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    Usa "sumergir" in una frase

    sumergir frasi di esempio

    sumerge


    sumergen


    sumerges


    sumergido


    sumergiendo


    sumergimos


    sumergir


    sumergí


    sumergía


    sumergían


    sumergías


    sumerjo


    1. Es el espacio luminoso en el cual emerge y se sumerge el mundo


    2. balsa de recepción, donde la bomba á vapor,parecida á un coloso encadenado, sumerge alternativamente


    3. En las desembocaduras de las grandesalcantarillas, donde no sumerge


    4. Y, mientras contempla la tierra, donde todo se sumerge en las


    5. Sumerge por un momento losinstrumentos en el tonel


    6. sumerge hastael tobillo el pie desnudo en la frescura de la


    7. inmensidades de espacio en quemi fantasía se sumerge; pero de esto inferir que la realidad es como yola imagino, no parece muy ajustado á las reglas de una sana lógica


    8. Una escarpa de casquijo situada ála orilla de un arroyuelo, se viene abajo en derrumbamientos parciales yse sumerge en las grietas


    9. los bordes de un pozo a la persona que se ha caídoen él y se sumerge en las hondísimas y negras


    10. portentoso descenso del sol que sumerge su brillante cabellera en el seno de las aguas: la espantosa y

    11. Por ello, cada año, la Tierra, en su permanente circunnavegación del Sol, se sumerge también en cinturones de escombros cometarios orbitales


    12. ligero en el árido seto se sumerge


    13. El guardia sumerge la mano en las profundidades del pantalón del uniforme propio para extraer un cuadrado de papel doblado


    14. Lo malo es que ese irse a dormir no es ya un simple irse a dormir sola en su cama, sino un ir a compartir la enrarecida cama de Juan Campos, que, visto ahora de cerca, no da la impresión de dormir nunca, y que una vez dentro de la cama se limita a cerrar engañosamente los párpados, y a permanecer completamente inmóvil con las manos cruzadas sobre el pecho justo hasta el instante en que Angélica que ha ido quedándose traspuesta se sumerge de un saltito en la primera oleada grande de su primer buen sueño


    15. Tras la muerte de Casiodoro, la historia de Italia se sumerge, por espacio de cien años, en la más absoluta tiniebla


    16. Después, se sumerge en el agua un pedazo de oro que se sabe que es puro y que tiene un peso exactamente igual al de la corona, y de nuevo se eleva el nivel y el exceso es recogido en una pequeña vasija


    17. Si se sumerge un objeto en agua, el peso de ésta por encima del mismo ejercerá una presión sobre todas las partes de su superficie


    18. Aquí están los generadores eléctricos conectados a la antena de baja frecuencia electromagnética, que se sumerge en el mar


    19. Luego, como el cuerpo de un hombre que se sumerge de cabeza con los brazos extendidos ante sí, abandonándose serenamente al impulso de la caída, el avión continuó bajando y desapareció finalmente tras unos picachos


    20. Pero siempre opinó que una emoción era la suma totalizada de un proceso mental y lo que ahora sentía era un conjunto de pensamientos que no se hacía preciso nombrar; la suma final de una larga progresión, como una voz que le dijera, siguiendo el conducto de sus sentimientos, que si hubiera seguido pendiente de Quentin Daniels sin esperanza de usar el motor, con la única intención de conocer que el progreso no había muerto en la tierra; si como un nadador que se sumerge en un océano de incredulidad bajo la presión de hombres con ojos de gelatina, voces de goma, convicciones en forma de espiral, almas inasequibles y manos ociosas, hubiera sostenido, como tubo de oxígeno vital, la idea de un logro superlativo de la mente humana; si a la vista de los restos del motor, en última protesta de sus pulmones corrompidos, el doctor Stadler hubiera pedido a gritos algo que no debía conseguirse mirando hacia bajo, sino hacia arriba y aquél hubiera sido el grito, el anhelo y el combustible de su vida; si se hubiera movido arrastrada por el hambre de su juventud, en busca de una visión de limpia, dura y radiante competencia, ésta se hallaba ahora ante ella, terminada y lograda

    21. cuando el halcón se acerca, se sumerge,


    22. Maribel, mientras tanto, se sumerge y bucea unos pocos metros, tal vez huyendo de las hojas y las avispas muertas que flotan en la superficie


    23. Creía que si un individuo se sumerge en agua helada, aprende a nadar o se ahoga


    24. Pronto se sumerge en el trabajo, sin pensar en otra cosa


    25. Desde luego, conocía lo rápidamente que la exúbera vegetación tropical lo sumerge todo de manera rápida y completa, salvo los monumentos permanentes de los hombres, así que era posible que se equivocara en sus deducciones


    26. Cesar, hijo de los estudiosos de los simios Zira y Cornelius, sumerge al mundo en una senda de hermandad entre especies, esperando evitar la destrucción de la Tierra en un holocausto nuclear


    27. Ella tiene que ir a una reunión en París, siempre tiene que asistir a alguna reunión, pero entonces, sin previo aviso, alguien apaga la luz en su cabeza, así sin más, y todo se sumerge en una marisma de desesperanza


    28. Luego sumerge el índice derecho en la henna con precaución


    29. También podría suceder, dijo, que se tratara de dos ríos distintos, porque cuando discurre de norte a sur, el agua es gélida; y en dirección opuesta, tan cálida que arden las cañas si se las sumerge


    30. Después, por lo general, el cuerpo se queda inmóvil, rígido como una tabla, y uno se sumerge en unas alucinaciones muy reales que terminan en un estado de bienestar que precede a una extenuación física absoluta

    31. Se unen los cabos de los cables entre ambos, sin ningún formulismo, incluso sin despertar gran interés entre la tripulación, que está ya familiarizada y fastidiada con aquellos inútiles ensayos, y se sumerge el cordón de hierro y cobre entre los dos barcos hasta las mayores profundidades del mar, que permanecen inexploradas todavía


