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    Use "decidir" em uma frase

    decidir frases de exemplo

    decide


    deciden


    decides


    decidido


    decidiendo


    decidimos


    decidir


    decido


    decidí


    decidía


    decidían


    decidías


    decidís


    1. ahogan y es entonces que decide cometer el error de los


    2. DC/ esas son opiniones humanas, y sobre las tres referencias que menciona, son decisiones humanas, el hombre decide ser fracasado, ser acomplejado y ser resentido, al igual que la ignorancia, se decide ser ignorante


    3. Aquí enciende poderosa pasión en el pecho del mayordomo del duque, yarrastrado por ella se decide al fin á declararse, recibiendo porrespuesta una rotunda y desdeñosa negativa


    4. ningún animal, decide promover unas leyes de protección a los animales que


    5. aconsejan, predican con el ejemplo sin imponer y luego cada cual decide qué es lo


    6. astronautas están en el espacio, cogidos de la mano y uno de los dos decide empujar


    7. Qué pasa con la familia cuando uno decide dar el cambio


    8. 9) La creencia en que en una sola vida se decide el destino del espíritu por toda la


    9. en el desarrollo del plan evolutivo, y es cada espíritu es el que decide si quiere o no


    10. Así que, cómo podemos tener miedo de oponerse e incluso si un día nuestra madre decide no dar la bienvenida a más en sus brazos para dar a nuestro sitio a otros?" Un amor espiritual intensa, en esas palabras, me llena el corazón

    11. tanto, decide que es absurdo vivir y se quita la vida sin decir


    12. momento en que una persona, sujeto 1, decide comprar


    13. si la editorial decide endurecer las condiciones de uso de la


    14. de quien decide, inscribiendo en cada origen, quién ha de ser el autor, el


    15. Pero la frase persiste en mi pensamiento y sin mi autorización, decide


    16. 18 se decide á favor de esta opinion


    17. en medio del bullicio creado por el pollito, nuestro hijo decide dor-


    18. -para el creador y para el amante-, el mundo se decide en cada instante


    19. Uniéndose a la pared de la unidad Grailem decide esperar hasta el final de la jornada de trabajo antes de hacer sus propias modificaciones


    20. La Conferencia Episcopal de Costa Rica decide mantener una radioemisora en la

    21. En base a estos resultados, se decide rechazar la hipótesis


    22. En diferentes proporciones, el SI’ Cósmico es como el Yo espiritual profundo que es todo uno con nuestro ser (psíquico y corporal) y lo habita en cada pequeña parte y que, en lugar de construir un ser dividido en componentes opuestos entre ellos, constantemente decide construir un ser íntegro y unificado en su totalidad


    23. Dicha elección es tan radical que empuja a Ulises a decir, después que Calipso le habla de las muchas penas que aún le esperan si decide partir: Pero si tu inteligencia conociese los males


    24. En segundo lugar, la plegaria es la acción que decide hacerlas piruetas, es decir cumplir la transformación y hacer que sea posible lo que antes era imposible hacer


    25. Dios decide y el hombre tiene solamente que obedecer


    26. Pero decide sufrir en silencio y ésta es un tipo de decisión que hace de un hombre un héroe y un modelo para imitar


    27. Y cuando decide confiar ciegamente, tiene que enfrentar aún un cierto número de sacrificios


    28. El oficial Thelnir decide antes de seguir con su atención


    29. decide dar las órdenes oportunas a la formación principal de


    30. El oficial Nhindor decide ordenar a una unidad de

    31. clasificación consecuentes y que decide son las más correctas


    32. todo cuanto decide en sus operaciones tácticas de combate y


    33. ¿Qué decide Nhara?


    34. oficial y se decide por el momento en pocos minutos por un


    35. Google decide poner su experiencia al servicio del libro y lanza unaversión beta de Google Print en mayo de 2005


    36. Tras unadisminución de las ventas, la sociedad decide diversificar susactividades


    37. En febrero de2005, Sony decide retirarse del mercado de las PDA


    38. Pero las ventas siguen siendo poco concluyentes y Gemstar decide ponerfin a sus actividades eBook


    39. dispón, decide lo que quieras; paso por todo,¡pero mía, mía para


    40. Introdúceseel desórden, Aníbal maniobra con destreza y lavictoria se decide en su favor

    41. Sólo cuandoyo insisto con empeño, se decide


    42. decide por la infantería


    43. partes en ruidosas carcajadas: los amigos defiendenel terreno; pero una llave decide la


    44. encontrado un lugar de su agrado y se decide generalmente ala puesta del sol


    45. Decide los nacimientos y las defunciones,el infortunio, la desventura, la gloria y la


    46. decide a todos por el ataque contra el enemigoinmediato


    47. decir con precipitación, como quien se decide aproferir una cosa que le ha preocupado


    48. juego a la guerra:dícese de ambos que los decide la suerte y el destino; pero harto sabenlos


    49. A causa del déficit delcuarto trimestre de 2000, Amazon decide reducir sus efectivos en un15%, lo que se concretiza con el despido de 1


    50. "En efecto el MIT decide publicar el contenido de sus clases en línea,con acceso libre y gratuito, una iniciativa que se llevó a cabo con elapoyo financiero de la Hewlett Foundation y de la Mellon Foundation











































    1. guardias del príncipe deciden efectuar una inspección previa


    2. Normalmente lo deciden los propios espíritus que van a encarnar de mutuo acuerdo,


    3. computadoras llegan a un acuerdo y deciden cómo (orden de


    4. estará vigilada y, si deciden opinar en contra de un gobierno


    5. Casi siempre son lasfaldas las que deciden quién se ha de sentar en los coros de lascatedrales


    6. públicos vigentes que informan de todo cuanto deciden los


    7. deciden evaluar la actividad y capacidad de la armadura


    8. En el año 2000, todos los fabricantes de PDA deciden integrar unsoftware de lectura en su máquina,


    9. impresiones muy vivas,que ejercen grande influencia sobre el curso desus ideas y deciden de sus


    10. promesas, deciden a un pobre diablo a dejarse cortar endos

    11. no olvidará los principios que deciden suuso


    12. Deciden entonces presentar imágenesen formato reducido, con posibilidad de hacer clic en ellas paraobtener un formato más grande


    13. La división de estas provincias la deciden la dirección delas corrientes que se deslizan por las pendientes del Sungay


    14. Pues ellos deciden la suerte de todo, ya se trate de la ley, de los bienes o del derecho


    15. Se dividen las familias, maridos y mujeres deciden no hablar del asunto, viejos amigos dejan de hablarse


    16. Cuando las hembras y los varones deciden que una cara es bella, ¿consideran la simetría como un factor importante? Y si es así, ¿por qué motivos: como indicadora de buenos genes, o de buena salud?


    17. — ¿Y si la Unidad ansioniana de Comunidades y villas, a consecuencia de tus acciones, deciden seguir adelante con el movimiento de secesión y el resto de los planetas aliados les siguen


    18. —Sí, o eso, o les ven como abominaciones en contra del orden natural de las cosas y deciden matarlos


    19. —¿Y si los bárbaros deciden pasarlo por alto y buscar un paso más hacia el sur?


    20. El señor de la tierra de Jemet decide, finalmente, entregarles una tierra, pero los leprosos y los indeseables, en lugar de experimentar alivio y gratitud por la libertad concedida y el obsequio otorgado, deciden declarar la guerra a todo el pueblo

    21. Por fin se deciden a hablar en mi presencia de lo que, desde hace una semana, piensa todo el mundo


    22. Karawal no ignoraba que estos animales no se deciden nunca a cruzar un río por pequeño que sea, porque tienen a la mojadura la misma aversión que los gatos


    23. Los hombres encogidos como él, cuando se deciden a declararse, tiemblan, sus ojos se llenan de lágrimas, tartamudean algunas palabras torpes… pero puede creérseles… toda esa timidez revela la pureza de un sentimiento que no saben fingir… Pero los hombres como Enrique, son abismos en los que es difícil adivinar lo que hay


    24. Dos años tardaría don Juan de Austria en terminar con la rebelión, y después, en vez de expulsar a los moriscos, Felipe II y sus consejeros deciden diseminarlos por el interior de Castilla


    25. Estarás con jóvenes de casas nobles que ingresan en el monasterio para completar su educación, y llegado el momento, si deciden entrar en religión, toman los votos menores


    26. Deciden vender el departamento y el consultorio médico que poseen en Vigàta, pero la recaudación de la venta la destinan al amigo cura para que atienda a las primeras necesidades de la joven madre


    27. Los infantes deciden afrentar a las hijas del Cid


    28. Tenía delante de mí una de esas infernales coincidencias que deciden a los criminales vacilantes, y a veces hasta a los justos les impulsan a escandalosos y horribles pecados


    29. Cuando los antiguos tasmanios me convoquen, si deciden convocarme, yo estaré lista y escribiré lo mejor que pueda


    30. Al contrario, los londinenses le reconocen en el acto como uno de esos extranjeros que por razones que ellos sabrán deciden vivir en un lugar al que no pertenecen

    31. Esa cifra la deciden las compañías recaudadoras, pues tienen que hacer sus ganancias antes de abonar al Tesoro lo contratado


    32. Frente a ella, con una rodilla y una mano en el suelo, parecido a esos boxeadores que no se deciden a ponerse en pie mientras el árbitro cuenta ocho, nueve, diez, estaba Rochefort


    33. Abrumados por la violencia del asalto, por el griterío y el aspecto de los corsarios, los de la tartana no se deciden a oponer resistencia


    34. Los astrónomos aún no deciden cuál es el significado de esto


    35. Enzimas, vitaminas, oligoelementos, ¡de qué forma tan poderosa estas sustancias diseminadas deciden sobre la vida o la muerte de los tejidos en el organismo! Pero existe un cuarto grupo de sustancias que, de algún modo, es aún más potente


