1.
envolvemos expresa ó tácitamente, la condicion de la existencia;pero cuando consideramos la
1.
Y mientras yo estaba estudiando cómo envolver la madera, las horas pasaron en absoluta tranquilidad, sólo roto por el sonido de las olas rompiendo en un muelle pequeño y el silbido sutil de gas que mantiene viva la llama de la lámpara
2.
Dejo todas las respuestas a los hechos y que se acerca a la mujer, abrazo y suavemente, cerrando los ojos, mis labios en su colina, mover la lengua para palpar los dientes y para fusionarla con su propia; envolver mis brazos alrededor de ese cuerpo con curvas y una emoción de placer a través de mi espalda
3.
de todo enfermo es envolver a todo el mundo en el tono de sudolencia
4.
crepúsculo de la tarde comenzaba á envolver la ciudad en las sombrasprecursoras de
5.
envolver en voluntarias ilusiones loprosaico de la realidad,
6.
envolver en formas groserassus aspiraciones y anhelos, adoraría
7.
Pringles muere a mano de lospresidiarios de Quiroga, que hace envolver el cadáver en
8.
Por el contrario, si afirmamos que conoce laextension, entonces parece que le atribuimos la representacion sensible;pues que la extension representada parece envolver la
9.
Dijeron que debido a que querían que yo estuviera seguro ellas iban a envolver la
10.
unidades; la determinacion implicada por larealidad, puede envolver contradicciones con la
11.
] En la esencia del ser necesario ha de estar la existencia:su idea debe envolver la del existir,
12.
de parentesco i amistad,solo se ocupaban en envolver el reino en guerras civiles, i en
13.
reales por medio de la Justicia, sin envolver enel proceso al hijo del herrador y condenarle y
14.
envolver a la víctima en la conmiseración sin límitesque le
15.
prudencia queparecen envolver todos los actos de la religión
16.
envolver a ponerse en observación, haciéndose el dormido
17.
dejó a los dos una chaqueta para envolver el brazoizquierdo y parar los golpes
18.
Luego, cada línea, con el intento de envolver á la línea
19.
barandilla y clasificó el papel de envolver por el color en el cajón de sala de estar
20.
Pepita cobrará el trabajo, aceptará el obsequio y rogará a la dependienta de Pontejos que espere en el pasillo, porque está acabando de envolver el vestido en la cocina
21.
Y nos dejábamos envolver por lo maravilloso, anhelantes de mayores portentos
22.
Todos recibimos un subsidio destinado a adquirir ropa adicional, edredones, sábanas, maletas, mosquiteras y plásticos en los que envolver las colchonetas
23.
—Había esperado, señores —dijo el espía tratando de envolver en la conversación al señor Lorry,— que por respeto a mi hermana
24.
Y una acción invisible parecía desarrollarse en el patio, en el corazón mismo de la residencia, que se había vaciado para que pudieran habitarla los espectros del pasado; una acción que continuaban tal vez realizando aún los antepasados, los venerables antepasados: el tomar posesión de la tierra, como antes; y por eso, aquella sombra que parecía envolver el patio no era sino el recuerdo de un país señorial hundido en la penumbra del pasado, en el curso interminable de las generaciones
25.
Cuando hubieron desayunado todos, Roran ayudó a Baldor y Albriech a envolver comida, mantas y provisiones en tres grandes fardos que luego se echaron a las espaldas y cargaron hasta el extremo norte del pueblo
26.
Que amonesta a la élite intelectual por la manera en que las numerosas corporaciones de Estados Unidos como Kodak, Gillette y General Motor se esfuerzan por envolver el mundo entero con sus tentáculos que chupan la riqueza para digerirla y engordar a la nación nodriza soberana americana, chupando la energía vital además de las oportunidades mientras mantienen a las naciones sometidas despojadas de recursos y de culturas nativas
27.
Lo que es por mí, mandaría suprimir todos los que se imprimen en España, pues para envolver especias, mejor es el papel no impreso y limpio como sale de las fábricas
28.
El fuego caía en cascada de los cielos, atravesando el aire para envolver la zona próxima al templo de Lathander
29.
¿Habría arrasado los campos el estallido de la bomba atómica que había descrito el eurasiático? Jim recordó el cuerpo ardiente del piloto del Mustang y la luz muda que había inundado el estadio y parecía envolver en una mortaja a los muertos y a los vivos
30.
Las muchachas la ayudaron a envolver sus pies de lirio para el viaje
31.
[1] Los librillos de papel de fumar para envolver el tabaco suelen incluir, en España, una hoja roja, en la que se advierte al usuario: «Quedan cinco hojas»
32.
En cada uno de ellos había un paquetito envuelto en papel de envolver, con la dirección de su respectivo dueño
33.
Frieda estaba ocupada en envolver a jeremías en paños calientes y aun cuando él estuviese sano, ella tampoco tendría tiempo, pues entonces estaría en sus brazos
34.
» Entonces, esperando que Ashe le hubiera indicado el camino correcto, sintió el poder del Aon recorrer y envolver su cuerpo
35.
A primera vista, parece que todas las dimensiones tendrían que verse limitadas por esa opresión, ya que las cuerdas pueden envolver a todas ellas y así lo hacen
36.
La oscuridad acababa de envolver la ciudad, apagando incluso la escasa luz de la mazmorra, cuando los dos hombres percibieron una luz oscilante que reducía la oscuridad del corredor
37.
Con un dedo buscó lo que en ese momento ella quería mostrar afanosamente, mientras describía: «¿Ves? Estos labios tiernos y rosas se juntan aquí en el frente, para envolver el pequeño tacapili, el cual parece una perla rosa y que
38.
Naturalmente, conceptos tales como la estabilidad del sistema financiero, los mecanismos de pagos y otros argumentos técnicos de la misma especie aportan siempre un ropaje exterior en el que envolver preocupaciones reales por la distribución del poder en el seno de una sociedad determinada
39.
Era maravilloso acudir a las playas y dejarse envolver por baños de espuma bajo aquel cielo tan limpio y azul
40.
Envolver en una loncha de jamón
41.
A esos no les han podido envolver
42.
Abrió sus enormes brazos y, al cabo de un momento, Mary se dejó envolver en ellos
43.
Sujetando las cinco gasas con la mano izquierda, empieza a envolver la cabeza con una larga venda de crepé, mientras la sostiene contra la cintura
44.
Era trabajo de él envolver y coser a los muertos
45.
Se plantó en el centro de la sala y se dejó envolver por el olor a lejía
46.
La ironía por la cual trata el juez de envolver la indisciplina en la majestad de la ley y la insolencia por la cual reinscribe el acusado la indisciplina en los derechos fundamentales constituyen para la penalidad una escena ejemplar
47.
Los cartones tamaño póster, la espuma plegable, las carpetas y el papel de envolver constituyen soportes estupendos para un collage
48.
Baedecker había callado un minuto, dejándose envolver por la pulsación pareja de los motores y el flujo de oxígeno
49.
olor de las noches, el brillo del sol en la placa durante los atardeceres, la dulzura y energía que parecen envolver todas las cosas
50.
Sobre su reverso aparecía pegada una tira de papel moreno y ordinario, del que se usa para envolver, escrito con tinta pálida de confección casera
51.
Después de envolver los mariscos en frescas algas marinas, los calentó al vapor hasta que adquirieron un brillante tinte escarlata
52.
Después de envolver a Adrián en una manta, y de vencer la austera resistencia de Félix, nos trasladamos escaleras arriba
53.
Los rumores del campo se apagaban; el viento de la tarde dormía, y las sombras comenzaban a envolver los espesos árboles del soto
54.
Cogió la Biblia ensangrentada, la metió entre los muslos de Coggins y acabó de envolver el cuerpo
55.
—Junior no parecía muy interesado en lo que le estaba diciendo su padre, su único objetivo era envolver bien el cuerpo… nada más
56.
Pero, cuando te presentes ante un hombre, recuerda envolver con una toalla o alguna tela tu pecho
57.
El diablillo de polvo parecía detenerse al empezar a envolver el parque de juegos
58.
, así que Hasmed tuvo tiempo de sobra para acabar sus decapitaciones, envolver las cabezas en viejas bolsas de plástico de supermercado y escabullirse del edificio bajo el manto de su influencia demoníaca
59.
En el cajón inferior, papel de envolver, para confeccionar paquetes de regalo;
60.
—Se cortó la comunicación, y Bill buscó un trozo de papel de embalar y una cuerda con los que envolver la antorcha y el lanzarrayos hasta que llegara el momento de usarlos
61.
Con la creciente preocupación de que estaba tardando demasiado, sacó unas ropas, intentando conseguir algo con lo que envolver la primera caja
62.
Volvió a envolver el pequeño bulto y se lo entregó al labrador
63.
Se giró y vio que el cuervo estaba quitando con cuidado una tira de papel de envolver rojo de un paquete
64.
Y recurre a la declaración del primer maquinista Picasso, quién dice que “esa misma noche antes de embarcarse en el bote volvió a su camarote y se vistió con varias camisetas y otras piezas de ropa interior, como igualmente otros oficiales lo hicieron en su alojamiento tomando en ellos hasta frazadas para envolver sus cuerpos”
65.
Volví a envolver el paquete, tomé un lápiz de la mesa cercana y escribí: «A la atención del deán»
66.
Si les prevengo contra ese hombre que conocen ustedes por mí, pero contra mi voluntad, si les exhorto a envolver tres veces sus corazones de crítica en nuestras discusiones con él, es porque todos sus pensamientos son de naturaleza voluptuosa; porque están colocados bajo la protección de la muerte, que es un poder de los más libertinos, como ya dije en cierta ocasión, ingeniero (y recuerdo perfectamente mis palabras, ya que siempre recuerdo las expresiones precisas y fuertes que he tenido ocasión de formular); una potencia dirigida contra la civilización, el progreso, el trabajo y la vida, y contra cuya emancipación mefítica el más noble deber del educador es proteger a los jóvenes
67.
Podía envolver el cadáver en bolsas de plástico pero esto sólo retrasaría el momento
68.
Brennan sostuvo el cordel empleado para envolver los paquetes de dinero y lo comparó con una sarta que había desovillado
69.
Arrizaron las velas más ligeras y un par de hombres cargados con tubos de una solución de alumbre, las empaparon para que no ardieran; sustituyeron los obenques por tramos de cadenas, empujaron los cañones para que las bocas asomaran por los portillos, el bocor se dirigió a la proa a fin de entonar sus letanías y lanzar fragmentos de un espejo cuidadosamente roto en dirección al barco británico, y Shandy recibió la orden de llenar todos los cubos disponibles de agua marina y empapar la vela sobrante para envolver con ella los barriletes de pólvora
70.
Y después que los geranios, intensificando la iluminación de sus colores, han luchado inútilmente contra el crepúsculo ensombrecido, una bruma viene a envolver la isla que se aduerme; se pasea uno por la húmeda oscuridad, a la orilla del agua en que a lo sumo el paso silencioso de un cisne os pasma como en un lecho nocturno los ojos abiertos de par en par un instante y la sonrisa de un niño al que no creíamos despierto
71.
