Usa "agarrar" in una frase
agarrar frasi di esempio
agarra
agarraba
agarraban
agarrabas
agarrado
agarramos
agarran
agarrando
agarrar
agarras
agarro
agarrábamos
agarré
1. se agarra a los cuernos de un toro, antes de que se produzca la bestial embestida, y tiré de ellas
2. Vasile lo agarra del cuello de la camisa ensangrentada y lo arrastra lejos
3. —Pero yo—dijo el joven con la tenacidad del que se agarra a unaesperanza—, yo no sólo
4. tabla se encuentray a ella se agarra
5. El mar agarra bien á sus elegidos, y no hay
6. Jones-padre, con su prole acosándole con la boca abierta y la mente totalmente ocupada en la tarea de regurgitar una pinta de gambas, no parecía darse cuenta de la aparición de una tercera cabeza en la confusión general que le rodeaba, y, llegado el momento final, introducía la cabeza en el primer pico abierto que se le presentaba, con el aire ligeramente desesperado del pasajero de avión que agarra su bolsita de papel marrón al principio de la quincuagésima bolsa de aire
7. Agarra su hato y sigue al varón sin preguntar más
8. Agarra el GQ y, sin dejar de reír, se lo pone encima de la cara
9. Ahora Leon está de pie, con las manos en jarras, sacudiendo la cabeza, y Martin se tumba en el suelo alzando la vista hacia la cámara y me ve y se levanta y se me acerca, dejando la pistola en el suelo, y Leon la agarra y la huele y aquí básicamente no hay nadie
10. Peter y Mary, que ni siquiera es india, vienen a Los Ángeles y me encuentran en una casa de Van Nuys hacia las doce de la noche y Peter se acerca y me agarra y dice:
11. Y se agarra, desesperado, a la coartada del segundo asesinato
12. La hermana agarra el borde de la puerta y lo abre al máximo para revelar el interior del edificio, un pasillo con iluminación fluorescente, un pasadizo de linóleo que se extiende infinitamente en ambas direcciones de altos secretos
13. La hermana-huésped agarra los picaporte del armario y dice:
14. Voy caminando un paso por delante de Nico en dirección a la sala 234 cuando ella me agarra de la parte de atrás del cinturón y me empuja contra un tablón de anuncios
15. A eso se agarra Juan Campos ahora
16. La agarra con determinación y la deposita en su carretilla, junto a la anterior
17. Agarra esta mierda y golpéalo a él en la cabeza
18. y agarra el libro marrón
19. Agarra la pluma, hija mía, y enjareta un artículo condenando los desenfrenos de la ambición, el fanatismo del yo
20. Cae de rodillas delante de él, le agarra la barbilla entre los dedos y lo contempla compasiva
21. El jefe del grupo hace un gesto con la cabeza y uno de los hombres agarra a Sneyers de los pies y lo arrastra hasta él
22. —Con la mano se agarra bien a sus gruesas crines
23. Suelta un bufido de frustración y agarra el botellín con la otra mano
24. Isabel se levanta como si tuviera la intención de entrar en el círculo, pero Arkarian la agarra de la cintura y la obliga a sentarse de nuevo
25. Se pone en pie en el acto, agarra su mochila, me tira de un brazo y casi me arrastra por encima de un árbol
26. –Recuerdo esto -dice mientras agarra la linterna
27. Sedna se agarra al bote con desesperación
28. Lady Silenciosa se pone unos guantes en las manos, se sube la capucha con el borde de piel de oso, agarra con fuerza la piel de oso que hay debajo de él y la arrastra hacia fuera a través de los faldones de la tienda
29. Lady Silenciosa arroja a un lado la ropa de dormir que los cubre y se coloca a horcajadas encima de él, bajando con un movimiento tan rápido como el que hizo al arrojar el arpón, y le agarra, le coloca bien y le introduce en su interior
30. Como le han enseñado, él mantiene los brazos pegados al costado, pero ella le agarra firmemente por la parte superior de los brazos
31. Agarra el pomo de la puerta, pero luego, al recordar repentinamente por qué ha ido allí, saca la linterna del bolsillo y la enciende, moviéndola de modo vacilante por la habitación hasta que la luz cae por casualidad sobre una pila de papeles cuidadosamente ordenados al borde de la mesa de Negro
32. Eva deja la pistola sobre el capó, y agarra con las dos manos el tirador, estirando con todas sus fuerzas
33. –Mentira, mamá se ríe, y le agarra fuerte por la espalda, y le mete la mano en el bolsillo del pantalón
34. Y tú, agarra esa espada y ejecuta sin demora la orden del emperador
35. Riven agarra el extremo inferior del abrigo de la mujer y, de un tirón, percibiendo e! olor a carne quemada, le cubre la cabeza hasta privar de oxígeno a las llamas
36. Jaír hace una señal, Espartaco se inclina y el curandero agarra la cuerda con los dientes y la afloja
37. Espartaco agarra a Curio, el maestro de armas, por los antebrazos
38. Espartaco lo retiene, lo agarra por los puños, lo atrae hacia él para que encuentre apoyo
39. Se incorpora, camina hacia el hombre y se inclina, lo agarra por los hombros, lo sacude
40. En esta masa de los aparejos cayó el cuerpo del guerrero, y como un hombre que se ahoga se agarra a una paja, así se agarró él a las revueltas cuerdas, que le cogieron y detuvieron su caída
41. Agarra una mancuerna (o kettlebell si tienes acceso a uno) en una mano posicionada en la mitad de tu postura mientras que estás abajo en la posición de levantamiento muerto (deberías comenzar a ver porque todos los tipos de levantamiento muerto son fundamentales para tu fuerza y desempeño en tantas maneras)
42. Agarra el mango y empuja tan fuerte como puedas, James
43. Zanasis se lanza otra vez y lo agarra por el cuello de la camisa
44. Dos niños gatean en su interior, mientras un tercero se agarra de la red
45. Se sienta a mi lado en el sofá, me agarra las manos y me las estrecha
46. En cuanto atisba una oportunidad, la agarra por los cuernos
47. Dice y agarra a Perugia por el brazo para llevarlo hasta la otra habitación
48. Agarra las prendas y se las mete, con gestos nerviosos
49. Ella le agarra la camisa con los puños, gimiendo con cada empellón
50. Su marido la agarra por las axilas, la levanta del lomo del tigre y la arrastra a la gran carpa
1. casa, que era la más limpia de la población,y hasta agarraba su cantarillo e iba por agua a la
2. inconsciencia, yal caer se agarraba con desesperación a este
3. Y agarraba un puñado de su sotana con los dedos crispados, como siquisiera rasgarla
4. Cuando agarraba la guitarra paesía que se la metía en
5. merienda de negros, a laaldea entera que los encubre, era preciso cogerlos así (y agarraba
6. –El pozo de los juegos -dijo Kirsig mientras lo agarraba por el codo
7. El viento le hacía daño a Arthur en los ojos y en los oídos; el tenue aire rancio se le agarraba a la garganta
8. Intentó hablar pero no pudo, mientras el muchacho agarraba su mano derecha y le llamaba con desesperación:
9. Lo único que seguía atando la Orgullo a la estación era el bulto de los sensores, los seis cables de energía y las líneas de comunicación; aparte, naturalmente, del tubo de entrada, la rampa para el personal de la estación y las agarraderas que, tras ese muro de un espesor tres veces superior al normal, reforzaban las garras de acero con que la Orgullo se agarraba al muelle
10. Ryan entró en la cocina y pareció un tanto preocupado al ver que Todd me agarraba
11. Siendo aún una mocosa, agarraba las tijeras y me ponía a corta cortar y hasta que me decían basta
12. Casi me tiras —dijo Eragon, soltando los brazos acalambrados con que la agarraba por el cuello
13. Los nudillos de Eragon se blanquearon por la fuerza con que agarraba la cuchara
14. Bud le puso el cañón del arma en la boca mientras con la otra mano lo agarraba por el cuello; así, lo condujo a cubierta
15. Su corazón se agarraba a aquel anhelo pero su mente le decía que todo era una vana elucubración
16. —No discutas —replicó Livia, mientras lo agarraba por la cintura de los pantalones e intentaba desabrochársela torpemente
17. Pero su cuerpo, el armazón al que me agarraba, estaba debilitándose debajo de mí
18. Cerré los ojos y cogí las piernas mientras mi maestro agarraba el cadáver por la espalda
19. Mon, nuevo Ministro de Hacienda, se agarraba media Asturias pidiendo credenciales
20. –No dejes que me ahogue -decía, y me agarraba por el cuello-
21. – Sus palabras precisas ofrecían un agudo contraste con las manos de bebé con las que se agarraba la cabeza
