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    Usa "retroceder" in una frase

    retroceder frasi di esempio

    retrocede


    retrocedemos


    retroceden


    retroceder


    retrocedido


    retrocediendo


    retrocedo


    retrocedéis


    retrocedí


    retrocedía


    retrocedíamos


    retrocedían


    1. Pero Juan, haciendo un ademán de horror, retrocede más ante


    2. oye el grito de ¡a la carga! , sequeda clavado en el suelo, retrocede, lo cargan a su vez,


    3. retrocede asustado con el «forceps» en alto y el


    4. –… se cambia de langosta, y se retrocede en el mismo orden -siguió el Grifo


    5. Algunos animales pueden desarrollar la costumbre de arrastrarse hacia usted mientras retrocede, especialmente si están tumbados


    6. Johnny se detiene y retrocede


    7. Ella retrocede y el dolor en las tripas me hace doblarme por la mitad


    8. Cuando uno está en las últimas, ¿qué hace? ¿Sigue adelante y cae en un abismo, o retrocede? Retrocedieron


    9. La cámara retrocede: vean cómo se está formando la cola, el extremo libre de la cual apunta en dirección opuesta al Sol, como una veleta expuesta al viento solar


    10. retrocede hasta el PM del Bon

    11. Muñoz, alias "Dinamita", también sufre grandes pérdidas pero no retrocede ni un palmo de terreno


    12. La mujer se ha puesto en pie, asustada, y retrocede con las manos en alto, temiendo un segundo golpe destinado a ella


    13. El gallo, que parecía acorralado por su enemigo a un lado del redondel, acaba de erguirse reanimado por reservas de energía hasta ahora ocultas, y de un furioso picotazo ha abierto un tajo sangrante en la pechuga del otro, que vacila sobre sus patas y retrocede desplegando las alas de plumas recortadas


    14. Da otro paso en su dirección y ella retrocede de nuevo, desafiante


    15. La vida sigue, y la cima del poder retrocede


    16. ¿Por qué el hielo avanza o retrocede, y por qué las glaciaciones han tenido una duración tan relativamente breve, pues la actual ocupó sólo 1 millón de los últimos 100 millones de años?


    17. Ella retrocede un poco


    18. Una marea de tipo B retrocede lentamente a medida que se viaja hacia el Oeste a través de Europa, desde los Urales hacia el Atlántico, lo cual señala el paso de los invasores asiáticos, como los hunos y los mongoles, puesto que el porcentaje de tipo B es mayor en Asia Central


    19. 000 kilómetros de la órbita de Marte, y por el otro, retrocede del Sol tanto como Saturno


    20. Quiero decir, no, señora -responde mientras retrocede hacia la puerta-

    21. Estira los brazos y retrocede un paso


    22. Retrocede un poco y cruza las piernas


    23. La juventud no retrocede ante los


    24. Esta evidente contradicción parece regir la comunicación que retrocede en el tiempo y, por tanto, los mensajes más rápidos que la luz


    25. Retrocede un paso—


    26. La deposita en el piso de cemento y retrocede


    27. Retrocede un paso


    28. Un hombre ha abierto la puerta desde la calle y puesto la campanilla en movimiento, pero ahora duda, retrocede de nuevo, relee el nombre en el cartel, sí, está bien, y entonces entra


    29. Luego se dirige hacia el dueño, lo rodea con el brazo derecho a la altura de los hombros, lo hace girar, y entonces ambos siguen caminando, muy juntos, por entre la multitud que retrocede a un lado, hacia el interior del negocio, el niño delante de ellos, mirando otra vez tímidamente hacia atrás


    30. Riven no retrocede un centímetro

    31. –…avanza y retrocede para evitar que el oleaje le moje los pantalones…


    32. ¡Pues hay un trozo de la pared que retrocede a manera del "Ábrete, Sésamo"! El tren fantasma puede penetrar en ese agujero a través de las vías


    33. Jaír el judío retrocede, se arrincona en la penumbra


    34. Su ejército se bate en retirada en el oeste, retrocede sangrientamente en el este y su sistema industrial, que permanece intacto en un 80% en el subsuelo alemán, se ahoga por la falta de suministros


    35. — ¡Déjale en paz de una vez! ¿Qué te pasa? (Estragón suelta al muchacho, retrocede, se lleva las manos a la cara


    36. La minifalda retrocede hacia arriba, ofreciéndome la vista de sus muslos hasta las braguitas blancas, que se vislumbran a través de las medias negras


    37. —¡Mantened la formación! ¡Por Hércules, no se retrocede! ¡No se retrocede! —Y se alzó cubierto de su propia sangre para asomarse por encima del escudo, donde una piedra arrojada por un hondero balear le pasó rozando, pero sin darle


    38. —¡Dios! ¡Mierda! —Grady se levanta de un salto y retrocede, derribando el banco


    39. Cuando el matrimonio cobre serenidad, la cuestión sexual retrocede a sus normales proporciones


    40. (Al querer huir por otra puerta, la encuentra cerrada, y retrocede

    41. Todo el mundo, incluida ella, retrocede ante la locura


    42. –Es la idea de que los universos paralelos se crean a partir de este; por ejemplo, si alguien retrocede en el tiempo, el universo original permanece y el nuevo universo comienza en el momento en que la persona que ha viajado en el tiempo ha vuelto a…


    43. Neuronas, corazón, intestinos, morfogénesis que retrocede a una célula, un óvulo fecundado en otro cuerpo


    44. Se aleja, retrocede, con las manos extendidas en posición defensiva, y me rompe el corazón con sus palabras:


    45. Una parte de la expedición se separa en aquel lugar sangriento y retrocede hasta la base, mientras la otra se dispone a llevar a cabo el último esfuerzo, a través del glaciar, de aquella invencible muralla de hielo que rodea el Polo y que sólo la firme e inconmovible voluntad de un hombre puede romper


    46. gracias —tartamudea Solange Josse, y retrocede despacio, todavía un poco sonada


    47. vez ha visto a alguien corriendo en su dirección agitando una puta espada? Reagan retrocede


    48. Retrocede un poco y hace un gesto con la mano


    49. Pero su alarma de lloriqueo empieza a sonar en cuanto lo piensa, así que retrocede y prueba otro camino


    50. Retrocede cincuenta años y todo el mundo tenía una madre

















    1. Dando por sentado un acortamiento del día de, por ejemplo, 0,0016 de segundo por siglo, a medida que retrocedemos en el tiempo, y dando por supuesto que esa proporción sea constante, el día debería tener 6


    2. Y si retrocedemos, comprobaremos que la chaqueta de Gault no tenía solapas en los bolsillos laterales; en cambio, la de ella sí


    3. Esto demuestra que, sólo porque dos puntos del universo estén cada vez más cercanos entre sí a medida que retrocedemos hacia la explosión, no se da forzosamente el caso de que puedan haber tenido el contacto térmico —como el que se da entre la sopa y el aire— necesario para llegar a tener la misma temperatura


    4. Retrocedemos y llamamos al equipo


    1. Parece que participan vigorosamente en la expansión del universo, y que algunos retroceden con respecto a nosotros a más del 90% de la velocidad de la luz


    2. Cargan las cajas todavía sin abrir, se dirigen al crasticeddru, descargan las cajas de las armas, retroceden, abandonan el camión en la gasolinera y listo


    3. Hubo incontables intentos, que retroceden en el tiempo hasta llegar a Faraday, por unir la gravedad con el magnetismo y, aunque muchos experimentadores afirmaron haber alcanzado éxito, ninguno de esos resultados se verificó jamás


    4. [318] le dice que si estos retroceden les hará fuego; si dan un paso hacia adelante, también


