1.
suficiente para decir basta! Pero la realidad es que la
2.
Basta replicar á esto, que hasta ahora nohay noticia alguna de haberse encontrado en España obras artísticas deesa especie, y que la poesía, de que hablamos, no hace especial alusióná ellas
3.
Basta leer la Comedietade Ponza para deducir que no se destinó á la representación, aunque porsu fondo y por su forma dialogada se acerque mucho á lo que apellidamosdrama
4.
Me refiero al enigma de cómo, a veces, basta con poner las miras en
5.
comporta de manera distinta, basta con observar lo que sucede en las playas, las olas entran y
6.
Las reglas se transmiten a través de los siglos, que permitan una mejor adaptación del comportamiento con el medio ambiente: la prohibición de comer carne de cerdo, por ejemplo, es muy higiénico aquí donde la fiebre porcina se ha generalizado, e incluso la obligación de comer con la cabeza mirando hacia la Meca es una regla muy práctica: basta pensar en la orientación constante en la que se llevó nómada
7.
basta y me lo tuve que cambiar por
8.
un lugar común afirmar que el amor duele y basta sintonizar cual-
9.
Basta con que l eguen
10.
Basta un gesto o una palabra de cualquiera de ellos para
11.
En estas luchas electorales se muestra que la competencia entre las personas no basta para movilizar votantes decididos,tampocos indecisos
12.
respuesta basta con observar la forma como los seres humanos se relacionan entre sí, leen un libro de
13.
Basta con que usted reconozca que el ego está detrás de todo eso y que ellos no son ego
14.
Una respiración consciente basta para abrir algo de espacio en medio del tren interminable de pensamientos
15.
Basta con intentar ver un
16.
Al fijarnos en las patologías producidas, basta con considerar la afectación del colágeno
17.
y el alto empleado había siempre divergencia deopinion y basta que el último haga una observacion cualquierapara que el primero se mantenga en sus trece
18.
—No, replicaba otro que tenía buen corazon; basta conque las tropas recorran las calles, el batallon de caballeríapor ejemplo, con el sable desenvainado; basta arrastrar algunoscañones
19.
Los años me han enseñado, al paso de observar a los más de ciento cincuenta descendientes, que de una manera aproximada, dos de cada tres de ellos, han resultado nacer a imagen y semejanza de Jairo, casi se podría decirse que son sus vivos retratos: por ejemplo basta fijarse en su hijo mayor Juan Ramón, o su nieto Miguel Enrique
20.
sobra y se basta, sí, señor, para el servicioordinario; porque bien
21.
Basta con que lo exotérico, el sentido directo, tenga un
22.
—Perfectamente, señor, y basta
23.
basta; su misión estácumplida
24.
Basta unacasualidad que ocurre siempre en estos casos
25.
organización y en elespíritu de la sociedad, basta insistir en la
26.
muchedumbre estaba dominada por esaimpaciencia que, entre la gente levantina, basta que sea
27.
; pero basta ya, y déjenme dormir, pues ni con tenazas me han de
28.
Basta decirque la conversación se caracterizó por la exaltación
29.
Pero basta de
30.
ilustresescritores: el lector habrá formado juicio del Arcipreste leyendo sulibro, y esto basta
31.
Basta, que hallé el remedio en la desdicha
32.
Esta sola consideracion basta, para que se solicite por todos títulosque se desamparen dichos
33.
vasallos del Rey áuna estrechez que no les basta para sus ganados
34.
Un rancho como este lo suelo hacer yoen una hora para dormir en los desiertos, y les basta para
35.
enConcepcion, lo dicho creo que basta para todo, y ya vé V
36.
- Eso por el momento es confidencial, basta con que
37.
de psicología femenina, para los cuales no basta que la mujerrehuya con discreción
38.
unanumerosísima colección de estampas que basta solo tener en cuenta laépoca en
39.
Ahora basta con seistrabajadores cualificados para cubrir el trabajo de veinte tipógrafos,de lo cual se puede deducir que anteriormente las empresas decomunicación visual solían generar empleos
40.
Han pasado varios años, y para digitalizar en modotexto ya casi basta con escanear el libro en modo imagen, y luego enconvertirlo en texto gracias a un software OCR (Optical
41.
creciendo por laestension que toman los cacahuales, los indígenas solo recogen lo queles basta para
42.
que en el de 1854 alcanzan basta el décimo
43.
suele tener basta trece y quince varas decircunferencia
44.
obstáculo por el Chaparé, basta la embocadurade los dos rios que le dan orígen
45.
principios delsiglo pasado, pues basta ahora se copian los diseños de la invencion delos Jesuitas
46.
tan corta cantidad, que no basta para los moradores
47.
nuestro cuento; basta que en la narracióndél no se salga un punto de la verdad
48.
muy bien en la cuenta: basta que él estuvo allí haciendopenitencia, por no sé qué sinsabor que le
49.
grande: paciencia y basta
50.
Basta que sepáis que el desposado entró en la sala sin
51.
demostrar con las manos y ponérselo delante de los ojos, y, aun con todoesto, no basta nadie con
52.
— Basta —dijo don Fernando—, y no se hable más en esto; y, pues la señoraprincesa dice que se
53.
Ella, puesta las rodillas en el suelo, con voz antes basta yronca que sutil y dilicada, dijo:
54.
trates mal con palabras, pues le basta aldesdichado la pena del suplicio, sin la añadidura de las
55.
haber más dones quepiedras; pero basta: Dios me entiende, y podrá ser que, si el gobierno
56.
no la que gobierna, en eso no me entremeto, pero basta quesea un lugar de más de mil vecinos; y,
57.
Al principio les basta con seguir á lo
58.
—Basta, basta; ahora comprendo que debe mentirse, quees una obligación mentir
59.
—Nada de preconizaciones: basta con que en un momentodado, autorizado por el
60.
—¡Dios mio! con ese dinero basta para dar un convite deEstado en palacio
61.
aplicacionde la regla: en unos casos basta una experiencia[Pg 43]de pocas veces, en otros se la
62.
Esto no lo habrá negado el historiador;pues bien, esto basta: píntense los
63.
Para la energía no basta un acceso
64.
cometió: eso basta para elevarla porsobre el resto de la
65.
Al principio, basta con que sólo la página
66.
Para librarnosde los ladrones basta la guardia
67.
Por lo demás, le basta con poco paracontentar la porción de Alma y Cuerpo de que
68.
gran soplo y aquel granmar, en su eterno combate, basta para
69.
otros les basta la unidad
70.
Me basta dar un puntapié á sus patas para demoler todos los caminos desubida, cortando el paso á los perseguidores
71.
con esto basta para que yo celebre al autor yrecomiende la lectura de su libro,
72.
apariencia insignificante y rastrero,sobre todo en los seres humanos, basta a
73.
Me basta con la seguridadde que hay lágrimas en ti
74.
significan losviajes, viven de una doble vida, pues les basta
75.
—¡Oh!, ¡de las que yo doy, con una basta!
76.
vestidos, les basta para vencer el frío queapenas sienten, soplarse las uñas de vez en cuando
77.
almas fuertes no hay leyescrita en un libro; basta comprenderla
78.
basta con la amenaza de perderlo? Con frecuencia es suficiente
79.
( No basta que sea buena la materia de un escrito; esmenester que también lo sea el modo de tratarla
80.
Para preparar vías de comunicación basta sólo el esfuerzo del individuoy los
81.
Si aun esto no basta, o si se encuentra en la pampa y la obscuridad esimpenetrable,
82.
Estas no son quimeras, pues{332} basta quererlo yque haya un Gobierno
83.
] Adviértase que esta relacion entre lo representante y lorepresentado, no es necesario que sea directa ó inmediata; basta quesea con un tercero; así han de admitirla tanto los que explican larepresentacion por la identidad, como los que dan razon de ella porlas ideas intermedias, sin que para el caso presente, haya ningunadiferencia entre los que las consideran producidas por la accion delos objetos sobre nuestro espíritu, y los que las hacen dimanarinmediatamente de Dios
84.
«Cuando digo todos los cuerpos son extensos, este es unjuicio analítico, pues no necesito salir del concepto de cuerpo paraencontrarle unida la extension; me basta descomponerle, es decir, quees suficiente el tener conciencia de la diversidad que pensamossiempre en este concepto, para encontrar en él el predicado de que setrata
85.
? Basta leer su obra, para ver que no estriba sino enconsideraciones que suponen un valor á ciertas
86.
aunque la racionalidadesté en el hombre y la extension en el cuerpo y la blancura en elpapel, basta que no percibamos identidad entre los predicados y lossujetos para que la afirmacion no pueda tener
87.
Al presentársenosel signo, no vemos ciertamente con entera claridad todo lo que por élse expresa, ni las razones de la legitimidad de la expresion; perosabemos en confuso el significado que allí se encierra, sabemos que encaso necesario nos basta tomar el hilo de las percepciones por lascuales hemos pasado, volviendo así con paso retrógrado hasta loselementos mas simples de la ciencia
88.
»Siendo esta substancia la razon suficiente de todo el universo, nohay mas que un Dios, y este Dios basta
89.
Luego la multiplicidad, si bien esnecesaria para constituir la extension, no basta ella sola paraconstituirla
90.
Por esto le basta elespacio vacío; ó mejor se diria, que por esto exige el espacio vacío;pues que cuando hace la
91.
] Para comprender la superioridad que en esta parte lleva el oido altacto, basta considerar 1
92.
movimiento es una condicion indispensable;siendo de notar que basta que esté en los objetos, ó en el ojo
93.
En el cuadriláterohay dos triángulos; para distinguirlos basta señalar su
94.
Resulta pues demostrado que la idea de la extension es la única base dela geometría: y que esta idea es un fondo comun en el cual basta limitaró prescindir, para obtener cuanto forma el objeto de dicha ciencia
95.
un cuerpo cóncavo y vacíose tocarian; pero el espacio que hay entre dos cuerpos basta paraimpedir su
96.
Dice que en el caso supuesto las paredes no se tocarian,porque el espacio que hay entre ellas basta á impedirlo; pero esto escabalmente lo que se ha de probar: la existencia real de este espacio
1.
Sin embargo, bastaba con que me dijera
2.
dirección que ellos me habían comunicado, me bastaba, por el momento, con saber que la
3.
Bastaba una presión sobre el ratón de mi ordenador para averiguar
4.
Bastaba con esa llamada para ponernos
5.
le bastaba para justificarse
6.
interés que ella le inspiraba; pero ¿no puede sentirse ydesearse e intentarse todo esto sin amor? ¿No bastaba el móvil de lacuriosidad para que lo sintiera, lo deseara y lo intentara una mujercomo ella? ¡Oh!, el amor presenta síntomas bien diferentes de éstos; senota en algo más profundo y más sensible que la memoria y el discurso;se siente en lo más vivo del corazón, y el de ella no era, hasta lafecha, más que una víscera que funcionaba con la inalterable regularidadde un cronómetro
7.
En la prosa, el arte, si arte se necesitaba paramanejarla bien, era llanote y campechano; las pruebas abundaban, aldecir de las gentes, de que en España bastaba querer para convertirse unzapatero en literato distinguido; y esto no sería del todo exacto porlo tocante a los zapateros; pero podía serlo por lo tocante a él, quehabía cultivado la inteligencia, conocía bastante bien la lengua en quepensaba, y hasta sabía distinguir los libros escritos con arte de los emplantillados por zapateros
8.
La agricultura no bastaba para su vida: hanacido la industria
9.
