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    Usar "vestir" en una oración

    vestir oraciones de ejemplo

    vestido


    vestimos


    vestir


    vestí


    vestía


    vestíamos


    vestían


    vestís


    viste


    visten


    vistes


    vistiendo


    visto


    1. De repente, hacia la puerta que conducía a las habitaciones de Josefina,se oyó el crujir de un vestido de seda que rozaba contra el muro: eraque la niña venía al cuarto de su madre


    2. Luego don Quijote y los que venían con él no aguantaron las ganas de verle la cara al muerto y se pusieron a mirar las andas, y en ellas el cuerpo de Grisóstomo, cubierto de flores, vestido como pastor, de unos treinta años de edad, y, aunque muerto, mostraba que había sido de rostro hermoso y de disposición gallarda


    3. Cuando hubo oído todo el cuento, Dorotea les dijo que si querían ella colaboraba haciendo de doncella, pues tenía en su equipaje un vestido con que hacerlo al natural


    4. Con un vestido distinto, eso sí


    5. Los camareros, que es como una librea puño en un ojo, forman un contraste alucinando por el color marrón verdoso de su piel y el vestido blanco y negro


    6. Qué delicioso sabor en la ropa! Y eso era estúpido cuando Rudolph Valentino, la ilusión de hacer playboy, vestido con un smoking! ¿Quién está más considerada por las mujeres? ¿Quién lleva dos colores solamente, o todos aquellos que utilizan el iris? Y en Nueva York, lo que es una gran ciudad cosmopolita! Como muchos puertorriqueños buena, por ejemplo! Imagínese, son también feminista y tan hábil que incluso pueden encontrar un trabajo con sus esposas, que hacen valioso servicio social a la ciudad todas estas "amas de casa" diligentes y si luego, algunos inquilinos se enferma con una enfermedad de la antigua diosa griega, qué importa! Sirve para transmitir, el nuevo Santa Claus, que también ha hecho su moral modus vivendi


    7. Llevaba un vestido de seda azul que da énfasis a su espléndida forma venérea


    8. Me tiemblan las manos sus pechos, donde los pezones hinchados por la emoción, se destacan en toda su belleza en el vestido de seda transparente


    9. La bajada con lentitud estudiada con la correa de su vestido y me dejan solo cuando la dureza de sus pezones actúa como un obstáculo para el vestido elegante


    10. vestido con un traje y corbata, gafas

    11. A la llegada, podía ver el castillo, las banderas estaban a media asta y el castillo estaba vestido de purpura oscuro, en honor a la muerte del Rey


    12. Los cuales enseñaban a Barbarita, a más de las cretonas, unos satenes dealgodón floreados que eran la gran novedad del día; y a la viciosa lefaltaba tiempo para comprarle un vestido a su nuera, quien solía pasarloa alguna de sus hermanas


    13. Dentro hay un enano, un monstruo, vestido con balandrán rojo y turbante,alimaña de transición que se ha quedado a la mitad del camino darwinistapor donde los orangutanes vinieron a ser hombres


    14. Pero Juan aquella noche se acostó triste,y Lucía misma, que amaneció junto a la ventana en su vestido de tules,abrigados los hombros en una aérea nube azul, se sentía, aromada como unvaso de perfumes, pero seria y recelosa


    15. Un chico rubio, vestido de marinero, concara de desvergonzado, se quedó fijo delante de nuestrasniñas contemplándolas con insistencia, y no hallandoal parecer conveniente la gravedad que mostraban, sepuso á hacerles muecas en son de menosprecio


    16. Pantalón A La Cintura O Bien Cinta, Correa O Cordón Que Se Usa Sobre El Vestido


    17. Era un joven alto, vestido acaso con elegancia demasiado


    18. escurridos y lacios de vestido y de carnes, pasaron de largohacia


    19. dosamplios y superiores impermeables; un vestido completo de


    20. Ya está cortada la tela del vestido

    21. amoratada;chorreábale el agua por cabellos y vestido, y había


    22. ni ese vestido es el que llevaba


    23. tiene que comprarse el vestido de Worth con el productodel esparto? Entonces tendrá


    24. destilado y extraído de lo real pormedio del discurso, y vestido luego de cuerpo por la


    25. Es posible que dicha elección sea parte de la elección de entrar en su casa vestido con los harapos de un mendigo, es decir con la elección de abandonar todo tipo de hybris y de vestirse con los vestidos de la humildad más sincera y más auténtica


    26. Por eso acepta la situación más dura que se le pueda presentar a un hombre: doblegar su orgullo en sumo grado y presentarse en su casa como un mendigo vestido con harapos y no como el rey que es


    27. en el perfume de las flores, la que sujetabasu vestido a las


    28. delcansancio, sonriente y majestuosa con su vestido de seda, que crujía acada paso, y encima el


    29. vestido cuya confección les costaba unas cuantaspesetas


    30. estirándose el arrugadocuerpo del vestido de seda; y seguidas por las niñas, fueron al

    31. El joven mayorazgo estaba vestido del modo siguiente: una


    32. Ocupábanse la madre y las hijas en arreglar los últimos pormenores del vestido, ésta cosiendo el


    33. vestido empapado en agua;la puerta se abrió de par en par, y


    34. Lady Clara, buscando protecciónen los pliegues de su vestido


    35. La niña palmoteó y le agarró por el vestido


    36. correcto entodos los superficiales accesorios de moda, vestido,


    37. puesto; compuso la otra su vestido en desorden;pero por más


    38. Vestido al fin con la elegancia y el lujo que le eran comunes,


    39. vestido, que llevaba en todos los dedos sortijas dediamantes


    40. Vestido con elegante sencillez, todo en sus modales y ensus más insignificantes

    41. Mas querria traer vestido de pieles en casa,que loriga en la guerra


    42. Parece que va siempre vestido de frac, con las


    43. tambien el vestido de cinturon,ajustado al talle


    44. quiere decir que el sujeto dequien se habla es de aquel lugar, lleva aquellas armas, vestido,


    45. pusieron a mirar las andas, y en ellas vieron cubiertode flores un cuerpo muerto, vestido como


    46. vestido en pompa y a caballo


    47. algunaslocuras, hágalas vestido, breves y las que le vinieren más a cuento


    48. Luego, al momento, encerréen una almohada de lienzo un vestido de


    49. si estuvierabien vestido, le juzgaran por persona de calidad y bien nacida


    50. Estando en estas pláticas, quiso la suerte que llegase uno de la compañía,que venía vestido de














































    1. –En el campo no vestimos igual que en la ciudad


    2. Vestimos a Winchell con uno de los disfraces de repuesto que tenía Harpo: peluca roja, bocina y bastón; permaneció así entre bastidores y pudo ver la representación completa


    3. Su papá y yo nos vestimos en segundos y salimos tras la voz creyendo en ella tanto como desconfiábamos


    4. –¿Cuáles son las ordenes, capitán Bannerji? ¿Nos vestimos ya para el abordaje?