22. Y a pesar de sus salvajes insultos lo arrojó por la ventana, mientras el hombre armario la agarraba por la espalda y la arrastraba hacia la escalera del sótano
23. Con las mandíbulas encajadas, agarraba el volante con fuerza y respiraba trabajosamente
24. Entonces recordé que en el vídeo que habíamos visto en la cabina de edición de informativos, Sakamura agarraba del brazo a Cheryl Austin diciendo: «Tú no lo entiendes, se trata de las reuniones del sábado
25. Agarraba el cuello del hombre con su mano derecha y después de comprobar que la automática estaba cerca, casi bajo el coche, tiró el conductor al suelo a unos dos metros
26. Se volvió y miró hacia un lado, desinteresada, sin prestar atención a la enorme mano de Culley, que le agarraba el brazo con fuerza
27. Se detuvo frente a la chimenea y apretó los ojos mientras se agarraba a la repisa de la chimenea
28. Mientras Adon, con el corazón sobresaltado y la mente desbocada, se agarraba desesperadamente, se dio cuenta de que sus pulmones no estaban expulsando aire y que estaba desapareciendo el tenue dominio que tenía sobre el caballo
29. Adelantó un pie y lo apoyó en el tablón, al tiempo que se agarraba a un pilar de los andamios
30. Se agarraba a la masa constantemente en movimiento, apartando cadáver tras cadáver, abriéndose paso hasta que la encontró
31. cuando salieron de Normandía, agarraba el frasco de colonia cogido en el depósito de Chartres y se lo bebía de un tirón
32. –Hola, grandullón -dijo mientras se inclinaba y le agarraba la entrepierna, dando un pequeño apretón-
33. El aire acondicionado funcionaba bien, aunque el aire de la cocina parecía sofocante, claustrofóbico, se atoraba en su garganta y se agarraba a sus pulmones
34. Escúchame, tenemos que pensar esto con claridad -dijo ella mientras le quitaba los teléfonos de las manos y después lo agarraba por los hombros-
35. Cuando bajaba la escalinata del edificio del tribunal, sintió que alguien le agarraba de un brazo
36. Me agarraba a ella, a sus hombros, su nuca, su pelo, le acariciaba el vientre, los pequeños senos erectos bajo la blusa de seda que no se había quitado, redondos, palpitantes, pero entre la tela y la piel ya no sabía qué correspondía a qué, pues todo era suavidad, sudor y fiebre, y sin dejar de darme la espalda, me apretó las nalgas para que acelerara, para que llegara más al fondo, sus uñas pintadas de rojo penetraban en mi carne, dispuestas a infligir en ella una herida indeleble, la marca del demonio, se echó hacia delante, se arqueó un poco para hundirse más y dio con la cabeza contra el extremo del cristal, violentamente, unas cuantas veces, yo quise protegerle la frente con una mano pero se apartó, lo que quería eran los golpes, deseaba más fuerza, más profundidad, «al fondo del fondo, ven al fondo del fondo de mí», y el orgasmo que tuve aquel día no creo que vuelva a vivirlo nunca más
37. Pretendía dirigirse hacia el apoderado que, de una forma grotesca, se agarraba ya con ambas manos a la barandilla del rellano; pero, buscando algo en que apoyarse, se cayó inmediatamente sobre sus múltiples patitas, dando un pequeño grito
38. Se agarraba al palo mientras los hijos, con la excepción de Abisina y Cosme, correteaban sin cuidado, con esa libertad y desorientación en la que poco a poco se incumple cualquier obligación, y lo que se perdona como una travesura comienza a valorarse como el pillaje a que conduce la primera falta
39. –Por favor, Kaye -suplicó Kenny mientras la agarraba de la muñeca y tiraba de ella hacia sí
40. La recepcionista esbozó una sonrisita, que Lauren silenció con una mirada iracunda mientras se agarraba a su caro bolso sobre el hombro
41. Odel luchaba por mantener los ojos abiertos, pero Dana la asió con fuerza mientras con el otro brazo se agarraba a un puntal
42. –¡Vin, corre! – gritó entonces, mientras la mano del inquisidor salía disparada y lo agarraba por el cuello
43. Dilaf, obviamente, se sorprendió también por aquella revelación, desconcertado mientras Hrathen extendía la mano y lo agarraba por el cuello
44. Dedo Polvoriento había intentado acostumbrarlo a las zapatillas, por las serpientes, pero con ellas tenía la sensación de que al caminar alguien le agarraba los dedos de los pies, por eso acabó tirándolas al fuego
45. Se agarraba al cuello de uno de ellos, se lo llevaba
46. Un panel se astilló y volaron trozos de madera hasta el centro de la galería justo cuando Tarzán agarraba las manos que Komodoflorensal le tendía y, un instante después, cuando ambos hombres se arrodillaban en la oscuridad del desván y miraban hacia la cámara de abajo, la puerta opuesta se abrió de golpe y los diez guerreros que componían el entai irrumpieron en la habitación pisándole los talones a su vental
47. El primero de los perseguidores salió de la torre en el mismo momento en que Gahan agarraba la colgante cuerda
48. Sus grandes orejas y sus pecas no pegaban con la arrogancia con que agarraba el cuchillo
49. –No discutas -replicó Livia, mientras lo agarraba por la cintura de los pantalones e intentaba desabrochársela torpemente
50. La pequeña figura, retorcida de odio, se agarraba al micrófono con una mano mientras que con la otra, enorme, al final de un brazo huesudo, daba zarpazos amenazadores por encima de su cabeza
1. descubrimos, entre la espesa vegetación que rodeaba la casa, otros que agarraban con las dos
2. y se alejaron riendo, mientras ellas, sacudidas por unaviolenta cólera, agarraban del
3. losgigantes agarraban enormes rocas, montañas enteras y las arrojabancontra el Olimpo medio
4. dejaban sola, y eran largas sussoledades, los ojos se agarraban a las páginas místicas de la Santa
5. Entre lossoldados vi algunos que sentían el malestar del mareo, y se agarraban
6. Todo el mundo lloraba; los niños se agarraban a la falda de Agnes, y dejamos al pobre míster Micawber en un arrebato de violenta desesperación, llorando y sollozando, a la luz de una sola vela, cuya claridad, vista desde el Támesis, debía de dar a la habitación el aspecto de una pobre casa
7. Parecióle aquella vez que le agarraban por los cabellos, y luego perdió la vista y el oído
8. Y también se agarraban a la borda
9. El hombre alto, con el rostro en una desagradable mueca de rabia, empujó con su poderoso brazo el lateral del coche, alzándolo del suelo pese a los jóvenes que se agarraban a la carrocería
10. Se agarraban a las paredes de tierra y se pegaban a ella, como los moluscos a la piedra; se dejaban espachurrar contra las tapias antes que abandonarlas, barridos por la metralla inglesa
11. Por lo demás, le veía con gusto entre los pocos eclesiásticos que hacían ascos a la facción, y se agarraban a las falditas de la angélica Isabé, pues el carlismo no habla de [74] triunfar, y el porvenir era de los de acá, conforme al ejpíritu der siglo
12. Mientras los dedos de una mano se agarraban al alféizar, los de la otra hicieron un rápido gesto
13. En esos momentos todo el habitáculo se estremecía como un edificio durante un terremoto y los tripulantes se agarraban a consolas, paneles y marcos de puertas, en su intento por mantener el equilibrio
14. Lucio Vásquez, quien a instancias de la Masacuata y de Camila volaba ojo desde la puerta de El Tus-Tep, se quedó sin respiración al ver que agarraban a la esposa de Genaro Rodas, el amigo a quien al calor de los tragos había contado anoche, en El Despertar del León, lo de la captura del general
15. saltaban hacia adelante y agarraban la capa de Cyric
16. Sostenían la pelota entre las patas, se agarraban a los líquenes, se asían a la pared de la roca y a su tesoro con la desesperación propia de la estupidez
17. Incluso con el ancla echada, el barco escoraba tanto que Stride creía que acabaría por volcar, mientras se agarraban al resbaladizo pasamanos de aluminio para eyitar caerse por la borda
18. Amfortas oyó voces que le llegaban desde la calle, estudiantes que se voceaban mutuamente; quedó todo en silencio después y Amfortas pensó que podía oír el latido de su corazón cuando, repentinamente, el doble se apretó la sien haciendo una mueca de dolor, y Amfortas fue capaz de distinguir la acción del doble distinta a la suya propia mientras las pinzas cauterizantes le agarraban el cerebro