Mi padre debió de haber aprendido todo eso con los animales de la granja, tuvo que ver de inmediato que el cuerpecito que sostenía entre las manos estaba muerto, debió de enterrar todos los restos del alumbramiento y luego envolver el cadáver del bebé en su pañuelo
72.
Ya me creía disgustado con ella, pero nos volvió a llamar en la puerta para recomendarnos que no fuéramos a fallarle el próximo miércoles y que no viniéramos con ese aparato que era peligroso de noche, sino por tren con todo el grupito e hizo detener el coche ya en marcha en la pendiente del parque porque el sirviente se había olvidado de poner en la capota el trozo de torta y los pasteles que nos había mandado envolver
73.
No hubo dificultad en instalar sendos lavadores con sus recipientes de agua respectivos en cada emplazamiento, así como en proveer a cada uno de éstos de una silla, cajón o banco para colocar la ropa, y de dos rollos de papel higiénico, rogando el suscrito a la superioridad se sirva ordenar a Intendencia le reponga cuanto antes estos últimos elementos, por lo justas que son nuestras reservas en dicho artículo, no habiendo en esta zona tan aislada nada con qué sustituirlo, como papel periódico o de envolver y existiendo el antecedente de urticarias y graves irritaciones cutáneas en la tropa por emplear hojas de árboles
74.
En cambio, los americanos se comportaban como americanos sin más adjetivación y se dejaban envolver en la red de sutiles amabilidades de una vieja cultura del comportamiento, conscientes de que, más tarde o más temprano, lo pagarían como el americano borracho del Rose Garden había pagado el derecho a emborracharse, ser grosero, ridiculizar aquel digesto de cultura thai
75.
Recordaba la conciencia de su propia singularidad y excelencia rechazando la náusea que parecía envolver la mediocre vida de los viajeros
76.
Las teas lamieron los troncos resinosos, y pronto el humo y las llamas empezaron a envolver el cadáver
77.
Los soldados habían comenzado a envolver las tiendas de campaña, y yo había dispuesto el orden de la marcha de modo que estuviésemos protegidos de los ataques que pudiera lanzarnos la caballería de Pompeyo
78.
Envolver en papel
79.
–Me gustaría envolver el cuerpo -dijo, limpiándose los ojos-
80.
envolver a alguien en razones
81.
El enfado que Zehera fingía ante la supuesta ofensa los llevaba a bromear durante un rato y a dejarse envolver por las risas y el desenfado
82.
¡He aquí una hermosa piel de hobbit que serviría para envolver a un pequeño príncipe elfo! Si se supiera que los hobbits tienen cueros semejantes, todos los cazadores de la Tierra Media ya estarían cabalgando hacia la Comarca
83.
El comerciante los miró de arriba abajo con los labios fruncidos mientras tomaba las monedas de cobre de Rand y murmuró una protesta cuando éste le preguntó si podía envolver su espada en la trastienda
84.
El invierno tendría que haber empezado a envolver la tierra con sus gélidos zarcillos, las primeras nieves deberían haber llegado mucho tiempo atrás, y los que ahora sudaban tenían miedo del motivo de que no hubiese ocurrido así, si bien eran pocos los que se atrevían a manifestar en voz alta esos temores
85.
De nuevo penetraron en la casa el aroma de la tibia lluvia y un golpe de viento, de modo que un sutil aliento pareció envolver la estatua y la luz tocó las coloreadas paredes
86.
Las esteras de junco que habían usado para envolver a los animales acolchaban la superficie de la caja y, aunque despedían un olor rancio, Kevin y sus amigas sabían que ellos no olían mejor
87.
–Levanta los brazos para que pueda envolver esto -le pidió
88.
Por último, después de envolver unas tortitas en un pañuelo para comerlas durante la mañana, salió de la casa y se dirigió con sus vecinos hacia el puente para asistir a los juegos que iban a celebrarse en el anfiteatro
89.
De muchacha, había yacido en su cama, en el inocente pueblo de montaña, excitada por su cuerpo, extraño visitante venido de ninguna parte para envolver su espíritu; se había estudiado en el espejo, visto el hoyuelo en su mentón y la curiosa hendidura en la punta de su nariz, dado un paso atrás para apreciar los anchos y combados hombros y los senos como melones y el vientre como un cuenco plano e invertido, brillando sobre el modesto matojo triangular y los sólidos muslos ovalados, y decidido que ella y su cuerpo serían amigos; el trato habría podido ser mucho peor
90.
Después de envolver en una red de calles el fuerte Broke, se fue prolongando por la lengua de tierra que separa las dos radas de la bahía del Espíritu Santo
91.
Los tres compañeros de aventuras se encaramaron por el cono del Este y se internaron por las inmensas llanuras blancas; pero no tuvieron necesidad de ir lejos, pues numerosas huellas se descubrieron a menos de dos millas del fuerte, las cuales bajaban hasta la orilla de la bahía Victoria y parecían envolver el Fuerte Providencia con sus círculos concéntricos
92.
Cuando dejó de temblar, rodó sobre un costado y tomó el miembro erecto de Russell con la boca, un índice que ella podía envolver enteramente con la lengua, mientras le ofrecía una buena vista de las espléndidas y estrictas formas de su cuerpo
93.
A continuación tomó un trozo de papel de seda, del tipo utilizado en la tienda de Dal -corrección, en la ex tienda de Dal- para envolver las ropas antes de meterlas en sus cajas
94.
Había algo en la carroza que hizo que Sean se estremeciera: quizá fuera porque el guante de béisbol parecía envolver a los niños por completo, en vez de protegerles, y los niños, inconscientes de lo que pasaba sonreían como locos
1.
resaltar unas partes conla brillantez del oro y envolviendo otras en dulce penumbra
2.
envolviendo el ruego enpromesas, le suplicó que apurara todos
3.
luego, envolviendo a los delanteros con una doble ylarga ondulación de su
4.
abstracto, envolviendo en aquel la ideadel sujeto
5.
veces, como envolviendo en ellos lopoco que le resta de realidad
6.
el presbiterio, envolviendo al preste y a losdiáconos, amortiguando los oros, y
7.
atrincheramientos y por el abismo, envolviendo en el misterioaquellas horribles
8.
El cielo seguía negro y espeso, envolviendo en tinieblas a la tierra
9.
muleta, envolviendo en la misma aprobación allidiador y a la fiera
10.
Kitiara acababa de limpiar su espada y la estaba envolviendo cuando Ursa habló
11.
Respondió, envolviendo las palabras en un suspiro:
12.
Al pasar otra vez por los Catalanes, el conde se volvió, y envolviendo la cabeza en la capa, murmuró el nombre de una mujer
13.
Una densa humareda alzábase tras de la casa, progresando en dirección a la barricada y envolviendo a los arcabuceros
14.
Estaba muy cansado y se acercó cojeando hasta Elain, que estaba envolviendo un pastel de carne con un paño
15.
Inyecta la mano en el seno de la bolsa de tela y extrae unas pieles de látex para ponérselas envolviendo los dedos
16.
En el centro de la estancia, a la luz de dos hachones, se hallaba un lecho donde yacía Marta Barbany, con el hábito azul claro de las novicias envolviendo su cuerpo, el rostro cubierto con una blanca mantilla de blonda y las manos cruzadas sobre el pecho
17.
Ambos vehículos explotaron envolviendo la cabina de peaje en llamas
18.
Daisy buscó una funda de cojín a medio bordar que nunca se había tomado la molestia de terminar, y envolviendo la labor con los hilos de seda que componían el colorido del bordado, dijo a Larry:
19.
Samir iba a hacerle una seña a uno de los hombres, que estaba envolviendo un cadáver en sus vendas
20.
–Gracias, señor -dijo Omi, envolviendo la cabeza de Yabú
21.
Unas figuras oscuras y encapuchadas blandiendo antorchas a través del umbral, el fuego rugiendo en las habitaciones de la planta baja, haciendo estallar las ventanas y envolviendo en llamas la escalera
22.
En cuestión de segundos los restos del edificio cayeron estrepitosamente al suelo, levantaron polvo y cascajos que subieron hacia el cielo como un hongo, provocaron una densa montaña de llamas y vapores que durante unos segundos permanecieron en suspensión y que por último avanzaron indiscriminadamente por las calles atestadas, envolviendo a todo y a todos los que se interpusieron en su camino
23.
Envolviendo con ellas su esbelta figura, y bien amarradas a la cintura, después de haber sacudido la nieve que las Impregnaba, estas esteras le procuraron un extraño atavío, una especie de enagua tiesa, que dio al coronel D'Hubert un aspecto de impecable decencia, pero mucho más extravagante que antes
24.
En cuanto Donald cerró los ojos, una diminutas luces rojas aparecieron en el dosel de cada cama, al mismo tiempo un resplandor emanó de los doseles, envolviendo a todos en un brillante halo violeta
25.
En los mitos griegos el dios Hermes, cuando tan sólo tenía un día de edad, robó el ganado de Apolo envolviendo ingeniosamente sus cascos para que no dejaran huellas que lo delataran, Apolo por fin, los encontró pero mientras tanto el ingenioso Hermes había inventado la lira y se la dio a Apolo a cambio del ganado
26.
Saúl y la señorita Sewell fueron colocados en el asiento trasero del Mercedes, con finas cadenas envolviendo sus piernas y muñecas
27.
Estaba envolviendo comida en papel de aluminio
28.
Una red de hombres que corrían estaban envolviendo a Spender
29.
Tenía una clara estructura esquelética y (entornando los ojos amplificados por el estaño) a Vin le pareció que distinguía músculos y tendones envolviendo los huesos
30.
—¡Que el Dios te bendiga! —dijo, envolviendo a Kylar en un abrazo
31.
Sólo entonces se abandonó a la cabalgada en la que lo iba envolviendo Apolonia
32.
Un silencio aún mayor, más alto, envolviendo los ecos de las voces, las delicadas presiones, los amorosos reconocimientos
33.
No había viento pero la sensación del aire envolviendo toda su cabeza fue gratificante
34.
Con uno de sus zarzillos mentales envolviendo el caos que ya no lo era, volvió a avanzar hacia Isak
35.
Del foso se elevó una delicada baba de niebla que reptando por el suelo fue envolviendo la base de los palos y los huesos de hombres y animales
36.
¿qué de los dulces y platos de leche, que bastarían para hartar a todos los golosos de la cristiandad? Por último, el generoso olor del tabaco habano se dejó sentir, y una azulada nube flotó sobre la mesa, envolviendo el grupo de convidados en sensual atmósfera
37.
El sol penetraba a raudales, envolviendo en una luz dorada los sofás y las mesas de palisandro y convirtiendo lo que antes parecía una funeraria en un espacio cálido y luminoso
38.
— ¡Se llevarán a la hija del magister! —dijo Shappa con expresión sombría, y hundió un poco más la mano en la consola, que reaccionó envolviendo sus tejidos hasta el codo al tiempo que le apartaba la manga
39.
Bosch asomó la cabeza por la puerta de la sala de autopsias y vio a Salazar envolviendo el cuerpo con una sábana y colocando bien la etiqueta de identificación que le habían colgado en el dedo gordo del pie
40.
Envolviendo la empuñadura de la espada de Juana con sus dedos, intentó alzarla
41.
–No… -volvió a decir envolviendo su expresión en un gemido de desaliento
42.