    5. Nos duchamos y nos vestimos tratando de no perder la calma


    6. La peiné con media cola atada con un pañuelo, como a ella le gustaba, y con Ernesto la vestimos por primera vez en esos largos meses, le pusimos una falda mía y un chaleco de él porque al buscar en su closet apenas había dos bluyines, unas cuantas blusas y un chaquetón imposibles de colocar en su cuerpo rígido


    1. En el año de 1565 formaron varios habitantes principales de Madrid unahermandad, que se tituló de La sagrada Pasión, con el objeto dealimentar y vestir á cierto número de pobres; pero poco después seextendieron más sus atribuciones, cuando, bajo la protección del rey ydel Consejo de Castilla, se encargó de la dirección de un hospital paramujeres pobres y enfermas


    2. casa, para vestir las ventanas por fuera


    3. vestir con la puerta abierta


    4. Jacinta se había olvidado de todo, hasta de marcharse a su casa, y nosupo apreciar el tiempo mientras duró la operación de lavar y vestir al Pituso


    5. Entreparéntesis, se distinguen por su independencia en el vestir


    6. ¿Ni quién se niega, silos quiere bien, a que sus hijos brillantes e inteligentes, aprendanesas cosas de arte, el dibujar, el pintar, el tocar piano, que alegrantanto la casa, y elevan, si son bien comprendidas y caen en buenatierra, el carácter de quien las posee, esas cosas de arte que apenashace un siglo eran todavía propiedad casi exclusiva de reinas yprincesas? ¿Quién que ve a sus pequeñines finos y delicados, en virtudde esa aristocracia del espíritu que en estos tiempos nuevos hansustituido a la aristocracia degenerada de la sangre, no gusta devestirlos de linda manera, en acuerdo con el propio buen gustocultivado, que no se contenta con falsificaciones y bellaquerías, y demodo que el vestir complete y revele la distinción del alma de losqueridos niños? Uno, padrazo ya, con el corazón estremecido y la frentearrugada, se contenta con un traje negro bien cepillado y sin manchas,con el cual, y una cara honrada, se está bien y se es bien recibido entodas partes; pero, ¡para la mujer, a quien hemos hecho sufrir tanto!¡para los hijos, que nos vuelven locos y ambiciosos, y nos ponen en elcorazón la embriaguez del vino, y en las manos el arma de losconquistadores! ¡para ellos, oh, para ellos, todo nos parece poco!


    7. Acabóse de vestir en un verbo, y salió como disparado,llamando á las puertas de todas las habitaciones, yexclamando á voces con inmenso júbilo:


    8. revoltillos; vestir ricos paños y terciopelos, a vestirbayeta; vivir en un palacio, a vivir


    9. día la rubia Carmitadió en vestir lutos, y lutos fueron por toda su vida


    10. Luisa se haquedado para vestir santos

    11. lapetición de veinte duros para pasar el mal tiempo, de una pieza de sargapara vestir a la familia,


    12. susambiciones; mostrábase meticuloso y exigiendo en materias de vestir, yhablaba de la


    13. quien dio por aquel tiempo en la manía de vestir y calzar ala


    14. «Señor», dizen los clérigos, «non quieras vestir lana,


    15. Mientras que en las personas el vestir era ostentoso y cuanto al traje ymilitares


    16. escudero, a quien también ayudó a vestir y a subir en elasno


    17. Diole de vestir Sancho, y, en el entretanto que se vestía, contó el cura adon Fernando y a los


    18. —Yo soy una mujer que tié que gastar en comer, y en vestir, y


    19. vestir, que parecía la estatua del método y del orden


    20. vestir lablusa del marinero o la camiseta

    21. hortera endomingado, elestudiantillo que parodia en el vestir al


    22. me envía para que ilustre su entendimiento, yhe creído del caso vestir mis mejores ropas universitarias y traer lonecesario para una buena explicación


    23. Pues bien, si yotuviera una hija, preferiría que se quedase para vestir imágenes ácasarla con él


    24. revolución en las instituciones, un cambio en el vestir


    25. amable, a fuerza de gusto en el vestir, ha llegado a seraborrecida de todas las demás


    26. manera de vestir de losjóvenes que me placen; pero, hay dos


    27. de cierto esmero en el vestir; por lo contrario,la simplicidad


    28. las pendencias y de los amores, de las amistadesy enemistades, de lo que se gastaba en vestir en


    29. Llegó en esto el invierno, y doña Inés quiso vestir a todos sus niñoscon buena ropa de abrigo;


    30. elegancia en el vestir, se llaman los ensabanados, porque sus túnicas y mantos están hechos con

    31. era un lord o un duque,extrañándose muchas veces de su desgarbo en el vestir


    32. desenvoltura de maneras,aquel abandono en el vestir, y, por


    33. trataba deprendas de vestir, de la elección de un color,


    34. innegable, su modo de vestir, sencillo y honesto,hicieron en


    35. llamaba el Diablo! La decenciadel vestir, la delicadeza en


    36. elegancia en sutalante y mejor gusto en su modo de vestir;


    37. Su lujo en el vestir burlaba las pragmáticas


    38. Había que reír, que cantar; habíaque vestir las telas más ricas y


    39. vestir, pues mientras en lavilla anduvieran las gentes con ropas, ellos no se verían


    40. de vestir y telas en ellas empleadas, por cuanto entre otrascosas

    41. luego de las abluciones y de vestir nuevastúnicas no saben qué


    42. Para esto no basta vestir a unapersona, ni


    43. Esta loable inclinación manifestábaseen todas las prendas de vestir que


    44. convento y un marica de la población, célebre por supericia en vestir los santos,


    45. que losdistinguiera en el vestir ni el hablar, ni en la manera de


    46. ennegocios y comprometido, que para vestir un santo tiene que


    47. 24 Y vestir el nuevo hombre que es criado conforme á Dios en justicia y en


    48. Cuanto al vestir, los hombres se ciñen por la cintura una faja


    49. segundo, porque era muy pulcro, aficionado a vestir a lamoda y a llevar esencias en el


    50. vestir en el palacio de los reyesuna casaca llena de bordados con una llave de oro










































    1. Me levanté, me vestí y me acicalé todo lo posible


    2. vestí con la resolución de unhéroe; pero no me eché encima el


    3. Me vestí de nuevo, devuelto a una cordura que no deseaba, y, acordándome de Víctor y de la misión que me había encomendado, bajé los escalones en dirección al patio


    4. Me vestí con unos pantalones vaqueros y una camiseta de Bill


    5. Cubrí mi máquina de escribir, ordené mis papeles, me vestí con la angustia de quien se prueba una mortaja, me enrollé el cabello en la nuca y salí de la casa, despidiéndome con un gesto de los espíritus que quedaban a mi espalda


    6. Con ayuda de las criadas me vestí para ir a misa, como hago cada día, ya que me gusta saludar a Nuestra Señora del Socorro, ahora dueña de su propia iglesia y de una corona de oro con esmeraldas; hemos sido amigas por mucho tiempo


    7. Ese domingo me vestí con mis mejores galas, te tomé de la mano, Isabel, porque vivías conmigo desde hacía meses, y crucé la plaza rumbo al solar de Rodrigo de Quiroga a la hora en que la gente salía de misa, para que no quedara nadie sin verme


    8. Volví a mi habitación andando por el largo pasillo, me vestí y salí del hotel


    9. Mi cuerpo aún no estaba completamente bien, pero me vestí y eché a correr


    10. Me vestí en segundos, pellizqué uno de los panecillos y cargué con la bolsa de las cámaras, en cuyo fondo había depositado los cartuchos de cartón y la carta del mayor

    11. Luego salí del agua, me sequé, me vestí de nuevo y di un largo paseo por la orilla


    12. Comprendí lo que aquello significaba; desnúdeme, o mejor dicho, arrancáronme el velo y me desnudaron, y vestí aquella túnica


    13. La vestí con algunas ropas de Jo


    14. La afeitadora hacía ruido, pero no tanto como para ahogar su discurso, hazme caso, Carlos, por una vez, escúchame, en serio, verás… Estoy leyendo un libro de una socióloga californiana sobre el fenómeno de los hinchas de fútbol y es que te encuentro en cada página, de verdad… Es muy interesante, ¿sabes?, ella analiza el tema desde la perspectiva de la psicología masculina en tiempos de crisis, ya sabes, la respuesta del macho tradicional en un mundo donde las mujeres empiezan a escalar posiciones de poder, y establece una serie de conexiones con otros aspectos, la ideología política, la sexualidad, la paternidad, en fin, que leyéndolo he descubierto por qué sigues siendo tan rojo, porque lo tuyo es como lo de los ultrasur, poco más o menos, y no hablo de una pura forofez irracional, no creas, es mucho más complejo, se trata de la necesidad emocional de pertenecer a un grupo, y hasta, si quieres, del prestigio de un ideal romántico, y yo diría que un poco infantil, que te impulsa a apoyar siempre a los que pierden… Entonces dejé la máquina encima del lavabo, volví al dormitorio, me vestí muy deprisa y seguí escuchándola, ¿adonde vas?, te estoy preguntando que adonde vas, ¿quieres decirme adonde vas, Carlos?


