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    Use "lavar" em uma frase

    lavar frases de exemplo

    lava


    lavaba


    lavaban


    lavabas


    lavado


    lavamos


    lavan


    lavando


    lavar


    lavas


    lavo


    lavábamos


    laváis


    lavé


    1. Elrey vacila, y dice que él se lava las manos de esta muerte, y que ladeja al arbitrio de sus ministros


    2. Mi lengua se está quemando como si todo mi cuerpo y cada borde de su carita suave viene a mí probado y se lava con saliva, producida por glándulas especiales, que también son activados por el cuerpo que mi precioso babero


    3. como una eyaculación de lava salía del volcán para inundar el


    4. Lucía, como una flor que el sol encorva sobre su tallo débil cuandoesplende en todo su fuego el mediodía; que como toda naturalezasubyugadora necesitaba ser subyugada; que de un modo confuso eimpaciente, y sin aquel orden y humildad que revelan la fuerzaverdadera, amaba lo extraordinario y poderoso, y gustaba de los caballosdesalados, de los ascensos por la montaña, de las noches de tempestad yde los troncos abatidos; Lucía, que, niña aun, cuando parecía que lasobremesa de personas mayores en los gratos almuerzos de domingo debíafatigarle, olvidaba los juegos de su edad, y el coger las flores deljardín, y el ver andar en parejas por el agua clara de la fuente lospececillos de plata y de oro, y el peinar las plumas blandas de suúltimo sombrero, por escuchar, hundida en su silla, con los ojosbrillantes y abiertos, aquellas aladas palabras, grandes como águilas,que Juan reprimía siempre delante de gente extraña o común, pero dejabasalir a caudales de sus labios, como lanzas adornadas de cintas y deflores, apenas se sentía, cual pájaro perseguido en su nido caliente,entre almas buenas que le escuchaban con amor; Lucía, en quien un deseose clavaba como en los peces se clavan los anzuelos, y de tener querenunciar a algún deseo, quedaba rota y sangrando, como cuando elanzuelo se le retira queda la carne del pez; Lucía que, con suencarnizado pensamiento, había poblado el cielo que miraba, y losflorales cuyas hojas gustaba de quebrar, y las paredes de la casa en quelo escribía con lápices de colores, y el pavimento a que con los brazoscaídos sobre los de su mecedora solía quedarse mirando largamente; deaquel nombre adorado de Juan Jerez, que en todas partes por donde mirabale resplandecía, porque ella lo fijaba en todas partes con su voluntad ysu mirada como los obreros de la fábrica de Eibar, en España, embutenlos hilos de plata y de oro sobre la lámina negra del hierro esmerilado;Lucía, que cuando veía entrar a Juan, sentía resonar en su pecho unascomo arpas que tuviesen alas, y abrirse en el aire, grandes como soles,unas rosas azules, ribeteadas de negro, y cada vez que lo veía salir, letendía con desdén la mano fría, colérica de que se fuese, y no podíahablarle, porque se le llenaban de lágrimas los ojos; Lucía, en quienlas flores de la edad escondían la lava candente que como las vetas demetales preciosos en las minas le culebreaban en el pecho; Lucía, quepadecía de amarle, y le amaba irrevocablemente, y era bella a los ojosde Juan Jerez, puesto que era pura, sintió una noche, una noche de susanto, en que antes de salir para el teatro se abandonaba a suspensamientos con una mano puesta sobre el mármol del espejo, que JuanJerez, lisonjeado por aquella magnífica tristeza, daba un beso, largo yblando, en su otra mano


    5. Con efecto: se les despierta temprano, se les lava, se lesviste y pone encima todo lo nuevo, caro y precioso [56]quetienen, botines de seda, enormes sombreros, trajes de lana, de sedaó de terciopelo sin dejar cuatro ó cinco escapulariospequeños que llevan el evangelio de S


    6. El dril es fresco, y se lava


    7. como si fuesen deencendida lava


    8. como la lava de losvolcanes


    9. detrepidación, y el cráter, en vez de despedir unacorriente de lava fundida, como era


    10. puntas, y toda esa masa de lava, de basalto, defundiciones de

    11. mal nacida como yo, en la hija de una mujerque lava mondongos y hace morcillas para ganar su


    12. Y cuando, terminado eltrabajo, vuelve a su casa, barre, lava y se


    13. gruesas quecorrían por las mejillas de Isidora, lava de su


    14. —Se lava con agua demeliloto,


    15. Se lava primero la franela para quitar el polvo; después se tiene un buenrato en esta composición y vuelve a


    16. En esta solución se lava, agregando poco a poco la solución de bórax


    17. Prudencia no lava todo loque debiera


    18. olas y la costapareció por unos instantes de lava en


    19. del pueblo de Catarman,y después que las llamas consumieron una gran extensión de bosque quedó reducida la acción volcánica á un pequeño cono dedos metros de altura que iba vertiendo lava hacia el mar, y ganando á la vez en altura y Página 132extensión; pero ha sido tal la actividad del cráter, que á los cuatro años de existencia tenía ya la altura de 427 metrossobre el nivel del mar, al cual había ganado media milla de extensión


    20. superficieparecía un mar de lava cuajado de repente; un mar

    21. 7 y le dijo: Vé, lava [los ojos] en el estanque de Siloé, que significa, si


    22. encuándo era interrumpida por precipicios, siniestros testigos quevienen á enseñar al viajero antiguos cáuces por los cuales ha corridola lava y el fuego


    23. Toda la costa sur de Islandia está aún en proceso de transformación —en una década, en el abrir y cerrar de ojos de un año— por efecto de erupciones volcánicas que vierten magma incandescente desde la cumbre de las montañas, o lanzan lava hirviendo a través de la espesa capa de hielo


    24. Éste es un campo reciente de lava, dijo Thorsteinn cuando llegaron al Skaftáhraun, causado por la erupción del Lakagígar en 1783, que duró un año y mató a más de la mitad de la población y más de la mitad del ganado


    25. El coque es mate, y parece doblemente quemado (de hecho lo está), como la lava volcánica


    26. Siguió deprisa por los restos del camino, aprovechando siempre que podía la protección de los viejos bloques de lava, y manteniendo bajo su centro de gravedad


    27. El calor emitido por la lava abrasaba la piel de Sturm


    28. Retorciéndose en el aire, agitando los brazos en vano, Sturm miró abajo y sólo vio la ardiente lava borboteante


    29. El minotauro se fue de bruces y, con un grito espeluznante, cayó en la lava mientras los kiris remontaban el vuelo y se alejaban del palenque


    30. Ésta era la boca del volcán, cubierta con una costra de lava endurecida

    31. Tas cayó y cayó hacia la ardiente lava… … pero algo pasó por debajo de él y lo cogió en el aire


    32. La lava habrá enterrado el cadáver de Espíritu del Ave


    33. Supongamos que llevamos un contador Geiger y un trozo de mineral de uranio a algún lugar situado en las profundidades de la Tierra: por ejemplo una mina de oro o un tubo de lava, o una caverna excavada a través de la Tierra por un río de roca fundida


    34. Hay algunos desiertos, pero es fundamentalmente un planeta de mares de lava solidificada


    35. En Io, a lo largo de un solo siglo gran parte de la superficie debería inundarse de nuevo, quedando recubierta o borrada a causa de nuevas corrientes de lava volcánica


    36. El fechado radiactivo de todos los meteoritos SNC demuestra que las rocas a partir de las cuales se formaron eran condensaciones de lava de entre 180 millones y 1300 millones de años de antigüedad


    37. Unos eran de color escarlata y tenían la forma de una copa de cristal veneciano con un delicado pie; otros tenían una filigrana de agujeros, de forma que parecían mesitas talladas en marfil, en blanco y en amarillo; otros eran como grandes y suaves burujos de lava o de alquitrán, negros y duros, extendidos sobre leños podridos, y otros parecían haber sido tallados en chocolate pulido, ramificados y retorcidos, como grupos de cornamentas de ciervos en miniatura


    38. Otro día, el 27 de octubre de 1970, vislumbra escenas que equivalen a una premonición (el 22 de ese mes fue asesinado el general Rene Schneider, comandante en jefe del Ejército): "Es una ciudad descompuesta, hay gases, lava ardiendo por la calle, entrando por las puertas y saliendo por las ventanas


    39. En la pista de baile es un intríngulis de cuerpos metidos los unos en los otros, encajados, confundidos de piernas y de brazos, que se malaxan en la oscuridad como los ingredientes de una especie de magma, de lava movida desde dentro, al compás de un blue reducido a sus meros valores rítmicos