¡Y los dos Tsé-Tsé envolviendo el idilio con su protección, pues al fin habían encontrado a una mujer capaz de llevar el negocio en su lugar!
43.
Una luz verdosa temblaba sobre la ciudad, envolviendo la pirámide con su resplandor
44.
Miraron a Nick, que caminaba despacio Broadway abajo entre las sombras que le iban envolviendo
45.
Sobre la cabeza tenía la peluca más grande que Jack hubiese visto, un frente tormentoso de tirabuzones negros envolviendo y empequeñeciendo su cabeza y dándole el aspecto, de espaldas, como si un osezno primal se hubiese caído de un árbol aterrizando sobre sus hombros y ahora intentase arrancarle la cabeza
46.
Seguían escenas breves de los chicos jugando ping pong en el sótano y de Susan, la niña, envolviendo
47.
se cernía a ras de suelo envolviendo el espacioso aparcamiento
48.
Entonces, envolviendo su pequeño cuerpo en el poncho de vicuña, fue a meterse en la cama, donde, cuando sintió un poco de calor, empezó a pensar en Eduardo y en las conversaciones que había tenido esa tarde cuando subieron hasta allí desde La Guaira
49.
Respecto al alférez Giralt, particularmente, son tan contradictorias las exposiciones efectuadas envolviendo ellas su persona en tan completa y misteriosa desaparición que predisponen el ánimo a abrigar la sospecha de que se oculta algún acto criminal, sin poder precisar, sin embargo, a quién o a quiénes deba culparse de ello
50.
Justin tomó la mano de su esposa entre las suyas, besó la palma y cerró los dedos envolviendo el beso
51.
—Es tuyo —anunció, envolviendo el colgante y su mano con el calor de su puño
52.
Y esa impresión seguiría envolviendo con su liquidez y su esfumado los motivos que de cuando en cuando surgen, apenas discernibles para hundirse en seguida y desaparecer, tan sólo percibidos por el placer particular que nos dan, imposibles de describir, de recordar, de nombrar, inefables, si no fuera porque la memoria, como un obrero que se esfuerza en asentar duraderos cimientos en medio de las olas, fabricó para nosotros facsímiles de esas frases fugitivas, y nos permite que las comparemos con las siguientes y notemos sus diferencias
53.
A lo sumo notaba accesoriamente que la diferencia que existe entre cada una de las impresiones reales diferencias que explican que una pintura uniforme de la vida no pueda ser parecida- depende probablemente de que la menor palabra que hemos dicho en una época de nuestra vida, el gesto más insignificante que hemos hecho iba acompañado, llevaba en él el reflejo de cosas que, lógicamente, no eran suyas, que fueron separadas de él por la inteligencia que no tenía nada que hacer con ellas para las necesidades del razonamiento, pero en medio de las cuales -aquí reflejo rosa de la tarde sobre la pared florida de un restaurante campestre, sensación de hambre, deseo de mujeres, placer de lujo; allí volutas azules del mar mañanero envolviendo unas frases musicales que emergen parcialmente de él como los hombros de las ondinas- el gesto, el acto más sencillo permanece clausurado como en mil vasos cerrados cada uno de los cuales estuviera lleno de cosas de un calor, de un olor, de una temperatura absolutamente diferentes; sin contar que estos vasos, dispuestos en toda la altura de nuestros años en los que no hemos dejado de cambiar, aunque sólo sea de sueño y de pensamiento, están situados en alturas muy diversas y nos dan la sensación de atmósferas muy variadas
54.
En ese momento, mientras la noche nos iba envolviendo y el mar brillaba a la luz de la luna, me encontraba dispuesta a la generosidad, gracias al cansancio que recorría mi cuerpo, a las horas en las que la historia de espías se había detenido en el umbral de una habitación donde James y yo habíamos jugado el eterno papel de los amantes
55.
Los relámpagos se sucedían rápidamente, envolviendo la llanura en una maraña de fuego
56.
Su mano izquierda jugueteaba con la cadena envolviendo y soltando los eslabones en su palma
57.
Allí era donde guardaba el escondite de sus tesoros de muchachita, las peinetas de tortuga, la medalla de Hija de María, el perfume rosa blanca, la cejaleína, el portaperfumes de alabastro, y las cintas para cambiar cuando le llegaban sus cosas de lavar y había algunos hermosos pensamientos escritos en el álbum con tinta violeta que compró en Hely, en la calle Dame, pues pensaba que ella también sería capaz de escribir poesía sólo con que supiera expresarse como esos versos que la impresionaron tanto que los copió del periódico que encontró una tarde envolviendo las hierbas para guisar
58.
El sueño me iba envolviendo y las risas de mi madre se mezclaban con el gorjeo de Juana en la cocina
59.
Al fin el demonio exhaló la contenida respiración, envolviendo el rostro de Tommy en una galerna de fétido aliento que hizo que el hombre estuviera a punto de echar el café y los bollos que había ingerido durante su estancia en La Gran Mole
60.
—Bien —dijo Ubanaziel, recostando la espalda sobre la roca y envolviendo su cuerpo en sus enormes alas—
61.
Luego, envolviendo su mano con su camisa, frotó las manchas de sangre en la blusa de la niña
62.
Tuvo que pasarse un buen rato envolviendo el cuerpo, limpiando
63.
Tú estás ahí, envolviendo su pequeño e incipiente dedo, como un instrumento, completamente a su merced
64.
Estaban envolviendo en una manta, junto con el lastre, un cuerpo sin vida
1.
Envolví con la
2.
envolví en mi manta, vestido, corrí las cortinasque cubrían los
3.
Cuando te pusiste de acuerdo con el cochero, también yo tomé mis precauciones: alquilé un caballo en el establo y le envolví los cascos con varias toallas del hotel para que no hicieran ruido
4.
Accediendo a sus súplicas, la envolví en un complicado abrazo
5.
Y yo te envolví y te puse en el pesebre
6.
Antes de salir del hotel, envolví un ejemplar de mi último libro y escribí en el exterior: «Espero que lo disfrutes»
7.
De una mirada, recorrí, envolví, me apropié la forma que daba cuerpo al sentimiento abstracto de mi mando
8.
Las envolví en membranas de glóbulos rojos y dejé actuar a la Naturaleza
9.
Me volví de lado al oír unas cautas pisadas y me envolví con la ropa de cama hasta las orejas
10.
Estremecido, busqué fuera de mi saco de dormir la cubierta del motor del Cub y me envolví en ella
11.
Soportó el proceso como una criatura pequeña y obediente y, una vez limpia, la envolví en una gran manta de lana, aparté el caldo del fuego y la insté a tomarlo mientras me lavaba yo y emprendía la caza de los piojos que me habían saltado encima
12.
Me envolví en las sábanas, me incorporé y quedé sentada en la cama
13.
Había unas toscas y ásperas toallas junto al estanque, y me envolví en un par de ellas en cuanto me aparté de la cascada
14.
Los envolví en un papel e improvisé una especie de macuto con una cuerda que me dio el empleado de la ventanilla
15.
Abandonando toda esperanza de contacto sexual, la envolví en una manta y la llevé al automóvil
16.
Mi respiración fue más un sollozo, y me envolví alrededor de él como si fuese mi héroe
17.
Escogí cinco códices y los envolví bien para el viaje
18.
» Mantuve los ojos cerrados y me envolví en la serena racionalidad del Corazón de Piedra como en un manto antes de atreverme a pensar en ella otra vez
19.
Me vestí rápidamente, y, para mayor precaución, me envolví en una manta y salí de la gruta en seguida
20.
La envolví con cuidado en mi chaqueta, y me senté junto a ella para esperar la salida de la luna
21.
Tomé al niño, y lo envolví en las ropas de la cuna
22.
–No le envolví en llamas ni nada parecido
23.
Sin secarme siquiera, me eché al coleto un vaso de aguardiente, luego me envolví en una de las toallas de baño que había allí
24.
Me quité el capote y envolví en él las piernas del herido
1.
su huella en el lienzo que envolvía el cadáver de Jesús
2.
fuente reptaba por la base de las estatuas y las envolvía como
3.
excluida, ya que atemperaba con sus ojos todo el brillo, y envolvía los sonidos en acordes
4.
La luz parecía que resbalaba sobre ellasin penetrarla; sus mil torrecillas no tenían fuerza para romperenteramente la atmósfera opaca que las envolvía
5.
La pasión que los envolvía siempre vuelve a mí en una imagen colmada de entereza y denuedo: en marzo de 1980, al finalizar la toma del Edificio de Aulas por alumnos de la Facultad de Ciencias Sociales, vi desfilar a varios de mis compañeros, con los puños en alto y coreando consignas solidarias
6.
Y soltando en el suelo un lío que llevaba en la mano,agachóse, arrodillándose hasta sentarse sobre los pies,y se puso á desatar tranquilamente las anudadas puntasdel pañuelo que lo envolvía
7.
de laobscuridad que los envolvía; pero tras un breve rato de
8.
expresión de tristeza que la envolvía por entero, los rayosdel sol
9.
quedándose en lasombra que envolvía uno de los ángulos del
10.
envolvía; la impúdica invasión de libertinoscallejeros y mercenarias ambulantes causábale el
11.
Inés se envolvía con un gran manto,
12.
envolvía en un calor pesadísimo
13.
ella hubiera tenido una relacióndirecta con el nublado que envolvía su alma
14.
que apenas los envolvía, el contacto frecuente con elbrazo de su
15.
por no alejarse de laatmósfera que envolvía a su esposa, a quien
16.
Y enesta palabra envolvía todo
17.
Pero estos velos los recogíatodos el barón y envolvía con ellos su
18.
Si me envolvía en mi gabán de pieles me asaltaba de pronto la visión delas desgraciadas
19.
pudieran utilizar el hielo que envolvía en aquelinstante el corazón del violinista del
20.
cuenta, envolvía a la familia
21.
envolvía en la capa, saltando de un golpe del ardor de loscaloríferos del Congreso al
22.
el círculo de curiosos que siempre le envolvía era cadavez más estrecho; que entre los espectadores,
23.
Una obscuridad profunda envolvía la casa
24.
Y el muchacho, inclinándose sobre su hermana, la envolvía en
25.
Prefería la realidad: aquel silencio de lacatedral que le envolvía en una dulce caricia; la calma
26.
que envolvía el alma del jardinero
27.
Un silencio penoso envolvía a lafamilia
28.
exceso de luz yactividad, envolvía a los dos trasnochadores,
29.
la tarde y selevantaba a las doce de la noche, se envolvía en una
30.
era penetrar elmisterio en que este hombre se envolvía
31.
envolvía, laperfumaba un vapor de elegancia y de buen tono
32.
Su hija le envolvía, mientras hablaba,en una mirada de admiración y cariño que él no
33.
desde las cinco de la mañana, envolvía a la ínclita ciudad en unacaricia viva y
34.
El aire, inflamadopor los rayos del sol, nos envolvía
35.
La sombra que le envolvía al pensar esto era una imagen de suexistencia
36.
—¡Esto es un telar!—gritaba, y se envolvía en los hilos como si fuerancables, procuraba
37.