    36. Después de una serie de similares encuentros, los dioses finalmente deciden en contra de Set y afirman que Horus ha de ser el gobernante entre los vivos, mientras que Osiris lo será entre los muertos


    37. –La deciden los jefes, la hace el pueblo, la mantiene el ejérrcito, la consolida la burocracia


    38. No han de unirse personas con señales de linaje opuestas, y por eso se habla más de ello en las Asambleas Estivales, cuando se deciden uniones y se celebran las ceremonias matrimoniales


    39. –¿Quiénes deciden qué Zelandoni es el Primero Entre Quienes Sirven a la Madre? – preguntó Jondalar-


    40. Deciden seguir trabajando durante todo el fin de semana, y al miércoles siguiente (el mismo día que Eva entra en una tienda de fotocopias para componer el cartel con el cual difundirá la noticia de la desaparición de su marido, que también resulta ser el día en que Rosa Leightman vuelve a Nueva York y escucha los mensajes de amor de Bowen en el contestador automático) la creciente preocupación de Nick por la salud de Ed se transforma finalmente en angustia declarada

    41. –Esos cabrones son los que deciden allí las cuestiones, lejos de este país de mierda, y perdóneme la expresión, pero es que no tienen ni la más puñetera idea


    42. –Seguro que las deciden una panda de maricones -dijo el autoestopista con un gruñido-


    43. – Básicamente me ayudaba a evitar insultos accidentales; detesto ofender a los clientes de pago, por si deciden recortar mis honorarios-


    44. Esos crímenes que se deciden en


    45. deciden completar una silla vacía con el nombre de un asistente que


    46. Y recuerde: en principio no habrá más comunicaciones… Por cierto -le advertí con un énfasis que no dejaba lugar a dudas-, si su gente cambia de actitud y deciden la suspensión del proyecto, no podrán reclamar la primera parte del pago


    47. En esos momentos deciden caminar por el eje central de la basílica, al encuentro del reclinatorio que se alza a 140 pasos, frente a la barandilla que circunda la supuesta tumba de Simón Pedro


    48. Por los motivos que sean deciden eliminarlo


    49. Allí hay unos jóvenes que están pirados, les llaman los hikikomori (término que en japonés significa «encerrarse», tal como explicaba el señor que hacía los comentarios): un buen día deciden POR VOLUNTAD PROPIA encerrarse en una habitación de la casa ¡y no salir más! Me ha dejado pasmada


    50. De modo que deciden vivir una regresión para detener el tiempo, huir de las responsabilidades de la vida de adulto; y a veces la regresión va tan lejos que se convierten casi en animales, atacan a sus padres cuando quieren entrar en su habitación, comen con los dedos y se revuelcan en sus excrementos (¡en los casos extremos, claro!), imagínate











































    1. Entonces vas a ver los libros, pasas dos o tres días en esas salas oscuras y decides tu estrategia


    2. El sol brilla en la entrada y decides salir afuera


    3. Si decides quedarte en casa y seguir trabajando con el tío Ted


    4. Mimì, tú sabes bien que yo no presto atención a ciertas cosas, pero, bueno, si decides no aparecer por la comisaría, lo menos que puedes hacer es avisarme


    5. –Cuando decides casarte, debes solicitar la comprobación de que no existen impedimentos para la boda


    6. Si quieres colaborar con nosotros serás bien recibido, si decides que no estás dispuesto a hacerlo, cada uno seguirá por su lado


    7. Si decides hacerlo


    8. Te detienes un buen rato delante del telefonillo hasta que decides apretar el botón


    9. Por ejemplo, en el caso de Ottla: "con ella es imposible hablar, en seguida le salta a uno a la cara"; eso acostumbras a decir, pero en realidad ella, por principio, no ataca; confundes el asunto con la persona; es el asunto el que te ataca, y tú decides inmediatamente acerca de él, sin reparar en la persona; lo que después pueda alegarse sólo conseguirá aumentar tu irritación, pero jamás convencerte


    10. Tú decides el castigo

    11. Si te decides a escribirme, hazlo a la oficina de correos de Windhoek


    12. No sabes escuchar, y decides basándote en lo que sabes


    13. –Mientras los soldados están sentados a la mesa -dijo Bego-, un notable del reino tiene información interesante que, si decides prestarle atención, será objeto de un consejo de guerra


    14. Pero si usas la intuición decides que las posibilidades son de 50 y 50, porque crees que hay igual número de posibilidades de que el coche esté detrás de cualquiera de las puertas


    15. Una vez te decides, no es difícil


    16. Mientras que seguir las meditaciones de otro filósofo es como introducirse en una mina excavada por otros: trabajo duro en un lugar oscuro y frío, y doloroso si decides hacer zig donde deberías hacer zag


    17. ¿Ahora te decides a hacer algo estúpido y suicida? ¿Ahora, cuando finalmente vales para algo, decides echar a andar y congelarte?


    18. Sea lo que sea, si decides que quieres ir con uno de los de Igualdad


    19. Y estoy seguro de que nos las arreglaremos con los muebles que hay esparcidos por la casa, si es que decides mudarte, claro


    20. Pero, ¿y si decides quemarnos con un arma?

    21. ¿Por cuál te decides?"


    22. –Tú eres el jefe de los auxiliares y tú decides


    23. –Tú eres el guía turístico, ¡tú decides! – dijo Grace, mientras veía un tranvía azul con un anuncio grande de Adelholzener en el techo


    24. Tú decides qué quieres hacer y con quién hacerlo


    25. Entonces, una de dos: o decides vivir materialmente lo mejor posible, o te drogas de trascendencia y te haces religioso como Núñez, Vilaseca, Biedma o Santa Teresa de Jesús


    26. ¿Por qué no te decides? Dime el precio, nadie nos oye


    27. ¿Por qué te entretienes? ¿Qué significa este palpitar de tu corazón? ¿Qué sentimientos lo invaden y lo oprimen? ¿Por qué no te decides ya? Llevas el puñal sobre el corazón, llevas la máscara, llevas el abanico en la mano… ¿Qué te sucede, Giacomo? El malabarista suele marearse así cuando mira a la multitud desde las alturas, encaramado sobre los hombros del último hombre de la torre humana, buscando unos ojos familiares en el desconocido mundo del público… ¿Qué te preocupa? ¿Qué recuerdos te invaden? Cálmate, corazón, deja de palpitar de forma tan salvaje


    28. —Tú decides lo que haces con el cuchillo


    1. Alfonso X, el Sabio y el ilustrado, fué, de todoslos príncipes de su época, el más decidido protector de las ciencias, yel que con más celo fomentó los progresos nacientes


    2. Laborioso, paciente y muy erudito, proponía comomodelos únicos, dignos de imitación, las obras clásicas de la antigüedady de los franceses, insistiendo en la necesidad de escribir conclaridad, pureza, elegancia y corrección; sostuvo con Bodmer largos añoscontinuas y acres polémicas literarias, porque este decidido partidariode Milton y Shakespeare miraba la crítica de Gottsched como pobre,dañosa y estrecha, creyendo que la imaginación del poeta debía campearmás libremente, dando la preferencia al fondo de sus obras sin cuidarsede su forma


    3. Continuó diciendo el cabrero que, encerrada Leandra, pues ya qué carajo, que entonces él con su amigo Anselmo resignadamente había decidido aunar esfuerzos, arrancando a purgar su burla juntos por los pajales en que ahora se encontraban, a criar y vacunar ovejas y a oír berrear chivos todo el santo día


    4. musulmanes habían decidido no oponer la menor objeción a la dieta del país que les acogía, al


    5. ello estaba decidido desde hacía tiempo, pero quedaban todavía unas postreras gestiones, las


    6. desapareció de mi vista, otro gallo cantaría, pero los dioses lo habían decidido de otra manera


    7. hubiera decidido organizar esta expedición a las entrañas de la tierra con un grupo formado


    8. los sexos para encarnar, eligiendo el alma gemela el sexo contrario, si han decidido


    9. Existen muchos espíritus que han decidido dar el paso de avanzar y por


    10. instintos, y buscar un camino propio, decidido por su voluntad, a través del

    11. En el caso de la encarnación de los hijos puedo entender que esto sea decidido


    12. culo, lo había decidido


    13. De ahí que se necesita un decidido esfuerzo para desarrollar la conciencia y la capacidad de la sociedad, sobre los procesos de la comunicación y de la información, a fin de lograr el acuerdo popular sobre el cual se sustenta toda política democrática de comunicación


    14. Era como la sombra de Leticia, desde que Pepe Guzmán sehabía decidido a ser la de Verónica


    15. Sin pensaren sí, sin detenerse, dirigióse á la casa ygracias á su traje elegante y á su aire decidido, pudofranquear facilmente la puerta


    16. Contrario a lo que sucede hoy, deberían ir de la mano de un aumento decidido de la oferta pública de servicios


    17. Era suespecialidad un terrible aborrecimiento á Dios y un decidido


    18. menossuscitar dudas sobre el punto decidido, en cuyo caso


    19. antes quería abandonar tan decidido y alfin, levantándose,


    20. Ulises de seguro ha tomado esta decisión cuando estaba en la isla de Calipso y cuando ha decidido abandonarla enfrentando el mar abierto a bordo de una balsa rudimentaria

    21. Estaba decidido: abominaría del mundo y sus «vanas pompas»;se retiraría a un desierto, sería


    22. Por ello a decidido aceptar la oposición declarada de estos 20


    23. realidades pero con un objetivo algo distinto del decidido


    24. deoriente frente a la puerta de Palacio, y si no estás decidido a


    25. —Se corre que se casa con ella, que ya está decidido el matrimonio


    26. —Sí—dijo Juan, decidido a no enojarse por las indiscreciones del cura


    27. Y una vez decidido, se entró de rondón en la portería delas Descalzas Reales, á


    28. —De suerte que Doña Blanca es quien ha decidido el casamiento de Claracon D


    29. La rectitud de la conciencia de Doña Blanca y sus severos fallos,hallando un leal y decidido ejecutor en D


    30. Cuando supo Clara que Lucía y el Comendador habían decidido casarse, sealegró en extremo

    31. excitadoel entusiasmo de la asamblea y de los espectadores,y se haya decidido una votacion con