    5. Sería imposible dispararlos sin alcanzar también a la gente propia; al vociferante trozo de abordaje que, armado con chuzos, hachas, pistolas y alfanjes, y dirigido por Ricardo Maraña, acorrala hacia popa a la tripulación de la tartana: docena y media de hombres desconcertados que retroceden en grupo, retirándose por la cubierta ante la amenaza de los que acaban de saltar a bordo


    6. No existe nada significativo a esa distancia, con excepción de los cometas, y apenas disponemos de estadísticas sobre los cometas que retroceden desde el Sol hasta semejantes distancias


    7. Al principio retroceden debido al calor y el olor de los muebles quemados


    8. Vagan, se dan la vuelta, deambulan, se detienen, desfilan, retroceden, a lo mejor se sientan -en el suelo, o en un propicio, clemente, asiento- conscientes de estar viendo algo que les gusta, pero en modo alguno seguros de verlo, de verlo verdaderamente


    9. Esta es una mala interpretación que aflora de forma habitual en las discusiones sobre el origen del mal: las personas retroceden ante cualquier explicación porque confunden explicación con justificación


    10. Todos retroceden unos pasos, hasta la puerta

    11. En el invierno de 1946 caen Nueva York, Boston, Washington, Richmond, San Francisco, Los Ángeles; la infantería y los panzer alemanes cruzan los Apalaches; los canadienses retroceden hacia el interior del país; el gobierno de los Estados Unidos se instala en Kansas City y la derrota planea en todos los frentes


    12. La oleada que me lanzó a 1957 no es de las más potentes y sospecho que existen otras secundarias que retroceden hasta la creación del mundo


    13. Grita a su vez, y tal es su determinación que los legionarios contra los cuales va a arremeter retroceden


    14. Los chacales de Léntulo Balacio retroceden sin dejar de apuntar con sus venablos y espadas


    15. Enomao y Víndex retroceden hasta las columnas y cruzan los brazos para dejar claro que no piensan tomar partido y que quieren mantenerse al margen de ese combate


    16. Las fronteras de Eurasia avanzan y retroceden entre la cuenca del Congo y la orilla septentrional del Mediterráneo; las islas del Océano índico y del Pacífico son conquistadas y reconquistadas constantemente por Oceanía y por Asia Oriental; en Mongolia, la línea divisoria entre Eurasia y Asia Oriental nunca es estable; en torno al Polo Norte, las tres potencias reclaman inmensos territorios en su mayor parte inhabitados e inexplorados; pero el equilibrio de poder no se altera apenas con todo ello y el territorio que constituye el suelo patrio de cada uno de los tres superestados nunca pierde su independencia


    17. Muchos se creen capaces de todo, y antes de obrar retroceden… ¡Qué distancia hay entre la idea y el hecho! Y no hay derecho a dejar las cosas a la suerte


    18. Los que sí retroceden son los moros del 5 tabor de Regulares, empujados por la urgencia al ver que les llega el relevo


    19. Pero siempre ha habido, y sigue habiendo en nuestros días, algunos que no retroceden ante nada con tal de conseguir y mantener semejante poder, y no sólo entre los magos y las brujas


    20. El hielo corta como cristal y les hiere los pies, pero no retroceden

    21. – Mis recuerdos retroceden hasta el día en que John me dijo que era hijo único-


    22. Quirke era una de esas personas que retroceden cuando se las ataca vigorosamente, pero que atacan sin piedad a todo lo que sea débil–


    23. ¿Y por qué retroceden? No pueden enfrentarse a una caballería tan organizada


    24. –Y todos esos planetas que avanzan, se detienen y retroceden en la bóveda celeste, sin que eso pueda explicarse… Heráclito afirma que dos planetas giran alrededor del Sol y que el Sol, gira alrededor de la Tierra en un año


    25. Las estrellas retroceden y se extinguen


    26. ¿Cortan cuando retroceden o cuando avanzan? ¿En el impulso de avance o de retroceso?


    27. Pero todos tienen una traza, algo en común: son parte del mecanismo que ellos mismos se montan; ruedan, avanzan y retroceden como manda su negocio


    28. Los sicarios retroceden de la puerta


    29. Los colonos argentinos retroceden ante las exigencias del Gobierno de Buenos Aires y los navíos hacen lo mismo, ante los requisitos que impone


    30. Mientras la figura se pone en pie, el hombre y la mujer retroceden

    1. Para conocer más minuciosamente el estadode los teatros, de que habla, conviene retroceder al año de 1579


    2. retroceder, la luz es dueña del lugar y


    3. retroceder un siglo, lo que gustaba a su imaginacióncuriosa del


    4. retroceder al otro lado del puente del Herrumblar


    5. Tales incidentes obligaron á los jinetes de la policía á dar una carga,haciendo retroceder á la muchedumbre


    6. retroceder a la edad de lainocencia, con la esperanza de que


    7. Por fin el instinto de conservaciónles hizo retroceder y


    8. Moore, encontró á los guerrilleros y les hizo retroceder haciaValladolid; de allí siguieron avanzando hacia el Norte y llegaron hastaAstorga


    9. Bien lo dijoeste señor anoche: "Adelante en el camino; retroceder es la


    10. sitiadores,persiguiéndolos y atacándolos con desesperación, hicieron retroceder

    11. año que pasahace retroceder hasta los confines de la vejez el


    12. su comandante y oficiales, que maneatados loshacian retroceder en busca del regalo de sus casas


    13. egecutaronfelizmente, haciendo retroceder al enemigo hasta las montañas, de cuyasresultas quedó el pueblo


    14. preciso retroceder con aceleracion, y sinembargo se vió obligado á abrirse el paso á viva fuerza: en


    15. Hizo otro amago en dirección a Ursa, pero el hombre la amenazó con la navaja y la muchacha tuvo que retroceder


    16. En la última batalla tus congéneres hubieron de retroceder; quizás a estas alturas ya han renunciado a sus posesiones


    17. Pero al suprimir los hechos inquietantes, al creer que había que reservar la ciencia para una pequeña elite, al expresar su desagrado por la experimentación, al abrazar el misticismo y aceptar fácilmente las sociedades esclavistas, hicieron retroceder la empresa del hombre


    18. –Querida Genevieve; cuando estan en juego intereses tan poderosos como los nuestros,?como puede retroceder por una mezquinas consideraciones de amor propio?


    19. Sanson le ordeno sentarse a ambos, y la carreta se puso en movimiento, mientras los soldados hacian retroceder a la multitud


    20. El poder, el penetrante poder de la gente para retroceder y regresar siempre a la misma opinión; una especie de obsesión por repetir

    21. Hemos salido del paleolítico -de las industrias paralelas a las magdalenienses y aurignacienses, que tantas veces me hubieran detenido al borde de ciertas colecciones de enseres líticos con un «no va más» que me situaba al comienzo de la noche de las edades-, para entrar en un ámbito que hacía retroceder los confines de la vida humana a lo más tenebroso de la noche de las edades


    22. Bierke había encontrado las huellas de los mulos, y en cuanto observó que descendía hacia la llanura, mandó retroceder a dos hombres para que fueran a buscar los caballos, con el fin de encontrarse luego con ellos en el camino que había más abajo


    23. Pero puesto que así lo juzgaban, no podía retroceder, y allí fue esa primera noche


    24. Alí Bahar comenzó a retroceder seguido por los dos energúmenos que reían a carcajadas mientras intentaban rodearle, pero la camioneta se detuvo en esos momentos y la mujer le hizo señas para que se uniera a ellos


    25. Estaba en casa de Villefort, acababa de entrar en ella por escalamiento; pensó un instante en las consecuencias que podría tener una acción semejante, pero no había tiempo para retroceder


    26. Ya conocen al conde nuestros lectores y es inútil decirles que las dificultades no lo abatían y la vida que había vivido y su resolución de no retroceder ante el peligro le habían dado ocasión de saborear los goces desconocidos a los demás hombres, goces que encontraba en la lucha que muchas veces sostenía contra la naturaleza, que es Dios, y contra el mundo, que puede muy bien llamarse el diablo


    27. Digamos que la desaparición del capitán Harwell tuvo lugar cien años atrás y que, nosotros en el año 2025, hacemos retroceder nuestros recuerdos


    28. De pronto, se estremeció y empezó a retroceder en dirección al resto del grupo


    29. Fue obra de un instante retroceder sobre mis pasos y entrar de nuevo en la estación


    30. Ahora dudo que pudiera retroceder aunque lo intentase

    31. Durante unos segundos quedó sujeto por la mitad del cuerpo, sin poder avanzar ni retroceder, hasta que consiguió librarse los brazos y agitó inesperadamente las piernas


    32. —Si pudieras retroceder en el tiempo hasta el año que nació Hitler, sabiendo lo que sabes ahora, ¿te lo cargarías? ¿serías capaz?