Echaba de menoslos sumisos criados de Manila que le sufrían todas las impertinencias,y entonces le parecían preferibles; como el invierno le pusieseentre un brasero y una pulmonía, suspiraba por el invierno deManila en que le bastaba una sencilla bufanda; en el verano le faltabala silla perezoza y el batà para abanicarle, en suma, enMadrid era él uno de tantos y, apesar de sus brillantes, letomaron una vez por un paleto que no sabe andar, y otra por un indiano, se burlaron de sus aprensiones y le tomaron el pelodescaradamente unos sablacistas por él desairados
10.
El papá había muerto siendomagistrado, y esto bastaba para que en casa de
11.
devorándolas, sin predilección, pues bastaba para sugusto que la hiciesen llorar mucho, pero
12.
Además, contraía talesdeudas, que mi módico estipendio canónico no nos bastaba
13.
despoblado, bien bastaba para poner miedo enel corazón de Sancho, y aun en el de su amo; y así
14.
Bastaba, pues, a doña Luz, para estar
15.
lalengua del galanteador, para lo cual bastaba un leve gesto deimpaciencia o de disgusto o una
16.
mujer de moda en el teatro, y laenvidiada fuera del teatro, lo que bastaba para que la
17.
Bastaba ver su semblante para comprender su situación
18.
El menorpretexto le bastaba para dirigir, bien
19.
los jardinerosno bastaba a impedir esta considerable mortandad
20.
gruesas cortinasazules, no bastaba a esclarecer el ambiente
21.
los de lacasa, y bastaba una respuesta para que cerrase los puños
22.
tradición y esto bastaba para que todos rieran aun antesde
23.
Bastaba ponerse en contacto con los
24.
había que pensar en algún tiempo, le bastaba su sueldo,del cual nadie le pedía cuentas
25.
Y no seexplicó más; pero bastaba y
26.
Perole bastaba ir más allá de la puerta para convencerse de que sólo era unprisionero
27.
elmomento bastaba esta insinuación; más adelante se expresaría con mayorclaridad
28.
Bastaba para esto un simple golpe dadocon la parte gruesa del tronco
29.
Ruperto; y en cuanto aéste, me bastaba alzar el brazo y de un
30.
Bastaba para esto saber que todo el
31.
había de estar ligera: él se bastaba para los remos y don Rafaelpara el timón
32.
bastaba al sostenimiento de la situaciónde Ministro en que se había colocado
33.
lespareció que solo el lucimiento de sus armas y galas bastaba parahumillar sus enemigos
34.
Bastaba poner el pie en Turquía; el continente estaba a
35.
esto no bastaba, un abrazo
36.
ya nole bastaba el vino y aguardiente que por el puerto de San Isidro letraían los
37.
Diciendo que bastaba el bello lance,
38.
Ellas hacíanfrente a todos: bastaba pararse ante sus
39.
De tarde en tardeaparecía en Jerez, y esto bastaba para que el
40.
santamente bastaba con lasabiduría de los sacerdotes y la ignorancia popular, que proporciona
41.
resistencia; un pelotón de jinetes árabes bastaba para que seabriesen las puertas de una ciudad
42.
Rocambole vivía y esto le bastaba por el momento
43.
La joven replicó con energía que el guasón era él y que bastaba debromas, que no estaba dispuesta a
44.
Bastaba observar ciertas caras, con un poco de atención, para conocerlas
45.
Bastaba que la
46.
este local se había trasladado la cocina delcortijo, que no bastaba para disponer el
47.
norte, y esto bastaba para la perfeccióndel aguja; pero algunos
48.
Le bastaba sentirla luminosa en su conciencia,ardiente y pura en su corazón
49.
Les bastaba sentirse
50.
clase social, y esto bastaba paradesatar las lenguas e iluminar los
51.
mochila el bastón de mariscal, y esto bastaba para que
52.
el buque con un mueble viejo: bastaba quelas vibraciones de los
53.
Y bastaba una ligera invitación de los amigos oparientes
54.
no bastaba la plazoleta paracontener los muertos y los residuos
55.
pasado, y esto le bastaba parasuponer en ellas grandes
56.
Bastaba un pequeño
57.
de ellas confrecuencia, pero esto no bastaba á su curiosidad
58.
Diego Meneses, no obstante sabedor de que laocasión la pintan calva, supo aprovecharla lo que bastaba para hacer aRosa una formal declaración de amor; habiendo encontrado el tema opretexto de la conversación en el regalo del clavel que esa joven hizo aLeonardo en el jardín
59.
» Esto bastaba para la invitación
60.
bastaba que alguienrecordase lo que habían pensado los
61.
¡mejor! ¡muchomejor! Bastaba esto para que lo emprendiese
62.
que lehabían causado algún disgusto que con las otras, y bastaba que una lehiriese
63.
¡había estado en París! y para unelegante, esto quizás bastaba
64.
del secreto, pero que bastaba para lasatisfacción de sus gustos y
65.
Pero esta afirmación suya no le bastaba; se fué en busca de
66.
El corregidor, procurabareducirlos, ya con suavidad, ya con amenazas; pero nada bastaba, y,
67.
Pero no bastaba esto a susánimos y a su presunción de varón
68.
bastaba un cuarto más pequeño; no tuvoaquél la galantería de aceptar el trueque, y se
69.
en todas las estaciones, no bastaba a apagarla sed
70.
Bastaba un quejido del torero,para que al momento respondiesen desde
71.
faroles, bastaba un leve siseo para que losencapuchados se detuviesen, permaneciendo
72.
Bastaba mirarlopara comprenderlo así, pues llevaba los
73.
usted haber muertoa todos los cisnes; con uno le bastaba, porque
74.
desempeñaban en comisión la plaza de Adverbios, para lo cual bastaba ponerles una cola ó falda
75.
Las mujeres de suyo son curiosas, y bastaba que les estuviese
76.
supersticiosa no bastaba asuplir en ella la falta absoluta de luces y de ideas morales
77.
dejando en olvido todo lodemás que constituye la existencia de los pueblos, no bastaba
78.
Bastaba esto solo para empañar el ardor de mi entusiasmo
79.
Pues lejos, muy lejos de su exilio, habían sabido que para que un acto fuera legítimo, no le bastaba ser deducido de una sucesión de razonamientos lógicos de acuerdo con la tradición; sino que era preciso que, en su misma realización, el acto recibiese en sí toda la profundidad de la intención que preside su nacimiento y su lento desarrollo
80.
No la veía, le bastaba con notar las dimanaciones de su poder
81.
Bastaba un poco de agua que, procedente de la cascada de Wadi Qumrán, llegaría de nuevo al amplio estanque de decantación
82.
A pesar de lo que me había dicho, a pesar de su rechazo, me encontraba cerca de ella, a dos pasos de ella, y bastaba un gesto para que mi corazón, enredado en los lazos del amor, abriera su corazón y sus labios sellados
83.
Bastaba disponer de una red de canales para remediar esta escasez, y la habitabilidad de Marte se convertía en una realidad
84.
No bastaba con robar el pergamino
85.
Una vez acabado el acto, preferí no comentar con Barras mis impresiones, no me pareció oportuno; bastaba con ver su cara para comprobar que estaba furioso
86.
Bastaba recurrir a las enseñanzas de la historia de la evolución para predecir el resultado de las últimas elecciones presidenciales en Estados Unidos: en prácticamente todos los casos, la elección del líder recae en un personaje joven cuando la manada intuye que se enfrenta a una crisis grave, o bien en un líder maduro y experimentado cuando se trata de consolidar lo ya logrado
87.
Le bastaba con que se hubiese bajado de su tren
88.
Estaban allí para hacer esto, y eso les bastaba
89.
Y bastaba echar un poco de este polvo en la comida o en la bebida del hombre, sin que éste se enterase, para asegurar el cumplimiento de sus promesas matrimoniales…
90.
Persuadido por éstos de que la operación contaba con el beneplácito del Rey, en los minutos previos al golpe el jefe de la Brunete, general Juste, había dado orden de salir hacia Madrid a todas sus unidades, pero antes de las siete, tras hablar con la Zarzuela y recibir órdenes tajantes del general Quintana Lacaci -su inmediato superior jerárquico-, Juste había dado la contraorden; muchos jefes de regimiento seguían sin embargo mostrándose renuentes a obedecerla y algunos de los más fogosos -el coronel Valencia Remón, el coronel Ortiz Call, el teniente coronel De Meer- buscaban excusas o coraje con que sacar sus tropas a la calle, seguros de que bastaba poner un carro de combate en el centro de Madrid para disipar los escrúpulos o las vacilaciones de sus compañeros de armas y decidir el triunfo del golpe
91.
Es seguro en cambio que tres días más tarde Armada abrió las compuertas del golpe: el 16 de febrero se entrevistó en su flamante despacho del Cuartel General del ejército con el coronel Ibáñez Inglés, segundo jefe del Estado Mayor de Milans y enlace habitual entre ambos, y le dijo que la operación política había fracasado; quizá no le dijo más, pero no hacía falta: eso bastaba para que Milans supiera que, a menos que aceptara que todo quedase en nada, había que seguir adelante con la operación militar
92.
En primer lugar porque Tejero no necesitaba que nadie le empujase a dar un golpe que ya estaba decidido a dar, ni que nadie fijase una fecha que él mismo fijó o que fijaron los avatares del debate de investidura de Calvo Sotelo en el Congreso; y en segundo lugar porque, aunque se enterara de que el golpe iba a producirse con pocos días de antelación, Cortina pudo perfectamente desactivarlo: bastaba con que comunicase lo que sabía a sus superiores, quienes en sólo unas horas hubieran podido detener a los golpistas igual que habían hecho antes del 23 de febrero con los golpistas de la Operación Galaxia e igual que harían después del 23 de febrero con otros golpistas
93.
Con todos ellos la conversación fue parecida: Pardo Zancada les informaba de lo que había hecho y a continuación los conminaba a que siguieran su ejemplo, asegurándoles que muchos otros como ellos se disponían a imitar su gesto y que bastaba colocar un tanque en la Carrera de San Jerónimo para que el golpe fuera irreversible
94.
y la realidad era que a aquellas alturas de la madrugada -a medida que tras la comparecencia del Rey en televisión caían en cascada las condenas al golpe de las organizaciones políticas, sindicales y profesionales, de los gobiernos autonómicos, de las alcaldías, de las diputaciones, de la prensa y de un país entero que había permanecido en silencio hasta que vislumbró el fracaso de los golpistas- el interior del Congreso empezaba a estar maduro para la capitulación, o eso era al menos lo que pensaban quienes dirigían el cerco al edificio y habían abandonado ya la idea de asaltarlo con grupos de operaciones especiales por temor a una escabechina y concluido que bastaba dejar correr el tiempo para que la falta de apoyos externos hiciese sucumbir a los secuestradores: salvo los principales líderes políticos, aislados durante toda la noche en otras dependencias del Congreso, los parlamentarios permanecían en el hemiciclo, fumando y dormitando e intercambiando en voz baja noticias contradictorias, a cada minuto que pasaba más seguros de la derrota del golpe, vigilados por guardias civiles que intentaban hacerles olvidar los ultrajes de los primeros instantes del secuestro tratándolos con mayor consideración cada vez porque cada vez estaban más desmoralizados por la evidencia de su soledad, más diezmados por el sueño, la fatiga y el desaliento, más arrepentidos de haberse embarcado o haberse dejado embarcar en aquella odisea sin salida, más asustados ante el futuro que les aguardaba y más impacientes por que todo acabase cuanto antes
95.
Esta estraña visión, a tales horas y en tal despoblado, bien bastaba para poner miedo en el corazón de Sancho, y aun en el de su amo; y así fuera en cuanto a don Quijote, que ya Sancho había dado al través con todo su esfuerzo
96.
