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    contemplar frases de exemplo

    contempla


    contemplaba


    contemplaban


    contemplado


    contemplamos


    contemplan


    contemplando


    contemplar


    contemplas


    contemplo


    contemplábamos


    contemplé


    1. Elcuervo viene por el aire dejándose ya caer con las alas plegadas,trayendo el pan en el pico y destacando su negro plumaje sobre el tonogrisaseo de las rocas: San Antonio contempla admirado al aveprodigiosa, y San Pablo, con las manos juntas y levantadas, mira alcielo en acción de gracias


    2. arden en el lar, mientras contempla a través del ventanal cómo en el exterior se produce el


    3. Contempla al pueblo libre que en el Istmo


    4. Se contempla y se baña en una fuente,


    5. yconcordancia que vee o contempla en las cosas que la vista o la imaginaciónle ponen delante; y


    6. Rafael contempla extasiado un cuadro antiguode raro mérito; en la escena, el sol se ha


    7. y desdeallí contempla las montañas, los valles, la corrientede los rios, divisa vastas llanuras


    8. proporcion con laidea, el entendimiento la contempla con placer,[Pg 320]con amor, quizas con


    9. Y, mientras contempla la tierra, donde todo se sumerge en las


    10. Juan se sienta frente de ella y la contempla con una admiración

    11. Martín los deja en plena libertad, y contempla esas locuras con


    12. Con la frenteinclinada y las manos juntas, él contempla


    13. que la representación aparece y al espectador quela contempla


    14. hueca del hombre que contempla la venganza


    15. contempla y que el espíritupersiste en creer una ficción, siempre


    16. Y mientras ella habla, el salvaje errante la contempla extasiado, comoblanca


    17. no es mas que un ojo que contempla el sol, pero que noes necesario para la existencia del sol


    18. contempla en su esencia infinita


    19. Juan la contempla sorprendido, hasta el punto de que, sólo


    20. contempla con expresión irónica y dice riendo:

    21. borrado, se contempla en silencio un gran rato


    22. El público, generalmente, lo contempla conadmiración, y esto es muy


    23. la cruel voluptuosidad del que contempla unainundación, sin


    24. Cuando tropezaban con el carabinero solitario que contempla


    25. desesperación de un profetaque contempla su patria en ruinas


    26. quien contempla el limpio dechado de todas lasexcelencias y perfecciones


    27. todo cuando se la contempla desde la cumbrede la vida, en el


    28. De hecho esla primera vez en el mundo que se contempla la publicación de textos enformato digital en un sitio web comercial, y que una empresa propone alos actores tradicionales del


    29. con la misma admiración con que contempla un hijodel


    30. Sin embargo, esa infinita carrera, más allá del 'más allá del más allá, ese movimiento perpetuo, hábil y minucioso contempla, burlón, al ser finito, brizna de polvo del tiempo, microbio del microcosmos

    31. En los huertos de los dioses, contempla los canales


    32. REVISO LA LISTA Y TRATO de añadir pros y contras, teniendo en cuenta las demás demandas urgentes que contempla el presupuesto federal


    33. Dodin, entonces, le contempla con orgullo y aun con amor


    34. Contempla a su especie… como grupo


    35. Dodin le contempla sin dejar de reírse por dentro


    36. Está en todas partes; se desliza detrás de las columnas, desaparece para resurgir en otro lugar, ubicua, inasible; entona el gesto cuando un fotógrafo la acecha; alivia una jaqueca importante, hallando la oblea oportuna en su cartera; regresa a mí con una golosina o una copa en la mano, me contempla con emoción por espacio de un segundo, me roza con su cuerpo con gesto íntimo, que cada cual cree ser el único en haber sorprendido; va, viene, coloca unr palabra ingeniosa donde alguien citó a Shakespeare, da una breve declaración a la prensa, afirma que me acompañará la próxima vez que yo vaya a la selva; se yergue, esbelta, ante el camarógrafo, de las actualidades, y es su actuación tan matizada, diversa, insinuante, dándose sin dejar de guardar las distancias, haciéndose admirar de cerca aunque siempre atenta a mí, usando de mil artimañas inteligentes para ofrecerse a todos como la estampa de la dicha conyugal, que dan ganas de aplaudir


    37. Y, puesto que el principal intento de semejantes libros sea el deleitar, no sé yo cómo puedan conseguirle, yendo llenos de tantos y tan desaforados disparates; que el deleite que en el alma se concibe ha de ser de la hermosura y concordancia que vee o contempla en las cosas que la vista o la imaginación le ponen delante; y toda cosa que tiene en sí fealdad y descompostura no nos puede causar contento alguno


    38. El taquígrafo de la Policía le contempla con curiosidad


    39. Recuerdo cómo me impresionó el ruido de las voces en la sala de estudio, trocada de pronto en un silencio de muerte cuando míster Creakle entró, después del desayuno, y desde la puerta nos miró a todos como el gigante de los cuentos de hadas contempla a sus cautivos


    40. - (Cruza las manos y la contempla extático, tratando de estimular la visión en sus ojos enfermos

    41. La multitud contempla en silencio a los ciudadanos


    42. Angélica, incorporada ya del todo, se ha plantado delante de Juan Campos —es casi igual de alta que Juan— y le contempla de hito en hito


    43. Esta situación, sin embargo, le interesa a Juan ahora porque puede asomarse disimuladamente a las otras vidas de la gente del Asubio y contemplarlas fríamente, como se contempla a través de los cristales de una pecera a los pececillos dando vueltas en torno siempre a un mismo barco semioculto entre unas falsas algas que imitan un fondo submarino de juguete


    44. ese personaje a quien todos tenían por bueno, y a quien él mismo, Juan Campos, tenía por bueno, y que observaba complacido en el espejo de su propia bondad, se contempla, no menos complacido ahora, emergente en el espejo de su propia maldad


    45. Se hace de la siguiente manera: se abre la puerta de la casa y se contempla reflejada en el espejo


    46. Hijos somos de la luz, y así como el recién nacido contempla un resplandor lejano en la oscuridad y lo identifica con su madre, así los muertos buscamos la luz por doquiera


    47. Hunde un poco las mejillas, y frunciendo el ceño se contempla las manos, que son pálidas y delgadas


    48. La casa de los Palma es grande, señorial, de las mejores de Cádiz; y Felipe Mojarra la contempla complacido, orgulloso de que su hija Mari Paz sirva en ella


    49. Y advierte que Pepe Lobo la contempla con fijeza


    50. Lo contempla todo como quien se encuentra de paso y mira de lejos, o desde afuera














































    1. Tonny contemplaba ese proceso de la transmutación completamente enfrascado y cavilaba


    2. Jacinta le contemplaba en su mente con aquella imparcialidad tanrecomendada, y


    3. Y Julio, mudo, la contemplaba con un asombro triste


    4. retorcía lasmanos con dolor, mientras yo le contemplaba mudo y


    5. Entre aplausos y risasbailó con Amparito, mientras su hijo los contemplaba


    6. Quijote, contemplaba el cielo, en cuyo sombrío fondo las


    7. contemplaba con una atención yuna curiosidad intensas, vió relucir por un momento


    8. la esquina, todavía contemplaba, hasta que se disipabaen el aire,


    9. Este había juntado las manos y contemplaba con


    10. El doctor contemplaba la fuga del ídolo sobre las aguas, y,

    11. Fernanda también la contemplaba con vivointerés, con una intensa curiosidad que


    12. El conde la contemplaba con los ojos dilatados,expresando la ansiedad y el espanto


    13. Siempre que entraba en casa contemplaba horrorizado la misma visión; yaatravesada en el


    14. Mario la contemplaba con interés,


    15. Mario le contemplaba con ira


    16. Mario se había quedado atrás y contemplaba abstraído la puesta del sol


    17. deemoción al profesor Flimnap, á pesar de que las contemplaba desde unaaltura prodigiosa