    33. Al internarse en el círculo del arte y la cultura supo que no podría retroceder jamás


    34. Eragon trató de detener el ataque, pero fue demasiado lento, y dio un grito en el momento en que Brom le asestaba un golpe en las costillas que lo hizo retroceder a trompicones


    35. Los españoles, ya noticiosos del avance de aquel pequeño ejército, y no siendo en número suficiente para intentar detenerlo, habían destruido todos los pueblos y quemado hasta las plantaciones, con la esperanza de obligarlos a retroceder


    36. Otros cuatro úrgalos sucumbieron a los sedientos ataques de Zar'roc, hasta que Murtagh cabalgó para unirse a Eragon y entre los dos hicieron retroceder a los monstruos


    37. Estaban acostumbrados a enfrentar toda suerte de albures sin retroceder, pero les daba terror cualquier cosa que resultara inexplicable


    38. Alexander dio un alarido y trató de retroceder, pero Dil Bahadur lo sujetó por un brazo


    39. De pronto, cuando los mapuche del primer escuadrón tenían el terreno ganado, empezaron a retroceder en tropel, seguidos casi de inmediato por las otras tres divisiones


    40. Paró sin dificultad con su adarga el violento golpe de la espada de Berenguer y comenzó a retroceder dando a entender que entregaba la iniciativa a su oponente

    41. Entonces, alocadamente y sin tener en cuenta las reglas de los caballeros, intentó arrollar al de Cardona haciéndole retroceder hasta la raya que marcaba la zona neutra marcada de azul


    42. Rápidamente, Downer hizo retroceder al hombre hacia la puerta abierta


    43. Si hubiera habido más detonaciones, la habría hecho retroceder hacia donde se encontraba su personal de seguridad


    44. Se puso en pie y avanzó hacia Ern sin que el niño tuviera oportunidad de levantarse de la silla y retroceder


    45. Si el profesor Sullivan aceptaba, Jan no podría retroceder


    46. El primer esbirro atacó con una finta diestra sólo para poder retroceder y dejar ocasión a que el de su espalda diera un espadazo traicionero


    47. Los ocupantes podrían retroceder tras los mamparos de presión, pero eso sólo les daría un respiro temporal, porque el aire comenzaría a enrarecerse inmediatamente


    48. Tan larga respuesta sorprendió a los romanos, y el jefe avanzó con su caballo, entrando en el patio y haciendo retroceder de miedo a nuestras bestias


    49. Fue entonces cuando Zataki se dio cuenta de la presencia del petrificado chiquillo que le miraba, escondido entre la túnica del mollah, y aferrado a ella en busca de protección, tan semejante a su propio hijo, al mayor, que por un instante le hizo retroceder a los días felices anteriores al incendio, cuando todo parecía ir bien y había cierta posibilidad de futuro: la formidable Revolución Blanca del Sha, la Reforma Agraria, el freno impuesto a los mollahs, la educación para todos y muchas otras cosas


    50. Aquello le hizo retroceder en el tiempo a su infancia en Budapest, durante la revolución húngara












































    1. Jacinto Lemus, enque me decia haber recibido un correo del capitan de los indiossantiagueños, Mateo Delgado, quien le participaba, que por el parage quesalieron los enemigos con el robo de Chile, se veian cinco rastros, yque estos habian retrocedido: que aquellos


    2. Sin embargo, el fiscal había retrocedido ante la enormidad del


    3. haces de luna, se reconstruyó en suimaginación: Habiendo retrocedido algunos pasos,


    4. á Roger; su adversario había retrocedido sin cesar desde larenovación del combate y


    5. Hombres y mujeres parecían haber retrocedido a la infancia


    6. ¿Habrían retrocedido las líneas todavía más? ¿Podrían las tropas divisar, en sólo cuestión de horas, el frente sin salir de la fortaleza? ¿Cuánto tiempo tardarían las pinzas del Mal en cerrarse alrededor de la sede del honor?


    7. El tiempo ha retrocedido cuatro siglos


    8. Anthony había retrocedido a la chimenea, cuyo espejo, al que miraba distraídamente, le reveló un hecho curioso


    9. ¿Por qué serie de vicisitudes los malteses, que se escaparon en la chalupa muy pocos momentos antes de que estallara el fuego a borde del “Liguria”, habrían retrocedido cuando parecía que se dirigían a las costas septentrionales de Borneo?


    10. Yolanda había retrocedido buscando un arma

    11. -¿No puede enviar aviones al monasterio? – sugirió Kate, impaciente ante esa guerra que se llevaba a cabo a lomo de caballo, como si hubieran retrocedido varios siglos en el tiempo


    12. Parecía que por fin el miedo había retrocedido para dar paso a la rebelión


    13. Si hubiera podido creer que lo llevaría junto a Lascelles y los criados, habría retrocedido por allí


    14. El tribunal ocupaba una de las aulas de la escuela local, y Harry se sintió como si el tiempo hubiese retrocedido varios años y estuviese a punto de mantener una entrevista poco agradable con su antiguo maestro


    15. Al entrar el comandante en la habitación Azadeh había retrocedido con naturalidad y, en aquel momento, estaba sentada al borde de la cama, con la mano a sólo unas pulgadas de la almohada


    16. Al llegar a Mengíbar, encontramos la población muy alborotada, porque un destacamento francés enviado a Jaén en busca de víveres, después de saquear horriblemente esta ciudad, había [145] retrocedido a su cuartel general asolando a su paso la comarca


    17. Había retrocedido hasta la ventana y parecía angustiado


    18. Cuando la rotación de la Tierra haya disminuido hasta el punto en que el día sea igual a 47 de los días actuales, la Luna habrá retrocedido tanto que su período de revolución también será igual a 47 días actuales


    19. Estas investigaciones han puesto de relieve que el hielo ha avanzado y retrocedido en cuatro ocasiones


    20. Jondalar miró con mayor atención a los machos gigantescos, que también habían retrocedido ante la acometida de Ayla, y después al animal joven tendido en el suelo

    21. El general Longstreet me explicó que la división de Pickett había tomado la posición enemiga y capturado sus baterías, pero que, después de veinte minutos de lucha, tuvo que batirse en retirada, pues Heth y Pettigrew habían retrocedido sobre la izquierda


    22. » Pero veía la naturaleza de aquellos que durante siglos no habían retrocedido ante los predicadores de la aniquilación, veía la naturaleza de los enemigos con los que tuvo que luchar durante toda su vida


    23. Otros ajustadores y un par de oficiales ya habían retrocedido, abandonando el aeródromo y atravesando las cañas de bambú que enturbiaban la visión de las pistas aéreas desde las posiciones situadas en la colina que se encontraba


    24. El Ratón, Lorq lo vio por el rabillo del ojo, había retrocedido hasta la jamba de la puerta, ambas manos a la espalda