    32. de la villa, y del cual era elteniente grande y decidido protector


    33. algún tiempo se había decidido por losdel Camarote


    34. corte y en la política, estaba decidido apasar el verano en Sarrió


    35. decidido de la libertad


    36. por más, que ella hubiera decidido quitarse la viday lo hubiera


    37. suyo, estaban allado del Conde ambicioso y decidido


    38. más que un calavera; en una palabra, la suerte de más de un pueblose ha decidido a


    39. decidido a mantener nuestra relación en secreto


    40. confiado en la fidelidad y constancia de su amada, y decidido

    41. otra dama en su tertulia, y aun gustaba de ello,era porque había decidido y decretado casarla con


    42. quedaban, se había decidido aemprender el galope


    43. Parte decidido a concluir la insurrección,para lo cual no


    44. derechos de madre, yque él estaba decidido a llevar la


    45. Estaba decidido a


    46. joven Lázaro un creyente decidido


    47. —Pues lo grave es que el Gobierno está decidido á que no hayaprocesión


    48. No te llame la atención: estoy decidido


    49. y salí decidido a entendérmelas con aquel guapo


    50. que existía en aquel cuerpecillo, ligero comouna hada y decidido como un húsar










































    1. en juego, aparte de que su presencia en España se está decidiendo en el tablero durante la


    2. cuestiones cruciales se están decidiendo ahí fuera y ahora


    3. momento la más completa indiferencia enpunto á religión, hablando y decidiendo en


    4. En el momentomás grave de mi vida, cuando se estaba decidiendo mi salvación ó


    5. Autoridades a las que jamás les interesó el papel (ón) que estaban haciendo en el ámbito de las comunicaciones decidiendo cortar la vocación de quienes desean estudiar periodismo


    6. Autoridades de una universidad casi democrática decidiendo por quienes debieran, al menos, estar enterados de las alternativas en la mesa


    7. A pesar de que se reunieron varios de ellos en consulta, y declararon que la gangrena comenzaba, decidiendo cortar la mano aquel mismo día en la tarde, me opuse terminantemente y tuve que echarles en cara su falta de ciencia y mandarlos a paseo


    8. Acabó decidiendo que por arriesgada que pudiera ser la situación, sería mejor no intentarlo


    9. Entrenado en la Marina en el pilotaje de los Cobra, Mac había sobrevivido a la locura de Vietnam decidiendo por su cuenta cuándo, dónde y si era el momento de librar una batalla


    10. Palpó los pantalones, decidiendo bajarlos a la planta baja para ver lo que contenían

    11. –Tenemos un «212» en calidad de préstamo, en Bandar Delam -dijo, decidiendo jugar sobre seguro, maldiciendo a Valik en su fuero interno y esperando que Tom Lochart se encontrara, bien en Bandar Delam o a salvo de regreso a casa-


    12. –Recordé que tú resolviste tu relación con Rob haciendo frente a todos tus fantasmas y decidiendo dónde estaba lo auténtico


    13. De nuevo una pausa, y Sibylle supuso que el comisario estaba decidiendo cuánto de lo que habían averiguado podría revelarle sin peligro alguno


    14. Monet trabajó en ellas durante un número indeterminado de años, decidiendo, en 1918, regalarlas a su país, Francia, como homenaje por su victoria en la Primera Guerra Mundial


    15. Y lo hicieron con pequeñas unidades de asalto, a las que se les había dado la orden, impensable, de que penetraran en las líneas enemigas y de que no se detuvieran en ningún caso, perdiendo cualquier tipo de contacto con el grueso del ejército y decidiendo autónomamente sus propios movimientos y sus propias misiones


    16. Sentados en torno a él le contemplaban iracundos, y, lo peor de todo, comenzaron a discutir acerca de él como si hubiera muerto y estuvieran decidiendo lo que debía hacerse con el cadáver


    17. Doña Dulce parecía haber encontrado un extraño insecto y estaba evaluando sus opciones, decidiendo si la criatura que tenía ante ella era una molestia inofensiva o un peligro real


    18. Supongamos que uno estuviera de nuevo jugando a ser Dios o Darwin y decidiendo dónde concentrar la grasa corporal del cuerpo de una mujer como señal visible


    19. Supone que los otros han visto el camión fuera de la carretera y están decidiendo qué coño deben hacer


    20. Zaphod no quería enredarse con ellos y, decidiendo que, como la discreción era el mejor componente del valor y la cobardía el mejor ingrediente de la discreción, se escondió valientemente en un armario

    21. – Si habla con él, dígale que se han vendido casi todas las entradas de la sesión, ¿de acuerdo? Si no, al final acabará decidiendo cerrar el Fantasía también


    22. No me gustaba la idea de que mi pareja me dejara en los Estados Unidos para irse a una zona en guerra, sobre todo a una zona con fronteras tan indefinidas y en la que todo el mundo estaba aún decidiendo de qué bando estaba


    23. Todo lo más, algunos cuentos de hadas -sirva de ejemplo La hija lista del campesino, recopilada por los hermanos Grimm- habían sugerido que las mujeres superaban en inteligencia y astucia a los hombres, dominándolos a su antojo y decidiendo su suerte


    24. Cuando hubieron terminado el festín, continuaron la marcha en dirección a las colinas, y Tarzán decidió preguntar a Thoar acerca de su país y su pueblo; pero tan limitado es el primitivo vocabulario de los gorilas sagoths y tan grande su desconocimiento por parte de Thoar, que Tarzán desistió de ello, decidiendo, en cambio, aprender la lengua de Thoar


    25. Y, podría añadir, también decidiendo


    26. Sé, pues, joven Publio Cornelio Escipión, bienvenido, y que tu inexperiencia, tu juventud y tu estupidez no impregne ni un solo rincón de esta sala, pues sólo así el Senado de Roma seguirá decidiendo con sabiduría sobre el futuro de esta gran república


    27. Llevas todo este tiempo decidiendo cómo formar las legiones en cada batalla, sobre ti ha caído la responsabilidad de cada choque


    28. En el Norte, en una taberna de los acantilados, oí una conversación sobre cómo los alados habían gobernado siempre en Windhaven, decidiendo el destino de las islas y de sus habitantes con los mensajes que transportaban y las mentiras que contaban


    29. Issib pensaba que se trataba sólo de su secreto, pero Rasa estaba decidiendo acerca de ambos


    30. –Las tríadas -dijo él, decidiendo dejar de lado lo personal por el momento-

    31. Si no hubiese sido, como él mismo afirmaba, un esclavo del ministerio y del Plan de Eventualidad, si hubiese estado en casa, mandando a Hardman a buscar los vinos, dirigiendo la conversación, decidiendo sin que lo pareciera cuando era el momento de «zanjar», ella no estaría cruzando el vestíbulo ahora con un paso tan inseguro


    32. Se inclinó hacia delante para apoyar los codos sobre el escritorio y enlazar los dedos, mirando a Miles con cierta desaprobación clínica, como si se tratase de un dato que complicaba la curva en el ordenador e Illyan estuviese decidiendo si aún podía salvar la teoría y clasificarlo como un error experimental


    33. –Sin comentarios -dijo Wilt, decidiendo que el silencio era la mejor política


    34. –Oiga -dijo Wilt decidiendo cambiar de táctica-: no veo por qué continúa haciéndome tantas preguntas


    35. –Vale, ya capto -murmuró, decidiendo abandonar el tema de momento


    36. Ella lo miró con suspicacia y él tuvo la extraña sensación de que lo estaba evaluando, decidiendo algo


    37. Y lo hice pensando en todas las cosas que podía hacer y decidiendo si eran la decisión correcta o no


    38. La condujo por el pasillo hacia su habitación decidiendo, de algún modo confuso, que si iba a ser infiel, cometería un acto de infidelidad completo consumándolo en su habitación, y no en la de ella


    39. Esta vez estaban decidiendo por ella


    40. Un momento antes de contestar, Bram los miró a todos, juzgando, decidiendo

    41. Luego se apartaron a un lado, lejos de la estatua, mientras cuchicheaban entre ellos, decidiendo que harían


    42. Estuvo un rato decidiendo lo que iba a hacer con ellas, y el Grad le ignoró mientras seguía con su conferencia


    43. Actuaba casi únicamente por instinto… o mejor por el conocimiento subconsciente acumulado por su entrenamiento, integrando en su cerebro los pocos datos disponibles ante él, decidiendo dónde caerían las toneladas de la quinta etapa si pulsaba el botón en un momento determinado


    44. Claire volvió a entrar en el salón delantero, decidiendo que debería probablemente intentar el tramo superior de escaleras antes que volver sobre sus pasos; justo encima del puente a la prisión -no es que estuviera deseando cruzar otra vez aquella pesadilla chirriante-, había una puerta que había dejado de lado cuando seguía el rastro de Steve


    45. —Podría Hacer Caso Omiso De Esa Orden Pero Estoy Decidiendo Obedecerla Por El Respeto Ganado Y La Responsabilidad Social


    46. Los guerreros jadeantes y manchados de sangre formaron un círculo a su alrededor e interrumpieron la matanza para contemplar a los dos jefes que estaban decidiendo el destino de Yanaidar


    47. Por fin, la indiferencia de Jupien no pareció bastarle ya; de esta certeza de haber conquistado, a hacerse perseguir y desear, no había más que un paso, y Jupien, decidiendo encaminarse a su trabajo, salió por la puerta cochera


