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que no otorga la atención central al autor, sino al mecenas
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otorga una mayor capacidad de adaptación a los cambios de
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ciudadanos del poder que la democracia les otorga sobre las
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que les otorga un férreo control del poder justo cuando más
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Con esta redacción que otorga algo a las personas GLBTT y a la vez también
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otorga algo a quienes defienden la exclusividad y superioridad del matrimonio
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le otorga la llamada clase política
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los rebeldes, al ver la protección triunfante quese les otorga y la condescendencia con
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sabenque el método inglés otorga á la mujer, antes del
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El pueblo sabe leer y escribir, y este santo pan del alma, que se llama instruccion, que regatean y escasean en muchas naciones de Europa los gobiernos, se otorga y se sirve abundantemente al pueblo en Munich y
11.
Pero si se le otorga el respeto que se merece, la Fuerza acaba estando al servicio del bien
12.
Como en el caso de España, la situación geográfica de Turquía le otorga un papel muy relevante en la estrategia de la Guerra Fría
13.
El vivir siempre con un pene dentro otorga algo fascinante a esas mujeres
14.
Lo había dicho con el tono de un rey que otorga una gracia
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Otorga la propiedad de las tierras al templo… a perpetuidad
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—Es el Señor quien otorga la salvación incluso a los reyes, es el Señor quien libró al mismo David de la odiosa espada; que nuestros hijos crezcan como crecen las plantas y que nuestras hijas sean piedras angulares, pulidas como las del palacio
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Vengo, pues, a suplicarte que me permitas mandar venir al palacio a una santa vieja llamada Fatmah, que ha llegado a nuestra ciudad hace unos días, y a quien todo el mundo venera por las curaciones y alivios que proporciona y por la fecundidad que otorga a las mujeres sólo con la imposición de sus manos!"
18.
Mi hermosura me otorga el primer puesto entre mis compañeras, y no obstante, soy su servidor
19.
Y el Retribuidor otorga la sabiduría a quien quiere, y el ingenio se creó por orden suya; pero, entre los hijos de los hombres, sólo un pequeño número está en posesión de los dones espirituales"
20.
«Esto es hecho -dijo en alta voz; y por lo bajo-: En estos casos, quien suspira otorga»
21.
-La Iglesia -replicó Hillo, sentándose en un cofre-, oye y calla, mas no otorga
22.
Y por cierto que se rumora que parte del problema de los cuerpos surgió en las altas esferas cuando Zeus, que andaba suelto por ahí, empezó a acechar doncellas con el ánimo muy amistoso aunque totalitario de fecundarlas y que debido a eso las autoridades habían tenido que abolir los cuerpos para evitar los penosos incidentes que suelen protagonizar de cuando en cuando las bestias alocadas que llamamos dioses, y que los hay de toda catadura, sexo, estirpe y condición, y que en lugar de estar a buen resguardo en los zoológicos celestiales andan pavoneándose por allí dizque amparadas en la inmunidad que les otorga su condición de deidades antiguas y en la tolerancia que les depara un Altísimo que aparentemente no se digna descender del trono a solucionar semejantes nimiedades
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Para el carácter autoritario, una ideología que describe la naturaleza como una fuerza poderosa a la que es menester someterse, o un discurso que se complace en proporcionar descripciones sádicas de los acontecimientos políticos, ejercen una profunda atracción, de modo que el acto de leer o escuchar le otorga una intensa satisfacción psicológica
24.
Unos y otros pregonaban, con gran miopía política, que la monarquía es una institución arcaica incompatible con el verdadero espíritu democrático, puesto que presupone la existencia de una familia, la estirpe real, cuyos miembros, sin más mérito que el privilegio que les otorga su nacimiento, ocupan la máxima magistratura de la nación y viven como príncipes a costa de los presupuestos del Estado
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Un doctorado es un premio consuelo que se otorga por habitar un laboratorio durante un par de años mientras el profesor se pasa el tiempo en la oficina redactando pedidos de subsidios
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por el otro de todo el bien la otorga;
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«La gracia que me otorga el confesarme
28.
