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    adelantar frasi di esempio

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    adelanto


    adelantábamos


    adelanté


    1. Sin ningún temor por esos tentáculos ondulantes ominosamente, la reina se adelanta y un potente silbido atraviesa la calma del mar


    2. adelanta el mentón y su voz se hace más firme-


    3. A medida que se adelanta camino, los ribazos del San-Miguel vandisminuyendo de elevacion, y los


    4. —Es que el reloj de la honra adelanta siempre


    5. La estacion se adelanta, espreciso todavía visitar otras ciudades, acudir á losbaños,


    6. Se adelanta ésta con un puñado dealfileres y en un instante le prende las


    7. El mismo Sena se adelanta hacia el mar para recoger las


    8. hablar adelanta el mentón con gesto retador yaudaz


    9. Por fin, se adelanta la diligencia, se aplica la escalera a suscostados, y la vaca recibe


    10. El autor de la Investigacion de la verdad se adelanta á sostener quela causalidad

    11. había olvidado! y ahora él adelanta la confesión


    12. El Mozo chalan adelanta hacia los segundones blandiendo la luengapica con que acucia y guía su


    13. riqueza pública, da ocupacion á sus moradores y adelanta el progreso público


    14. Harwood se le adelanta y le cierra el paso


    15. El coche adelanta a un camión


    16. Sessle viene en dirección al séptimo tee y la mujer se adelanta y habla con él


    17. La estructura entera de la hembra adelanta su cara trastornada para acercarla más


    18. Beth adelanta en mi dirección la entrepierna de sus vaqueros ajustados, yo uso su bragueta para encender una cerilla de la cocina y transporto la llamita de un lado a otro de la habitación hasta la cabeza de Denny


    19. En esta etapa del juego, si se adelanta, sólo Dios sabe lo que el Norte es capaz de hacer


    20. Don jerónimo se adelanta a Valencia para preparar una procesión

    21. –¿No dice siempre que es el primero en llegar a la pista todas las mañanas? Se adelanta incluso a los instructores


    22. porque, lo que yo digo, ¿qué adelanta el pueblo con ser muy libre, si no come? Los gobernantes nuevos han de mirar mucho por el trabajo y por la industria


    23. En esto se adelanta Serrano, que estaba frente a Yegüeros con Izquierdo y López Domínguez


    24. La meditación, como es pensar profunda y determinadamente en estos altos conceptos, adelanta al ser rápidamente


    25. Hay que ver lo que se adelanta con las máquinas…


    26. Bill adelanta una a una las furgonetas del equipo de Jonas


    27. Su nuevo jefe, sin embargo, se le adelanta


    28. al tiempo se adelanta en el follaje,


    29. y cuando se adelanta la sirviente


    30. Es una actitud que se adelanta a una situación con esperanza positiva

    31. nombre se les adelanta, y en los pasillos y en los cafés no se habla de


    32. Saca su credencial y se adelanta hacia el aparecido


    33. ¿Qué se adelanta con mortificarle? Amargar sus últimos días, y predisponerle mal para la muerte


    34. (Entra el encargado; silencio hasta que se adelanta sonriendo


    35. Sebastián no parece muy satisfecho con la respuesta, pero, antes de que haga una nueva objeción, Néstor se adelanta y bromea:


    36. Y entonces usted se adelanta hacia la baranda del palco


    37. A lo que yo le dije que cada cual conoce sólo sus propios sufrimientos; hubiera hecho mejor en callar, pues ella no me hubiese replicado: «¡Lo que es, es una tunanta a la que Dios castigará…!» Al oír estas palabras me incliné sobre la mesa permaneciendo así hasta que la dueña me dijo: «Pero María, ¿en qué sueñas? Mientras tú duermes aquí, el trabajo no adelanta


    38. El mensajero partió en el acto; un hombre robusto e incansable; extendiendo primero un brazo, luego el otro, se abre paso a través de la multitud; cuando encuentra un obstáculo, se señala sobre el pecho el signo del sol; adelanta mucho más fácilmente que ningún otro


    39. Al contrario: el saber de los hombres adelanta, la arquitectura ha progresado y seguirá progresando; dentro de cien años el trabajo para el que hoy precisamos un año se hará quizás en pocos meses, y más resistente, mejor


    40. Va cargado con toda esa mierda cuando Kit se adelanta corriendo para abrir la puerta de la cabaña

    41. Se mete la pistola en los pantalones, adelanta el otro pie, extiende los brazos y descubre que la pared de la cueva se inclina hacia delante y que puede avanzar haciendo presión en ella con las manos, al tiempo que arrastra los pies hacia delante


    42. Lo abarca en su totalidad y, como de costumbre, se adelanta a los acontecimientos


    43. ¿Y el espacio, entonces? Si hay una carrespondencia entre los puntos de vista y los pasos, si cada vez que se adelanta el pie derecho o izquierdo a la piedra siguiente se abre una perspectiva establecida por quien proyectó el jardín, entonces la infinidad de los puntos de vista se restringe a un número finito de vistas, cada una separada de la que le precede y de la que le sigue, caracterizada por elementos que la contradistinguen de las otras, una serie de modelos precisos que responden cada uno a una necesidad y a una intención


    44. Grady se adelanta hasta que nuestros hombros entran en contacto


    45. (Recoge del suelo la túnica, el manto y la lira de EUFORIÓN, se adelanta hacia el proscenio y, levantando en el aire estos despojos, dice):


    46. Se adelanta un paso, ofreciendo la bola peluda


    47. Al parecer, Maugras se adelanta a lo previsto, a la evolución normal de su caso: algunos días lo deplora; otros, en cambio, se impacienta por la lentitud de sus progresos


    48. Se adelanta un hombre y en silencio le pone la hopa blanca


    49. En aquel instante, una mujer atraviesa el atrio de la Pagoda, y se adelanta hasta el recinto en que se eleva el ara de Schiven


    50. A continuación, después de haber reunido coraje, se adelanta y abre la puerta de madera































    1. mejor, quien se le adelantaba a veces en los vuelos yraptos de imaginación, cuando pugnaba por


    2. La obra, con todo, no cundía ni adelantaba por eso


    3. adelantaba al paso, al encuentro del carruaje


    4. animal monstruoso que adelantaba con una rapidez horriblepor el sendero junto al