    32. El pensamiento alcanza su actividad más alta cuando se sumerge en su misteriosa profundidad; cuando abre el estrecho camino a través del ser y pasa verdaderamente a la región de la luz eterna, donde todo lo que es, fue y siempre será, se funde en una gran armonía


    33. Se acomoda a la entrada de la cabaña, con una mano en un tridente, y se sumerge en un sueño inquieto


    34. En el fondo de su conciencia Héctor sabe que está soñando, pero destierra esa idea y se sumerge en ese paisaje de vivos colores, ese dibujo infantil que quiere representar un bosque: manchurrones verdes y casi redondos, rayajos azules salpicados de simpáticos algodones blancos, un sol amarillo que sonríe a medias


    35. Cuando se sumerge en agua un objeto de hierro (macizo), éste pierde la octava parte de su peso1


    36. Pero dos o tres veces —y lo digo porque no cabe describir bien la vida de los hombres sin hacerla bañarse en el sueño en que se sumerge y que noche tras noche la rodea como una península está cercada por el mar—, el sueño interpuesto fue bastante resistente en mí para resistir al choque de la música, y no oí nada


    37. Y sin embargo ese diluvio de la realidad que nos sumerge, si es enorme por comparación con nuestras ínfimas y tímidas suposiciones, se veía presentido por ellas


    38. Ese escondido deseo de independencia y liberación que, llevado al límite de la muerte, nos sumerge en el dolor, las lágrimas -me consta que algunas personas lloran imaginando, sólo imaginando, un suceso así- y la culpabilidad, de donde regresamos bien dispuestos a asumir nuestra carga y nuestra dependencia o sumisión


    39. Una de las máquinas muestra en el tablero imágenes de un mercenario de la contraguerrilla, con ojo parchado y cara de carnicero, que repta por junglas tropicales y se sumerge en pantanos palúdicos


    40. Se toma una rosa, por ejemplo, y se la sumerge en una solución de nitrato de plata disuelto en alcohol

    41. —La ley de Arquímedes dice que, cuando se sumerge algo en un fluido, el objeto recibe de abajo hacia arriba una fuerza equivalente al peso del liquido que desplaza


    42. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga


    43. Cuando se sumerge en sus teorías torrenciales sobre la furia y las vanidades humanas, no hay quien lo frene; se lo lleva todo por delante, empezando por mí


    44. Y por eso, en el momento en que el clarinete de Benny Goodman ataca One O'clock Jump, Veiss se sumerge en el agua muy caliente, se frota vigorosamente con una esponja embebida en jabón con un perfume de hierbas para eliminar los olores penetrantes del sexo y la muerte que podrían asustar a las ovejas


    45. La operación policial, tal como es ejecutada, sumerge a la ciudad en un caos indescriptible


    46. Se hundía en ellas como un hombre se sumerge en el mar: esto le refrescaba y le reanimaba como el viento, hasta el momento en que volvía a acordarse del centinela


    47. –Bien, bien -dice Tiger, y se sumerge de inmediato en la espesura de los costes operacionales y las salidas a Bolsa


    48. Se sumerge Carvalho en el mar de laca azul y a sus espaldas queda Biedma intercambiando información con los contertulios


    49. La llamó repetidas veces, inclinada sobre ella, mirándola como se mira y como se llama desde los bordes de un pozo a la persona que se ha caído en él y se sumerge en las hondísimas y negras aguas


    1. que nadie oía, sentí envidia de los que sumergen su vida en la dulce sombra de un claustro


    2. sumergen arrastrados para reaparecer á una grandistancia de allí


    3. Los terremotos sumergen con frecuencia trozos considerables de la costa


    4. {42}Baño ritual en el que se sumergen las mujeres después de la menstruación


    5. Los riñones se limpian de grasa, se cortan en dados y se sumergen en agua hirviendo, con vinagre, durante media hora


    6. Unos edificios de los setenta construidos deprisa y corriendo por promotores acelerados convivían con otros hechos con ladrillo rojo y con extraordinarias construcciones neogóticas; aquel curioso batiburrillo me provocó durante todo el día un sentimiento de tristeza y abandono, como esas canciones que, a pesar de su rítmica melodía, te sumergen en un abismo de nostalgia y consiguen hacerte llorar


    7. Ellos abren sus puertas mentales de par en par y se sumergen en las más venenosas corrientes que pueden encontrarse en el mundo psíquico


    8. Se coge un recipiente de agua de mar y se sumergen dos alambres desnudos


    9. Cuando a uno lo sumergen hasta el fondo del mar, se le quitan las ganas de mentir


    10. Y hay que confesar que en algunos de estos recién llegados, la mujer se halla no sólo interiormente unida al hombre, sino horriblemente visible, agitados como lo están en un espasmo de histérico, por una risa aguda que convulsiona sus rodillas y sus manos, sin que se parezcan al común de los hombres más que esos monos de mirada melancólica y ojerosa, de pies prensiles, que visten smoking y gastan corbata negra; de suerte que quienes son, con todo, menos castos estiman comprometedor el trato de estos nuevos reclutas, y su admisión difícil; se les admite, sin embargo, y entonces se benefician de esas facilidades merced a las que el comercio, las grandes empresas, han transformado la vida de los individuos, les han hecho accesibles artículos hasta entonces demasiado dispendiosos para ser adquiridos, y hasta difíciles de encontrar, y que ahora les sumergen con la plétora de lo que sólo ellos no habían podido llegar a descubrir en las más grandes multitudes

    11. Se sumergen en el mar y comen algas, que parecen ser su único alimento


    12. Cincuenta leguas al nordeste de Koras, entre un círculo de farallones volcánicos, se oculta un lago en cuyas aguas tan sólo se bañan las mujeres, pues se dice que los hombres que en él se sumergen pierden la virilidad


    13. Para acallar, para dormir el dolor que le causaba el sentimiento de su impotencia, se sumergió en la ciencia, como otros se sumergen en el placer


    14. Inmediatamente las hordas se reúnen y se sumergen, siguiéndola, en el mar de júbilo cuyos límpidos límites van ensanchándose


    15. Muchos refugios están conectados por fiordos de altísimas montañas que se sumergen en el mar eterno


    1. y tan mal en la eterna nos sumerges!