A lo que él me respondió: ''Señor don Quijote, perdóneme vuesa merced, que yo confieso que anduve mal, y no dije bien en decir que apenas igualara la señora Dulcinea a la señora Belerma, pues me bastaba a mí haber entendido, por no sé qué barruntos, que vuesa merced es su caballero, para que me mordiera la lengua antes de compararla sino con el mismo cielo''
97.
Bastaba un empujón inicial por la senda correcta, y el talento se abría camino por sí solo
98.
Bastaba con decir que sus extensiones de volvieron azul pálido
99.
Y bastaba que Ernest sacara el morral para que el perro se lanzara a locas carreras por el pequeño comedor, haciendo bailar las sillas a golpes de cuarto trasero y martillando con la cola los costados del aparador
100.
Siendo arrastrado por los sentidos, después de años de continencia, derrochaba su dinero en juergas y con las rameras, e incluso con los pálidos y demacrados homosexuales de los callejones, pero sólo cuando éste se le acabó comenzó a preguntarse cómo conseguir más, lo que ya bastaba para envilecerlo, porque el dinero jamás había suscitado su interés
1.
Iba pasando con los dedos las hojas de un libro, puesta en ellas lavista descuidadamente, como si el pensamiento y la voluntad estuvieranmuy lejos de aquellas páginas, que no bastaban a detener el vuelocaprichoso de sus antojos femeniles
2.
tal suerte, que ya no les bastaban para desahogarselos encuentros casuales, y solían buscarse para
3.
la bastaban y aun la sobrabanpara destinar parte de ellas á la caridad, doña Juana
4.
¿Para qué? Me bastaban los
5.
consideraciones no bastaban á desencantar á los ilusos, dabala carta que se le pedía, y á las veces su firma
6.
000 hombres quehabían de quedar en ella bastaban á defender
7.
Todoslos días quería volverse, y las instancias de sus amigos bastaban apenasa
8.
Fernando V llamado el Católico, empeñado en guerras para cuyo sustentono bastaban
9.
Chivo se bastaban para ello
10.
que le dominaban; pero las lecturas del díasiguiente bastaban para borrar estas reminiscencias
11.
que cayesen en supatio desde las galerías bastaban para que de
12.
Andes!¡Ellos solos se bastaban para comerse el mundo! Y
13.
mohosas! Ya le bastaban las de losPazos
14.
No bastaban al débil paguro sus precauciones defensivas
15.
Le bastaban al conde breves indicaciones para que el rumbo
16.
bastaban a compensar las patas degallo y arrugas de todo linaje que le cruzaban el
17.
oficinasnecesitan; la culpa de este abuso, de este desórden, y aun si sequiere de esta iniquidad, no es de los infelices pretendientes queobtaron y consiguieron esas colocaciones, sino del gobierno, quedebiendo saber le bastaban veinte empleados, por ejemplo, fue nombrando á cientos, sin cuenta y razon, proveyendo supernumerariosy futuras contra ley espresa de Indias2,
18.
cárcel carceleros los que bastaban para la guarda della, y
19.
ellos las tierras quele paresció que le bastaban
20.
Mi amiga tenía la astucia de callarse las atenciones que prodigaba constantemente a su semblante y a su cuerpo, para que los extraños la creyeran por encima de tales vanidades femeninas, indignas de una intelectual, con lo que daba a entender, de paso, que su juventud y natural belleza le bastaban para ser atractiva
21.
El fuego de los indios era imponente, pero aun así no bastaban las espingardas a abrir paso a la nave
22.
Juntos combatieron la superstición y después de estudiar el caso concluyeron que la desaparición de algunas verrugas que casi siempre se curan solas, el mejoramiento del clima, normal en esa época y la dudosa suerte en los juegos de azar, no bastaban para justificar ese halo de santidad
23.
Morgan lo dividió en partes iguales, y rechazó la suya, diciendo que a él le bastaban algunas hojas
24.
Aunque no podía leerlos, las ilustraciones bastaban para sembrarme ideas que, estoy segura, llegaban incluso más allá de las posibilidades anatómicas
25.
Pero aquella cálida tarde de junio del 37, Madrid todavía era la tumba del fascismo, y sus habitantes los orgullosos héroes que se bastaban solos para compartir hambre, ruinas, bombardeos y lo que venga, y para compadecer de paso a un pobre hombre de pueblo que se había vuelto loco en el peor momento para enloquecer
26.
Aún no eran necesarias las acrobacias; de momento, bastaban los hechos, sólo los hechos
27.
Si cada fajo estaba integrado por cien billetes de quinientos euros, eso significaba que bastaban sesenta y dos fajos
28.
Ya no era un gran puerto, pues todos los países se bastaban ahora a sí mismos y el mundo tenía otra estructura comercial
29.
Pues cinco mil hombres no bastaban para continuar el trabajo abandonado por los millones que habían ido a Júpiter a vivir una nueva vida en cuerpos mejores
30.
Todo esto y su agradable figurilla bastaban para que se le estimase, y para que su alianza con cualquier familia de la localidad se considerara como una bendición
31.
El interior estaba iluminado únicamente por las luces de emergencia, las cuales bastaban para comprender que el supermercado había sufrido un saqueo
32.
Así, pues, a León VI le bastaban y le sobraban los enemigos
33.
Los enamorados se casaron en secreto; un secreto a voces, pues tuvieron ocho hijos, y aunque los miriñaques que usaba la reina disimulaban algo sus preñeces, no bastaban para contener lo que ya era del dominio público
34.
Pero ya ni sus ansias le bastaban para vivir, y al alba del quinto día desmayóse
35.
–Los manifestantes aprendieron que las marchas callejeras no bastaban para llamar la atención, que solo funcionaba la acción directa
36.
Las lecciones que Maximiliano le daba referentes a cosas de urbanidad y a conocimientos rudimentarios de los que exige la buena educación eran tan provechosas, que le bastaban a veces indicaciones leves para asimilarse una idea o un conjunto de ideas
37.
Por lo tanto, en el Pacífico, con tantas islas, los análisis estadísticos bastaban por sí solos para determinar la importancia relativa de las variables independientes
38.
Bastaban para producir una catástrofe total, pero eran unas tortugas en comparación con el tsunami de veinte metros de frente que en ese momento barría el zócalo
39.
Si las noches no bastaban, tendría que tomar unas vacaciones
40.
Tú habías traído, realmente, algo del judaísmo de la pequeña comunidad rural, parecida a un ghetto, de donde habías venido; no era mucho, y disminuyó un poco más todavía en la ciudad y en el servicio militar, pero las impresiones y recuerdos de juventud bastaban aún para llevar una especie de vida judía, antes que nada porque tú no necesitabas ayuda de esa clase, ya que provenías de una estirpe fuerte, y tu manera de ser no te permitía sentirte conmovido por escrúpulos religiosos si a ellos no se mezclaran escrúpulos sociales
41.
La mujer, desde luego, se estaba tomando su tiempo: cuando Reen le cortaba el pelo a Vin le bastaban unos cuantos trasquilones
42.
Se bastaban el uno al otro, como una pareja de recién casados
43.
Aquél era un asunto de los Bertolín y ellos se bastaban por sí solos
44.
Unos pocos centenares de palabras bastaban al ordenador para dar con el autor de un texto con una Habilidad del cien por cien
45.
Por ejemplo, pensaba en las consecuencias directas del sexo en la Luna, cuando, en Nueva Zelanda, un par de impertinentes rayos lunares bastaban para engendrar pequeños maoríes
46.
Las instrucciones eran muy sencillas, pero bastaban para llegar al menú principal, y de repente todo empezó a funcionar de un modo menos complicado de lo que había imaginado
47.
¿Es que Axel no lo había encontrado? Los conocimientos de la joven no bastaban para eliminar el bloqueo, sobre todo porque todavía no sabía qué lo había provocado realmente
48.
Nadie rechistó; el prestigio y la autoridad del hombre que había enrolado a sus expensas a casi un millar de mercenarios bastaban para obtener su atención
49.
Léptines, aparte de un hermano era un amigo, lo máximo que se pueda desear en la vida, pero la índole impulsivo, la inclinación al vino y a las mujeres, sus imprevisibles ataques de ira constituían incógnitas en la guerra, donde su gran valor y coraje no siempre bastaban para asegurar el buen éxito de las operaciones
50.
No le hacía falta más, le bastaban el sol y sus dos piernas
51.
A razón de cien mililitros por sobre, bastaban diez sobres para tener un kilo, y doscientos para todo el cargamento
52.
Steed supervisaba personalmente cada fase del cultivo del tabaco, desde la recolección de la preciosa semilla -diez mil no bastaban para llenar una cucharilla-, hasta desmochar las plantas jóvenes, operación que impedía la proliferación de hojas inútiles en el tallo y aseguraba que unas pocas y grandes hojas alcanzasen una altura adecuada; había que hacerlo durante los días más calurosos de julio y agosto, cuando el calor reverberaba en las quietas aguas
53.
Carreen debía de estar moribunda cuando ya no bastaban los remedios de Ellen, y Gerald había de buscar un doctor
54.
Sin embargo, bastaban para saber que eras el peón de un juego para ti desconocido
55.
Como quiera que las casas no bastaban y además resultaban incómodas, las derribaron y en los solares levantaron unos palacios electrónicos, denominados amplificadores de Murdano
56.
Dos lámparas amarillentas y un poco de leña bastaban para iluminar el mundo
57.
Las labores de limpieza que se llevaban a cabo antes del amanecer en cubierta ya no bastaban para despertar a Stephen, pero sí lo hicieron los pitidos para estibar los coyes en las batayolas y el rumor de pies desnudos
58.
En una lengua de tierra ya se veía una casa grande, algunas cabañas y filas perfectas de tiendas, que no eran muy numerosas pero bastaban para albergar a; los trescientos o cuatrocientos soldados que harían posible él desembarco en Reunión, si se podía convencer al oficial al mando de que entrara en acción
59.
Eso ocurría porque, a pesar de que no daban importancia al peligro e incluso quitaban una mano de los obenques y la agitaban en el aire para demostrar lo poco que les importaba la altura, su posición y su ritmo de avance bastaban para convencer a quienes les observaban de que no eran hombres de mar ni se parecían remotamente a ellos, a pesar de los miles de millas marinas que habían recorrido
60.
Aunque el Bellona contaba con algo más de quinientos hombres a bordo, éstos no bastaban para atender ambos costados, de modo que cada brigada tenía que servir dos piezas
61.
A esas alturas, Stephen se había convertido en un veterano lobo de mar, tanto que la rutina diaria de la piedra arenisca y los lampazos en cubierta, justo encima de su cabeza, no bastaban para importunarle
62.
Como eran 70 hombres y es probable que embarcaran agua y víveres es claro que las lanchas no bastaban y de ahí la idea de última esperanza de atar maderos improvisando una balsa
63.
¿De qué servía disecar las partes constitutivas del músculo muerto? No se podía analizar químicamente el músculo vivo: solamente las modificaciones que acarreaba la rigidez cadavérica bastaban para quitar todo alcance al experimento
64.
Todos ellos eran lo mismo: las facciones y el porte del primer emperador que había visto, un emperador enseguida muerto y olvidado, bastaban para mostrarle que
65.
Una sola palabra en tono severo por parte de su padre, un mero golpe de su tenedor sobre el mango del cuchillo, bastaban para que se estremeciera
66.