    18. Octavio la contemplaba ensilencio


    19. azules hundidos, uno de los cuales contemplaba el mundo conespeculativo asombro,


    20. —¿Quién es fray Antonio?—preguntó Hales, quien contemplaba aún lascartas con

    21. Contemplaba sus retratos en las diversas óperas por ella cantadas; unanumerosa


    22. Le contemplaba horas enteras hundida en


    23. Y la cantante, enternecida por el recuerdo, contemplaba con ojoslacrimosos la


    24. Don Andrés contemplaba sobre el mármol dela mesa el recado de


    25. Le contemplaba en silencio, admirándole


    26. La contemplaba con admiración,


    27. lafirmeza de la virtud, era aquel viejecito, al que contemplaba conveneración por


    28. Roberto Vérod contemplaba las flores muertas, y releía con los


    29. tardes, desde lo alto de la casa contemplaba el jardín; en el


    30. El marqués la contemplaba con mirada incierta, aun dudando

    31. En tanto que el joven hablaba, María Teresa lo contemplaba:


    32. Para corroborar estalisonjera afirmación, se contemplaba don Paco en el


    33. El jesuita contemplaba las viñas con el éxtasis de un


    34. Don Fernando,de pie en la puerta de la choza, contemplaba la


    35. Vanda le contemplaba sin comprender bien lo que hacía


    36. Tom le contemplaba en silencio, con los ojos anegados en


    37. contemplaba en silencio con la seriedad y atención hosca


    38. En cambio, desde las ventanas altas del caserón se contemplaba elaliñado verjel de


    39. contemplaba con la curiosidadnatural en quien jamás había hablado á una mujer y


    40. Contemplaba Roger con admiración

    41. una posiciónindependiente y de relativa importancia en la comarca, y contemplaba


    42. El prisionero de Tristán de Horla contemplaba con alegría y entusiasmolas


    43. todas ellas en lacabeza al hablar con él, y le contemplaba con muchísima curiosidad


    44. Maltrana contemplaba los perros, que abrían la marcha, silenciosos, conel cuello


    45. Contemplaba la joven desde el parterre todo el frente del cementerio:dos pabellones


    46. Isidro se explicó tímidamente, mientras ella lo contemplaba silenciosa,con sus ojos


    47. El soldado contemplaba la cocina, muy pálido,a


    48. hogar, y contemplaba con desesperación su narizcolor de


    49. contemplaba entodos los espejos con una creciente admiración


    50. contemplaba con ojos de conmiseración














































    1. Contemplaban ellos a las damas, mudos y con grandísima emoción, gozandoíntimamente en la sorpresa y terror que sus espantables catadurasproducían en aquellas señoriticas tan requetefinas


    2. fumando con la confianza del que está en supropio domicilio, contemplaban desde los balcones


    3. impresión en el viejo, ymientras las niñas, de pie junto a la cama, contemplaban con el


    4. Las secciones sólose contemplaban de lejos en contadas fiestas


    5. mancha sangrienta; contemplaban con adoración a Rafael,encorvado en la popa para


    6. papanatas que la contemplaban de lejos


    7. contemplaban con la bocaabierta y las manos en los bolsillos del pantalón, se le acercaban hastatocarle


    8. María dela Luz, contemplaban la salida de la procesión, el lento


    9. Las muchachas contemplaban con asombro a la Marquesita y


    10. edificación de los fieles salvajes que las contemplaban

    11. deChacón había un grupo de mujeres silenciosas que contemplaban el cadáverdel coronel, teñido en sangre,


    12. Sus esenciasinteligentes contemplaban al Ser Único en la eternidad; y


    13. aludo sombrero, contemplaban el desfile de los señores,apoyados en sus varas de


    14. los muchachos, nadie le temía, perotodos lo contemplaban


    15. decaballeros y soldados del rey Carlos, que los contemplaban en silencio;vista que


    16. La pobre mujer y sus dos hijas contemplaban desde una ventana aquellaemigración,


    17. Cuantos contemplaban la escena envidiaban la suerte del hombrecillo, elcual,


    18. nosotros y nos contemplaban con admiración


    19. los marineros contemplaban en el espejo de surudimentaria


    20. contemplaban ensilencio la grotesca ceremonia

    21. atraer su atención,fingiendo luego que contemplaban el mar


    22. oficialesdel buque, muchos pasajeros contemplaban con un


    23. Acodados en la borda, contemplaban los dos amigos el color


    24. rodeado de familias que le contemplaban conadmiración y


    25. contemplaban á su hermano con los ojosagrandados por el


    26. Todos los tripulantes contemplaban desde las bordas el bastón


    27. Elorza se habían deslizado en la concurrencia y contemplaban congrandes ojos


    28. contemplaban con los ojos muy abiertos,fue todo uno; y no bien


    29. contemplaban; un reto a lamuerte, antes que transigir con el miedo y el ridículo


    30. Sentados en el corredor contemplaban los viajeros la llegada

    31. Iceta y Haussonville contemplaban con desprecio aquel tropel de genteque se encaminaba hacia la iglesia


    32. A despecho de la humillación que significaba estar prisioneros, los cautivos minotauros contemplaban al guerrero con profundo desprecio


    33. Sus ojos, como guijarros negros, contemplaban al guerrero con arrogancia


    34. Todos los compañeros, los kiris y las mujeres se habían levantado ya y contemplaban la extraña horda de animales: el bulette, los horax y, detrás, unas extrañas formaciones rocosas que se movían


    35. Sin embargo, a través de los abismos del espacio, unas mentes que son a las nuestras lo que éstas son a las bestias perecederas, intelectos amplios, fríos y carentes de compasión, contemplaban con ojos envidiosos esta Tierra, y trazaban de modo lento y seguro sus planes contra nosotros


    36. Cuando ha-bían terminado de masticar y tragar el último trozo, se contemplaban cuidadosamente las manos, por los dos lados, para asegurarse de que no quedaba nada, y luego se miraban el uno al otro con el mismo objeto


    37. Desde detrás de la barra lo contemplaban una hilera de viejas fotografías desvaídas: el papa con John y Robert Kennedy; el equipo de futbol Kerry Gaelic y, sobre todas ellas, Cristo mostrando su corazón ensangrentado


    38. y aun otras, miradas valientes que le contemplaban con una mezcla de fascinación y reconocimiento


    39. El alcalde Perca y los demás se habían retirado unos pasos y las contemplaban en silencio


    40. Los animales les contemplaban furiosos con sus tres ojos

    41. Evidentemente, no me contemplaban como una amenaza a su posición, lo que no resultaba sorprendente


    42. Algunos terráqueos se habían acercado y los contemplaban desde lejos en actitud tranquila, con cierto perezoso interés


    43. También había días festivos en los cuales no era propio trabajar, y el campesino tuvo siempre tiempo y ánimos para entonar sus canciones mientras conducía su yunta hacia la era o llevaba los terneros a través del vado, donde les contemplaban los peces y los cocodrilos


    44. Los oficiales miraron a los soldados que contemplaban el fuego, pero no dieron orden alguna y contestaron encogiéndose de hombros:


    45. Todos contemplaban a Montecristo con admiración


    46. Algunos de los pupilos del Foso de los Leones contemplaban con un interés particular los manejos del preso


    47. Las pantallas apagadas que la contemplaban en la penumbra del muelle le recordaban hilera tras hilera de ojos ciegos


    48. por la que se contemplaban los árboles y la luz del sol


    49. Sus compañeros de mesa lo contemplaban cortésmente, pero con un interés más bien superficial


    50. Habían llegado al final de uno de los senderos y ahora contemplaban un montículo que acababa contra el muro del jardín














































    1. la han contemplado hasta la saciedad


    2. Si hubieses llegado hasta aquí, sihubieses contemplado con refinada crueldad mi vergonzosa muerte, yo tejuro que al tornar a casa no serían tan serenas tus miradas como lo sonahora, ni el beso de la hija o de la esposa te sabría tan dulce