    5. Pero el mar adelantaba de tal modo, que las olas iban a romperse a suspies y les cubrían de espuma


    6. Pero á medida que adelantaba se convencía de que estabaen el corredor de su


    7. A veces, una figura, rastreando, se adelantaba en el espacio iluminado;espiaba, forcejeaba en


    8. él era fuego, conversación, impulso; el gesto se adelantaba á


    9. adelantaba sus piernas angulosas, apoyándose en una palmeraque parecía una escoba


    10. sedetuvieron mientras se adelantaba el guía

    11. grandes guerras con Francia,nación que en el siglo XIV adelantaba en mucho á


    12. exponerme a otro susto, y por considerarque nada adelantaba con quedarme en el


    13. viaje, perocon esto no se adelantaba su realización


    14. adelantaba un paso en ello sin ocasionar a los indios


    15. Pero comprendía que con esto no adelantaba


    16. egoísmo? ¿Qué adelantaba su hermana con que él noestuviese en casa? Por el


    17. Conforme adelantaba la lección de comer, y menudeaban las


    18. Mientras ella se adelantaba hacia él, él permaneció tendido en su «chaise longue»


    19. «Pues, señor -dice el Adelantado, arrojando una rama al fuego-, me llamo Pablo, y mi apellido es tan corriente como llamarse Pablo, y si a grandes hechos suena el título de Adelantado, les diré que sólo se trata de un mote que me dieron unos mineros, al ver que siempre me adelantaba a los demás en lo de hacer pasar por mi batea las arenas de un río…»


    20. —Pero, ¿no le dijiste que ese reloj adelantaba un cuarto de hora?

    21. Se adelantaba hacia el animal con el paso flexible, rápido y silencioso del trampero, lo alcanzaba y, si no llevaba el collar, que es la marca de los hijos de buena familia, corría hacia él con una brusca y asombrosa velocidad y le pasaba por el cuello su arma, que funcionaba entonces como un lazo de hierro y cuero


    22. Agrupados en la parte delantera, los niños miraban el camino metálico que corría por debajo, en la mañana lluviosa o resplandeciente, alegrándose cuando el tranvía adelantaba a toda velocidad una carreta de caballos o, por el contrario, rivalizaba en velocidad, por un momento, con un automóvil asmático


    23. En aquel momento estaba Steerforth recostado en la pared, con las manos en los bolsillos, y cada vez que míster Mell le miraba adelantaba los labios como para silbar


    24. Mientras se adelantaba a lo largo de un corredor en compañía del superintendente, dijo con voz apagada:


    25. Cuando se adelantaba demasiado, el perro volvía sobre sus pasos y ladraba ferozmente, mostrando los dientes a los salvajes


    26. –Descansen en paz –comentó el albanés, mientras adelantaba unos pasos convencido de que la culebrina turca no podía ya ocasionarles el menor daño –y que lo pasen muy bien con las huríes del paraíso


    27. Apenas calculaba que iba a retirarse -porque empezaba a limpiar la pluma y cerrar los cuadernos-me adelantaba


    28. Podía haber sacado tranquilamente su revólver SW 38 corto de su riñonera y haberle disparado sus cinco balas en la espalda cuando la adelantaba


    29. Me quedé donde estaba, mientras Rachel adelantaba con el resto de la cola


    30. Había leído en muchos libros que era el mejor sistema para librarse de ataduras, pero aparte de conseguir que se le cayera la mordaza, no adelantaba gran cosa con las ligaduras de sus pies y manos

    31. Anunciaron al rey Etzel que la muy noble señora Crimilda se adelantaba hacia su reino; y desapareciendo de su alma todo el dolor, el rey salió al encuentro de la tan digna de honor


    32. Discurrieron los medios de alagar los procedimientos para ver si ganando tiempo adelantaba el negocio de su salvación, y al cabo convinieron en que Bringas se fingiría mudo y Olózaga loco


    33. Créelo, resplandecía el espíritu del siglo en derredor suyo, y poco adelantaba su madre, la Princesa de Beira, queriendo rodearle de tinieblas


    34. Julia se echó a reír, mientras se les adelantaba hacia el despacho


    35. Anna hizo un ademán como pidiendo disculpas mientras el vehículo la adelantaba a toda pastilla y no dejó de mirar por el espejo lateral, temerosa de que cualquiera de los dos camiones la persiguiese


    36. Es preferible alojarla en una sala de aislamiento -aconsejó Harlan mientras se adelantaba para mostrarles el camino


    37. Había barcas remando en la oscuridad, y una fila de luces se adelantaba despacio, al extremo de la lengua de arena que, al iluminarla con faroles, clareaba el agua bajo el galeón


    38. El taxista soltó un juramento mientras un Porsche 911 negro los adelantaba, y sus luces traseras rojas, cada vez más pequeñas, recordaron a Benton el infierno


    39. El ruido se adelantaba, el ruido de las ruedas en los empedrados, el ruido de los cascos de los caballos… Pero no llegaban, pero no llegaban… Entre los que volvían en carruaje, burócratas cesantes y militares de baja, gordura bien vestida, regresaban a pie los finqueros llamados por el Presidente meses y meses hacía con urgencia, los poblanos con zapatos como bolsas de cuero, las maestras de escuela que a cada poco se paraban a tomar aliento -los ojos ciegos de polvo, rotos los zapatos de polvillo, arremangadas las enaguas- y las comitivas de indios que, aunque municipales, tenían la felicidad de no entender nada de todo aquello


    40. Había llegado con Relona y unas cuantas personas más, pero se había quedado atrás para observar mientras la compañera de Shevonar se adelantaba apresuradamente

    41. El que yacía, el morro adelantaba,


    42. En una de estas notas -la del miércoles, 17-, la sección de Sucesos adelantaba la versión oficial sobre las posibles causas del siniestro


    43. A su derecha iban quedando atrás las moles de los camiones pesados que dejaban oír un siseo cuando él los adelantaba


    44. Valdivia apenas pudo abrir la puerta ante el impulso de Macrino que se le adelantaba y salía por encima de él


    45. Recibió orden de desplegar en tiradores únicamente su primera sección; sus otras dos secciones permanecieron en lo alto, mientras aquélla adelantaba las alas para proteger un ataque de flanco


    46. Pero cuando una persona se adelantaba a los problemas y los veía venir, se encontraba en condiciones de manejar la situación


    47. Rosie pagó al taxista mientras él se adelantaba a abrir la puerta de casa


    48. Comprendió que debían de estar ya bastante cerca de él, y un estremecimiento expectante le sacudió mientras se adelantaba velozmente a su tropa