    25. K había retrocedido un trecho y se apoyaba con el codo en el banco de delante


    26. El taxi no le pidió su permiso de circulación, y se dio cuenta de que, sin darse cuenta, probablemente mientras se dirigía a la ciudad por la carretera asfaltada, había retrocedido un año y se hallaba ahora en su propio tiempo


    27. Pero éstos, o habían retrocedido, o cargaban sobre la segunda columna que debía estar a un costado, pues hacia ese rumbo el traqueteo de las detonaciones redoblaba


    28. Al parecer, esta vez las visiones habían empezado en un pun­to lejano del futuro y habían retrocedido hacia el presente, saltando hacia atrás una o dos generaciones en cada visión


    29. Alguien se había asomado desde una habitación y retrocedido enseguida, tras las ventanas del pasillo


    30. El resto de los soldados había retrocedido medio kilómetro y gritaban a los ingenieros que se apresurasen

    31. En vez de ello, la música había retrocedido a una tradición más antigua


    32. Y vio que las aguas habían retrocedido y que la tierra brillaba bajo el viento seco y frío y el sol ardiente


    33. Daba la sensación de haber retrocedido en el tiempo y haber vuelto a los veinte años; su tez era rosada, como de porcelana, en su mirada había también una ternura para mí desconocida


    34. Alana, por su parte, había retrocedido hasta situarse justo encima de los cadáveres de los tres pretorianos heridos de muerte por Marcio


    35. Siendo el principio del invierno según las estaciones, pero el final de marzo según el calendario romanos la inundación del verano había retrocedido, pero César no deseaba que su ejército quedara atascado en un laberinto de vías de agua que conocía mucho peor que los asesores y guías de Tolomeo


    36. Allen, el programador y el guardia habían retrocedido hasta la pared del fondo, donde se habían acurrucado bajo los controles de la red de seguridad del museo


    37. Al caer mi compañero, he retrocedido para oponer resistencia


    38. Era tan parecida a su llegada desde las montañas, que fue como si hubiese retrocedido en el tiempo


    39. –No hablamos vuestra lengua -dije, siguiendo el ejemplo de Harkat, con un ojo en el hombre y otro en el Grotesco, que aún se esforzaba por alcanzarnos, aunque había retrocedido un poco para dejar sitio a los Kulashkas


    40. Eva había retrocedido perpleja ante aquello, con su confianza en su propia existencia seriamente socavada y la reacción del reverendo St

    41. Él nunca habría retrocedido


    42. Se puso en pie e inició como un movimiento para precipitarse hacia su madre, pero ésta ya había retrocedido, cerraba la puerta y empezaba a subir las escaleras


    43. El desconcertado Baedecker había retrocedido, sonrojándose, enfureciéndose con su sonrojo


    44. Las olas habían retrocedido de golpe hasta tan lejos que daba la impresión de que el mar se hubiera secado y de que, de un momento a otro, fuera a aflorar todo el fondo del océano


    45. Había retrocedido un largo trecho por el sendero y miraba fijamente algunas grietas en el pavimento


    46. Puede que ella hubiera retrocedido a un rincón, pero era él quien iba a morir


    47. Pero la línea capital había retrocedido, lo que le hacía parecer como si el cerebro estuviese intentando salir por la parte superior de la cabeza


    48. Un hombre más supersticioso que Jack podría haber retrocedido, considerándolo una prefiguración de la prisión, la muerte y el descenso al mundo subterráneo


    49. Jed había retrocedido hasta situarse cerca del edificio de la cárcel y observaba a la Cazadora a través de la puerta abierta


    50. BLANCHE (que ha retrocedido para dejarlo pasar




























    1. »No oí lo que me dijo en demostración de su contento, porque mientras uncriado que había acudido a mi llamada le entregaba en el vestíbulo elsombrero y el bastón, yo buscaba, retrocediendo por el estrado, elcamino del gabinete


    2. retrocediendo fue a ocupar el puesto del sacerdote, queacababa


    3. iba haciala escalera, volvía, tornaba a adelantar, retrocediendo


    4. otro,acometía ó bien retrocediendo, simulaba parar los golpes de su


    5. No obstante, pasaron adelante, retrocediendo los que defendian las orillas del riachuelo


    6. retrocediendo en violentas alternativas delealtad y de espanto


    7. retrocediendo hasta el mono, o mereciendola calificación de superfluos con que


    8. apasos agigantados retrocediendo a la barbarie, a la desmoralización y ala pobreza


    9. con vigor, retrocediendo paso á paso ante los furiososataques del barón de Morel,


    10. por laspalabras de Marta, pero retrocediendo ante la revelación

    11. Quedaban solo tres hábiles, y, retrocediendo y arrimándose a losárboles, siguieron haciendo disparos


    12. Carmen rompió a llorar, abrazándose a sí misma con ambas manos y retrocediendo unos pasos


    13. Lo sorprendente es que -ahora que nunca me preocupa la hora- percibo a mi vez los distintos valores de los lapsos, la dilatación de algunas mañanas, la parsimoniosa elaboración de un crepúsculo, atónito ante todo lo que cabe en ciertos tiempos de esta sinfonía que estamos leyendo al revés, de derecha a izquierda, contra la clave de sol, retrocediendo hacia los compases del Génesis


    14. Y ese movimiento ciego que nunca había cesado, que experimentaba aún ahora, fuego negro enterrado en él como uno de esos fuegos apagados en la superficie pero que en el interior siguen ardiendo, desplazando las fisuras y las torpes agitaciones vegetales, de suerte que la superficie fangosa tiene los mismos movimientos que la turba de los pantanos, y de esas ondulaciones espesas e insensibles seguían naciendo en él, día tras día, los más violentos y terribles de sus deseos, así como sus angustias desérticas, sus nostalgias más fecundas, sus bruscas exigencias de desnudez y sobriedad, su aspiración a no ser nada, sí, ese movimiento oscuro a lo largo de todos estos años estaba de acuerdo con aquel inmenso país que lo rodeaba, cuyo peso, siendo niño, había sentido, con el inmenso mar delante, y detrás ese espacio interminable de montañas, mesetas y desierto que llamaban el interior, y, entre ambos, el peligro permanente del que nadie hablaba porque parecía natural, pero que Jacques percibía cuando, en la pequeña finca de Birmandreis, con sus habitaciones abovedadas y sus paredes encaladas, la tía recorría los cuartos en el momento de acostarse para ver si estaban bien corridos los cerrojos de los postigos de gruesa madera maciza, país donde se sentía como si allí lo hubieran arrojado, como si fuera el primer habitante o el primer conquistador, desembarcando allí donde todavía reinaba la ley de la fuerza y la justicia estaba hecha para castigar implacablemente lo que las costumbres no habían podido evitar, y alrededor aquellos hombres atrayentes e inquietantes, cercanos y alejados, con los que uno se codeaba a lo largo del día, y a veces nacía la amistad o la camaradería, pero al caer la noche se retiraban a sus casas desconocidas, donde no se entraba nunca, parapetados con sus mujeres, a las que jamás se veía, o si se las veía en la calle, no se sabía quiénes eran, con el velo cubriendo la mitad del rostro y los hermosos ojos sensuales y dulces por encima de la tela blanca, y eran tan numerosos en los barrios donde estaban concentrados, tan numerosos, que simplemente por su cantidad, aunque resignados y cansados, hacían planear una amenaza invisible que se husmeaba en el aire de las calles ciertas noches en que estallaba una pelea entre un francés y un árabe, de la misma manera que hubiera estallado entre dos franceses o entre dos árabes, pero no era recibida de la misma manera, y los árabes del barrio, con sus monos de un azul desteñido o sus chilabas miserables, se acercaban lentamente, desde todas partes, con un movimiento continuo, hasta que la masa poco a poco aglutinada expulsaba de su espesor, sin violencia, por el movimiento mismo que lo reunía, a los pocos franceses atraídos por algunos testigos de la pelea, y el francés que luchaba, retrocediendo, se encontraba de pronto frente a su adversario y a una multitud de rostros sombríos y cerrados que le hubieran despojado de todo su coraje si justamente no se hubiese criado en ese país y no supiera que sólo el coraje permitía vivir en él, y entonces hacía frente a esa multitud amenazadora y que, no obstante, no amenazaba a nadie salvo con su presencia, y el movimiento que no podía evitar, y la mayor parte del tiempo eran ellos los que sujetaban al árabe que luchaba con furia y embriaguez, para que se marchase antes de que llegaran los guardias, que se presentaban al poco de llamarlos, y se llevaban sin discusión a los adversarios, que pasaban maltrechos bajo las ventanas de Jacques, rumbo a la comisaría