    3. oyentes la sensación de haber contemplado en el Sur el fococivilizador del


    4. contemplado un ratocon espanto, se refugió en la puerta y desde


    5. Raimundo los había contemplado mientras hablaron


    6. hablan contemplado, antes de extinguirse,alguna visión deslumbradora del Paraíso


    7. el mismohombre contemplado con aversión o indiferencia


    8. contemplado á su hijo tan elegante y apuesto como lo estaba


    9. Para ello había motivosobrado, no ya sólo por el valor en dinero que representaba la finca, ypor las consideraciones sociales que se les guardaban a sus dueños, mastambién por el cuadro bello y pintoresco del conjunto, contemplado abuena distancia; encubridora eficaz de los lunares y manchas inherentesa casi todas las obras, así humanas como divinas


    10. delectación que había contemplado en otra época las

    11. contemplado desde suasiento muchas veces, recreándose en la perfección de la pintura y en


    12. Rememorando a la pobrecita Isabel, a la que había contemplado no sin admiración unas horas antes, no pude contener un par de lagrimones y algún que otro moco, leve homenaje a la fugacidad de nuestros sueños y a lo efímero de la belleza humana


    13. Cuando el conde creyó que Franz había contemplado bastante este pintoresco cuadro, aplicó el dedo sobre sus labios para recomendarle silencio, y subiendo los tres escalones que mediaban entre el corredor y el Columbarium, entró en la sala por el arco del centro, dirigiéndose a Vampa, el cual estaba tan embebido en su lectura que ni tan siquiera oyó el ruido de sus pasos


    14. Pero cuando nos ocultábamos de nuevo tras los arbustos, olvidábamos los ojos de aquella mujer que nos había contemplado con una mirada muerta, aunque sin vernos, y proseguíamos nuestras travesuras


    15. Podríamos añadir que el presidente Ahmadineyad había regresado hacía poco de las Naciones Unidas, en donde había pronunciado un discurso que fue recogido ampliamente tanto por la radio y la televisión, así como contemplado «en directo» por un numeroso público


    16. Sus alumnos, sus amigos y sus hijos lo visitan a dia-rio y se turnan para describirle lo que han contemplado: un paisaje, una escena, un rostro, un efecto de luz


    17. Allí estaba el joven, temblando, le miraba asustado con sus grandes ojos azules que antaño le habían contemplado extasiados y llenos de confianza


    18. Lo había contemplado infinidad de veces cuando íbamos a comprar provisiones en los almacenes del muelle


    19. Después de que lo hubo contemplado todo y aquilatado en su espíritu, Mariko salió al jardín y se dirigió de nuevo al poco profundo aljibe que, en un tiempo infinito, había formado la Naturaleza en la roca


    20. Cuando el príncipe Diamante hubo contemplado la obra admirable de su Creador, y dado de beber por sí mismo a su caballo, en el hueco de la mano, el agua deliciosa del oasis, se levantó y dió expansión a sus miradas para juzgar las cosas al detalle

    21. Después de haber contemplado sin interés la vista desde la ventana, entraron en la biblioteca


    22. Pero de la confusión del lenguaje sobresalía un hecho; y era que la mora, prendada de mi donosura, que contemplado había desde las altas rejas, quería que yo la sacase de su esclavitud, y conmigo la llevase a la civilización y a la Cristiandad


    23. Y así como la había contemplado desde Miserere por vez primera, con los resultados que ya he mostrado, ahora la tenía frente a mí, en un sueño que no se diferenciaba de la realidad más que acaso en lo que ella debía estar soñando, que tal vez fuera yo, pero sin molestias ni reticencias puesto que no se puso nerviosa ni gritó sino que guardó toda su placidez de doncella imperturbada, pues lo mío era realidad pura, más concreta que cualquier cuerpo y que cualquier sensación corporal que jamás experimentara


    24. Lo que vino a continuación fue una de las escenas más insólitas que he contemplado en toda mi vida


    25. Pero desde entonces he escuchado y contemplado las apariciones de Bernstein en la televisión con un aire complacido y posesivo, y ayer (mientras escribo esto) le oí dirigir y comentar una serie de poemas sinfónicos de Gustav Holst, llamados Los planetas


    26. Había contemplado ojos firmes fijos sobre una llama firme y manos firmes doblando el extremo en contracción del tubo hacia el calor amarillo


    27. Habían contemplado con asombro tanto el enfrentamiento directo de Ayla con los hombres como el puñetazo final de Jondalar, que había derribado al otro


    28. Luego empezaron a subir por la pendiente de los ondulados montes que Ayla había contemplado desde el otro lado del Río


    29. ¿Se encuentra bien? Miró a Kohler, que parecía impertérrito, como si hubiera contemplado el ritual en otras ocasiones


    30. Había visto cómo le acribillaban los pies, había contemplado todo el asqueroso rito, que le repugnaba profundamente

    31. —¡Joder!—dice Hugo, resumiendo groseramente, pero con precisión, el sentir del grupo, la desazón y el pesimismo que la nueva posibilidad ha abierto en los que no la habían contemplado


    32. Su descripción de la "extensión de las Matemáticas modernas", no es un simple ejercicio académico compuesto por un profesor que jamás ha ascendido a una montaña o contemplado amorosamente un bello paisaje, sino el símil exacto de un hombre que conoce la naturaleza íntimamente y de un modo directo


    33. Sus discretos biógrafos son algo reservados acerca de este importante punto, pero quien haya contemplado alguna vez alguna de las obras maestras matemáticas de Weierstrass le parecerá inconcebible que una cabeza tan fuerte como la suya haya podido inclinarse ante un jarro de medio litro


    34. Ya había contemplado la ciudad así incontables veces, atravesando las colinas, de vuelta de llamados nocturnos


    35. Habían sanciones, penas para los traidores, hasta el fusilamiento estaba contemplado (¿lo harían realmente?, se preguntó, sentada en la cama, viendo sin ver la cabeza de la muñeca a su lado, los ojos azules redondos, abiertos, de pestañas negrísimas)


    36. No se había contemplado en ningún momento estimular los previsibles intentos de seducción del militar, aunque sabían que podían surgir


    37. no era otra cosa que la prolongación de la pared donde yo había contemplado el busto del


    38. Esta irremediable circunstancia me obligó a meditar sobre un aspecto que no había contemplado y que podía alterar las investigaciones


    39. –Es una de las apariciones más notables que he contemplado jamás -dijo Schell


    40. Los padrinos de Joaquín habían contemplado aquella elevación como el lugar más apropiado para sostener el duelo

    41. Tras las maravillas que había contemplado en el palacio, la austeridad del aposento de Roiben debía de haberla decepcionado


    42. Azoth reconoció el artesonado del techo; lo había contemplado antes


    43. El cerduende revoloteó desde su puesto de observación en una rama, desde donde había contemplado la cabalgada de los jinetes


    44. Había preguntado de manera casual a quién pertenecía esa mente tan extraordinaria, y la respuesta fue que se trataba de la legendaria Elsa Kronstadt, en quien se basaba el personaje de una película que había contemplado en la ocasión del hombre del traje oscuro… lo cual hizo que se sintiera aún menos inclinado a importunarla


    45. En aquel momento me hallaba al lado de la pared ornamentada del palacio; a la derecha había un angosto nicho, cuyo interior parecía de obscuridad maciza en contraste con los rayos de Thuria; a la izquierda había un claro, en el que vi en todos sus detalles la criatura más espantosa que mis ojos terrestres habían contemplado


    46. Los otros korsars habían contemplado la terrible escena sin conmoverse en apariencia, y se limitaron a gastar unas bromas bárbaras a cuenta del muerto, al tiempo que aprobaban con murmullos la conducta de Lajo


    47. La tranquilidad de la que hablaba Sherenchesvky se tornó inmediatamente en una profunda preocupación, pues si algo no había contemplado en todo este tiempo era precisamente que Norah no hubiese sido internada de nuevo en el «área determinada para apátridas»


    48. Estoy excitada por lo ocurrido y por haberme contemplado ante el gran espejo del baño: ¡Qué visión tan distinta de mi negativo aspecto la primera vez!


