios la rompían


    37. Ella dejó de tejer y se miró las rodillas como si fueran un paisaje lejano


    38. La vieja Baytown seguía dedicada a la artesanía, la cerámica, los pensamientos, al tiempo que la maldita progenie de Lesbos, con sus anchos pies, se dedicaba a tejer telas caseras a mano, a las pequeñas intrigas domésticas


    39. Hemos visto que hay una barrera infranqueable entre lo orgánico y lo inorgánico, y que la única manera que la materia puede evolucionar a una forma de vida es siendo impregnada con vida; como la semilla que alcanza abajo el mundo mineral y comienza a abrirse y salir hacia afuera, la materia muerta comienza a vivir, mil dedos invisibles comienzan a tejer un ambiente adecuado para el recién llegado, y en la medida que la ley del crecimiento comienza a surtir efecto, vemos el proceso continuar hasta que el lirio finalmente aparece, y aún así "Salomón en toda su gloria, no fue formado como uno de éstos"


    40. Vio al hombrecillo girar en su dirección y tejer un complicado patrón que produjo destellos de luz colgando de sus dedos

    41. Alguien había aprendido el arte de tejer tubos y se había quedado allí


    42. Sabía cómo formar alianzas, tejer intrigas, embellecer la verdad a su conveniencia


    43. Su oratoria comenzaría a tejer su magia no sólo en los tribunales, sino en el mismísimo puente de mando de la política de Roma


    44. Las manos de la mujer dejaron de tejer, bajaron temblorosas sobre el mandil y se entrelazaron


    45. –Vamos, Jack, ¿no recuerdas las mechas de combustión lenta que me solía tejer en la barba y en el pelo? Fuego lento, ésa es la drogue que mantiene la atención protectora del barón Samedi


    46. Una simple relación mundana, hasta un objeto material, si volvía a encontrarlo al cabo de unos años en mi recuerdo, veía que la vida no había dejado de tejer en torno a él diferentes hilos que acababan por darle ese bello aterciopelado inimitable de los años, semejante al que, en los viejos parques, forra de esmeralda una simple cañería de agua


    47. La planta baja del Shangarila era la de un restaurante inmenso y popular, donde un tanto por ciento elevado del mil millón de chinos existentes en el mundo se dedicaban a tejer y destejer su voracidad mediante el manejo de los palillos


    48. Dicho de tejer: En dirección opuesta al hilo


    49. Pelo de las ovejas y de otros animales, que se hila y sirve para tejer


    50. Porción de hilos sueltos sin tejer que están en los principios y fines de las piezas de paño






















    1. El tipo de respaldo que alimentas en el curso de los años y con el que tejes una red


    2. Y recuerda que si le tejes un jersey te convertirás de golpe en su abuelita


    1. dolores, y a acelerar el proceso de regeneración del tejido


    2. Recuerdo ahora que he leído aquí que sus fibras musculares se han transformado por la madre naturaleza, en hojas superpuestas para formar prismas, estas hojas se alternan con capas de tejido conectivo y cada plato está lleno de terminaciones nerviosas que emocionantes, como una pila de Volta, determinan una carga eléctrica negativa en un lado y el otro positivo


    3. habían tejido un refugio en la intemperie


    4. Los otros se detuvieron en el tejido


    5. El tejido de la eternidad se desprendía de las cosas, de los pasos y las


    6. licos que permitan avanzar en la reconstrucción del tejido afectivo


    7. que se suceden en la densa trama del tejido nervioso, expresión de


    8. Durante tres años ella ha ilusionado a los Pretendientes con el engaño del tejido de la tela por la muerte de Laertes:


    9. conocemos bien la sociedad y todo el tejido demenudas pasiones que en ella bullen y


    10. dedicar el resto al tejido de losalgodones, para no tener que pagar un duro por la vara de esos

    11. emberrenchinase hasta tal punto que entrasepor el aro, rompiendo todo el tejido de dificultades


    12. parecían como el tejido de unvelo aquellos balcones


    13. envuelve todos los salientes y el monte acaba porcoronarse con un turbante dé nubes tejido por él mismo en el airetransparente