    2. Cada vez que te sumerges significa que Dios manda un ángel para cuidar de ti


    1. Ya sehabía sumergido el carel y estaba


    2. había sumergido de tal modo en esasimaginaciones, que


    3. Gillespie adivinó queel segundo buque se había sumergido y le enviaba desde el fondo sustentáculos metálicos, animados y prensibles, que parecían poseer


    4. El piso bajoestaba sumergido; faltaba poco para que el


    5. inmóvil y sumergido en un grande abatimiento,asi quedó esta


    6. en sus cálculos, comoun calenturiento sumergido en el


    7. Unasveces miraba hacia el vecino jardín sumergido en


    8. sumergido en el cieno; Santa María Egipciaca, resecada por elsol como un cuero;


    9. Minutos y siglos se confunden, cuandose han sumergido en el abismo


    10. impresión de un campo celta sumergido, deuna sucesión de

    11. Sumergido toda su vida en el golfode los


    12. Mauricio quedó solo, sumergido en dolorosas reflexiones


    13. Este hombre hallábase sentado o más bien sumergido en un sillón, con laspiernas ocultas bajo


    14. completo trastorno físico y mental, sumergido en lastenebrosas honduras de la embriaguez


    15. El parecía sumergido en una meditación muy profunda


    16. Isobel se detuvo a contemplar la gran estación desde el centro y creyó estar en el interior de un gran templo sumergido, infinito e insondable


    17. Antes de que pudieran alejarse más de unos pocos metros de allí, el objeto sumergido les rebasó a toda velocidad, describió una curva cerrada a su alrededor y enfiló de nuevo en línea recta en dirección a ellos


    18. Ella se había sumergido entre los cortinados con alguien más


    19. Chanur era uno de los clanes más antiguos de la provincia de Enafy, de vez en cuando sumergido en la oscuridad, pero mucho más a menudo implicado en el funcionamiento interno y construcción de la anfictionía de Enafy


    20. Pero el padre Brown estaba ya lejos para oírle, y un momento después se encontraba en el pórtico, sumergido en una seria conversación con Harker

    21. En lo referente al doctor ha afirmado categóricamente que el cadáver había estado ocho o diez horas sumergido en el agua antes de ser lanzado contra las rocas


    22. Había quitado todos los cordones de los zapatos de Tuppence y los había sumergido en un vaso de agua que cogió del lavabo


    23. Y ambos permanecieron silenciosos, cada uno de ellos sumergido en sus propias reflexiones


    24. El tha-ybu, al quedarse solo, se sentó en un peñasco, apretándose la frente con las manos, sumergido en hondos pensamientos


    25. –Hay un pasaje, pero ahora se encuentra sumergido


    26. Conteniendo los gemidos que le arrancaba la herida y reprimiendo la rabia que lo devoraba, se encogió, manteniéndose casi completamente sumergido, en espera del momento oportuno para ganar las costas de la isla


    27. Pero Sandokán estaba también sumergido


    28. Sus compañeros necesitaron veinte minutos para descender con cuerdas entre piedras filudas y troncos retorcidos, y encontrarlo sumergido en los matorrales, y casi dos horas para izarlo, ensopado en sangre


    29. Su compañero, asustado, se había sumergido en el agua, alejándose hacia un banco de arena que se encontraba unos cincuenta metros más adelante


    30. Llovía durante semanas y no podían encender una hoguera para secarse, era como vivir en un bosque sumergido en el mar

    31. Y al momento siguiente se derrumba, embrujada por los sedantes, caída de pleno en un sueño sumergido


    32. Al principio tuvo dificultad en reconocerlo, porque no lo había vuelto a ver desde hacía un cuarto de siglo, pero al notar que le faltaban tres dedos de la mano derecha, comprendió que ésa era la culminación de la pesadilla en que se encontraba sumergido


    33. Sus piernas la sostenían sin dificultad, pero la escena que acababa de vivir la había sumergido en un estado de insensibilidad peculiar, una especie de anestesia espontánea que le permitió volver al trabajo, sentarse en su mesa, hablar por teléfono y resolver los asuntos que tenía pendientes con la eficiencia de una máquina bien programada


    34. Adulonas, mezquinas se lo cuentan a él, que apenas las escucha, sumergido en una cansada indiferencia


    35. ¿Por qué no había funcionado el principio de Aristóteles, o mejor dicho, de Arquímedes? Ese principio decía que un cuerpo sumergido en un líquido recibe un impulso hacia arriba equivalente a la cantidad de líquido que desaloja


    36. —Se detuvo un instante, sumergido en los recuerdos de juventud, y luego siguió: —El agrimensor Cusumano, que dirigió la demolición, ha encontrado en el interior del edificio papeles antiguos y me los ha traído, sabe que me interesan las historias del pueblo


    37. George lo había diseñado y construido él sólo, y el potente motorcito podía alcanzar cinco nudos cuando el submarino estaba totalmente sumergido


    38. El bárbaro estaba sumergido hasta los hombros en el agua humeante


    39. Surgiendo de los cuentos infantiles, de las antiguas historias, el nombre me vino a la mente como si algo largo tiempo sumergido en aguas oscuras apareciera de nuevo en la superficie y se asomara libre a la luz


    40. Felicísimo tendido en el suelo en completo trastorno físico y mental, sumergido en las tenebrosas honduras de la embriaguez