    49. Desgraciadamente para él, su intento había resultado fallido, así que ahora pasaba los días encadenado de pies y manos bajo la atenta mirada de un guardia, que se encargaba de cebarlo como si de un cerdo se tratase, todo para que no muriera prematuramente y dejara a nuestro emperador sin herencia, para que Tiberio no pudiera decir: «Se me ha escapado vivo», siguiendo su costumbre cada vez que alguien se adelantaba a sus planes quitándose la vida antes de que él tuviera tiempo de arrebatársela


    50. –¡Cojines! – y ya se había levantado, bajaba el vidrio, adelantaba la mano con las dos monedas de cien, gritaba:








































    1. se adelantaban hacia lapuerta


    2. se adelantaban chispeantes las bailarinas a tomar posesión dela escena


    3. Dos hombres adelantaban por la calle del Arenal, hacia lasubida de San Martín


    4. escaleras, pasando por la librería y avisandosilencio a los criados que se adelantaban a


    5. que se adelantaban al galope endirección á Burdeos


    6. Los arqueros bisoños se adelantaban formados en filas ytendían


    7. conocían lashoras del despacho, y si se adelantaban por un caso


    8. verificó, y al mediodia habian ya bajado de las montañas, y se adelantaban con ademan deacometer el


    9. Unos se adelantaban, otrostardaron mucho en


    10. Describía el desfilar de los Procuradores, obispos y grandes, que unotras otro se adelantaban

    11. Fue el último en abandonar la planicie, y los otros se adelantaban como medio kilómetro de escaleras por encima de él


    12. En todas partes, la multitud miraba de reojo a los rabinos y sacerdotes que se adelantaban al oír las voces de Juan


    13. Pero ahora eran los soldados del rey los que se adelantaban:


    14. Baraona y los tres amigos, viendo la tardanza de los dos jóvenes, se adelantaban a su encuentro


    15. Por fin todos estaban sobre los caballos, bebiendo la última taza de posset mientras algunos hombres se adelantaban


    16. En las [249] Provincias Vascongadas no contaba la insurrección con éxitos notorios, porque desde San Sebastián avanzó Alcalá, aventando a toda la chusma de Muñagorri y del cura de Dallo; y si bien Urbistondo y los miqueletes bilbaínos adelantaban algo en el interior de Vizcaya, se veían amenazados por Iturbe y Simón de la Torre, que permanecieron fieles a Espartero


    17. A comienzos de 1189 empezaron a llegar importantes contingentes de cruzados a las costas de Tierra Santa; eran la avanzadilla de la Tercera Cruzada, que se adelantaban a la llegada de los tres soberanos


    18. A nivel espiritual y social, los cambios se adelantaban a la más ambiciosa reforma política


    19. Resultó que los eclipses se adelantaban al máximo cuando la Tierra y Júpiter se encontraban al mismo lado del Sol y distaban lo mínimo entre sí


    20. —Signore! —gritaron los guardias, al tiempo que le adelantaban y formaban una barrera en el pasillo—

    21. Otros hombres de los Botes se adelantaban ya con un trozo de Lona


    22. »Otha, como es bien sabido, había enviado tiradores y patrullas que se adelantaban al grueso de sus fuerzas


    23. Agité los brazos mientras me adelantaban y entonces volví a la senda, como si tuviera intención de indicar el camino a más policías


    24. Si en alguna de las plazas, debido a una aglomeración excesiva procedente de los caminos laterales, se hacía necesario ejecutar grandes cambios y traslaciones, deteníanse las hileras enteras o adelantaban sólo paso a paso; pero luego sucedía también que durante un rato corrieran todos a una velocidad relámpago, hasta que nuevamente se aplacaban como regidos por un freno único


    25. Adelantaban, pero muy lentamente


    26. Hubo un movimiento de escaños volcados porque muchos de los presentes se habían levantado y se adelantaban


    27. Vader se detuvo al comienzo de la rampa y estudió la nave mientras se adelantaban un oficial y varios soldados


    28. Se quedó callado mientras dos senadores los adelantaban


    29. Captaba dentro de sí cada uno de los cambios de la corriente en el curso del año y, poco a poco, empezó a representarse aquel noble río como una unidad, una arteria a cielo abierto con canales que adelantaban y retrocedían en todas direcciones


    30. Y al cabo de un rato, deteniéndose en la puerta del restaurante, mientras los dos hombres se adelantaban hacia el coche, murmuro:

    31. La oscuridad, apenas rota por las luces de los escasos vehículos que les adelantaban, parecía dispuesta a tragárselos


    32. Adelantaban a campesinos con sus mujeres y sus hijos, a pastores, a cazadores que llevaban al hombro cervatillos aún vivos con las piernas atadas para ofrecérselos a la diosa del santuario


    33. Cada vez que se descubría nuevo territorio, se producían siempre tres fenómenos: los comerciantes que se adelantaban arriesgándose, los bandidos que acechaban a los hombres decentes, y un comercio en esclavos


    34. Algunas veces hablaban entre ellos y se adelantaban para proyectar sobre un rostro la luz de la lámpara


    35. – Mientras los enanos ya seleccionados se adelantaban, el cobar fue señalando a otros-


    36. Hombres y mujeres lo adelantaban por el margen del camino, lanzándole miradas nerviosas


    37. Como el lecho del río se profundizaba gradualmente, las bestias se hundían a medida que adelantaban, aunque el agua no les llegó al vientre ni aun cuando estuvieron en la mitad del río


    38. Algunos cazadores a caballo, de uniforme verde oscuro, con sus gorros de pelo negro, redondos como bolas y encasquetados en la frente, se adelantaban por las primeras tablas del puente


    39. Los seis primos de Pequeño Juan admiraban a Mariana con la boca abierta, mientras que las dos hijas de sir Guy se adelantaban con un apresuramiento lleno de gracia hacia la viajera


    40. Los cantos se adelantaban y retrocedían,

    41. La luz se iba agotando entre el arbolado, y no adelantaban


    42. Cada vez que llegaban a una población, los miembros de la compañía se adelantaban para anunciar su llegada con tambores y trompetas


    43. Hasan apoyó su mano en el hombro del poeta, mientras que visires y cortesanos los adelantaban entre risas burlonas y cuchicheos


    44. A veces los policías estaban apartando a una muchedumbre y le dejaban solo en el coche, otras veces no se adelantaban lo suficiente y Rajiv quedaba de nuevo expuesto