    49. Él la había contemplado con admiración


    50. No, sería fácil terminar viviendo así, del modo hueco que había contemplado en la visión, si dejaba que sucediera con sigilo, un día tras otro











































    1. del otro, laidea que contemplamos en el nuestro


    2. Ramiro y yo contemplamos boquiabiertos cómo los tres se dejaban resbalar losa abajo


    3. Cuando de noche miramos hacia lo alto y contemplamos las estrellas todo lo que vemos está brillando debido a fusiones nucleares distantes


    4. Y contemplamos, impotentes, el expolio de archivos irreparables de nuestra memoria colectiva, como el Museo de Bagdad


    5. º Todos los planetas mayores giran en torno al Sol en la misma dirección, en sentido contrario al de las manecillas del reloj, si contemplamos el Sistema Solar desde la Estrella Polar


    6. Los conseguimos todos y, al hojearlos, recorrimos polvorientos caminos en compañía de aquellas muchachas, nos paramos de vez en cuando para ayudarlas a descargar las mochilas, les rozamos con las manos los hombros cálidos y húmedos, contemplamos puestas de sol entre papayos


    7. Gregor tomó otro trago de bourbon y contemplamos la puesta de sol juntos


    8. Desaté los nudos de unas fuertes correas y los dos contemplamos el nuevo estandarte de la Decimocuarta


    9. Había comido con los gemelos y les había entregado unos pequeños obsequios, pero todos contemplamos el resquemor con que Amhar y Loholt recibieron el afecto de su padre


    10. El Zanahoria y yo, en el puente, uno junto al otro, contemplamos unos instantes la superficie del agua allí donde había desaparecido la llave

    11. Contemplamos la luna en cuarto creciente, que flotaba sobre el parque de Inokashira, y tomamos el último sorbo de Chivas


    12. Nuestra compasión es una compasión más elevada, de visión más larga: – ¡nosotros vemos cómo el hombre se empequeñece, cómo vosotros lo empequeñecéis! – y hay instantes en los que contemplamos precisamente vuestra compasión con una ansiedad indescriptible, en los que nos defendemos de esa compasión -, en los que encontramos que vuestra seriedad es más peligrosa que cualquier ligereza


    13. Llenos de curiosidad, nos inclinamos por encima del hombro de el Viejo y contemplamos el vientre abierto de Heide


    14. Contemplamos la Asamblea durante las siguientes dos horas


    15. Robert colgó el bastidor en la pared, encendió un cigarrillo y lo contemplamos juntos en silencio


    16. Pero la adolescencia es anterior a la solidificación completa, y de ahí que se sienta junto a las muchachas jóvenes esa frescura que inspira el espectáculo de formas en constante cambio, jugando en una instable oposición que nos recuerda el perpetuo crear y recrear de los elementos primordiales de la Naturaleza que en el mar contemplamos


    17. Yo tenía la impresión, acentuada por mi deseo, de no estar fuera, sino de entrar cada vez más al fondo de algo secreto, porque cada vez encontraba allí algo nuevo que venía a situarse a uno o a otro lado de mí, pequeño monumento o campo imprevisto, con el aire asombrado de las cosas bellas que contemplamos por primera vez y cuyo destino y utilidad no vemos bien aún


    18. Esa noche acampamos en una elevada pradera situada en los límites del bosque, desde la que contemplamos un largo y ancho valle de una extensión de más de cincuenta kilómetros


    19. Sentimos su presencia, Kathleen McNeil y yo, mientras estábamos allí, cogidos de la mano, junto a la piedra del sacrificio, y contemplamos cómo una dorada águila se elevaba y se elevaba hasta perderse en el esplendor


    20. Contemplamos con absoluto asombro cómo sometía al esqueleto a diferentes posturas y contorsiones, y movía el puntero de una a otra de sus partes sin la menor muestra de embarazo

    21. Contemplamos la cápsula por uno de los monitores y esperamos


    22. MIENTRAS desde las Altas Octavas de Luz contemplamos los avances del año pasado y entramos en vuestra octava de actividad humana, vemos y sentimos el gran cambio que se ha producido en un año


    23. Los tres permanecimos juntos, en la playa, sobre la arena, entre las piedras, y contemplamos el Thassa


    24. Si contemplamos el gasto social en las transferencias públicas (como las pensiones), o en los servicios públicos del Estado del Bienestar (como sanidad, educación, servicios de ayuda a las personas con dependencia, escuelas de infancia, servicios sociales, entre otros), vemos que está (21 por ciento del PIB) muy por debajo del promedio de la UE-15 (27 por ciento) y muy por debajo de los países más avanzados, como Suecia (29,3 por ciento)


    25. Los tres contemplamos en un silencio absoluto el horizonte abrasado por la aurora, seguros de que tampoco el día que amanece, como los anteriores, sabrá aportar suficiente luz al corazón de los hombres


    26. Ahora, en medio de una gran marea y espoleados por ella, contemplamos el florecimiento de esta cultura de compasión que emerge en ambos mundos a la vez


    27. Chris y yo contemplamos a Vern preparando la bomba mientras Teddy accionaba frenético el manubrio


    28. Coge una caja de cerillas, enciende los trocitos de papel en un cenicero y los dos contemplamos la efímera llama


    29. Juntas contemplamos cómo Fred se aleja por el espacio que queda entre las pegatinas del cristal


    30. Nos contemplamos en silencio

    1. contemplan el horizonte con los barcos mercantes y los cruceros, las vicisitudes de las


    2. Los rostros que contemplan en el fondo de


    3. contemplan lo bello enlas representaciones artísticas, se enriquecen la imaginación,


    4. En el entrepuente se contemplan ansiososlos soldados, sin rechistar


    5. una frase sin comprenderla, y mientrashablan, sus ojazos hebreos contemplan


    6. contemplan las mismas ideas


    7. chino de losque se contemplan el ombligo, con lo cual ella


    8. encantadora aunme parece la discreta fuente que nace en el fondo del arroyo á la quesólo contemplan los


    9. losbebedores contemplan con la boca abierta al intruso


    10. en los últimos años, van abandonando elterritorio: ya tiene el raquero cien Argos que le contemplan, y no

    11. Todos le contemplan con atención y curiosidad


    12. Nolo y Demetria las contemplan con horror y se


    13. se contemplan muchas imponentes y lujosas mansiones conducehasta el cerro, y desde los


    14. Alrededor de cadamesa se reúnen grupos que contemplan los incidentes del paseo,


    15. de atracción que tenía en el olvido, nombres de libros que contemplan los programas de educación del


    16. Y por medio de tus ungidos, que contemplan las decisiones,


    17. Contemplan el globo como una esfera para recorrer, un objeto de artesanía más que artístico, un artefacto como cualquier otro


    18. A continuación los dos hombres pasan casi una hora encerrados allí, discutiendo, pero Bonell y Abad (y los oficiales y guardias civiles que contemplan junto a ellos la escena desde el patio) sólo pueden intentar deducir sus palabras de sus gestos, como si estuvieran asistiendo a una película muda: nadie distingue claramente la expresión de sus caras pero todos los ven hablar, primero con naturalidad y más tarde con énfasis, todos los ven acalorarse y manotear, todos los ven pasear arriba y abajo, en determinado momento algunos creen ver a Armada sacando de su guerrera unas gafas de leer y más tarde otros creen verle descolgando un teléfono y hablando por él durante unos minutos antes de entregárselo a Tejero, que habla también por el aparato y luego se lo devuelve a Armada, por lo menos un guardia civil recuerda que hacia el final vio a los dos hombres inmóviles, de pie y en silencio, apenas separados por unos metros, mirando a través de las ventanas como si de repente hubieran advertido que estaban siendo observados aunque en realidad con la mirada vuelta hacia dentro, sin ver nada excepto su propia furia y su propia perplejidad, como dos peces boqueando en el interior de una pecera sin agua