El aceite de hígado de bacalao y el aceite de ricino eran buenos remedios, pero el doctor Langhals y el senador estaban enteramente de acuerdo en que no bastaban para convertir al pequeño Johann en un hombre hecho y derecho, si él no ponía también algo de su parte
67.
” Y yo, muy contento de encontrar esas razones de la superioridad de la Berma, aunque bien sospechaba que no bastaban para explicarla (como no explicaba la de la Gioconda o la del Perseo de Benvenuto aquella exclamación de un paleto: “¡Y qué bien hecho está! ¡Todo de oro, y bueno! ¡Vaya un trabajo!”), compartía con avidez el grosero vino de aquel entusiasmo popular
68.
Como los decretos sucesivos y contradictorios con que la señora de Guermantes subvertía sin cesar el orden de los valores en las personas de su medio no bastaban ya a distraerla, en la manera que tenía de dirigir su propia conducta social de dar cuenta de sus menores decisiones mundanas, buscaba igualmente saborear esas emociones artificiales, obedecer a esos deberes ficticios que estimulan la sensibilidad de las asambleas y se imponen al espíritu de los políticos Sabido es que cuando un ministro explica a la Cámara que ha creído obrar bien siguiendo una línea de conducta que le parece, en efecto, sencillísima al hombre de sentido común que a la mañana siguiente lee en su periódico la reseña de la sesión, ese mismo lector de sentido común siente, sin embargo, súbitamente removido, y empieza a dudar de si habrá tenido razón en aprobar al ministro, al ver que el discurso de éste ha sido escuchado en medio de una viva agitación y puntuado por expresiones de censura tales como: “Eso es gravísimo”, pronunciadas por un, diputado cuyo apellido y títulos son tan largos y van seguidos de movimientos tan acentuados, que, en toda la interrupción, las palabras “Eso es gravísimo” ocupan menos lugar que un hemistiquio en un alejandrino
69.
Bastaban para que Elstir, que había encontrado una vez a Ski, tuviese por él esa repulsión profunda que nos inspiran, mucho más que los seres completamente opuestos a nosotros, aquellos que se nos parecen en una versión menos ajustada, en los que se despliega lo peor de nosotros, los defectos que hemos curado y que nos recuerdan fastidiosamente lo que debimos parecer antes de ser lo que somos
70.
Así, si me bajaba de la cama para ir a descorrer un momento la cortina de la ventana, no era solamente como un músico abre un instante el piano y para comprobar si, en el balcón y en la calle, la luz del sol estaba exactamente al mismo diapasón que en mi recuerdo: era también para mirar a una planchadora que pasaba con su cesta de ropa, a una panadera con su mandil azul, a una lechera con su pechero y sus mangas de tela blanca, el garfio con las marmitas de leche, alguna orgullosa muchachita rubia siguiendo a su institutriz; una imagen, en fin, que ciertas diferencias de líneas quizá cuantitativamente insignificantes bastaban para hacerla tan distinta de cualquier otra como lo es la diferencia de dos notas en una frase musical, y sin cuya visión mi jornada hubiera perdido, empobreciéndose, las metas que podía proponer a mis deseos de felicidad
71.
Como en 1815, era el desfile más heterogéneo de los uniformes de las tropas aliadas; y entre ellas, los africanos con falda pantalón de color rojo, los hindúes con turbantes blancos, bastaban para que aquel París por el que paseaba resultase para mí una imaginaria ciudad exótica, en un Oriente a la vez minuciosamente exacto en cuanto a los trajes y al color de los rostros, arbitrariamente quimérico en cuanto al decorado, de la misma manera que Carpaccio convirtió la ciudad en que vivía en una Jerusalén o en una Constantinopla, congregando en ella una multitud cuyo maravilloso abigarramiento no era más polícromo que éste
72.
En su opinión, la notoria nulidad, la inconsciente tontería de su candidato, bastaban para explicar el desdén de Luisa Elissane
73.
Bastaban las que tenían los almacenes del faro, aunque hubiese sido preciso mantener doble número de bocas
74.
Grandes pértigas manejadas por aquellos robustos mujiks bastaban para rectificar su rumbo cuando era preciso
75.
La combinación de estos dos movimientos, sumados a la inmovilidad de su cuerpo, las manos fuertemente entrelazadas sobre las rodillas y la mirada fija de sus ojos bastaban para crispar los nervios de cualquier persona
76.
Los cuatro vampiros no abrieron la boca, pero sus expresiones, una mezcla de entretenimiento y hambre, se bastaban solas
77.
Al comienzo de su penúltimo año en el instituto, los amigos de su antiguo colegio privado empezaron a hablar de cómo las buenas calificaciones en sí no bastaban para entrar en una de las mejores universidades
78.
Los gorjeos de tordos y zorzales en los pequeños sotos no bastaban para aliviar la opresiva sensación de tristeza
79.
Los años de crecidas débiles, unas albercas de almacenamiento, construidas con notable habilidad, bastaban para regar las propiedades
80.
–Más que oponernos pequeñas unidades, que bastaban para que reinara el orden en las provincias, están reuniendo sus tropas en un lugar preciso a fin de detener nuestro avance
81.
Se me hizo obvio que no le bastaban las explicaciones que le habíamos dado para justificar nuestro interés y granjearnos su colaboración
82.
Su capacidad de adaptación, su artificio -su, para ser francos, sentido de la elegancia- bastaban para hacer que él se sintiera intrigado durante años, tal vez toda la vida
83.
o caracteres, almacenados en la memoria de las computadoras, pese a que en general bastaban unos tres o cuatro mil para leer un periódico
84.
Tales razonamientos no bastaban, sin embargo, para devolverle la tranquilidad perdida
85.
Llevaban antorchas, que apenas bastaban para alumbrar el vasto interior de la torre
86.
Bastaban sus acciones para adivinar lo ocurrido
87.
Están anegados, y a consecuencia de esta disposición bastaban algunos bultos echados a bordo, para modificar su marca
88.
Pero las casas de madera la mayor parte, también se habían multiplicado y bastaban para, dar cobijo a todo el mundo
89.
Pero se decía que Sax y Maya bastaban para lidiar con aquello
90.
Y como ya no era del todo consciente de las razones que lo habían lanzado a la desgracia, ésta existía por sí misma de tal modo que un rayito de sol, o las pisadas en el piso de arriba, se bastaban para revalidarla
91.
En el árido Anarres, las comunidades tuvieron que dispersarse en busca de recursos, y eran pocas las que se bastaban a sí mismas, por más que hubieran reducido lo que se entendía por necesidades primarias
92.
Una paliza, una buena violación en grupo y un pedazo de papel con la dirección de sus padres en un pueblecito de Estonia bastaban para que la mayoría obedeciese, y lo más bonito para los cínicos que se aprovechaban de ese mundo era que a la mayoría de las personas normales les daba exactamente igual
1.
ydel oficial, han bastado para introducir en susideas políticas una reforma de alguna
2.
no habían bastado tampocoa prestar animación a los bailes del
3.
Uno de los diarios defendía la conveniencia de respetar lavida del gigante, y esto había bastado para que la publicación contrariaexigiese su muerte inmediata, por creer que la voracidad tremenda de talhuésped
4.
Dosgeneraciones educadas con arreglo á nuestro sistema han bastado para quelos hombres no guarden el menor recuerdo de lo que fué su dominación enotros tiempos y se
5.
haberla comprendido a tiempo habría bastado parasalvarla
6.
necesario el objeto A; y este por sí solo, ha bastado para la existencia de B,encontramos en la
7.
elcorazón hubiera bastado para evitarle todo desfallecimiento
8.
¡Maltrana también! Había bastado que las
9.
en uno de los valles de los Alpes y algunas ocupaciones domesticas, hubieran bastado para satisfacer
10.
COMO aquellas gentes vieron como habian bastado á encerrar
11.
preocupaciones, y libre deellas, han bastado unas cuantas horas
12.
Habría bastado un cambio en una pequeña cosa hace 2500 años para que ninguno de nosotros estuviera aquí
13.
Y, así, por más que Mercedes Negrer hubiera hecho lo que ella juzgaba más eficaz para pasar desapercibida, un simple atisbo de su incendiaria delantera me habría bastado para identificarla aunque mediaran entre nosotros leguas de distancia
14.
Y aunque no lo supieran, el lamentable espectáculo de la carreta de la muerte de regreso de una ronda fructífera, cargada de desdichados animales de todo pelo y tamaño, espantados detrás de los barrotes y dejando una estela de gemidos y aullidos de muerte, hubiera bastado para indignarlos
15.
Llegaron cuando temíamos, a las tres horas, que un avión nos hubiese lanzado «mercancía», y llegaron en dos helicópteros, armados hasta los dientes, escupiendo tanto plomo que hubiera bastado para recomponer todas las cañerías de Bogotá
16.
Hubiera bastado con un simple tiro entre los ojos en un callejón oscuro, pero a estas alturas sabes muy bien que hice todo aquello por distraerme
17.
Su templo funerario en Tebas, popularmente llamado el Ramesseum, la enorme sala hipóstila de Karnak, el templo de Abu Simbel, excavado en la roca, y otras erecciones hubieran bastado a hombres de menor talla; pero él se dedicó además a una especie de embellecimiento de todo el país, trasladando las estatuas robadas y otros monumentos de reyes anteriores para adornar la nueva capital de Pi-Ramsés, en lo cual gastó innumerables tesoros
18.
Hubiera bastado una piedra debajo de la rueda o un árbol en medio del camino para romper el carruaje que crujía
19.
Habría bastado con un par
20.
Habría bastado una andanada para hundirlo u obligarlo a rendirse, pero los soberbios corsarios tenían gestos incomprensibles y hasta admirables en ladrones del mar
21.
Aun sin pensar en la venganza, la hubiera bastado la idea de que el prometido, a quien tanto amaba, llorado ya por muerto, estaba a punto de ser aniquilado por los dos capitanes de los «Banderas», para desvelarla a pesar de las fatigas del viaje
22.
«En Portugal, por ejemplo, cuando el régimen de Salazar, que había durado cincuenta años, fue derrocado en 1974, el Partido Socialista completo apenas habría bastado para una partida de póker y se localizaba en París, sin seguidores en Portugal
23.
Aunque los mozos no se habían tomado a la ligera el robo, las espadas habían bastado para que se callaran sus objeciones
24.
Pudo salir antes, ¿sabes? Le habría bastado con pedir perdón
25.
Quizás ni siquiera eso habría bastado, porque cuando Ignacio Fernández Muñoz miró de frente al coronel que estaba al mando, sólo podía pensar en una cosa, qué lástima de bala que gasté con aquel desgraciado en las Vistillas para metértela a ti entre las cejas, cabrón
26.
Aparentemente, había bastado una sola tarde para que el Libro de Rachel se convirtiera en cenizas
27.
Me ha bastado una ojeada
28.
Pero a mí siempre me han bastado pocas palabras para entender las cosas, y supe pescar al vuelo lo que querían decir
29.
Cien muías no hubieran bastado para transportarlos
30.
Habría bastado con ajustar los lentes, pero el viejo robot no alteró sus ojos
31.
Yo no medía la extensión del peligro que iba a afrontar, ni era posible reflexionar en ello, aunque habría bastado un destello de luz de mi razón para esclarecerme el horrible jaleo en que me iba a meter
32.
El proceso se había iniciado y ya operaba por cuenta propia; la acción de Quaid había bastado
33.
Si se hubiera necesitado cualquier justificación a las sospechas del Señor Troy, los términos en que Moody escribía habrían bastado para suplirla
34.
En cualquier caso, el recuerdo de la advertencia del asesino había bastado para acabar de raíz con cualquier intención que pudiera tener de robar en la hacienda de Orr, al menos por el momento
35.