    45. Los hombres adelantaban por las aguas, poco profundas


    46. Para animar a sus compañeros, muchas veces puso mano a los trabajos, pero éstos adelantaban muy lentamente a causa de la ignorancia de los obreros


    47. Sin hacer caso de sus rivales, que les adelantaban resoplando, llevaban el cuerpo algo inclinado, la cabeza alta, los codos unidos al cuerpo, los puños ligeramente adelantados, acompañando cada movimiento del pie opuesto con un movimiento alternativo


    48. Las luces de los coches que los adelantaban a gran velocidad en la 302 destellaban suavemente en su cabello y le daban visos plateados


    49. Las caras de los chicos estaban enrojecidas con el resplandor de las llamas mientras se volvían para ver a las dos chicas que se adelantaban hacia ellos en compañía de Charlie


    50. Lo supieron por las oleadas de gente que los adelantaban o se cruzaban con ellos



    1. mar y la costa como lo haría el capitán de un navío ajeno, que ha recibido por adelantado el


    2. La Reina por su parte, se había adelantado y fue posiblemente ya venido a las tumbas


    3. Refiriéndose a apuntes y manuscritos de Jiménez de Quesada, cita su testimonio en el sentido de que el Adelantado logró establecer que los nativos usaban el signo de la cruz, y lo estampaban sobre las sepulturas de los que habían muerto a consecuencia de picaduras de serpientes


    4. Se había adelantado bastante, ya en


    5. «Esos mastuerzos se me han adelantado


    6. Se le habían, en efecto, adelantado los Padres dominicos, a cuya Ordenpertenecía el obispo


    7. mayor, ádistinción del puesto por el Adelantado ó Merino menor, el cualtiene jurisdición para aquello


    8. Por esto, estando muy adelantado Noviembre, aun


    9. en siendo rey, hágame marqués o adelantado, y luego,siquiera se lo lleve el diablo todo


    10. Al cabo de quince o veinte días, ¿cuánto había adelantado lacuración?

    11. —En el que habéis adelantado


    12. ingenio de quien la inventara;pero poco habré adelantado para el conocimientode la realidad de


    13. temerario se le había adelantado lomenos veinte pasos en la


    14. después cierta satisfacción,como si hubiera adelantado algo en el conocimiento de


    15. El Adelantado estaua En Cadiz con 40 galerasy 40 Galeones, y otro número de


    16. el Adelantado deCastilla murió súbitamente en el puerto de


    17. Murió súbitamente el Adelantado de Castilla


    18. adelantado en política, dígalo la estabilidad que alcanzamos, lafijación de nuestras


    19. encomiástico acerca de lo adelantado que está elarte de la declamación en el país, para


    20. No hemos pues adelantado un paso: falta explicar lo que es esacapacidad, esa distancia; la cuestion está intacta todavía

    21. pasos, que lesdiesen aproximacion, ya que nó exactitud, y habiendo adelantado lasciencias


    22. Plata, por el muyIlustre Señor, el Señor Adelantado Juan de Torres de Vera y de


    23. Adelantado, Gobernador y Capitan General, y Alguacil Mayor detodas estas Provincias, por la


    24. —Ya ve usted—le dijo—; ha adelantado la mitad del camino en sucuración


    25. El mes de septiembre estaba ya muy adelantado, y nadie


    26. Por su Gobernador y Adelantado,


    27. Del título y blason de Adelantado


    28. Con título y blason de Adelantado:


    29. Con tìtulo y blason de Adelantado


    30. Al puerto de Ibiacà el Adelantado,

    31. ¡Las veces que habrá adelantado el


    32. por adelantado de su futuro bienestar


    33. El Adelantado D


    34. cantar elBarbero, la escena del piano; él, don Víctor, se había adelantado a lasbaterías para decir


    35. Emilia le exigió el pago adelantado


    36. lo aceptaba todo por adelantado: no había sido en sutiempo


    37. extraerla, y esto llevaban adelantado


    38. sucumbir, sesaborearon por adelantado las provisiones que se llevaban al monte, y seremojó


    39. huéspedesque se habían adelantado


    40. yChincheros que se habian adelantado sin órden, las atacaron con la mayorintrepidez y osadia

    41. Excusábase por adelantado de lo defectuoso de su trabajo, hablando conlos


    42. Llevó Juan de Oyolas con los 400 soldados al Adelantado


    43. Procuró el Adelantado informarse de la nacion de los


    44. antesse volvieron al Adelantado, el cual queria entrar otra vez en


    45. Volvimos por el rio al Adelantado, el cual mandó que, pena de


    46. Conseguida la quietud de la gente, mandó el Adelantado á


    47. Desprecian los soldados al Adelantado Alvar Nuñez, por su


    48. Tiaong, es pueblo rico, cosechándose arroz en gran cantidad, quellevan á los mercados de Batangas; café recogen en bastante númerode cabanes, cuya cosecha por lo general se compra por adelantado


    49. Se lo agradezco por adelantado


    50. El más adelantado de los hermanos de Orden del infatuado oficial apareció e inquirió:














































    1. unaescala indefinida, en la cual descubrimos tanta mayor extension, cuantomas adelantamos en ella


    2. De las Cabrillas nos llevaron a Motilla del Palancar, en tierra de Cuenca, donde nos batimos con la división francesa de d'Armagnac, y algunos adelantamos por orden superior hasta Huete


    3. Pero, desde luego, hasta que construimos el cerebro, no adelantamos mucho


    4. Los encontramos celosos cuando nos cruzamos con elloso nos adelantamos a ellos en el prestar ayuda


    5. Nos adelantamos hacia ese momento que constituye nuestra aspiración


    6. Nos adelantamos en cuanto lo supimos –dijo Ayla


    7. Salimos en una dirección y después, antes de que los cerdos se den cuenta, en el momento en que empiecen a perseguirnos, damos la vuelta y los adelantamos en sentido contrario


    1. adivinannuestros deseos y se adelantan a ellos?