El párrafo quince, subsección «d» del contrato que firmé con tu empresa me otorga libertad para consultar a quienes considere oportuno para la misión, siempre y cuando el pago salga de mis honorarios
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El rey se lo otorga en presencia de todos los palaciegos
30.
-Soy el torrente: el que otorga la vida
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«Es Dios Padre quien otorga y sostiene la personalidad de cada una de sus criaturas
32.
Se nos recorta el presupuesto, se nos regatean los poderes y no se nos otorga la menor libertad en la aplicación de las normas
33.
La propiedad del animal adquiere importancia, y el cariño que se le otorga toma la forma de «paternalismo infantil»
34.
Este código otorga una puntuación a las empresas del sector de la construcción por su labor en defensa del medio ambiente y en función de los materiales que utiliza
35.
Pero el asunto no solo se reduce a una cuestión semántica, sino que en este caso el hábito hace al monje, y cualquier indocumentado, por el hecho de plasmar algún garabato, aporrear un teclado o deconstruir un plato, se encuentra en la obligación de sentenciar sobre la vida y la muerte con la autoridad que le otorga semejante escalafón divino
36.
A Dotar Sojat, el esclavo, se le otorga la libertad de estar por la ciudad y el palacio
37.
» Pero el punto que quería subrayar es otro: Praz se da cuenta de que no es tanto el gusto como la posesión del mobiliario lo que objeta Cecchi, «a quien repugna la belleza dispendiosa…; que ama, para decorar su casa, objetos en que al máximo de expresión vaya unido un mínimo de valor intrínseco… cosas cuya posesión no otorga ningún prestigio, auxiliares de la devoción y nada más, pero la devoción -y abundaría en esto- debe ser totalmente espiritual, desinteresada, no contaminada por el crudo amor de la posesión…» Aquí está el punto controvertido que pone frente a frente, como en un opúsculo moral o diálogo filosófico, al asceta y al coleccionista
38.
Lo había dicho con el tono de un rey que otorga una gracia…
39.
La ley del rey otorga a los lores el derecho de imponer el foso y la horca en su propio territorio
40.
–Este es el hombre que la suerte nos destina para liberarnos de los malvados… Este es uno de los dones que ella otorga al mundo para consolarle de los males con que lo agobia
41.
Yo he escuchado en silencio al tribuno de la plebe durante largas y aburridas horas —risas entre parte del público— y ahora exijo el derecho que la ley me otorga de hablar, sin ser interrumpido, para hacer frente a cada una de las acusaciones expuestas y de poder hacerlo durante todo el tiempo que estime necesario
42.
Esto, sin duda, otorga a mi opinión un valor especial
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Pero John puede ser un hombre pueril y dominante, la clase de artista que se otorga la licencia de toda la gama de cambios de humor
44.
La Constitución de Estados Unidos declara: «Todos los hombres han sido creados iguales y tienen unos derechos inalienables que el Creador les otorga…»
45.
Si ustedes se fijan» -era su manera de decirnos que la frase importante venía ahora-, «todo lenguaje es jabberwockiano para un lector, incluso el propio; las palabras significan muchas cosas según el contexto, la época, el uso que cada autor les otorga
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Y sé que otorga un gran poder
47.
El nuevo estilo de las políticas que cuestionan a las elites otorga un papel más importante al público para que pueda tomar decisiones a partir de relaciones menos jerarquizadas y más informales que hagan compatibles los deseos de autonomía personal, característicos del sujeto contemporáneo, con el viejo valor de la solidaridad que se reedita ahora a la medida de las necesidades de la sociedad líquida de la que habla Bauman
48.
Los árabes no establecen distinciones, ni tradicionales ni naturales, si exceptuamos el poder inconsciente que se otorga a los jeques en virtud de sus hazañas; y de ellos aprendí que nadie puede llegar a líder suyo a menos que coma lo mismo que come todo el mundo, lleve sus mismas ropas, viva a su nivel y a pesar de ello consiga sobresalir
49.