    19. Johnny y Joyce se contemplan mutuamente en silencio durante un momento


    20. Tanta guerra y tanta matanza en directo impresionan incluso a alguien a quien, como yo, se supone de vuelta ya de todo, y es que, que yo recuerde, mis crímenes fueron siempre rápidos, sin regodeos, un tiro y fuera, casi sin tiempo de comprobar si el tipo era ya un fiambre, mientras que con la televisión, hasta los niños contemplan cómo se mata a la gente con la misma indiferencia que si se tratara de dibujos animados

    21. Pero aunque los desiertos florezcan muy despacio, la hierba brota antes en el suelo que en la mirada de quienes lo contemplan, y por eso tiene que pasar el tiempo, mucho tiempo, para que alguien recuerde un buen día que las manzanas no crecen en la tierra, que las manzanas se caen necesariamente de los árboles, y los niños de primero aplauden a José Ignacio Carmona, y quizás no sepan muy bien por qué lo hacen, pero lo sé yo


    22. Fernandito y Antonio se contemplan a través de la mesa en silencio


    23. Entre sí los asistentes, los dolientes no se comunican salvo en lo luctuoso mismo, en lo terrible que contemplan todos, pero claro está, no pueden menos de saberse juntos, de sentirse de reojo unos con otros en presencia del horror


    24. y luego, allí estaban, inmersos en el mundo marino, no como extraños que lo contemplan desde fuera, sino como habitantes de él


    25. Las dueñas contemplan a Valencia desde el Alcázar


    26. ¿Ves, Isabel? Todos te quieren, así los que están de servilleta prendida en la mesa del Presupuesto como los que ha largos años contemplan lejos del festín las ollas vacías


    27. Quiso ser entero hasta el fin, y afianzarse en la calidad y nombre de cristiano, como el que se sube a la mayor altura para despeñarse con más admiración y sorpresa de los que contemplan su caída


    28. En la puerta del café que hace esquina con la Amargura, frecuentado por extranjeros y marinos, Pepe Lobo y su teniente Ricardo Maraña contemplan en silencio el desfile


    29. Las sendas Denul contemplan todos los aspectos de la curación, puesto que el daño, cuando se produce, lo hace a todos los niveles


    30. Allí hay algunos coches aparcados, cuyos pasajeros han buscado protección bajo el paso subterráneo, y contemplan la fuerza del viento Pasa el tornado y se produce un silencio relativo

    31. Las estrellas se contemplan fijamente y con gran brillo


    32. Incapaces de pronunciar una palabra, todos contemplan cómo el rebaño se pierde de nuevo en la lejanía, mientras va disminuyendo gradualmente el castañear de las pezuñas que hace tan sólo unos segundos llenaba de ecos la garganta


    33. Dos ancianas contemplan la placa de Carew


    34. Pero sólo ven viejas caras que los contemplan desde las ventanas, estas casas están llenas de viejos y de gente entrada en años y el barrio es demasiado aburrido para ellos, como lo es para Annie


    35. De noche el grano no cortado arde misteriosamente en la casa de campo de un amo y, desde las agostadas colinas donde crecen retorcidos almendros, grupos de hombres medio muertos de hambre contemplan las llamas con burlón regocijo


    36. ¡Evitad a todos los incondicionales de esa especie ! Es una pobre especie enferma, una especie plebeya: contemplan ma­lignamente esta vida, tienen mal de ojo para esta tierra


    37. Aunque algunos ajustes numéricos para lograr una precisión análoga se pueden hacer dentro del modelo estándar, muchos físicos contemplan con bastante recelo una teoría que está construida de una manera tan delicada que falla si un número de la que depende se modifica en el decimoquinto dígito después de la coma


    38. Esos hombres que, mientras se va extendiendo la noche, contemplan las fogatas que los esclavos rebeldes encienden en la llanura, tienen cuerpo y compostura de poderosos


    39. Aún quedan tranvías en los que la gente se sienta cara a cara, en dos largas filas que se contemplan con detenimiento, hasta con curiosidad incluso


    40. Una de esas casas que dan envidia a los que las contemplan, que suelen comentar:

    41. Los ojos de todos los presentes, como accionados por un poderoso resorte invisible, giraron en sus órbitas y convergieron hacia el capitán Muñoz, mirándolo con la morbosa fascinación con la que los testigos de una ejecución contemplan a un condenado a muerte al que le quedan escasos segundos de vida


    42. Se contemplan mutuamente con encono y se alejan, cada uno por su lado


    43. De él salen dos hombres trajeados que llevan sendos maletines y contemplan la escena bajo sus sombreros de ala estrecha


    44. ¿Qué es belleza, se preguntó Dekkeret, si no una respuesta aprendida a las cosas que se contemplan? ¿Por qué una pradera es en sí más hermosa que un desierto lleno de guijarros? La belleza, dicen, depende de los ojos del que observa


    45. Siguen reinando largos silencios, durante los cuales Lina aplasta el cigarrillo en el cenicero para encender otro, y, por hacer algo, contemplan el patio o fingen interesarse por lo que ocurre en el pasillo


    46. Los caballeros miden sus fuerzas en viriles juegos ecuestres que imitan los combates reales, mientras las damas los contemplan desde lo alto de las murallas, estimulándolos a combatir y apasionándose ellas mismas por el juego y sus protagonistas


    47. Tal previsión significaba que el proceso constituyente quedaba abierto permanentemente, que el Gobierno podía modificar el reparto competencial entre la Administración del Estado y la de las Comunidades Autónomas sin necesidad de cumplir los requisitos exigidos en los artículos que contemplan la reforma de la Constitución


    48. animales de peluche contemplan con los botones que les hacen de ojos el cuerpo de Cordell ahora


    49. El juego se interrumpe un instante, los cuatro jugado- res se contemplan


    50. Y los profesionales contemplan todas las posibilidades



















    1. desayunábamos en la terraza contemplando el sol naciente sobre la sosegada cernada del mar


    2. Mientras tranquilo el mundo contemplando,


    3. Miré por la ventana, si no lo hacía, me la hubiera pasado contemplando a Thomas todo el camino


    4. Y se la ponía, y no pudiendo refrenar las ganas de salir al balcón,salió con Fortunata, y ambas estuvieron contemplando el alma en pena quese paseaba en la acera de enfrente


    5. Volvió a echarse, y se entretuvo contemplando con errante mirada lasparedes de la habitación


    6. Y consignó uno de aquellos,que «en una de las sesiones oratorias, le sirvió de tema el pueblo deIsrael, y con lenguaje expresivo y sublime enarró las maravillas deaquel pueblo excepcional»: que no era posible decir cosas más hermosas ypoéticas, pero «que cuando el orador se consideró en la cumbre del monteNebo y presentó al pueblo israelita y a Moisés contemplando la tierraprometida, su elocuencia fue nueva, sorprendente, y lo sublime parecíapoco ante aquel espíritu transfigurado por el pudor cuasi divino de lasideas»


    7. Alvar, que llegó á la orilla del Manzanares un pocoantes que los dos más ligeros, vió al tabernero que habíaanunciado la aparición de la ballena al pie de un granribazo contemplando sus cubas, que desaparecían allá álo lejos entre los tumbos de la corriente


    8. La abuela impávida, se acercó lentamente caminando por la vereda, contemplando al grupo silencioso frente a ella, hasta finalmente ocupar al centro, ese lugar reservado para el fotógrafo imaginario, al centro y de frente a la señora


    9. su corazóny contra sus labios contemplando el cual pasaba


    10. un rincón,tímido y sonriente, contemplando los brazos hercúleos, los ojazosinsolentes y las

    11. del camino, y contemplando con cierto arrobamiento el horizonte lejano, las colinas de la