    2. magistrados de la mision, se adelantan á suencuentro


    3. ; poniendo cadauno de los pies sobre una de las bordas, adelantan con precaución paramantener el


    4. adelantan con la mesa


    5. 161]que los hijos á medida que adelantan en edad sehallan distraidos por mil atenciones


    6. En el cálculo,unos se adiestran con facilidad en la parte de aplicacion,miéntras no adelantan


    7. igualmente ni con mucho,en la de generalizacion; unos adelantan en la Geometríamas de lo que habian


    8. asegurares que la extension del mundo excede á toda ponderacion; quecuanto mas adelantan las


    9. —Fuertes y sufridos; no adelantan durante el combate, pero tampocohuyen, sino


    10. enemigos y adelantan, con el barón á la cabeza

    11. —De esta suerte estaremos en condiciones de ver si se adelantan, los cingaleses


    12. Si ellos no se adelantan, el país estaría hundido en una guerra civil o habría sido ocupado por los rusos, le explicó el Teniente Juan de Dios Ramírez


    13. De las más verosímiles tradiciones masónicas se desprende que el Venerable en cuestión era de los que se agachan para dejar pasar las turbonadas y los pedriscos, conservando siempre el mismo sitio y no dejándose arrastrar por la furia de las pasiones, con lo cual, si aparentemente adelantan poco, en realidad salen siempre ganando y no están sujetos a las caídas y vaivenes de la gente muy visible y muy talluda


    14. ¡Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad…! Con cuánta rapidez las declaraciones hechas en ciencia ficción, de buena fe y tras cuidadosas investigaciones, quedan anticuadas y convierten la ciencia ficción en fantasía…


    15. Nick empieza a trabajar con Ed el jueves por la mañana, y ordenar de nuevo las guías de teléfono es una tarea de proporciones tan enormes, tan colosales desde el punto de vista de la carga que hay que manejar -el volumen y el peso de los innumerables tomos de mil páginas que se deben sacar de su estantería y acarrear a otra zona del almacén para luego volver a cogerlos y colocarlos en otro estante-, que adelantan poco, mucho menos de lo que han previsto


    16. Se adelantan, porque no son amigos de este minero que soy yo


    17. Se adelantan unos soldados con el hacha al hombro


    18. –Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad…


    19. Los trailer los adelantan envueltos en túnicas cónicas de agua y torrente


    20. –Todos lo somos -pronunció Paso en la Arena, diplomático-, pero ellos echan sombras que se adelantan

    21. Esto es de muy difícil comprensión para el profano; pero las almas evolucionadas acrecientan su convencimiento de esta verdad a medida que adelantan en su experiencia


    22. —Una vez más los acontecimientos se me adelantan


    23. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga


    24. Los motoristas nos adelantan a toda velocidad haciendo virar sus máquinas de lado a lado


    1. crecía solo, casi sin cuidados, o más bien adelantando a éstos las etapas de su crecimiento


    2. las dos no comemos y todavía son las doce, tiene dos horas para ir adelantando la tarea


    3. coches a una velocidad superior a la media, adelantando a los que se les ponían delante


    4. Como nopodían levantar las manos, pedían gracia besando el polvoó adelantando la cabeza: quien hablaba de sus hijos, quien de sumadre que se quedaba sin amparo; el uno prometía dinero, el otroinvocaba á Dios, pero ya los cañones se habíanbajado y una horrorosa descarga los hizo enmudecer


    5. Veanahora lo que vamos adelantando en la subida


    6. Entre tanto, Quevedo, adelantando en dirección opuesta,murmuraba:


    7. casa; porque adelantando por ese jardín, ydando en un cenador,


    8. adelantando del uno en elotro hasta que llegó a un punto donde


    9. Estrecho, y adelantando laspoblaciones


    10. Yo, adelantando el discurso, como sucede en tales casos,creí leer en aquel

    11. Estás adelantando más rápido de lo que tú crees, y yo, por mi parte, voy a tomar lecciones de cortesía en ti, pues creo que tú has aprendido el secreto


    12. Corrí yo también, adelantando a muchos, y pronto llegué frente al mar enfurecido


    13. Pero me estoy adelantando, eso ocurrió mucho después


    14. —Pero ten cuidado, porque si me cortas por accidente —se inclinó hacia mí por encima de la mesa, adelantando la barbilla—, si se te ocurre hacerme un arañazo, te juro que estás en la cárcel antes de que te puedas poner otra vez los pantalones


    15. —Espera, espera —le dijo Fazio a la vieja, adelantando las palmas de las manos en el gesto internacional que significa detenerse


    16. Adelantando cuidadosamente llegué a la caja de la escalera, abierta a la luz y al aire por el hundimiento de las salas de la fachada y de una parte del techo por donde penetró la bomba


    17. -El ladrón eres tú -afirmé adelantando con resolución


    18. Se hizo más ancho y apareció una mujer con un farol en la mano, levantándolo por encima de la cabeza y adelantando la cara para mirarnos


    19. Anselmo, adelantando un paso, apoyó ligera y confortadoramente sus brazos en los hombros de su compañero


    20. El coche rojo les estaba adelantando

    21. Hizo el gesto universal de paz, adelantando ambas manos, con las duras y encallecidas palmas hacia arriba


    22. Era mano de santo porque, adelantando trámites, algunas incluso regresaban a la ciudad ya preñadas


    23. En el momento en que la caravana los estaba adelantando y proyectaba su sombra sobre el coche de Isserley, el vodsel se puso a cantar a todo volumen y sin la menor inhibición


    24. El Jaguar rojo aparcó en la entrada del hotel a eso de las seis de la tarde, adelantando


    25. Entonces, adelantando la cabeza por encima de su hombro, él pareció buscar el consentimiento de sus ojos


    26. Sin embargo -y adelantando acontecimientos- puedo señalar que en nuestra segunda «aventura», Civilis me relató aquel nuevo encuentro con los «despreciables sacerdotes», congratulándose de la actitud de Poncio


    27. –Si fue conferencia a lo mejor la anunció la telefonista -sugirió Sebastián mientras Lira indicaba las cubetas adelantando el pie-


    28. Hulohot no era consciente de los murmullos que se elevaban de las personas a las que iba adelantando


    29. Los gladiadores se van incorporando y adelantando a la vez que cierran las puertas, regresa la penumbra y los gritos afluyen por los tragaluces


    30. –Espera, espera -le dijo Fazio a la vieja, adelantando las palmas de las manos en el gesto internacional que significa detenerse

    31. No recordaba la mayoría de los nombres de sus trabajadores, pero su paje se los iba adelantando mientras la presentaba


    32. –No es correcto que un extranjero tome las decisiones -protestó Nerón con rigidez, adelantando el mentón


    33. Henry se había adelantando a la segunda cámara con el alcalde y el ingeniero, mientras yo detenía al Jefe tocándole el brazo y preguntándole a propósito de las literas metálicas por qué no las había dobles para los casados