    40. UNA ERUPCIÓN DE LAVA

    41. -Debe ser el reflejo de la lava - contestó el doctor


    42. Corremos el peligro de ser envueltos por un río de lava y fuego


    43. -Ese peligro no existe, porque estando la galería en pendiente, la lava se verterá sobre el lago


    44. -Doctor -dijo en aquel momento Miguel-, la lava va subiendo


    45. Era necesario abandonar aquel hueco y procurar llegar a la entrada del túnel; pero ¿en qué forma? La lava había cubierto ya casi todos los bloques que bien o mal podían haberles servido de puente, y las bóvedas seguían desplomándose a consecuencia de las sacudidas


    46. El torrente de lava, medio atajado por aquel horrible derrumbamiento, comenzaba a refluir en dirección al abismo, alzándose gradualmente hacia las bóvedas


    47. Salieron de la abertura y comenzaron el descenso, saltando una tras otra aquellas ondas de lava solidificada


    48. A una distancia de cien yardas por este camino, había entrado, a la izquierda, por un campo de lava en declive para no dejar huellas, hasta introducirse en el algarrobal a la salida del sol


    49. - Añadiendo que la irradiación de la lava es tan ínfima, que se ha visto volcanes que vomitaban juntamente masas de hielo y lava


    50. ¿Sabes por qué se llama Agua Santa? Porque hay un manantial que lava los pecados











































    1. la hora en que lavaba las jaulas y regaba las flores, ysi allí la sorprendía yo parecía más atenta a


    2. Mientras se lavaba, los perros se acercaron y le olfatearon las botas,meneando con pereza el rabo


    3. Lavaba entonces su ropa, y el domingo iba al almacén aproveerse


    4. Y, dejando la ropa que lavaba a otra compañera, sin tocarse ni calzarse,que estaba en piernas y


    5. Y el bufón, vuelto al fin en sí de tan violentas impresiones,se lavaba las manos


    6. borrando un vestigio de otro crimen,mientras la fuente se lavaba en la repostería


    7. Ella las lavaba,


    8. Mientras Amalia lavaba el vaso en un barreño colocado al


    9. le cosiera un botón, cumplido elencargo corría a su cuarto y se lavaba bien lasmanos,


    10. habitaciones del piso principal el señor Ramírez delValle dormía, se lavaba y leía y

    11. trabajosdel cortijo, mientras la señá Eduvigis lavaba la loza en


    12. jardinero había muerto, y que la viuda refugiada con suhijo en un desván de las Claverías, lavaba


    13. pan de jabón de España,se lavaba con él, en un lavatorio cojo de hierro con pies de


    14. otro—dijo el doctor mientras se lavaba las manos en unajofaina


    15. Por las mañanas, cuando se lavaba al


    16. lavaba los platos en la cocina


    17. cuando se lavaba un poco la cara, compraba agua de olor, y


    18. querecogía y aprensaba el abdomen; jamás se lavaba sin frotarse después conuna


    19. remilgada de Jurquillos, que lavaba los huesos parafreírlos!


    20. conciencia se lavaba dejando en el trance del morir, un buen

    21. El ama Engracia lavaba la


    22. Al píe de un árbol grande, Rosario, rodeada de ancianas que machacaban tubérculos lechosos, lavaba ropas mías


    23. Sin embargo, como la señora Lucente era inválida, le pusieron a trabajar en el piso donde vivían ambos; allí limpiaba, cocinaba y lavaba la ropa


    24. Vigilaba cómo Abdullah lavaba las piezas de cerámica y, mientras, yo las iba clasificando


    25. Hace cien años una epidemia de peste mató a todos los habitantes de una ciudad de Persia excepto, precisamente, al que lavaba a los muertos, que no había dejado de ejercer su profesión


    26. Nunca se lavaba con los champúes que podían adquirirse en los comercios por temor a que pudieran dejar su pelo seco y opaco, sino que solía utilizar para ello el líquido resultante de cocer los frutos del algarrobo chino


    27. Nunca se lavaba el pelo


    28. Natalie y yo creíamos que la mujer que lavaba la ropa del edificio de arte temía contraer la enfermedad de los modelos al natural


    29. Después regresaba a su pensión caminando por las calles solitarias para tomar el fresco de la noche, subía hasta su cuarto, se lavaba y se echaba sobre la cama a mirar la oscuridad hasta que se dormía


    30. Yo lavaba sus camisas y guayaberas, las blanqueaba al sol y les ponía un poco de almidón, las planchaba con cuidado, las doblaba y se las guardaba en el armario con hojas de albahaca y yerbabuena

    31. Y ella, mientras se lavaba en una palangana, respondía invariablemente: «Estás al principio»


    32. Mientras Montalbano se lavaba en el cuarto de baño, Catarella lo sujetó por los hombros


    33. Pero Blake no se lavaba la ropa aquí


    34. Mientras se lavaba las manos en la palangana que le había traído un criado, Sila enarcó una ceja


    35. Fernando, ¡caso inaudito!, tardó algunos segundos en conocerla, en cerciorarse de que era ella, y más que por el rostro y figura, la reconoció por la voz, cuando dijo a la mujer que lavaba:


    36. No: no peca un hombre para quien fue siempre más amoroso el pergamino de los libros que el pellejo fino de mujeres, y a la suya propia, la Bibiana Conejo, que de Dios goza, no le decía jamás cosa denguna, aunque era tan limpia que se lavaba las manos con jabón de olor


    37. Era el paradigma del agente de relaciones públicas: más atildado que nadie, con la sonrisa más ancha y una cabellera rubia que lavaba cada dos días


    38. Pero el asesino podía ser alguien con quien éste hubiera trabajado a lo largo de muchos meses, alguien que se compraba monos azul marino en alguna de las muchas tiendas de uniformes de la ciudad, alguien que se lavaba las manos con el jabón Borawash de los lavabos de caballeros del departamento de Policía y tenía los suficientes conocimientos sobre las investigaciones forenses y criminales como para poder dejarnos con un palmo de narices tanto a sus compañeros como a mí


    39. Todas las mañanas lavaba su vulva con agua del pozo y la frotaba con un puré de amapolas y bolitas de azahar para potenciar la lozanía


    40. "Una noche el criado de mi padre estaba en camino de visitar, secretamente, a la empleada que lavaba cuando escuchó voces suaves en el descanso de arriba las escaleras

    41. Se había aficionado a peinarla cuando ella se lavaba el pelo, complaciéndose en el contacto de su espesa melena húmeda mientras se secaba formando suaves y elásticos mechones, y ella se sentía mimada como pocas veces


    42. Él no dijo nada; se quedó de rodillas de cara a la ventana, mientras ella se lavaba la cara, bebía el café que habían pedido y se marchaba


    43. Llevaba a Hannah el desayuno a la cama, hacía la habitación en cuanto se levantaba, se llevaba su ropa, la lavaba, llevaba a la chica al pueblo e insistía en hacer todos los recados que necesitara, mientras ella permanecía en el coche, a la espera


    44. Mientras se lavaba la cara, uno de los policías en el otro cuarto le dijo, en forma casual:


    45. Soportó el proceso como una criatura pequeña y obediente y, una vez limpia, la envolví en una gran manta de lana, aparté el caldo del fuego y la insté a tomarlo mientras me lavaba yo y emprendía la caza de los piojos que me habían saltado encima


    46. Frieda estaba en casa y o lavaba la ropa o seguía bañando al gato de Gisa; era un signo de confianza por parte de Gisa que dejase a Frieda ese trabajo, por lo demás, un trabajo desagradable e inadecuado, que K habría rechazado, si no fuese aconsejable, después de todas las negligencias laborales, aprovechar cualquier oportunidad para satisfacer a Gisa


    47. La lluvia lavaba las piedras invisibles hundiéndose en la hierba inundada


    48. Mientras se lavaba la cara, pensó en la última vez que se había encontrado con una de las legendarias super-computadoras


    49. A primera vista, Villamizar parecía un ejemplar típico del universitario inconforme de la época, con el cabello hasta los hombros, la barba de anteayer y una sola camisa que lavaba cuando llovía


    50. Graco, mientras se lavaba las manos en una bacinilla que le sostenía el atriense de la casa, comprendió de inmediato que algo la preocupaba sobremanera









