    14. micabecera, con su tejido en la mano


    15. tejido a grados diferentesdependiente del color del tejido


    16. dependiente en el color del tejido sobre lapiel en cuestión


    17. y en muchas instanciasulceraciones y necrosis (colapso de tejido) siguieron


    18. marcaban rígidostendones y salientes músculos; un tejido


    19. Y las lágrimas del buen caballero se filtraban por el tejido del damascoy su atlética


    20. interior, estaba abierta por el calor, y si bien sushierros eran como la trama de un tejido de rosas-

    21. toda ojos,los puntos del tejido


    22. Llevaba ya tejido un buen principio a la hora en que Ramón


    23. su tejido, y es raro que las afecciones que restanen su esfera de accion no ofrezcan


    24. º En ciertas lesiones orgánicas y degeneraciones de tejido: de lasmamas, del útero,


    25. reparacion y conservacion del tejido cutáneo


    26. El carbonato de cal activa la denticion,consolida y afirma el tejido óseo; es el


    27. serosadifundida en las mallas del tejido celular, y que la nutricion 326 es nulay las


    28. que baña lasláminas del tejido celular


    29. debe emplear en el endurecimiento 444 del tejido celular en losrecien nacidos; sus


    30. lado del mundo y todos los casos judiciales que forman el tejido de mis horas laborales en el tribunal

    31. Recordé entonces que en la tienda de mantas campeaba un letrero anunciando que a todos los novios que tal prenda compraran se les regalaría otra de idéntico tamaño, color y tejido, la necesitaran o no


    32. La araña ha tejido su tela en el palacio imperial


    33. Yo me atrevo a elegir otro, no menos arbitrario pero quizá más apto para hacer lo que me propongo hacer en las páginas que siguen: describir la trama del golpe, un tejido casi inconsútil de conversaciones privadas, confidencias y sobrentendidos que a menudo sólo puede intentar reconstruirse a partir de testimonios indirectos, forzando los límites de lo posible hasta tocar lo probable y tratando de recortar con el patrón de lo verosímil la forma de la verdad


    34. La primera compra ya había sido efectuada: Idalin llevaba bajo el brazo dos envoltorios, un tejido de lino de color turquesa, de apreciable confección gálica, y uno de muselina de colores variados, que Valerio le había comprado para que se hiciera un par de túnicas


    35. Allí estaba, envejecido, el pelo más ralo, manchas de vejez detrás del tejido ya vitrificado de las mejillas y las manos, desplazándose con más lentitud que antes, y visiblemente contento cuando podía sentarse de nuevo en su sillón de mimbre, cerca de la ventana que daba a la calle comercial y donde cantaba un canario, ablandado también por la edad y mostrando su emoción, cosa que no hubiera ocurrido antes, pero todavía erguido y la voz fuerte y firme, como en los tiempos en que, plantado delante de sus alumnos, decía: «En fila de a dos


    36. En la India, las imágenes del hilo, de la ligadura y del tejido expresan al mismo tiempo el privilegio de estar unido a Dios y la tragedia de la predestinación


    37. Tal como en los afanes griegos de las parcas, vivir equivalía a ser tejido por los dioses


    38. Si uno se cuela por un cierto agujero del alambre tejido, aparece en el interior de un barrio oculto al que es imposible llegar transitando las calles convencionales


    39. Como suele suceder, una grieta en el tejido amenaza con romper toda la tela (o en convertirla en algo tejido y fabricado sencillamente por el hombre, como la vergüenza del sudario de Turín)


    40. Era una construcción que no carecía de elegancia, con las paredes cubiertas de esteras de vivos colores, un varundeth que la rodeaba y un doble tejido terminado en punta para mejor protegerla contra los rayos del sol

    41. Mientras lo atravesaba oía claramente sobre sí hablar a las mujeres y niños, ya que el pavimento de las habitaciones era de traviesas de bambú cubiertas con un tejido que no impedía la transmisión del sonido


    42. Lo escuchaba gracias al vínculo con Saphira, y esa melodía era como un sonido de fondo en todas sus conversaciones, como un sutil tejido oculto bajo la superficie del mundo