Recordó cómo ella tomó las riendas de todo sin el más mínimo atisbo de duda, la claridad de sus pensamientos y el lápiz de ojos estratégicamente colocado en el teléfono del dormitorio, algo que desde el primer momento le pareció anormal; hubiera bastado con descolgar el supletorio de la cocina para dejar la casa sin línea
36.
Si no hubiera querido que Eva y Adán comieran del Árbol de la Sabiduría, le hubiera bastado con quitar el árbol de allí, pero no lo hizo -dijo riendo burlón-, por lo tanto el error no fue del hijo, sino del padre, del Creador
37.
Aquello tendría que haber bastado para que el niño contrajera al poco tiempo la viruela
38.
Todas las válvulas de lastre habían sido abiertas, lo que no había bastado para deshacer la fuerte sujeción que imprimía el fondo marino
39.
Pero nunca había sentido como entonces los males que puede causar a los hijos un matrimonio mal avenido, ni nunca se había dado cuenta tan claramente de los peligros que entraña la dirección errada del talento, talento que, bien empleado, aunque no hubiese bastado para aumentar la inteligencia de su mujer, habría podido, al menos, conservar la respetabilidad de las hijas
40.
Habría bastado con que una de las dos le hiciera un relato completo y detallado de todo lo ocurrido entre Marianne y el señor Willoughby, para que se hubiera sentido ampliamente recompensada por el sacrificio de cederles el mejor lugar junto a la chimenea después de la cena, gesto que la llegada de las jóvenes exigía
41.
Su comportamiento hacia ella en esto, al igual que en todo lo demás; su sincero placer en verla tras una ausencia de tan sólo diez días; su disposición a conversar con ella y su respeto por sus opiniones, bien podían justificar que la señora Jennings estuviera convencida de que la quería, y quizá hasta habría bastado para que Elinor también lo sospechara si no creyera, como desde el comienzo, que Marianne seguía siendo su verdadera predilecta
42.
Sabiendo que sólo con el fuego de la cubierta del sollado habría bastado, ya que aquellas maderas estaban secas y eran como yesca después de seis años en aquel desierto ártico, se tomó el tiempo, aun así, de prender las líneas de pólvora de la cubierta inferior y de la superior
43.
Natalie había recordado el nombre de Meeks, el viejo amigo de Rob Gentry, y, en su condición de piloto, había bastado con consultar las páginas amarillas para dar con la dirección de su despacho en un pequeño aeropuerto al norte de Mt
44.
—Precisamente si no fuera por el público y sus opiniones, hubiera bastado una velocidad de sesenta y cinco millas
45.
Me habría bastado quedarme allí sentado con la mano debajo de su culo, el corazón latiéndome a un compás sincopado y los ojos fijos en un agujero de la pared de madera de delante, de no haber ella, en un movimiento diminuto y convulsivo, haber movido la rodilla una pizca hacia un lado en el banco, y abrir el regazo a mis asombrados dedos
46.
Justinia Malvern se lo había hecho antes a Reyes, pensó; le había bastado con una sola mirada, con mirarlo durante un instante a los ojos
47.
Nada indicaba que los londinenses no estuvieran dispuestos a soportarlo, y de haber habido indicios en este sentido, habría bastado decirles que por primera vez en la historia podían compartir el peligro que corren sus hijos en Francia y que lo que cae sobre Londres por lo menos no cae sobre ellos
48.
A él le había bastado con dejarse llevar por sus deseos para conseguir que ella derrumbara esas barreras y se diera cuenta de que era entre sus brazos donde tenía que estar
49.
Había bastado con unos minutos de indagaciones entre el vecindario para descubrirlo
50.
Normalmente a Owain le hubiera bastado con una brizna de su concentración para asegurarse de que no fueran vistos mientras corrían discretamente hacia uno de ellos, pero en las actuales circunstancias, suficiente hacía con permanecer en pie y en movimiento
51.
Incluso en los mejores años, el asentamiento occidental se acercaba más al umbral mínimo de producción de heno que el asentamiento oriental, y un descenso de solo 1 °C en la temperatura estival habría bastado para producir pérdidas en la cosecha de heno de esa antigua localidad
52.
Las estimaciones sugieren que la pérdida de solo la cuarta parte de la extensión total de pastos, tanto en el asentamiento oriental como en el occidental, habría bastado para hacer descender el tamaño de la cabaña por debajo de ese umbral crítico
53.
Los suministros de Gardar, que podrían haber bastado para mantener vivos a sus propios habitantes si se hubiera impedido el paso a todos los vecinos, se habrían agotado durante el último invierno, cuando todo el mundo trataba de subir al bote salvavidas abarrotado, comiéndose los perros, el ganado recién nacido y hasta las pezuñas de las vacas, como habían hecho al final en el asentamiento occidental
54.
No se trataba sólo del escrito, para lo que quizá hubieran bastado pinas cortas vacaciones, aunque solicitar ahora unas vacaciones supondría una empresa arriesgada, se trataba de todo el proceso, cuya duración era imposible de prever
55.
En el fondo, hubiera bastado un solo soldado, tanto es el temor que el Coronel despierta
56.
Paso por el lugar en que había querido hacer la zanja de exploración, lo estudio de nuevo, hubiera sido un buen lugar, la zanja habría seguido la dirección en que se hallan la mayoría de los conductos de aire, que me hubieran facilitado el trabajo, tal vez no hubiese tenido que cavar muy fatigosamente, ni siquiera me hubiese visto obligado a cavar hacia el ruido, tal vez hubiese bastado pegar el oído a los conductos
57.
En mi juventud, si otras preguntas no me hubiesen parecido más importantes, y si no me hubiese bastado con mucho a mí mismo, tal vez le habría preguntado de viva voz, obteniendo un descolorido asentimiento, es decir, menos de lo que obtengo hoy con mi silencio
58.
Todo eso habría bastado para convertirme en tu amante aquella noche, pero para que llegase a más, se necesitaba más, y ese «más» era Klamm
59.
Pero ni siquiera habría sido necesaria una noticia como ésa, si hubiésemos venido por propia voluntad y les hubiésemos ofrecido reanudar nuestras antiguas relaciones, sin perder ninguna palabra sobre el asunto de la carta, eso habría bastado; con alegría habrían renunciado a mencionar la carta, junto al miedo había sido ante todo lo delicado del asunto el motivo de que se apartasen de nosotros, simplemente no querían oír nada sobre el asunto, ni hablar, ni pensar, ni quedar afectados de ningún modo por él
60.
Un par de llamadas bien seleccionadas del cardenal a las autoridades locales han bastado para que el asunto se lleve con la máxima discreción y celeridad, clasificando el caso sobre la marcha como una desgraciada consecuencia de la probable demencia senil del fraile
61.
Le ha bastado levantar con el pie la tapa de algunas de ellas para comprobar que las cajas de cartón contienen las mismas virutas de papel, en sus más variadas texturas, que encontró en las de la habitación del hotel
62.
Sin embargo, en la Alta Silesia los setecientos años no han bastado para hacer desaparecer entre sus habitantes la idiosincrasia polaca que sus hermanos de Pomerania y Prusia perdieron de manera tan completa
63.
Mantuvo una expresión pétrea, aunque habría bastado un soplo de viento para hacerla caer desde la cuerda floja a los brazos de Claire
64.
Cielo santo, la expresión de su rostro había bastado para que le entrasen ganas de pasarse llorando una semana entera
65.
Por lo demás, la presencia de un solo hombre hubiera bastado: al reconocer la monstruosa sonrisa del Secretario, se habían puesto todos en fuga
66.
Sin embargo, en medio de tantos recuerdos enternecedores, no lograba sortear el de una pajarita desamparada cuyo nombre no conoció y con la que apenas alcanzó a vivir media noche frenética, pero que había bastado para amargarle por el resto de la vida los desórdenes inocentes del carnaval
67.
Le habría bastado con ver el sobre de las siguientes para hacer lo mismo sin abrirlas, y así hasta el fin de los tiempos, mientras él llegaba al término de sus meditaciones escritas
68.
Le había bastado aquel primer año para asumir la viudez
69.
Por otra parte, habría bastado con interrogar a cuatro o cinco curas del sector para descubrir cuál fue el que exorcizó la casa
70.
Hubiera bastado con un «No, gracias»
71.
Es más que probable que haya bastado con sobornar al político o alto funcionario de turno y que los llamémosles técnicos no hayan intervenido para nada
72.
–Para eso les hubiera bastado con concederle un pase para salir del gueto
73.
Desde luego, me hubiera bastado con llevarme una porción de aquella pieza para resolver en parte mis problemas, pues aquella porcelana a medio cocer guardaba en su composición el secreto que tanto anhelaba conseguir
74.
Miro las cosas a mi alrededor, todas torcidas, pienso que hubiese bastado una nada, un error evitado en determinado momento, un sí o un no que aun dejando intacto el cuadro general de las circunstancias hubiera llevado a consecuencias totalmente diferentes
75.
Aunque los salvajes hubieran sido ciento veinte habría bastado con cuatro defensores para repelerlos con unas cuantas flechas bien dirigidas y tal vez un cubo de piedras
76.
Siete sobrevivientes —Evie no contaba— no habían bastado para salvarlo
77.
Aunque era tan ligera que el aliento de un niño hubiese bastado para hacerla subir otra vez, la débil columna de aire no alcanzaba a sostenerla allá arriba
78.
A decir verdad, habría bastado con quedarse sencillamente con los brazos y las piernas en ángulo en la mera nada, sólo que el más mínimo impulso de movimiento, un estremecimiento muscular bastaba para hacer derivar el cuerpo, de manera que siempre se estaba en peligro de golpearse en el cráneo mientras se dormía
79.
Sin esfuerzo alguno, podía identificar el lugar de confluencia, podía tocar aquellos puntos que vuelven vulnerable a la mayoría de la gente, del mismo modo que había bastado una sola mirada a los ojos del detective para darse cuenta de su soledad
80.
En todo caso, eso no ha bastado para informar a la tripulación de la base antes de que se interrumpiera la comunicación por satélite
81.
—Ha bastado para acabar con el mercado de las energías fósiles de la Tierra
82.
Pero, ¿cómo los han dejado poner pie en tierra a esa sarta de bandoleros? Con cuatro cañonazos hubiese bastado para hundirlos en el fondo del mar
83.
Despierta -dijo ella bruscamente, pues su contacto siempre había bastado para despertarlo y esta vez no fue suficiente
84.
Pero eso era lo que él había deseado la noche anterior, y no había bastado con desearlo
85.
–Entonces ¿por qué invitaban siempre a los vaqueros? ¿No hubiera bastado con una fiesta? ¿No hubieran preferido tener a todas esas chicas guapas para ellos solos?
86.
Mi suposición era completamente errónea, pero la idea de que aquel impostor hubiera pasado las cuatro horas en la cabina de radio haciendo otra cosa no se me ocurrió hasta muchas horas más tarde, y era tan sencillo, tan claro, que dos minutos de razonamiento objetivo hubieran bastado para ponerme sobre la pista
87.
Un simple y rápido vistazo al asesino había bastado para convencerlo
88.
Sin embargo, unas pocas palabras a mi favor con la intención de librarme de mi cautiverio habían bastado no sólo para desaparecer toda la armonía y buena voluntad, sino que, si creemos en lo que me dijo, incluso había puesto en peligro su seguridad personal
89.
Se preguntó si eso había bastado, si con esa palabra le había proporcionado la suficiente información para interpretar su plan y urdir uno que lo contrarrestara
90.