    15. Retrocediendo por el patio, lo enfrenté


    16. —¡Maricas! —exclamó Alonso de Molina retrocediendo hasta tropezar con el «curaca», lo que consiguió que el frágil puentecillo oscilara amenazando con lanzarlos al agua—


    17. —¡Puf! —exclamó retrocediendo hasta el fondo de la habitación


    18. Pyanfar siguió retrocediendo hasta interponer entre ellos y los kif, el muro de los centinelas mahen, con Chur a su lado


    19. El criado dirigióse hacia la puerta del comedor retrocediendo unos pasos para dejar pasar a una joven


    20. El Corsario siguió retrocediendo, hasta tropezar con Morgan

    21. En el puente, los ciento veinte tripulantes no respiraban, concentrados en la joven, que seguía retrocediendo, y en el puño del Corsario, que amenazaba al catalán


    22. El polaco, si bien era muy experto espadachín, no estaba en condiciones de enfrentarse a la duquesa e iba retrocediendo hacia la puerta


    23. El orgulloso pescador de perlas y la hermana del maharajá permanecieron algunos instantes inmóviles, y siguieron mirándose, hasta que Mysora se retiró lentamente retrocediendo y haciéndole con la mano una señal de adiós


    24. Cuando hubo terminado, oprimió un botón, la puertecita se abrió y el minúsculo tren desapareció, retrocediendo con la velocidad de un relámpago


    25. Gwenda había estado retrocediendo


    26. Y luego, de pronto, el doctor Kennedy se detuvo, retrocediendo


    27. -¡Al demonio con los animales venenosos!- gritó el marinero, retrocediendo velozmente


    28. Morgan había lanzado un aullido de bestia herida, retrocediendo dos pasos con la mano puesta en el corazón


    29. Poco a poco, siempre retrocediendo, se había acercado a don Rafael, y después de haberse asegurado con uña ojeada de que estaba a su alcance, con un salto de fiera se salió de la línea de la espada de Carmaux, y clavó su acero en la garganta del plantador


    30. Bajó del estrado del trono el canciller y con un discreto gesto de su mano llamó a un paje que se acercó al punto, deslizó en su oído unas palabras y el doncel partió retrocediendo hacia la puerta

    31. Retrocediendo todavía a trompicones, Michaels tropezó con la puerta corredera


    32. –¿Cuántos de ustedes ya han estado en las Naciones Unidas? – preguntó, retrocediendo


    33. Después salí de nuevo, bajando las escaleras de tres en tres, mezclado con la multitud en continuo movimiento, y retrocediendo de manera sistemática mientras Ibrahim Kyabi y los otros me rodeaban


    34. Arrojadas nuestras filas sobre las guerrillas enemigas, clareado el terreno y puestas en juego algunas piezas de artillería, viose que los franceses vacilaban, agrupándose y retrocediendo como si buscaran nuevas posiciones


    35. La sombra gimió, gimió y maulló retrocediendo y buscando con frenéticas manos mentales los símbolos de la huida en su confuso cerebro


    36. Burgundus se acobardó y vaciló, tapándose la cabeza con las manos y retrocediendo


    37. «En el corazón -dijo El Nasiry retrocediendo con su amigo-, se me queda pegada esa música, y creo que la estaré oyendo mientas viva


    38. Bosch se apartó, retrocediendo sobre su cuerpo


    39. Se luchaba con la misma furia, pero ahora los asaltantes estaban retrocediendo y desalojaban los tramos conquistados, mientras sus jefes y los más arrojados de entre los guerreros cubrían el repliegue


    40. –¡Oh, mierda! – dijo el detective retrocediendo un paso

    41. –Con toda seguridad, ahora que no estamos retrocediendo


    42. La cinta seguía retrocediendo, la silueta del homicida caminaba ahora hacia nosotros


    43. Para ello, empecemos retrocediendo un siglo


    44. No tuvo que pedir a la gente que se apartara, porque todos estaban retrocediendo ya, tratando de alejarse de una lanza arrojada mediante un arma desconocida


    45. Retrocediendo al miércoles anterior, a la tarde en que Bowen sube las escaleras de la pensión y Ed le ofrece trabajar de ayudante en la Oficina de Preservación Histórica, reanudé entonces la crónica del Flitcraft de nuestros días…


    46. El grupo disfrutó mirándose unos a otros por el catalejo, retrocediendo llenos de conmoción y risas cuando aparecían las caras enormes


    47. Walters desconectó el intercomunicador y miró el reloj digital que estaba en noventa segundos y continuaba retrocediendo


    48. Retrocediendo, tomamos posición en una colina desde donde a la mañana siguiente pudimos divisar las fortificaciones de tierra levantadas durante la noche en la cresta del cementerio


    49. Los hombres se miraron, retrocediendo unos pasos


    50. —¿Estáis todos bien? —se interesó Durnik con ansiedad, retrocediendo hasta donde estaban los dos













































    1. Retrocedo y me quedo encantado de cómo los he dispuesto


    2. ¡En qué forma ha cambiado mi vida, sin cambiar en el fondo! Si retrocedo con el pensamiento y evoco los tiempos en que aún vivía en medio de la perrera, participando en cuanto interesa a los perros, un perro entre perros, encuentro, si advierto más detenidamente, que siempre hubo algo que funcionaba mal, que existía una pequeña grieta y que un ligero malestar me acometía en el curso de los más solemnes actos públicos; a veces también en los círculos privados; no, no a veces, sino muy a menudo, la simple visión de uno de mis semejantes perrunos, considerado de pronto de otra manera, me turbaba, me asustaba, dejándome indefenso y desesperado


    3. –Sí, retrocedo sin alzar la vista del suelo y me dirijo al asiento que me está destinado a la izquierda del salón


    4. Abro los ojos y retrocedo ligeramente ante la visión del Señor Peludo en camiseta y boxers, rascándose despreocupadamente las partes con una mano


    5. El olor a vino de su aliento me pone mala; lo empujo para quitármelo de encima y retrocedo, intentando aclararme las ideas


    1. »Si es buena la lealtad, ¿por qué retrocedéis ante la traición? ¿No comprendéis que todo ello es obra del Padre? Responded a esa prueba con el valor y la amistad


    1. La lúgubre aparición del cadáver hizo que me estremeciera y al cabo de un instante de haber examinado el rígido cuerpo de grandes ojos abiertos, retrocedí


    2. Retrocedí hasta apoyarme en la valla de alambre


    3. Retrocedí mentalmente a un momento determinado —la tensión de esperar en la oscuridad—, aguardando la orden de avanzar


    4. Retrocedí silenciosa y emprendí el regreso a la casa, mientras el frió glacial de la noche se apoderaba inexorable de mi alma