    43. El resto del atuendo lo compone el blusón de tela negra con las palabras inglesas impresas: «Propiedad de Jesús», tejido para ajustar apropiadamente en el enorme tipo corporal endomórfico obeso norteamericano


    44. A través del tejido de la cavidad, se perciben las contracciones del músculo cardíaco, débiles e irregulares


    45. Todos los estudiantes se colocan al instante el cubre-manos de látex mientras el mariscal de campo se pone en cuclillas para exponer el tejido rosado y arrugado correspondiente a la lección de hoy


    46. Ambos esperaron la llegada del verano con una impaciencia dolorosa y finalmente, cuando éste llegó y volvieron a encontrarse, el chaleco que había tejido Blanca no le entraba a Pedro Tercero por la cabeza, porque en esos meses había dejado atrás la niñez y alcanzado sus proporciones de hombre adulto, y las tiernas canciones de flores y amaneceres que él había compuesto para ella, le sonaron ridículas, porque tenía el porte de una mujer y sus urgencias


    47. Pesada, torpe, solitaria y con un cansancio perenne, Blanca se refugió en el tejido y en el bordado


    48. Armas secretas, bombas milagrosas, aviones mágicos, uniformes cosidos con un tejido que repelía las balas, él llevaba muchos meses alejado del frente pero había llegado a oír historias como aquélla, los cuentos de hadas, o de viejas, que empezaron a proliferar después del fracaso de Stalingrado, la batalla que iba a decidir la victoria final y se había perdido


    49. La mandíbula superior de la hembra, sus dientes, encías y tejido conectivo, emergieron de debajo del hocico y se proyectaron hacia delante, separándose del cráneo


    50. Las prendas del uniforme eran impenetrables a las municiones que pudieran utilizar los terroristas, de un tejido poco más grueso que las mallas de los bailarines, pero tan resistente como el kevlar, del que estaban hechos las botas y el casco, reforzados con lámina de titanio













































    1. Mientras el general trabajaba con fervor para encontrar la familiaTi-Chin-Fú, yo iba tejiendo


    2. errante bajo el plenilunio enla Corte de los Milagros, tejiendo


    3. comprandoalbornoces, otros tejiendo la lana en el telar, unos


    4. tejiendo red (su ocupación preferida cuando está en casa)desde el principio de la


    5. Julianne estaba tejiendo patrones de diamantes en el suelo, de acuerdo a un


    6. Cubierta con una colcha manchada, Rosamun estaba sentada en la mecedora y movía las manos como si estuviera tejiendo, pero en sus dedos no había agujas ni lana


    7. —La única arma que quiero usar de ahora en adelante es ésta; el arma del diálogo y la persuasión, porque he descubierto que Estados Unidos es un gigante que tiene los pies de barro ya que durante años se ha esforzado por controlar las comunicaciones del planeta, sin darse cuenta de que esa tupida tela de araña que ha ido tejiendo día tras día podía acabar volviéndose en su contra


    8. A veces un pedazo de esa costra se adhiere, cual rasta, a un pelo del pubis y, con los movimientos de fricción que produce el caminar durante todo un día, se va tejiendo como el polen alrededor de la pata de la abeja


    9. Así pasó dos años de negro, tejiendo chalecos para los pobres, entretenida con sus perros falderos y con su hijo, a quien peinaba con rizos y vestía de niña, tal como aparece en uno de los retratos encontrados en la caja de galletas, donde se lo puede ver sentado sobre una piel de oso e iluminado por un rayo sobrenatural


    10. Al fin, abandonó la puerta delantera y se fue al lateral de la casa, por donde se coló en la cocina y, para su desánimo, vio a Elain tejiendo junto a la mesa y hablando con Katrina, que quedaba frente a ella

    11. Blanca pasó el invierno tejiendo un chaleco de punto con lana de Escocia en la clase de labores del colegio, pensando en las medidas del muchacho


    12. Clara pasaba el invierno tejiendo apresuradamente prendas de lana ordinaria, para mantenerlo abrigado, pero él las usaba sólo hasta que otro más necesitado se le ponía por delante