Los tres estaban de acuerdo en que habría bastado un solo hombre como Steele, fortalecido por la tradición y con el apoyo de Ottawa, para imponer el orden en Nome
91.
–¿Y esto no le causó…? – La muchacha buscó una Palabra adecuada, pues le habían bastado diez minutos de conversación con Afanasi para comprender que era hombre de fuertes convicciones y que debería confiar en él durante los años venideros
92.
Un poco más tarde, ambos entraban en esa casa vacía en la que una noche y un día de diluvio habían bastado para transformar la atmósfera, el olor y se diría que hasta el gusto
93.
Desde que estaban los dos en aquel cuarto, desde que unas palabras habían bastado para disipar nieblas, para que desaparecieran las angustias, para otorgar la sencillez más asombrosa a las ideas más complicadas, temía la soledad
94.
Y echó sobre el mostrador una cantidad en monedas que habría bastado para cubrir no sólo el precio de las dos cervezas, sino también una generosa propina
95.
No lo digo sólo por la expresión de los ojos abiertos, o por la contracción que se le apreciaba en los músculos de la cara, pese a llevar tres días muerto, me parece, sino por las cantidades de adrenalina que encontré en la musculatura bronquial y el caudal consecuente de la glucosa circulante, que habría bastado para alimentar una cadena de pastelerías durante un año
96.
Pudiendo encontrarme ya en casa con mi hija, un papel manuscrito y la fotografía de un volcán habían bastado para arrastrarme hasta el precipicio final
97.
Quizás, por el momento, habría bastado con etiquetar las habitaciones y ofrecer una lista pormenorizada de sus contenidos posibles
98.
Pero le había bastado con ver a Maria Ivánovna para que su soledad se diluyera
1.
—Las variaciones de distancia no bastan á explicar
2.
Bastan las anteriores citas para que nuestros lectores juzguen de laconsideración
3.
bastan adeclararlos; y, pues se contiene y cierra en los estrechos límites de lanarración, teniendo
4.
Dos generaciones bastan para que un farotome carta de
5.
Bastan tresde los nuestros para
6.
bastan para determinar esta variación de clima; pero
7.
¿Y bastan estas dos condiciones? creo que sí;pues donde ellas existen, existe la extension: con ellas dos solas,enteramente solas, nos formamos la idea de la extension
8.
y no alcanzóCondillac, á saber, que las sensaciones por sí solas, no bastan áexplicar todos los
9.
Estos ejemplos bastan para que se vea con cuántafacilidad pueden reducirse á una forma
10.
El no tiene necesidad de los cuidados de padre, le bastan losde su madre
11.
son los asilos; pero no, no bastan para resolverel gran problema que ofrece la orfandad
12.
laadministracion de estas contribuciones indirectas, especialmente la deltabaco y vino, no solo porque ellas por sí bastan ácubrir abundantemente todas las cargas del estado en todos los
13.
Ultimamente, bastan las trituracionescuando está bien indicada; se dará uno ó
14.
Esas dos cifras admirables, en un pueblo de ménos de tres millones de ciudadanos, bastan para
15.
Estas plantas se elevan sobre un delgado tronco, esparciendo a su alrededor largas hojas; son tan preciosas que bastan, para alimentar, apagar la sed y vestir a los isleños cingaleses
16.
Pero el doctor dice que el alcaloide puro es un líquido inodoro y que bastan unas gotas para matar a un hombre casi en el acto
17.
Bastan unas nociones básicas: el color rojo anuncia pasión, el blanco pureza, el rosado ternura, el amarillo olvido, el morado modestia (pero ahora también es el color de las feministas)
18.
Ha sido un año feliz, porque para que florezca el erotismo no bastan los guisos estimulantes, también es indispensable crear un ambiente donde se regocijen los espíritus y no haya lugar para palabras adversas, humores melancólicos ni quebrantos
19.
Para el método de Panchita bastan dos o tres minutos y el resultado es igual de sabroso, pero más liviano
20.
Para dominarla no bastan el talento y las capacidades innatas
21.
Pero ¿es esa la explicación? ¿Acaso bastan dos días de trastorno estomacal para provocar un desmayo? Blanche debe de saberlo
22.
Pocas palabras bastan para contar el resto
23.
Prudencia en principio innecesaria, pues ese plano y la confesión del Mulato bastan para detener al taxidermista, remitirlo a la jurisdicción militar y darle, sin apelación posible, unas vueltas de garrote en el pescuezo
24.
Las ventanas abiertas no bastan para disipar la fetidez de la carne ulcerada y podrida, el hedor dulzón de la gangrena bajo los vendajes
25.
Lo mismo con guerra y Cortes que sin ellas, los disfraces y la alegría carnavalesca no bastan para igualar lo imposible
26.
Los informes que llegan de Cádiz, pese a que mencionan más susto y destrozo que víctimas, bastan para cubrir el expediente y tener tranquilo al mariscal; aunque, para su íntima mortificación, Desfosseux siga convencido de que, si lo dejaran usar morteros de gran calibre en lugar de obuses, y bombas de mayor diámetro con espoletas grandes en vez de granadas, los logros en alcance serían parejos a la eficacia destructora, y sus proyectiles arrasarían la ciudad
27.
Bastan las consideraciones anteriores para que resulte evidente que las propiedades y la índole de los gigantes exteriores son enormemente diferentes de las de la Tierra
28.
Es posible que el venerable Rodríguez Marín se precipitara algo al darla por zanjada cuando encontró, en un entremés atribuido a Calderón, un pasaje que dice: "huevos y torreznos bastan que son duelos y quebrantos"
29.
Edward se quedaría ahora al menos una semana en la cabaña, pues más allá de cualquier otra obligación que debiera cumplir, le era imposible dedicar menos de una semana a disfrutar de la compañía de Elinor, o que alcanzaran a decir en menos tiempo la mitad de lo que debían decirse sobre el pasado, el presente y el futuro; pues aunque unas pocas horas pasadas en la difícil tarea de hablar incesantemente bastan para despachar más temas de los que pueden realmente tener en común dos criaturas racionales, con los enamorados es diferente
30.
Necesita ropa y un sitio para vivir, y los sesenta y tantos dólares que lleva en la billetera no bastan para cubrir esos gastos
31.
Unos cuantos dólares mensuales bastan para alimentar, vestir y proporcionar educación a uno de los niños
32.
Para que no crea que su peque-ña donación es insignificante para una organización tan grande, piense que un regalo o simplemente unos cuantos cientos de dólares bastan para financiar la formación necesaria para que un guarda forestal equipado con GPS inspeccione la población de primates de la cuenca del río Congo, cuyo estado de conservación quedaría de otro modo ignorado
33.
De ahí que los antropólogos permanezcan indecisos sobre si las dos consideraciones que he discutido hasta ahora -invertir en nietos y proteger la inversión previa de uno en los hijos existentes- bastan para compensar la opción desestimada de más hijos y explican así la evolución de la menopausia femenina humana
34.
No bastan dos ojos
35.
Ambición de dominio: que, sin embargo, también asciende, con sus atractivos, hasta los puros y solitarios y hasta las alturas que se bastan a sí mismas, ardiente como un amor que pinta seductoramente purpúreas bienaventuranzas en el cielo de la tierra
36.
Ni siquiera las terribles rabietas del niño, el arma más poderosa de su considerable arsenal, bastan para conseguir su reaparición
37.
Lo más impresionante fue la historia de una mujer de Bastan que vio en los ojos de su compañera a su hermano mayor, que había perdido la vida en la Segunda Guerra Mundial, a los diecinueve años y medio
38.
La curación que había experimentado aquella mujer de Bastan podía palparse en el ambiente
39.
Los tornos, el engranaje y un sencillo impacto de palanca bastan para prender fuego a la pólvora
40.
Y tal vez bastan para profanarlo las miradas humanas cuando se posan en el fuego con indiferencia, como si fuese una cosa a la altura de cualquier otra, como mi mirada de hombre que en vano se esfuerza por recuperar el significado de los antiguos símbolos en un mundo que consume todo lo que ve y oye
41.
El hierro, la chapa, el acero no bastan
42.
Pero es preciso continuar con la política de unidad y el esfuerzo de guerra: «No bastan los progresos que se han obtenido en la formación de nuestro potente ejército desde el 18 de julio hasta hoy (…)
43.
No bastan los progresos que se hayan obtenido en la ordenación de la industria de guerra y de los problemas económicos
44.
¿Tienes idea de lo estomagante que resultas para alguien como yo? Si quisiera sabihondos, me bastan los de la Fundación
45.
–No me bastan las horas del día -dijo él, y obviamente no era la primera vez, mientras lo seguían por la casa
46.
Ni siquiera todas nuestras defensas bastan para hacer frente a quienes sufren trastornos mentales, simplemente porque no se puede entrar en razón con ellos
47.
Las alegaciones no bastan para encaralar a un hombre en este país
48.
El cero, el uno y la adición bastan para «presuponer» todos esos números y más
49.
Bastan las otras dos anotaciones
50.
En consecuencia, se afeitó a la claridad de la luz eléctrica que agraciaba su mansión y luego se aplicó auténtica agua de colonia francesa, enviada desde Bastan
51.
Y así, en esta segunda parte no quiso ingerir novelas sueltas ni pegadizas, sino algunos episodios que lo pareciesen, nacidos de los mesmos sucesos que la verdad ofrece, y aun éstos, limitadamente y con solas las palabras que bastan a declararlos; y pues se contiene y cierra en los estrechos límites de la narración, teniendo habilidad, suficiencia y entendimiento para tratar del universo todo, pide no se desprecie su trabajo, y se le den alabanzas, no por lo que escribe, sino por lo que ha dejado de escribir
52.
Felipe contestó lacónicamente: "Las Cortes se bastan y se sobran para dotar al país de una Constitución"
53.
Bastan, pues, dos días para adquirir el navío y acondicionarlo para la expedición
54.
Para ello intenta organizar una expedición, y aunque los medios propios no le bastan, no se desanima y contrae deudas, seguro como está de su triunfo
55.
Estamos inermes; no bastan la moral y los cuerpos
56.
—Pero ¿no bastan los animales?
57.
¿Está lleno de energía, dispuesto a saltar a la ducha y marcharse al trabajo con potencia? ¿O se siente más bien como un elefante cazado, al que le han disparado con un proyectil tranquilizante y se está desvaneciendo? ¿Antes de poder moverse tiene que tomarse varios litros de café fuerte? ¿O el sol de la mañana y un vaso de zumo de naranja bastan para que se sienta vivo y alerta?
58.
Bastan unos segundos para cortar la garganta de un hombre, sobre todo, si es alguien que ha estado bebiendo más de la cuenta
59.
–No, bastan todos estos testigos
60.
Ambos nadaban bastan te sumergidos en el agua, pero debido al ángulo que la luz formaba con la superficie, los dos observadores no advertían sus reflejos y podían ver todo bajo el agua, desde el pico increíblemente parecido al de un pato hasta la cola ancha y plana, que estaba entre las patas con cuatro dedos recubiertos por una membrana
61.
No se le ocurre pensar en lo que sería capaz de hacer y, si alguna vez piensa en ello, bastan unas palabras civilizadas para calmarle
62.
Hoy no lo creo así: estoy persuadido de que las condiciones internas del juego verbal completo bastan por sí solas para causar esa impresión de realidad que se apetece
63.
Las circunstancias de crisis social y económica en la depresión alemana no bastan para explicar la llegada de Hitler al poder, pues otros países padecieron casi lo mismo y no sucumbieron a dictaduras radicales
64.