    41. De vuelta a casa permaneció toda la tarde y hasta bien entrada la noche sumergido en el tabaco y en sus pensamientos


    42. Vive sumergido por completo en los grandes asuntos públicos y resulta bastante inaccesible a las emociones normales


    43. Tiene los mismos países, pero en serio, ciudades que son la quintaesencia de las nuestras, ejércitos maravillosos para las paradas militares, aquí, por ejemplo, todos dicen lo que piensan, aunque sienten pasiones humanas y las van declarando a diestra y siniestra, pero Parkinson se encuentra de pronto sumergido en un mundo tan inverosímil como el de una novela de caballería, de una imposibilidad metafísica y sin embargo está patente, al alcance de sus dedos que se mueven enloquecidos tratando de fijar los objetos que tienden a escapar como con vida propia del alcance de sus manos, viscosos y deplorables, contaminados de «espiritualidad» y piensa Parkinson otra vez que sólo en el cielo se dan todas las cosas puesto que todo lo que sea posible imaginar es porque existe en alguna parte y esa parte, quién lo va a poner en duda, si no hay dónde más, tiene que ser el cielo, ese cielo que ha sido entrevisto en sueños por los filósofos, de cuando en cuando, desde el fondo de los siglos, como ese agitador alemán, Lutero, que ahora se sienta pacientemente en su viejo sillón incómodo, como todos los de su siglo así como los de los tres o cuatro siglos siguientes, cuando no se habían inventado los muebles ergonómicos que bajaron considerablemente la agresividad de las gentes durante un par de siglos e hicieron descender dramáticamente el índice de guerras, pero por culpa de su sillón Lutero arde en deseos de castigar a la Dieta de Worms


    44. Llevaba varios días sumergido en ese infierno


    45. Los dos agentes entraron en la casa acompañados por Abelardo, que seguía sumergido en sus pensamientos:


    46. Sumergido en una especie de catarsis voluntaria, intentaba olvidarse de todo sin conseguirlo


    47. Un objeto sumergido en una profundidad de 9 decámetros por debajo de la superficie del océano está sometido a una presión de 1 megapascal, o 10 atmósferas


    48. Un objeto sumergido a una profundidad de 3 hectómetros por debajo de la superficie del océano, está sometido a una presión de unas 3,16 megapascales (31,6 atmósferas)


    49. Ayla se había bañado o nadado a menudo en las aguas frías de los ríos, los arroyos y los estanques, incluso en agua fría que necesitaba romper una capa de hielo, y también se había lavado con agua calentada al fuego; pero nunca se había sumergido hasta entonces en agua caliente


    50. Le resultaba difícil creer que se encontraba en un submarino sumergido en lugar de en una sofisticada unidad de mando del Instituto de Investigación Espacial










































    1. Aquella existencia ignorada, sin vanidad ni pasión, fuele sumergiendo enun estado


    2. interés, se poníade codos en la pequeña mesa y sumergiendo su


    3. las manzanas y sumergiendo en elbol de cristal tallado lleno de agua, las rubias uvas


    4. La puerta se cerró, la máquina lanzó un silbido agudo y el barco se puso en movimiento a velocidad moderada, mientras sus hombres, que se encontraban fuera de la galería, subían a la cubierta sumergiendo en el agua sus lanzas de punta de acero


    5. El pescador se armó de un bichero y desde la proa lo fue sumergiendo de vez en cuando para sondar la profundidad del agua


    6. Vio la pared de adobe de la casa quebrarse como si un hachazo le hubiera dado de frente, la tierra se abrió, tal como lo había visto en sus sueños, y una enorme grieta fue apareciendo ante ella, sumergiendo a su paso los gallineros, las artesas del lavado y parte del establo


    7. Antes de su ingreso en prisión, lo había intentado sumergiendo clavos de hierro en agua potable, comiendo óxido, durmiendo con pedazos de hierro bajo la cama y la almohada, y llevando tuercas, tornillos e imanes en los bolsillos de los pantalones


    8. En aquellos momentos estaban sumergiendo las cámaras, y vio cómo las olas golpeaban las lentes a medida que eran deslizadas bajo la superficie y entraban en el silencioso y agitado reino de aguas relucientes por la acción del sol


    9. ¿Pensaba que era una mansión? ¿Pensaba que era un castillo? Es sopa de mierda, y te estás sumergiendo en ella


    10. Luego se inclinó, sumergiendo la cabeza y los hombros en el vapor

    11. —¿Cómo pueden dejar que la gente se siga sumergiendo en ese sitio con lo peligroso que es?


    12. Menuda, una enanita, miraba fijamente el fuego de artificio del sol mientras se iba sumergiendo en el horizonte, aureolado por nubes enrojecidas


    13. Con los rostros pintados de betún y las cabezas envueltas en paños oscuros, nada más escuchar la orden, se fueron sumergiendo bajo las turbias aguas de la laguna central


    14. Desaparecieron los puentes colgantes que unían el templo y la terrible torre Antonia bajó del cielo el abismo, sumergiendo a los dioses alados del circo, el palacio Hasmoneo con sus aspilleras, bazares, caravanas, bocacalles, estanques


    15. Porque para ellos quedó claro —si no de inmediato, sí con el tiempo— que probablemente habían causado la muerte de su hermano tensando la cuerda y por tanto sumergiendo a Dick bajo la superficie del río


    16. El tejado del edificio se encendió todo él de golpe, sumergiendo toda la casa dormitorio en un mar de chispas y llamas


    17. Se rindió a ella, sumergiendo la cabeza y los hombros y haciendo lo mejor que podía para tragarse el estanque entero


    18. Después sus compañeros deslizaron la cuerda y se fue sumergiendo lentamente en el pozo


    19. —Espero que sí —replicó Tovah sumergiendo la cuchara en su sopa—


    20. Ataqué de nuevo y luego, golpeando con el pie, dispersé los tizones de la hoguera, sumergiendo la empalizada en la oscuridad