Lo que más le irritaba era que su conciencia le envolvía a él también enel general desprecio
38.
tono general que lo envolvía todo,[10
39.
muy alegre hacia sus compañerasy en la mirada con que le envolvía al desdoblar
40.
levantar una punta del misterioque envolvía al mundo
41.
tradicional y envejecedorque según Febrer envolvía a la
42.
través de la atmósfera líquida que envolvía áeste mundo del
43.
humo por falta de aire, envolvía en una comogasa oscura y sucia todos los edificios, cuyas masas
44.
El señor de Couprat reía, pero Juno se envolvía en una
45.
espeso chal con que se envolvía el gracioso busto, susrollizos
46.
llamaba se envolvía ella los dedos en supañuelo
47.
En blanco estaba el papel que envolvía los billetes,los cuales, ¡oh prodigio!,
48.
Hablando del misterio que envolvía los planes matrimoniales deCaballero, decía
49.
dote de su hija; en suma, tuvointuiciones pasajeras del cálculo inicuo que envolvía la demanda
50.
envolvía la bruma, y la humedadde que estaba impregnada la atmósfera nos obligó á ponernos loscapotes á fin de preservarnos del desapacible relente de la tarde
51.
donde una luz pálida lo envolvía, luz que derivaba del otro salón donde estaban los libros de mayor
52.
Antes de la llegada del ferrocarril, un gran misterio envolvía las proximidades del pozo
53.
Antes de que Sturm enfocara de nuevo su atención en el palenque, Tossak se puso en movimiento y volvió a brincar de isleta en isleta, ajeno, al parecer, al calor que envolvía el pozo y abrasaba los ojos de Sturm
54.
El individuo en cuestión se envolvía en una capa, pero Huma divisó debajo del paño los destellos de una armadura
55.
–¿Sirve esto de algo? – preguntó mientras yo envolvía a Juanita en la manta
56.
A ratos, cuando el viento llevaba el vapor en mi dirección, la pestilencia me envolvía, y yo aguantaba el aliento en un esfuerzo por evitarla
57.
Con dedos temblorosos desgarró el papel que lo envolvía y descubrió el conocido estuche de cuero
58.
Y una tarde recuerdo la caída de la lluvia, con su olor a tierra fresca; caía entre la iglesia y yo, cada vez más deprisa, hasta que llegó la noche y me pareció que me envolvía en sus sombras con mis remordimientos
59.
La luna había desaparecido y una obscuridad intensísima envolvía la alegría, no permitiendo ver objeto alguno, a excepción de la descarnada y alta columnata que daba la vuelta al cuadrilátero del patio
60.
Poirot cogió la que se comprara él, y tras quitarle el papel que la envolvía la puso junto a las otras
61.
¿Tiene usted idea en dónde puede estar el papel que envolvía la caja?
62.
—Olvida usted que el papel que envolvía la caja debió ser quemado
63.
El sol descendía hacia su ocaso y su luz tomaba suaves tonalidades y les envolvía en su manto dorado
64.
El señor Cayley pareció ablandarse ante estas razones y reanudó su discurso mientras se envolvía cuidadosamente la garganta con los pliegues de la bufanda de lana
65.
Una vez libre del papel que lo envolvía aparecieron unas prendas de lana
66.
Cuando el agua volvió a bajar hacia la orilla y pudieron ponerse en pie, les envolvía una oscuridad intensa
67.
Eragon soltó un chillido al notar que una presión envolvía sus piernas hasta la rodilla, apretando y constriñendo las pantorrillas de tal modo que le resultaba imposible caminar
68.
La niña lo presentía y se agitaba sobre sus rodillas presionando, restregando, frotando, hasta sentirlo gemir ahogado, apretar los nudillos contra el borde de la mesa, ponerse rígido y un picante y dulce aroma los envolvía a ambos
69.
El germano, a pesar de ello, les hizo cargar unos quinientos kilos de más, para que les sirvieran de lastre, y luego, ayudado por sus compañeros, quitó la tela que envolvía el esqueleto del aparato, con lo que los globos quedaron a la vista
70.
La joven se le había abrazado al cuello y le envolvía con sus cabellos
71.
Arregló la mesa con flores y frutas, colocó su mejor mantel, dispuesto a mitigar un poco la tragedia que a todos envolvía
72.
Farica, la sirvienta de Nasuada, tiró de la última venda de lino que le envolvía el brazo
73.
Al entrar en una habitación la llenaba con su presencia hasta el último rincón, cuando se sentaba a tomar el fresco de la tarde en la puerta del almacén, toda la calle sentía el impacto de su atractivo, envolvía a los demás con una suerte de encantamiento
74.
Aun así, parecía que tenía la mente en otra parte; la envolvía una sensación de tristeza
75.
La luz se filtraba entre las hojas y dibujaba sombras en el paisaje; la niebla subía del suelo tibio y envolvía el mundo en un hálito de misterio
76.
A medida que ascendían, la escalera se doblaba sobre sí misma y los envolvía un penetrante olor a ajo, marihuana y trementina
77.
Todo el mobiliario era negro; la única nota de color era el morado paño que envolvía la cintura del Crucificado que desde la pared de detrás del despacho presidía la pieza
78.
Se apoltronó en uno de los dos grandes sillones que estaban frente a la mesa y procedió, con gran cuidado, a retirar el lacre del envoltorio con un abrecartas de marfileño mango y forma de florete que tenía el maestro sobre la mesa; cuando apartó el cartoncillo que envolvía atadijo, apareció un pequeño volumen con las tapas de cuero y sobre él, doblado, el papel de una carta
79.
Los sueños de los niños en piyamas negros retornaron con más intensidad y frecuencia; también soñaba con un hombre suave y oloroso a mar que me envolvía en sus brazos, desper-taba aferrada a la almohada deseando con desesperación que alguien me besara como Severo del Valle había besado a su mujer
80.
Ahmed, transido por la emoción, despojó a Zahira del burdo saco que la envolvía y, tras besar su frente, procedió a desnudarla, dejando al descubierto la terrible herida que le atravesaba el pecho
81.
Aún hoy, a través de la suciedad que la envolvía, él la veía como la viera el primer día, recostada en un árbol, el cuerpo erguido, el rostro sonriente, mordiendo una guayaba
82.
Un viento helado lo azotaba, la humedad se le metía en el cuerpo, la oscuridad lo envolvía y las horas pasaban con torturante lentitud
83.
Opur tuvo la sensación de que un anillo de acero le envolvía el pecho mientras escuchaba la historia del joven
84.
Un olor acre a humedad lo envolvía todo
85.
Oí un ruido vago y terrible a lo lejos, más allá del caballo, en la neblina que envolvía las palmeras verdes que señalaban el lugar distante del agua prometida
86.
Pero, al mirarle y ver su preocupación, su compasión y su amor, y sabedora de lo mucho que él apreciaba la verdad, dejó caer alguno de los velos en que se envolvía
87.
Y la suavidad de la sábana que la envolvía
88.
Se hallaban en cubierta, y el cálido sol los envolvía en su abrazo
89.
«¡Marius!», exclamé, pero la tierra que me envolvía engulló mi voz
90.
Y cuando abandonaron los demás la sala, Fuerza-de-los-Corazones arrojó lejos de sí, con un movimiento rápido, el izar que la envolvía y el velillo que le tapaba el rostro, y apareció vestida con un traje semejante por completo a los que vestía en el palacio, cuando el califa la acompañaba
91.
A este punto llegaba la moza de su relación, cuando oyeron gran tiroteo y vieron aumentada [50] la humareda que envolvía la iglesia
92.
Regó la pobre señora con su llanto las sábanas en que se envolvía, formando como una pelota, y se dijo: «Si el Señor quiere que nunca más vea yo el suelo y el cielo de mi querida Mancha, hágase conforme a su santa voluntad
93.
Y su hija, ¿qué sería de ella después de la desaparición del padre? ¿No había manera de escapar de la red invisible que los envolvía? Ferrier dejó caer la cabeza sobre la mesa y sollozó al pensar en su impotencia
94.
Fenston se acercó rápidamente y comenzó a arrancar la tela plástica que lo envolvía, ansioso por ver aquello por lo que había estado dispuesto a matar
95.
«La policía de París acaba de realizar un descubrimiento que levanta el velo del misterio que envolvía la trágica muerte de Eduardo Lucas, asesinado durante la noche del pasado lunes en Godolphin Street, Westminster
96.
Ahora, sus personalidades se habían fundido en una cordialidad que envolvía sus individualidades
97.
En ese momento, Lorn volvió a tener la sensación de que un puño envolvía su corazón
98.
El aire era cálido, dulce y la envolvía
99.
—Interesante lugar de encuentro —dijo mientras hacía un gesto con la mano que envolvía todo el habitáculo de la iglesia
100.
–¿Quién es CAIN? – preguntó un agente mientras yo desataba el cordón y quitaba la bolsa de plástico que envolvía la cabeza del cadáver
1.
el piar violento, encarnizado, de los gorriones que envolvían el palacio con un rumor sordo de
2.
Los ojos de ella le envolvían en una mirada suave y cariñosa
3.
En las nieblas que envolvían su pensamiento, la infeliz joven, al oíraquello del rasgo, se acordó de Feijoo y de sus prohibiciones; peroeste recuerdo no la hizo arrepentirse de su acción
4.
Recordaba, sí, que la muerta había sido su mayorenemiga; pero las últimas etapas de la enemistad y el caso increíble dela herencia del Pituso, envolvían, sin que la inteligencia pudieradesentrañar este enigma, una reconciliación
5.
delicia,una sensación íntima de encanto la envolvían por la idea
6.
amplias conexiones que hasta el momento la envolvían en
7.
envolvían a la empapada ciudad
8.
todavía las auras del triunfole envolvían, y, sin embargo,
9.
montañas y envolvían la vegetación: miraba ellago gris y
10.
poco; que el aire entraba suavemente en lascélulas vivificadas que envolvían las
11.
de adoración que emanabandel joven, la envolvían en una
12.
envolvían hacia la mujer que me tenía seducido, como por encontraren ellas alguna
13.
envolvían siempre una cortesanía tanexquisita, una posesión tan cabal de todas sus
14.
el dela honra; segundo, ciertas telarañas de seda que le envolvían la cara,pues en la
15.
Las atlotas, con una solidaridad de sexo, envolvían a
16.
entre la maleza de los espinos y acaciasque lo envolvían
17.
de la enferma, a mudarle los trapos yvendas que envolvían sus hinchadas piernas
18.
imitación de los torbellinos de humo de la máquina,que envolvían al tren cual envuelve a la
19.
decarnero, que les envolvían las piernas
20.
{167} En los apartamentos, las botellas de agua y las de vino, más raras, se envolvían en trapos mojados
21.
"Hace mucho tiempo, los cristianos de Abisinia veían en la peste un medio de origen divino, eficaz para ganar la eternidad, y los que no estaban contaminados se envolvían en las sábanas de los pestíferos para estar seguros de morir
22.
Las tinieblas envolvían ya la tierra; pero, no habiendo niebla, se podía distinguir perfectamente cuanto hubiese en la laguna
23.
Por las noches se envolvían en sus rebozos y se dormían bajo los árboles con un avemaría en los labios y el alma puesta en el niño, para no pensar en pumas y en alimañas ponzoñosas
24.
Childermass apenas lo percibía y, no obstante, por influjo del tañido parecía que creciesen la oscuridad y el silencio que lo envolvían
25.