    13. El día fijado, Clara siguió tejiendo imperturbable sin prestar atención a los preparativos de su hijo, a pesar de que la familia, los vecinos y los amigos estaban horrorizados con el plan descabellado de cruzar las montañas en esa máquina estrambótica


    14. Toranaga había jurado eterna fidelidad a Yaemón, pero aún estaba tejiendo la red que los enredaría a todos, como la crisis que Mariko había provocado


    15. Buen provecho, amiguito; yo me atengo a lo del poeta: denme mantequillas y pan tierno; sí señor, mantequillas, es decir amores puros y tranquilos: pan tierno, es decir, la sosegada compañía de una esposa honesta y casera, el besuqueo de los nenes, el trabajo y cien mil alegrías que cruzándose con algunas penillas van tejiendo nuestra vida


    16. Una vez más, estaba atrapada en la telaraña, presa entre las fibras que ella misma había ido tejiendo; aunque esta vez todo era diferente


    17. Uno de los mejores ejemplos lo constituye una araña tejiendo su red


    18. De vez en cuando variaba el dibujo de una cesta que estaba tejiendo o realzaba la veta de la madera del cuenco o vaso que tallaba y pulía, pero nunca había añadido decoración


    19. Aaron estaba casi dormido, tejiendo un sueño con las imágenes de las gemelas jugando cerca del árbol de Navidad de los Wentworth, cuando oyó un ruido en el vestíbulo


    20. Ella seguía tejiendo su tela sobre su boca

    21. ¡A cubierto, es una orden!, pero es indudable que no me atrevía a disparar -admitiría el capitán- por muy absurdo que pueda parecer, no me atrevía a disparar; y ante los ojos de los soldados que buscaban en los míos alguna certeza, yo no supe más que restituir la absurda dilatación de ese instante, es decir, mi ridícula esperanza de que se pudiera detener todo durante el tiempo necesario para comprender, mientras que aquel oficial alemán, en cambio, seguía tejiendo el tiempo real de la acción, caminando hacia nosotros; seguía muy tranquilo, gritando que nos rindiéramos, hasta que los primeros soldados dejaron caer los mosquetones al suelo, y algunos se pusieron a sonreír, soltándose con alguna palabra en alemán, moviéndose con una lentitud que para mí se ha convertido en el símbolo de lo que viví en aquel instante, instante que de hecho recuerdo con una lentitud rayana en lo inverosímil, con aquel movimiento de soldados que salían imparables de la trinchera como el aceite por el borde de un vaso, empujados por una paciencia que se derramara al llegar a su límite, deslizándose lentamente hacia los alemanes, y rebosando suavemente sobre el manto inclinado de la nieve


    22. Por primera vez la sirena habló, tejiendo una palabra en la canción moribunda: "Adref"


    23. Seguía cosiendo y tejiendo para su hijo y, cuando el sol bajaba, caminaba del brazo de doña Generosa hasta el convento de San Francisco


    24. Insensiblemente, con la ayuda de la burocracia, de la pobreza y de la educación académica que todos los españoles reciben, se han ido compenetrando las clases todas, y sus miembros se introducen de una en otra, tejiendo una red espesa que amarra y solidifica la masa nacional


    25. Y ahora el ave vuelve otra vez al musgo y comienza a alzar la copa alrededor, primero tejiendo de lado y después tejiendo verticalmente, lo que realiza en posición sentado, girando continuamente el cuerpo


    26. Jack se quedó callado mucho rato y de repente me di cuenta de que estaba temblando, el teléfono temblaba, el mirador de madera temblaba, el viento de pronto era frío, el viento que pasaba por los pilares del mirador, el que erizaba la superficie de esas olas inacabables, cada vez más negras, y después Jack dijo cuánto tiempo, Joanna, me alegra oírte, y yo dije a mí también me alegra oírte, Jack, y entonces dejé de temblar y dejé de mirar hacia abajo, me puse a mirar el horizonte, las luces de los restaurantes de la playa, rojas, azules, amarillas, luces que a primera vista me parecieron tristes pero al mismo tiempo reconfortantes, y después Jack dijo cuándo podré verte, Joannie, y al principio yo no me di cuenta de que me había llamado Joannie, durante algunos segundos floté en el aire como drogada o como si estuviera tejiendo una crisálida a mi alrededor, pero luego sí me di cuenta y me reí y Jack supo de qué me reía sin necesidad de preguntar y sin necesidad de que yo le dijera nada