    21. Pero ¿no penetrará aire por los oídos? Y la palangana, ¿sería tan honda como un cubo?» Iba a hacer la prueba asiéndose con ambas manos al lavabo y sumergiendo poco a poco la cabeza en el agua, cuando llamaron otra vez a la puerta


    22. Rosie temblaba de pies a cabeza; tenía los ojos clavados en el agua que fluía junto a ella como seda transparente impregnada de tinta negra; la garganta le ardía como brasas, los ojos le palpitaban en las cuencas y se vio a sí misma tendiéndose de bruces, sumergiendo la cabeza en aquella negrura para beber como un caballo


    1. cuando sumergimos nuestras bocas en el agua, hubiera venido un solo francés con un látigo,


    2. Hicimos otro boquete en el metal y sumergimos la caja en agua para quela pólvora se


    3. Cruzamos la puerta y nos sumergimos en ese vasto laberinto que dormita en la penumbra eterna de las velas


    4. Y Blanca y yo, en compañía de buena parte de los viajeros, nos sumergimos en las mismas, dando gracias a los cielos por tanta bondad


    5. Nadamos en la superficie hasta la línea del faro de Pantelaria, doblamos luego unos cien metros a la derecha y nos sumergimos donde calculábamos que habíamos visto los torpedos de guerra en el principio del verano


    1. en sumergir el cubo de una fuente y mover la piedra deun


    2. sumergir la mirada en las calles solitarias y enel cielo poblado de estrellas


    3. Mientras los muchachos salían, exultantes, dándose grandes palmadas en la espalda, Marcomer dirigió de nuevo la mirada a su mujer, pero ésta se había levantado para sumergir los platos en el cubo de agua y le daba la espalda


    4. El crucero se había despanzurrado sobre los escollos de coral y el agua entraba por cien boquetes, invadiendo la cala y haciéndolo sumergir rápidamente


    5. ¿Era la simple instrucción que descubrió en el armario de la Estación Grand Central que le ordenaba infiltrarse e invalidar a Kiss? ¿Era una compulsión oculta y programada de actuar de este modo y de ningún otro al sentirse un juguete, objeto de innegables impulsos secretos? ¿O era, trascendiendo eso, más bien una obsesión metafísica, una búsqueda para internarse hasta los resortes ocultos de una organización despiadada de Proyectistas del Mundo que, con los medios y la intención de contener la creciente del tiempo, decidían con arrogancia sumergir segmentos del mundo en antiguos y venerables eones de la historia?


    6. Uno de los pequeños submarinos flotaba en la superficie mientras su tripulación se debatía con la siguiente carga de tanques de flotación que había que sumergir


    7. Tan continuamente le dolía la cabeza, que le era menester subir varias veces diarias a su cuarto para sumergir la frente en el agua tibia de su lavabo


    8. Pero resulta que todos los libros sagrados de todas las religiones importantes habían hecho promesas de resurrección corporal y ahora nos encontrábamos conque no habría más cuerpos, dizque porque resolvieron ellos que no servían para nada en un medio predominantemente espiritual, pero aunque no sirvieran por el momento eran nuestros, eran nuestro derecho, nuestra única pertenencia, y ahora nos querían arruinar el poco de felicidad eterna que habían dejado sumergir en el olvido


    9. El agua amenaza con sumergir y llevarse consigo la pasarela de tablas que salva la zanja de drenaje entre la segunda y la tercera baterías


    10. Para ello, procedió a sumergir repetidas veces las manos de un difunto en caucho líquido, formando una capa tras otra hasta que los «guantes» tuvieron consistencia suficiente para sacarlos de la mano del cadáver y darles la vuelta

    11. Deseaba sumergir el sentido de identidad de Israel y Judá en la aceptación de un nacionalismo superior


    12. Lord Black había justificado su estrategia declarando que iba a destruir a Torm y, así, sumergir a Tantras en el caos


    13. Las tres habían salido del océano a unos cuatrocientos kilómetros al norte y se habían vuelto a sumergir en el mismo lugar, pero la Armada aún creía que buscaba en el lugar indicado


    14. Los demás, se sentaron después de sumergir en el agua las cansadas manos y refrescarse las sudadas frentes


    15. Hay allí miles de hombres y mujeres, una inmensa marea crecida como un torrente salido de madre en el que confluyen todos los ríos, y que no tardará en sumergir, en arrastrar árboles y bueyes, en arrollar los muros de las villas, en ahogar a los hombres


    16. Por fin, tras tener buen cuidado de no sumergir al policía en una nube de humo apestoso, comenzó a hablar:


    17. Sombras azuladas empezaban a sumergir la dentada crestería de la sierra del Cadí


    18. Iban y venían por el agua contrariando las leyes de gravedad, sin sumergir casi el cuerpo


    19. Le alcanzó cuando soltaba una imprecación al oído de Kilkenny, antes de sumergir por última vez la cabeza de su cautivo en el agua


    20. Tras sumergir las manos en el agua fría, Serpiente se frotó la cara para lavar el polvo negro, el sudor y las huellas de sus lágrimas

    21. —Volvió a sumergir la cabeza en el agua


    22. –Sí -respondió Matthew-, es una silla de inmersión, utilizada para sumergir a la gente en agua


    23. Pero esa mirada no la puede sumergir


    24. Incluso podía sumergir mi corazón dentro de los ecos de aquel pequeño instrumento


    25. Se llega a las 6 de la tarde, todo es oscuridad en el horizonte, las olas juegan a no sumergir tan pronto a la “Rosales”, la dejan agonizar, ninguna quiere darle el golpe final


    26. Y es que, sin duda, los atenienses preferían retroceder antes que sumergir la punta del pie en las aguas de lo moderno


    27. En la declinación del día, el recuerdo me volvía a sumergir en una atmósfera antigua y fresca; la respiraba con la misma delicia que Orfeo el aire sutil, desconocido en esta tierra, de los Campos Elíseos


    28. Tras sumergir la cabeza en un tonel con agua de lluvia y volverse a vendar las heridas sufridas en la víspera, acababa de presentarse en la tienda del capitán


    29. Ya no se utilizaba la prueba del agua caliente, pero todavía, en muchas ocasiones, los clérigos recurrían a la amenaza de sumergir los miembros del sospechoso en un caldero de agua hirviendo


    30. Acción y efecto de sumergir o sumergirse

    31. ¿Acaso el faraón no se siente tentado de sumergir su pensamiento en el desierto olvidando a los hombres?