    12. Contemplando la tranquilidad de aquellas santas mujeres, su apacible recogimiento, la vaguedad


    13. creaciones de la luz en el fondo de la cámara obscura; contemplando aquella calma de sus rezos,


    14. Lord Gray, contemplando por el camino tan gran desolación,


    15. deleitaron contemplando enla inmensidad de la tierra las siluetas


    16. Contemplando los lienzos de Juan del Castillo y viendo aquel modo deejecutar un


    17. Alguna vez, al refugiarse en el cuarto del teatro, contemplando


    18. Contemplando esta corriente siempre la misma y renovándose sin cesar, sepierde la noción de la realidad


    19. Contemplando las corrientes de agua regularizadas y reducidasá cajas


    20. Me quedé en el corredor, como una réproba, contemplando la

    21. después mostraron afición a la industria, contemplando en


    22. Don Luis permaneció en el despacho contemplando las


    23. En esto el general Nogueras, queseguía contemplando


    24. viviendo únicamente para sí y contemplando con augustaindiferencia los dolores y las


    25. para estohe pasado los días y las noches contemplando con el microscopio loscerebros


    26. desde el cielo hasta el infierno, ellas habían estado allíaltivas, felices, contemplando


    27. recogimiento de undevoto, se sentaba en un rincón, y contemplando los soberbios


    28. un puerto y percibe el perfume de países lejanos ymisteriosos, contemplando los


    29. contemplando lainfinidad del ser, en la esencia infinita


    30. contemplando los restos del ídolo de su amor

    31. Juan, contemplando a su


    32. anhelantes contemplando lacarrera de sus jefes, el uno fugitivo, el otro corriendo


    33. enpie contemplando con satisfacción orgullosa los prados y los árboles,los


    34. El capataz creía vivir en el mejor de los mundos contemplando


    35. Contemplando el oleaje de cepas que cubría las pendientes


    36. El Jueves Santo por la tarde estaba Gabriel contemplando lo que encierto modo era su obra,


    37. Los niños de las Claverías y las mujeresestaban abajo, contemplando


    38. Hallábanse una tarde asomados sobre las peñas, y contemplando ensilencio, con las


    39. una silla al balcón, me senté, y apoyado en labarandilla estuve contemplando el pueblo y la casa


    40. muelle contemplando el horizonteen actitud de trágica desesperación

    41. Contemplando otra vez las enormes proporciones del buque,


    42. contemplando el mar en la actitudde una actriz que se ve espiada


    43. banco lejosde la luz, contemplando el Océano por encima de la


    44. las horas en absolutasoledad, contemplando el revoloteo de los


    45. distancia, contemplando aNélida con una admiración casi


    46. No pudo permanecer en el jardín contemplando de lejos su


    47. noches y noches, contemplando los astros, de encontrar ladirección apetecida


    48. Glicoteca, contemplando losmármoles de Egina; en el


    49. Permaneció gran parte de la tarde contemplando el mar,


    50. en una piedradetrás de la torre y contemplando el mar














































    1. pero al contemplar la receta y la seguridad del sabor


    2. propone encauzarme en determinada dirección y luego amaina para que pueda contemplar el


    3. contemplar la luna, enorme, que cruzaba una porción de cielo que los edificios dejaban al


    4. detuvimos un instante en el rellano para contemplar la decoración, mejor conservada en los


    5. contemplar su propia imagen tomada desde el ángulo más propicio a la derrisión


    6. contemplar "el beso en la Luna"


    7. - La comunicación indirecta que se lleva a cabo a través de la opinión pública, puede contemplar, reemplazar o influir la comunicación entre los tres elementos de todo el partido


    8. Desde la terraza se sentía la brisa del mar y se podrían contemplar las cálidas playas


    9. Vuelta a contemplar el jardín agrícola en cuyo verdor se destacaban lascabañas de paja con una cruz en el pico del techo


    10. excepción y, por consiguiente, una amenaza ¿Cómo puede el orden contemplar

    11. La divina entre las mujeres refirió cuanto había sufrido en el palacio al contemplar la multitud de los funestos pretendientes,


    12. Apagué la bujía, y de codos en la ventana me puse a contemplar el cielo


    13. peña en la cual te sientas a contemplar la puestadel sol


    14. contemplar las parejas que danzaban en los pabellones


    15. conformarsecon que a él y a su Basilisa les diesen una entrada general de galeríapara contemplar de lejos la gran apoteosis de la eternidad, puesto queél pagaba el billete tanto como el que más y más que casi todos


    16. Vuelve a contemplar en segundos mientras camina por la


    17. contemplar coninteres esas colonias de martin-pescadores, los que saliendo de suscasillas ocultas en los


    18. Desgraciado del que sedesorientara en el laberinto infinito de las grutas paralelas yramificadas que suben y bajan; tendría que tomar la resolución desentarse sobre un banco de estalagmitas, y contemplar


    19. En este barranco, en el cual penetramos con alegría para contemplar enun pequeño espacio el cuadro de la


    20. Con la imaginación podemos ya contemplar la fábrica y los campos que lacircundan tal cual el porvenir los

    21. Para contemplar en toda su majestad una de esas poderosas masas de agua,y comprender que se tiene ante


    22. contemplar fríamente la perdición de supropia viña


    23. Lo que hacía en realidad era contemplar con deleite sus


    24. contemplar en toda su majestad real a la mujer pordelante de la


    25. contemplar el progreso de todos los males! Recuerdo que de


    26. Algunos creían contemplar la vieja gloria de


    27. Parábase de vez en cuando á tomar aliento con pretextode contemplar el valle que se


    28. al contemplar la adoraciónserena de un pueblo por el intérprete


    29. olvidarnos de la extension de losinstrumentos, del aire, y de nuestros órganos: pero al contemplar


    30. Juan gozó en contemplar aquella aparición, goce intenso y

    31. contemplar el aguaantes de beberla


    32. por encima de las paredillas y delas zarzas que la recubren para contemplar á la gentil


    33. Lo abrió, y después de contemplar con emoción sucontenido,


    34. En contemplar el triste aquel suceso!


    35. —Yo creo—respondió Castro sin dejar de contemplar con atención elescaparate frente al cual estaban—


    36. Al pronunciar las últimas palabras, dejó de contemplar el escaparate ysiguió su marcha majestuosa por la acera


    37. piedra, ysentados en ellos los solitarios, podían contemplar


    38. misterios de latechumbre o en contemplar la ciudad y los horizontes, desde


    39. Los diez mil genios detienen el vuelo allípara contemplar la tierra y las ciudades de los


    40. Media, no podían contemplar la montañasin que su imaginación hiciera, vivir seres superiores en los

    41. Acudió el hombre, y lanzó un grito de espanto al contemplar el


    42. recriminacionesde una lucha degradante, no podía contemplar


    43. melancolíadel cansancio, se pusieron a contemplar la luna que apareció en elhorizonte como una


    44. Grazalema recortada en elcielo; al contemplar esta decoración espléndida, me preguntaba:


    45. almohadones hundidos y que apenaslevantaba los párpados para contemplar un


    46. contemplar impasibleeste movimiento de la navegación


    47. contemplar la mayorcelebridad del país, que llegaba envuelta en


    48. delectación al contemplar en tal facha a losmismos señores que


    49. Pronto se cansaron los pasajeros de contemplar la cortina de


    50. familiarizados con el panorama, y creyeron contemplar en














































    1. —Y estoy segura de que piensas en ello… en esas largas noches cuando no hay más compañía que el tictac del reloj y el frío de la habitación, y entonces abres la caja y contemplas


    2. Una vez en lo alto de la Torre Eiffel, contemplas la bella ciudad de París


    1. Contemplo, con la


    2. construcción y mientras contemplo sus cañones poderosos,


    3. El edificio que contemplo sucedió á una iglesia, edificada el siglo XVpor Cárlos VIII, en la cual este


    4. Me invade una aversión indescriptible cuando contemplo la pompa y la ostentación religiosas, unidas a las horribles contradicciones que me rodean por todas partes