    48. Indispensable sin haber sido en todo caso en sí y en primer lugar una cosa necesaria, puesto que no habría conocido a Albertina si no hubiera leído en un tratado de arqueología la descripción de la iglesia de Balbec; si Swann no hubiera orientado mis deseos, diciéndome que aquella iglesia era casi persa, hacia el normando bizantino, si una sociedad de palaces no hubiera construido en Balbec un hotel higiénico y confortable, decidiendo a mis padres a despertar mi deseo y enviarme a Balbec


    49. Decidiendo que le convenía mantenerse ocupado, mientras esperaba a Lyra limpió el mármol de la cocina, fregó el suelo y arrojó la basura al contenedor que encontró en el callejón contiguo


    50. A la viejecita le gustó mucho este consejo sensato, y se puso de acuerdo, decidiendo en el acto ir a pasar el invierno en Moscú















    1. decidimos utilizar tarjeta de fidelidad de un establecimiento


    2. estábamos en seguridad porque el crucero inglésandaría buscándonos, decidimos enterrar los


    3. Decidimos encallar el bote y pasar la noche en tierra


    4. ya las ocho en el reló de «allá atrás», decidimos al


    5. Continuamos la conversación en medio de la agitación del bar y decidimos irnos a pasear por los


    6. Perry y yo decidimos implantar un estilo arquitectónico que no maldijera a las futuras generaciones con la peste blanca, y por ello tenemos toda la ventilación posible


    7. Con Willie decidimos que era hora de tomar vacaciones


    8. En el transcurso de nuestras muchas sesiones de debate de propuestas, tal como lo narré en The Lost Worlds of 2001, decidimos que el paciente vigía de la Luna podría proporcionar un buen punto de partida para nuestro relato


    9. Y por eso, el año pasado, un grupo de combatientes decidimos separarnos del partido político electorero y recuperar el nombre que tenemos en Perú, Uruguay, Argentina, etcétera


    10. Por fortuna no nos desanimamos y decidimos intentarlo de nuevo

    11. –Al principio decidimos dividimos a los padres


    12. Y como quedaba más de media hora para la oración, momento en que debíamos recogernos a la galera, decidimos soslayar la mazamorra de a bordo remojando la gorja por nuestra cuenta y masticando algo cristiano en un bodegoncillo


    13. –¿Cómo lo decidimos? – preguntó Deborah mirando en ambas direcciones


    14. Al tratarse de un pueblo montañés aislado, solitario y venido a menos, decidimos que sería un buen lugar para pasar la noche pero, por supuesto, no había posadas, así que tuvimos que alojarnos en casa de una familia acomodada que, previo pago de una considerable cantidad de dinero, nos cedió sus cuadras y nos proporciono una olla grandísima llena de un cocido hecho con carne, col, nabo, castañas y jengibre


    15. Supongamos que decidimos realizar un reconocimiento del espacio, intenso y mantenido durante largo tiempo, para intentar captar cualquier clase de señales que pudiera existir en él


    16. –Cuando decidimos montar un dispositivo de vigilancia, tratamos de que no se produjera ninguna filtración – me explicó -


    17. –Ése es uno de los motivos por los que decidimos dar las conferencias


    18. Decidimos intentarlo, pero meterse en la aldea sin tornar ninguna precaución es una imprudencia


    19. —Lo decidimos entre todos, Ginés, ¿no te acuerdas? Si se lo hubiera tomado por el lado bueno, a lo mejor hasta se volvía normal y todo


    20. ¿Qué podemos decir sobre esas otras regiones del superespacio de las que no somos más que una diminuta muestra? ¿Qué ocurre en todos esos otros mundos? En el capítulo 1 decidimos que ciertos procesos, como el lanzamiento de una bola, son relativamente poco sensibles a los pequeños cambios de las condiciones iniciales, mientras que otros, como el movimiento de un conjunto de bolas de billar, pueden verse drásticamente afectados por la menor variación de la velocidad o del ángulo de la bola que impele el taco

    21. »Así es que decidimos trasladarnos a esos lugares


    22. Algunas tendencias se hicieron evidentes de inmediato en cuanto echamos un vistazo a la tabla, pero decidimos respaldar esos datos con muchos análisis estadísticos con el fin de situar los datos en una serie de tendencias


    23. Nos entró miedo y decidimos encerrarlos un día entero; pero no pudimos soportar su pena y los soltamos


    24. - Por lo que puedo deducir - dijo Ford -, el sentido general es que somos bien recibidos para continuar nuestro viaje en la forma que queramos, pero si decidimos rodear su aldea en vez de atravesarla, les haríamos muy dichosos a todos


    25. ¡Esa fue una de las razones por las que decidimos mudarnos a este distrito!


    26. Nube nos trasladó la propuesta de Herr Blumenthal, y decidimos aceptarla


    27. Un día, tras una sesión particularmente dura, decidimos que íbamos ya cuesta abajo y que había llegado la hora de vivir tranquilamente mientras estábamos aún parcialmente vivos


    28. Martita y yo decidimos desayunar en el pueblo y regresar después a la casa dando un largo rodeo por la playa


    29. Calentando el agua en el hornillo de gas para preparar una sopa, decidimos que todavía no estábamos dispuestos a tirar la toalla: recorreríamos aquella ciudad de un lado a otro, de un extremo a otro, hasta que lográramos averiguar qué les había pasado a los yatiris y por qué se habían ido, y si, además, conseguíamos descubrir hacia dónde, pues mejor


    30. Con el tiempo, naturalmente, terminamos imitándoles —que es la mejor forma de aprender que existe— y, por ejemplo, cuando nuestras ropas se convirtieron en andrajos, decidimos que sería buena idea cortar por encima de las rodillas lo que nos quedaba de los pantalones, aguantando como ellos las pequeñas heridas y las contusiones que, en efecto, acabamos por no tener en cuenta

    31. Encontramos las pertenencias de Chantal en el maletero de su Mercedes y, en fin, decidimos empujar el coche al lago


    32. El jefe Petterson y yo hablamos y decidimos contarles la verdad a todos los del equipo de la sala de máquinas, bueno, a todos menos a uno


    33. Decidimos mimarnos con un elegante almuerzo de pizza de queso y vino tinto en el Fred's


    34. Difícil de reconocer, cierto es, porque para esas fechas la estrella de nuestro invicto Caudillo había comenzado a declinar por razones de salud y los dieciséis, de común acuerdo, decidimos colocarnos otras tantas caretas de Mickey Mouse


    35. Echamos un vistazo y decidimos dejar la limpieza para el día siguiente, dando gracias a Dios de haber tenido la precaución de posponer la inauguración cara al público hasta el lunes


    36. Sí, yo todavía tenía reparos —por contratar el cuerpo de una mujer, por crear un "niño" con el cerebro dañado— pero ya nos habíamos atormentando con esos detalles cuando decidimos incluir esa técnica tan cara en nuestras pólizas de seguros


    37. Aun con todo, decidimos presentarnos


    38. Por eso decidimos atacar en aquel momento


    39. Oackley propone una teoría interesante para explicar por qué decidimos recurrir a las cuerdas vocales en primer término


    40. Cuando el local se llenó, decidimos dar un paseo

    41. -Um, ¿podemos cerrar el armario e ir a otra parte mientras decidimos acerca de esto?


    42. Así que decidimos pechar con las desventajas del tiro


    43. –¿Cómo? Pero me parece que sí que lo decidimos, Papi; es cuestión mía


    44. Sufrió una gran decepción cuando decidimos conservarte


    45. Y en Haifeng decidimos avanzar, llamando primero a una reducción de las rentas en un 49 por ciento y más tarde en un 64 por ciento y golpeando fuertemente a los latifundistas que en el último año habían destruido aldeas, quemado vivos a los campesinos que se habían organizado y asesinado a cuarenta y ocho de nuestros dirigentes


    46. No es mucho… pero decidimos comprar algo bonito con el dinero


    47. De modo que decidimos poner fin a la sociedad


    48. En vista del éxito de la fórmula, decidimos incluir la prórroga balnearia en la mayor parte de los circuitos, lo que nos permitió aumentar la duración de las estancias del catálogo: la jornada balnearia, como ustedes saben, sale mucho más barata que la jornada de viaje


    49. Decidimos reducir nuestra ración a unas cuatro onzas de carne al día, con lo cual la tortuga durará trece días


    50. Sin embargo, nuestra seguridad dependía de la presencia de Too-wit entre nosotros, por lo que decidimos apretarnos a él como la única oportunidad de salvarnos, resueltos a sacrificarle inmediatamente a la primera manifestación de hostilidad




























    1. y operan en una determinada dirección, entonces debería meditar bien y luego decidir a cuál


    2. dominarlo, sólo entonces estaremos en condiciones de decidir


    3. "Antes de empezar a golpear a usted" - dice uno de los dos para "dejar a nosotros decidir


    4. un sueño, el sueño de decidir qué pueden leer y escuchar


    5. peticiones con el fabricante antes de decidir si las ejecuta, ¿a


    6. siempre podrá decidir en otro sentido


    7. hubiera dado opción a decidir


    8. momento cuando podemos decidir la clase de relación que deseamos tener con el momento presente


    9. En el 2007 esta resistencia alcanzó su máxima expresión en un referéndum para decidir la suerte de un tratado de libre comercio con los Estados Unidos, que elimina los monopolios del Estado a través de la apertura de los mercados de las telecomunicaciones, electricidad y seguros


    10. para decidir si vale la pena mantener esa atención

    11. No acierto á decidir si el públicocandoroso, los jóvenes sin malicia y las señoritas


    12. Necesitará muchas mujeres y mucho navegar antes de que pueda enfrentar el descenso al Hades y de que sea capaz de enfrentarlo para después decidir transformarse


    13. Es terrible sentirse golpeado y decidir seguir viviendo y sufrir en silencio


    14. Es el momento especial en el cual Ulises puede decidir si pasar de la vida come robo y como voluntad de potencia a la vida como don