    15. Me vestí y salí hacia los arrecifes del norte


    16. También yo me vestí, en silencio


    17. Me vestí y regresé a casa por el mismo camino


    18. Me vestí y bajé para encontrarme con el cochero del doctor von Pfung aguardándome


    19. Me vestí sin encender la luz y salí al exterior


    20. Luego me incorporé y me vestí

    21. Me vestí con ropas de viaje oscuras y, del baúl de madera donde estaban escondidos, saqué varios garrotes finos, algunos garfios, la espada corta y una cuerda


    22. Le llevé dentro una taza a Mary y yo me vestí fuera


    23. Por la mañana Mwindi trajo té y le di las gracias, lo tomé fuera de la tienda junto a los rescoldos del fuego pensando y recordando mientras me lo bebía y después me vestí y fui en busca de Keiti


    24. Salté de la cama y me vestí a toda prisa


    25. Me vestí en el dormitorio mientras hablaba


    26. Me vestí, bajé las escaleras, atravesé el vestíbulo en penumbra y salí a Division Street


    27. Porque la alternación de espacios de colores nítidamente separados como los que resultan en el campo por la proximidad de distintos cultivos, las desigualdades ásperas, amarillas y como barrosas de la superficie marina, las cosechas, los taludes que escamoteaban a la vista una barca donde un equipo de ágiles marineros parecía recoger las mieses, todo eso hacia del océano en los días de tormenta algo tan variado, tan consistente, tan accidentado, tan populoso, tan civilizado como la carretera sobre la que andaba antaño y donde no debía tardar en pasear: Y una vez, sin poder resistir ya mi deseo, en lugar de volver a acostarme, me vestí para buscar a Albertina por Incarville


    28. Me vestí rápidamente, y, para mayor precaución, me envolví en una manta y salí de la gruta en seguida


    29. Deshice los nudos y desdoblé el paño, me quité lo que me quedaba de la ropa de Ecba y me vestí


    30. Me vestí y me metí en el coche

    31. Me levanté de la cama, me vestí con mis incómodas ropas, desayuné y salí de mi cámara


    32. Me levanté y me vestí, de espaldas a la cama, con el pensamiento aún perdido en aquel mundo de fotografías


    33. Me vestí, me puse la ropa un poco al buen tuntún, pero con cierto sentido común, porque hacía frío, ropa interior larga, calcetines de lana, un jersey de cuello vuelto debajo del uniforme de diario


    34. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga


    1. se vestía con la puerta cerrada y la


    2. Aurora vestía un traje de percal, azul claro, con cinturón de cuero, yen este una gran hebilla


    3. ustedes cómo? Dirá que el pobre meritorio metía lamano en el cajón; que vestía bien, que


    4. Vestía ligero traje de muselina, y estabagraciosamente envuelta en un rebozo que cruzándose


    5. Vestía de blusa, pues la


    6. devoción? Vestía completamente de blanco, y a la exigencia de la moda se unía el rigor de la


    7. atención (pues mendigo era) vestía con losandrajos más


    8. Diole de vestir Sancho, y, en el entretanto que se vestía, contó el cura adon Fernando y a los


    9. mientras en su casa se vestía, desazonaday trémula,


    10. Dígame cómo se vestía el que estaba a la cabeza de los soldados

    11. cuarenta y los cincuenta años; respirabaprosopopeya; vestía con una sencillez


    12. Le puso el peinador o matinée que la niña vestía, y se


    13. Vestía una magnífica


    14. Vestía con elegancia que


    15. Luego, se vestía con un ligero trajede


    16. semana, que eradía festivo, y mientras se vestía estuvo en su


    17. Aresti, mientras despachaba el desayuno y vestía sus ropas de


    18. Josefina vestía con elegancia


    19. vestía siempre y los gruesos zapatones en que escondía sus


    20. Vestía un traje de tarde bien hecho y un sobretodo negro, pero en sutipo no había

    21. Isidora vestía una bata azul de corte


    22. el señorito Melchor vestía bien y él andaba de blusa;por


    23. rápidamente y vieron entre losárboles á un hombre alto, delgado, que vestía largo


    24. Vestía decentemente, por lo que


    25. los demás y se vestía con susdespojos


    26. Todo el valle se henchía en gestación potente, y ya el alba de una vidade milagro y de gloria vestía de flores los espinos y les ungía deperfumes…


    27. De Pas hablaba mientras se vestía ayudado por su madre, que buscó en elfondo de un baúl la


    28. Vestía el cadáver, traje de marinero, compuesto de elástica de lana depunto y pantalón y


    29. vestía a la últimamoda, con minuciosa corrección, repitiendo los


    30. se vestía á toda prisa, pudoadivinar que el timón estaba

    31. Vestía la niña un traje azul marino, conadornos de encaje


    32. Vestía de negro, con levita y


    33. repartiendo los dones de lacaridad, y vestía humilde traje, sin


    34. veces se vestía en el mismo Club,haciéndose traer el frac y la


    35. vestía una vaporosafalda de muselina y un cuerpo de lo


    36. negros: vestía una bata de seda, también ajada, y ajados estabantambién los muebles


    37. Vestía con extraordinaria elegancia


    38. Miranda vestía la librea delbuen gusto, y por eso, antes de reparar en Miranda, se fijaban


    39. Abrió la puerta un hombre demacrado que vestía solamente una camisa con el cuello abierto y unos pantalones


    40. Vestía de forma tan ridícula como todos por aquellas fechas, pero su elegancia aparatosa le daba, a pesar de ello, un aire juvenil que él cuidaba mucho de fomentar

    41. En esta ocasión vestía camiseta blanca, flamantes pantalones caquis y sus zapatillas desastradas: un bombón


    42. Y como tal vestía y se comportaba en su trato con la gente del pueblo


    43. Thyrza Grey, que vestía un atuendo oscuro, de lana, me abrió la puerta diciendo en el tono de cualquier ama de casa:


    44. Trató de dominar la euforia y, mientras se vestía y cogía el Seat 127 de su mujer y conducía hacia la Zarzuela entre el tráfico escaso de un fin de semana veraniego, a fin de protegerse de un desengaño contra el que estaba indefenso se repitió una y otra vez que el Rey sólo le llamaba para pedirle disculpas por no haberlo elegido, para explicarle su decisión, para asegurarle que seguía contando con él, para envolverlo en protestas de amistad y de afecto


    45. Ninguno de ellos vestía de etiqueta


    46. Diole de vestir Sancho, y, en el entretanto que se vestía, contó el cura a don Fernando y a los demás las locuras de don Quijote, y del artificio que habían usado para sacarle de la Peña Pobre, donde él se imaginaba estar por desdenes de su señora