    5. Asomado a una oquedad en la que apenas pudiera ocultarse un niño, contemplo una vida de líquenes, de musgos, de pigmentos plateados, de herrumbres vegetales, que es, en escala minúscula, un mundo tan complejo como el de la gran selva de abajo


    6. Contemplo a Morrie mientras lee mi tesina y me pregunto cómo será el ancho mundo allí fuera


    7. Contemplo sus rostros en mi iglesia, desde el púlpito


    8. Cuando contemplo los tres abultados volúmenes de manuscritos que contienen nuestros trabajos del año 1894 debo confesar que, ante tal abundancia de material, resulta muy difícil seleccionar los casos más interesantes en sí mismos y que, al mismo tiempo, permitan poner de manifiesto las peculiares facultades que dieron fama a mi amigo


    9. Contemplo el edificio del reloj, sabiendo que allí se encontraba VJ


    10. No contemplo la posibilidad de que haya otra vida, ni que exista ninguna deidad capaz de ofrecerla

    11. Empiezo a comer y la contemplo mientras se masajea las sienes


    12. Impotente, contemplo cómo dos mujeres que están sollozando son obligadas a arrastrar los cadáveres desde el bosque y llevarlos al otro lado de la carretera


    13. Abro la puerta, lo lanzo al otro lado de la habitación y contemplo con satisfacción cómo los otros dos que están aquí conmigo le arrancan las extremidades una a una


    14. Yo contemplo desde lo alto el globo en su redondez


    15. Cuando contemplo bajo la luz del gas que la colora,


    16. —Me siento en el suelo, contemplo el juego, y voy moviendo las


    17. En la fingida oscuridad que una vez mas contemplo,


    18. Para mí es evidente que las extensiones que contemplo no son otra cosa que mis propias ideas; y no menos claro resulta que me es imposible fraccionar cualquiera de mis ideas en un número infinito de otras ideas; en consecuencia, no son divisibles hasta lo infinito


    19. Estos pensamientos me amargan cuando lo contemplo


    20. ¿Cómo hubiera podido alcanzar sin esos períodos de descanso la edad de que hoy gozo; cómo hubiese podido luchar y abrirme camino hacia la serenidad desde la cual contemplo los terrores de mi juventud y la vejez; cómo hubiese podido llegar a sacar conclusiones de mi como lo reconozco desgraciada o, para expresarlo más cautelosamente, no muy feliz disposición, y vivir conforme a ellas? Retirado, solitario, ocupado en investigaciones, sin esperanzas, aunque para mí indispensables, así vivo, pero sin perder de vista a mi pueblo

    21. Julián las contemplo sorprendido


    22. Con calma y frialdad me vuelvo hacia el mar; contemplo el mundo


    23. Contemplo las reliquias: los lentes, la lupa, el balancín secante, la estilográfica con la goma-depósito reseca… Y la música: sobre el piano convertido en altar los cuplés que fueron frívolos consagran la lírica erótica de una generación, junto a las verdes partituras clásicas en la edición Peters con baladas de Chopin o sonatas mozartianas… Y el Islam en el estante-retablo: un tomo de roja cubierta me recuerda inmediatamente el único modelo que en este momento puedo dar por compañía a la Odalisca: la traducción por Massignon de 'al-Hallaj'


    24. Contemplo la ropa y me pregunto qué significa


    25. La contemplo hasta que desaparece tras la esquina de un edificio


    26. Paul contemplo asombrado un gato disecado en el acto de atrapar un gorrión al vuelo, también disecado


    27. Durante una hora todo el mundo corretea por la hierba, algunos juegan con los juguetes de Grayer, otros tan sólo se persiguen entre sí, mientras yo contemplo el océano recubierto por la niebla


    28. En buena medida, seguir adelante es confiar en la aparición de otras desconocidas y ansiar la tarde en que Águeda se acercará por mi espalda mientras yo contemplo, de nuevo, una remota fiesta de cumpleaños


    29. Cuando contemplo mis ojos y veo mi cara en el espejo que hay en la parte interior de la tapa, pienso y deseo que se queden ahí y que se encuentren con los ojos de aquel que un día encontrará este estuche y lo abrirá


    30. Contemplo, mientras escribo esto, un hermoso dragón de porcelana azul que imita el arte de alguna dinastía perdida de los chinos (una bisutería que ni siquiera me pertenece: estaba aquí cuando alquilé la casa)

    31. Contemplo las aves marinas


    32. Me despierto a las tres de la madrugada, enciendo la luz, me incorporo sobre la cama y contemplo el teléfono a la cabecera


    33. Luego extiendo los dedos y contemplo las palmas de las manos


    34. Él contemplo el lío del otro lado de la mesa


    35. Contemplo los tres gigantes contemporáneos de Terra, China, Rusia, América


    36. Löwe movió la cabeza y contemplo un cadáver desnudo que vacía en la cuneta


    37. Contemplo la posibilidad de casarme contigo, pues eso daría una solución a la propiedad del dominio, a la vez que pondría fin a los rumores sobre el peligro al que sometes a los hombres


    38. Sebastián la contemplo mientras ella reparaba en el modo en que los soldados les abrían un camino despejado


    39. Antes de cerrar la puerta contemplo a los dos hombres, dos muchachos que recorrieron un camino muy largo para cumplir un sueño


    40. Por lo tanto, contemplo el futuro con grandes esperanzas y con el convencimiento de que puedo ayudarlos a alcanzar grandes objetivos

    41. Ella lo contemplo, sin tocarlo


    42. ¿Y en efecto con qué ojos podía verse tras el telón de una escena donde antaño había representado el primer papel? «El padre de este príncipe -podía decir-, entraba antes conmigo en esta misma ciudad… donde nada se hacía sino obedeciendo nuestras órdenes; y ahora, triste, apartada, como la más simple burguesa de París contemplo un triunfo que sólo me recuerda los míos para llorarlos


    43. Pero cuando contemplo una masa informe de fealdades y enfermedades, así del cuerpo como del espíritu, forjada a golpes de orgullo, ello excede los límites de mi paciencia, y jamás comprenderé cómo tal animal y tal vicio pueden ajustarse


    44. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga


    45. Contemplo el muro de luz


    1. Los que la contemplábamos, mientras


    2. Mientras esta operación tenía lugar,Alejandro y yo contemplábamos desde lejos,


    3. Un momento de silencio, mientras todos contemplábamos el piso


    4. Es decir, no contemplábamos tanto los cuadros como las personas en ellos representadas, que nos parecían tan presentes como si estuvieran vivas


    5. ¡Era un enemigo jurado del automóvil! iY de todo el progreso técnico! Pero conseguí hacerle cambiar de idea… El mejor recuerdo de mi vida es el de las semanas de vacaciones que organicé con él, Burroghs, y mis otros maestros y amigos más queridos, el gran Edison, y Firestone, el de los neumáticos… Viajábamos en caravanas de automóviles, a través de las montañas Adirondacks, las Alleghany, dormíamos en tiendas de campaña, contemplábamos los atardeceres, las auroras sobre las cascadas… Entrevistador: ¿Pero no piensa que una imagen como ésta… respecto de lo que se sabe de usted… el fordismo… es ¿cómo decirlo? ¿una desviación… una evasión de todo lo que es esencial? Henry Ford: No, no, esto es lo esencial


    6. Desde esa terraza contemplábamos ese hermoso cielo que sólo existe en el hemisferio Sur, con la Vía Láctea y millares de estrellas


    7. La noche anterior, mientras contemplábamos la televisión en su cuarto del motel, se dio cuenta de que su política se hacía confusa


    8. Todos contemplábamos emocionados el triste estado en el que este héroe tan digno de admiración se encontraba


    9. Contemplábamos los errores del pasado para aprender de ellos y procurar que no se vuelvan a repetir


    10. Remontá bamos el Gran Canal en góndola, contemplábamos cómo los palacios entre los que pasábamos reflejaban la luz y la hora en sus costados rosados y cambiaban con ellas, más que como viviendas privadas y monumentos célebres, como una cadena de acantilados de mármol al pie de la cual vamos a pasearnos en barca al anochecer para ver la puesta de sol