    27. El Soñador Enemigo estaba allí, tejiendo la telaraña como si él mismo fuera una especie de araña


    28. Emilia, que había escuchado el golpe de las tablillas al chocar contra la piedra del muro, dejó la lana que estaba tejiendo, despacio, y con el alma en vilo, asomó su pequeña y delgada figura por entre los cortinajes que daban acceso al despacho de su marido desde el atrio


    29. Y el sol acaballado rojo sobre la montaña, un cernícalo volando alto y abatiéndose sobre su presa en una trayectoria de bumerán, arañas matutinas tejiendo su estambre


    30. Ya sé que ella debería estar tejiendo la tela y haciéndose la ropa ella misma, yo ya lo hacía a su edad, pero por desgracia a Julia le gusta más leer que tejer

    31. Casi estaban morro con morro, tejiendo un secreto, una conspiración de soserías, para él amorosas y para ella indiferentes y cansadas


    32. Y el universo, que había potenciado su existencia tejiendo esas explicaciones en un millón de jerarquías enmarañadas de complejidad creciente, se estaba destejiendo al final en una afirmación desnuda de su tautología


    33. El único punto quieto en medio de toda esta actividad, era la señora Larsen, la esposa del director, que pasaba la mayor parte del día tejiendo en un rincón, primero un jersey beige, y después una manta


    34. Lenta, cautelosamente, marcha la fragata americana mar adentro, como si fuese una araña que va tejiendo el hilo de su propio cuerpo dejándolo tras de sí


    35. Molly echó mano de la prenda que estaba tejiendo y miró a la puerta:


    36. Echó un vistazo a mi madre, que estaba tejiendo


    37. A medida que gana velocidad, las filas y filas de chicas, tejiendo, escribiendo y charlando, se fusionan en algo que muy probablemente se parece a lo que soldados y marineros de todo el mundo ven en sus sueños


    38. No pueden seguir a voluntad los hilos concretos de la narrativa global, corriendo de un barracón a otro, estableciendo conexiones a base de fragmentos, incluso a medida que las WREN del barracón 11 tienden cables de una bombe a otra, tejiendo una red para capturar los mensajes de Hitler mientras se mueven por el éter


    39. Esto se toma como un gesto de solidaridad a la Marina y para dar por tierra a todas las habladurías y versiones que ya se están tejiendo


    40. Por el camino, Moody iba tejiendo hipótesis

    41. La blusa brillante y roja, el pelo atado bajo el pañuelo, el movimiento de sus manos tejiendo las nobles hojas, eso los atraía


    42. Debió de haber sido su madre, pensaba, tejiendo en la silla baja, y su padre en pie, junto a ella


    43. Poco a poco se fue tejiendo una cordialidad perfecta entre ellas, se encargaron de edificar una complicidad que difícilmente escapaba a los ojos de los demás


    44. El disparo alcanzó al animal en mitad de su salto, llenando su boca y su garganta de filamentos que se enredaron rápidamente en ovillos de acero, tejiendo un capullo destructor en torno de su cuerpo


    45. ¡Qué calor tan horrible! Aviendha trastabilló unos pasos hacia atrás, prietos los dientes, y siguió tejiendo


    46. Casi como si estuviese tejiendo hilos, comprendió Min


    47. Intenté imaginarme a una del brazo de Veraz mientras este observaba a los bailarines en el salón, o tejiendo en silencio en su estudio mientras él estudiaba y bosquejaba los mapas que eran su pasión


    48. (En fatigados arabescos, tejen una figura en el suelo, tejiendo, destejiendo, haciendo reverencias, retorciendo, hasta que les hierve la cabeza