    32. Sumergir un género salado en agua, fría por lo general, para que pierda la sal


    33. –Tengo la intención de sumergir mi dedo en este cubo y luego dejar caer una gota en uno de los agujeros -dijo-


    34. La esbelta Reetha recibió nuevos azotes, pero se vengó echando un puñado de pimienta blanca finamente molida en la jofaina de agua helada, al sumergir en ella la toalla


    1. Sumergí los dedos en el agua, y la hallé tibia


    2. Respiré hondo y me sumergí en las aguas de la falsedad


    3. Me sumergí en las veredas polvorientas, bulliciosas, respirando con delicia el aire de la primavera


    4. En el Amazonas me sumergí en una naturaleza voraz, verde sobre verde, agua sobre agua, vi caimanes del tamaño de un bote, delfines rosados, mantarrayas flotando como alfombras en las aguas color té del río Negro, pirañas, monos, pájaros inverosímiles y serpientes de muchas clases, incluso una anaconda, muerta, pero anaconda de todos modos


    5. De modo que me sumergí valientemente en los vicios


    6. Una vez que Maria regresó a Nueva York, desempeñó un papel importante en la conservación de mi integridad y me sumergí en nuestras escapadas particulares con la misma pasión que antes


    7. Y despacio, muy despacio, me sumergí de nuevo en la lectura de las tres columnas


    8. Las comadronas siguieron andando y me sumergí de nuevo en el pozo de la autocompasión


    9. Me sumergí en un mar de desesperación


    10. Me llené los pulmones de aire y me sumergí en el mar de mi conciencia

    11. Me sumergí en el Corazón de Piedra y reuní todo mi Alar


    12. Me sumergí en el castaño profundo de sus ojos


    13. Yo sumergí con precaución este peso en agua


    14. Pero se le había apagado la linterna y yo cogí aire y me sumergí


    15. Concluida la arriesgada operación, me trasladé a las pozas para reunirme con las mujeres y me sumergí en el río apenas llegué, para evitar que los ojos, siempre escrutadores de mi madre, advirtiesen mi turbación


    1. Debía yosalvarme, ¿sí o no? Pues debiendo salvarme, no había más remedio quelanzarme fuera del barco que se sumergía


    2. de lasinmundicias y del tumulto, se sumergía la mirada en ese


    3. Y más y más, me sumergía en los tesoros de los poetas,


    4. Me sumergía en el estudio, me obligaba a


    5. Me sumergía en eltrabajo


    6. El solse sumergía en las aguas como triunfador, en una


    7. aperador,al sentarse, creyó que se sumergía en las faldas y las


    8. agonizando estremecida enlos interiores, le sumergía en ansiedad inexplicable


    9. sumergía en la sombra alguno de losnumerosos lagos que


    10. Cadadía se sumergía más y más en esa llamada

    11. Cuando abrió los ojos, la escuálida silueta de Siraj se sumergía en la niebla


    12. , en el preciso instante en que se sumergía en los límites del bosque de Tethir


    13. El resto pasaba a bateas redondas donde don Maurizio, un zambo gigantesco con el torso desnudo, sudando y cantando, sumergía el brazo hasta la axila y revolvía a conciencia


    14. Algo debía ocurrir debajo del agua, en el lugar donde se sumergía la cuerda del ancla, porque en ese lugar el lago se agitaba furiosamente


    15. Era en su carne compasiva donde se sumergía hasta perder el aliento y volverse esponja, medusa, estrella de altamar


    16. Mientras se sumergía en los pensamientos y en las sensaciones de los seres que lo rodeaban, Eragon era capaz de alcanzar una paz interior tan profunda que, durante aquellos ratos, dejaba de existir como individuo


    17. Medía sesenta y seis metros de eslora, desplazaba 735 toneladas, alcanzaba los diecisiete nudos en superficie y se sumergía con rapidez


    18. Le sucedía a veces, de repente el rostro de Marta aparecía en su mente y sin poder evitarlo se sumergía en un mar de bellos recuerdos, reviviendo sus conversaciones, sus peleas incluso, y sus encuentros en el invernadero


    19. Trataba de atravesar la espesa arenisca que le impedía llegar al manantial, pero sus pies se lo impedían; sabía que si no sumergía su corazón deshidratado en el agua, moriría


    20. Cuando la guardia volvió a la habitación, el Khan cerró los ojos y sintió que se sumergía en las profundidades

    21. Y duró de tal forma aquel estado de cosas cua­renta días enteros, quejándose siempre Abu-Kir de un resto de ma­reo: y a diario, una vez a mediodía y otra vez al ponerse el sol, iba el barbero al khan para servir y dar de comer al tintorero con la ganancia que le proporcionaba el destino del día y su navaja; y el tintorero se tragaba panecillos, cohombros, cebollas frescas y agujas de kabab sin fatiga ninguna de su cuidado estómago; y en vano el barbero le encomiaba la belleza sin par de aquella ciudad desconocida y le invitaba a que le acompañase a dar un paseo por los zocos o los jardines, pues Abu-Kir contestaba invariablemente: "¡Todavía tengo mareo en la cabeza!" y después de exhalar diversos regüeldos y soltar diversos cuescos de diversas calidades, se sumergía de nuevo en su pesado sueño