    34. –¡Con esto! – dijo el buhonero adelantando las manos, encallecidas por el duro trabajo


    35. Pero me estoy adelantando a los acontecimientos


    36. Se diría que aquel calvario iba a durar para siempre, pero dos días más tarde sucedió algo -advirtió el anciano, adelantando el cuerpo en dirección a la mesa-


    37. De esa manera fueron adelantando con sus respectivas partidas, como si ambos subieran por los costados de un triángulo isósceles y estuvieran destinados a encontrarse en la cúspide en el momento decisivo


    38. Ellos se inclinaron al unísono, adelantando las botas y le dieron las gracias en un involuntario coro que la hizo reír y batir palmas


    39. –Sí, ya lo sé -dijo ella con despreocupación, adelantando sus hermosos labios pintados en un mohín triunfal-


    40. Jack hizo una elegante reverencia adelantando una pierna y poniéndose el sombrero bajo el brazo izquierdo

    41. El inspector desde su silla supo que Corrales estaba a punto de estropearlo todo cuando lo vio tirar el cigarrillo al suelo y, en un arrebato de inspiración lírica, tender la octavilla hacia la muchacha adelantando todo el cuerpo hacia ella:


    42. Ya vamos adelantando


    43. La señora Pilling bajó el perro al suelo y salió por el pasillo adelantando la cabeza, irguiendo los hombros poderosos


    44. –¡El carburo! ¡El carburo! gritaba el viejo, adelantando en su canoa por el lago


    45. Adelantando la aguja un punto, la imagen de la Galaxia aparecía tal como era cincuenta años después y una corona de estrellas se enrojecía en el borde de Trantor


    46. Egwene respiró hondo y, adelantando unos pasos, pasó bajo el arco y penetró en el resplandor


    47. Adelantando las manos, ella lo aferró, y lo guió hacia la suave humedad de entre sus piernas


    48. —¡Por supuesto que es verdad! —Protestó Bane, adelantando el labio inferior en una mueca encantadora—


    1. Con motivo de adelantar la Comision, determinamos(como siempre así lo hicimos), dividirnos, dos á hacer el reconocimientode las Sierras del Volcan, y uno al de la costa del mar, y reduccion quefué de los Jesuitas


    2. adelantar palabra de lo que pensaba hacer, aguardó con paciencia todo el


    3. Los abogados Soto y Azuero, especialmente, en su empeño de hacer fusilar a Infante, enmarañaron el trámite del proceso, en forma que se mezclaron leyes y disposiciones de la Colonia Española con normas de la constitución de 1821, sin que al final de cuentas se pudiera establecer la base republicana o colonial para adelantar la causa contra el Coronel


    4. iba haciala escalera, volvía, tornaba a adelantar, retrocediendo


    5. propósitos, adelantar «gran cosa en la fundación del convento,y aunque contó con el


    6. Los portugueses y demasextrangeros, cuando quieren adelantar y poblar sus límites,fomentan y


    7. Se indica un medio para adelantar en la filosofía de lahistoria


    8. Ejemplo sacado de las fisonomías, que aclara lo dicho sobreel modo de adelantar en la


    9. luegoproducirá sus buenos resultados, perfeccionandoy madurando el juicio, haciendo adelantar


    10. El deseo de adelantar, de cumplir con el

    11. otros de feliz disposicion para adelantar en estas,y muy poco capaces para aquellas


    12. Ejemplo sacado de las fisonomías, que aclara lodicho sobre el modo de adelantar en la


    13. adelantar un paso,encontrándose después de ellas en el mismo


    14. delproceso, consiguió adelantar la causa más que sus antecesores que no lamovieron un punto; y por


    15. RAY Parisote, Maestre de los Caballerosde San Juan, codicioso de adelantar


    16. Es necesario esforzarse en percibir con toda claridad lo que son loshechos de conciencia, lo que es su testimonio; pues sin esto esimposible adelantar un paso en la investigacion del primer principiode los conocimientos humanos


    17. adelantar un solo paso


    18. les había hecho adelantar la comidade la noche


    19. Trabajaba el zapatero para las tiendas de la ciudad, sin adelantar grancosa


    20. subvención van construyendo el ferrocarril sin adelantar

    21. sus perseguidores, á quienes vió separarseformando extensa línea y adelantar por la


    22. adelantar más a la humanidad en losúltimos cien años que en los


    23. adelantar con las luces que nos handado estos descubrimientos


    24. caballos pueden adelantar mucho; mayormentecuando allí no


    25. mandó adelantar sus compañias decaballeria, que en efecto lo lograron en las cercanias del Cerro deYupa,


    26. Habían visto otras expediciones peores que podían cubrir distancias muy largas y durar meses enteros; las que habían hecho a caballo, para adelantar a los camellos; aquellas en las que cada cual llevaba su harina, sus dátiles, su agua y, sobre todo, sus municiones para no carecer de nada en caso de dispersión


    27. Shiff, que sabía de la existencia de pogroms en Rusia, aceptó adelantar la mitad de los fondos que Japón necesitaba, una suma colosal, y le dio una carta como prueba de la existencia del préstamo


    28. —Milord, me he tomado la libertad de adelantar la hora de su desayuno


    29. «Razón de más -pensé- para adelantar la explicación


    30. Era una cosa extraña; nunca se podía adelantar un paso en el corazón o en el espíritu de aquel hombre

    31. Punto número tres: el adelantar el reloj diez minutos


    32. La amplitud de su bóveda era completamente regular, y las paredes perfectas; pero después de adelantar un buen trecho advirtieron los navegantes que había por muchos lados filtraciones que caían gota a gota y hasta en algunas partes convertidos en verdaderos chorros de agua


    33. Andando de rodillas, estirándose a rastras como si fuesen de goma, resoplando y fatigados, los cuatro exploradores consiguieron adelantar otros cincuenta metros


    34. Habían planeado el matrimonio para cuando él terminara sus estudios y consiguiera un trabajo seguro, pero la ruina del magnate precipitó las cosas y debieron adelantar la boda un par de años


    35. Por el momento no es necesario adelantar acontecimientos


    36. Y, por último, se encuentra la escala natural de los herederos y por tanto la cronología: es decir, si alguien intentara adelantar su herencia forzando al destino, por ejemplo eliminando a su antecesor en el derecho dinástico, perderá la razón de su derecho