Se reclinó en su asiento, o, más exactamente, se hundió entre los ropajes que lo envolvían
26.
Los campos trocáronse un instante en lagunas; retemblaba el caserío de las aldeas como si quisiera deshacerse, y los relámpagos envolvían instantáneamente en lívida claridad la catarata gigantesca
27.
A medida que los hombres se acomodaban en las embarcaciones, oíamos sus palabras en voz baja, juramentos ahogados cuando se empujaban o pisaban unos a otros, el sonido de los remos encajándose en los toletes y el roce metálico de las armas, amortiguado por los trapos que las envolvían
28.
Corrí hacia ella, que retrocedió de un salto resollando, gesticulando para disipar los vapores que le envolvían la cara y esparciendo trozos de cristal por el piso a consecuencia de un resbalón que casi la hizo caer
29.
Sabía que estaba desnuda, tendida encima de las sábanas que le envolvían los tobillos, aunque no recordaba cómo había llegado hasta allí
30.
Músculos y tendones envolvían su cuerpo, como la lana en torno a un huso
31.
A través de los serpenteantes anillos de vapor que lo envolvían, observó que eran los más viejos los que habían corrido, r procedentes de diversos lugares, para luchar contra el escape
32.
Cuanto más retrocedíamos en el tiempo, más gruesos eran los lazos que envolvían mis pies
33.
Pensó que la historia podría repetirse y se durmió arrullado por la sensación de que le envolvían los efluvios de una plácida y extraña dicha
34.
Recordaba, sí, que la muerta había sido su mayor enemiga; pero las últimas etapas de la enemistad y el caso increíble de la herencia del Pituso, envolvían, sin que la inteligencia pudiera desentrañar este enigma, una reconciliación
35.
Los noruegos de la Alta Edad Media enterraban a los cuerpos en ataúdes, a las mujeres en la vertiente sur de los camposantos y a los hombres en la vertiente norte; pero en épocas posteriores los noruegos prescindieron de los ataúdes y simplemente envolvían los cuerpos en ropa o en un sudario, y además pasaron a mezclar en el cementerio los cuerpos de hombres y mujeres
36.
Algunos harapos entremezclados con ramas de espino envolvían el diminuto esqueleto, como arrastrados hasta allí por el viento
37.
Cuando Arturo estaba en Armórica, los francos se hallaban aún a varias millas hacia el este, en terreno llano y sin árboles, condiciones idóneas para la caballería pesada; sin embargo, en esos momentos el enemigo había penetrado hasta el corazón de los bosques que envolvían los montes del centro de Benoic
38.
Se les descubría, volando de un sitio a otro; a veces sólo se veían asomar entre el ramaje los cañones de acero de las carabinas que envolvían el árbol en una nube de pólvora
39.
sábanas que envolvían cuerpos
40.
Los seres se deslizaron hacia adelante, con esas telas amarillas que les envolvían el cuerpo
41.
Las palabras de la Mujer Pájaro le envolvían con las voces del chotacabras y los búhos
42.
Les quedaba tan poco calor en el cuerpo, tan poca energía… El frío los devoraba a pesar de la piel en la que se envolvían y de las parkas dobles de pelo
43.
Sus ojos le envolvían y parecían absorberle
44.
Regresó al dormitorio con ellos y los observó mientras envolvían a la chica con las mantas ensangrentadas de su padre
45.
La fiebre no le daba tregua, pero ante la llegada del muchacho se deshizo de las cubiertas de lana que le envolvían y se levantó
46.
Sobre el bosque ascendían vapores de niebla, cubrían la cima de la montaña y envolvían la tierra de una luz extraña e irreal
47.
¡Dime! ¿Adónde? Nos ha llevado de vuelta a un día de tórrido calor, a una habitación llena de muebles sin desembalar, a un hombre triste y preocupado por su hija desaparecida, un hombre que me ayudó a sacar dos sillones de los plásticos que los envolvían a fin de que tuviéramos algo donde sentarnos
48.
Simón salió furtivamente de las sombras que envolvían los refugios
49.
A pesar de los empeños de Marheyo y Kori-Kori para detenerme, me abrí paso hasta el centro del círculo y pude ver tres cabezas humanas que otros del grupo envolvían rápidamente en las telas en que se guardaban
50.
Obi-Wan se presionó las sienes con el índice y el pulgar, intentando despejarse la mente, pero no logró atravesar cualesquiera que fuesen las ilusiones que los envolvían
51.
Miré a mi alrededor, advirtiendo todos los diamantes y la ropa de marca que llevaban, pensando que se envolvían en símbolos de riqueza para compensar sus humildes orígenes
52.
Eso era la Angustia: no el miedo a la maquinaria gloriosa de la TOE, sino la comprensión de que estaba solo en la oscuridad con cien mil millones de telas de araña deslumbrantes que envolvían mis ojos inexistentes
53.
Mientras se daba la vuelta y seguía el rastro de los zarcillos de energía negra que envolvían la hoja de piedra de Excalibur, Josh supo la respuesta
54.
Elidath sintió que le envolvían el desaliento y la alarma
55.
Ahora bien, Tsé-Tsé y su mujer estaban en la gloria, envolvían a la pareja con sonrisas complacientes, les facilitaban momentos de soledad como a los novios
56.
Ethan volvió a sentir que las tinieblas envolvían el mundo
57.
Es por esto que la historia de los imperios de Oriente connota para nosotros la historia de las religiones: estas cronologías convertidas en ruinas sólo han dejado la historia aparentemente autónoma de las ilusiones que las envolvían
58.
Miraron impotentes cómo sacaban el féretro, lo introducían en el furgón y envolvían a éste con una bandera
59.
Pero sólo fueron atisbos de luz en medio de las tinieblas que envolvían su mente
60.
Las sombras lo envolvían todo, densas y silenciosas, alrededor de su pequeña luz
61.
Menion sacudió la cabeza para aclarar la confusión de la lluvia y la debilidad de sus ojos, después gateó hasta el montón de ropas empapadas que envolvían al forcejeante prisionero
62.
En contraste con el envejecimiento de la casa, los árboles que la circundaban se habían desarrollado a placer, y, como ocurría con la cabaña de troncos descrita en Los Robinsones suizos, la envolvían por completo
63.
La lámpara estaba apagada, y densas tinieblas envolvían la habitación
64.
Lo lavaban y lo envolvían en algo
65.
Percibí la oscuridad y las sombras que nos envolvían, con luz de una sola bujía y los rescoldos del fuego que se apagaba
66.
Los niños lo arrullaban, lo cubrían, encantados de su risa y cantando su propia dulce canción, una canción de caos e interdependencia, mientras sus cuerpos fríos y resbaladizos, hinchados de la sangre de sus enemigos, se mezclaban y lo envolvían
67.
Su semblante expresaba la mezcla de sensaciones que la envolvían, desde la emoción hasta la preocupación
68.
Le envolvían las piernas y se habían enredado unas con otras
69.
El frío silencio y las tinieblas del reino de los muertos los envolvían, envolvían las palabras
70.
Como en tales noches me recogía yo mucho más tarde, en mi cuarto, que ya no me era hostil, me encontraba con sumo placer aquel lecho en el que según se me figuró el día de mi llegada nunca podría descansar, y al que se dirigían ahora mis fatigados miembros en busca de reposo; de modo que mis muslos, mis caderas, mis hombros, iban sucesivamente tratando de adherirse en todos sus puntos a las sábanas que envolvían el colchón, lo mismo que si mi fatiga, hecha escultor, quisiera sacar un vaciado completo de un cuerpo humano
71.
Jamás había amado; jamás sus ojos habían respondido a las mil miradas que la envolvían sobre la escena
72.
Y sus ejercitados ojos trataban de penetrar las sombras que envolvían el río
73.
Se volvió, rozando la campana de bronce, fue de una ventana a otra, unas aberturas estrechas pero altas, terminadas en ojiva, y entonces adivinó los movimientos de las tropas contrarias, tres enormes masas de hombres disciplinados que envolvían el pueblo desde las ciénagas en el meandro del Danubio hasta la mitad de la planicie de Marchfeld, y tal vez incluso más allá de Essling, en el otro extremo del frente
74.
Aunque era plena mañana, nubes oscuras y densas envolvían la ciudad en sombría penumbra
75.
El hombre, con el cuerpo en tensión, escudriñaba las sombras que nos envolvían
76.
Los hombres que concibieron el plan de invasión habían tenido buen cuidado en buscar para las emisiones de "La Voz de la Libertad" una onda que los thorbod no habían utilizado jamás, y la terrible confabulación que se urdía y fermentaba en los hacinamientos humanos que envolvían las ciudades thorbod no había trascendido lo más mínimo
77.
Los vapores lo envolvían
78.
Hacía ya unos meses que no lo frecuentaba, desde su caída en el café, pero pudo ver que todo continuaba igual: los azulejos de color verde pálido que envolvían las paredes de los corredores; las ventanas blancas a través de las cuales se podía divisar el pequeño pero hermoso jardín por el que los enfermos que podían valerse por sí mismos salían a pasear y a dejarse acariciar por el sol; las batas de los doctores con su nombre bordado con hilo azul en un bolsillo por lo general abarrotado de bolígrafos; las enfermeras caminando apresuradas con muestras de análisis en sus manos y forzando una sonrisa a modo de saludo a todo aquel con el que se cruzaban; la cara de resignación de los pacientes que aguardaban sentados en la banqueta de sillas blancas
79.
A la derecha giraba hacia el oeste, bordeando las estribaciones montañosas, y hacia el sur desaparecía en las sombras que envolvían las laderas occidentales de Ephel Dúath; más allá de donde alcanzaba la vista, se internaba en la estrecha lengua de tierra que corría entre las montañas y el Río Grande
80.
Mientras los brazos de Papá lo envolvían, empezó a llorar
81.
A la derecha giraba hacia el oeste, bordeando las estribaciones montañosas, y hacia el sur desaparecía en las sombras que envolvían las laderas occidentales de Ephel Dúath; más allá de donde alcanzaba la vista, se internaba en 1 estrecha lengua de tierra que corría entre las montañas y el Río Grande
82.
La gente se movía con determinación en lo alto de las almenas que envolvían el puerto, pero apenas distinguía hombres de mujeres a esa distancia
83.
El sol comenzaba a declinar cuando Paneb escaló de nuevo la monumental efigie para quitar las cuerdas que la envolvían y hacerla aparecer en todo su esplendor
84.
A pesar de las capas que le envolvían, los dedos de las manos y de los pies comenzaban a acusar el frío
85.
Otros se protegían con túnicas de laminillas metálicas que les envolvían desde el cuello hasta las rodillas
86.
Dondequiera que mirara había estrellas, pero no las comunes, que los observadores de la Tierra captaban a simple vista, sino multitudes, muchas que parecían casi rozarse unas con otras, que la envolvían en todas las direcciones algunas de una tonalidad amarilla, azul o roja, especialmente rojas
87.
Cuando la vanguardia de la nube de langostas comenzó a descender para alimentarse con el nuevo pasto verde, Ayla y Jondalar se vieron cubiertos por los insectos que les envolvían, les golpeaban y rebotaban contra ellos y los caballos
88.