    47. Más tarde, reflexionando, Jacques recordó algo que primero no le había sorprendido, y es que su madre se vestía con un poco más de coquetería, se ponía unos delantales de color claro e incluso una pizca de color en las mejillas


    48. Muñoz no se levantó de inmediato y en seguida Pierre, el amigo íntimo, intervino con autoridad para proclamar vencedor a Jacques, ponerle la chaqueta, cubrirlo con la esclavina y llevárselo rodeado de un cortejo de admiradores, mientras Muñoz se incorporaba, siempre llorando, y se vestía en medio de un pequeño círculo consternado


    49. Mientras se vestía, Amy dictaba órdenes y Jo las obedecía, no sin dejar registrada su protesta; sin embargo, sólo con suspiros y mucha dificultad logró entrar en su vestido nuevo de organdí


    50. Isis vestía uno de sus atuendos más complicados y artificiosos














































    1. Espero que el gentil lector sea más amable que yo y refrene también su sonrisa, porque así vestíamos las merveilleuses que yo contribuí a inventar


    2. ¿Para qué acicalarse entonces? Sí, apenas nos vestíamos


    3. Ella reparó en que vestíamos el cuero y la piel de Torvaldsland


    4. Al llegar a su casa nos duchábamos, nos poníamos agua azucarada en el pelo para tener el aspecto de puercoespines y nos vestíamos con ropa de color negro


    1. vestían sotana y pertenecían al clero deSan Juan


    2. azul, que vestían la mayor parte de los regimientos de línea; al lado de las levitas azules con


    3. Las afiliadas de lasecta vestían de beatas con toca


    4. encinares y olivares que vestían aquellosalcores; ya por los


    5. trabajo vestían depercal, mantoncito de lana atado atrás y


    6. distintos enteramente de los que vestían las otrasdamas de la


    7. Loshombres en general no llevaban disfraz: vestían la


    8. Vestían túnicas simples y pantalones, y sus pies estaban calzados con


    9. cuantas Ladies vestían y calzaban a la sazón en todo el Reino Unido de la GranBretaña


    10. de qué tela se vestían las apariciones

    11. Vestían con elegante atildamiento; seguían las


    12. Los hombres vestían de


    13. vestían un capote tan grosero y mal cortado como el suyo


    14. trataban bien, yse vestían con cierto lujo para su clase, renta y


    15. soledad, y aliñaban y vestían el viejo y suciocaserón, y


    16. Jesús había muerto: por él las mujeres se vestían de negro y los hombresse


    17. Entramos en una mansión con grandes colgaduras de lino beis que vestían sus paredes


    18. Algunos de ellos vestían hábitos rayados, con una especie de cuerdas que caían a los lados de la túnica


    19. llevaban pequeñas metralletas Uzi y vestían uniforme militar


    20. El lector comprenderá por qué los llamaban «increíbles» si digo que vestían con enormes corbatas, chalecos chillones y chaquetas cortas con descomunales cuellos tan altos que les tapaban las orejas

    21. Todos vestían un «beatle» rosado que les servía de identificación


    22. Vestían rotosos pantalones de uniforme del ejército e iban armados con rifles anticuados y cinturones de balas


    23. Nicolás tuvo que desistir de sus contorsiones, pero la experiencia le sirvió para convertirse en el joven más popular de la temporada, el rey de las fiestas y de todos los corazones femeninos, porque mientras los demás estudiaban, se vestían con trajes grises cruzados y se cultivaban el bigote al ritmo de los boleros, él predicaba el amor libre, citaba a Freud, bebía pernod y bailaba flamenco


    24. Se vestían de muselina absolutamente pegada al cuerpo, incluso se mojaban antes de salir por lo que sufrieron pulmonías y tuberculosis tremendas, pero el hecho es que salían así a la calle


    25. Porque al comisario le caían muy mal los curas que se vestían de paisano, ya fuera con vaqueros y jersey o con traje de sport; daban la impresión de querer esconderse, mimetizarse


    26. Vestían con pulcritud, pero su expresión de nerviosismo y su aire desmañado provocaron en Stephen un gesto de disgusto y el deseo de encargarse de su enseñanza


    27. Los dos eran muy apuestos y vestían túnicas del más puro lino teñido de exquisitos colores


    28. Sadler pudo verlos alejarse hacia el horizonte en dirección a las grandes instalaciones industriales químicas que, directa o indirectamente, alimentaban y vestían a todos los seres humanos residentes en la Luna


    29. Ambos iban armados y vestían unas capas rojas con la señal de la Rosa Blanca en el brazo izquierdo


    30. »Por supuesto, todas las descripciones de los druidas decían que vestían largas túnicas, recorrían los bosques y recolectaban muérdago de los robles con unas hoces ceremoniales, mientras que aquel hombre más parecía un labriego, o un soldado

    31. Llevaban unas capas ribeteadas con vistosos dibujos pintados en oro; algunas vestían con sencillez


    32. Ya se vestían las armas los del buen Campeador,


    33. Mientras se vestían los demás, di un paseo por el escenario, entreteniéndome en mirar al través de los agujeros del telón la vistosa concurrencia que ya invadía la sala


    34. Cuando se vestían, todos las miraban con alegría


    35. Diego, se vestían de majos, y


    36. Ambos vestían uniforme; no pude verles el rostro porque aún era escasa la claridad del día


    37. Cuando los templarios utilizaban esta iglesia, los capellanes se vestían para la misa en la casa o aquí, en el santuario


    38. Los otros dos vestían lo mismo


    39. Dentro de Roma, vestían una simple toga blanca, y fuera de ella, una túnica carmesí con un ancho cinturón negro adornado con latón; sobre el hombro izquierdo llevaban los fasces


    40. En los funerales vestían toga negra

    41. El tendría más de cincuenta y ambos vestían al estilo griego; permanecieron obedientemente a los pies del estrado, frente a Mitrídates y Mario


    42. Su aspecto no era de tropas regulares, pues vestían con desiguales prendas y arreos, y llevaban gorra de piel los unos, los otros boina blanca o roja


    43. Los delegados, en el caso de que lo fueran, vestían ropas monótonas, ofrecían un aspecto subalimentado y se sentaban en silencio mientras esperaban la llegada de Zerimski


    44. Ya se había dado el ejemplo de la prudencia y la imparcialidad hasta el derroche, y sería candidez mantener a cuerpo de rey a los enemigos, mientras tantos amigos se vestían con dos modas de atraso, y en su trato doméstico vivían sujetos a una bochornosa escasez de comestibles


    45. Las otras vestían de negro, con cofias elegantes del año 30, y de pies a cabeza eran la corrección y la pulcritud más exquisitas


    46. El ser empleado, aun con sueldos tan para poco, creaba posición: los favorecidos por aquel Comunismo en forma burocrática, especie de imitación de la Providencia, eran, en su mayoría, personas bien educadas que, por espíritu de clase y por tradicional costumbre, vestían bien, gozaban de general estimación, y alternaban con los ricos por su [38] casa


    47. Espesa penumbra caía sobre la tierra; el cielo tomaba un tono plomizo: cielo y tierra se vestían de un luto angustioso que avivaba en los corazones el amor y el recuerdo de la patria lejana, radicante en la más risueña porción del globo


    48. Era una fierecilla cuando le vestían y cuando le desnudaban; en las comidas chillaba siempre por lo que no había; si en el paseo le conducía su padre de la mano derecha, quería ir de la izquierda


    49. Los hermanitos de Vicente, Pilar, Bonifacio y Manolo, vestían con más elegancia que la madre, y el pequeñuelo, del segundo matrimonio, andaba todavía en enagüillas al cuidado de una zagala con refajo verde


    50. Los tres vestían trajes de negocios














































    1. –Vuestra política de adquisición se desarrolla a un ritmo desorbitado, abastecéis y vestís a los soldados destacados en Elefantina


    1. —¿Lo viste todo bien, en colores?