    37. De modo que yo podría adelantar cualquiera de mis pies con relación a los tuyos: el izquierdo o el derecho por el lado exterior, o el derecho o el izquierdo por el interior


    38. Conociendo los hábitos políticos imperantes, no quería adelantar una victoria apretada


    39. Por qué adelantar


    40. Podía adelantar la opinión de algunos amigos al enterarse de la noticia: «¿Has leído lo de Martin? ¡Parece que Marte lo ha convertido en otro hombre! ¡Quién lo hubiera pensado!» Gibson se agitó, incómodo; no tenía intenciones de convertirse en un ejemplo moralizador para nadie, si podía evitarlo

    41. ¿Qué se había atribuido a la filosofía de Juwain en aquellos lejanos días? Que haría adelantar a la humanidad cien mil años en el espacio de dos generaciones


    42. Rafael cuando se le vino el toro encima, y en vez de adelantar el brazo de la muleta hacia el terreno de afuera en la rectitud del toro, lo que hizo fue


    43. Anna se sintió culpable al adelantar a una anciana que dos jóvenes transportaban en un gran sillón de cuero; la pobre tenía las piernas hinchadas y su respiración era entrecortada


    44. Entre los hombres surge un Jesús, por ejemplo, que condesciende en regresar a un plano inferior con el propósito de enseñar a adelantar


    45. Pero de nada aprovecha adelantar años ni acontecimientos


    46. —Y ustedes quieren adelantar su venida


    47. Se hace a un lado para adelantar a las camionetas, que le mojan el parabrisas con el agua que levantan a su paso


    48. Hice lo que pude por estar tranquilo, por ceñirme a mi tarea y adelantar las Memorias, pero fue inútil


    49. –Sí, así era en un principio, pero decidí adelantar el viaje porque en la agencia me avisaron que usted se iba hoy


    50. Por ejemplo, ir al cine en funciones de trasnoche porque Buenos Aires está tres horas por delante de Lima y a medianoche es muy temprano para que nos vayamos a la cama, porque recién son las nueve en nuestro reloj biológico peruano, que no estamos dispuestos a alterar, curioso patriotismo el que nos asalta, negándonos a adelantar nuestros relojes, especialmente el que me regaló el gran Joaquín Sabina, que no me saco ni para dormir













































    1. —Cuando puedas, lo adelantas, haces un trompo y te plantas en medio de la carretera con las luces largas


    2. –Escucha: ahora en la terraza de abajo tú te adelantas y te pones a hablar con el centinela


    3. Porque el coronel Steiner y sus hombres lo harán si tú no te adelantas


    1. adelanto algunos detalles, el profesor


    2. Pero, ya que hemosentrado en explicaciones, ¡vamos hasta el fin!¿Cómo cumplen con su deber los que en los pueblosinspeccionan la enseñanza? ¡Impidiéndola! Y los queaquí han monopolizado los estudios, los que quieren modelar lamente de la juventud, con exclusion de otros cualesquiera,¿cómo cumplen con su mision? Escatimando en lo posiblelos conocimientos, apagando todo ardor y entusiasmo, ¡rebajandotoda dignidad, único resorte del alma, é inculcando ennosotros viejas ideas, rancias nociones, falsos principiosincompatibles con la vida del progreso! ¡Ah! si, cuando se tratade alimentar á presos, de proveer á la manutencion decriminales, el gobierno propone una subasta para hallar al postor queofrezca las mejores condiciones de alimentacion, al que menos les ha dedejar perecer de hambre, [210]cuando se trata de nutrirmoralmente á todo un pueblo, nutrir á la juventud,á la parte más sana, á la que despues ha de ser elpais y el todo, el gobierno no solo no propone ninguna subasta, sinoque vincula el poder en aquel cuerpo que precisamente hace alardes deno querer la instruccion, de no querer ningun adelanto


    3. El adelanto, el


    4. José Ballivian, presidente de Bolivia,animado del mas ardiente celo por el adelanto y la mejora de su


    5. Las facilidades de comunicacion son en todo pais el primer requisitopara el adelanto del comercio y de la


    6. en vista el bieny el adelanto de las otras provincias de las altas planicies, dándolesmayor cabida para el


    7. En la acertada eleccion de la carrera no solo se interesael adelanto del individuo, sino la felicidad de toda


    8. adelanto moral ha sido grande en las relaciones de unosindividuos con otros,


    9. mientras que apenas ha habido adelanto en la vidacolectiva, poco en el


    10. en su respectivo lugar;hijas de la época, secuelas indispensables del adelanto general

    11. adelanto en el camino de laperfección


    12. suplicada a Dios,puesto que dependía del adelanto de las


    13. Con el adelanto


    14. adelanto delas penas del purgatorio


    15. en ti, me inclinaría aentender que de nada vale la tal transmigración para el adelanto de lasalmas


    16. un adelanto que, unido alo que tú has recaudado con las


    17. esto, porque es un adelanto en una ciudad tan alejada del movimiento europeo


    18. –Se trata, por lo visto, de un adelanto muy moderno, aunque la verdad, tanta modernidad no va conmigo


    19. De estas afirmaciones se deducía: a) Un adelanto del "gobierno mundial" que hoy quiere practicar Washington con


    20. En el liceo, la puerta de honor estaba abierta, los tiestos con plantas adornaban de arriba abajo los dos lados de la escalera monumental que los primeros padres y los alumnos empezaban a subir, los Cormery, naturalmente, habían llegado con mucho adelanto, como siempre ocurre con los pobres, que tienen pocas obligaciones sociales y placeres, y que temen no ser puntuales

    21. Al mismo tiempo, los colegios y facultades se apresuraron a anunciar el adelanto del fin de curso y la cancelación de diversos exámenes en la confianza de que los estudiantes se dispersaran y volvieran a sus casas


    22. Ése es un gran adelanto, hijo


    23. y cincuenta de adelanto que fundí en las carreras


    24. 29 con el que realizara aquella hazaña al barco actual mediaba un abismo de tecnología y su principal adelanto era el Snorkel: un tubo telescópico que asomaba tres metros sobre la tortea, dotado de una boya y de una válvula de cierre automático que permitía al submarino navegar bajo la superficie, tomando aire del exterior