Se quitó los ajustados pantalones, para lo cual tuvo que quitarse también las polainas que envolvían la parte inferior de las perneras; luego se abrió de piernas, agachada del modo habitual
89.
Varias vueltas de cable me envolvían las muñecas, y el complicado nudo estaba colocado de tal modo que me era imposible alcanzarlo con la boca
90.
Violentas borrascas bajaban sin avisar desde los Besquides y envolvían el campo, asfixiándolo durante unos veinte minutos bajo un velo blanco y movedizo antes de desvanecerse con la misma rapidez, dejando todo inmaculado durante unos pocos minutos
91.
Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga
92.
Dentro había dos túnicas bicolor, una mitad verde y la otra amarilla, que envolvían dos espadas y dos puñales
93.
Bailó sin parar, hasta que sintió que era el momento de desplomarse en un rincón, y sólo surgió en la última parte del amanecer, todo el cielo ya iluminado, el sol a punto de abrirse paso a través de las colinas que envolvían la bahía
94.
Los envolvían en hojas y se los metían en el recto
95.
Ambas se desvanecieron a medio camino, al tiempo que el arco y la luz que los envolvían se disipaban
96.
Afuera, en el aparcamiento del hospital, las luces anaranjadas amortiguaban los colores de los coches y los envolvían en un halo amarillento
97.
El panel que Ti había repuesto cayó derrumbado y una luz iluminó las tinieblas que envolvían a nuestro hombre
1.
vida en la otra orilla del mar, muy hacia el norte, envuelto en el tráfago industrial y
2.
Él, que siempre anduvo envuelto en agrios trabacuentas con la administración y
3.
Envuelto en pacas de humo blanco, ofrecía la imagen del jefe
4.
en sus citas anteriores, las vicisitudes que lo habían envuelto durante las últimas horas
5.
lugar que en cualquier otro, las cuales, a veces, me arrastraban dando revolcones, envuelto en
6.
envuelto por una nube de paz y armonía
7.
estación, un fatigado ómnibus tomaba el relevo y envuelto en volutas de humo
8.
santuario y se lo llevó envuelto en fiebres, para que no fuera testigo de la
9.
Toda la habitación le pareció a Lucía llena deflores; del cristal del espejo creyó ver salir llamas; cerró los ojos,como se cierran siempre en todo instante de dicha suprema, tal como sila felicidad tuviese también su pudor, y para que no cayese en tierra,los mismos brazos de Juan tuvieron delicadamente que servir de apoyo aaquel cuerpo envuelto en tules blancos, de que en aquella hora denacimiento parecía brotar luz
10.
No murió don Manuel del pesar de que hubiese muerto su hijo, aunque bienpudo ser; sino que dos años antes, y sin que Manuelillo lo supiese, sesentó un día en su sillón, muy envuelto en su capa, y con la guitarra allado, como si sintiese en el alma unas muy dulces músicas, a la vez queun frescor húmedo y sabroso, que no era el de todos los días, sino muchomás grato
11.
Amaneció Madrid envuelto en una sábana denieve de media cuarta de espesor, y todo el día siguiónevando sin cesar un instante
12.
pómulos, dejando el resto delsemblante envuelto en una palidez
13.
En medio de la oscuridad en que estaba envuelto el
14.
Buddha no nos da el por qué de la existencia del cosmos, envuelto o no por la ilusión de maya; ni tampoco nos dice por qué existen los hombres y cuál es la función de la presencia de ellos en el cosmos
15.
Buscaba el retrato y le hallé cuidadosamente envuelto en un
16.
El cielo parecía envuelto en una red de rayos
17.
un día en el almacén, envuelto enun guiñapo colorado, con un rabo de escoba en la cadera y
18.
Estaba envuelto en el humo azulado, sutil y picante que se escapaba delfogón de los buñuelos;
19.
moral con que la horrible sequedad del cuerpo había envuelto el espíritu, nos vimos en situación
20.
Y mientras estos acontecimientostenian lugar en Colombia, Buenos-Aires gemia envuelto en el
21.
Su cuerpecito estaba envuelto con una manta, y se conocía que
22.
una caja develas, y dentro, envuelto en franela de un encarnado
23.
Púsose en piesobre la cama, envuelto
24.
sobre todo, la gravefigura del portero augustamente envuelto en
25.
Es él, en efecto, envuelto en su gran capa, y es él, el primero que lave y la
26.
El que la llevaba estaba envuelto en la sombra
27.
Doña Clara, entre tanto, había tomado de sobre la mesaun objeto envuelto por un
28.
Felipe III se quedó sentado en la cama, recostado sobrelos almohadones y envuelto
29.
Los mozos pusieron el cofre envuelto como estaba en laparte de adentro de la
30.
envuelto en uncapote, con un gran sombrero calado hasta las
31.
resplandecientes rayos de lacustodia, envuelto en la neblina del
32.
inmensidad en todasdirecciones, sentíase envuelto y acariciado
33.
parecía ebrio, llevando á cuestas áotro, envuelto en una sábana,
34.
Deusto por dentro, aqueltemplo de la sabiduría envuelto en el
35.
agua empezaba ya a helarse, y envuelto en pielesde carnero, alrededor de las hogueras, en la
36.
estaba envuelto en la obscuridad: la clase delos Invertebrados
37.
envuelto en sus cabellosdestrenzados que flotan, el rostro de
38.
envuelto en un pañode terciopelo negro, bordado con las armas
39.
había envuelto a ellos en su propio destino
40.
Al marchar solo, sin el resguardo proporcionado por el cuerpo de lamula, se vió envuelto en
41.
hombros desnudos; creía estar envuelto enla piel de Leonora, y el perfume de su
42.
Rafael vivía envuelto en aquel mismo ambiente tibio y suave del hogarhonrado, que
43.
paracomunicarse con ella, ¡cómo había llorado, envuelto en una
44.
ha parado untigre, recibídolo con el puñal en una mano y el poncho envuelto en
45.
abrasaba, alabrigo de las sensaciones más abrasadoras, envuelto,
46.
es, ó lo que es es; pues en todas las demás,en el sujeto mismo está envuelto algun predicado que
47.
Aprovechó laturbación en que sus gracias habían envuelto al
48.
Tomó de una silla un paquete que había traídorecatadamente envuelto en un pañuelo,
49.
puerta y aparece el capitán envuelto en una bata que había sidoverde esmeralda, luego
50.
Y envuelto con mil gentes diferentes,
51.
pasearse por loscafés, por las tabernas, envuelto en su pintoresco
52.
Teníale envuelto en una atmósfera deprotección, de tibios y amorosos
53.
Envuelto en su gabán de pieles yarrellanado en el rincón del coche, no despegó los labios en todo elcamino
54.
—dijo el chalán, que estaba envuelto desde elpescuezo á la rabadilla en un ceñidor encarnado, por
55.
Del cajón dela cómoda sacó un pedazo de queso envuelto en un papel, que se habíahecho transparente
56.
Mi tío subía la escalera envuelto en
57.
envuelto en negro lienzo
58.
envuelto en frases muy lisonjeras para éste, pudeadivinar cierto rencor en su relato, y
59.
alumbrar más que el suelo, dejando envuelto en media luz y muytenue el resto de la
60.
prensándolo en el mismo molde, envuelto enun paño
61.
—Se asa el ganso envuelto en tocino; se trincha,quitando primero los muslos y
62.
envuelto; ahora, sin aprensión, sin escrúpulos, sin tormentosdel cerebro, la dicha presente;
63.
El viejo, con su gorra calada hasta las orejas, envuelto en el sudeste,se asomaba a una de las
64.
Salió unmomento el sol, un sol pálido, que apareció en el cielo envuelto en
65.
todo el resto, hasta el nacimiento, queda envuelto en una
66.
Más allá del nimbo de luz láctea en que iba envuelto el buque,
67.
entrepuente,sube a la cubierta envuelto en su abrigo para
68.
se movía envuelto en la sordina de lagrasa
69.
voluminoso envuelto en cortinas de seda,que suplían á la lona de
70.
ahora se encontraba envuelto en los horrores de laguerra, con la
71.
protectora derecomendaciones en que le había envuelto
72.
Un hombre envuelto en un
73.
A veces desmayaba, y su cuerpo juvenil, envuelto en las nieblasgrises
74.
Por las mañanas, al despertar en él, se veía envuelto en una
75.
como envuelto en unaatmósfera de paz y de supremo
76.
Porque enaquellas «bajuras» y envuelto en
77.
extenuado, envuelto en unropaje burdo y desaliñado, sobre el
78.
veía envuelto en los oleajes del mar detranseúntes o de
79.
44 Y el que había estado muerto, salió, atadas las manos y los pies convendas; y su rostro estaba envuelto en un sudario
80.
lienzos, sino aparte en un lugar envuelto
81.
en una butaca de su gabinete, fumando y envuelto en lasombra que proyectaba la
82.
cuando tío Manolo envuelto en su bata le esperaba sentado en labutaca leyendo los
83.
Envuelto en su capote de lujo, se dejaba llevar como unadivinidad, inmóvil y erguido
84.
invierno junto a la reja de Carmen, envuelto en su capa de cortaesclavina y graciosa
85.
era elinstinto! No recordaba cómo ni cuándo las había recogido y envuelto otravez en su
86.
—Felices—dijo Bringas, entrando de súbito, envuelto en su bata del año40, la cual
87.
arrimado á la pared, con las manos á la espalda, descalzos los pies, el pescuezo envuelto en una
88.
Después de santiguarse, y en chanclas y envuelto en el capote,
89.
Se abrió la puerta y entró un viejo mendigo envuelto en una anguarinaparda, con una de las mangas
90.
casa, durmiendo sobre los sillones, envuelto en mantas como un niño
91.
parecía turbado sobre los montones de libros, envuelto en el polvo rancio del local
92.
Alguien se destacó de las llamas, era un ente que, pese a estar envuelto en su
93.
Diluvió durante horas, y si el Cataclismo había llegado envuelto en fuego y truenos, erupciones y derrumbamientos, ahora parecía repetirse en forma de torrente, como una inundación que, de no cesar, acabaría por ahogarnos a todos… si en los cielos había suficiente agua
94.
Ireland estaba en el umbral y aferraba el paquete envuelto en basto papel de estraza
95.
Se imagino que en algún tiempo, Rosewicz debió de haberse visto envuelto en la subversión anticomunista, posiblemente en alguna de esas organizaciones financiadas y fundadas por la Liga Mundial Anticomunista; o incluso estar involucrado en operaciones de los servicios de inteligencia occidentales en la Europa del Este
96.
Ian bendijo por primera vez en su vida el sol de Calcuta cuando sus rayos velaron el manto de oscuridad que los había envuelto durante horas
97.
Le bastó con aproximarse para reconocer el tren que había creído ver atravesar los muros del orfanato noches atrás, envuelto en llamas y transportando en su interior las almas atrapadas de cientos de niños que pugnaban por escapar de aquel infierno perpetuo
98.
Tommy saltó del taxi y pagó al conductor, introduciendo luego medio cuerpo dentro del vehículo para sacar un objeto plano, torpemente envuelto, que se veía bien a las claras que era un cuadro
99.
Tommy quitó al lienzo el papel con que lo había envuelto
1.
evidente en el preciso contexto que nos envuelve, bien podemos llegar a la conclusión de que,
2.