19. Desencajados, se agarraban a las armas como si hubieran de utilizarlas para combatir a un enemigo encabritado
20. Los ojos de Adam se inyectaron en sangre, aunque los dedos que agarraban el papel estaban blancos
21. que se agarraban algunas matas de hierbas encorvadas por el viento
22. Los dedos, que eran ya los de un esqueleto, agarraban la cabeza, que había sido colocada sobre el pecho
23. Entonces una mujer habló hoscamente y sus palabras no fueron comprendidas con facilidad, pues hablaba algún dialecto del Norte, y los sonidos se agarraban a sus dientes rotas, y nada de cuanto decía parecía claro
24. Pero cuando quisimos matar la masa, las manos agarraban y las cabezas mordían a quienes se acercaban
25. Los tres se agarraban el vientre encogidos por la risa
26. La situación se agravó aún más, pues las cuerdas continuaron soltándose y la superficie del mar cubrióse de despojos de ambas embarcaciones, a los cuales se agarraban los náufragos en su agonía
27. Sus valientes y jóvenes jinetes de sangre miraban la línea de la costa, cada vez más lejana, con los ojos muy abiertos, decididos los tres a no mostrar miedo en presencia de los demás, mientras sus doncellas Irri y Jhiqui se agarraban con desesperación a los pasamanos y vomitaban por la borda a cada leve oscilación
28. Las manos que agarraban a Scott por el brazo izquierdo le soltaron
29. Por todas partes había caballos caídos y hombres gateando y vio a uno que estaba sentado cargando su rifle mientras la sangre le chorreaba de las orejas y vio hombres con sus revólveres desensamblados tratando de encajar los barriletes cargados que llevaban de repuesto y vio hombres de rodillas bascular hacia el suelo para trabarse con su propia sombra y vio cómo a algunos los alanceaban y los agarraban del pelo y les cortaban la cabellera allí mismo y vio caballos de guerra pisoteando a los caídos y un pequeño poni cariblanco con un ojo empañado surgió de las tinieblas y le mordió como un perro y desapareció
30. En aquel terreno abundaban chollas, algunas de cuyas matas se agarraban a los caballos con pinchos que habrían atravesado la suela de una bota y de las colinas empezó a levantarse un viento que sopló toda la noche con un silbido de víbora entre la interminable extensión de espinos
31. Chris notó unas manos que lo agarraban y tiraban bruscamente de él
32. Las manos de Joseph agarraban fuertemente la barandilla y todavía le dolía de una manera atroz el estómago por los dolores que había recibido de Elizabeth
33. Me agarraban de los brazos; yo tenía el cuerpo flojo y la cabeza caída
34. Sus ropas empapadas se agarraban a su piel, el pelo caía lacio sobre sus pálidas mejillas, y empezó a tiritar
35. Por lo general casi todas las personas, sin saber muy bien qué hacer, la agarraban por la parte
36. Durante varios minutos todo fue un caos mientras el valense se revolvía y revolcaba entre un montón de manos que le agarraban y de cuerpos pesados; la noche neblinosa, una confusión de voces salvajes y cuerpos forcejeantes
37. Estaba con la cabeza levantada mirando hacia arriba cuando sintió que le agarraban el brazo
38. Los mexicanos pieses del peculado, que un día fueron aletas de pez, hoy eran garras avorazadas que se embolsaban cuanto agarraban
39. El ligero vehículo se lanzó inmediatamente por la calle de hielo de color azul oscuro, a una velocidad tal que todos los intentos de Bond para frenar con las puntas de las botas resultaban fallidos, pues éstas no se agarraban a la pulida superficie de hielo
40. Francisco gritó mientras unas garras afiladas lo agarraban a través de la roca, hacían presa de él y lo arrastraban
41. Pronto recuperarían sus habitaciones del piso superior, junto a la de su madre y Brahim, cuando los casi dos mil capullos de seda que se agarraban a las andanas de zarzos dispuestas en las paredes fueran desembojados; mientras tanto, los capullos debían cosecharse en silencio y tranquilidad, y sus hermanastros se veían obligados a cederles sus habitaciones
42. Y aun otras le agarraban la mano o la pierna y soplaban sobre ella, o le hacían sostener un objeto sagrado, mientras Kristin, un chamán o yo le sujetábamos el puño para que no se soltara
43. Las ramas arañaban la cara y el pecho de Rand y las plantas trepadoras y los zarcillos se le agarraban del brazo y, en ocasiones, hacían saltar su pie del estribo
44. Algunas se agarraban para mantener la cara contra las ventanillas
45. Mujeres sudorosas, vestidas con ropas de tosca lana, agarraban a señores sudorosos ataviados con atuendos de oscura seda llenos de bandas de colores y tiraban de ellos hacia los danzarines; hombres con chaquetas de carreteros o con chalecos de mozos de cuadra danzaban con damas cuyos vestidos lucían bandas de colores que a veces llegaban hasta la cintura
46. Los dos hombres terminaron a pie el trayecto y se metieron en un terreno pendiente, al que se agarraban inestables rocas
47. Hice el esfuerzo de abrir los ojos por completo, pero la habitación dio vueltas y sólo fui consciente de la presencia del viejo, del modo en que sus dedos me agarraban la cara, palpando la estructura ósea bajo la piel
48. La cabeza que estaba a mi lado se movió, y vi unos brazos con uniforme de preso que agarraban el cuerpo para arrojarlo sobre una carretilla, o algo así, encima de otros cuerpos que ya yacían allí acumulados
49. Se agarraban cada vez más
50. Los matorrales se agarraban a sus téjanos mientras subía
1. En ese momento eras consciente de todo lo que sucedía a tu alrededor, pero no te agarrabas a ningún detalle
1. que la había agarrado la empujó hacia atrás
2. habría acabado de rebotar del piso, cuando ya la había agarrado Moussa y puesto de nuevo en
3. Tan pronto aparecía porarriba, sostenido en una sola mano, como agarrado con las dos, más abajode donde estaban las rodillas; ya se le veía abierto con las hojas alviento como si quisiera volar, ya doblado violentamente a riesgo dedesencuadernarse
4. establecerse, que se quedara con la tienda y con don Eugenio,que quería acabar su vida agarrado
5. Agarrado a las riendas, estaba un hombre que había saltado
6. una vez su presa, no se ve mas que los bofes yentrañas de lo que ha agarrado, flotando bien
7. Los marineros se habían agarrado dela mano y daban vueltas con rapidez alrededor del puente, cantando agritos las canciones más obscenas y más crapulosas
8. en sucaída, haberse agarrado de los montantes de la parihuela
9. lanzaba un rugido al sentirse agarrado y surgíapor el lado
10. Con el inesperado movimiento de su conductor, el pigmeo había saltadofuera del bolsillo y se mantenía agarrado al borde
11. —Y le empujó al balcón, a cuyos hierros estaba agarrado el barberososteniendo la
12. Había que cerrar losojos y seguirle agarrado a la
13. Y agarrado a la reja se expresaba con tal vehemencia, que
14. Y, mientras se expresaba de este modo, habíale agarrado por el
15. El segundo, agarrado á la rueda, volvía la cabeza de vez en
16. cuando los chafes (vigilantes) lo hubieran agarrado cortando
17. descubierto junto a loscuernos, y el maestro, agarrado a la cola de la fiera, tiró con
18. Y, bien agarrado de un pasamanos de hierro, seguí subiendo,
19. Uno de los atolondrados jóvenes escaló la pared occidental con ayuda de la cadena del puente levadizo, y estaba agarrado al enrejado que había encima de la gran puerta cuando Carnifex arremetió contra ella y, cual poderoso ingenio como los empleados en los asedios, sometió el macizo portal al mismo salvaje tratamiento con que había destrozado la entrada de las cuadras
20. Estaba agarrado al costado de la furgoneta con las dos manos, porque la fuerza del agua era muy considerable
21. Eric me había agarrado por los hombros y la presión resultaba atroz
22. En el comunicador sonó una voz extraña, parecida a la de Tully, aparentemente asustada, Pyanfar miró a Tully, que estaba agarrado al borde del tablero con la piel cubierta de sudor y los ojos aún aturdidos por el salto y vio cómo su expresión cambiaba bruscamente al oír esa voz
23. Y así, el primero fue tirando de la cuerda a la que yo estaba agarrado
24. El oficial, a quien uno de los perros había agarrado por la garganta, lanzaba gritos de dolor
25. Si una de ellas no hubiese estado allí, ella se hubiera agarrado a la identidad y hubiese dicho: «¡Eso es! ¡Ella no estaba allí!»