    25. Por consiguiente, llegan con mucho adelanto e inventan el cuento del supermercado cerrado de Trapani


    26. La enfermera que tenía que ponerle la intravenosa se presentó con cierto adelanto


    27. El primer pago era simplemente un adelanto


    28. ¿Quién hubiera adivinado, hace cuatro años, que podríamos lograr un adelanto así? Todavía recuerdo el día en que llegaste a Computación sin hacerte anunciar, preguntando en tono quejumbroso si a alguien le interesaba el reconocimiento de esquemas


    29. Es el mayor adelanto en cuestión de defensa desde el descubrimiento de la energía atómica


    30. Por otra parte, los resultados obtenidos de esta clase de estudios son a menudo de escasa relevancia y contribuyen más a engrosar la bibliografía del investigador que al adelanto de la ciencia médica

    31. Ya he empezado a trabajar en el caso, sin el adelanto


    32. –¡La convencería de que la quiero! ¡Mi Dios!, si ella sabe que di un adelanto para comprar esa casa en Newton


    33. —Es un adelanto por la cuarta parte del total


    34. Todo el mundo intuye un inminente adelanto en la comprensión de la función cerebral


    35. Víctor le dio una breve explicación de las distintas instalaciones y le explicó también cómo VJ había montado el laboratorio sin despertar la menor sospecha: Incluso mencionó el descubrimiento de la proteína de implantación y el adelanto que supondría en el campo de la infertilidad


    36. Toda la información está allí, y el adelanto en dólares, no en euros


    37. Aun cuando un viaje de veinte años se considere aceptable, los períodos de aceleración y desaceleración consumirían mucha energía, y es dudoso (si se prescinde de algún gran y revolucionario adelanto en la tecnología) que una nave espacial pueda llevar una fuente de energía suficientemente grande para proporcionar la que sería necesaria


    38. Los mamíferos, que aparecieron hace unos 180 millones de años, representaron, en general, un adelanto en inteligencia respecto a los reptiles


    39. Llega la civilización, el adelanto tecnológico la acelera, hasta que alcanza el nivel de la bomba nuclear, y a continuación la civilización muere con un estallido, o posiblemente con un quejido


    40. Le extendió un cheque por valor de quinientos dólares, un adelanto por materializar sus deseos

    41. El más sustancial adelanto se produjo en el examen de las manchas de sangre


    42. Por lo tanto, ayudó al adelanto de la más pura de las ciencias


    43. 2) Aunque la velocidad de la luz es casi un millón de veces la velocidad del sonido, lo que se determinó en primer lugar fue la velocidad de la luz, y con un adelanto de sesenta años


    44. Bien, supongamos, y sigan las suposiciones, que gracias a un adelanto científico inimaginable, incluso será posible vivir con tanta densidad humana


    45. ¿No significa un gran adelanto que los Estados sean hechos para el hombre, como ocurre en la actualidad?


    46. –Un adelanto de las dietas


    47. Me adelanto al ataque, y trepo en los asaltos,


    48. ¿Era posible que hubiesen llegado con una hora de adelanto? ¿Pudo Alex haberse equivocado hasta tal punto al calcular la longitud del trayecto?


    49. Y aunque ello carezca de relevancia en los actuales y críticos momentos, le adelanto que cuento con el beneplácito de la organización a la que pertenezco


    50. —Un adelanto —dijo al finalizar— de lo que vendrá












































    1. Incluso habían asimilado la esencia de la situación y se dedicaban al unísono a hacer gestos groseros a los coches que adelantábamos


    1. visto lo poco que adelanté con estamedida


    2. Entonces me adelanté hacia él, y después de las zalemas acostumbradas, le dije: "¡Oh jeique! ¿de quién es este jardín?"


    3. Yo me adelanté y sin dudarlo le clavé la espada en el estómago por encima del tórax


    4. Me adelanté a ellos y los dejé luchando contra los rebeldes y ajusticiando a los más notables


    5. Me adelanté con rapidez y decisión y pasé al otro lado de las cortinas


    6. Adelanté a Cynthia y entré en el cuarto de mi hija antes que ella


    7. Cuando se disponía a retirarse me adelanté y le supliqué que me permitiera asistir a las ejecuciones


    8. En lugar de esperar la señal -la que fuera- me adelanté a los acontecimientos, estableciendo un rígido y particular «santo y seña»:


    9. Por desgracia, me adelanté a la respuesta


    10. »adelanté a un hombre que corría tras una yegua

    11. —Ah, ¿se refiere a esof —Me adelanté con los ojos entornados


    12. Me adelanté para presentarme y le expliqué en pocas palabras lo que necesitábamos y por qué


    13. Dejamos nuestros vasos y demás utensilios en un recipiente grande cerca de la puerta, y me adelanté con los demás hacia el lugar en que se oía la música


    14. Cuando lo adelanté, una chica asomó la cabeza por la ventanilla y dijo:


    15. Llegados al salón, me adelanté para apartar los cortinajes y dije:


    16. Cuando ya se disponían a sacarle de allí recordé lo que mi padre y Gamaliel me habían dicho sobre la justicia judía, y rápidamente me adelanté hacia el tribunal antes de que éste se retirare


    17. —¡El izquierdo! —gritó, y yo adelanté el pie izquierdo—


    18. Cuando me adelanté, el escriba inclinó la cabeza hasta tocar con la frente en el suelo y permaneció en aquella posición


    19. Dirá que fui yo quien me adelanté


    20. Me adelanté hasta esta puerta y en la sala vi que hacía algo a un recién nacido

    21. ¡Ya lo tenía! Forzando el cochecito al límite, le adelanté tocando el claxon repetidamente, hasta que se detuvo


    22. Me adelanté entonces al señor de Charlus, e inmediatamente lo lamenté, pues que, aunque debía de verme perfectamente, no daba muestra alguna de que así fuera


    23. Me adelanté, muy caballerosamente, y abrí la puerta, cediendo el paso


    24. Mientras iban ocupando con rapidez y precisión sus lugares apropiados en la línea, me adelanté a caballo lo más lejos que mi seguridad consentía, para ver cuál era la disposición del enemigo


    25. Me adelanté y usé otra llave en el expositor, soltando la tapa inclinada de vidrio y retirándola


    26. Pero me adelanté, jadeando violentamente y no perdiendo de vista ni por una fracción de segundo aquel punto determinado de su cabeza


    27. Me adelanté unos metros y vislumbré una estampa espectral


    28. Pero no se movió, de modo que me adelanté y empujé la puerta con decisión


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    adelantar in English

    put forward advance anticipate forestall

    Sinonimi per "adelantar"

    progresar aventajar rebasar superar exceder