Es evidente que las calificaciones morales de los valores se aplicaron en todas partes primero a seres humanos y sólo de manera derivada y tardía a acciones: por lo cual constituye un craso desacierto el que los historiadores de la moral partan de preguntas como: «¿por qué ha sido alabada la acción compasiva?» La especie aristocrática de hombre se siente a sí misma como determinadora de los valores, no tiene necesidad de dejarse autorizar, su juicio es: «lo que me es perjudicial a mí, es perjudicial en sí», sabe que ella es la que otorga dignidad en absoluto a las cosas, ella es creadora de valores
50.
Probablemente, a una vida limitada se le otorga una bendición limitada
51.
Por un lado vincula al personaje de la inspectora de policía a su lugar natural, la comisaría; le otorga un aire de autenticidad, es alguien que tiene un compromiso el jueves, no un simple personaje auxiliar que sólo sirve para resolver el trámite de la detención
52.
La sharia, la ley islámica, es muy clara en los casos de asesinato, y otorga a la familia del muerto el derecho a la venganza y a ejecutar al asesino, pero también contempla otras opciones: la familia puede perdonar la vida al reo o exigirle una indemnización
53.
En el estadio de Kabul, los familiares de la víctima, haciendo uso del derecho que les otorga la ley islámica, perdonan a Zarmena
54.
La suya tiene una curva que otorga a las casas solares más grandes de lo normal
55.
El rey la otorga de su grado
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Préstamo en lotería (el que otorga el derecho de participación en un sorteo)
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Un claro indicio de ello sería ya el número ocho, cifra que está presente en la serie de letras AIFALUBA, ya que el simbolismo cristiano otorga su preferencia al número siete
58.
Entonces, si en la lucha el pueblo le otorga sus sufragios, yo seré el primero en acatar la voluntad soberana de la Nación
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-Digamos que soy socio de la Compañía de Construcciones y Obras de Ingeniería Patch y que, a cambio del rescate pagado, se me otorga el cincuenta y uno por ciento de las acciones de la Compañía
60.
mundo religioso de un pueblo les otorga su
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En cuanto al trabajo -pues las circunstancias excepcionales exaltan lo que existía previamente en el hombre, el trabajo en el laborioso, la pereza en el ocioso-, se otorga unas vacaciones
62.
El día que el Centauro nació, la diplomacia y la prudencia se habían ausentado de Cuenca y sus alrededores, y a nadie se le escapa que las virtudes que no vienen con uno al mundo, el mundo rara vez las otorga
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Esa «verdad», es su secreto, el secreto que les otorga el poder y la influencia para cambiar el mundo
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La que se otorga a un trabajador por un período de tiempo en casos de enfermedad, accidente, etc
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Utilizar las facultades que la norma le otorga
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Acto académico en el que se otorga un título universitario
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Concesión que se otorga por los tratados a buques extranjeros para que hagan el comercio en aguas y puertos nacionales
68.
Plazo que se otorga para solventar una deuda vencida
69.
La de carácter asistencial que se otorga sin necesidad de haber cotizado a la seguridad social
70.
Situación de poder de hecho sobre las cosas o los derechos, a la que se otorga una protección jurídica provisional que no prejuzga la titularidad de los mismos
71.
AI igual que el conductismo filosófico, apela a criterios conductistas para caracterizar los fenómenos mentales, pero, a diferencia de él, el Funcionalismo interpreta los estados mentales como estados internos y les otorga un papel causal en la producción de la conducta
72.
Es su misma peligrosidad lo que otorga al gesto su poder de exhibición
73.
Son gentes reservadas, y apenas se sabe nada sobre sus costumbres y estilo de vida, lo que les otorga un aire de exotismo y misterio, y ha dado pie a que corran historias sobre ellos que en su mayoría son descabelladas
74.