26. Mientras el negro obedecía, los dos osos se habían agarrado a los bejucos y clavaban ya las uñas en el tronco del árbol
27. Agarrado a las barras de la jaula, ansioso, con la frente cubierta de sudor frío, miraba hacia las escolleras en cuya cima debía aparecer el "Genio del mar"
28. Ambos iban en precario equilibrio, Simón apoyado su pie derecho en el borde del pescante, las riendas en la zurda enrolladas en el antebrazo y sujetas en el puño y el rebenque en la diestra y David detrás suyo agarrado con una mano al hierro curvo que soportaba la capota y con la otra al respaldo del pescante
29. Danielson soltó un alarido, agarrado todavía a la escalera
30. Agotado y loco de miedo, se quedó en el agua agarrado al costado de la red de atunes de un pesquero y cerró los ojos, esperando la muerte
31. —¡Qué dice! ¡Ésa lo tenía bien agarrado!
32. Antes siquiera de que el motor hubiera adquirido toda su potencia, los marineros habían agarrado al hombre y a los otros dos y los conducían al puente
33. El viento sopló nuevamente, y si Jive no hubiera ido agarrado a él mientras andaban por el borde del tejado, seguro que se lo habría llevado
34. Al decir esto, Carlos me había agarrado el brazo, y con su fuerza hercúlea me lo estrujaba sin piedad, y se ponía pálido y echaba el globo de los ojos fuera del casco, y tenía una expresión de ferocidad que me dejó helado
35. En Agosto se recibió nueva epístola de Hillo, en ocasión que Fernando, convaleciente ya, había dejado el lecho y podía pasearse por la habitación agarrado al brazo de Gracia o al de D
36. Luis López Ballesteros, respetado por Cea Bermúdez, y por Toreno, bien agarrado en todos los Gabinetes por sus excelentes relaciones, era un señor bueno como el pan, sencillo como una codorniz, afable, angosto de cerebro, y tan ancho de conciencia burocrática, que en ella cabía, y aun sobraba conciencia, la libertad anchurosísima de sus subordinados
37. Como tú dices, Pompeyo me tiene agarrado por los huevos
38. y agarrado del asiento delantero,
39. –Gracias, amigo -dijo el conductor, con el billete de cinco dólares bien agarrado en la mano-
40. Matt se levanta con la mano en alto y el cuaderno agarrado con dos dedos, en un intento de imponer silencio
41. El monstruo que Adon había agarrado dejó escapar un relincho estridente y trató de librarse del clérigo
42. Goode se sentó y Cotton hizo ademán de levantarse pero se quedó a medias, agarrado al borde de la mesa mientras contemplaba a un niño desmoronado en el gran estrado,
43. Y entonces Vince le pidió a quienquiera que estuviera al otro lado de la línea telefónica que consiguiera a un par de tipos (me imaginé que el equipo consistía en los dos que me habían agarrado por la calle y el conductor, a los que Jane había llamado los tres gorilas) y empezara a comprobar todos los hoteles de la ciudad
44. Al instante siguiente, tenía agarrado el cuello de Redman en una doble presa
45. Emma contempló asqueada mientras uno de los hombres lo había agarrado por los hombros y el otro, por las piernas, y con una total falta de respeto lo habían arrastrado sin ceremonia por lo que había sido su hogar
46. Yo veo al novelista agarrado a la barandilla de popa de un transbordador del Canal de la Mancha, tirando migas de su emparedado a las gaviotas que flotan en el aire
47. Matthew ya había agarrado a su hijo del pescuezo antes de que hubiera terminado de hablar
48. Tan pronto aparecía por arriba, sostenido en una sola mano, como agarrado con las dos, más abajo de donde estaban las rodillas; ya se le veía abierto con las hojas al viento como si quisiera volar, ya doblado violentamente a riesgo de desencuadernarse
49. Stride y Serena retrocedieron ante los alaridos de Durand, que se retorcía en el suelo, agarrado a su pierna y llorando como la cría de un animal atrapada entre las garras de un cuervo
50. El cuarto del grupo era Rodrigo, sentado a la mesa, a quien el administrador Pepe había agarrado por el cuello y traído con sus propias manos
1. Entramos en la cámara y agarramos unas espadas curvadas de grandes dimensiones, con la hoja muy afilada, que procedían del mundo del desierto árabe
2. A la luz de la luna aún agarramos dos
3. Subimos al camión y nos agarramos con fuerza mientras nos bamboleábamos por el camino sin asfaltar que conducía a la cocina y los almacenes
4. ¡Y qué gran extensión de mar fue reservada en mí mismo amor más doloroso, más individual al parecer, por Albertina! Por lo demás, debido precisamente a ese algo individual al que nos agarramos encarnizadamente, los amores a las personas son ya un poco aberraciones
1. qué insolencias obscenas a la mujer de Gil, cuando salen los mozos, me les agarran, y con
2. consideradoque las ideas se agarran como el polvo a los paquetes y viajan tambiénen
3. leche suficiente para todos; sólo que son muypocos los que se agarran a ellas y se hartan hasta
4. Después que con sus delaciones tenían las cárceles atarugadas degente; se agarran
5. los maliciosos que las agarran al paso
6. y al bueno de Jacob agarran por lospelos,
7. (Se agarran del brazo, y apoyándose el uno en el otro, se dirigen con incierto paso a la Pardina
8. Los dedos del agente-yo agarran el borde elástico, el encaje decorativo cosido a la ropa interior de la madre-huésped, y tiran de él para retirar dicho atuendo y revelar el pubis maduro
9. Los dedos de su mano agarran la tela del blusón allí donde se encuentra constreñida dentro de la cintura
10. Las manos guerreras que han blandido la espada heroica, agarran un cirio y acompañan, con devota flojera de miembros y ojos caídos, las procesiones que alrededor del claustro limpio y oloroso se organizan un día sí y otro no para solaz del Rey don Francisco de Asís
11. (Las tías agarran al abuelo y a la abuela y los sacuden contra
12. En un mundo de retrasos sin fin y de escasez de dinero, los científicos se agarran a lo que pueden y se montan en los instrumentos como si fueran caballos para cabalgar por la vida
13. agarran a ella con el propósito de que las M quinas sean
14. Sus dedos agarran el asa justo cuando grito:
15. Se agarran los cuernos de caza y se grita al son de las trompas: «¡Cien mil francos por cinco centavos! o ¡cinco centavos por cien mil francos! ¡Minas de oro! ¡Minas de carbón!»