    2. En tal situación siente vivos impulsos de salir a la calle; se levanta,se viste, pero no está segura de haberse quitado la venda


    3. En medio, tenés una variedad única de vegetación, tú misma viste la gran cantidad de plantas diferentes que tienen en la finca


    4. piensealgunas veces en Ernesto? El otro día le viste escribir una letra


    5. Cada uno viste


    6. En cambio, el grupo de los swell se viste con una elegancia sólo


    7. Si en aquellos días se viste su mujer deEmperatriz de


    8. A quien el desnudo viste


    9. viste, y cuanto hiciste, desde quepor virtud de las pociones mágicas imaginaste despertar


    10. 16 Y los diez cuernos que viste en la bestia, estos aborrecerán á la ramera,

    11. 16 Y los diez cuernos que viste en la bestia, aborrecerán á la ramera, y la


    12. Lóndres, el magnate, viste á los pobres de casi todo el globo


    13. da participación al pueblo en las sesiones de las cámaras: en el centro del salon y sobre una mesa, está la corona y el cetro de la Albion; el canciller, ó presidente, viste un traje ridículamente extraño: cubre su cabeza la histórica peluca blanca con que se vienen adornando los presidentes desde el orígen del


    14. viven, la rica decoracion que viste todo, el murmullo de las copiosas fuentes que brotan en medio de los


    15. Con estas cifras, ¿no es lógica la falta de temor, y sin él,la indiferencia? Lo es, máxime si se agrega que el soldado cumplidoal volver á su pueblo, cuenta la vida holgada del cuartel, y consus relaciones, aleja el temor de los quintos, que saben, que elsoldado viste bien, come mejor, tiene dinero, y vive con holgura ypoco trabajo


    16. Realmente, viste mi segundo breve intento en el agua


    17. Viste aún el mismo traje azul pálido que se hizo para la fiesta del Ser Supremo, pero profusamente manchado de sangre reseca


    18. ¿No la viste?


    19. Viste con elegancia traje de luto


    20. A la derecha del salón, biblioteca y gabinete de trabajo; a la izquierda, otro salón, el cuarto en que duerme y el gabinete en que se viste

    21. Viste el uniforme azul del DPLA


    22. Viste a Pagett quedarse atrás en Ciudad de El Cabo


    23. Se trata de lo que viste


    24. —Doy por hecho que anoche exploraste tus aposentos y viste una pequeña habitación con un hueco en el suelo


    25. En las alfombras se hunden los pies, como en la playa, y todo el mundo se viste elegante y sirven té con pasteles


    26. A Tong le alegró la vida, incluso ahora el hombre se ve más guapo, porque Lili lo viste a la moda y le corta el pelo


    27. Cuando ha descargado su odio, se lava cuidadosamente todo el cuerpo (por eso cae tanta agua del lavabo), recorre nuevamente el pasillo, entra en el despacho y se viste


    28. —¿La viste alguna vez hablando con el príncipe?


    29. —¿Estaba todo esto en ruinas la última vez que lo viste?


    30. —Pero, cuando lo hacían, ¿nunca les viste con tus propios ojos en pleno festín?

    31. ¿Cuándo la viste por última vez?


    32. Todo el mundo viste mejor que yo


    33. ¿La viste? Pues si la viste ¿a qué me dices si seguiré amándola? Su padre y los míos antes me quieren ver muerto que casado con ella


    34. Viste a las jóvenes vestidas de palomas, que algunas veces vienen a darse un baño aquí"


    35. En cuanto a la segunda princesa, a quien viste sentada en el lado izquierdo del palanquín, ¡oh Emir de los Creyentes! he aquí lo que pasó


    36. Y ella dijo: "¡Sí! Yo soy la que viste a la ventana en tal día, cuando ocurrieron tales y cuales cosas y tu corazón se prendó de mí


    37. El que viste la toga


    38. «¿Les viste saliendo del castillo o entrando en él? -preguntó D


    39. Viste a la condesa en las últimas horas de su vida


    40. ¡Por enamorarse de la que llama la princesa Filipolida, que según dicen es una puerca, y viste a la similitú de las gitanas! Dios le lleve a su gloria, que bien se la merece, y perdónele aquesta ventolera, por no ser pecado, sino locura

    41. Ayer, ya lo viste, le atropellé estúpidamente


    42. Ahora dirá usted que el Papa se viste en su establecimiento


    43. Ya viste que también murió Nelson»


    44. –Por lo que viste, ¿cuál es tu valoración?


    45. La plaza es un desfilar continuo de uniformes bordados, estrellas, cintas y galones, medias de seda, levitas y fracs, sombreros redondos de copa alta o ancha, y también casacas tradicionales, capas, bicornios y algún sombrero de tres picos, pues entre la gente mayor no falta quien viste a la antigua


    46. Habitual de los cafés gaditanos, muy alto y desgarbado, algo miope y un poco tripón con los años, viste con simpático desaliño: suele llevar los lentes torcidos sobre la nariz, la corbata compuesta de cualquier manera y el chaleco manchado de ceniza de cigarro habano


    47. El corsario viste casaca con botones dorados, pantalón de mahón largo hasta los tobillos y zapatos de hebilla


    48. Sólo viste la ligera bata doméstica de seda china, larga hasta las sandalias sin tacón, y lleva recogido el pelo con horquillas


    49. Uno viste ropa de paisano, alpargatas y una manta rayada puesta sobre los hombros, y los otros usan las casacas de paño pardo ribeteadas de rojo, los calzones y las polainas de las milicias rurales que operan como auxiliares del ejército francés


    50. Viste formal, a tono de capitán corsario en tierra, con pantalón oscuro de dril grueso, zapatos con hebilla de plata, chaqueta azul con botones de latón y sombrero negro de dos picos, a lo marino, sin galón pero con la escarapela roja que lo acredita como corsario del rey: una indumentaria adecuada para facilitar los trámites burocráticos, judiciales y de aduanas inevitables al llegar a puerto, donde en los tiempos que corren apenas hay nada que pueda hacerse sin algo parecido a un uniforme













































    1. Se visten de traje y corbata, que tienen un hogar permanente, esposa e hijos


    2. Paulo, cuyos miembros visten camisetas con las palabras “muerte a los


    3. Se visten como


    4. estando cierta de ser bienrecibida: la mañana siguiente la visten sus parientes, antes delevantarse,


    5. en la cuenta; casadas de las que se visten congajes del adulterio;


    6. másque por el traje, pues las aldeanas se visten generalmente de


    7. Lo estoy viendo mientras se arregla su mujer y visten al niño,


    8. los quesos y tejen las groseras telas de quese visten; todas las ocupaciones


    9. visten a la europea


    10. visten todos lospueblos cristianos, y cuando el sultán de Turquía, Abdul Medjil,

    11. visten con elegancia, hablan con discreción, ingenuas, llenas de gracia, de pudor y con aquella


    12. Los pobres muchachos que ahora visten la sotanasoñando con la mitra me causan el efecto de


    13. se visten de seda,allá lejos, en Asia, por la orilla del mar, debajo


    14. Todos los días clásicos y de función se visten de gala con los


    15. las mujeres visten con más honestidad, cubriéndosedesde la


    16. , que visten los hombres, y un manto,generalmente de raso, conocido con el nombre de