Identifique la fascia braquial (o los restos que queden de ella) que envuelve los músculos anteriores del brazo y los elementos vasculares y nerviosos superficiales ya encontrados en la disección de la axila, los cuales deberá seguir y estudiar:
3.
envuelve la negación del arte mismo: labrutalidad del efecto
4.
el manto de camuflaje que la envuelve, nada ni nadie la
5.
que envuelve el cuerpo físico y controla a su vez los deseos
6.
desea la noche con impaciencia; perotan luego como esta envuelve la tierra, densos vapores se levantan
7.
Este plan envuelve algunas dificultades, pero tambien tiene en su favorpara realzarlo la adhesión
8.
menos interesante que yo, no tiene cuerpo, y sinembargo se envuelve en una capa de polvo al
9.
eso, la dicha de ambos, de la que el lector sepenetra, se envuelve en
10.
envuelve estos viejosrecuerdos en un mundo de terrores y de
11.
general, ni aun entonces la dualidaddesaparece: el acto subjetivo es en tal caso un acto individual, queexiste en determinado instante de tiempo, y su objeto es elpensamiento en general, es decir, una idea representante de todopensamiento, una idea que envuelve una especie de recuerdo confuso detodos los actos pasados, ó de eso que se llama actividad, fuerzaintelectual
12.
pura; el verbo externo indica el interno, producto de laactividad intelectual, concepto de ella, que envuelve ya un sujeto yun objeto, y que por tanto se halla ya en una region muy superior á lade la conciencia pura
13.
La idea de sujeto, envuelve las de unidad y
14.
tres dimensiones, nide otra idea que tambien se envuelve en ella, esto es, su capacidad deser limitada
15.
en un lugar; el ser, ya se tomesustantivamente en cuanto significa existir, ya copulativamente encuanto expresa la relacion de un predicado con un sujeto, no envuelve laidea de estar en un lugar
16.
; porque el donde envuelve una relacion, y aquí no hay ninguna
17.
Pero lo quehay en ella mas notable es que envuelve un
18.
] Esta relacion de las ideas envuelve tácitamente una condicion, queles da para los hechos un
19.
Aun la percepcion delas relaciones esenciales de las cosas, envuelve la condicion siexisten
20.
envuelve en cuanto seafirme ó niegue del objeto posible? El fundamento de la posibilidad
21.
laexistencia posible de ellas; y por consiguiente envuelve la condicion:«si existen
22.
envuelve un juicio negativo,que se puede expresar por una proposicion negativa; y lo segundo es
23.
manera que envuelve por necesidad una afirmaciony una negacion
24.
afirmacion, sin distincion, sin negacion, envuelve laidentidad
25.
Lo que envuelve
26.
] Si la sucesion del tiempo envuelve exclusion, se sigue que en nohabiendo exclusion habrá
27.
dicho que la sucesion envuelve exclusion recíproca delas cosas que se suceden: y la principal de
28.
] El tiempo pues, envuelve la idea de exclusion de varias cosasentre sí: es la idea general
29.
En mi juicio estaidea es un concepto general que envuelve los dos siguientes:1
30.
contradictorias son muchas de estas situaciones,pues que la una envuelve por necesidad la
31.
sino un ser; lo que no envuelve ningunanegacion, antes por el contrario encierra la afirmacion{79}
32.
] La idea de substancia, tal como la hemos explicado hastaaquí, envuelve una relacion á los
33.
accidentes en general,así la de substancia en particular, la envuelve áaccidentes particulares
34.
Lo finito envuelve negacion
35.
Después seatraviesa con el asador por lo más grueso del lomo; se envuelve en unpapel de barba bien
36.
se rocía el jamón conazúcar y jerez, se envuelve en un paño y se prensa
37.
rebanaditas de pan del día anterior, se envuelve enhuevo y miga de pan rallado y fríen en aceite muy
38.
denieve, se envuelve bien, y en latas cubiertas de obleas se coloca elrosco, dejando en el centro un hueco,
39.
envuelve todos los salientes y el monte acaba porcoronarse con un turbante dé nubes tejido por él mismo en el airetransparente
40.
En el silencio que envuelve siempre el principio de toda
41.
el conjunto de todo ello, con laluz que lo envuelve, espléndida a
42.
De aquí la oscuridadque envuelve sucesos casi recientes
43.
imitación de los torbellinos de humo de la máquina,que envolvían al tren cual envuelve a la
44.
en estecaso envuelve toda la argucia
45.
El nacimiento de las crianzas en su generalidad envuelve más deun misterio
46.
expresiónque envuelve el hecho de pararse un
47.
El secreto que envuelve el desarrollo de armas, llevado a extremos extravagantes en la Unión Soviética, implica que las personas con estos empleos casi nunca tienen que aceptar la responsabilidad de sus acciones
48.
Al cabo de algunos minutos supe del agobio y la decepción de quienes vuelven a una carne ya sin sorpresas, luego de una separación que pudo ser definitiva, cuando nada une ya al ser que esa carne envuelve
49.
¡Los sueños, tan fáciles de quebrarse, tan ajenos a la realidad! Y, por lo que a mí respecta, ¡qué espantosa, qué temible, qué inconcebible realidad! Día tras día, me debato en vano para encontrar sentido a la confusión de sucesos que envuelve los terribles asesinatos y sólo consigo descubrir, una tras otra, hebras de información aparentemente inconexas
50.
¿Quién era la autoridad competente? ¿Quién era el militar cuya llegada estuvieron esperando en vano los parlamentarios secuestrados a lo largo de la tarde y la noche del 23 de febrero? Desde el mismo día del golpe ése ha sido uno de los enigmas oficiales del golpe; también uno de los yacimientos más explotados de la insaciable novelería que lo envuelve
51.
Aquella angustia era la suya y lo que le oprimía el corazón en aquel momento era esa inmensa cólera que envuelve al hombre ante el dolor que todos los hombres comparten
52.
Habían cosido el cuerpo de la joven en el sudario que envuelve a los que dejaron de existir, dándoles lo que se llama la igualdad ante la muerte
53.
El honorable instructor se envuelve la cara propia con los dedos extendidos de las dos manos
54.
Hay un halo tenue de luz que envuelve el negro agujero del Sol
55.
De día, bajo los rayos del sol, despliego mi cáliz dorado; pero cuando la noche envuelve a la tierra con su manto y se extiende sobre las aguas, la onda me atrae hacia sí
56.
Corre allá: los de Ceuta habían salido del pueblo; les sigue, les alcanza, les envuelve
57.
eclipso; me envuelve la noche
58.
Durante todos estos años he puesto todo mi empeño en atravesar el velo que lo envuelve, y por último, me llegó el momento, y dando con el hilo lo seguí; éste me llevó, tras un sinfín de astutas vueltas y revueltas, hasta el ex profesor Moriarty, la celebridad matemática
59.
Cada uno de los bocadillos se envuelve a su vez con los filetes de panceta y se atan con una cuerda
60.
Apoyado en el guardacantón de la esquina opuesta, con una manta zamorana sobre los hombros y el calañés calado sobre el pañuelo que le envuelve la cabeza, Mojarra espera a que salga su hija mientras fuma un cigarro de tabaco picado con la navaja
61.
Así que, solucionando el asunto con recios tirones, envuelve los aretes en su pañuelo y se lo mete todo en la faja, justo cuando un sudoroso granadero de infantería de marina, que viene corriendo agachado y se detiene a cobrar aliento, lo ve rematar la operación
62.
Cubierto con calañés sobre el pañuelo que le envuelve la cabeza, manta puesta a manera de capote de monte y atadas las alpargatas por las cintas y colgadas del cuello, Mojarra inclina la cabeza y, golpeando el eslabón y la piedra junto a la yesca, enciende, masculino y serio, un cigarro de picadura
63.
Por la noche, en la casa de Rensjön, cuando miran la televisión la tía, el padre, Antte y Ester, su padre saca la cartera, quita la goma que la envuelve y saca veinte billetes de quinientas coronas que le da a Ester
64.
Se detienen y se apoyan en los bastones, respirando el aire puro y observando la tormenta de nieve que envuelve las montañas que tienen a la derecha, a poco más de un kilómetro, y casi a la misma altitud
65.
La tristeza la envuelve
66.
El tornado los envuelve, en un instante sus cuerpos son lanzados por los aires y los vehículos aparecen volcados
67.
Sin pronunciar una palabra más, se envuelve en su capa ceremonial y ayuna durante tres días, en cuyo momento su espíritu sale volando de su cuerpo y viaja a la luna, el lugar donde moran las almas de los Humanos después de su muerte
68.
Ahora, tan solo ahora que mi mirada envuelve el mar,
69.
Y habla de su miedo, lo derrama, lo envuelve en anécdotas llenas de coincidencias pintorescas y de dramáticas asechanzas
70.
La oscuridad que envuelve la infancia y juventud de Laplace es debida a su propio snobismo: estaba avergonzado de sus humildes padres e hizo todo lo posible para ocultar su origen campesino
71.
Quitas el plástico que aún envuelve el nuevo futón de los Lenox
72.
La mutua interacción entre ambos nos proporciona la sensación de la «realidad» que nos envuelve
73.
Y se revela como el Dios que envuelve a la Deidad, como el primer Dios que os sale al encuentro en el peregrinaje hacia el Paraíso
74.
Las púas situadas en la nuca y región occipital se clavaron un poco más en cada empeño, desgarrando el cuero cabelludo y, posiblemente, hundiéndose en el periostio craneal (lámina que envuelve a los huesos)
75.
La marea humana los envuelve
76.
Y dicho esto, sí quisiera entrar en un nuevo y fugaz “planeo” algunos de los enigmas que, desde' mi punto de vista, sí justifican el halo mágico que envuelve la tierra del legendario rey Hotu Matua
77.
Parece ser que, con el desarrollo de la conciencia sexual y el característico sentido de reserva que envuelve los sentimientos sexuales de los adolescentes, la reacción provocada por el caballo pierde intensidad al disminuir los «retozos» del juego sexual abierto
78.
No es el metano lo que se congela sino el agua que lo envuelve
79.
Absurdo que envuelve el suponer la existencia de la materia como ocasión de las ideas
80.
El polvo te envuelve
81.
¡En verdad, en un lugar de curación debe transformarse todavía la tierra! ¡Y ya la envuelve un nuevo aroma, que trae salud; y una nueva esperanza!
82.
Dado que la longitud de una circunferencia es proporcional a su radio, las masas mínimas en el modo de enrollamiento son proporcionales al radio del círculo que envuelve la cuerda
83.
En primer lugar, como ya hemos comentado, el paso hacia adelante que dio inicialmente Strominger fue la constatación de que una esfera tridimensional situada en el interior de un espacio de Calabi-Yau puede colapsarse sin que se produzca como consecuencia un desastre, porque una tribrana que envuelve dicha esfera constituye un perfecto escudo protector
84.
La explicación es que, si una cuerda envolvente y su compañera anticuerda (dicho en pocas palabras, una cuerda que envuelve la dimensión en la dirección opuesta) entraran en contacto, se aniquilarían rápidamente la una a la otra, dando como resultado una cuerda no envuelta
85.