16. Luego unos soldados agarran los cuerpos decapitados y las cabezas valiéndose de ganchos
17. Pero las manos de él la agarran fuertemente por las muñecas
18. Agarran a Henry por los codos y antebrazos y en cuanto se le aclara la visión ve que le están arrastrando a través de un hueco entre dos coches aparcados
19. Agarran sus mochilas y corren
20. Se agarran lo mejor que pueden, porque en el Monte del Castillo todo crece, pero tienen una nutrición deficiente y…
21. Algunas se pasan el día llorando en su rincón y se niegan a comer, otras agarran auténticos ataques de histeria y se revuelcan por el suelo para que les hagas caso…
22. Agarran mas de lo debido
23. ’ Los muchachos agarran el triangulo con las pelotas
24. —Sí, cuando el tiempo es bueno agarran las mochilas y se van de excursión varios días, incluso el doctor —me contestó en voz baja y sin dejar de mirar a los zapatos—
25. El cabo se mete en el agua, intentando alcanzar la lancha, y los soldados van tras él y lo agarran por los brazos
26. Entre la patulea de sus compañeros agrupados entre los cañones, entre la humareda del cornbate, puede ver al fin, a pocos palmos, las mismísimas jetas de los ingleses, sus caras asomadas a las portas del navío enemigo, las casacas rojas de sus infantes de marina, el brillo de las bayonetas y los sables, los hombros desnudos de sus artilleros, patillas rubias y rojizas y morenas, bocas abiertas en gritos, pañuelos anudados en torno a la cabeza, ojos enloquecidos, pistolas y mosquetes, hombres increíblemente audaces que se agarran al navío español, intentando colarse dentro
27. Dice que lo pescaron borracho y debe ser la pura verdad, me parece imposible que si lo agarran seco lo hubieran machucado en esa forma
28. La nieve blanda le llega hasta las rodillas; las largas ramas, ora la agarran por el cuello, ora intentan arrancarle sus pendientes de oro
29. Portando, en la frente la serpiente ureus se agarran de la mano formando una cadena de unión
30. Solo las logias escocesas, que se agarran decididamente a su independencia como al más precioso tesoro, se niegan a participar en la unión
31. Que te pares, hijo de puta, insisten desde detrás, le dan manotazos en la cabeza y le agarran el brazo derecho, pero aunque sea sólo con una mano se ve capaz de alcanzar el final de la avenida, hasta que ve de refilón algo brillante cerca de su cara, que se convierte en un frío cortante sobre su garganta, y un grito que lo explica todo: para el puto coche o te corto el cuello, cabrón
32. Unas ásperas manazas me agarran por el brazo
33. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga
1. y, al instante, agarrando con las robustas manos el tridente, golpeó la roca Girea, y partióla en dos
2. Y, al instante, agarrando con las robustas manos el tridente, golpeó la roca Girea y partióla en dos
3. que seperdiesen en la tierra, y el diablo, agarrando la ocasión
4. Y agarrando el vacío tazón y los restos del pan, echó a
5. mientras se iban agarrando a los helechos o hincabanlas uñas en el musgo para trepar
6. Abrí la portezuela y agarrando a Megan por un brazo, la introduje de un tirón en el departamento
7. Mientras tanto, el curioso ladronzuelo que había comenzado la confrontación estaba de espaldas a la pared del desfiladero, agarrando todavía el molesto botín entre sus manos
8. El corazón de Idalin se sobresaltó y prorrumpió en un grito de alegría, agarrando a su vez los brazos de Dolcinia y mirándola con incredulidad
9. —Sloan —respondió su amigo, agarrando bien su lado de la puerta—
10. Simón no lo pensó ni un instante y, agarrando la manga del ropón de Seis se dirigió, con el alma encogida por la angustia, a la casa de la calle Archeros
11. Mientras acariciaba con su mano derecha la tapa de una caja pensaba en el sentido de todo lo que estaba sucediendo y de lo que parecía estar a punto de suceder, y escuchaba los aullidos de aquel hombre que se retorcía de dolor, agarrando la prótesis con las dos manos
12. Después de una larga pausa diose un palmetazo en la frente y agarrando a D
13. Brunton abrió entonces el arca, le entregó a ella el contenido, presumiblemente, puesto que nada se ha encontrado, y entonces… ¿qué ocurrió entonces? »Qué rescoldos de venganza se convirtieron de pronto en llamaradas en el alma de aquella apasionada mujer celta, cuando vio que el hombre que la había agraviado, acaso mucho más de lo que él pudiera sospechar, se encontraba en su poder? ¿Fue una casualidad que el madero resbalara y que la piedra encerrara a Brunton en lo que se había convertido en su sepulcro? ¿Era ella tan sólo culpable de haber guardado silencio respecto a la suerte corrida por él? ¿O bien un golpe repentino asestado por su mano había desviado el soporte y permitido que la losa se asentara de nuevo en su lugar? Fuera lo que fuese, a mí me parecía ver aquella figura femenina, agarrando todavía el tesoro recién hallado y subiendo precipitadamente por la escalera de caracol, mientras tal vez resonaban detrás de ella gritos sofocados y el golpeteo de unas manos frenéticas contra la losa de piedra que estaba privando de aire a su amante infiel
14. Este acontecimiento disminuyó las posibilidades de recuperación, pero los bizantinos se siguieron agarrando con furor a unos cuantos lugares de la costa
15. Coja usted las dos cosas, porque la literatura es el pan del alma, y con el dinero se compra el pan para el cuerpo -dijo Carlos agarrando con afecto al ciego
16. La cara de cansancio de Jake casi le hizo olvidarse a Pepper de por qué estaba de pie en mitad de su habitación agarrando una pequeña linterna a punto de apagarse
17. –¿Está usted de broma? ¿Le parece que esto se lo han hecho al estar correteando en su elemento? – le contestó agarrando uno de aquellos dedos congelados, con lo que le causó, sin querer, una perforación adicional-
18. Si no se llega al concordato, los acreedores nombran síndicos definitivos, adoptan medidas exorbitantes, se asocian para explotar los bienes y el comercio de su deudor, agarrando todo lo que pueden: la herencia de su padre, de su madre, de su tía, etcétera
19. La mano del padre aún aferraba la cara de Kaufman; le metió el dedo índice en la boca y se lo hundió en la garganta, agarrando con la uña la raíz de la lengua
20. Me parece muy bien-dijo Donoso agarrando a su amigo por el brazo, pues en el calor de la improvisación, a punto estuvo de que le cogiera un carruaje de los que en tropel bajaban del Retiro
21. En una palabra: lo castizo es todo lo que conserva el gustillo de los cerros rojos y amarillos, de las desnudas llanuras, de los hondos arroyos, de las polvorientas villas, llenas de palacios, campanarios, mendigos con capas tabacosas, arrieros con mantas al hombro, hidalgos enjutos que razonan apiñados ante las mesas de los cafés y casinos, y corpulentas viudas de mantilla que van a la iglesia por la mañana agarrando los misales con sus manos gordezuelas… En fin, todo lo que es acentuadamente indígena, ibérico, en la vida de Castilla
22. Corny se abalanzó, agarrando el cuchillo y cortando las espinas
23. Agarrando el brazo del Limitador, dio un fuerte golpe contra él, y el Limitador salió impulsado
24. Seguía agarrando el brazo del soldado, y empleó todo su peso para evitar que pudiera usar el cuchillo
25. Apolonia se precipitó hacia allí, agarrando de los pelos a las mujeres, tirándolas al suelo, pateándolas, al comprobar que Espartaco tenía el rostro ensangrentado y una gran herida -aquella de la que tuvo una visión durante su primer encuentro- en medio de la frente
26. Siéntate en un balón de estabilidad agarrando un balón medicinal con ambas manos al lado de tu pierna derecha
27. Ponte de pie agarrando dos mancuernas y manteniéndolas con tus brazos rectos hacia abajo y abalánzate hacia delante hasta que tu muslo esté aproximadamente paralelo al piso
28. –Esto es un error -dijo, agarrando por el brazo a Elend cuando el hombre de la Asamblea se marchaba-