    1. Otros lavaban ysecaban los grandes aparatos que habían servido para la narcotización yel registro del gigante


    2. gran espacio de tierraatravesado por un riachuelo, en el que lavaban sus guiñapos las


    3. se lavaban sin toalla porque ella habíasalido con las llaves, como siempre, y no acababa de


    4. habiendo descendido de ellas, lavaban [sus] redes


    5. pescadores, habiendo descendido de ellos, lavaban sus redes


    6. conducían gallardos pastores, y luego se hizo acompañar de unas lavanderas que lavaban, y de


    7. Los bípedos, por su parte, prefirieron no internarse, y se dedicaron a conversar mientras se lavaban


    8. Las preciosas habas de soja se recogían, lavaban, molían, escurrían y convertían en «leche de soja» con la que a continuación se alimentaba amorosamente a la cerda para estimular su producción de leche


    9. En el puerto había hombres que se lavaban los pies en las fuentes y rezaban junto al mar


    10. La mina en sí consistía en una serie de pozos profundos a los que se bajaba por medio de planos inclinados, custodiados también por guardianes, y completados con algunos cobertizos donde se lavaban las piedras y la tierra para extraer los diamantes que iban mezclados con los detritos

    11. Los trabajadores se lavaban en los grifos del patio, se cambiaban de ropa y salían en tropel rumbo a los bares


    12. En el patio donde los obreros se lavaban vio el tarro de basura lleno a rebasar con sus panfletos, lo volteó de una patada y partió maldiciendo


    13. En una ocasión realizó un esforzado viaje en camión para ir a la capital un día sábado, al sector de la colonia norteamericana, donde las gringas lavaban sus automóviles en la calle, vestidas sólo con pantalones cortos y blusas escotadas, espectáculo que atraía multitudes masculinas desde remotos pueblos de la región


    14. Puntada a puntada las mujeres y yo zurcíamos los andrajos, que no se lavaban para que no se deshicieran en hilachas en el agua


    15. Lo sacaron de su escondrijo y, en tanto las mujeres lo lavaban y alimentaban, los hombres comenzaron a debatir el significado del hallazgo; la conclusión fue que una familia de las que habían decidido permanecer en el país y aceptar la ley que les obligaba a convertirse al cristianismo había convenido, por si las cosas no resultaban como ellos imaginaban, que uno de sus vástagos, y con él la semilla de su estirpe, abandonara la península Ibérica en una de las caravanas que se organizaban para huir, antes de que el plazo de salida terminara


    16. Los cuatro guardias sudaron estoicamente mientras lo bañaban, le recortaban la barba y le lavaban y frotaban el cabello


    17. El pobre hombre estaba tumbado en una gran cama con dosel y las dos damas parloteaban murmurando entre ellas mientras le ponían unas tablillas en la pierna y lavaban con cuidado su cuerpo desnudo lleno de heridas


    18. Lavaban los asesinos el martillo en la fuente de la calle de Relatores, cuando el Gobierno resolvió desplegar la mayor energía


    19. Casi todas las mujeres que lavaban, los pies en el río, suspendieron su tarea


    20. Lobo había terminado el hueso y se había acercado un poco mientras lavaban a la pequeña, dominado por la curiosidad e incapaz de mantenerse a distancia

    21. En verano, la mayoría se bañaba en el Río todas las mañanas, y en invierno se lavaban


    22. Todas se lavaban la cara y las manos, riñendo por el agua, cuestionando sobre si tú me quitaste la toalla o si esa es mi agua


    23. Se acercó a la ventana y vio el patio enceguecedor donde dos mujeres árabes lavaban la ropa en un gran estanque de piedra, extendiéndola sobre los arbustos para que se secara


    24. Las mujeres que lavaban la ropa en el lavadero público dejaron de fregotear un momento, levantaron la cabeza de la colada, los miraron con suspicacia y cuchichearon nerviosamente entre sí


    25. Entre las palmeras, las negras acequias y las rojas construcciones de barro y paja, se extendía una inquieta masa de camellos, llenando sus secretos tanques de almacenamiento; las mujeres lavaban la ropa y los caravaneros se ofrecían a gritos a los viajeros para incrementar sus expediciones


    26. Aunque los miembros skaa de la Asamblea normalmente se lavaban antes de ir a las reuniones, notaba en ellos el hedor de las fraguas, las fábricas y las tiendas


    27. Lo mejor era cuando te la lavaban con jabón en el bidet


    28. Debido a la tormenta, en el área de las familias y de los caballeros, los lavabos rebosaban y por esa razón la mayoría de los pasajeros apenas si se lavaban


    29. Una vez Papá dijo que cuando Mamá prestaba atención a algo, podía oír el pedo de una ardilla en el bosque a un kilómetro de distancia en mitad de una tormenta, mientras las niñas lavaban los platos y los niños partían leña


    30. El lavado ritual se distinguía del normal por la concentración silenciosa y el orden prescrito en que se lavaban las diferentes partes del cuerpo: manos, brazos, cara, cabeza y, por último, los pies

    31. En el centro de la sala, dos monjes lavaban un cuerpo pálido y desnudo que yacía en una mesa


    32. Estas rocas, una vez sacadas de sus escondrijos subterráneos y llevadas a la superficie, se molían y se lavaban con agua; el oro, al ser más pesado, quedaba al fondo mientras que el cuarzo, más ligero pese a su apariencia, se iba con el agua


    33. Los pacientes, tras una noche pasada, unos durmiendo y otros rezando, eran conducidos a la fuente para tomar un baño y la precaución no debía de ser superflua: los griegos se lavaban poco cuando estaban sanos, conque figurémonos cuando estaban enfermos


    34. – Por cierto, ¿cuándo nos iremos de aquí? – preguntó Su-mire mientras lavaban los platos en el fregadero


    35. Entre los tres le ponían inyecciones, la lavaban, le hablaban, trataban de darle de comer y la sacaban de la cama


    36. Aparte de decir las ceremoniosas palabras con que dieron la bienvenida a los recién llegados mientras se lavaban las manos, hablaron muy poco porque los que habían ayunado sólo se ocupaban de comer cordero


    37. Sí que había visto el camerino de las bailarinas, donde tres chicas se lavaban y se cambiaban en un espacio bastante más pequeño que el despacho de Balde


    38. Lo lavaban y lo envolvían en algo


    39. Si sus clientes se reformaban, se lavaban de arriba abajo y renovaban su imagen hasta el punto de resultar irreconocibles, quizá, y sólo quizá, podrían aspirar a que los considerasen desperdicios de la sociedad


    40. En un rincón, cuatro hombres provistos de baldes y cepillos lavaban y aseaban con gran concentración a toda una serie de jóvenes toros y rizándoles el pelo de los cuartos traseros como si fueran peluqueros de lujo

    41. ¿Un cazador de recompensas? Tampoco parecía probable, pues los redentores lavaban en casa la ropa sucia


    42. Había visto el vestidor de las bailarinas, donde treinta muchachas se lavaban y cambiaban en un espacio algo más pequeño que la oficina de Balde


    43. Un primer nivel que un interiorista occidental habría calificado de "zona húmeda", donde se lavaban los cacharros y las personas, donde se cocinaba, se comía y se guardaba todo lo que servía para cocinar y comer


    44. A la orilla de los ríos lavaban sus enaguas y los uniformes de sus hombres


    45. Como cada mañana, Nefer y Clara se lavaban, antes del alba, para hacer sus abluciones antes de dirigirse al templo y celebrar allí los ritos de renacimiento de la luz en nombre del faraón y de la reina de Egipto


    46. Sin escrúpulos, los empleados del templo de Set lavaban con mucha agua el ensangrentado atrio


    47. Desde lo alto de una duna, Chenar vio a los obreros nubios que lavaban el mineral separándolo de la ganga terrosa que seguía pegada a él, incluso después del troceado y el molido


    48. Gwenda entró en el bosque y siguió el corto sendero que conducía al lugar donde las mujeres lavaban la ropa


    49. Una vez colgó el teléfono ruborizada, y bailó un corto minué alrededor del patio, cantando sílabas sin sentido y el sonsonete que cantaban cuando lavaban las ropas: «Dios es grande, grande es Dios, lava nuestras ropas, lava nuestras almas»


    50. Por supuesto, Budur contó a Idelba todo acerca de la clase de Kirana y de la reunión en el café después de la clase, describiéndolos a todos llena de entusiasmo mientras lavaban los platos y hacían la colada