    5. —¿Y el Delomelanicon?… ¿Y la conexión de Richelieu con Las Nueve Puertas del Reino de las Sombras? —se acercó más, golpeándome la pechera de la camisa con un dedo hasta que retrocedí un paso— ¿Me toma por estúpido? No irá a decir que ignora la relación entre Dumas y ese libro, el pacto con el diablo y todo lo demás: el asesinato de Victor Fargas, en Sintra, y el incendio del piso de la baronesa Ungern, en París


    6. Intentando no ser descubierto, retrocedí con cautela, caminando hacia atrás sin perderle de vista, pero aquel día la diosa Fortuna no estaba de mí parte y un maldito guijarro, pequeño como el diente de un ratón, se incrustó entre las correas de mi sandalia clavándose en mí carne y haciéndome perder el equilibrio


    7. Retrocedí y marqué rápidamente el número de las oficinas del Globe


    8. Apagué los faros y retrocedí un poco


    9. Traté de apartar a Effing de mi mente, luego retrocedí como medio metro y empecé a mirar el cuadro con mis propios ojos


    10. Retrocedí un paso, y me incliné y cogí el objeto para verlo de cerca

    11. Retrocedí hasta el corredor principal, me aparté de la escalera y crucé el edificio a lo ancho, pasando por delante de las puertas de Andrew J


    12. Seguidamente, hice girar la llave del gas, la luz se apagó, tal como Jake la había dejado y, en medio de la oscuridad, retrocedí y pasé por el boquete a la otra habitación vacía, cuyo suelo prácticamente había desaparecido


    13. Instintivamente retrocedí unos pasos y sentí el calor del fuego en las pantorrillas


    14. Retrocedí hasta la pared y encarcelé los vehículos en el cómodo objetivo


    15. Retrocedí hasta encontrar el comienzo de la investigación en concreto y continué hacia adelante


    16. Yo retrocedí unos pasos, movimiento que, al parecer, le satisfizo


    17. Retrocedí unos pasos y observé el letrero del «Restaurante Bon-Ton», mientras los demás me alcanzaban y miraban a través de la puerta


    18. Retrocedí hasta que me topé con el timón del puente


    19. Coloqué a Adam en la misma posición en que había estado antes de que se marcharan de la habitación, menos los dardos, y retrocedí silenciosamente a mi escondite


    20. Retrocedí varios años en mi mente

    21. Llevaba recorrida una pequeña distancia cuando recordé un asunto bastante importante, para el que precisaba con urgencia instrucciones de Ras Thavas, por lo cual retrocedí volviendo a su laboratorio privado, por cuya puerta abierta oí la nueva voz del cirujano


    22. Retrocedí para apartarme de su camino mientras ella se dirigía a la parte trasera de la limusina con largas zancadas de sus largas piernas y abría el maletero


    23. Retrocedí, extendí una mano y grité:


    24. Noté que Petersen le hacía una seña para reunirse con él en dirección a las filas de asientos que se habían vaciado y retrocedí hasta quedar a su lado, pero no pareció registrar que lo seguía de regreso entre la gente


    25. Retrocedí para mirar al suelo; no estaba por allí


    26. Cuando volvieron a colocarse de frente, retrocedí


    27. Retrocedí, dejé los objetos en la bandeja de plástico


    28. Retrocedí, reduciendo el paso en vez de pararme y atraer la atención


    29. Retrocedí un paso, sorprendido


    30. Retrocedí otro paso, con la intención de echar a correr, cuando una voz habló desde la oscuridad, detrás de R

    31. Retrocedí, agitando el asta de la flecha hacia los cuatro hombres


    32. Retrocedí hacia las sombras


    33. Retrocedí y mi pie tropezó con algo


    34. Retrocedí un mes en el tiempo, antes del incidente de Señor y de todo lo que había ocurrido a continuación, y me imaginé leyendo aquel periódico en mi despacho antes del amanecer


    35. Cuando se cerró la puerta retrocedí quince años en el tiempo


    36. Volví a llamar, esta vez un poco más fuerte, y retrocedí otro paso


    37. Cautelosamente retrocedí hasta llegar a un portón con saledizos de ladrillos y me escondí entre ellos pegándome lo más posible a la pared


    38. Retrocedí tres pasos sobre mis zapatos con suela de goma y me metí dentro de un armario sucio, cuya puerta dejé entreabierta apenas


    39. Cuando se encaminaron hacia donde me hallaba yo, retrocedí hasta el patio y silbé a Red


    40. Asentí y retrocedí un poco antes de levantar las manos hacia mis pechos

    41. Después, retrocedí nueve pasos y, cojeando ante mi Feldwebel, saludé de manera reglamentaria


    42. Retrocedí sobre los campos bañados por el sol hasta la granja y, cuando pasaba junto a la puerta del establo, salía Ned empujando una carretilla


    43. Yo retrocedí, inflé las mejillas, encogí la cabeza y, arrastrando los pies con los talones delante, pasé pegado a la columna central en dirección a la puerta


    44. Retrocedí unos pocos kilómetros hacia el sur buscando un puente, y llegué a uno que unía dos pequeños caseríos


    45. Rumiando los tristes pensamientos que decía hace un momento, entré en el patio del hotel de Guermantes, y en mi distracción no pude ver un coche que avanzaba; el grito del wattman sólo me dio tiempo para apartarme bruscamente, y retrocedí lo bastante para chocar sin querer contra el pavimento bastante desigual tras el cual estaba la cochera


    46. Retrocedí por instinto, pero él me retuvo sin violencia por un brazo y me reiteró lo mismo que le había asegurado a mi familia, que sólo pretendía ayudarme y que yo debía confiar en él


    47. Yo retrocedí un paso y contuve el aliento mientras el aire se llenaba con el gemido de la sierra y el olor a hueso quemado


    48. Los movimientos de los insectos sobre los animales podridos asquearon mis sentidos, de modo que retrocedí contra mi voluntad, pese a los gestos de


    49. Se encendió otra linterna y se me acercaron; retrocedí, chapoteando


    50. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga




    1. las carretas, y al sentir la luz de la luna sobresu cara, retrocedía rápidamente, fundiéndose en la


    2. Retrocedía ahora con lentitud hacia un extremo de lamesa ocupado únicamente por gentes de baja condición: atletas de los


    3. que marchaba hacia él y en elmomento del abandono retrocedía


    4. retrocedía, toreando en una poblacióninmediata a aquélla


    5. A intervalos retrocedía un poco y la miraba a la cara


    6. Cuando el sari avanzó hacia él, Bulf dio un paso atrás desenvainando su alfanje mientras retrocedía


    7. Estaba al corriente de los menores detalles del sistema de evacuación inmediata que había organizado para los que presentaban súbitamente síntomas de la enfermedad, pero era incapaz de decir la cifra semanal de las víctimas de la peste, ignoraba realmente si ésta avanzaba o retrocedía


    8. Parecieron transcurrir siglos mientras yo retrocedía y él avanzaba por el patio en perfecto silencio; pero por fin sentí la sombra de la arcada, y el paso siguiente me llevó a su interior


    9. Lynn se había levantado y retrocedía paso a paso


    10. Tenga no se dio cuenta de que Eragon retrocedía, ni vio que levantaba la aldaba de la puerta y salía de Edur Ithindra

    11. Francisco no retrocedía en el momento de enfrentar la violencia, era un eslabón de esa larga cadena humana moviéndose en la clandestinidad y conocía los entretelones de la dictadura


    12. Mientras los médicos se afanaban a su alrededor para reactivar su corazón con descargas eléctricas, Francisco Leal sintió que se le iba la razón y retrocedía a la edad más antigua, la caverna, la oscuridad, la ignorancia, el terror


    13. Sorprendido el indio por aquella inesperada resistencia, y acaso espantado por el grito de muerte de su compañero, retrocedía hacia la orilla rechinando los dientes y rugiendo como una fiera