29. Mientras volvía despacio a su lado, sonriendo, en alguna parte del piso el compinche de Viñas aguardaría la ocasión, un padre presentándose inoportunamente en busca de su hija para llevarla a casa, un obrero indignado, vociferando en la puerta qué hace este cerdo con mi hija, lo mato, qué pasa aquí, qué significa esto y lo voy a denunciar por corruptor, miserable, y la directora detrás sujetándole, pidiendo disculpas al cliente, nunca había ocurrido una cosa semejante, caballero, la niña se escabulle rápidamente mientras el cliente se abrocha el pantalón con dedos temblorosos, todo podría arreglarse sin necesidad de escándalo, y el falso padre: no, de aquí nos vamos todos a la comisaría, encolerizado y agarrando al cliente por las solapas, llamándole cerdo asqueroso te denunciaré, la directora rogando calma y veamos por favor llévese usted a su hija y déjeme hablar con este caballero, entre los dos veremos de compensarle de algún modo
30. La pequeña Amanda estaba en el regazo de Molly, agarrando uno de los dedos de su padre con su mano regordeta izquierda
31. Los porteadores todavía lidiaban con el último tramo de escaleras para llegar a lo alto de la torre de entrada: cuatro soldados agarrando dos largos palos de madera que pasaban por dentro de los aros de hierro del caldero
32. El niño apareció corriendo y se asió con una mano a la mujer mientras continuaba agarrando el atizador con la otra
33. Llegaron con la linterna y Sylder le miró acurrucado en los sauces, agarrando todavía a la perra
34. Dos horas más tarde, Grayer se está agarrando la parte delantera de los pantalones mientras brinca con sus Nike en el vestíbulo de los X
35. Aquí permanecía un rato mirando al árbol con la viva imagen del sufrimiento; pero en un instante, recibiendo su inspiración, corría de nuevo hacia él y agarrando con las dos manos el tronco, una más arriba que la otra, presionaba las puntas de los pies contra el árbol, extendiendo sus piernas hasta quedar casi horizontal y su cuerpo doblado en arco; luego, alternando manos y pies, ascendía con gran rapidez y, antes de que uno se diera cuenta, ya había llegado al gran racimo de cocos
36. Amanda había dejado el Monstruo de las Galletas y estaba de pie en la cuna, sujetándose a la barandilla con una mano y tendiendo hacia mí la otra, agarrando el aire con sus deditos
37. Rosen soltó un grito ahogado, agarrando la cadena
38. Regresa en el cuarto, agarrando el paquete de Euclide
39. Me imaginé a Ramón contando su secuestro por milésima vez y fumando de la manera que él fuma, agarrando el cigarrillo con su mano mutilada (pobrecito) y sosteniéndolo recto ante la boca mientras chupa, para después hacer ruido con los labios al echar el humo; cierra y abre los labios con un chasquido húmedo y neumático, cierra y abre los labios como si fuera un barbo boqueante
40. Se subió al carro de un salto, agarrando las riendas
41. La dejaron en el suelo y, mientras Annie cruzaba los brazos y le miraba, Joseph se apartó para estudiar la cosa y después probó agarrando de una pata
42. Tuvo lugar una breve lucha por dejar espacio libre, y aquel círculo de ojos ansiosos vieron al doctor Kemp arrodillado, en el aire, al parecer, agarrando unos brazos invisibles
43. Y yo la aparté de un empujón porque me estaba agarrando y no me gusta que hagan eso, y la empujé muy fuerte y se cayó
44. Esperó horas en el cuarto, acostado en la cama sin los pantalones, agarrando fuertemente la colcha y
45. Hannah Spates tiró del pomo de marfil que había estado agarrando con sudorosa expectación
46. Duerme agarrando una esquina del jergón en la que apoya la cara al tiempo
47. Cerró su mano sobre una porción de hierba y tiró de ella, clavó los dedos en la tierra, agarrando un puñado de hierba y de tierra húmeda y fría, y lo aplastó contra la cara del monstruo, dejándole momentáneamente ciego
48. Agarrando con firmeza la gorra de alpinista
49. Shea se puso en pie con lentitud, aún agarrando la Espada con cautela
50. Después, agarrando a Heide por el cuello de la guerrera, le golpeó la cabeza contra el muro, al lado del gran crucifijo
1. agarrar un lápiz, dejando el resto del cuerpo en su casa a buen res-
2. del poder está en el agarrar
3. agarrar una, que se había parado en su rodilla, y escapóselecon
4. herido en elalma, y tuve impulsos de agarrar una de las barras
5. feroces, como agarrar un palo y moler las costillas a Primitivo;coger un látigo y dar el mismo
6. El otro agente salió del almacén con la intención de agarrar a Akbar por detrás, pero éste se giró a tiempo y le dio un puñetazo en el hombro izquierdo con todas sus fuerzas
7. Puede que lo fueran, pero un instante después vi a dos de ellos agarrar a uno de los marineros y arrojarlo por la borda
8. 18:15: JuanGa, cojo y en otro intento de impedir la agresión, se rompe el otro tacón al ir a agarrar a Tania y accidentalmente la empuja desde el segundo piso del autobús
9. Acababa de agarrar firmemente uno de los pezones y se disponía a beber del alimento vivificante, cuando la hembra se despertó y le miró
10. Supo que adelgazó pero siguió estando guapa, y supo que aunque era guapa andaba siempre tan malcarada que parecía fea, que terminó en la academia y entró de aprendiza en una peluquería, que la dejó, que se colocó en otra, que la dejó, que empezó en una tercera, que la dejó, que se corrió la voz de que era problemática con las jefas y desagradable con las clientas, que se dedicó a peinar por las casas, que conoció a un chico, que se casó con él, que sus padres murieron, que emigraron a Francia, que regresaron, que tuvo una hija con problemas de obesidad, que montó un gabinete de estética en su casa, que se comentaba que no era especialmente buena pero era barata, que dedicaba las mañanas a las tareas del hogar y las tardes a las clientas, que tenía el carné de la biblioteca y sacaba dos libros al mes, que los lunes hacía la compra de la semana, que los viernes repetía la operación para los días de fiesta, que era metódica, rutinaria, que algunas veces parecía triste pero que en general seguía teniendo pinta de estar enfadada, que cuando paseaba con su marido él nunca conseguía pasarle el brazo por los hombros porque ella se lo apartaba con un gesto, que cuando salía con su hija, la niña no le dejaba que la cogiera de la mano y prefería agarrar la de su padre, que no se llevaba bien con casi nadie, que anduvo metida en jaleos con unos vecinos a los que reprochaba que pusieran la música demasiado alta y que a su vez la acusaban de echarles lejía en la ropa del tendedero
11. —Pero no veo bien en esta posición —se quejó el pádawan intentando agarrar el doble juego de riendas
12. – ¡Detentes! – le gritó a Tahy mientras daba un paso adelante e intentaba separarles, luchando por agarrar cualquiera de esos dos cuerpos escurridizos
13. Roran empezó a caminar hacia la tienda; luego se dio media vuelta y alzó los brazos al aire, como si quisiera agarrar el mundo entero y llevárselo al pecho
14. Roran intentó agarrar una de las lanzas, pero el hombre que la blandía era muy rápido y a punto estuvo de clavársela
15. —Por hoy, ya os he agobiado en demasía, dejadme agarrar el pasamanos y lo intentaré yo solo
16. A Hanna la tuvieron que agarrar dos guardias por los brazos para que pudiera cumplir lo ordenado por el juez
17. Lo único que le falta a ella es agarrar a la gente con los ojos…
18. Si se necesita algo con urgencia —velas, otra clase de tenedor, un paño grueso para agarrar una sopera caliente—, ¿podrán encontrarlo? En la mansión de lady Pole, en el número 9 de Harley Street, los problemas se multiplicaban por tres
19. El general Rebecq —que hablaba correctamente inglés— consiguió agarrar a uno y trató de enseñarle una nueva canción, con la esperanza de que volviera junto a Jonathan Strange y se la cantara:
20. Necesitaba agarrar el volante de su vida y hundir el acelerador de su decisión
21. Su mano estaba deseosa de agarrar el tirador y abrir, pero al cabo de un segundo se relajó y se apartó
22. Pero, por desgracia para él, antes de que le hubiera dado tiempo a agarrar el tirador de la puerta, Kid soltó el freno de mano, pisó el acelerador y salió disparado