    49. Pero la tarea no la pilla desprevenida: lleva meses tejiendo alianzas, hablando con unos y con otros, allanando el camino


    50. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga








    1. —De gente de bien es agradecer los favores que se reciben, así que en pago del beneficio recibido necesito que se pongan en camino hacia la región del Tejo, y allí, de rodillas ante la señora Dulcinea, me le dicen que su caballero, el de la Triste Figura, le envía sus respetos, y le cuentan, punto por punto, todo lo de esta famosa aventura, y luego de esto quedarán en completa libertad


    2. Estos muchachos, dixo Cacambo, son sin duda los infantes que estanjugando al tejo


    3. a lo que después pareció,eran cuál de tejo y cuál de ciprés


    4. Había canchas de tejo afuera


    5. Antes también se jugaba al tejo, que era medio parecido al chito, y se tiraba la barra castellana de a doce libras, o sea entre cinco y seis kilos; estos juegos y deportes llegaron hasta los años cuarenta


    6. Un día en que estaba intentando mejorar una escopeta de repetición construida con gomas elásticas para disparar guijarros y semillas de tejo, pidió a uno de sus compañeros de clase, cuyo padre era oficial del Ejército, que le consiguiera algunos casquillos de bala vacíos para lograr los efectos sonoros apropiados


    7. El buen entendimiento entre el coronel y la mayor de las señoritas Dashwood más bien llevaba a concluir que los honores de la morera, de la canaleta y de la glorieta bajo el tejo, todos le corresponderían a ésta; y, por un tiempo, la señora Jennings dejó de pensar en el señor Ferrars


    8. No podían casarse, y cuando ella descubrió que estaba embarazada se colgó de un tejo


    9. Jugó un aburrido partido de tejo con algunos empleados de la compañía de electricidad y examinó


    10. Solo se quedaron en Londres el tiempo suficiente para ver la piedra con los tres nombres y las fechas en el lugar que le correspondía en el cementerio, debajo del tejo

    11. Pero a veces creo que lo tejo en forma de pequeñas marañas para bloquear el desagüe del baño


    12. rayuela (|| juego que consiste en sacar de las divisiones trazadas en el suelo un tejo con el pie)


    13. Tejo de hierro con un hueco en una de sus caras, donde entran las cabezas de los clavos cuando los remachan los caldereros


    14. Juego que consiste en sacar, saltando sobre un pie, un tejo de un trazado en el suelo


    15. Nada se movía, ni siquiera las hojas del tejo


    16. Su cuerpo pareció una llama, una llama de fuego suave y blanco, a Alexandra, que observaba cómo se inclinaba tranquilamente Sukie para recoger su ropa interior del suelo y dejarla caer en el sillón, que era como una sombra materializada, y hurgaba después en su gran cartera de tapa suelta en busca de unas horquillas para sujetarse los cabellos de ese color pálido y sin embargo vivo que suele llamarse rojo, pero que está entre el del albaricoque y el del corazón del tronco de un tejo


    17. El paquete de Pall Mall -la marca que había fumado silenciosamente John Kintner en los descansos de la clase de escritura que compartía con Mort Rainey- salió disparado de su bolsillo y se deslizó por la madera lustrosa como una baldosa en el juego del tejo


    1. Es evidente que, en la solidaridad social, que se tejía a través de las cartas poder, la mujer ocupaba una posición marginal y subordinada, que reflejaba su inserción en un mundo varonil


    2. mientras ella, sentada en lapendiente de la cuesta, tejía coronas


    3. la orgullosa consideración de quecon sus espionajes tejía la


    4. Tejía lo que parecía un gorro azul y blanco con extrañas runas ininteligibles para él en la parte inferior


    5. Era propensa al resfriado, por eso en invierno y en verano dormía con refajos de lana que ella misma tejía en los ratos libres


    6. Flauta, con las piernas cruzadas sobre la cama, tejía un entramado de tal complejidad que Sparhawk hubo de apartar la mirada a riesgo de perder la cabeza tratando de discernir el recorrido de cada uno de los hilos