    15. Por el contrario decidir arrojar a los Pretendientes de su casa y con ellos todo lo que representan, es una decisión de los hombres


    16. aquella que tiene un mechón en la frente y el rayo en el entrecejo, lo iba a decidir bien pronto


    17. modelo de triunvirato abierto donde poder decidir la elección


    18. puedan decidir cada hora por representaciones de senadores


    19. el tiempo y percibe que tiene completo control para decidir


    20. El autor puede, porejemplo, decidir autorizar o no la reproducción y reemisión de susobras

    21. decidir que se reunirían lo más cerca posible: en Valencia


    22. Flandes, vino á decidir otra de las negociacionesen que andaba tan empeñado


    23. con prudencia, pesar y decidir si elpunto á que han llegado las cosas, según la leynatural,


    24. Mientras la una y otra parte se trataba del caso, vinieron casi árompimiento, remitiendo su pretension á las armas, conque muchas vecesdentro de las murallas de Galípoli estuvieron para darse la batalla;porque como no habia quien pudiese decidir la causa, por estar elejército dividido, llevados todos de las


    25. decidir en qué profesión, arte u oficiohabía de emplear su


    26. fielmente al Gobiernode Washington, quien solamente podía decidir, en definitiva,del asunto,


    27. decidir entre los crucigramas en línea y Perez Hilton cuando parpadearon las luces


    28. Pero el decidir qué esperma conseguirá fertilizar un óvulo depende de los factores más mínimos e insignificantes, tanto internos como externos


    29. También ellos, como los partidarios de la elección, deben decidir qué distingue a un ser humano de otros animales y en qué momento de la gestación emergen esas cualidades específicamente humanas, sean cuales fueren


    30. Desde la época colonial hasta el siglo XIX, en Estados Unidos la mujer era libre de decidir hasta que «el feto se movía»

    31. Simplemente es cuestión de que lo creamos, y eso lo tendrá que decidir Zural, el jefe del poblado de Lar


    32. Pero tanto en un caso como en el otro, en el complicado y gran consumidor de energía que es el sistema inmunitario, como en el todavía más sofisticado y acaparador de la energía total disponible -más de un 20%- que es el sistema nervioso y cerebral, recurrieron a las fluctuaciones asimétricas para decidir cuestiones de selección sexual


    33. Debe decidir, ahora sí, qué hacer con ellas


    34. Persuadido por éstos de que la operación contaba con el beneplácito del Rey, en los minutos previos al golpe el jefe de la Brunete, general Juste, había dado orden de salir hacia Madrid a todas sus unidades, pero antes de las siete, tras hablar con la Zarzuela y recibir órdenes tajantes del general Quintana Lacaci -su inmediato superior jerárquico-, Juste había dado la contraorden; muchos jefes de regimiento seguían sin embargo mostrándose renuentes a obedecerla y algunos de los más fogosos -el coronel Valencia Remón, el coronel Ortiz Call, el teniente coronel De Meer- buscaban excusas o coraje con que sacar sus tropas a la calle, seguros de que bastaba poner un carro de combate en el centro de Madrid para disipar los escrúpulos o las vacilaciones de sus compañeros de armas y decidir el triunfo del golpe


    35. Cualquier movimiento de tropas, cualquier enfrentamiento civil, cualquier incidente podía decantar el golpe del lado de los golpistas, pero a aquella hora el Rey, Armada y Milans eran quizá quienes disponían de más poder para decidir su triunfo o su fracaso


    36. Era divertido planear y decidir, divertidísimo, y me alegro de haberlo hecho


    37. De hecho, se vieron confinados en la región fronteriza que les daba albergue desde hacía décadas, y aquella circunstancia, unida a su capacidad para multiplicarse, llevó al señor de la tierra de Jemet a decidir cortar por lo sano


    38. Dios hace hoy en día a sus criaturas el don de ponerlas en una desgracia tal que les sea necesario encontrar y asumir la virtud más grande, la de decidir entre Todo o Nada


    39. Esta [266] Junta había de convocar unas Cortes generales, a las cuales competía decidir si pasaba la corona a las sienes de Fernando


    40. Pero mantener la información lejos de su propia cofradía, de los Caballeros del Escudo y de las autoridades de Espolón de Zazes se estaba convirtiendo en un acto de equilibrio cada vez más complejo; acto que, según temía Hhune, Bunlap podía decidir explotar

    41. Y a fuerza de exagerarse así la acción del día siguiente, llegó a decidir:


    42. Ahora voy a deciros los motivos que tiene un padre como yo para decidir que su hija se case


    43. –Alguien tiene que decidir o el han se encontrará metido en él, si no lo está ya


    44. Pienso durante largo rato antes de decidir lo contrario, que me duele en todo el cuerpo, como si tuviese los huesos dislocados


    45. Si fuera éste el caso, habría que decidir cuál es el miembro de


    46. Conociendo su debilidad «por la felicidad de una mujer», me alegré de que no tuviera que decidir


    47. Claro que pueden decidir que lo cometió él y ella no sabía nada, o por el contrario que ella lo cometió sin saberlo él, o que los dos juntos lo hicieron


    48. Cogió el menú y dedicó su atención al serio asunto de decidir la cena


    49. —¿Para decidir los que debieran conservar la vida?


    50. Eran un millar por lo menos, parte armados de fusiles y parte de armas blancas; número harto enorme para decidir a los pescadores de perlas a intentar abrirse paso














































    1. Y alguien dirá, ¡buf! Qué difícil es eso, porque si yo decido cambiar pero los


    2. No lo soporto! No soy el tipo de medidas a medias! Entonces buscan dinero en efectivo en el primer mes, y decido hacer la enfermedad: fui a los hospital y, culpando a temblores severos durante las horas de trabajo y fuertes dolores de cabeza, estos síntomas que no pueden ser verificados por el equipo específico, me parece a mí que me des un certificado médico a exentos de trabajo durante veinte días sin tener que permanecer en su casa para una posible visita


    3. en sí, y me decido asatisfacerle; pero la empresa es ardua


    4. y, la verdad, me decido a entregarle a usted los cuartos


    5. Y todavía no decido si


    6. En consecuencia, decido legar a las generaciones siguientes el caos y el desastre


    7. Decido adoptar la apariencia de Yves Montand y cantar con mucha expresividad


    8. Decido deslizarme muy despacio de la cama y arrastrarme por el suelo hacia fuera


    9. Si las dudas laten dentro, en algún sitio, decido no alentarlas con mi atención


    10. ¿Qué hacer? Me juego el puesto en el casino y me decido a robar al milord

    11. Da lástima desbaratar esa obra de arte y cuando por fin me decido a hincarle el tenedor, todo se desmorona y un rábano en forma de abeja aterriza en mi regazo


    12. «Si alguna vez decido salir de aquí, nunca más me implicaré en el mundo de la justicia, no pienso convivir con locos que se juzgan normales e importantes, pero cuya única función en la vida es dificultar la de los otros


    13. Si decido volar lo haré por buenas razones


    14. El contraataque, decido, es la mejor opción para despistarlo


    15. ¿La mató? Con rapidez decido que probablemente no sea una buena idea preguntarle


    16. A la mañana siguiente, ojeroso, exhausto, mirándome en el espejo, viendo con pavor una cara miserable que ya no reconozco, decido que ese pájaro no puede derrotarme tan fácilmente y que, como buen hijo de mi padre, compraré un arma de fuego y lo reduciré a un puñado de plumas volando por los aires cálidos de esta isla después del estrépito que acabará con su corta vida cantarina


    17. Soy la dueña del negocio y la encargada; yo decido la música y limpio las mesas cuando no vienen los estudiantes, que es la mitad del tiempo


    18. Entramos a paso ligero en las enormes salas de muerte o, para decido de otro modo, en el país de los empleados y los archivos


    19. Decido no caer en la tentación


    20. A punto estoy de decirle que en Grecia la educación es gratuita, pero de pronto recuerdo lo que me cuestan los estudios de Katerina en Salónica y decido mantener el pico cerrado

    21. Ya harto, decido ir por la escalera


    22. En mi desesperación, pues, decido agarrarme de la empresa off-shore de Favieros, porque representa mi única esperanza de mantener abierto el caso


    23. No estoy convencido de que obtenga mejores resultados sola pero leo en sus ojos sus ansias por probar, de modo que decido aceptar


    24. Como me quedan tres horas, decido seguir mi programa


    25. El tren sufre otra sacudida y decido que el resto del camino hasta el vagón 48 lo voy a hacer por dentro


    26. Aunque el gobierno había decido que los dos pueblos formaran uno solo, bajo la denominación de Chauvin-Dragon, y que, al igual que sus vecinos, el principal medio de vida era el mar, la diferencia entre ambas poblaciones era clara


    27. Decido romper el silencio


    28. –La pertinencia de interrogar a alguien la decido yo


    29. Pero justo cuando me decido por la Opción Tercera, las puertas del ascensor se abren y la Señora X, su vecina y el portero salen de él


    30. Decido devolverle la llamada, pero en este momento, con el estómago lleno y un letargo que parece afectar a todos los huesos de mi cuerpo, no puedo hacerlo

    31. —¿Quién decide qué es malo? Yo lo decido


    32. Yo decido los castigos que se aplican aquí


    33. Otra vez se está poniendo furioso y decido ir a la cena para evitar un enfrentamiento con él


    34. Decido que es hora de regresar a casa en cuanto acaba la representación, pero Joe se queda hablando con las tres mujeres


    35. Un camino para entrar a hurtadillas por detrás, si se desea, mientras sus bestias custodian la puerta delantera, por así decido


    36. —Yo decido los castigos que se aplican aquí


    37. Me observo en el espejo del lavabo y decido que se me ve marchita por el calor y la lluvia, por las horas pasadas en una prisión y conduciendo una camioneta que es un desastre y sin aire acondicionado, y no es esta la manera en que quiero que Jaime me vea