    1. Durante tu infancia te lavabas la cabeza una vez a la semana, las mismas que te cambiabas el camisón y las sábanas de la cama; cuando las tres cosas coincidían, era mala señal


    1. El libro era un lavado de cerebro en


    2. pasado, otra capa de tinte, otro lavado, otro secado, y las conversaciones de la


    3. Cambio de los robots militares para humanos robots de seguridad que buscan y funcionarios (que pueden ser controlados por los militares) trajo felicidad y un sentido falso de seguridad a los humanoides cerebro lavado y controlados


    4. Iglesia con el aborto, y a ciertos políticos condenados por lavado de dinero


    5. cocina, y descubrió undelantal de niña, recientemente lavado y


    6. Aquel lavado de los árboles y


    7. —Pues si se ha lavado ya en el tribunal de la penitencia no tengacuidado


    8. colada ó lavado en su casa y no podía aceptar la invitación


    9. Así que me hube lavado y aliñado un poco, viendo que aún no eran más delas


    10. El azul del cielo parece lavado cuando sale entre

    11. cuadrorecién lavado, la superficie del estuario y la costa negra


    12. del malecón exterior y el cielo recién lavado por lalluvia, con un


    13. El lavado estaba al aire libre


    14. Pasó por junto a las máquinas de lavado en dirección al plano inclinadoy miraba con


    15. 14 Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros


    16. 14 Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros piés, vosotros


    17. lavado sus ropas, y las han blanqueado enla sangre del Cordero


    18. 14 pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros piés, vosotros


    19. mal lavado y huraño el semblante, renqueando,soñoliento, el espinazo arqueado aún por la


    20. supermercados que huelen a lavado de dinero, expendedoras de comida rápida que surgen de cualquier

    21. Las ropas y su proceso de lavado nos obsesionaban


    22. También tú has besado su cubierta y te has lavado las manos antes de leerlo


    23. Os he lavado los pies,


    24. Si os he lavado los pies,


    25. El permaneció echado en el suelo, apático, aunque el lavado de la herida debió dolerle considerablemente


    26. Es más, en lugar de la necesaria labor de esclarecimiento, se ponen en marcha campañas de lavado de cerebro colectivas para profundizar más, no menos, en la perpetuación de asociaciones infundadas


    27. No se podía decir a Ernest que su perro, rara vez lavado, olía fuerte, sobre todo después de las lluvias


    28. Lavado, seco, cubierto con la camisa rugosa del hospital, pasaba a manos de Rieux: después lo transportaban a una de las salas


    29. En el caso en que la familia no hubiera estado antes con el muerto, se presentaba a la hora indicada, que era la de la partida para el cementerio, después de haber lavado el cuerpo y haberlo puesto en el féretro


    30. Cuando los extranjeros comenzaron a llegar a China en gran número, durante la década de los setenta, muchos se marcharon impresionados por la «limpieza moral» de nuestra sociedad: un calcetín abandonado podía seguir los pasos de su dueño a lo largo de mil quinientos kilómetros, desde Pekín hasta Guangzhou, tras lo cual era lavado, plegado y depositado en su habitación de hotel

    31. ¡Qué glorioso sería aquel lavado que el corazón dejara inmaculado!


    32. Con el cerebro absolutamente lavado


    33. Después de un rato, Adán, quien se había lavado la cara en un cubo, fuera de la casa, vino a tenderse a mi lado en los colchones de juncos tendidos frente a la estufa


    34. De tu alojamiento yo me ocuparé, igual que del lavado y planchado de tu ropa


    35. Mi antiguo amigo, el capitán Hopkins, que se había lavado la cara en honor del acto, se había instalado solemnemente al lado del documento para leérselo a los que no conocían su contenido


    36. En el hospital os hicieron un lavado de estómago y tuviste que permanecer ingresado mucho tiempo


    37. Llevaba siempre el cabello recién lavado, un halo negro ondulado cuyo resplandor al niño le recordaba el de los santos de las estampas que las monjas le regalaban en la escuela dominical


    38. Las ropas de la niña esparcidas por doquier, los juguetes, la cunita, la cara ovejuna, y un tanto falta de atractivo, de la señora Sprot, en el retrato que había sobre el tocador; el rumor de las protestas que hacía la mujer sobre los precios del lavado de ropas y su opinión de que la señora Perenna era un poco injusta al prohibir que los huéspedes tuvieran planchas eléctricas en las habitaciones


    39. Y los viernes por la noche ella va a entregar la ropa que ha lavado durante la semana


    40. Una monja sin hábito, con las espaldas de un cargador de muelles y las manos delicadas de una bailarina, preparaba el pan en moldes redondos y rectangulares, los cubría con un paño blanco mil veces lavado y vuelto a lavar, y los dejaba reposar junto a la ventana, sobre un mesón de madera medieval

    41. Desde la artesa del lavado, el Teniente comenzó a disparar en dirección a la casa


    42. Allí se encontraban las máquinas del agua caliente, los cuartos del lavado y planchado, la bodega de los licores y la despensa


    43. Agua Santa era uno de esos pueblos adormilados por la modorra de la provincia, lavado por la lluvia, brillando en la luz increíble del trópico


    44. Vio la pared de adobe de la casa quebrarse como si un hachazo le hubiera dado de frente, la tierra se abrió, tal como lo había visto en sus sueños, y una enorme grieta fue apareciendo ante ella, sumergiendo a su paso los gallineros, las artesas del lavado y parte del establo


    45. ¿La explorasfera era un transmisor con dos direcciones? ¿Podía transmitir la imagen de Phillip Atio, por ejemplo, al ex-convicto del cerebro lavado que creía ser un antiguo comandante romano?


    46. Si no hubiésemos lavado toda esa suciedad que tenía el casco, en estos momentos nos estaríamos sobrecalentando de manera peligrosa


    47. Hay que ganarse la manutención y el lavado de ropa


    48. Habían lavado las manchas del suelo y se habían llevado el cadáver


    49. Puede dejar marcas incluso si se las ha lavado con lejía


    50. –A lo mejor la han lavado –murmuró–, pero como decía Pitágoras: «Sólo se llega a la verdad con la experimentación»














































    1. Despues que hubimos descansado un instante, nos lavamos, y aún con elpolvo del camino encima, salimos


    2. Lavamos los tomates, les quitamos el corazón y los cortamos en rodajas


    3. Bajo el chorro de agua fría lavamos las hojas de treviso, los rabanitos y los berros


    4. Lavamos bien los espárragos y los troceamos, quitando la parte más dura del tallo


    5. —Por las tardes yo trabajo en una funeraria y cuando la clientela se nos pone floja, lavamos el local con Quitalapava —dijo


    6. Bajamos con las bolsas a cuestas, nos lavamos la cara en la cisterna


    1. Las mujeres que conozca todos se apresuran Algunos van a los boxes el soporte de recipientes, otros lavan su ropa en casa, otros estiran la ropa que sólo diez minutos harán perfectamente seca


    2. Lo dicen las comadres que me lavan y me sientan en la hamaca


    3. lavan los tajadores ófuentes de servir las viandas, los bacines, escudillas, etc


    4. es una de laslavanderillas que lavan los lacrimosos


    5. que recogen en lagañanía; no se lavan la cara, comen mal; pero


    6. Oyese la tímida canturria de las esclavas que lavan


    7. —Bien limpios y cortados a trozos, se escaldan enagua hirviendo y se lavan


    8. —Se lavan bien y preparan como los anteriores; alpicado de antenas y demás


    9. —Se lavan con agua muy caliente y setienen después una hora


    10. —Se lavan y secan cien gramos depasas de Corinto y se

    11. —También se lavan franelas y lanas blancas con losiguiente:


    12. sorprendidas, mientras lavan suropa, por la aparición de un


    13. lavan sus manos cuando comen pan


    14. se lavan las manos cuando comen pan


    15. En el llano es donde está lo más bello y las figuras más características: las lavanderas que lavan


    16. la belleza, y hasta las feas se lavan en él, seguras de hermosear durante el año


    17. El computador -y esa Internet con que se lavan la boca- encima del pensamiento, de la ética


    18. De semana en semana me he ido acercando al mundo de los que lavan la camisa única en la noche, cruzan la nieve con las suelas agujereadas, fuman colillas de colillas y cocinan en armarios


    19. Los hombres más jóvenes cavan un hoyo de un par de metros de largo por uno de ancho, amontonando a un lado la tierra extraída; entretanto las mujeres preparan los ingredientes, los niños lavan hojas de banano y todos chacotean y hablan a gritos


    20. Lavan los helicópteros con manguera, pero el olor no desaparece

    21. ¡Derretido estoy desde que el amor habita en mí; y torrentes de Ilanto me lavan las mejillas!