    11. Ante nuestra vista había pocas cosas – por no decir ninguna que recordaran el siglo diecinueve, y mientras contemplábamos el río, iluminado por la clara luz del sol, casi podíamos imaginar que entre nosotros y la mañana de julio de 1215 – de eterna memoria – no había transcurrido lapso de tiempo alguno y que nosotros, hijos de los guerreros montañeses, vestidos con toscas estameñas, con el puñal al cinto, nos encontrábamos allí para presenciar la sorprendente página histórica cuyo significado fue transmitido al resto de la humanidad, unos cuatrocientos y tantos años después, por un tal Oliverio Cromwell, que la estudió muy detenidamente


    1. Eché el pañuelo en la papelera y, mientras aguardaba la luz verde del semáforo, contemplé


    2. contemplé, mientras llegaba a casa, la estación en obras y los


    3. Contemplé con decisión el suceso y reconocí al


    4. En Estrasbrugo la tenebrosa, donde mil veces contemplé la bóveda rosada y el ábside macizo de la catedral, nunca había experimentado un sentimiento comparable: la mujer que representaba a la Iglesia en arenisca tenía los rasgos demasiado duros para producir emoción alguna y yo prefería incluso la estatua que aquella tenía delante, la Sinagoga de ojos vendados, de rostro más dulce y radiante que el de la inmensa institución: no era más que un corazón de piedra en lugar de un corazón de carne


    5. Contemplé todo lo que se hacía bajo el sol, y he aquí que todo es vanidad y tormento de espíritu


    6. Sosteniendo el broche en mis manos, lo contemplé con detención


    7. Entonces contemplé ese punto y vi el origen, el primerísimo acto de la creación


    8. Lo contemplé, fascinado: visto desde fuera parecía un espacio verde en cuyo centro se divisaba un edificio muy sencillo, enteramente reconstruido después de la guerra


    9. Contemplé a Arthur y una ternura agónica ate­nazó mi corazón


    10. Dejé de hablar y contemplé al hombre alto y delgado

    11. Contemplé la tapa mientras se alzaba


    12. Contemplé las imágenes de mi madre muerta


    13. Acudí al rincón junto al Pan Pacific y contemplé el desfile


    14. ; el otro detenido que había ido en el otro coche y cuando contemplé su rostro lancé una exclamación de sorpresa


    15. Contemplé las primeras estrellas en el crepúsculo


    16. A lo lejos, unas siluetas bulliciosas se apiñaban junto a la cristalera rota de palacio, pero entre nosotros y aquellos confusos mortales se extendía la noche, y contemplé a Armand con indiferencia


    17. Y cuando subí los escalones, encontré abierta la verja y contemplé los campos que se extendían hasta los árboles en completa quietud


    18. Contemplé el pan y la copa de vino


    19. Me incorporé, apoyando una mano en el lararium, y contemplé las telarañas y los árboles del patio, visibles bajo el sol que trepaba por el cielo


    20. Los pequeños lirios blancos crecían salvajes y contemplé los vetustos olivos con unos maravillosos troncos retorcidos, por los que a los niños tanto les gusta trepar

    21. Alcé la cabeza y contemplé las estrellas


    22. Contemplé el jardín que se extendía en la parte de atrás de la villa


    23. Con el frío del miedo en el corazón contemplé la enorme llanura salpicada por las manchas verdes de los juncos


    24. Encontré el Risco Negro sobre el que había visto al vigía solitario y desde su cima dentada contemplé las melancólicas lomas


    25. Durante un largo rato contemplé aquel universo desierto, hundido en un silencio infinito, inundado de sol por una razón misteriosa


    26. Los contemplé un momento, aparentando haber olvidado a Corso, y después me volví hacia él


    27. Me bajé del coche y le contemplé mientras se alejaba


    28. Contemplé la larga lista de comandos de la pantalla en la que figuraban todas las tablas del ordenador de mi oficina con todos los nombres de usuario del ABD, bajo los cuales se había creado cada tabla


    29. Sentada en el borde de la cama, contemplé el contestador mientras la bilis me subía por la garganta y el corazón me golpeaba con fuerza las costillas


    30. Durante un largo instante contemplé las peculiares manifestaciones de la personalidad de Jennifer Deighton

    31. Me asomé por encima del muro y contemplé las aguas oscuras y agitadas


    32. Lo hice y contemplé cómo dejaba la bolsa en la cinta transportadora


    33. Y sucedió que en el año treinta… estando yo en medio de los cautivos…, contemplé visiones de parte de Dios


    34. contemplé el sol, que estaba ya en su ocaso


    35. —Lo intentaré —juré, y la contemplé tristemente mientras iba hacia la esquina y desaparecía de mi vista


    36. Contemplé el altar y fue como una especie de viaje mental en el tiempo: me vi, siendo Kim, junto a Alex, que me ponía el anillo, y recordé el beso que me dio


    37. Las aguas termales me ayudaron, aunque mientras las tomaba contemplé el espacio con expresión sombría


    38. Eché la cabeza hacia atrás y contemplé el cielo con expresión sombría


    39. Una vez más, me detuve y la contemplé


    40. Y el ojo del tiempo se abrió por quinta vez y contemplé en mi visión a un hombre doliente y entristecido

    41. Desde lejos contemplé una nube negra que cubría la tierra


    42. Y lo contemplé ávido, intentando descubrir el cinismo y la imaginación poética que no había sido capaz de detectar en las anteriores y numerosas conversaciones


    43. Todos los pukao son de escoria roja procedente de una única cantera, Puna Pau, donde (exactamente igual que los moai del taller de moai de Rano Raraku) contemplé algunos pukao inacabados y otros ya acabados a la espera de ser transportados


    44. Contemplé con asombro que mantiene bajos los costes y gestiona la explotación entera sin ningún empleado a tiempo completo que no sea él mismo, pastoreando sus varios miles de ovejas desde su motocicleta y acompañado de unos prismáticos, una radio y su perro


    45. ¡Resolvedme, pues, el enigma que yo contemplé entonces, interpretadme la visión del más solitario!{286}


    46. Tuve ganas de gritarle que me hiciera el amor, que nos casáramos, que tuviéramos un hijo o que adoptáramos a un huérfano, que compráramos una mascota y una caravana y que nos dedicáramos a viajar por California y por México, supongo que estaba un poco borracha y cansada, ese día seguramente el trabajo había sido agotador, pero no dije nada, sólo me removí inquieta en mi tumbona, contemplé el césped que yo misma había cortado, bebí más vino, esperé las siguientes palabras de Jack, las que por fuerza tenían que seguir, pero él no dijo nada más


    47. Me contemplé; seguramente, la mayoría del pigmento había desaparecido al frotarse mi cuerpo contra la vegetación a través de la cual me habían arrastrado, y mi piel era ahora una mezcla de líneas blancas y negras manchadas de sangre


    48. Tomé asiento en una de las sillas y contemplé el tablero en un intento por descifrar algún posible mensaje en torno a la distribución de aquellas pequeñas piedras blancas y negras, pero mi conocimiento del juego era demasiado rudimentario


    49. Me puse de pie y contemplé el rostro de Motecuzoma, relajado y tranquilo a pesar del chichón que empezaba a salir sobre su frente


    50. Al cabo de cuatro semanas, las únicas estrellas que contemplé fueron las que aparecían durante la noche mientras yo estaba en el patio trasero, muerto de frío, limpiando las manchas de grasa de las pelucas








































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    contemplar in English

    contemplate look on watch consider ponder think about reflect on

    Sinônimos para "contemplar"

    mirar atender vigilar examinar ver acechar admirar meditar especular considerar reflexionar complacer juzgar