    38. Tapo los macarrones con queso que huelen muy fuerte y los guardo en la nevera vacía, y decido que Marino tiene razón sobre la trufa


    39. Tengo la intención de ver las fotografías y todas las pruebas como si nunca hubiesen sido examinadas, y quizá visite la antigua casa de los Jordan si decido que aún queda algo importante por ver


    40. Tinto y en jarra, decido Alatriste, sólo podía ser vino

    41. -Eso de que todo el mundo está vivo lo decido yo -intervino la duquesa-


    42. Soy la que manda aquí, así que yo decido


    43. Un par de los que Vimes consideraba los enanos fuertes le dedicaron a todo el mundo la mirada oficial, profesional, que dice que para tu comodidad y conveniencia, hemos decido no matarte justo ahora


    44. —Lo que se come en esta casa lo decido yo —continuó la baronesa, dirigiéndose en esta ocasión a todos los esclavos presentes en la cocina—


    45. Usted envió a Cooper a un Siglo equivocado, y yo ahora firmemente decido revocar esta alteración y traer de nuevo a Cooper


    46. No decido el tema, el tema me escoge a mí, mi labor consiste simplemente en dedicarle suficiente tiempo, soledad y disciplina para que se escriba solo


    47. Después, los recuperan… esta vez, yo decido


    48. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga


    49. Decido aplicar una fórmula del Profesor Marmoset


    50. Mientras decido en cuál de los demás cuerpos de inspectores puede encajar un hombre con su experiencia de investigación


    1. ópera en pleno verano? Decidí, igualmente, que en adelante me interesaría más por las


    2. Cuando el calor comenzó a apretar con fuerza, decidí regresar al hotel


    3. Cuando decidí que el momento de efectuar las


    4. Decidí que el carácter de la moza, así como el peso de cuanto estaba en juego, bien


    5. Por lo que yo decidí


    6. Esa era mi hipótesis y decidí


    7. consideraciones, decidí poner la cuestión en el congelador


    8. Decidí hacer, por si acaso, un gesto de impaciencia ante la excesiva insistencia del curioso


    9. pulmones, decidí regresar al camarote


    10. les empapaba el ánimo, decidí salir del camarote y hablar con

    11. verja del Campo del Moro, cuando decidí subir por las escaleras


    12. De momento decidí cumplir la promesa hecha a Fernando en


    13. Como ya una vez había vivido la existencia miserable del académico norteamericano que alquila un apartamento seudomoderno, ridículamente barato y mal amueblado y que vive en una ruta cómodamente solitaria mientras dura su estadía temporal, esta vez decidí alquilar una pequeña casa sin amueblar, pero con algo de personalidad y arreglarla, sin importarme el costo y la incomodidad iniciales


    14. El ingreso a la Universidad en 1978, colocó al promis-cuo social en un contexto distinto del que acostumbraba; puesto que tenía un regular promedio de admisión, decidí –junto con mi amigo de siempre– cursar los Estudios Generales en la opción de seminario, y en la mañana


    15. Al pasar por la habitación de mi Padre, decidí dejarlos solos


    16. las consideraciones y me decidí


    17. decidí implorar el auxilio de aquel que dicen essuperior a la Conciencia porque dispone de la


    18. la idea de lo que el Barón podría hacer si se enteraba de que yo lo había engañado, decidí que era


    19. acto, que daría muy bien al traste con todos misplanes, y me decidí a tomar el


    20. Isabel y su padre, a quienes debíahartas atenciones, y me decidí a ir a esperarlos al día

    21. que todoaquello lo explica la exaltación religiosa y la exquisita moralidad conque decidí


    22. Decidí entrar en la


    23. nuevo la catedral, y teniendo que volver á Suiza sin atravesar los Alpes por el peligroso y encantador paso del San Gotardo, decidí dirigirme á Turin, para entrar en Suiza por el Monte Cenis y la Saboya: así lo


    24. Me asusté: ¿por qué había colgado en su tienda la foto del dictador? Me enfadé un momento, pero enseguida decidí que tal vez fuera mejor así


    25. Decidí reflexionar sobre esa cuestión después de que terminara el juicio y preguntarle por qué había estado ausente de todas las sesiones posteriores a su interrogatorio


    26. Trabajé con él lo bastante para saber que es un hombre de gran capacidad en el plano intelectual, pero decidí no volver a verle, tras cierto acontecimiento…


    27. Pensando que quizá no volviéramos a encontrar otra oportunidad, decidí bajar del Land-Rover y filmarlos


    28. Al cabo de un rato, como me sentía algo menos rígido y todavía quedaba algo de luz, decidí darme un pa-seo por el bosque, por las cercanías del campamento


    29. Cuando me disponía a partir, decidí preguntarle una vez más por los enemigos de un hombre de conocimiento


    30. Entonces decidí olvidarme de aquel insolente y envié a la Convención de París algo que demostraba mi fervor revolucionario: un tratado en el que reclamaba para las mujeres un puesto de honor junto a los más desprotegidos de la República: los enfermos, los heridos de guerra

    31. No me desanimé y decidí aguardar al descanso para acercarme


    32. Pese a la desconfianza que me produjo, decidí esperar


    33. Comiendo en casa del abate Grimani con el mayor Pelodoro y algunos otros oficiales, todos coincidían en aconsejarme que entrase al servicio del Estado veneciano, y decidí seguir su consejo


    34. Terminé sintiendo compasión por el pobre Euclides y decidí comprar a toda costa uno de sus tomos para intentar estudiarlo


    35. Y decidí ser yo el que acusara


    36. Pensé en retirarme de la discusión, pero al final me decidí por contestar:


    37. Aunque fui dos veces hasta la puerta del cuarto de mármol, no me decidí a entrar


    38. Allí estaban, y decidí entregarlas a la policía


    39. Con un esfuerzo increíble logré alcanzar el retrete, pero una vez allí decidí que me resultaba imposible utilizarlo


    40. Decidí que acudiría a los servicios en la siguiente estación

    41. Yo abrí la parte posterior del panel para examinar el cableado y decidí que uno de los tornillos debía de haberse aflojado


    42. Decidí que Crystal había buscado que su traición fuera lo más categórica posible


    43. Pasé un par de minutos de debate interior y finalmente decidí que era mejor que Jason supiera a lo que se enfrentaba


    44. Se me ocurrió que podrían presentarse otras emergencias similares a la de la señorita Colgrave, y decidí sacar ventaja de esa entrevista


    45. Al principio no tenía valor para llamar a la puerta, y cuando me decidí me pareció que hasta la campanilla, con su ruido lamentable, debía anunciar el triste mensaje de que era portador


    46. Decidí no tomar ninguna resolución antes de que expirase aquel plazo, y, en cambio, tratar de responder a la estimación de Agnes


    47. Un día decidí sorprender a Rick: cuando volvió a casa del trabajo ya había sustituido el marrón apagado de los postigos por un cálido burdeos, y había colocado en las ventanas jardineras con geranios


    48. Decidí que al menos una socia del Club de los Corazones Solitarios debería conseguir lo que quería


    49. Decidí denunciar a Frank en nombre de la libertad de expresión


    50. ello decidí administrarme una inyección intravenosa de quinina














































    1. él quien decidía aislarse y mantenerse a solas del mundo, pero cuando necesitaba


    2. Cuando se decidía por Ávila, le ocurría otro tanto de lo mismo, debía elegir entre el


    3. A veces se decidía por Europa, otras por las Antillas, Jamaica, preferentemente


    4. aventura las fuerzas del Rey, y, porconsiguiente, protestando de cualquiera otraopinión decidía


    5. general Paz, arrebatado de la cabeza de su ejército por untiro de bolas, decidía de la


    6. aliento, y sólo tras deesta purificación se decidía a ofrecerla a su hijo, que, echando


    7. campos se decidía a ir en busca delotro, y los encuentros eran en


    8. por toda la cubierta, y únicamente se decidía asoltarlo en la


    9. empujada por lascompañeras, se decidía a sentarse en el


    10. Cuando el señor de Pavol decidía algo, tío tardaba en

    11. ¿Quién decidía sobre todo ello? Un nuevo amor me enardecía, un amor separado, dilatado, preservado


    12. Llegó la época en que solía volver con mi padre y con mi hermana, pero no me decidía a irme; de suerte que con frecuencia recibía cartas del uno y de la otra, en las cuales me rogaban que volviera a su lado


    13. Oswald quedó allí colgando, por el cogote sin moverse, mientras el macho decidía qué era lo mejor que podía hacerse con él


    14. Los ayudantes me comentaron que el Führer vivía momentos de mucha tensión, pero que estaba convencido de que aún podía conseguir la victoria si el estado mayor se decidía de una vez por todas a aceptar las ideas que le presentaba y actuaba con la rapidez necesaria


    15. Esa guerra de la que todo el mundo hablaba todavía (y Jacques escuchaba en silencio, pero sin perder palabra, a Daniel, cuando contaba a su manera la batalla del Marne, en la que había intervenido y de la que aún no sabía cómo había vuelto cuando a ellos, los zuavos, los habían puesto de cazadores y después, a la carga, bajaban a un barranco y no tenían a nadie delante y avanzaban y de pronto los soldados ametralladores, cuando estaban en mitad de la bajada, caían unos sobre otros, y el fondo del barranco lleno de sangre, y los que gritaban mamá, era terrible), que los sobrevivientes no podían olvidar y cuya sombra planeaba sobre lo que se decidía alrededor de ellos y sobre los proyectos que se hacían para que la historia fuera fascinante y más extraordinaria que todos los cuentos de hadas que se leían en otras clases y que ellos hubieran escuchado decepcionados y aburridos si el señor Bernard hubiese decidido cambiar de programa


    16. Este reproche se lo dirigía por lo general en presencia del doctor, y me parecía que aquello era lo que principalmente decidía a Annie a acceder, y se resignaba casi siempre a it a donde la quería llevar El Veterano


    17. Era que la de Peña, ocupada en hacer compras para arreglar su nueva casa, no se decidía en la elección de cosa [289] alguna sin previa consulta conmigo


    18. Pero nadie se decidía a formular en voz alta tales preguntas


    19. Nadie se decidía a tomar la iniciativa y pasaron varios minutos antes de que a alguien se le ocurriera dar cuenta del hecho a la policía


    20. Cuando decidía que ya había andado lo suficiente entre vagones, se acercaba al balcón de la estación

    21. Después de todos los convencionalismos, después de todos los «te acompaño en el sentimiento», después de las caras apenadas, después de la conmoción que se apoderaba de las viejas y de un luto que cada día es menos oscuro; después de todo aquello comenzó la incomodidad: llegó el momento en el que, como era costumbre en el pueblo, se decidía quiénes iban a llevar al muerto hasta la iglesia, a hombros


    22. Detuvo al señor Satterthwaite con un gesto cuando este se decidía a seguir el ejemplo de los dos anteriores


    23. ¿Es que pretendía que la pobre chica le esperara mientras se decidía?