Su marido callaba; y quien calla, otorga
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La promoción a Asha'man otorga el derecho a llevar la insignia del «dragón», el alfiler esmaltado en dorado y rojo, en el pico contrario
76.
Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga
77.
La segunda razón es que cuando Dios recibe tamaña ofensa, les otorga mayor poder de dañar, inclusive a hombres inocentes, al castigarlos en sus asuntos o en su cuerpo
78.
Segundo, porque cuando Dios es más ofendido, le otorga más poder de dañar a los hombres
79.
De esto puede entenderse que es posible ahuyentarlos por medio de exorcismos y adjuraciones legales, si se otorga la ayuda de la merced Divina; pero ante todo hay que pedir a la gente que ayune y vaya en procesión y practique otras devociones
80.
Derby habló conmovedoramente de la forma de gobierno americana, que otorga libertad, justicia, oportunidades y juego limpio para todos
81.
[1] La Gran Cruz de la Legión de Honor es la máxima distinción que se otorga, en Francia, a personalidades destacadas de todo el mundo
82.
Su piel había empezado a adquirir ese tono amarillento que otorga la muerte
83.
La señorita Cook, el señor Littlefield y el señor Beauvais le retiraron el saludo repentinamente; Florence Bonington, con la satisfacción que otorga el acatamiento final de proposiciones una vez desoídas, llegó a insultarle durante el transcurso de un almuerzo; los Handl, inéditos durante toda la travesía, mantuvieron su postura y no salieron en su defensa; Hugh Everett Bayham se mostró con él aún más seco de lo que lo había hecho hasta entonces; y sólo Lederer Tourneur -un caballero que acabó por resultar cargante pero que sin duda era ecuánime- no cambió de actitud con respecto a él, si bien tampoco osó enfrentarse a sus compañeros y se limitó a permanecer en una posición digna pero pasiva
1.
Cualquiera caía en la trampa de creer que su silencio otorgaba
2.
le otorgaba, los tertuliosde D
3.
boca lo que con el corazón otorgaba
4.
abuelos,molineros y colonos del capitán, á quien éste otorgaba bastanteprotección
5.
imaginación le otorgaba una espada de cazoleta
6.
Y, pese a todo y potencias occidentales en principio renuentes, parece actuar siguiendo la estela del sueño: el 3 de Febrero de 1919 en la Conferencia de París, exige las tierras de la Rumelia -nombre bien significativo que se otorgaba por entonces a Tracia-hasta las puertas de Estambul
7.
Pese a que hacía muchos meses que la clase dirigente la pedía a gritos, la noticia sorprendió a todo el mundo, y cabe imaginar que en el primer momento Armada pensara con razón que Suárez había dimitido para abortar las operaciones políticas dirigidas contra él, entre ellas la Operación Armada; pero igualmente cabe imaginar que en el segundo momento el general intentase convencerse de que, lejos de complicarle las cosas, la dimisión de Suárez se las simplificaba, puesto que le ahorraba el trámite incierto de la moción de censura y dejaba su futuro político en manos del Rey, a quien la Constitución otorgaba la potestad de proponer el nuevo presidente del gobierno previa consulta con los líderes parlamentarios
8.
Pocos miembros habían escapado a la ejecución tras la caída de la familia real, y el hecho de que uno de los supervivientes fuera aliado de los Caballeros del Escudo otorgaba un lustre especial a la sociedad secreta
9.
Y protegían a los demás, a los residentes que respiraban oxígeno, mediante la inmunidad que les otorgaba su locura
10.
Confiaba en su hijo mayor y le otorgaba autoridad frente a los demás niños
11.
Su apasionada naturaleza se estrellaba contra el doble código moral que convertía a las mujeres en prisioneras y en cambio otorgaba licencia de caza a los hombres
12.
Pertenecía a la vieja aristocracia por apellido y fortuna, lo que otorgaba cierta impunidad a sus groserías, pero sobrepasó los límites tolerables y hasta su familia acabó repudiándolo
13.