    14. A medida que avanzaba la decrepitud de su cuerpo, Nora Reeves retrocedía a otro tiempo y a otro lugar, hasta que perdió la cuenta del olvido


    15. El soldado que se encontraba a su lado acababa de disparar la ballesta, y, al verlo, cogió la empuñadura de la espada mientras retrocedía


    16. Mientras Rusty avanzaba y retrocedía, repitiendo una simple combinación de bloqueo/codazo/puñetazo, Toni corregía su posición, demostraba el movimiento de los pies y ajustaba ligeramente la altura de sus manos


    17. Su mente no retrocedía casi nunca hasta aquella noche africana, y jamás hablaba de eso con Jean


    18. No recuerdo el momento en que di la vuelta; lo único que recuerdo es que retrocedía nadando muy despacio y me decía: sin prisas; el aire durará más si nado despacio


    19. «¡Dios santo, estás perdiendo la razón! ¡Qué importa que sea atractivo! ¡Acaba de intentar estrangular a Henry!» Con un movimiento rápido se escabulló al otro lado de la mesa, tanteando hacia atrás mientras retrocedía hacia la puerta del salón


    20. Era Rictus quien había hablado; y ahora retrocedía tapándose la cara con las manos

    21. Y el kadí, creyendo que tenía que habérselas con algún loco escapado del maristán, retrocedía cada vez más hacia la en­trada de la sala, en el colmo de la estupefacción y del terror y más amarillo que el azafrán


    22. El hombre-serpiente retrocedía, envainando con cierta dejadez los aceros y yendo a su encuentro


    23. –Tengo que estudiar -se excusó Jonathan mientras retrocedía con el carro


    24. De esa manera, varias especies diferentes podrían tener un ancestro común, y si se retrocedía lo suficiente, toda la vida en la Tierra podría haber surgido de una sola forma de vida ancestral muy primitiva


    25. De pronto, Ayla se interpuso, alzando la mano para ordenarle que se detuviese, ¡y el león se detuvo! De no haber estado como petrificado, habría sido cómico observar cómo la enorme bestia se encogía y retrocedía para evitar a Ayla


    26. Siguió trabajando en ella y poco a poco la porción de metal reluciente fue haciéndose más y más grande, al mismo tiempo que la costra de herrumbre retrocedía hacia los bordes, hasta que finalmente la superficie de la enorme bandeja apareció ante sus ojos con todo su esplendor, cubierta totalmente por un maravilloso dibujo de animales y hombres y otras muchas cosas legendarias


    27. ¿Lo sabías? – dijo mientras retrocedía y me miraba sonriente


    28. Llevado por el viento, el transportador retrocedía rápidamente


    29. —No falta tanto, Garion —dijo tía Pol mientras cortaba un hilo con los dientes y retrocedía para admirar el vestido de Ce' Nedra—


    30. Mientras yacía debatiéndose, vio que el tipo grande retrocedía algunos pasos, con la pesada

    31. Milagrosamente, la gran sección del muro que se levantaba sobre sus cabezas, retrocedía lentamente en contra del viento


    32. Retrocedía ante esa terrible confidencia


    33. Brill se tambaleó, pero, mientras retrocedía, logró patear la rodilla de Seda


    34. Sparhawk suspiró mientras Vanion retrocedía a lo largo de la columna para reunirse con la menuda y hermosa mujer que había introducido a varias generaciones de pandion en los secretos de Estiria


    35. Ya habían recorrido casi todo el pasillo, ella avanzando mientras él retrocedía


    36. Una y otra vez una respuesta, un eco de esa asombrosa serenidad se aproximaba al umbral de la conciencia del profesor, y las palabras casi llegaban a sus labios y después, una y otra vez, ese recuerdo retrocedía y se tornaba inasible


    37. La víctima, por supuesto, retrocedía, así que el bandolero preparó, aproximándose, el golpe definitivo


    38. Estirando el brazo en toda su longitud, levantó el pasador de la ventana, y la abrió para adentro, de par en par, al tiempo que retrocedía hacia el interior de la habitación


    39. Los fluidos nutrientes salpicaron a Lorq mientras retrocedía levantando los pies


    40. K tenía la impresión de que Hasterer, cuando no podía convencer a su contrario, al menos le quería asustar, sólo ante su dedo índice admonitorio había más de uno que retrocedía

    41. K comprendió que no podía ceder; si retrocedía, como, tal vez, exigían las circunstancias, corría el peligro de no poder avanzar más


    42. A veces corría y saltaba por la cocina y, con risa de bruja, retrocedía de pronto sobresaltada si Karl le interceptaba el paso


    43. Quería demostrar que si retrocedía ante el alimento, no era el suelo el que lo atraía en forma oblicua, sino que era yo el que lo instaba a seguirme


    44. Esta labor, conforme avanzaba, se producía con mayor lentitud, o la lista río coincidía, o los expedientes no eran bien distinguidos por los sirvientes, o los señores ponían objeciones por otros motivos, en todo caso se llegaron a repetir algunos repartos, entonces el carrito retrocedía y el sirviente negociaba sobre la devolución a través del resquicio de la puerta


    45. Mientras huían, los pocos soldados rebeldes que sobrevivieron divisaron un solitario vehículo rápido para la nieve que retrocedía a lo lejos y de cuyo casco incendiado surgía una estela de humo negro


    46. Detrás del Millennium Falcon, el planeta de nubes retrocedía en la distancia


    47. Él apoyó un puño en la barbilla de Red y le empujó, mientras el botones retrocedía con fingido arrepentimiento


    48. Avanzó, a la vez que ella retrocedía, y cerró la puerta tras de sí


    49. La mayoría de los campesinos había desaparecido ya, salvo por un anciano que retrocedía muy despacio hacia la puerta, que tenía todavía a treinta pasos


    50. El krenegee ronroneó mientras la gente retrocedía y se sumía en un reverente silencio











































    1. Cuanto más retrocedíamos en el tiempo, más gruesos eran los lazos que envolvían mis pies


    1. Sin embargo, no retrocedían delante de nosotros


    2. retrocedían corriendo sobre lasotras, y producían rumor


    3. al recordar las contorsiones decuantos retrocedían espantados al borde del abismo, y encomiando á


    4. Retrocedían los turcos en el Asia Menor ante los nuevos


    5. A medida que las selvas retrocedían lentamente, nuestros antepasados bípedos parecidos a los simios se escondían a menudo entre los árboles, huyendo de los predadores que acechaban en las sabanas


    6. La procesión dio lentamente la vuelta a la iglesia, siempre llevada por el falsete nasal del párroco, mientras los diablos, remedando tormentos de exorcisados, retrocedían en grupo gimiente bajo las aspersiones del hisopo


    7. El efecto fue desastroso: barrieron la primera fila, mientras las otras retrocedían desordenadamente hasta el bosque


    8. Los otros, en vez de seguirlo, retrocedieron: esos bribones que no retrocedían ante el delito, no tenían coraje de bajar al dormitorio de Banes


    9. Los soldados gritaron, alarmados, y el pánico se extendió entre ellos mientras retrocedían a trompicones, pisándose unos a otros en su búsqueda de espacio para luchar


    10. Pero los demás retrocedían ya, oculto el rostro tras las manos y murmurando

    11. Mientras los voluntarios de Huesca, los granaderos de Palafox y las guardias walonas(17) arrollaban la infantería francesa, aparecieron los escuadrones de caballería de Numancia y Olivenza, cautelosamente salidos por la puerta de Sancho, y que describiendo una gran vuelta, habían venido a ocupar el camino de Alagón por una parte y el de la Muela por otra, precisamente cuando los franceses retrocedían de la izquierda al centro, en demanda de mayores fuerzas que les auxiliaran