    24. Ofreció compartirlo, pero Reeves no se decidía a dejar el ático, a pesar de que también estudiaba en la ciudad y estaba harto con los hippies


    25. Pero Blanca no se decidía


    26. Juan Fulgencio se decidía por la fuga:


    27. Paul Hood había estado en suficientes situaciones política y emocionalmente intensas, tanto en el gobierno como en Wall Street, como para saber que el resultado de las reuniones importantes a menudo se decidía antes de que dichas reuniones tuvieran lugar


    28. Ante la amenaza de que sus Bancos de datos fueran borrados en forma automática en una fecha dada, a menos que transfirieran unos cuantos megadólares a un anónimo número fuera del país, la mayoría de las víctimas decidía no correr el riesgo de sufrir un desastre que muy bien podía ser irreparable


    29. Como el coche no se decidía a ponerse en marcha, Pepè Rizzo no perdió el tiempo: dando unos gritos que podían oírse desde el faro, apuntó con el arma al que estaba al lado del conductor y, amenazándolo con que le iba a saltar la tapa de los sesos, lo obligó a devolverle el maletín


    30. Pero ahora se había acordado de ella y de la cajita de munición que había puesto en el cajón donde guardaba los viejos jerséis que no se decidía a dejar de llevar

    31. Cuando se decidía por un menú, no se salía de él durante meses


    32. El funcionario frunció el entrecejo con expresión de desagrado mientras Blythe respiraba hondo sin apartar el teléfono y decidía a qué sociedad benéfica donaba el precio de su entrada


    33. Tales comedias me ponían furiosa, porque no se decidía la suerte de los infelices prisioneros del Trocadero, que habían sido repartidos entre los Dominicos del Puerto y la Cartuja de Jerez


    34. En ninguna Asamblea romana el voto representaba directamente los deseos individuales; en la Asamblea centuriada, el voto representaba a la centuria de su clase correspondiente, y los votos totales de la centuria representaban a la mayoría; en las asambleas por tribus del pueblo y de la plebe, el voto representaba a la tribu y los votos totales de la tribu representaban lo que la mayoría decidía


    35. Él decidía si dos querellantes debían recurrir a los tribunales, pero en la mayoría de los casos dirimía él mismo el litigio sin necesidad de proceso judicial


    36. La Reina se decidía por O'Donnell, y Espartero, desairado en la persona del Ministro que representaba su política, había dicho: vámonos


    37. Al día siguiente la prensa sugirió que aquella declaración había sido un golpe directo contra Pete Parkin, y que Florentina tendría el respaldo del presidente si decidía presentarse


    38. A Azafrán no le gustaban las conjeturas, pero había descubierto que sus pensamientos, llevados casi totalmente por el instinto, actuaban conducidos por una lógica propia cuando decidía ese tipo de cosas


    39. Cerradas, con la indicación «correo jurídico», supongo que por si alguien de la cárcel sentía curiosidad por el sobre de la ANJ y decidía abrirlo


    40. Eran los únicos que podían llevar la capa y sobreveste completamente blanca con la cruz roja sobre el lado izquierdo, y para sus funciones disponían de tres caballos y un escudero, e incluso un cuarto caballo y un segundo escudero si así lo decidía el maestre

    41. Tamborileó con los dedos en la mesa mientras decidía qué hacer a continuación


    42. Los chillidos de las aves pululaban por las habitaciones como fantasmas, hasta que Manuela se decidía a retorcerles el cuello


    43. Devoto también del santo cuyo nombre lucía, y descendiente de una tradición de «Isidros» que terminaba en él y en un primo hermano, cura en la iglesia catedral del santo, le alegró descubrir en Santiago a un muchacho inclinado a la oración, además de al whisky y a los jardines, que recitaba los evangelios como un bendito y disfrutaba recorriendo las iglesias en busca de reliquias, frente a las que se arrodillaba rogándoles por su deseo de encontrar a alguien cuya identidad no se decidía a revelar, pero que atormentaba su alma —sospechaba Isidro— como la de un galán de culebrón venezolano


    44. Por fin, a las dos de la tarde, decidieron separarse, yéndose la Eddowes a Bermondsey a pedirle dinero prestado a su hija Annie, mientras Kelly decidía probar suerte por su parte


    45. Comenzaba a preocuparse porque la Gran Madre Tierra no se decidía a bendecir a Ayla con el embarazo, y sentía que, por alguna razón, la culpa le correspondía a él


    46. El invierno determinaba la capacidad de la tierra para sostener a sus moradores; el invierno decidía quién viviría y quién moriría


    47. Mi corazón duplicaba sus latidos cada vez que se decidía una amputación, sobre todo, cuando se efectuaba varios días después de la herida


    48. Una conferencia realizada en Hanover el año 1683 para lograr la reconciliación, fracasó, pues ninguno se decidía a ser invadido por el otro, y ambos partidos se aprovecharon de la cruenta reyerta de 1688, en Inglaterra, entre católicos y protestantes, considerándola como un motivo legítimo para suspender la conferencia sine die


    49. Como buen indio, perdía el control y se tornaba violento durante las borracheras que a veces le duraban días; no obstante, poseía el buen tino de avisar cuando decidía emborracharse, alertando a los cautivos, sus víctimas preferidas en ese estado


    50. decidía del todo a iluminar










































    1. negocios, se decidían las transacciones


    2. Gracias á esta terriblealternativa, muchos campesinos se decidían á alistarsebajo su mando


    3. Uno ó dos de los hijos de Harvey se decidían confrecuencia á ir á ver á su padre á Londres, pues en


    4. Los más atrevidos sólo se decidían á entrar con la diestra cerrada yavanzando el dedo índice y el meñique en forma de cuernos, paraconjurar la mala suerte


    5. Con los juristas que redactaban las nuevas leyes contra los judíos en consonancia con la legislación existente, con los médicos que decidían con un vistazo quién iba a vivir y quién iba a morir


    6. Insólito, jamás visto los jugadores decidían todo entre todos, por mayoría


    7. Se puede confiar en él, decidían los clientes potenciales, es uno de nosotros, sólo que de otro color


    8. Tres direcciones tenían sus tareas: las monjas, las novicias y postulantas y aquellas de las recogidas que tras parir decidían quedarse en el convento, ya fuere porque no tenían a dónde ir o bien porque les compensara mejor quedarse como fámulas al servicio de la comunidad


    9. Tenía curiosidad por ver si las altas instancias decidían ocultar el hecho al pueblo alemán o por el contrario propalaban a los cuatro vientos la muerte del tirano


    10. ¿Era la simple instrucción que descubrió en el armario de la Estación Grand Central que le ordenaba infiltrarse e invalidar a Kiss? ¿Era una compulsión oculta y programada de actuar de este modo y de ningún otro al sentirse un juguete, objeto de innegables impulsos secretos? ¿O era, trascendiendo eso, más bien una obsesión metafísica, una búsqueda para internarse hasta los resortes ocultos de una organización despiadada de Proyectistas del Mundo que, con los medios y la intención de contener la creciente del tiempo, decidían con arrogancia sumergir segmentos del mundo en antiguos y venerables eones de la historia?

    11. Los profesores que se decidían a impartir clases en estos centros sabían que se exponían a no ascender en el escalafón de maestros nacionales


    12. Recordó que su padre dijo una vez que la gente de los cuarteles generales no debía dar segundas opiniones sobre lo que decidían las tropas sobre el terreno, porque las tropas tenían ojos y supuestamente estaban entrenadas para pensar por cuenta propia


    13. Antes los "coroneles" decidían, a las órdenes de Ramiro Bastos


    14. Las ramas más bajas estaban retorcidas y se arrastraban por el suelo; por mucho que lo intentaban, no conseguían elevarse hacia el cielo y, en determinado momento de su avance, lo pensaban mejor y decidían volver atrás, hacia el tronco, describiendo una especie de codo o, en algunos casos, un auténtico nudo


    15. »"Sea como sea, los dos eran gobernantes benevolentes para los cuales el principal valor era el bienestar de los demás; la Buena Madre era la Madre Nutriente que deseaba que todos los hombres vivieran en paz, y ambos decidían sobre todos los asuntos de administración de justicia en las tierras emergidas


    16. A partir de aquella hora, los trabajadores y trabajadoras que regresaban a sus casas decidían entre pasarse o no por los colegios electorales; si lo hacían, y sólo si lo hacían, entonces ganaban los demócratas


    17. Es el principal símbolo del cristianismo, y el que tomaban los «cruzados», por eso llamados de esta manera, cuando decidían participar en una expedición a Tierra Santa