    22. Se sumergía casi en cualquier parte con uno de esos detectores de metales


    23. Se sumergía en un túnel tras otro, siempre hacia la izquierda, hasta que la cabeza empezó a darle vueltas


    24. Un instante después, su cuerpo se sumergía en una balsa de agua que se alzó con gran ruido


    25. Lou y Oz se acercaron sigilosamente mientras Diamond entraba en el agua con el hombre sagrado y se sumergía también por completo


    26. El aire, transportado hasta ellos por un pequeño ventilador, era húmedo y acre, y con frecuencia se mezclaba con los gases de los motores diesel, de forma regular iba variando la presión desde una fuerte ráfaga que dejaba la habitación helada, salpicándolo todo con un polvo graso, hasta un suave chorro de aire caliente que les incomodaba y les sumergía en un sopor


    27. Poco después de cumplir siete años Gauss ingresó en la escuela primaria, una verdadera reliquia de la Edad Media, regida por un bárbaro, un tal Büttner, quien para enseñar a un centenar de muchachos que se hallaban a su cargo, les sumergía en un estado de estupidez aterrorizada, en la que hasta olvidaban sus nombres


    28. Entonces ella se irguió como levantada por un golpe geológico y le envolvió las caderas con los muslos, aferrándose a su cuello, las aletas trémulas de la nariz, la frente sudorosa igual que el vello empapado del vientre en el que se sumergía a un ritmo cada vez más sofocado


    29. Vio cómo los ojos de su hija se abrían como platos a medida que se sumergía en el lago


    30. La luz lechosa de la mañana sumergía la habitación en una profundidad de lago templado

    31. En aquel momento, la luna se ocultó tras una nube; mientras el cuarto de la torre se sumergía en la oscuridad


    32. Mientras me sumergía en la mochila en busca de algo con lo que cortar las cuerdas de Jesse, intenté convencerme a mí misma de que hacerlo dos horas antes era seguro


    33. ¡Dios mío – se dijo asombrada- es como si todo se estuviera muriendo conmigo!» Sólo había conocido una ansiedad semejante siendo muy niña en Manaos, un minuto antes del amanecer, cuando los ruidos numerosos de la noche cesaban de pronto, las aguas se detenían, el tiempo titubeaba, y la selva amazónica se sumergía en un silenció abismal que sólo podía ser igual al de la muerte


    34. Sin embargo, en las novelas baratas, la mujer se sumergía encantada en los brazos del cowboy


    35. El miedo sumergía su cerebro en agua helada, de modo que por un instante pudo pensar con claridad; por lo menos reconocía la necesidad de no moverse ni un ápice y no ceder a la tentación de romper a llorar descontroladamente y silbar esas cancioncitas que las niñas entonan en el bosque cuando tienen miedo


    36. Aunque había estado casada durante dieciocho años con dos hombres muy diferentes, en toda su vida jamás había tenido ocasión de conocer nada parecido a aquella fiera y penetrante explosión de los sentidos que surgía hacia afuera partiendo del foco de la lengua de César y que se sumergía en ella para invadirle los pechos, el vientre y el alma


    37. El rótulo de neón que indicaba que había habitaciones libres se había puesto a parpadear y cada dos décimas de segundo la habitación se sumergía en un baño rojo


    38. Luego arrojó el cadáver por el empinado terraplén y vio cómo rodaba y se sumergía en las aguas


    39. Llegaba a las seis de la mañana y se iba por la puerta pequeña poco antes de que cayese la noche, y era difícil imaginar el mundo en el que se sumergía entonces hasta el día siguiente


    40. Pero una mañana, en la bañera, se dio cuenta de que el nivel del agua subía a medida que el cuerpo se sumergía y que cuanto más se sumergía el cuerpo menos pesaba

    41. » Al ocurrir eso, Tom solía abandonar su mundo real, que sólo era una corriente de potencia sensorial, y se sumergía en su mente


    42. La curiosidad, la presión, el crujido de nudillos, la respiración de los demás y, sobre todo, los murmullos; murmullos interrumpidos a menudo por un «¡Shshsh!» todavía más alto e irritante, atormentaban a Luzhin muchas veces; esos chasquidos y murmullos solían afectarle intensamente; y el olor de la multitud, si es que él no se sumergía profundamente en los abismos del ajedrez


    43. Al mismo tiempo que sumergía la lengua en su boca, se zambulló dentro de ella


    44. El dinghy, con su costumbre de escapar al viento, se sumergía y pateaba como un caballo indómito debajo de Felix, mientras éste luchaba con la vela mayor y el timón para mantenerlo frente al viento


    45. Se sumergía una mano de madera en la cuba y salía un guante


    46. Se puso de pie en seguida y se alejó entre los árboles; la oscuridad le cubrió mientras el Morris continuaba cayendo y se sumergía en las aguas pantanosas


    47. Reith subió a la barcaza y entonces ya no pudo controlar la aceleración de sus pasos mientras se sumergía entre la protectora carga


    48. Tratara de hacer algo más solemne, más grande, o algo vivo y alegre, de hacer lo que veía embellecido al reflejarse en el espíritu del público, Vinteuil, sin quererlo, sumergía todo esto bajo una lámina de fondo que hace su canto eterno e inmediatamente reconocido


    49. Los jinetes le siguieron muy despacio limitándose a observar, impertérritos, cómo se sumergía una y otra vez en el agua, frotándose con fuerza todo el cuerpo para quitarse todo rastro de sudor


    50. Se vio a sí misma a través de unos ojos alienígenas, se vio a sí misma como una alienígena, sintió el pelaje plateado erizándose en su cabeza en sorprendida incredulidad… Pero mientras ella se sumergía en la extraña sensación, descubrió que los recuerdos no eran sólo de Sombra Lunar, y se vio aspirada, mientras perdía el control, dentro de otra mente: una mente humana, preservada en el interior de la matriz de los recuerdos de Sombra Lunar y emergiendo al presente desde las profundidades de generaciones pasadas