Ese año cumpliría los diecisiete y el mozalbete que había partido hacia Salamanca cuatro años antes se consideraba ya un hombre, y su título de bachiller le otorgaba el derecho al tratamiento de «don»
14.
Severo del Va-lle había visto circular las cantimploras con aguardiente y pólvora, una mezcla incendiaria que dejaba las tripas en llamas, pero otorgaba un valor indomable
15.
Esa constitución, redactada por la aristocracia con la idea de go-bernar para siempre, otorgaba facultades amplísimas al ejecutivo; cuando el poder cayó en manos de alguien con ideas contrarías, la clase alta se rebeló
16.
La sala del trono era amplia y largo era el trayecto que iba desde la puerta hasta la tarima donde esperaba el rey; ambos personajes lo cubrieron sin acelerar el paso ni bajar la mirada, pausados y seguros de su rango, conscientes de que la Iglesia les otorgaba su protección y una jerarquía semejante a la del monarca
17.
» En otro, una mujeruca de campo totalmente vestida de negro con una manteleta en la cabeza y en el pecho la cruz que otorgaba Mussolini a las madres de los soldados muertos en combate
18.
¡He seguido las prescripciones de Ibn-Sina, y no he obtenido resultado, ¡ay de mí! ¡Entonces corrí a otros amores, y vi que el Destino me sonreía y me otorgaba la curación!
19.
A los ciudadanos que informaban se les concedían recompensas y a los que no eran ciudadanos y denunciaban a un culpable, se les otorgaba la ciudadanía
20.
La ideología nazi se dirigía justamente a estos rasgos, y les otorgaba mayor intensidad, transformándolos en fuerzas efectivas en apoyo de la expansión del imperialismo germano
21.
—Lo que oye, fue uno de los permisos más reaccionarios que otorgaba el absolutismo Hamidiyé, aquel por el cual «cualquier musulmán tenía permiso de probar su sable en el cuello de un cristiano»
22.
Comenzó, pues, su vida pública sin renunciar al vestido que había usado en el desierto, una piel de camello, lo que le otorgaba un aspecto un tanto montaraz que no desagradaba a sus seguidores ya que demostraba su desapego de los bienes del mundo y su sencillez, dos cualidades convenientes en un predicador
23.
Todo lo que le rodeaba estaba envuelto en ritual, y se otorgaba gran importancia a cada uno de sus movimientos
24.
Según la opinión posterior, Balam contrataba sus servicios y otorgaba su bendición y maldiciones no necesariamente inspirado por Dios, sino en relación con los honorarios que le ofrecían aquellos que deseaban emplearle
25.
(Roma subastaba el derecho a recaudar impuestos, y lo otorgaba al que ofrecía más
26.
La Constitución limitaba los poderes del rey y otorgaba la representación del Estado a un Parlamento, sin privilegios para la Iglesia o la aristocracia, las dos columnas del antiguo régimen en las que se apoyaba la monarquía
27.
La túnica era negra como el olvido, salpicada por millones de estrellas y miles de lunas, todas dispuestas en un dibujo que no era del todo perceptible, pero que otorgaba a la prenda una sensación de armonía y belleza
28.
Les otorgaba la inapreciable posesión de que carecían y que anhelaban, pero cuya necesidad no les parecía necesaria: una sanción moral
29.
Tenía el rostro enjuto, lo que le resaltaba los pómulos, los ojos grandes y la nariz aquilina, que le otorgaba ese aspecto refinado que contrastaba con el del resto, de caras redondas y narices anchas
30.
Pero Luzia prefería el silencio, la solemnidad, la importancia que le otorgaba la tarea de medir a los muertos
31.
Cada uno de ellos parecía una esfera resplandeciente, pero los Seis Campeones podían estrujarlo y el ka'kari se fundía, cubría su cuerpo entero como una segunda piel y les otorgaba poder sobre el elemento que representaba
32.
A los pies de Chester, la lámpara arrojaba una luz difusa por entre la niebla que la hacía parecer leche y otorgaba a las caras un brillo misterioso
33.