“Porque me parece que no será la señora de Swann cuando estaba soltera”, dije yo, por uno de esos bruscos y fortuitos encuentros con la verdad, muy raros, sí, pero que cuando se dan bastan para servir de base a la teoría de los presentimientos con tal de que se echen en olvido todos los errores que la invalidan
65.
A pesar de esto, las misteriosas palabras gracias a las que me había llevado el señor de Charlus a imaginarme a la princesa de Guermantes como un ser extraordinario y diferente de cuanto yo conocía, no bastan a explicar la estupefacción en que me vi, seguida bien pronto del temor a ser víctima de un bromazo de mal género urdido por alguien que hubiera querido hacerme poner de patitas a la
66.
820 acciones; bastan 2
67.
“-Pero no, ¡vamos! ¿No te bastan los dolores que atrapaste días pasados? ¿Quieres otros más? Volverá y verá otra vez la vista de la bahía”
68.
Bastan los dioses del hogar o de la más próxima encrucijada
69.
Podéis arrasar la Torre Blanca y aplastar a las Aes Sedai, puesto que incluso sus poderes no bastan para detener a los héroes que regresan de la tumba
70.
¡Unos pocos minutos bastan para visitar seis! Vivant Denon protesta; desearía estudiar a su guisa aquellas obras maestras, permanecer varios días en el lugar
71.
Por lo general, bastan unas treinta mechas por día
72.
No, las muestras ordinarias de dolor no bastan para expresar la emoción que sienten en este momento, y por eso se comportan como si no hubiese sucedido; o ríen entre dientes, aturrullados e incrédulos; o intentan disimular bajo una tosquedad superficial el profundo amor latente por el líder caído
73.
Los estados en constante cambio bastan
74.
Pero no les bastan las figuras del día,
75.
Es tal el rendimiento de estos monstruosos animales, que tres de ellos bastan para completar el cargamento de un navío de regular tonelaje
76.
Al menor corte, la visión de una sola gota o su olor, la mera mención de la palabra «sangre», bastan para que sucumba al pánico
77.
Al final desestimaron la acusación, pero Raymond perdió su empleo en la Asociación de Transporte Metropolitano de Bastan a causa del pleito
78.
Finalmente, insinuaba pavorosamente la existencia del abismo más profundo de todos, la «Negm N'kai», cuyos singulares canales y moradas de piedra bastan en su misma antigüedad para hacer que las mentes de los hombres se vuelvan locas
79.
Dicen que bastan pocas semillas para dar origen a un bosque
1.
quehabía, y el canal, y no bastando esto, vista su pertinacia,envié á pedir á Juan Andrea con
2.
hombres, sinnecesidad de explicacion, bastando {167}la inteligencia del sentido de laspalabras; lo
3.
Ello la convenció de que no hacía falta pedir más dinero al Congreso, bastando con tomar medidas para que el presupuesto anual de más de diez mil millones de dólares llegase a sus verdaderos destinatarios finales
4.
Pues bien, suprimida esa noción de sustancia material cuya identidad se discute, todas las objeciones caen por su base, bastando que a la palabra cuerpo se le dé el significado que comúnmente tiene, a saber, aquello que vemos o sentimos inmediatamente y que se reducen a una combinación de cualidades sensibles o ideas
5.
Esa cruz es la que hoy habéis visto, y a la cual se encuentra sujeto el diablo que le presta su nombre; ante ella, ni las jóvenes colocan en el mes de Mayo ramilletes de lirios, ni los pastores se descubren al pasar, ni los ancianos se arrodillan, bastando apenas las severas amonestaciones del clero para que los muchachos no la apedreen
6.
Se decía del duelo entre caballeros que se efectuaba sin valla hasta rendir el vencedor al vencido, no bastando que este cediese el campo, como bastaba en el palenque cerrado
7.
El resto del tiempo se invertía en comer y descansar, bastando la tienda para preservar del frío durante las horas del sueño
1.
Eso debía bastar para excitar su curiosidad
2.
Bastar pudo tan solo la inmensidad del mar
3.
¿Yme habré de echar por esas calles, despedazado y con náuseas de muerte,vendiendo con mis súplicas desesperadas nuestra hora de secreto, cuandousted con este gran favor, puede darme el medio de bastar a todo conholgura, y de cubrir con mi serenidad los movimientos?»
4.
Para el comun de los hombres suele bastar muchoménos; y para los decididamente
5.
Las representaciones sensibles, tan lejos estaban de bastar á lainteligencia, segun la opinion de los
6.
tambien puede bastar una pequeña fraccion de la duodécimaatenuacion
7.
Hay tantas vegetaciones distintas, en un palmo de humedad, como especies se disputan allá el espacio que debiera bastar para un solo árbol
8.
Un sencillo cordón de nailon o una cuerda en torno al cuello o un ligero collar plano con una correa de cuero sujeta con mosquetón debería bastar
9.
El timón, mal o bien, funcionaba, y podía bastar para dirigir la nave un breve espacio
10.
– ¿Quién es capaz de conocer el pensamiento de esa fiera dañina? Por el momento, señora, os debe bastar con tener la seguridad de que vuestro hijo está muy bien atendido y no corre el menor peligro
11.
—Tendrá que bastar con eso —refunfuñó mientras giraba el cuerpo y recuperaba la posición del piloto, boca abajo
12.
¡Podría bastar para matarlo! ¿Quiere usted matar al rey, señor?
13.
Semejante trabajo de incomunicación es una obra maciza de disimulo, de ocultaciones, de supercherías más o menos inocentes, y representa una energía mental tan extraordinaria que, aplicada a otros órdenes, podría bastar a la formación de un perfecto hombre de Estado
14.
–Con esto debería bastar -anunció Katz, impermeable como siempre al estado de ánimo de quienes le rodeaban-
15.
Ese tipo de ordenamiento interno podía bastar para comenzar a funcionar de manera provisional y para un número reducido de hermanos, pero el Temple en crecimiento necesitaba de una regla bien estructurada de modo que su funcionamiento, su legalidad y su organización no pudieran ser cuestionados por nadie
16.
¿Quién mejor informado que Dios que en su primera persona recibía la súplica y en su segunda persona la realizaba? Y ¿no es Dios mismo el que inspira las Sagradas Escrituras, como enseña la Iglesia? Esto debiera bastar para disipar nuestras dudas
17.
Se requería una precisión absoluta para determinar el punto donde tomar agua, teniendo en cuenta que debía ser a cierta distancia del marcador y la niebla, y que la inercia debía bastar para arrastrar el avión hasta la zona del objetivo
18.
–Siempre será un placer para mí -respondió Elinor- entregar cualquier señal de afecto y amistad por el señor Ferrars; pero, ¿no advierte que mi intervención en esta oportunidad sería completamente innecesaria? El es hermano de la señora de John Dashwood… eso debería bastar como recomendación para su esposo
19.
En el sector británico, «el número de fuerzas parece bastar para una defensa en condiciones normales», y el terreno era favorable
20.
Se había figurado que su supervisión, aun cuando severa no podía bastar ante aquel ajetreo, que se vería completada por el interés de ellos, y que entonces, al adquirir paulatinamente mayor experiencia, no estarían subordinados a sus órdenes en cada detalle, y al fin aprenderían por sí mismos a distinguir a las costureras por sus necesidades de material y pruebas de confianza
21.
Pavu se disculpa educadamente ante su padre y su madre, y esa educación deberá bastar por los dos, pues Jabavu no dice nada
22.
–Debería bastar con eso, ¿no? Quiero decir, ¿qué más necesitan? Tienen el coche, y ha estado en mi casa
23.
–Bien, Harry -me dije-, con esto tendrá que bastar
24.
Parece en realidad absurdo que uno haya de vanagloriarse de una graciosa mesita o de una silla de estilo o de un par de candelabros: ¿para qué amueblar una house beautiful, cuando el espíritu, al decir de los filósofos y de los poetas, puede reinar soberano entre unas pobres paredes? El tonel de Diógenes debería bastar para proteger con su cáscara a los gusanos humanos nacidos para crear la angélica mariposa»
25.
Y tendrían que bastar
26.
los gastos no incluidos podrían bastar para hundirlos
27.
Eso tendría que bastar
28.
Pero pienso que con el servicio fúnebre debería de bastar
29.
—Ah, con eso debería bastar
30.
«Un aumento en solo un factor de cuatro en la concentración de fondo de los aerosoles puede bastar para reducir la temperatura de superficie en 3,5 K… lo que se cree puede bastar para desencadenar una glaciación
31.
El pasaje entero era unas cinco veces más largo; pero aquí puede bastar este ejemplo
32.
Si se podía prescindir de las trazas de pasos, eso no debió desagradar a Cayley… En suma, la ventana abierta y algunas ramitas rotas debían bastar; sobre todo, la ventana abierta, pero muy suavemente
33.
Eso, y la imitación de la voz de Bogan, deberían bastar para convencerles de que era quien ellos creían
34.
¿Por qué no podía bastar eso?» «Porque eso no estaría a la altura de tu honor
35.
Tendría que bastar
36.
era una empresa un tanto limitada pero sin duda muy sólida, que alcanzaba unos considerables beneficios en cooperación con la sociedad de acciones de la fábrica de cerveza que dirigía el señor Niederpaur; sumado eso a los diecisiete mil táleros que aportaría Tony, los bienes del señor Permaneder habrían de bastar para fundar un hogar burgués bien digno, aunque sin excesivos lujos
37.
Cuando todo aquello se le viniera encima de nuevo, recordaría el mar y el Casino, y el leve recuerdo del sonido con el que las pequeñas olas se estrellaban contra el muelle en el silencio de la noche, aquel suave chapoteo que le llegaba desde muy lejos, como en un sueño misterioso, habría de bastar para consolarle y mantenerle a salvo de todos aquellos males
38.
Simplificando mucho esto último, mientras que a un niño de ocho años de edad puede bastar con decirle: «Harás lo que te digo, o de lo contrario
39.
–Ésos me preocupan, pero por ahora con los coristas puede bastar
40.
No podía bastar, como explicación, la prudencia loable del camarlengo que durante doce horas había vedado las comunicaciones
41.
Tendrían que bastar, se dijo, echando un puñado en el interior del caldero
42.
Un argumento afín en contra del fisicalismo descansa en un principio filosófico que yo llamo el principio fenomenológico (pero sería bienvenido un nombre mejor, si existe o pudiera ser sugerido en la literatura): esto es, cualquiera que sea la ontología que reconoce una filosofía coherente, dicha ontología debe bastar para explicar las apariencias
43.
Ante la insistencia del amanuense me eché a llorar sin consuelo, y eso pareció bastar de momento, pues dejó la pluma en el tintero, echó polvos en la página fresca y guardó los pliegos
44.
La acusación de Elvira de la Cruz y el amuleto de Angélica parecían bastar para su propósito, y la última sesión realmente dura consistió en un prolijo interrogatorio a base de mucho "no es más cierto", "di la verdad", y "confiesa que", donde me preguntaron repetidamente por supuestos cómplices, moliéndome con el vergajo las espaldas a cada silencio mío, que fueron todos
45.
En condiciones ideales, debería haber llevado a cabo las pruebas con individuos sin entrenar, pero aquellos tres hombres tendrían que bastar
46.
Te debe bastar saber que en una ocasión un hombre me hizo un favor, y ahora quiere que se lo pague
47.
Cuando le preguntaron si tenía alguna idea de cómo financiar ese proyecto, contestó que la donación de Creso en Dídimo debería bastar para ese fin
48.
Los disturbios que han estallado en el Medio Egipto han tomado una inquietante magnitud por la traición de Nemrod, pero una intervención rápida de nuestras tropas con base en Tebas debería bastar para restablecer el orden
49.