    7. La sola y única Araña usaba una red de caminos, yendo de arriba abajo, de modo que la Casa entera era una sonora tela hilada y ejecutada por la ferozmente veloz Arach, que aparecía durante un instante junto a los recipientes de vino, y al siguiente, con una corrida vertical, en el altillo visitado por la tormenta, mientras tejía las redes y reparaba los hilos, veloz y silenciosa


    8. En el oído de Timothy se tejía una tela


    9. Nadie podía saber lo que la Rueda tejía en sus giros


    10. Pero los golpes de espada se iban haciendo más desfallecidos, más torpes, y ella tardaba unos segundos más cada vez que tejía el fuego compacto

    11. Sin embargo, una mirada más atenta descubría el puesto de un artesano que tejía cestos y asientos de mimbre, el taller de un carpintero, el de un zapatero, el de un herrero; mujeres hilando, aguadoras, vendedoras de pescado, remendadoras de redes, alpargateras… A su vez, las calles reconstruidas presentaban un aspecto muy diferente: los suelos estaban empedrados, edificios de tres y cuatro alturas se levantaban en los solares anteriormente asolados, tabernas y negocios ocupaban los bajos y podía verse gente bien vestida


    12. Los pasajeros respiraban con la nariz cubierta por un pañuelo mojado, y sobre las cabezas el viento tejía una telaraña


    13. Esto lo sabía en parte desde su infancia, tras pasar sus primeros años bajo las aterciopeladas mantas que le tejía su abuela con las iniciales cosidas en los rebordes


    14. Lo que tejía era un desastre


    15. Todas las novelas que han pasado por mis manos eran novelas de amor, y han pasado muchas, pues a Sophie le encantan y yo le leía algunas páginas en voz alta mientras tejía, por las tardes


    16. A Rivas se le ocurrió que él mismo tejía su red, que era un pescador tan paciente como cualquiera de ellos


    17. Solía ir allí a menudo, se instalaba en la taquilla, comía patatas fritas mientras tejía guantes «incas» que vendía en la tienda, y regresaba a pie, sin duda por la Rué Pierre-et-Marie-Curie


    18. La tela que se tejía en la Casa de la Araña se extendía cada vez más intrincada con el paso de los años, fijando sus hilos en los puntos más inverosímiles


    19. Se hilaba en la nieve, se tejía en la nieve, se lavaba en la nieve y se blanqueaba en la nieve


    20. A menos que alguna te permitiera ver cómo tejía un acceso, tratar de descubrir adónde se dirigía se consideraba tan indiscreto como preguntar directamente de qué asunto se ocupaba

    21. El brillo del Saidar rodeó a Siuan mientras ésta tejía en torno a las dos una pequeña salvaguardia contra oídos curiosos


    22. Pero en aquel momento, mientras Bebé Kochamma tejía su historia, la había escuchado con suma atención y cortesía


    1. En ella se tejían telas con


    2. ligero y coloreado, y estos rayos se cruzaban y tejían en elespacio formando una tela


    3. Como es de suponer, en medio de todas las intrigas que se tejían y destejían en el seno de la Convención, estas declaraciones tuvieron un efecto devastador


    4. Más lejos, con los crios colgados de los pezones, algunas madres tejían


    5. Las arañas tejían sus encajes, perlados de rocío, entre las ramas de robles, arrayanes y avellanos


    6. En los artesonados de madera las arañas tejían sus delicados manteles de encaje y corrían los ratones con el corazón tranquilo, porque los gatos de la casa no podían encaramarse tan alto


    7. Después de la oración de la noche, volvíamos con nuestras ve-las al gran salón para tomar café con leche, mientras las mujeres tejían o bordaban y los niños escuchábamos aterrorizados los cuentos de apa-recidos que nos contaban los tíos


    8. Mis hermanas y mi cuñada tejían a mi lado, y había un retrato de nosotras cinco, jóvenes, con traje de baile, tan diferentes a lo que somos ahora, pesadas por un lastre de resignación y congoja


    9. Unos eran pastores, otros labraban la tierra; estos criaban los mejores caballos que en Grecia se conocieron, aquellos tejían el hilo y la lana, o se dedicaban al trajín comercial y a la navegación