    18. Así que las monjas decidieron, por simple tozudez, no aprobarle las dos asignaturas que dejó colgadas para septiembre y obligarle de esa manera a repetir curso, y bastante hicieron no expulsándola, según ellas, que méritos para la expulsión los había acumulado todos, pero había que tener en cuenta quién era la madre, y el hecho de que en los ocho años que la niña llevaba en el colegio el pago de sus facturas no se había retrasado una sola vez, ni una sola, y ése era un detalle muy a tener en cuenta, especialmente en un momento crítico como aquél, en el que se habían puesto de moda los colegios laicos y cada vez había más padres que decidían sacar a las niñas del colegio para llevárselas al vecino Santa Cristina, donde imperaba la educación mixta, y donde asistían los hijos de Ramón Tamames


    19. Ni a los ministros más encarnizados les gustó la idea, pero la situación era desesperada y los estadounidenses no se decidían a proporcionarles por vía aérea armas que podían salvar la situación


    20. En realidad, en las ocurrencias de Martín no se decidían graves determinaciones u obsesiones que le robaban la voluntad y el ánimo

    21. Inicialmente, casi todos esos detalles se decidían dentro de estas paredes, y por la misma gente


    22. No obstante, como medida de seguridad, el cónsul había dispuesto docenas de arqueros y otros legionarios armados con pila por todos los sectores del foro, con la orden expresa de masacrar a los caballeros de Siracusa si éstos montaban en sus caballos y decidían cargar contra el ejército de voluntarios romanos e itálicos


    23. A lo mejor con un poco de suerte decidían reunirse en la habitación principal


    24. Vespasiano sabía que si los britanos decidían ir a la playa al encuentro de los invasores, toda la gloria y el provecho político recaerían sobre los comandantes y oficiales de las unidades en punta de lanza


    25. Contaba que durante la guerra del 15, su padre, su tío, un compadre de su tío, un primo de su madre, todos los de su pueblo, en suma, que se hallaban en el frente, no se lo pensaban dos veces cuando, durante un asalto, decidían liberarse de sus hediondos oficiales y sargentos


    26. Parecían ganar tiempo mientras decidían si el mestizo les hablaba en broma o en serio


    27. Intentar persuadir a los militares de mayor rango de que la guerra era una locura y estaba condenada habría sido inútil: ya lo sabían y decidían ignorarlo por temor a ser considerados indignos


    28. Las mujeres no sólo podían votar, sino también divorciarse de los esposos al final de cada año y casarse con otro hombre si así lo decidían


    29. El dinero podía comprar algunos votos, pero la logística de distribuir bastante dinero entre los suficientes votantes derrotaría a Pompeyo y a Luceyo si los boni también decidían sobornar


    30. Atrapado en la red de sus propias maquinaciones, Cicerón no tuvo más remedio que sentarse en la tribuna de los espectadores mientras se decidían las leyes, las medidas políticas y los decretos senatoriales sin él

    31. Los veraneantes de la sierra sólo mencionaban su ciudad, con el autocomplaciente acento de los nuevos ricos, cuando hacía mucho calor -pues si aquí estamos así, imagínate en la Puerta del Sol, cómo estarán…-, cuando se sentaban a la primera en una terraza llena de mesas desocupadas -fíjate, igual que en El Retiro, quita, quita, no quiero ni pensarlo…-, o cuando decidían ir al cine a última hora y encontraban entradas sin tener que hacer cola -lo mismo que en la Gran Vía, ya te digo…-, pero, por lo demás, se comportaban como si Madrid, a menos de una hora en coche por una carretera perpetuamente abarrotada, hubiera dejado de existir en el instante en que empezaron sus vacaciones, y permaneciera allí, en la nada de las ciudades aletargadas, hechizadas por el calendario, hasta la primera mañana de septiembre


    32. Los mellizos guardaban una muda en un cuarto interior de la librería por si alguna tarde decidían ir al cine o pasear por el embarcadero


    33. Ellos decidían comprar, y tomársela


    34. Lo que deberían hacer era llevarlo a una celda y dejarlo en paz mientras decidían lo que iban a hacer con él


    35. La idea era dejar pasar un periodo de reflexión, mientras los saurios analizaban el contenido del mensaje y decidían cómo actuar


    36. ¿Dónde quedaban las simpatías liberales o conservadoras en un divorcio reñido y amargo o en una disputa por límites de propiedad entre dos compañías madereras? Muchos de los casos se decidían por una votación de nueve a cero


    37. Según Elorza y Bizcarrondo, cuando informaron de que los concejales comunistas ya ejercían un considerable poder en varias ciudades e incluso decidían qué oponentes debían ser encarcelados, Dimitrov exclamó entusiasmado: «¡Eso es una democracia de verdad!» [20] Sin embargo, cuando Codovilla y Hernández preguntaron si tan favorables condiciones conducirían a un rápido desarrollo de la «dictadura democrática de los obreros», Dimitrov sofocó tales especulaciones, haciendo hincapié en que las prioridades eran, sencillamente, el fortalecimiento del Frente Popular y la decisiva victoria sobre el fascismo [21]


    38. Pero una mañana, a la hora de desayunar, mientras Hawkmoon y sus invitados decidían los planes del día, el joven Lonson de Shkarlan bajó con una carta en la mano


    39. Entre dos apuestas, decidían sobre los nuevos ataques que todos estamos esperando


    40. Las elecciones que tomaba no sólo decidían su propio camino, también ejercían su influencia en el corazón de Sebastián

    41. El viejo había sido conducido a una hacienda propiedad de Calles, llamada «El Limón» y de ahí a una segunda propiedad del ex presidente, llamada «La Aguja», mientras los militares decidían que hacer con él


    42. Y se decidían al saludo, temblorosos ante las consecuencias, preguntándose si su ademán de provocadora y sacrílega audacia atentado a la inviolable supremacía de una casta, no iba a desencadenar catástrofes o a atraerles un castigo divino


    43. Un torreón sin espesor, que no era más que una faja de luz anaranjada, desde lo alto del cual el señor y su dama decidían de la vida y de la muerte de sus vasallos, había cedido su puesto —al final de aquel «lado de Guermantes» en que tantas hermosas tardes seguía yo con mis padres el curso del Vivona— a esta tierra torrentosa en que la duquesa me enseñaba a pescar truchas y a conocer el nombre de las flores que en racimos violetas y rojizos decoraban los muros bajos de los cercados de en torno; después había sido la tierra hereditaria, el poético dominio en que aquella altiva raza de Guermantes, como una torre amarillenta y cubierta de florones que atraviesa las edades, se alzaba ya sobre Francia cuando el cielo- estaba todavía vacío, allí donde habían de surgir más tarde Nuestra Señora de París y Nuestra Señora de Chartres, mientras que en la cima de la colina de Laon no se había posado aún la nave de la catedral como el Arca del Diluvio en la cima del monte Ararat, llena de Patriarcas y de justos ansiosamente asomados a las ventanas para ver si la cólera de Dios se ha aplacado, llevando consigo los tipos de los vegetales que habrán de multiplicarse sobre la tierra, desbordante de animales que se escapan hasta por las torres sobre cuyo techo se pasean tranquilamente los bueyes contemplando desde lo alto las llanuras de la Champaña; cuando el viajero que dejaba Beauvais a la caída del día aún no veía que le siguiesen dando vueltas, desplegadas sobre la pantalla de oro del poniente, las alas negras y ramificadas de la catedral


    44. Aunque también es verdad que las vertiginosas pendientes, recompensas reservadas para los perseverantes, que se hubieran podido creer calculadas a propósito para favorecer la velocidad, justificaban tan inexplicable tesón, colmando con su nieve perfecta a los audaces que decidían aventurarse hasta lugar tan alejado de los albergues de moda


    45. Eran ellos los que decidían sobre la vida y la muerte en nombre de la ciencia


    46. Teóricamente, en tiempos de paz, los civiles eran quienes decidían, pero también en eso era difícil dejar de lado la tradición militar


    47. Consultaban sobre la estrategia y decidían lo que debían decir Qui-Gon y Obi-Wan en la grabación de voz


    48. No había forma de protegerse si las criaturas decidían usar sus glándulas odoríficas contra ellos


    49. Conocía muy bien el camino, ya que durante años lo había visitado —primero como paciente y más tarde junto a Bruno, cuando decidían ir a buscar a Daniel después del trabajo—


    50. Con su hijo Frederick, licenciado por el City College de Nueva York, la empresa se convirtió en Cutler Eléctrica, y creció tanto durante el florecimiento inmobiliario de los años cincuenta y sesenta que el heredero empezó a codearse tranquilamente (a nivel empresarial y social) con el rancio es-tablishment protestante, y pasó a ser miembro de la Iglesia de la Cultura Ética, una de las dos confesiones preferidas por los judíos que decidían integrarse completamente (la otra era la Iglesia Unitaria)




















    1. —Cuando decidías venir, ¿cómo sabías que la casa estaba libre y a tu disposición?


    2. –Cuando decidías venir, ¿cómo sabías que la casa estaba libre y a tu disposición?


    1. vosotros, reconociendo su mayor evolución, decidís darle el gobierno del planeta


    2. ¿Qué decidís? – ¿Iremos en contra de los intereses de Francia? – preguntó Langarotti sin dejar de suavizar el cuchillo


    3. Siracusa y Sicilia, allí representadas —y señaló al gran cuadro de la entrada pero sin mirarlo, sino manteniendo sus ojos sobre los senadores—, eran territorios extranjeros y hoy son parte de Roma, una provincia de Roma sobre la que vosotros, patres conscripti, decidís quién gobernará durante el próximo año


    4. Siracusa y Sicilia, allí representadas -y señaló al gran cuadro de la entrada pero sin mirarlo, sino manteniendo sus ojos sobre los senadores-, eran territorios extranjeros y hoy son parte de Roma, una provincia de Roma sobre la que vosotros, paires conscripti, decidís quién gobernará durante el próximo año


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    decidir in English

    decide determine

    Sinônimos para "decidir"

    resolver despachar establecer acordar