    17. Visten uniforme de presidiarias


    18. ¡Qué nombre tan ridículo! Está lleno de jovencitas con el cuello sucio que visten pantalones y llevan gafas de sol


    19. Las mujeres visten de colores alegres y estilo anticuado, como si sus trajes hubieran sido rescatados del baúl de novia que trajeron al inmigrar


    20. Diré algo ahora del segundo huésped, clérigo enjuto y amable, que entraba siempre en el comedor tarareando, y a veces tocando las castañuelas con los dedos, lo que no quiere decir que fuera un sacerdote casquivano, de estos que no saben llevar con decoro el sagrado hábito que visten

    21. Nuestras mujeres, [170] bien a la vista está, visten con tanto gusto y elegancia como las parisienses, y nuestros hombros no tienen nada que envidiar a los caballeros ingleses mejor vestidos


    22. De esta otra parte aparecen los ricos árabes tetuaníes y facíes, con el blanco albornoz que ennoblece la figura; los negros bukaras ostentan el rojo de sus gorros puntiagudos; los del Sus visten caftanes listados de blanco y rojo, y los beni-argas y tsuliés combinan el negro y blanco


    23. En cuanto a mujeres, es fácil distinguir a las gaditanas de las forasteras aristócratas o adineradas: éstas visten aún a la manera francesa, con cinturas altas, y aquéllas a la inglesa, con escotes más velados y tonos sobrios


    24. Todos, incluido el suboficial —un auvernés mostachudo y gruñón llamado Labiche—, visten con desorden: gorros cuarteleros, capotes desabotonados y sucios, polainas manchadas de barro seco


    25. Sus aptitudes sociales son muy limitadas, se visten mal, pero poseen una inteligencia fuera de lo común, están bien preparados y a su manera son arrogantes


    26. Ambos seres visten comienza con el canto del gallo, su transcurso se mide una especie de mono y llevan zapatos


    27. se visten velo y hábito en el mundo,


    28. [9] Matsuri: Fiesta popular en la que tienen lugar bailes, procesiones y espectáculos, y en la cual los participantes se visten con trajes tradicionales


    29. Las niñas vestidas de rosa o celeste que juegan a la rueda en el Prado y que parecen flores vivas que se han caído de los árboles; las pobrecitas que envuelven su cabeza en una toquilla agujereada; los que hacen sus primeros pinitos en la puerta de una tienda agarrándose a la pared; los que chupan el seno de sus madres mirando por el rabo del ojo a la persona que se acerca a curiosear; los pilletes que enredan en las calles o en el solar vacío arrojándose piedras y rompiéndose la ropa para desesperación de las madres; las nenas que en Carnaval se visten de chulas y se contonean con la mano clavada en la cintura; las que piden para la Cruz de Mayo; los talluditos que usan ya bastón y ganan premios en los colegios, y los que en las funciones de teatro por la tarde sueltan el grito en la escena más interesante, distrayendo a los actores y enfureciendo al público


    30. Los dominicanos y los haitianos de la República Dominicana no solo se diferencian desde el punto de vista económico, sino también desde el punto de vista cultural: hablan lenguas distintas, se visten de modo distinto, comen alimentos diferentes y, por regla general, tienen una apariencia distinta (los haitianos suelen tener la piel más oscura y un aspecto más africano)

    31. Un detalle más: en el paraíso islámico todos visten de verde


    32. La mayoría eran patronas otoñales de pechugas flamantes, sofocadas dentro de los trajes de luto, con los niños mas bellos y numerosos de la tierra, maridos pequeños y diligentes, del genero inmortal de los que leen el periódico después que sus esposas y se visten de escribanos estrictos a pesar del calor


    33. La lección es que los hombres que visten calzones blancos los deben llevar bien atados


    34. Nuestros practicantes no se visten de cuero ni llevan antifaces


    35. Las medias ascienden con él hasta la cintura, visten el medio cuerpo erótico, persisten en un roce estimulante


    36. Sus miembros llevan collares, cintas en la cabeza, se pintan el cuerpo y se visten con ropas andrajosas llenas de color; anhelan ser una tribu


    37. ¿Y qué dirían los relativistas, los pesimistas alegres de la facultad de Daisy? ¿Que es algo sagrado, tradicional, una oposición a las fruslerías del consumismo occidental? Pero los hombres, los maridos -Perowne ha recibido en su consulta a diversos saudíes- visten trajes, calzan zapatillas de deporte y llevan chándales o pantalones cortos holgados y Rolex, y son perfectamente encantadores y mundanos, y han sido educados a conciencia en ambas tradiciones


    38. Sus acólitos visten de verde


    39. Sus colores son el negro y el gris; sus acólitos visten de gris


    40. Ha sido un oprobio al uniforme que ambos visten y al servicio del emperador que ambos comparten

    41. Y si las mujeres visten como los hombres, será peor que el caos


    42. Los más de los caballeros que agora se usan, antes les crujen los damascos, los brocados y otras ricas telas de que se visten, que la malla con que se arman; ya no hay caballero que duerma en los campos, sujeto al rigor del cielo, armado de todas armas desde los pies a la cabeza; y ya no hay quien, sin sacar los pies de los estribos, arrimado a su lanza, sólo procure descabezar, como dicen, el sueño, como lo hacían los caballeros andantes; ya no hay ninguno que saliendo deste bosque entre en aquella montaña, y de allí pise una estéril y desierta playa del mar, las más veces proceloso y alterado, y hallando en ella y en su orilla un pequeño batel sin remos, vela, mástil ni jarcia alguna, con intrépido corazón se arroje en él, entregándose a las implacables olas del mar profundo, que ya le suben al cielo y ya le bajan al abismo; y él, puesto el pecho a la incontrastable borrasca, cuando menos se cata, se halla tres mil y más leguas distante del lugar donde se embarcó, y saltando en tierra remota y no conocida, le suceden cosas dignas de estar escritas, no en pergaminos, sino en bronces


    43. Beryl Hagen tiene el aspecto de una tía de los cuadros de Norman Rockwell, de las que visten delantal y sostienen un pastel


    44. Para abordar esta propuesta Boffin produce imágenes en las que lesbianas se visten con trajes de época, medievales y del siglo XVIII, y posan de manera teatral en el escenario formado por un cementerio


    45. Se visten como romanos, caminan orgullosos como ellos


    46. –Otros capitanes también visten a la tripulación con ropa extraña


    47. —Iglesias y ermitas que santos mártires habrán edificado contra el Maligno y sus seguidores —insistía Joaquina—, que muchos han de ser cuando las mujeres visten de esa forma y llevan sobre sus cabezas tocados que más parecen cuernos del diablo que propios de hembras decentes


    48. Viendo huir a la gente del capitán Fenice, que murió en la puerta haciendo con mucho pundonor su deber, el sargento mayor don Carlos Roma, que era hombre de los que se visten por los pies, había tomado él mismo una rodela y una espada, y poniéndose delante de los fugitivos intentaba restaurar la pelea, consciente de que si podía frenar a los atacantes, al ser angosto el dique por el que llegaban era posible irlos empujando hacia atrás; pues al agolparse en éste sólo podrían pelear los primeros


    49. Muchos de ellos visten de paisano con ropas robadas


    50. Y además visten ridículamente



















    1. Vistes del sacrificio el triste aguero,


    2. La vida en Chueca es un no parar de enseñar lo que tienes, lo que vistes y lo que te tiras


    3. —Pero con la pinta que tienes y como vistes


    4. De un tercio viejo la casaca vistes,


    5. —¿Que ya no lo haces? Pues todavía vistes el hábito


    6. Si te preguntan, puedes decirle que la vistes cuando la traían a la ciudad después de su captura


    7. ¿no los vistes al entrar?