23. Y vinieron a las manos ambos, mordiéndose, insultándose, administrándose golpes a cual más, y cabezazos en el estómago y tratando cada uno de agarrar por los compañones al adversario para espachurrárselos entre los dedos
24. Corrí como si detrás de mí hubiera una mano espantosa tratando de agarrar la falda de mi vestido
25. Sintió que se le ponía la piel de gallina cuando advirtió de cerca esa pelusilla que la recorría por entero, quiso rozar más que tocar o agarrar, tenía que rozar, como si además de los largos años en el cielo sin el sentido del tacto le hubiesen afectado creándole una obsesión más -pensó que tendría a su regreso que consultar una vez más al pobre psicoanalista celeste agobiado de trabajo en los último tiempos-, acaso no la despierto, sí, sería mejor si soy invisible, intocable e intocador, pobres fantasmas, pensó, su suplicio eterno de ver y no tocar, doloroso, frustrante, quiso probar, bien podía hacerlo primero con alguno de los objetos dentro de la habitación, con la cortina que se movía a merced del viento suave y cálido de la buena estación, con la silla veneciana adosada a la pared, con los batientes de la ventanilla levemente abiertos, con el reboso del velo caído a los pies de la doncella, no, hubiese sido un golpe monstruoso, era mejor, sí, intentar tocarla a ella, era mejor llevarse la decepción ya en el momento oportuno para disfrutar el acercamiento prometedor, qué tal si funcionaba, si por estar en el mundo de la tierra -así fuese a través de los sueños- pudiera acercársele y ser carne estremecida una vez más, viejo deseo, viejo y desolador, y dirigió con estudiada lentitud su mano hacia el pecho diciéndose qué más da si pasa de través, sumergiría sus manos hasta el fondo mismo de su vientre y las refregaría imaginariamente en esquinas inexploradas por los más audaces descubridores, cerraría los ojos e inventaría sus límites y adivinaría entonces con la mayor tranquilidad sus formas y la recorrería y la aprendería de memoria, que bien valía la pena así fuera por guardar la conciencia de artista enamorado de las formas, perdería el miedo, sí, eso era, se sentiría en otro mundo, apartado de ella, convertiría su frustración en alegría, sería un espectro propio para la sabiduría, tendría por unos instantes el secreto de la fabricación del oro y no lo compartiría con nadie
26. Su mano, cargada de ajorcas y anillos, rozó la mía al agarrar la caña, y pude oler el perfume enredado en su cabellera revuelta; uno de esos perfumes que destilan las brujas de las Tierras Altas, tenues y sugerentes
27. Con los cabellos tan largos que llevas, los hijoputas de ahí fuera tienen una cosa más que agarrar
28. Basta con empujarla con un dedo o agarrar la cuerda y tirar
29. El impacto hizo que los brazos de Maria se abriesen, y en cuanto dejó de agarrar a Sachs, éste se precipitó por encima de la barandilla
30. En total ocho patas de araña salieron precipitadamente para agarrar a Gillian, todas largas y negras como el carbón
31. Connel levantó su linterna con tanta celeridad que ésta resbaló de sus sudorosas manos, y a punto estuvo de caerse de la gruesa rama que lo sostenía por agarrar la linterna en el aire
32. Abrió la puerta, listo para agarrar a Jim y arrojarlo sobre sus propios escalones
33. Seda saltó por encima de la grieta y se giró para agarrar a Relg, quien lo seguía a ciegas
34. Un marino se inclinó para agarrar por el cinturón a Tanner, de una altura considerable, diciendo: «Vamos, su eminencia, por el amor de Barrabás»[333] y lo izó hasta cubierta
35. Sacó otra media docena de cajones, a la velocidad que le permitía agarrar los tiradores, y todos crujieron con estrépito y se quebraron al golpear contra el suelo
36. Dio la impresión de que Sánchez iba a agarrar al doctor por las solapas y hacer que volviera a revisar a su paciente
37. Si él no hubiera sido un vampiro, no habría comprendido las débiles palabras que ella murmuró al agarrar la ampulla y la tela de su jersey, con el puño apoyado con firmeza contra su corazón
38. Sam tendría suerte si lograba agarrar su vuelo; Kevin observó las luces traseras del taxi cuando aceleraba por la calle y giraba en la esquina
39. Pero el criado parece sentirse especialmente responsable del barrido, se advierte que cuando se le aproxima el chico, intenta agarrar mejor la escoba con sus manos temblorosas, prefiriendo quedarse inmóvil y dejar de barrer para poder concentrar toda la atención en la posesión del adminículo
40. Durante toda su vida había recorrido el barrio de Flores, casa por casa, anunciando que se venía el fin del mundo, que el Juicio Final nos iba a agarrar a todos inconfesos y que el Diablo se estaba frotando las manos
41. Con gran precisión metió las manos en el agua, que enseguida se arremolinó furiosa debido a los rápidos y salvajes golpes de resistencia del resbaladizo pez, que a Rashid le costó agarrar
42. Pero otros se las echaban de incrédulos, ¡protestaban! Habían derrotado a los del Quinto ¡pero al Noveno era muy diferente! No se dejarían agarrar en el río bañándose
43. Había un hombre al otro lado de la puerta, la mano detenida en el acto de agarrar el pomo
44. Intentó agarrar la mano a Durzo y retorcérsela, pero el ejecutor se escabulló a un lado
45. Tenía lágrimas en los ojos al agarrar los antebrazos de Logan
46. Levantó el bastón y, con un inusitado golpe de suerte, el mango enganchó el rifle del Limitador antes de que lo pudiera agarrar firmemente, y se lo arrancó de las manos
47. Johnny metió el brazo por un hueco que había entre las tablas, intentando agarrar alguna parte del uniforme de los guardias
48. Mientras ella lo miraba, George tensó los hombros y pareció agarrar el teléfono con más fuerza
49. Prepárate para agarrar la escala, entonces
50. Se dirige hacia Tádix el gigante, que acaba de agarrar por la nuca, con su mano izquierda, a uno de los romanos y lo mantiene así de pie
1. Lo agarras por el brazo y no lo
2. Y para ello agarras una piedra en la mano mientras juras
3. – Agarras a Telémaco bajo el brazo, y sigues al señor Tamisa en dirección a la puerta de la calle
1. Cuando agarro un objeto lo hago sin pe-
2. me agarro a lo deayer
3. Le agarro por los pantalones, le alzo y le tiro, aún meando, por encima del matorral, hacia la noche
4. Caigo, me hundo, y en mi desolación me agarro a lo único que encuentro: a las piedras, a vosotros
5. Yo agarro un papel del que uso para los patrones
6. «Con una mano agarro lo que puedo y con la otra doy, así mato dos pá-jaros de un tiro: me divierto y me gano el cielo», se reía a carcajadas mi original abuela
7. A esa hora las gradas hormigueaban de ociosos, mercaderes de baratillo, paseantes, pícaros, tapadas de medio ojo, niñas del agarro encubiertas con vieja y pajecillo, murciadores diestros en la presa, mendigos y oficiales de la hoja
8. Los agarro como si de diamantes se tratasen y me dirijo al cuarto de baño donde me los trago, los cuatro, con un chorro de agua del grifo, sin vaso, y desde allí me arrastro al futón y me quedo dormida mientras escucho el timbre del teléfono que vuelve a sonar, distante como los ruidos de la calle
9. Agarro a Ethan de un brazo, pero él me empuja
10. Cuando está a punto de levantar la tapa del cesto de mimbre, lo agarro de la túnica y lo detengo justo a tiempo
11. Lo agarro de la manga de la camisa
12. Sus palabras me revuelven las tripas y agarro el pomo de la puerta para refugiarme en mi despacho, pero él me sujeta por el brazo
13. Me meto la camisa por el pantalón, me siento en el camastro y agarro el de encima de la pila
14. Agarro una mano en el mar de carne y sé que es Marlena por la expresión de su cara
15. Le abrocho los pantalones a Camel, le agarro por las axilas y vuelvo a meterle en el cuarto
16. Si no me agarro, me caigo
17. En cuanto desaparece agarro el teléfono y, naturalmente, llamo a Jules, pasando olímpicamente de los tres mensajes que mi madre me ha dejado en el contestador, en los que me suplica que la llame tan pronto como regrese
18. Con un brazo en torno al cuello del gran escólico, agarro el medallón TC y lo retuerzo
19. ‘Un policía te agarro por los cabellos, Step lo golpeo y escaparon en su moto?’