    22. Los masones se lavan las manos como Pilatos; han cogido miedo a la comunería


    23. a los que no se lavan la barriga


    24. Se lavan bien y se colocan extendidas en un recipiente, con el tomillo, unas dos horas


    25. –¿De modo que ustedes permiten que las compañías mantengan en funcionamiento aviones defectuosos conociendo el peligro que ello supone? Sencillamente se lavan las manos y esperan a ver qué pasa


    26. Los trapos sucios se lavan en casa


    27. ) (Acaba el autor de traducir estas líneas y se acuerda de su claro y límpido Levante, donde también las mujeres frotan, lavan, aljofifan los bellos pisos de mosaicos, y donde los sábados es preciso también comer frugalmente y marcharse de casa, porque en ella, con la estrepitosa y vehemente limpieza, no se puede trabajar


    28. Que lo laven, ¿por qué no lo lavan


    29. Secuestran gente y les lavan el cerebro y estoy seguro que hacen cosas peores


    30. Luego, en cuanto pueden, se trasladan a los departamentos de una o dos habitaciones de una de estas viviendas, donde lavan sus harapos… como puedes ver en esas cuerdas que se agitan en las barandillas

    31. Si, en alguna ocasión, mis empresas han cometido algún pecadillo, esos montos los lavan con creces


    32. no se lavan las manos


    33. No se lavan


    34. «La hostia, verbigracia, lleva dentro a Dios, y por eso los curas antes de cogerla, se lavan las manos para no ensuciarla, y dominus vobisco es lo mismo que decir: cuidado, que seáis buenos»


    35. –¿Te lavan el cerebro?


    36. Se lavan con jabón Lifebuoy de color naranja, se empolvan con talco Cashmere Bouquet, se lavan los dientes con un trapo impregnado de sal, se suavizan la piel con loción Jergens


    37. —Bienaventurados los que lavan sus túnicas para tener derecho al árbol de la vida y a entrar por las puertas que dan acceso a la ciudad


    38. Los pecadores que allí se lavan


    39. Paraje del lecho de un río o arroyo donde se recogen arenas auríferas y se lavan allí mismo agitándolas en una batea


    40. Después de un día de trabajo se lavan la sangre de las manos, se ponen ropas limpias y vuelven a su casa, para acariciar a sus esposas y mimar a sus hijos

    41. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga


    42. —«Créame usted, repetía, no sabe su cuerpo lo que es una esponja, se lavan como gatas y se la pegan al marido como en tiempo del rey que rabió


    43. Es más, yo debería detenerte por ocupación ilegal, pero somos amigos, y, así como una mano lava la otra y las dos lavan el culo, tenemos que ayudarnos


    44. Tenía cuarenta y tantos años y era alta y rubicunda, carnosa y sana; se veía que era una de esas mujeres que no tienen inconveniente en quedarse en la cocina cuando se chamusca el pellejo del cochinillo, que se lavan la cara con agua de lluvia, cuyos armarios de ropa interior huelen bien aun sin perfumarlos, y que le ponen personalmente las lavativas al hombre que aman


    1. Virgen Maríacosiendo, lavando y cuidando de la casa; San José trabajando en


    2. lavando la pobre escudilla en que había cenado ydisponiéndose para acostarse en el


    3. Una mañana estaba Varmen en el patio, lavando en una media tinajaempotrada en


    4. vagón;empujar el vagón hasta los hornos; revolver con un palo el mineral quese está lavando


    5. cayera de lasmanos el plato que estaba lavando


    6. —¿Y en cada una de ellas vio usted que el muchacho árabe estaba sentado en mitad del patio lavando piezas de cerámica?


    7. Amelia estaba en la cocina, lavando los platos


    8. —Tengo el abrigo lavando —dije


    9. Cuando las negras criaturas se alzaron de nuevo, se frotaron las nudosas manos como si se estuvieran lavando y dijeron


    10. Sus hijos no comprendían su mal humor y su melancolía permanentes, también ellos buscaban ocupación lavando automóviles, cargando bolsas en el mercado o realizando cualquier tarea para aliviar el presupuesto familiar

    11. Roran continuó lavando el resto de la colada


    12. Los hombres asignados por Michimalonko eran flojísimos, porque no les pareció labor de guerreros pasar el día en el agua con un canastito lavando arena, pero Valdivia supuso que los negros los volverían más complacientes a latigazos


    13. El galeno, con sumo cuidado, fue lavando los abiertos costurones con un desinfectante, y al acabar procedió a untar, con un ungüento fabricado con vísceras de serpiente machacadas, las laceraciones que las finas tiras de cuero de piel de toro, los ganchos de acero y las bolas de plomo habían dejado en la espalda del bachiller


    14. Odette Kolker estaba lavando los platos y tazas del desayuno cuando sonó el teléfono


    15. El hombre le dijo a su mujer, que estaba lavando vasos, que lo sustituyera y se alejó unos pasos con el comisario


    16. Fatty le guiñó un ojo al muchacho, que ahora estaba lavando una de las ruedas de automóvil con sumo cuidado, y llamó a «Buster»


    17. Joanna se estaba lavando los dientes


    18. Al seguir lavando las sustancias separadas, iban apareciendo aisladas en el extremo inferior de la columna, de la que eran recogidas


    19. Olvido, que se encontraba en la cocina lavando los platos, salió a su encuentro


    20. Entre las filas de Mercedes, Porsches y BMW que estaban lavando y lustrando, el Lada de Víctor resultaba de lo más singular

    21. –Se estaba lavando las manos en el garaje, donde había estado reparando un viejo tractor y, sin que se diera cuenta, se le cayo el jabón


    22. —¡Hans! —exclamó una señora que estaba lavando la ropa


    23. Al costado de cada comensal había sido dispuesta una jofaina de metal, con el fin de ir lavando las manos


    24. Jolene se encontraba en el fregadero, lavando verduras


    25. Un hombre de edad madura estaba lavando el parabrisas de un «Ford» grande; llevaba sombrero de cuero y una chaqueta corta, abierta por delante


    26. Por fin, a la una y media, sube Kugier: -Dios mío, no veo más que fresas, para el desayuno fresas, Jan comiendo fresas, Kleiman comiendo fresas, Miep cociendo fresas, Bep limpiando fresas, en todas partes huele a fresas, vengo aquí para escapar de ese maremágnum rojo, ¡y aquí veo gente lavando fresas! Con lo que ha quedado de ellas hacemos conserva


    27. Esto se prolonga lo suficiente como para atraer la atención de la policía de Laguna, tan contentos de que One Way se esté lavando que lo dejan continuar un rato antes de llevárselo


    28. Llevándose un dedo a los labios, hizo un gesto con la cabeza en dirección a la cocina, donde Marge estaba lavando los platos


    29. Trabaja lavando coches, junio y julio


    30. Estaba lavando los cacharros que habían utilizado para el desayuno en un charquito que la lluvia, muy a propósito, había formado fuera de la cueva

    31. —Seguro que a llenarlos de agua en el riachuelo y luego llevarlos a alguien que estará lavando los caballos —dijo Jorge


    32. Las criadas seguían lavando, barriendo, cocinando, limpiando, sirviendo, recogiendo, y nunca hablaban con nadie a menos que alguien se dirigiera a ellas


    33. Algunos de ellos desaparecieron tras una puerta al fondo de la habitación, y ruido de agua corriendo indicó que se estaban lavando


    34. Tuvo que quedarse en el burdel algún tiempo; fueron tiempos terribles, hasta que un día decidió escapar, buscar otras fuentes de trabajo; entonces empezó a emplearse en los oficios más ruines, en los lugares más sórdidos de París, primero lavando baños, luego como mesera de un bar de mala muerte, mal pagada como lo son todos los ilegales en Francia, sometida a toda suerte de arbitrariedades, padeciendo el desconocimiento del idioma


    35. Mientras hablaba se levantó, recogió los platos y los fue lavando y secando mientras ella le observaba divertida y terminaba su café


    36. Cuando llegamos había en el comedor ocho o diez personas; Cora estaba en la cocina, lavando platos y fuentes a toda velocidad para tener suficiente con que atender las mesas