    12. Estatuas de frac prontas a alzar el vuelo en los zapatos de charol, damas de honor con mechones de estopa se ahogaban en el pelo escaso, padrinos con pantalones de fantasía presidían grupos de esmoquin inclinados en posturas diversas y que retrocedían más allá del mostrador, protegiéndose y defendiéndose, en dirección a una puerta que anunciaba Despacho, tras la cual se adivinaban más mejillas lustrosas, más nardos, más satenes que crecían, del sótano de la tienda, con un fragor de marchas nupciales


    13. En primer lugar, Betsey tuvo que contar que estaba justo sacando la tapa de la cacerola, en el fuego, en la cocina, cuando oyó, por los alrededores de la habitación del ama de llaves, un sonido de pasos apresurados (coloquialmente denominados por la testigo «el remolino de los pies de alguien») En segundo lugar, Betsey, al salir de la cocina para comprobar qué era aquel ruido, oyó que los pasos retrocedían rápidamente por el pasillo que llevaba a la parte norte de la casa y, tentada por la curiosidad, siguió el sonido de los mismos a cierta distancia


    14. El apretado muro de machos se relajó y Vivian tuvo una visión fugaz de Los Cinco que retrocedían cabizbajos a través de la multitud


    15. Las líneas de ésta retrocedían airosas, cual dispuestas a surcar el espacio


    16. Escucharon un estallido de metal; un tambor redoblaba bajo sus pies, mientras las diagonales del puente pasaban veloces ante la ventanilla con idéntico fragor al que produce un palo al ser pasado por los barrotes de una verja; luego las ventanillas se iluminaron quizá demasiado repentinamente y el impulso del descenso los condujo pendiente arriba mientras las grúas de la Wyatt Oil retrocedían hasta perderse en la distancia


    17. Los soldados eclesiásticos se quedaron boquiabiertos y se pusieron a gritar presas de horror y alarma al tiempo que retrocedían empuñando las armas


    18. Olas del tamaño de una casa golpeaban las rocas, estallaban en lo más alto, y después retrocedían para dar paso a las siguientes olas


    19. Un pájaro sin voz, algún carroñero de la tormenta, se posó sobre su pecho y croó en el silencio que había quedado atrás mientras los vientos retrocedían, alejándose de él


    20. Exigían al padre explicaciones, levantaban los brazos, se tiraban intranquilos de la barba y, muy lentamente, retrocedían hacia su habitación

    21. —Hay otros cien montañeses en camino —dijo, su voz apenas audible entre el ruido de las armas y la aglomeración de hombres que avanzaban y retrocedían en el patio


    22. A medida que las fuerzas aliadas se desmoronaban y retrocedían ante el embate del Kampfgruppe Peiper, decenas de miles de tropas de la Wehrmacht y de las SS se unían desde atrás


    23. Entonces Karet mostraba el rollo de papel, y ellos parpadeaban, retrocedían, saludaban respetuosamente, y permitían que el Aaooa continuara su travesía


    24. Aunque Graco no lo hubiera ordenado, los jinetes romanos retrocedían incapaces de resistir la embestida del enemigo acorazado y, poco a poco, sobre charcos de sangre de sus propios compañeros, la caballería romana se replegaba en una desorganizada retirada que sólo se reordenó cuando el tribuno Domicio acudió con los supervivientes de la primera carga en ayuda de los jinetes de Graco


    25. Ahora las insignias eran las mismas que retrocedían a sus espaldas


    26. Kyle se quedó mirando, cada vez más asombrado, mientras el hipercubo se plegaba y los cubos individuales al parecer retrocedían en todas direcciones, hasta desaparecer por completo


    27. Cato fue el último en entrar y se quedó allí observando a los legionarios que retrocedían manteniendo la formación, acosados duramente por los rebeldes a quienes rechazaban de manera implacable y que gritaban de rabia y frustración al ver que los auxiliares se les habían escapado


    28. En cuanto los rebeldes se dieron cuenta de que los legionarios retrocedían, su comandante bramó una orden y se lanzaron al ataque hacia la puerta rugiendo a pleno pulmón


    29. Se adentró entre las filas de los guerreros de Mirsilo, que retrocedían ante el embate aplastante del enemigo y se colocó en primera fila uniéndose a la gresca


    30. La mayoría de los grifones dispararon a las formaciones y a los chicos que retrocedían con ellas; y los tigres cogieron a los supervivientes de la escuadra Dragón por detrás

    31. El proscenio y los bastidores retrocedían a la vez que una enorme pantalla descendía hacia el suelo


    32. En aquel momento los piquetes federales, que retrocedían rápidamente, me percibieron; yo corría tan de prisa como me era posible y aquéllos dispararon al punto sobre mí


    33. No los devoraba la entropía ni se detenían y retrocedían como el vuelo de las galaxias


    34. Pero en su cabeza siempre había imaginado una especie de película animada en la que los glaciares retrocedían y las secuoyas aparecían de inmediato, los glaciares se retiraban dejando atrás bosques de secuoyas


    35. De ese modo fueron penetrando en el Mar Pesado, introduciéndose en la oscuridad, dirigiéndose hacia el lugar donde hasta el propio cielo parecía como una especie de piel que emitía toda clase de ecos, y donde los ecos que se desvanecían retrocedían hasta parecer las voces de mortales atormentados que, por miles de millones, resonaban en sus angustiosos oídos y era imposible escuchar otra cosa que no fuera eso


    36. Captaba dentro de sí cada uno de los cambios de la corriente en el curso del año y, poco a poco, empezó a representarse aquel noble río como una unidad, una arteria a cielo abierto con canales que adelantaban y retrocedían en todas direcciones


    37. Pero los yanquis no retrocedían


    38. Entramos en el cine como una pandilla perseguida por policías; todos desconfiaban del recibimiento y caminaban hacia el escenario, aunque más parecía que retrocedían


    39. Unas criaturas trepaban por el paisaje y retrocedían de nuevo


    40. Después llegaron las voces humanas, las órdenes, el chorro implacable de agua, las llamas que retrocedían y dejaban su marca negra en las paredes

    41. Diez mil hombres murieron como reses ante las murallas de la ciudad, y los supervivientes retrocedían y se ahogaban en las aguas del río o queriendo ganar las puertas se pisoteaban entre sí mientras los jinetes bereberes y los castellanos se extenuaban en la matanza, que prosiguió luego en las calles y en el interior de las casas y de los palacios


    42. Ni siquiera con la marea baja retrocedían tanto las aguas


    43. Las olas habían rotado sobre sí mismas y, en aquel momento, retrocedían llenas de energía hacia alta mar con un rugido salvaje


    44. La línea de mercenarios con espadas que defendía el cuello ya había iniciado la deserción de sus defensas y retrocedían, porque los elefantes estaban a sólo unas yardas de distancia


    45. Los hombres deseosos de posar los ojos sobre el tesoro chocaban con aquellos que retrocedían defraudados


    46. Por eso los Agriopaides retrocedían, y por eso a ambos lados del campo Demetrio había visto algo que no debía estar allí


    47. Aceleraron el paso entre la luz que avanzaba y las sombras que retrocedían, siguiendo al gato del páramo que abría la marcha bordeando las colinas bajas hasta donde las montañas del Cuerno Negro Azabache torcían hacia el norte


    48. El pasadizo ascendía, girando tanto que casi les pareció que retrocedían


    49. Mientras los soldados de a pie retrocedían sin oposición, el regimiento montado encontró una resistencia inesperada por parte de los jinetes gnomos


    50. Las cintas deslizantes que había en el centro eran una confusión de figuras humanas que avanzaban y retrocedían, aunque estaban inmóviles






























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    retroceder in English

    recede backtrack regress <i>[formal]</i> back up move backwards move backward stand back step back back away move away fall back give way withdraw retreat

    Sinonimi per "retroceder"

    replegarse huir abandonar desbandarse retraerse