Número de veces que una cuerda envuelve una dimensión circular del espacio enrollándose en torno a ella
86.
Es el Mundo Muerto el causante de la gran sombra que envuelve a esta porción de Pelucidar
87.
Subiendo en el ascensor envuelve sus compras en el papel de la farmacia, para que las plantas salvadoras burlen los controles de Andrea y derroten al dottore
88.
Se envuelve confiado en sus pliegues, en ese olor 194
89.
¡La suerte que has tenido, viejales! – Pisa el acelerador y nos envuelve en las emisiones de su tubo de escape, para sofocarnos y desahogar su pena
90.
Una noche, en el momento en que Clervil, que cenaba a menudo en casa de la señora de Farneille, se retira solo y a pie, se le envuelve, se le coge… y se le dice que es de parte del gobierno
91.
Los envuelve, para empezar, el olor engomado de las telas
92.
Luego cogió los rollos del libro primero de la Poética, sobre tragedia y epopeya, y los envolvió como una mujer envuelve en pañales y mantas suaves a su recién nacido
93.
En suma, podemos afirmar que hoy día una densa nube de misterio envuelve por completo dónde puedan estar enterrados Escipión o Aníbal
94.
Datos exactos, sí, pero los envuelve con palabras ajenas a los hechos mismos
95.
Walter envuelve a la perra en sus dos brazos y sepulta la cara entre sus rizos
96.
Yo observo desde lejos, pero es difícil no darse cuenta de que les envuelve un aire de inocencia
97.
: Se corta la masa de hojaldre en tiras y se envuelve en cada una un trozo de txistorra pequeño
98.
Se ha cometido un crimen monstruoso y el velo del secreto envuelve todavía a sus autores
99.
El novio se envuelve el dedo con un paño y se lo introduce a la novia hasta que brota la sangre
100.
Luego la envuelve con otras dos gasas largas
1.
Los motivos ornamentales a la que da más espacio, son espirales y remolinos que envuelven elegantemente sobre la superficie de la vasija, con intensos tonos de rojo, azul y púrpura, así alternas y opuestas, que sugieren un efecto cromático mayor que el número de colores empleados
2.
Los periodistas envuelven sus descripciones en interpretaciones sobre la importancia de estos acontecimientos que subyacen en el esfuerzo de campaña
3.
los picachos y las cumbres se envuelven en gasascenicientas
4.
Las órbitas de los planetas superiores envuelven por completo
5.
lienzos mojados enque los escultores envuelven a las estatuas a
6.
inmaculado, se envuelven al caer la tarde en una nuberosada de
7.
declaraciones que envuelven de ambos lados, lasunas por su
8.
Distinguen estosdos clases de perfecciones: unas que no envuelven ninguna
9.
imperfeccion,como la sabiduría, la santidad, la justicia; otras que envuelven algunaimperfeccion, como
10.
laobservacion; luego todas las ciencias físicas envuelven una partecondicional, no son enteramente
11.
de un caso á otro; las ideas deidentidad y semejanza envuelven algo de comun, que se aplica á
12.
primeras no envuelven negacion; las segundasimplican un juicio negativo: «esto no es aquello
13.
conocimientos envuelven siempre la siguientecondicion: si existen
14.
Con azúcar, canela, harina y un poquito de cerveza se hace una pastabastante espesa, se envuelven bien las
15.
mantequilla por los dos lados, asándolos a laparrilla; a medio asar se envuelven en pan molido, poniendo
16.
día, y luego se toman porciones como yemas, se lesda un baño blanco, y cuando están frías, se envuelven
17.
veces, hasta envuelven con paja los cascabeles de las mulaspara que el retintín del metal no irrite al
18.
iconoclasta del vicio, apóstol de la virtud yheresiarca de las tinieblas que envuelven la
19.
Las primeras lecciones del hogar familiar envuelven el alma del niño deun dulce
20.
o Envuelven con la cola á los que pasan los rios, para
21.
De la confusión y el aturdimiento que me envuelven veo surgir, como venidos de muy lejos, muchos rostros que ya había olvidado: rostros de tantos y tantos que conviven estrechamente con nosotros durante años, por la práctica común de un oficio o la concurrencia obligada a un área de trabajo, y que, sin embargo, a poco de dejar de verse, desaparecen con sus nombres y el sonido de las palabras que decían
22.
Cada vez que el artillero hunde las botas en el fango, el agua se le mete por las grietas de las suelas hasta más arriba de los tobillos, empapando los trapos que le envuelven los pies
23.
En la actualidad, la práctica aún no ha desaparecido por entero, pues las emociones que envuelven a la liturgia religiosa en relación con la muerte y resurrección de Jesús (Viernes Santo seguido de la Pascua de Resurrección), deben algo a los milenios en que el dios de la vegetación moría y resucitaba cada año
24.
Les agradezco el interés que han mostrado por aclarar los complicados aspectos que envuelven las investigaciones del acoso sexual
25.
Mercurio, Venus y la Tierra están constituidos por materiales rocosos que envuelven a una enorme esfera de níquel-hierro
26.
"Te incitan: ¿Eres lo bastante bueno? ¿Eres lo bastante recio? Te alaban: ¡Elite! ¿Artillero de primera! Te envuelven en banderas, te prenden alas en el bolsillo y galones en los hombros y medallas de cintas coloridas, todo simplemente por hacer lo que te ordenan quienes manejan tus hilos
27.
Y cuando esto sucede, Él potencia los circuitos espirituales del Hijo Eterno y Original que envuelven a las criaturas del reino
28.
» Se pasea por la calle, tambaleándose, mientras los mosquitos le envuelven la cabeza, como una nube de polvo a la luz de la luna; arrastra un talón por el hilo de agua, a lo largo del canal que asoma al pie del vicio muro de la iglesia; se detiene y se apoya, ladeando, en el museo…
29.
Las niñas vestidas de rosa o celeste que juegan a la rueda en el Prado y que parecen flores vivas que se han caído de los árboles; las pobrecitas que envuelven su cabeza en una toquilla agujereada; los que hacen sus primeros pinitos en la puerta de una tienda agarrándose a la pared; los que chupan el seno de sus madres mirando por el rabo del ojo a la persona que se acerca a curiosear; los pilletes que enredan en las calles o en el solar vacío arrojándose piedras y rompiéndose la ropa para desesperación de las madres; las nenas que en Carnaval se visten de chulas y se contonean con la mano clavada en la cintura; las que piden para la Cruz de Mayo; los talluditos que usan ya bastón y ganan premios en los colegios, y los que en las funciones de teatro por la tarde sueltan el grito en la escena más interesante, distrayendo a los actores y enfureciendo al público
30.
Allí con el telón se envuelven los años;
31.
Es de notar también que propiamente no podemos decir que tengamos idea de las relaciones que envuelven un acto de la mente, sino más bien una noción de las relaciones que hay entre las cosas
32.
Brandenberger y Vafa constataron que, como las cintas de goma que envuelven el tubo interior de un neumático de bicicleta, enrollándose alrededor de él, esas cuerdas envolventes tienden a oprimir las dimensiones a las que envuelven, impidiendo su expansión
33.
El oficial alemán capturado Schlike les da la solución: usando los fusibles infrarrojos inventados por Manfred Baron von Ardenne para el régimen nazi, se consigue que los 64 fusibles que envuelven a los 32 segmentos de explosivo convencional detonen a la velocidad de la luz, simultáneamente y provocando la implosión necesaria del plutonio
34.
Se envuelven los hombros con las mantas: hará frío en los pedregales de la cresta, antes de que llegue la madrugada
35.
Durante el verano el aire allí quema y, si se levanta el viento ardiente, grandes nubes de arena fina envuelven a los hombres, los animales y las cosas
36.
Echan un vistazo, escogen a un pardillo con una bonita sonrisa y con un expediente inmaculado y lo envuelven para regalo con su hábil marketing
37.
—Son las lianas que envuelven a los Ancestros —explicó Mau—
38.
Allí se dice: “¿Qué es lo que pasa en ese sumario? ¿Qué explicación tienen los misterios que lo envuelven? Renunció el fiscal encargado de iniciarlo y se nombró otro para reemplazarlo y mientras este último promueve nuevas diligencias, el presidente de la República solicita que le lleven el expediente a su despacho para leerlo
39.
Después nos habla del admirable retrato que Elstir hizo para ella, el retrato de la familia Cottard, que ella donó al Luxembourg cuando rompió con el pintor, declarando que fue ella quien dio al pintor la idea de pintar al hombre vestido de frac para lograr todo ese bello abullonamiento de la pechera y quien eligió el vestido de terciopelo de la mujer, un vestido que rima con todo ese esplendor de matices claros de los tapices, de las flores, de las frutas, de las gasas que envuelven a las niñas, parejas a las faldillas de las bailarinas
40.
Un núcleo de atracción y de zozobra que va deshojando las flores que lo envuelven, un agujero negro que sólo conocemos por las tensiones, las desapariciones y los conflictos que origina su inexplicable comportamiento, su ciego existir
41.
Sus gracias envuelven los corazones,
42.
Únicamente los prisioneros del Châtelet quieren oponer alguna resistencia: en el acto las llamas envuelven los muros en que están cautivos estos desgraciados; prefieren, al fuego que les amenaza, el peligro menos seguro de echarse por las ventanas
43.
Eran los seres más felices de la casa, casi tanto como las palomas que anidan en los huecos de la arquitectura y envuelven todo el grandioso edificio en una atmósfera de arrullos
44.
—Y yo estoy cansado de que se me tome a mí por un iconoclasta; sí, iconoclasta soy, pero iconoclasta del vicio, apóstol de la virtud y heresiarca de las tinieblas que envuelven la inteligencia y el corazón de la humanidad
45.
El silencio, el perfume de las plantas mediterráneas, llenas de espinas, el vapor cálido y oloroso que lo envuelve todo, como las vendas envuelven los corazones de los enfermos, todo esto me toca muy de cerca a mí también
1.
¿Por qué no lo envuelves y llamas a los locales?
2.
Y envuelves en tinieblas este mundo felón
1.
Me envuelvo en ella y la anudo en el hombro, quedando como un romano camino de las termas
2.
Pongo los vasos unos dentro de otros, los meto en la bolsa y los envuelvo con una de las piernas del pijama
3.
Peso y envuelvo sus compras, harina de garbanzos, comino molido, dos manojos de culantro
4.
Y envuelvo un poderoso dictamen
5.
-Lo envuelvo en un periódico, y ¡hala, que es tarde! Y toda esta fruta, ¿para qué la quiere?
6.
Encuentro tres, y después de quitarme el sujetador y las braguitas en la relativa intimidad de mi dormitorio, me envuelvo con una toalla, regreso al cuarto de baño, enciendo las velas y apago la luz mientras las reparto por el cuarto
7.
Envuelvo el puñal en una fantasía de encaje de color marfil, lo rodeo con imágenes de mi bien surtido guardarropa de diseño y empiezo a sentirme un poco mejor
8.
Me envuelvo con dos toallas de baño grandes y me apresuro al dormitorio
9.
Luego, le doy un toquecito, dos, tres, en la cabeza, con mi palo, y la envuelvo con una de las cintas
10.
—Entonces, ¿se los envuelvo?
11.
-Entonces, ¿se los envuelvo?