    37. La mujer al recogerla, la metió con la ropa que estaba lavando


    38. Geralt y Jaskier se enteraron de datos acerca de los trastornones y las mamillas, seres debido a los cuales un labrador honrado no puede encontrar su casa cuando está borracho, sobre las cometas, que vuelan y beben la leche de las vacas, sobre las cabezas con patas de araña que corren por los bosques, sobre los joboldag, que llevan un sombrerito rojo, y sobre los peligrosos lucios, que arrancan la ropa blanca de las manos de las mujeres que están lavando y mira, igual les da por liarse con las propias mujeres


    39. Luet estaba en el arroyo, lavando ropa, cuando de repente un pensamiento le llegó con claridad a la mente: (No está muerto


    40. Continuó con su trabajo, lavando la ropa del barrayarés y vistiéndolo de nuevo con cuidado, antes de meterlo en la bolsa y devolverlo al congelador

    41. –¡Hans! – exclamó una señora que estaba lavando la ropa


    42. Justo habían terminado de comer y estaban lavando los platos cuando se oyó a lo lejos un estampido que hizo temblar los cristales de las ventanas


    43. Cuando volvió al dormitorio, oyó que Ethel se estaba lavando y dijo:


    44. Annika estaba en el cuarto de baño de la quinta, lavando las plantas


    45. Ahora los ayudantes, detrás de la pared de separación, están lavando las escudillas, una vez más por su ración


    46. Cuando estaban lavando los platos, alguien llamó a la puerta


    47. Jody corrió a la cocina, donde su madre estaba lavando el último de los platos del desayuno


    48. El nuevo empleado del Scrubba-Dubba levantaría la cabeza junto a los faros que había estado lavando y, con el guante de esponja todavía en la mano, miraría hacia el norte mientras el estruendo colosal y prodigioso martillaba la rutina de cobre laminado de esa jornada: ¡blammm! Ése era su sueño


    49. Al día siguiente estaba en la cocina del castillo lavando ollas y sartenes, y manteniendo sus oídos atentos


    50. Ahora se estaba lavando la cabeza



























    1. durante un largo rato, esperando lavar sus efectos


    2. Eso lengua árabe absurdo! Libros escritos de derecha a izquierda, cursiva personajes que no existen, que pronunciar palabras correctamente, tienes que lavar de saliva la persona con quien habla


    3. Pero yo digo, qué religión es lo que le permite lavar sólo en ciertas épocas del año, así que les dije y superar esta falta de limpieza de una gran cantidad de perfume? Pero luego, ese extraño olor tiene este producto! Las fosas nasales de un laico pueden verse como la marihuana, pero a quien ha echado un vistazo a la escala de pies y brazos, entiende fácilmente que es una mezcla de lavanda perfumada e insoportable olor


    4. "Bueno", le dije un poco endurecida-"Voy a estar a la altura y cada lío que actuar de tal manera que sólo la pureza del mar entonces lavar


    5. trasladarse hacia y desde el trabajo, comprar los víveres, lavar la ropa, o cualquier cosa que le parezca


    6. Jacinta se había olvidado de todo, hasta de marcharse a su casa, y nosupo apreciar el tiempo mientras duró la operación de lavar y vestir al Pituso


    7. Entre la puerta y la sala primera había un pasillo, en el cual seveía la artesa de lavar y la entrada de la cocina, cuya reja daba alcorredor


    8. Hizo propósito de lavar las puertas y aun depintarlas, y de adecentar aquel basurero lo más posible, sin perjuiciode buscar casa más a la moderna, quisiera o no Segunda vivir en sucompañía


    9. Al ver lavar a las chicas, ollenar los cántaros y subir con ellos


    10. Métase en el río hastamedia pierna para lavar la

    11. En este díaCarlota tenía por costumbre lavar sus camisas


    12. Y el trabajador infatigable, procreador de un mundo entero, debía ponerla mesa, lavar los


    13. Los heridos se fueron á lavar al


    14. resignación a lavar el puente y frotar losbronces


    15. lavar y arreglaría un baño para él


    16. agua de lavar a los tiñosos; enfin: la sublime aspiración abriendo su corola de pureza


    17. Beatriz dejose apenas lavar


    18. —No, una sola cosa puede calmar el dolor y lavar la afrenta, y esa eltiempo quizás


    19. Para lavar la cabeza


    20. barrer el portal todaslas mañanas, limpiar los metales y lavar la escalera de arriba

    21. al mojar Pep un trapo para lavar el busto del herido


    22. al señor: lo había puesto de lado para examinary lavar al


    23. 5 Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó á lavar los pies de los


    24. es á saber, por lavar, los condenaban


    25. 8 Porque dejando el mandamiento de Dios, tenéis la tradicion de los hombres;como el lavar de los jarros, y


    26. 5 Y luego puso agua en un lebrillo, y comenzó á lavar los piés de los


    27. los ancianos, mas comen pan con las manospor lavar?


    28. 8 porque dejando el mandamiento de Dios, teneis la tradicion de los hombres:el lavar de los jarros, y de los vasos [de beber;] y haceis muchas cosassemejantes á estas


    29. porencima de las losas dichas; y algunas veces se iban á lavar


    30. había de lavar; en aquella hora en queRosalía, no bien dejadas las perezosas plumas,

    31. o para lavar


    32. «Las hojas de la yerba Rangá ó Camantigue haciendo en cocimientoes bueno para lavar la herida ó


    33. Eran sumamente pesadas, y había que vigilar mucho para evitar las manchas de hollín, que condenaban la prenda a un inmediato retorno a la tina de lavar


    34. Siempre es la hora del té, y no tenemos tiempo de lavar la vajilla entre té y té


    35. Cuando uno de los alumnos estimaba, o sobre todo cuando los demás estimaban en su lugar (y él lo advertía), que había sido ofendido de tal manera que debía lavar la afrenta, la fórmula ritual era: «A las cuatro en el campo verde»


    36. Pues la única compensación para esos seres sacrificados a la miseria de la mentira la había encontrado el día de su primera paga, cuando, al entrar en el comedor donde estaban su abuela mondando patatas que iba arrojando en un barreño con agua, el tío Ernest, sentado, con el paciente Brillant sujeto entre las piernas y espulgándolo, y su madre, que acababa de llegar y deshacía en una punta del aparador un pequeño lío de ropa sucia que le habían dado para lavar, Jacques se acercó a la mesa y depositó, sin decir nada, el billete de cien francos y las monedas que había llevado en la mano durante todo el trayecto


    37. Para ir a lavar la ropa en el afluente del Seybouze, hacía falta una escolta de soldados


    38. Otro día me dijo que era una «burguesa» porque había fracasado en la lucha por obtener la tarea de limpiar los retretes o lavar la ropa de mis camaradas, todas ellas consideradas buenas obras de índole obligatoria


    39. No nos abandona, pero ha preferido convertirse en el más miserable y desamparado de los seres porque es la única forma que tiene de lavar en vida sus pecados y evitar la perdición eterna el día de su muerte


    40. El sol cálido de primavera les trajo toda clase de ideas ambiciosas, esperanzas tiernas y pensamientos felices, el lago pareció lavar las preocupaciones del pasado y las enormes montañas mirarlos benignas diciéndoles: "Amaos, chiquillos

    41. Meg, que había visitado las tiendas por la tarde y comprado "una muselina azul muy bonita", descubrió, después de cortar el vestido, que no se podía lavar, lo cual la decepcionó


    42. Lo había puesto a lavar en agua fría, pero supuse que no lo había mirado bien para asegurarme de que todas las manchas se hubieran ido


    43. La orgía duró toda la noche mientras la nave navegaba a su capricho, y solamente al alba Parry ordenó echar al mar los tres cadáveres, lavar el puente y luego congregarse en el castillo para proceder al nombramiento de los nuevos oficiales y hacer a la vez importantes comunicaciones


    44. En esa época Roberto estudiaba medicina y ya tenía la pasión que determinó su existencia de lavar al mundo y redimir al prójimo, y Ana era una de esas jóvenes virginales capaces de embellecerlo todo con su candor


    45. El sol apareció entre los abedules y la muchacha pudo ver el agua volverse rosada al lavar la sangre que le brotaba entre las piernas y la de su padre, que se había secado en su cabello


    46. Una monja sin hábito, con las espaldas de un cargador de muelles y las manos delicadas de una bailarina, preparaba el pan en moldes redondos y rectangulares, los cubría con un paño blanco mil veces lavado y vuelto a lavar, y los dejaba reposar junto a la ventana, sobre un mesón de madera medieval