    10. Una tormenta negra recorría el horizonte y se distinguían las rayas de la lluvia que tejían entre cielo y mar una oscura cortina

    11. Se contaba con esa ayuda en todos los planes que se tejían y destejían, para los que se coleccionaban escopetas de caza, revólveres, algún viejo fusil


    12. En el interior de los valles de Asturias, en el corazón mismo de nuestro pequeño reino, unos cuantos felones, empeñados en comprar la paz a cualquier precio, tejían también su tela de araña


    13. Personas y datos tejían un complicado laberinto y cuanto más avanzaba, más perdido se sentía


    14. Lo que ya no quedaba tan claro era el recorrido del camino que, partiendo de allí, descendía los cuatro mil y pico metros de altitud a que se encontraba la ciudad para internarse en la selva, corriendo paralelo al curso de un río sin nombre que no pude identificar en el mapa de mi pantalla debido a la complejidad de afluentes que, como en el sistema circulatorio de un cuerpo humano, se tejían, trenzaban y entrecruzaban hasta formar un amasijo de hebras de agua imposibles de separar


    15. Mientras hablaba los diseños que había visto en la superficie del «Aleph» se tejían una y otra vez en el «vacío de información» circundante


    16. Pues ahora, los cuatro adeptos entretejían sus runas, desplegaban sus hechizos fuera del tiempo, movían sus voces más allá del ámbito de lo audible, haciendo que el aire crujiera y se estremeciera en miles de fibras que ellos tejían y entrelazaban


    17. Pues ahora, los cuatro adeptos entretejían sus runas, desplegaban sus hechizos fuera del tiempo, movían sus voces más allá del ámbito de lo audible, haciendo que el aire crujiera y se estremeciera en miles de fibras que ellos tejían y entrelazaban…


    18. En otro cuarto las mujeres tejían telas de excepcional belleza y colorido


    19. Mientras tanto, un buen número de marineros del castillo, moviéndose por la jarcia como arañas que tejían su tela, reparaban los daños que había sufrido


    20. West era el único oficial que se encontraba en el alcázar y todos los marineros que tejían esteras y bandas para proteger los mástiles en el castillo eran de Shelmerston

    21. Tejían incluso cintas para el pelo y broches


    22. En los bancos de hierro forjado, soldados y criadas tejían y destejían requiebros y chirigotas mientras gozaban de los últimos rayos de sol


    23. Se veía obligado a desempeñar el papel de un ministro especial, sin cartera, pero con un extensísimo campo de acción; advertía también las intrigas que se tejían alrededor de él y procuraba separar la paja del trigo


    24. Pero en el ámbito uniformado de nada y de nadie, se tejían y destejían conversaciones entre una docena de hombres de parecida edad y cara, tan parecidos entre ellos que no valía la pena mirarles de uno en uno


    25. —Una semana —los sonidos se tejían en el aire, lentos y solemnes


    26. Todos hablaban del caso y tejían hipótesis diversas y reconstruían los sucesos a su manera


    27. En este caso, Nynaeve tenía cierta idea de cómo se tejían los flujos, pero era un intrincado hilado de encaje con los Cinco Poderes que en comparación hacía parecer sencilla la Curación, aparte de que el entramado cambiaba con relampagueante rapidez


    28. ¿Cómo se podría parecer a su pequeña casa de madera aquel palacio de piedra con olor a piedra? ¿Qué tenían de semejantes las vestiduras de los zitzahay, imponentes de plumas y pedrerías, con las prendas sin lujo que las mujeres de Los Confines tejían a telar? La exagerada gesticulación de Cucub, tan distante de la severidad husihuilke, se insinuaba también en el comportamiento de los Astrónomos


    29. De su tallo partían ramas más delgadas y, de éstas, otras aún más delgadas, y todas ellas tejían una especie de red que mantenía la torre en su lugar


    Mostrar más ejemplos

    tejer in English

    spin weave knit

    Sinónimos para "tejer"

    entrelazar mallar tramar urdir cruzar hilar plegar