    1. serie de lagos unidos y de cascadas quese sumergían en ellos; pero poco á poco la pendiente se ha


    2. arrancadosde raíz, se levantaban fuera del agua y se sumergían pesadamenterompiéndose las ramas contra


    3. Allí miles de peregrinos se sumergían en las aguas sagradas del delta del Ganges buscando la purificación del cielo y obteniendo la mayoría de las veces a cambio fiebres y enfermedades


    4. Las orillas, que huían rápidamente ante los ojos de los dos indios, estaban cubiertas con bambúes que se sumergían en la corriente y por raras palmeras tara, en su mayor parte derribadas o destrozadas por la furia del huracán


    5. Pero las escenas se alejaban de los hechos y lo sumergían en situaciones imaginarias construidas aleatoriamente a partir de fragmentos de lo que había sucedido en realidad: se encontraba de pie en el taller de Horst, las puertas del cual estaban abiertas y colgaban de las bisagras, abiertas como la boca desencajada de un idiota


    6. Cruzaban arroyos de aguas frías, donde los pájaros solían quedar congelados en las orillas, las mismas aguas donde las madres mapuche sumergían a los recién nacidos


    7. Aunque el mundo se había retorcido sobre sí mismo hasta el punto de hacerle olvidar lo inolvidable, desterrando el pasado reciente a un territorio incierto, fronterizo, donde los colores eran cada día más pálidos, tan tenues como esa luz ficticia que alumbra las historias que nunca sucedieron más allá de la imprecisa imaginación de un niño fantasioso, sus ojos recuperaban contra su voluntad a Teresa González en los ojos, las manos, los gestos, los cuerpos, la voz de otras mujeres, madres jóvenes con hijos adolescentes que andaban por la calle sin saber que sus siluetas, la diferencia de su estatura, la distancia que separaba sus cuerpos en movimiento o ni siquiera eso, una caricia apresurada, determinada forma de mirarse, de sonreír, le sumergían en una orfandad insoportable, instantánea


    8. Las dos plantas superiores acababan en una galería con vistas al especio central en el que se encontraba, y los laterales revestidos de madera de esas galerías estaban comunicados entre sí por una desconcertante cantidad de grandes espejos que reflejaban la luz natural del exterior y sumergían con ello la estancia, a pesar de lo nublado del día, en una luz de lo más agradable


    9. Si era un afluente, por lo general todos se sumergían en las aguas refrescantes y cruzaban el río antes de desatar las angarillas, los canastos o el arnés


    10. Inadvertidos por sus portadores, que paseaban por la selva o se sumergían bajo los témpanos del estrecho de McMurdo llevando consigo apenas quince gramos de alta tecnología, estos nuevos equipos eran capaces de proporcionar, directamente desde la naturaleza, los datos tan ansiadamente buscados

    11. Los mamíferos marinos se sumergían sin dificultades docenas de veces al día y llegaban a profundidades de varios centenares de metros


    12. Entonces la pesada piedra que normalmente cubría la entrada fue levantada también y aparecieron por fin los escalones de los sótanos, que allá abajo se sumergían en la oscuridad


    13. Se sumergían bajo las olas y nadaban como cormoranes, debajo del agua, saliendo de vez en cuando para respirar


    14. No estaba comiendo en la cabina-comedor, sino justamente al final de la popa, sentado frente a las grandes ventanas de popa, y podía ver al otro lado de los cristales y un poco más abajo la estela de la fragata alejándose de él, una estela blanca que se destacaba entre las turbulentas aguas verdes, tan blanca que las gaviotas que se cernían o se sumergían en ella parecían sucias


    15. No prestaban atención a los dos hombres y en ocasiones se sumergían tan cerca del esquife que lo salpicaban de agua


    16. Conway conoció a algunos más y gradualmente fue dándose cuenta de la extensión y variedad de sus ocupaciones; además de sus conocimientos lingüísticos, algunos, al parecer, se sumergían en el proceloso mar del saber a una profundidad que habría causado sorpresa al mundo occidental


    17. Cuando sumergían un palo en el agua negra, la corteza desaparecía de inmediato


    18. Si lo sumergían más tiempo, el palo se disolvía completamente


    19. No gobernaba realmente las aguas, y necesitaba ser reparada continuamente debido al nomadismo de las arenas y las ocasionales tormentas que la sumergían bajo las olas


    20. Para la de agua, le sumergían la cabeza en una bañera hasta que el agua le entraba en los pulmones

    21. O al éxtasis de la profundidad humana, de la extensión de su vida, gigantes que se sumergían en el abismo de los años


    22. El establecimiento daba al puerto y los parroquianos se entretenían viendo a los muchachos que se sumergían en el agua para dar caza a una moneda de las llamadas grush


    1. Era una buena piedra de toque para el interés personal: o te atraía y te sumergías en la sorpresa que suponían aquellas narraciones intrigantes, o lo abandonabas aburrido a la búsqueda de la literatura facilona en formato de bolsillo


    1. Mientras me sumerjo en un estruendo doloroso sé que estoy al principio de la historia cuyo final he leído en el titular


    2. Al momento siguiente, sumerjo las manos en el agua helada y bebo


    3. Me sumerjo en el río para mojarme el pelo


    4. —Recorro innumerables veces el sendero, me tiendo en el pequeño y redondo claro del bosque, me sumerjo en la luz de aquel rincón soleado


    5. –Con bastante frecuencia; los sumerjo en agua tibia y salada


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    sumergir in English

    overwhelm dip immerse bathe submerge

    Sinonimi per "sumergir"

    sumir abismar meter calar empapar chapuzar