    47. El animal estaba tan ocupado en lavar su comida, que no comprendió el grave peligro que corría


    48. Estaba convencido de que había otros como él, deseosos de lavar la imagen de las Fuerzas Armadas y sacarla del hoyo donde estaban metidas


    49. Apenas pudo tenerse en pie cogió al recién nacido, fue al pasillo y lo lanzó por el bajante de la basura, luego regresó jadeante a lavar de nuevo la alfombra


    50. –No, niña, qué ideas tienes, es para lavar la casa














































    1. parece que se ha abierto la tierra, dejando brotar desu seno un Océano de lavas


    2. como las lavas del


    3. Me siento vagamente inquieto -un poco intruso, por no decir sacrilego- al pensar que con mi presencia se rompe el arcano de una teratología de lo mineral, cuya grandiosa aridez, obra de una erosión milenaria, pone al desnudo un esqueleto de montañas que parece hecho con piedras de azufre, lavas, calcedonias molidas, escorias plutonianas


    4. -Son lavas en ebullición - dijo el doctor


    5. -¿Han subido ya las lavas hasta el borde de la abertura? --dijo lleno de confusión el pobre Vicente


    6. Se habían alejado cincuenta o sesenta brazas, cuando cayeron las lavas como un catarata sobre el lago


    7. También tienes que asegurarte de que lo lavas todo


    8. Ni siquiera su padre, el general Piro Estrella, tan amigo del Benefactor, a quien homenajeaba con banquetes en su hacienda de Las Lavas, sería exonerado


    9. DOLMANCÉ: Partid de lo siguiente, Eugenia, y es que no hay nada horroroso en libertinaje, porque todo lo que el libertinaje inspira está inspirado asimismo por la naturaleza; las acciones más extraordinarias, las más extravagantes, las que parecen chocar con más evidencia a todas las leyes, a todas las instituciones humanas porque en cuanto al cielo, de él no hablo, pues bien, Eugenia, ni siquiera éstas son horrorosas, y ni una sola carece de modelo en la naturaleza; cierto que ésa de que habláis, hermosa Eugenia, es la misma, relativamente, que aquella que se encuentra en una fábula tan singular de la insulsa narración de la santa Escritura, fastidiosa compilación de un judío ignorante durante el cautiverio de Babilonia; pero es falso, y completamente inverosímil, que fuese como castigo a estos extravíos por lo que esas ciudades, o mejor, esas aldeas, perecieron por el fuego; situadas en el cráter de algunos antiguos volcanes, Sodoma y Gomorra perecieron como esas ciudades de Italia que engulleron las lavas del Vesubio: eso es todo el milagro, y, sin embargo, fue de ese suceso tan simple de donde partieron para inventar bárbaramente el suplicio del fuego contra los desgraciados humanos que se entregaban en una parte de Europa a esa fantasía natural


    10. Ante los señores de la Lapa (los hidalgos de la casa morisca, la pequeña mayorazga de val-flor, los teles da alberguería, las damas de tiempos idos, el barón de lavas, los maja, el señor del pazo de ninaes)[3], el camaleón no cambió de color

    11. -Cuando luego te lavas la cara, el cutis te brilla como las amapolas -decía Yasmina, con esa insolente seguridad en sí mismas que tienen las hechiceras


    12. Allí te lavas las manos todo el tiempo


    13. Involuntariamente pensaba en cuán grande debía ser su intensidad cuando las lavas vomitadas por el Sneffels se precipitaban por aquella vía tan tranquila en la actualidad


    14. Era evidente que subíamos, empujados por un aluvión eruptivo; debajo de la balsa había aguas hirvientes, y debajo de éstas, una pasta de lavas, un conglomerado de rocas que, al llegar a la boca del cráter, se dispersarían en todos direcciones


    15. El teniente Procopio, después de examinar detenidamente la disposición de las galerías interiores y su orientación en el seno de la roca, advirtió que uno de los estrechos corredores desembocaba cerca de la chimenea central, donde, cuando las lavas se levantaban al impulso de los vapores, se sentía transpirar el calor a través de las paredes


    16. La erupción era reciente, como lo demostraba el aspecto de los lugares, y, en efecto, no había podido producirse sino cuando Galia había chocado con la Tierra, llevándose parte de la atmósfera terrestre Las paredes no habían sido aún deterioradas por las lavas


    17. –Que la erupción se produzca de nuevo repentinamente, y nos sorprenda acampados en el camino de las lavas


    18. Siempre puedo contemplarte mientras te lavas


    19. –Paola, ¿tienes que hacer eso cada vez que lavas?


    20. –¿Y cada vez que lavas tienes que hacer eso?

    1. También muchas veces experimento la presencia espiritual cuando lavo los platos en el fregadero de la cocina


    2. —Sólo el demonio, hijo mío, le ha podido encargar de semejantecomisión; pero yo me lavo las manos; ¡que la venganza del Cielo caigasobre usted y sobre los que le mandan!


    3. Por eso yo mepongo a salvo a tiempo, me lavo las


    4. 30 Me lavo los dientes; rezo mis oraciones y me acuesto en el sofá


    5. Me ducho, lavo los platos que hay en el fregadero y limpio la cocina


    6. Yo vacío la jarra, la lavo a conciencia en la cocina y la relleno con agua limpia y clara de la bomba que hay fuera antes de que nadie se dé cuenta


    7. Me lavo de nuevo en el patio con dos cubos de agua tibia, calentada al fuego


    8. Bobo, que siempre me lavo y tengo cuidado, anda


    9. Le cambio los pantalones tres veces al día, lo lavo dos veces al día


    10. Seguro que me las lavo veinte veces al día

    11. En el baño me lavo las rayas negras de maquillaje de la cara


    12. Me meto en el agua y lavo la porquería de las armas, de las heridas


    13. Me lavo los dientes y la cara


    14. Yo me lavo las manos


    15. Parecía que Coster nunca respondía rápidamente; Harriman lavo la sensación de que podía oír las ruedas girando en el interior de la cabeza del hombre


    16. –Si lavo toallas, ya te lo he dicho


    17. Un silencio me sigue por la cocina, hasta el fregadero, y se queda ahí mientras me lavo las manos y la cara


    18. Me levanto todas las mañanas a las siete, despierto al niño, le lavo, le visto y lo hago todo de forma mecánica


    1. – "Y ese mismo día se me acercó el Boa, con cara misteriosa, mientras nos lavábamos y me dijo hazme otra novelita como ésa y te la compro, buen muchacho, gran pajero, fuiste mi primer cliente y siempre me acordaré de ti, protestaste cuando dije cincuenta centavos por hoja, sin puntos aparte, pero aceptaste tu destino y nos cambiamos de casa y entonces fue de verdad que me aparté del barrio y los amigos y del verdadero Miraflores y comencé mi carrera de novelista, buena plata he ganado a pesar de los estafadores


    1. O laváis platos o servís a los empleados del estadio y a los chicos de seguridad estacionados por el estadio


    2. –Por la cantidad de ropa que tus colegas y tú laváis, debéis de tener una idea bastante precisa del número de habitantes y de la proporción de hombres y mujeres de la aldea


    1. me lavé las manos en un lugar resguardado del viento,


    2. Subí los peldaños y me lavé las manos en la fuente de agua clara


    3. Todavía esta­ba por la mitad y, luego, lavé los vasos


    4. Lavé algunos pañuelos y un par de guantes


    5. Vertí un poco de agua en una jofaina y me lavé las manos y la cara


    6. Fui a mi tienda, me lavé


    7. Fui hasta el aljibe, y me lavé despacio las manos y la cara


    8. Pese a que me sentía confusa, vi la fuente con la cabeza de león junto a la verja que habíamos cruzado, y me lavé los pies en el agua fresca


    9. En cuanto a mí, apenas desapareció el barbero, me lavé lo más de prisa posible, me puse la mejor ropa, y salí de mi casa


    10. Me desvestí, me lavé y me metí en la cama

    11. Por fin dejé de vomitar y me lavé las manos y la cara con un paño


    12. Lavé el proyectil y luego lo limpié a fondo en una solución de Clorox en baja concentración pues los fluidos corporales pueden transmitir infecciones e incluso oxidar rápidamente las pruebas materiales metálicas


    13. —Después —prosiguió—, lavé su cazuela


    14. Tardé una hora en limpiar el metal, lavé el escudo en una fuente pública y lo llevé a casa


    15. Me lavé a conciencia y me dirigí caminando a las oficinas del consulado, sitas en el número 1149 de la Avenue Joffre, a diez minutos escasos de la mansión de los Blumenthal