    1. Es el mal Gaston, cuando ve a sus queridos amigos vistiendo ropa llena de peniques y marcas que garantizan su autenticidad


    2. Las dos, calzadas con limpias alpargatas y vistiendo la tradicional indumentaria de falda amplia “pancho” azul, blusa de descote redondo, sombrero de jipa y pañolón de flecos, se presentaron las mujeres al requerimiento del Juez


    3. vistiendo todo tipo de armaduras ligeras y brillantes con las


    4. cofia de tafetán negro y vistiendo untraje azul que le caía en largos pliegues hasta los


    5. Torrebianca, vistiendo un traje de campo, fué con Watson y Robledo ávisitar los canales, enterándose del curso de los trabajos, hablandofamiliarmente con los peones, examinando el funcionamiento de


    6. entretenían en este graciosísimo simulacro de la vidadoméstica, vistiendo y


    7. sacristán iban vistiendo de negro uncatafalco mortuorio; en el suelo se entreveían una porción de


    8. presentarse, y eraridículo que él la recibiese vistiendo aún el


    9. sin rivalidadesen el traje ni en las joyas, vistiendo cada cual a su


    10. vistiendo una toga deluengas mangas y un birrete cuadrado

    11. su vida a la sociedad, vistiendo conafectada elegancia,


    12. vistiendo trajes decolores vistosos, bordados con igual profusión que el del maestro,


    13. Se presentaba en elegante abandono, vistiendo una túnica exótica y conextrañas


    14. vistiendo los trajes de más lujoque habían de lucir en la comedia


    15. Dan y sus acompañantes, vistiendo las trajes espaciales concebidos especialmente para soportar las elevadas temperaturas de Mercurio, entraron en la esclusa de escape


    16. Pero también ahí ignoraba hasta qué punto estaba predispuesto a llegar hasta ese último refugio, esa inexpugnable ciudadela, ese mundo en el que soñadores ancianos, tocados con el shtreimel, luciendo largas barbas y vistiendo oscuras levitas, arrastraban de la mano una caterva de hijos, hermanos y hermanas nacidos con nueve meses de diferencia; un pueblo hierático, de paso apresurado y rostros similares, pálidos y enmarcados por largos bucles en espiral; un palacio insólito en el que brillaban la seda y el terciopelo, un lugar anticuado en el que se movían, al mismo compás de los personajes del siglo xviii, muchachas con pañoleta y mujeres que llevaban peluca y sombrero, con los hombros cubiertos por chales, las piernas ocultas bajo largas faldas y los tobillos aprisionados por medias de lana


    17. Era el día catorce de abril, y Reme quiso festejar la proclamación de la República vistiendo su bandera


    18. Stefan estaría muy digno vistiendo la purpura, ¿no le parece…? Mientras que yo -se golpeó el estómago- nunca tuve la gracia de poder dignificar mi oficio como se merece


    19. Los deberes de los gobernadores consistían en seguir o acompañar por todas partes a sus alumnos, hasta en la Corte, vistiendo casaca galoneada


    20. Vio a los hombres vistiendo amplios calzones, sentados con las piernas entrecruzadas y la dignidad del mercader en medio de sus cuchitriles

    21. Vistiendo su mejor traje, cuidando de ponerse un jubón cuyas hombreras estuvieran forradas de guata para así mejor realzar su enteca figura y calzando sus mejores borceguíes con el fin de causar una buena impresión, Mateo se dirigió a la dirección que le había proporcionado el librero


    22. Así, vistiendo el uniforme de la milicia, con puñal y mosquetón, e inclusive el de las SS, malhechores salidos de las cárceles e ignorantes y achulados muchachitos extraídos del más inmundo magma social, se vengaban con saña de los ciudadanos de Roma que salían de sus casas agobiados por la humana necesidad de buscarse el sustento


    23. De una parte Luciano Santángel, alias Bernabé Mainar, se preparaba vistiendo las negras ropas que usaba cuando iba a ejercer su turbio oficio, sabiendo que su estado de ánimo no era el idóneo para aquel empeño


    24. Se cercioró inconscientemente de que llevaba el bolígrafo dorado, como podría haber mirado si llevaba su Beretta automática M9 en el cinturón de haber estado en combate y vistiendo uniforme


    25. Cuando se dio cuenta de que ella se estaba vistiendo se alzó bruscamente


    26. El hombre que acababa de hablar se encontraba en la parte de atrás del grupo, casi oculto a su vista, al parecer no muy diferente de los demás y vistiendo un parka anodino


    27. –¿Capitán Ayre? – preguntó el aviador que había aparecido, vistiendo un uniforme impecable; era de vigorosos y excelentes rasgos persa, rondaba la treintena e iba completamente rasurado, en las manos, una carabina estándar del Ejército de los Estados Unidos


    28. En una ocasión, al dar vuelta a una esquina, vieron, a cierta distancia, a un grupo de jóvenes que rodeaban a una mujer de cabello oscuro vistiendo una indumentaria occidental


    29. Vladimir Ramírez, vistiendo una de las camisetas con la imagen del CRIR, junto a Luis Enrique Acuña


    30. Supongamos que un mediodía un hombre camina, con perfecta compostura en el semblante y decencia en el andar, sin la menor expresión de ausencia en sus ojos ni de salvajismo en su actitud, de una punta a otra de Oxford Street, sin sombrero, y que preguntamos por separado a cada una de las miles de personas que pasan a su lado, por supuesto vistiendo sombrero, qué es lo que piensan de él, ¿cuántos se abstendrán instintivamente de considerarlo un loco, sin otra evidencia que la de que no lleva sombrero? Es más, supongamos que nuestro hombre detiene a cada uno de los viandantes y les explica con palabras sencillas, y con toda claridad, que su cabeza se siente mejor y más cómoda sin sombrero que con él

    31. »El lunes pasado, había terminado mi jornada y me estaba vistiendo en mi habitación, encima del fumadero de opio, cuando me asomé a la ventana y vi, con gran sorpresa y consternación, a mi esposa parada en mitad de la calle, con los ojos clavados en mí


    32. En tanto, los Voluntarios de la República, [115] vistiendo de continuo innecesariamente el uniforme, se paseaban por Madrid arrastrando los sables, y sin que nadie los llamara se metían en el Congreso a pasar la tarde, como si aquello fuera un Casino


    33. –Sí, se está vistiendo y bajará enseguida


    34. Los otros ya se habían despertado, Donald y Suzanne se estaban vistiendo, mientras Richard y Michael, sentados en la cama, miraban boquiabiertos a su alrededor con la ropa doblada en el regazo


    35. Se estaba vistiendo


    36. Hacía una eternidad que Resa se había sentado en los mercados de los pueblos al otro lado del bosque, vistiendo ropas de hombre, el pelo muy corto, porque no había sabido otra forma de ganarse la vida salvo escribiendo… un oficio que en ese mundo estaba prohibido a las mujeres


    37. Y en vistiendo aquellas ropas me fui presto caminando por lugares solitarios y ocultos a donde los huesos estaban y en tomándolos me metí por medio del monte hasta que estuve a dos leguas de Sagres donde ya tomé el camino real que por toda la costa va hacia el saliente del sol, por donde yo sabía que se iba a Castilla


    38. A finales del siglo XVIII lo castizo había estado de moda entre la aristocracia, recordemos a Cayetana de Alba vistiendo de manola; cuarenta años después, lo fino era renegar de lo castizo y comportarse, vestir y hablar a la francesa