Y agregó, con una sonrisa–: ¡Podría bastar con darnos un motivo para organizar una gran celebración!
50.
–Pero ¿no deberían bastar esas pruebas?
51.
El legendario desmembramiento del cuerpo divino, así como la circunstancia que la ceremonia constituyera un acto oficial, hubieran debido bastar para indicar el buen camino a sus interpretadores
52.
Esto pareció bastar para que la signora Vivarini se diera por satisfecha
1.
bastas; pero tenía en aquellos momentoscierta majestad en su actitud, la cual recordada á Minerva en el
2.
las bastas esteras de esparto que cubrían losrajados ladrillos del
3.
transportar tierra y cal eran más bastas ylas movía un forzudo percherón, cuyos jaeces adornaban
4.
La mayor parte de sus obras, especialmente durante la segunda mitad de su reinado, son bastas, groseras y de arte degenerado, pero dejó una leyenda acerca de sus cualidades sobrehumanas tan universal e impresionante que sus sucesores apenas si alcanzaron un pálido reflejo del mismo
5.
Todo funcionó hasta que el tirón de la libido entró en su vida y comenzó en sueños a manchar las bastas frazadas
6.
A lo largo del borde del bosque se veían sus tiendas de campaña de cuero y pieles, y hasta una basta edificación de troncos y ramas entretejidas; al este se veían filas de caballos, al oeste mamuts, y por doquier había hombres que afilaban espadas, ponían puntas a lanzas bastas o preparaban armaduras rudimentarias con pieles, huesos y cuernos
7.
Los timones de inmersión sobresalen del casco tras las hélices, y a popa de ellos, cerca del ápice de popa, se encuentran dos bastas salidas de metal que tienen el aspecto de escotillas, y que Waterhouse comprende que es por donde deben salir los torpedos
8.
—Estoy diciendo que en Leipzig todos los bienes, seda, dinero, participaciones en minas, pierden sus bastas formas duras y se licúan, exhibiendo su naturaleza esencial, como los minerales exudan mercurio en el horno de un alquimista… y todo el mercurio es mercurio y puede intercambiarse libremente por mercurio de peso similar… de hecho es indistinguible
9.
—Entonces muy bien —murmuró Leibniz, y guió a Fatio a través de una puerta provisional de tablas bastas para llegar al establo
10.
Estado de cualquier materia que se destina a labrarse, después de que se la ha despojado de las partes más bastas
11.
Con sus bastas túnicas y los sables láser escondidos, podían pasar por keganitas nativos
12.
Eran sus facciones bastas, su color retinto, su fuerza muscular cual la de un caballo, su ánimo cobarde, como no fuera para echar maldiciones
13.
Llegaron al final de los escalones y corrieron por un nuevo pasillo muy parecido al que conducía a la mazmorra de Snape en Hogwarts, con bastas paredes de piedra en las que había soportes con antorchas
14.
Este los siguió con mansedumbre hasta la puerta, y todos recorrieron un pasillo de bastas paredes de piedra e iluminado con antorchas
15.
Mientras la tarde era todavía joven, los recién casados, él con aire apenado y ella más triste incluso de lo que cabría esperar en una novia de aquel patán, unieron sus manos bajo la dirección del metropolitano, y cuando éste hubo dicho en armenio una plegaria a su intención los dos subieron pesadamente las escaleras hacia su cámara nupcial, acompañados por algunas expresiones bastas y por aplausos medio sinceros de los invitados
1.
enea, todo más basto que el pan de centeno, igual que en este país hace cuarenta años, y
2.
lagartos, con sus garras incrustadas en el basto muro, a la espera de la presa
3.
Febe, alma comodín que se adapta á todos los palos como laespada y el basto en el
4.
espada vale más que el basto, como que los cuerpos al caer siguen un
5.
de letra apretada yclara de los periódicos ingleses, párrafos sobre el papel basto y
6.
De esta parte se desprendía uncorredor con barandado basto, que era la
7.
cuadrillas deocho a diez; cortan la madera, preparan en basto las
8.
cercado inmediato estabael solariego con el traje basto y las
9.
6 Porque aunque [soy] basto en palabra, empero no en la ciencia; mas en todo
10.
6 Porque aunque [soy] basto en la palabra, no empero en la ciencia: mas en
11.
Ireland estaba en el umbral y aferraba el paquete envuelto en basto papel de estraza
12.
Se puso una casaca de pano oscuro y basto, se calo el gorro rojo de los grandes dias y partio para su exploracion sin advertir a nadie
13.
Por la mañana se le entrega un cántaro de agua, una sopa que sólo tiene de ella el nombre y una ración de pan basto que tiene que comerse en seguida, si no quiere verlo devorado por las grandes ratas de mar que en aquellas horribles mazmorras abundan
14.
Esa tristeza de papel más bien basto;
15.
Una gran chimenea de piedra en la que ardían grandes troncos caldeaba el ambiente, y sobre ella y en un plafón tapizado de damasco con los colores del marquesado del Basto y del condado de Pernambuco sabiamente combinados yacían dos alabardas cruzadas y un pendón desflecado y chamuscado del Tercio Viejo de Nápoles; enfrente del hogar, una gran mesa de caoba de Cuba con marquetería de palo de rosa y tras ella, haciendo juego, el sillón principal con el asiento y respaldo de cuero cordobés; frente a la misma, dos sillones menores y más bajos destinados a las visitas, y a su diestra unos anaqueles con no menos de cincuenta o sesenta volúmenes; sobre la mesa, los trebejos de la escritura y un Cristo crucificado sobre un terciopelo rojo orlado con un galón dorado
16.
Me dolían las piernas y también los pies de andar por el basto pavimento, pero no era momento de quejarse
17.
Hay estanterías repletas de libros, siempre el mismo: un libro pequeño y grueso encuadernado con tapas rojas, impreso en el papel grueso y basto que se usa para los libros en afrikaans y que parece papel secante con motas de broza y cagadas de mosca
18.
Cuando yo ya no esté en el mundo, aparecerán otros muy capaces de pulir, alisar y abrillantar lo escrito para que sea acorde con el gusto popular del momento, pues este basto material que obedece a la Verdad con mayúscula habrá de quedar tal cual se encuentra tras de mí
19.
A los aliados [154] de Doña Juana Teresa les espantaré yo dentro de unos días, y para ello me basto y me sobro, sin irreverencia, quedando en muy buenas migas con la Iglesia de Dios
20.
–¿Al Hammond? ¿Un negro alto de hombros caídos, de unos treinta años? ¿Uno que lleva fundas de oro en los dientes delanteros, cada una con un adorno distinto: un corazón en el de la izquierda, un basto en el centro y un diamante en el de la derecha?
21.
–Marta lo ayudaba a cubrirse con el basto albornoz y la capucha -
22.
A diferencia de los días anteriores en que andaba por el barco vestida de medio luto, se había puesto para desembarcar una túnica parda de lienzo basto con el cordón de San Francisco en la cintura, y unas sandalias de cuero crudo que sol por ser demasiado nuevas no parecían de peregrino Era un pago adelantado: había prometido a Dios llevar ese hábito talar hasta la muerte si le concedía la gracia de viajar a Roma para ver al Sumo Pontífice, y ya daba la gracia por concedida
23.
Con gran sorpresa mía, arrojó al suelo la lanza y en su substitución se armó con una larga rama provista de hojas que cortó del árbol antes de bajar para enfrentarse con el enfurecido basto
24.
La situación de Kamlot resultaba bastante temeraria, caso de que el basto le descubriera antes de alcanzar un árbol
25.
al oírle llamarme a gritos, lo cual atrajo la atención del basto hacia él anulando mis esfuerzos para atraer la mirada de la bestia sobre mí
26.
En el momento en que Kamlot me llamó, el basto volvió la cabeza y sus salvajes ojos le descubrieron
27.
Al divisarnos, señalaron a Kamlot y les oí decir a algunos de los marinos que era el que había dado muerte al basto, de una estocada
28.
Muchos componentes se fabricaban en pequeños talleres subcontratados y la terminación exterior dejaba mucho que desear (la parte mecánica estaba muy bien terminada, por lo que el arma resultó muy fiable a pesar de su aspecto un poco basto)
29.
Desnudo, cruzó la habitación de puntillas, se puso una túnica suelta de tejido basto, y salió tras ella por la ventana
30.
–Me basto solo para encontrarlo -gruñó Bruenor, colocándose otra vez el casco de un solo cuerno
31.
A la luz de los fogonazos, el brillo del oro era rugoso, basto
32.
Entró en la cámara funeraria, iluminada por altas velas que rodeaban el féretro de un hombre que yacía en él vestido con una armadura de un diseño basto y extraño, y llevaba un sable inmenso, casi tan largo como Tormentosa, afirmado sobre el pecho y sobre la empuñadura; atado a su cuello con una cadena de plata, aparecía Olifant, el Cuerno del Destino
33.
Solo basto poco
34.
David lo desató rápidamente y halló un traje de lienzo basto que enseguida identificó: era de presidiario
35.
Pasé el plato con el pedazo de pan moreno, basto, y el queso por la cruz del muro, entre oraciones y súplicas, implorándole el perdón
36.
Es un trozo de lino basto, cuadrado, de un codo flamenco de lado
37.
iglesia llevando en los bolsillos una Beretta 380, una porra de cuero basto y una navaja, dispuesto a
38.
Entre cuidado y cuidado, se sienta en el sillón coh un fajo de papel basto, haciendo cálculos
39.
Jeron Cuero Rojo salió a la luz de la mañana, seguido por Dunbarth Cepo de Hierro y el viejo Bandeo Basto, thane de los theiwars
40.
Después, Dunbarth y mi padre mantuvieron una dura conversación con el viejo Bandeo Basto
41.
Mandó comprar una caja de pino basto, sin adornos ni manijas, y a los costados hizo pintar, con letras de embalaje: «Equipos de radio
42.
«Señor, lo que yo digo es que se quieren, sea por lo fino, sea por lo basto, y que el don Horacio desea verse con la señorita
43.
—La chica pestañeó, sorprendida, al ver que él llevaba ropa sencilla, de un tejido basto
44.
Más me asombraba a mí ver cómo la conversación de aquel Brichot, que el menos refi nado de los invitados de madame de Guermantes hubiera encontrado tan tonto y tan basto, le gustaba al más difícil de todos, a monsieur de Charlus
45.
De una calidad media entre lo fino y lo basto
46.
Grosero, rudo, basto
47.
Era una tira de piel cruda, un retazo irregular, del tamaño de un pañuelo, del cuero de algún animal, cubierto aún de pelo basto por un lado y por el otro con un resto de carne podrida y grasa rancia, fétida de corrupción
48.
Él vestía ropas de basto paño marrón, del tipo que llevaría cualquier bracero
49.
Uabet la Pura llevaba los pechos desnudos, y sus caderas estaban cubiertas por un paño de basto lino, que ella desató para que se deslizara a lo largo de sus piernas
50.
Los lados del pozo eran de ladrillo basto
51.
Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga
52.
Lo hicieron picando la roca alrededor de las gruesas letras cursivas, de manera que éstas destacaban en alto relieve sobre un fondo más basto y claro
53.
Extendió de pronto sus manos vacías ante él, en un ademán de terrible pobreza, con los dedos encogidos y apretados unos contra otros como para recoger la última gota de agua, los hombros temblorosos bajo la chaqueta de tejido basto y el rostro crispado en una expresión a la vez suplicante y enloquecida
54.
Todo estaba lleno de jaulas cubiertas de basto paño