    16. Me duché, me lavé el pelo y me puse la ropa de la víspera, menos las bragas que había lavado y que aún estaban húmedas


    17. Me lavé, me sequé lo mejor que pude y me metí en la cama en el momento en que Marston entraba en la enfermería


    18. –Después -prosiguió-, lavé su cazuela


    19. » He de confesar que pierdo un poco la pasión del momento al intentar acordarme de qué sujetador me he puesto esta mañana y de cuándo fue la última vez que lo lavé


    20. Fui al barbero a cortarme el pelo, lavé toda la ropa y me puse unos calcetines cuyo color combinara con el de los pantalones

    21. —Me los lavé en la piscina y vi


    22. Fui lentamente hasta mi habitación, me lavé los dientes, me desnudé y me deslicé entre las sábanas de mi cama, donde el sueño me venció en cuestión de segundos


    23. Lavé los platos y las tazas con un agua tan caliente que se me enrojecieron las manos, pero ni siquiera me di cuenta


    24. Me lavé el pelo y el cuerpo deprisa, me cepillé los dientes, me afeité


    25. Me lavé y froté los arañazos abiertos y los limpié y Mwindi me los pintó con cuidado


    26. No tenía pañuelo, pero a tientas, con el agua de la lluvia que goteaba de la lona, lavé el sitio donde se había cuajado la sangre y me sequé con la manga de la guerrera


    27. Me lavé y sequé las manos


    28. Me lavé las uñas con especial cuidado cuando terminé en el puesto


    29. A continuación lavé todo rastro de café en el fregadero de la habitación de afuera, y el azucarero también


    30. Me lavé el pelo con el champú ordinario del motel y me froté el cuerpo furiosamente, tratando de borrar con jabón las infamias de la noche

    31. Me quité los guantes, me lavé y luego llevé los datos a mi ordenador portátil en la sala de personal


    32. Lavé mis pies en las aguas de mi dueño y pertenezco a su séquito


    33. Calypso balanceando mi sombrero ese viejo obispo que habló desde el altar su sermón largo sobre las más altas funciones de la mujer sobre las más altas funciones de la mujer sobre las chicas que ahora montaban en bicicleta y llevaban gorras de visera y los nuevos pantalones de mujer bloomers Dios le conceda cabeza y a mí más dinero supongo que los llaman así por él nunca pensé que mi apellido sería Bloom cuando lo escribía en letras de molde para ver qué tal hacía en una tarjeta de visita o entrenándome para el carnicero y saludos M Bloom estás blooming floreciente decía Josie después que me casé con él bueno está mejor que Breen o Briggs de abrigo o esos horribles nombres que acaban en bottom señora Ramsbottom o alguna otra especie de bottom Mulvey no me volvería loca tampoco o imagina que me divorciara de él señora Boylan mi madre quienquiera que fuera me podía haber dado un nombre más bonito bien sabe Dios con el que tenía tan precioso Lunita Laredo lo que nos divertimos corriendo por Willis Road hasta Punta Europa dando vueltas a un lado y a otro del Jersey se me agitaban y bailaban en la blusa como los de Milly pequeños ahora cuando sube corriendo las escaleras me gustaba mirármelos subía de un salto a los árboles de la pimienta y los chopos blancos arrancando las hojas y tirándoselas a él se fue a la India iba a escribir los viajes que esos hombres tienen que hacer al fin del mundo y vuelta lo menos que pueden hacer es dar algún que otro apretón a una mujer mientras puedan yendo a ahogarse o a saltar por el aire en cualquier sitio yo subí por la cuesta del molino de viento hasta el llano ese domingo por la mañana con el catalejo del capitán Rubio que había muerto como el que tenía el centinela él dijo que tendría uno o dos de a bordo yo llevaba ese traje del B Marche Paris y el collar de coral el estrecho brillaba yo veía hasta Marruecos casi la bahía de Tánger blanca y las montañas del Atlas con nieve encima y el estrecho como un río tan claro Harry Molly guapa yo pensaba en él navegando todo el tiempo después en misa cuando se me empezó a resbalar la enagua en la elevación semanas y semanas guardé el pañuelo debajo de la almohada por el olor que tenía no se podía encontrar un perfume decente en ese Gibraltar sólo ese peau d’Espagne barato que se pasaba y dejaba un hedor encima más que otra cosa yo quería darle un recuerdo él me dio ese feo anillo Claddagh de buena suerte que le di a Gardner cuando se fue a Sudáfrica donde le mataron esos bóers con su guerra y su fiebre pero les vencieron de todos modos como si eso hubiera llevado su mala suerte encima como un ópalo o una perla debía ser oro puro de 18 quilates porque era muy pesado todavía veo su cara bien afeitada frsiiiiiiiiiiiiiíííííífrong ese tren otra vez tono de llorar cuando en los días pasaaados que no volverán cerrar los ojos respirar mis labios adelante besar triste mirada ojos abiertos piano antes que sobre el mundo caigan las nieblas me fastidia ese lasn viene dulce canción de amooooor eso lo soltaré con todo el aliento cuando me ponga delante de las candilejas otra vez Kathleen Kearney y su pandilla de maullantes señoritas Esto señorita Aquello señorita Lootro pandilla de peditos de gorrión revoloteando por ahí hablando de política que entienden de eso tanto como mi trasero cualquier cosa en el mundo con tal de echárselas de interesantes como sea bellezas caseras irlandesas hija de soldado soy yo sí y de quién sois vosotras zapateros y taberneros perdone carreta creí que era una carretilla se caerían muertas de gusto si tuvieran jamás una ocasión de pasear por la Alameda del brazo de un oficial como yo en la noche de la banda los ojos me chispean el busto mío que no tienen ellas pasión Dios las ampare pobrecitas yo sabía de los hombres y la vida a mis 15 años más de lo que ellas sepan a los 50 no saben cantar una canción así Gardner dijo que ningún hombre podía mirarme a la boca y los dientes sonriendo así sin pensar en ello yo tenía miedo de que no le gustara mi acento en primer lugar él es tan inglés todo lo que me dejó papá a pesar de sus sellos tengo los ojos de mi madre y la figura en todo caso él decía siempre que los hay tan sucios entre esos paletos él no era nada así se moría por mis labios que se encuentren primero un marido y que sea de buen ver y una hija como la mía y a ver si pueden si pueden excitar a un fulano con dinero que puede buscar y elegir donde se le antoja como Boylan para que lo haga 4 ó 5 veces bien abrazados o la voz también yo podía haber sido una prima donna sólo que me casé con él viene de amoooor la vieja voz profunda abajo la barbilla atrás no demasiado hacerlo doble La Glorieta de mi Dama es demasiado largo para un bis en la vieja granja en el crepúsculo y los salones en bóveda sí cantaré Vientos que soplan del sur que él me dio después del asunto de las escaleras del coro le cambiaré ese encaje a mi traje negro para lucir mis pechos y sí ya lo creo haré arreglar ese abanico grande para hacerlas reventar de envidia me pica el agujero siempre cuando pienso en él necesito noto que tengo aire dentro mejor con cuidado no despertarle y que empiece otra vez a babearme después de que me lavé toda entera espalda y tripa y costados si tuviéramos un baño o mi cuarto sólo para mí de todas maneras me gustaría que él durmiera en una cama solo con sus pies fríos encima de mí nos daría sitio siquiera para soltar un pedo Dios mío o hacer la menor cosa mejor sí aguantarlo así un poco de costado piano duuuul ceahí está ese tren lejos pianissimo iiiiiiii una canción más


    34. Lo llevé al cuarto de baño de Clarissa y le lavé la pequeña mancha de sangre


    35. Me lavé la cara con esmero y me volví a poner la gorra


    36. Abrí la ducha y lavé las manchas del esmalte con agua muy caliente


    37. En el servicio de la gasolinera, me lavé la sangre de la cara, limpié la herida, la ungí con Bactine y le apliqué una compresa hecha con toallas de papel


    38. Y por la tarde me lavé los pies sin que mi madre me lo pidiera a gritos


    39. Me lavé los dientes, y eso que a mí no me gusta abusar de la limpieza


    40. Entré en el cuarto de baño, oriné, me lavé los dientes

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    lavar in English

    wash clean wash out launder

    Sinônimos para "lavar"

    fregar jabonar enjuagar bañar purificar duchar