    39. Su alta figura, vistiendo pantalón gris y camisa, parecía sugerir un cuerpo dispuesto a la acción


    40. Dos minutos más tarde, Keogh salió de entre los arbustos vistiendo el mono de «Tara» y se reunió con Murphy junto a la portezuela de la cabina, donde el jefe de la banda examinaba el permiso de conducción del desdichado Clarke

    41. Seguía vistiendo de oscuro, pero se había puesto sobre los hombros un pañuelo zíngaro de colores vistosos, como era costumbre en su tierra


    42. El hecho es que tuvieron que pasar varios años antes de que, una y otra y otra vez, inasibles como los vientos, llegaran rumores de que alguien había visto a Arístides, o a una persona parecida a él y con su mismo vozarrón, vistiendo una chafada casaca de terciopelo color púrpura, condecorada con alamares, encarnando la clásica figura del «señor Corales», empresario inagotablemente reeditado en los circos de extramuros


    43. Él la observó, el atizador en la mano, hasta que Luis regresó vistiendo los pantalones vaqueros de Corny y una toalla blanqueada envuelta alrededor de sus trenzas


    44. Kit, que se estaba vistiendo, exclamó indignada:


    45. Cuando entré en Guagüey-bo, fui objeto de ciertas miradas, muy comprensibles, de preocupación y desprecio por algunos de los aldeanos, pero cuando salí peinado, limpio y vistiendo un taparrabos y un manto de mangas largas, de piel de venado, no me miraron ya más con desdén


    46. Mis gestos evocan el ritual del torero vistiendo el traje de luces


    47. Si, con todo, alguno no quisiere cumplir ese castigo con dócil voluntad, recibirá, tendido y desnudo, setenta y dos azotes; y después de dejar el hábito del monasterio, vistiendo el vestido roto de que se despojó al ingresar, será expulsado del monasterio con manifiesta vergüenza


    48. Seguía vistiendo chaleco y pantalones como siempre


    49. Dejó atrás a los miembros de la Asamblea y se sentó junto a Ham, quien a pesar de lo formal de la ocasión seguía vistiendo un sencillo chaleco sin camisa


    50. Seguía vistiendo de manera impecable, cada pliegue de su falda, cada bordado de sus puños y cuello, cada doblez de su toca, permanecían inalterables a los movimientos; daba órdenes a dos dependientes y controlaba el negocio como un comandante a su ejército











































    1. he visto volar por los aires 2 veces en estado despierto, y haciendo vida cotidiana, un símbolo del pentagrama


    2. del día 24F , terminando este escrito, supe esta visión de hacer este paréntesis justo en este instante, ya lo había visto y vivido hace 20 años)


    3. he visto esa enfermedad enquistada en el 100 % de la mujer, una enfermedad espiritual propagada e impulsada desde los defectos y vicios de la mujer; una enfermedad propagada e impulsada desde la vanidad y el orgullo femenino


    4. he visto oscurecer donde otros vieron salir el arco iris, vi salir el arco iris donde otros estaban en tinieblas, y llegara ese día en que todo será luz, solo cuando el hombre devuelva el rumbo de la creación que intento un día alterar


    5. he visto llegar viajeros de resort 5 estrellas con caras amargadas, y No traen en la maleta de retorno su felicidad; por alguna circunstancia hubo conflictos en las vacaciones, roces del temperamento, gustos incompatibles y el supuesto paraíso que fueron a buscar, se convirtió en muy malos recuerdos


    6. Finalmente, Stirling, dice,que el capitán Widdrington, autor de La España y los españoles en1843, asegura en esta obra haber visto el retrato de una enana desnudarepresentada en forma de bacante


    7. Yo, como el más viejoque allí estaba, dixe, que me acordaba de haber visto representar algran Lope de Rueda, varón insigne en la representación y en elentendimiento


    8. Para ajustarse al arte moderno ó á la idea que el poeta había formado de él, necesitabavalerse de aventuras amorosas, intrigas, escenas burlescas, juegos demaquinaria y espectáculos teatrales de efecto; y esta mezcolanza producetal confusión, tal superabundancia de personajes y sucesos, que algunasde estas piezas pertenecen á lo más disparatado é incomprensible que seha visto jamás en el teatro español


    9. Pero el más pasmado fue Güicho Panza, pues le parecía que en toda su vida, jamás había visto una vieja tan penca


    10. intendencia, la cual seguía por lo visto en vigor, alcanzando a la entera red del organismo,

    11. lo visto, le toca el turno a la loma de las torcaces


    12. mejor visto; mejora tú mismo los accidentes y guarda la sustancia


    13. ¿Se habrá visto alguna vez


    14. Si consigues ver eso, habrás visto la ley suprema por la que se


    15. He visto que tiene una chimenea en


    16. Ese día, en cambio, visto desde lo alto de la atalaya, parecía destinado a la eternidad


    17. El butacón desvencijado que había visto en un rincón, en ese momento se me


    18. visto una zorra con la mitad del frenesí que abrasa tu ingle


    19. sufrir lo indecible y hay que pagarles siempre el triple; mis ojos han visto todo eso


    20. momento, al recapacitar sobre mi situación, supe que había visto, en los periódicos expuestos

    21. pero por lo visto los hay que no creen sino en los actos, aun sabiendo que el universo fue


    22. ¿Acaso alguien lo ha visto?


    23. Visto de ese modo, la belleza física es casi un obstáculo para el progreso del


    24. La conformidad de las mismas tradiciones, era visto como un fenómeno popular y por lo tanto caro a esos jóvenes llenos de vida


    25. - Por lo visto le encontraron con una inyección en el


    26. fuera visto en ningún momento


    27. Visto el desamparo en el que los sectores más


    28. Y visto el papel que se le anticipa a esta información


    29. visto, parece que el comprador sale ganando si emplea esta


    30. En los últimos años hemos visto la llegada de un

    31. pueblo ha visto una y otra vez que aquellos a los que había


    32. Si lo hubiera visto en el suelo,


    33. hubiera visto nunca en su vida


    34. La verdad es que, visto de lejos, en


    35. recientes y que yo no había visto


    36. un rato más, aunque había visto luz en casa de Héctor y supuso que estaba en casa


    37. había l orado tanto en una película como con esta, y eso que ya la había visto cuando


    38. El tal Manolo por lo visto era un buenazo, y o bien ignoraba el pasado


    39. Por lo visto el único teléfono de la casa estaba en el despacho de Héctor, de


    40. segura de haberlo visto en alguna ocasión, sí, creía recordar que lo había visto con

    41. sus amantes? Por lo visto había organizado muy bien las citas


    42. Por lo visto, al final, casi todo sería ficción


    43. Estaba convencido de que lo había visto


    44. Por lo visto había estado ocurriendo


    45. Sin duda el cura había visto en su cara la amargura de la carga de conciencia que


    46. había visto a ese hombre en otra ocasión, salía de casa de la mujer


    47. el color del miedo: - “Pero siempre en un margen, en el sitio en que sólo pueda ser visto


    48. Por lo visto


    49. Así es que hé visto una órden de D


    50. Empeñose una discusión viva y acalorada;tanto más acalorada, cuanto que el que sostenía las ventajas de la plazade Córdoba no conocía la de Valencia, y viceversa; el defensor de la deValencia nunca había visto la de Córdoba, y bien sabido es que cuandofaltan razones, sobran siempre gritos











































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    vestir in English

    dress clothe put on

    Sinónimos para "vestir"

    adornar ataviar tapar acicalar envolver engalanar