20. Pero llevo una vida que no agarro un palo de billar
21. Yo se quien agarro el collar
22. Agarro a Babi por un brazo y se la llevo fuera de ahí entre los inútiles gritos de Raffaella y el intento del buen partido de detenerlo
23. Sin embargo, esta vez agarro mi terror, lo empujo de vuelta a su sitio y me quedo al lado de mi compañero
24. Me seco las manos en el musgo y agarro vacilante el arco con el brazo izquierdo, el herido
25. Me agarro al árbol con un brazo mientras me arranco los aguijones dentados con la otra
26. Todos se quedaron dormidos en unos segundos, excepto Menion Leah, cuyo temperamento demasiado tenso luchó contra el agarro de un sueño tranquilizador para buscar con la mirada a Allanon
27. Esk se aferró a Yaya con una mano y agarro el cayado con la otra mientras, por decirlo francamente, se tambaleaban a cien metros por encima del suelo
28. Rincewind lo agarro con expresión culpable mientras el guardia corría hacia el dedo de su amo
29. La agarro por las muñecas y le digo:
30. Grita cuando lo agarro del codo, pero entonces me reconoce y estalla en lágrimas
31. En el momento en que cruzaba la puerta inferior de las escaleras que conducían al desván y penetraba en el pasillo del segundo piso, alguien la agarro bruscamente por la cintura
32. A continuación Shirillo se introdujo rápidamente en el desván, se giró, agarro a Bachman por la muñeca y, con un poco de ayuda del propio Merle, lo subió por la puerta hasta arriba
33. Shirillo le entregó el arma, subió con la maleta más pequeña, se agarro a la escala y trepó mientras la recogían
34. Antes de que tuviese tiempo de completar el pensamiento, un cuchillo se enterro en el, saliendo de las tinieblas, y era como si la hoja del cuchillo fuese inmensa, devastadora, a tal punto destructiva que Max dejo caer el arma, sintiendo un dolor como nunca habia sentido antes, comprendiendo, tarde ademas, que habia sido engañado, que el asesino uso la linterna para distraer su atencion, que el hombre no habia sido herido, y entonces el cuchillo fue arrancado del cuerpo de Max y enterrado nuevamente, con fuerza, en el fondo de su estomago, el penso en Mary, en su amor por Mary, en como la dejaria desamparada; agarro la cabeza del asesino, cabellos cortos, la gasa se desprendio de su dedo lastimado por el gato del coche y el corte se abrio nuevamente, Max sintio ese dolor independiente, separado de los otros, se protegio contra el ataque, y de nuevo el cuchillo fue nuevamente arrancado de su cuerpo, Max intento agarrar la mano que lo empuñaba, pero fallo y el arma penetro en su cuerpo por tercera vez, el dolor exploto dentro de el, y se tambaleo hacia atras, el hombre siguio sobre el, la hoja del cuchillo penetro de nuevo, esta vez mas alto, en el pecho, y Max comprendio que el unico medio de sobrevivir seria fingirse muerto, por eso cayo, pesadamente, y el hombre tropezo con el, y Max escucho la rapida respiracion del asesino, se quedo muy quieto, el otro hombre fue a levantar la linterna y regreso a examinar a Max, el hombre de pie al lado de el le dio un puntapie en las costillas, y Max quiso gritar de dolor pero no grito, no se movio, no respiro, solo gritando por dentro, pidiendo aire, el hombre se dio la vuelta y camino hacia el arco, sus pasos resonaron en las gradas de la torre y, escuchandolos, Max se sintio tan inútil, vencido por el enemigo, sabiendo que no podria recuperar el arma y subir aquellas gradas para salvar a Mary, porque cosas asi solo suceden en las peliculas, el dolor lo pulverizaba, y su sangre escurria por todo el piso, goteando, brotando como una fruta madura siendo exprimida, y Max se dijo a si mismo que debia intentar ayudarla y que el no iba a morir, aun que fuese eso exactamente lo que estaba sucediendo
1. Costaba horrores buscar a tientas un apoyo firme para los pies mientras agarrábamos un cristal mojado y resbaladizo, tan afilado que habría podido atravesar el cuero
2. Los agarrábamos todo el tiempo, pero desde que comenzaron las infecciones, su número se redujo a cero
1. Yo agarré por el cuello una
2. Después de un sueño de muchas horas, agarré un cántaro y bebí largamente de su agua
3. Tras aclimatarme al dolor, agarré una esquina de la red, sujeta al parachoques de la camioneta, y logré deshacerme de ella
4. me agarré a la mesa y dije: —sí, Doctor
5. Agarré un bolígrafo y me puse a escribir en el apartado de Yesterday
6. La agarré por el cuello y la arrojé de bruces al suelo
7. Agarré a Francisca
8. Con la camisa a medio abrochar, agarré la chaqueta y me introduje en uno de los compartimentos, en el más alejado de la puerta
9. Me agarré a la barandilla y mire a mi alrededor asustado
10. y sentí un hormigueo, un ímpetu, una fuerza, una ola por encima de mí, me agarré a la barra, me puse a vomitar y las figuras del circo desaparecieron sustituidas por una clientela de conductores de autobuses, de zapateros, de aprendices de poceros, de funcionarios del Ayuntamiento, de empleados de las tenduchas vecinas,
11. Como su mar era diferente al mar sin mar de las fotografías y de los cuadros, el hijo de la costurera me dibujó Peniche, con un lápiz de color, en una hoja de papel, tardó no sé cuánto cubriendo el océano con los dedos, y al extenderme la hoja encontré galerías torcidas, una mariposa mayor que las chimeneas de los tejados, un girasol que sonreía y la órbita del grumete naufragado: toda la gente me escondía las olas de forma que me enfurecí, agarré un pedazo de ladrillo para aplastarle la cabeza, él se dio a la fuga, llorando de miedo, en tropel con las gallinas, tropezó, se desplomó sobre las lechugas y antes de que se levantase para seguir corriendo lancé el ladrillo que se le deshizo al lado del cuello
12. La agarré entre el dedo pulgar y el índice
13. Antes de que pudieran alejarse salté y lo agarré
14. –Lo intentaré -asentí, y agarré los mandos
15. "Busqué con desesperación a mi alrededor algún arma y agarré lo que estaba a mano
16. Agarré el picaporte y sacudí las puertas presa de la frustración
17. que estás allí en el centro, en que agarré
18. Después agarré el cinturón de seguridad, lo pasé por encima de su pecho y lo abroché
19. agarré un puñado de palitos y me los metí en la boca
20. Me agarré a la mesa para sostenerme, mientras intentaba recobrar el aliento
21. Agarré la burra y me largué sin esperarle
22. Me avisó el maestro de Villagina que están concluyendo la vendimia y, a la tarde, me agarré la burra y me fui para allá
23. Me puso negro, me agarré la burra y me vine para casa
24. Lo agarré por el brazo
25. Yo me agaché y le agarré por el cuello de la camisa
26. Una vez atendidas estas cuestiones, agarré la cuerda y me deslicé por el alero del tejado, llevando la cuerda delgada en una mano
27. Agarré a los dos por el cuello y tiré de ellos hacia atrás; dejaron caer a su víctima y se volvieron hacia mí, vacilando al reconocerme
28. Lo agarré y tiré de él con más desesperación que fuerza, y su propietario cayó a mi lado
29. En lugar de eso, lo agarré por la muñeca y me preparé para hacer una locura
30. Planté los pies en el suelo y agarré el trozo de fresno
31. Le di vueltas a aquellos pensamientos mientras la muerte bailaba sobre el suelo de cemento, me agarré a ellos como un marinero que se aferra a los restos de su barco hundido, intentando ignorar la tormenta que lo ha roto en mil pedazos
32. Me agarré con fuerza a su cintura
33. La agarré por debajo de los brazos y la hice rodar hacia un lado
34. Agarré con fuerza la tela de sus pantalones escolares y solté un gruñido cuando el peso de su cuerpo me lanzó bruscamente contra la barandilla
35. Temblequeando salté la barandilla y me agarré a un cable que discurría por la fachada del edificio
36. Corrí hacia la escalerilla metálica por la que el individuo efectua': ba lentamente su descenso, entorpecido por las botas de pocero que calzaba, llegué antes de que lo concluyese, lo agarré por los tobillos y tiré con fuerza
37. Agarré la lupa: las bisagras estaban casi rotas por la mitad y dentro
38. ¿Cómo podía yo esperar competir con Rosalind, cuando estaba cubierta de mugre y sudor y ataviada con un uniforme con el que parecía una puta? Conteniendo las lágrimas, agarré furiosa un trapo para intentar frotarme algunas de las manchas de la falda
39. Agarré el bote de las propinas, el jersey de Yale de James y una Bud Light y me metí en el comedor para contar el dinero
40. Era un pensamiento tonto, pero me agarré a él para tratar de explicar mi desasosiego
41. Agarré unas purgaciones pero los dioses protegían
42. Al oírle, lo agarré por el cuello; sentí que algo se desgarraba y lo eché al pasillo
43. Así que agarré la linterna y la espada de madera y salí de las dependencias de los bedeles
44. » Me metí la mano en el bolsillo y agarré un puñado de calderilla
45. Agarré un salvavidas y lo lancé hacia su probable dirección y luego elegí un punto diferente y agité la linterna
46. Está bien, incluso yo agarré aquéllo
47. Agarré a Louise, una zombi tiesa, y la empujé hacia delante
48. agarré, del suelo, del suelo ensangrentado,
49. Agarré el peine y las tijeras, pero fui incapaz de empezar
50. Viendo que todo el mundo trabajaba de un modo febril, agarré una gran bandeja de fiambres y ofrecí llevársela a los oficiales