Gozaba de escasos placeres, todos primitivos, y el principal consistía en cazar y matar, por lo que otorgaba a los demás el que albergasen las mismas intenciones y deseos que él, incluso aunque se convirtiera así en pieza también codiciada por los demás cazadores
34.
Como consecuencia de todo ello, esta división era muy combativa, puesto que los soldados reconocidos por su valor en la lucha eran tomados en alta consideración, hasta el punto, que el mismo faraón otorgaba tierras en donde establecerse a los soldados que se habían destacado por sus servicios castrenses
35.
Le otorgaba el título por simple cortesía, ya que el único dominio de Varys era la telaraña de informantes y su única posesión, los rumores
36.
Con la ayuda de los guías que conocían bien las tierras, el ejército se distribuyó en las zonas por saquear, estableciéndose una jerarquía que otorgaba los valles más ricos a los destacamentos más reputados
37.
Aileen otorgaba valor al temor a Dios, a tener armas en cantidades suficientes, a la buena comida, las buenas obras y la pena de muerte, cuando no quedaba más remedio
38.
Cerfbeer presenta entonces los despachos reales de 1775 en los que Luis XVI le otorgaba «los mismos derechos, facultades, excepciones, ventajas y privilegios que disfrutan nuestros subditos naturales o naturalizados»
39.
El sistema vigente para rellenar formularios se denominaba Soundex y era un raro procedimiento que eliminaba las vocales de los apellidos y otorgaba valores numéricos a las consonantes
40.
El imperium proconsular normalmente se otorgaba a un hombre cuando terminaba su año de cónsul y se iba a gobernar una provincia proconsule
41.
Bosch reconoció que el cesio desaparecido era una prioridad y causa legítima del desembarco federal, pero aseguró que todavía se trataba de un caso de homicidio y que eso le otorgaba un papel al departamento
42.
¿Por qué los perseguían con esa insistencia? ¿Por qué De Kere les otorgaba tanta importancia como para perseverar en su empeño de matarlos pese al ataque enemigo?
43.
Las cuitas de su mundo y las limitaciones de sus tareas se disipaban de él, estaba en libertad, lo que raras veces se le otorgaba, para disfrutar del todo y ofrecernos los dones que Dios le había concedido
44.
En 1884, gracias al enérgico estímulo de Jackson, el senador Harrison logró que el Congreso aprobara la Organic Act, por la cual se otorgaba a Alaska una especie de gobierno civil, con un solo juez, un fiscal de distrito, un secretario del juzgado y un alguacil; en total, se encargaba a cuatro funcionarios imponer la ley y el orden en un territorio de más de un millón de kilómetros cuadrados
45.
Patton French tenía un contrato firmado con la familia Gibson, por el cual se le otorgaba el cincuenta por ciento de cualquier cantidad percibida
46.
Lo cierto es que tanto Fernando como yo teníamos una ventaja sobre el resto, más allá de la autoridad que otorgaba ser las cabeceras de las delegaciones de los dos principales partidos
47.
El partido afirmaba haber sacado un total de 42 publicaciones distintas en España —la mayor parte legales, unas pocas ilegales—, y esta financiación testimoniaba la importancia que la Komintern otorgaba ahora a España
48.
Con ella, se reducían de modo considerable los límites máximos de propiedad exenta (del 16,6 al 62,5 por ciento, dependiendo de la categoría), se restauraban los niveles originarios de indemnización de 1933 y se otorgaba al gobierno el poder total para incautar cualquier porción de tierra «por razones de utilidad social»
49.
Cuando llegara el momento desmontaría del caballo para combatir junto a sus hombres y dar ejemplo, pero por el momento Gneo Cornelio Escipión Barbato, pretor de Roma y general de la Tercera Legión, prefería seguir a lomos de su corcel y gozar de la perspectiva que le otorgaba tener la cabeza dos pies por encima de los demás
50.
Algunos afirmaron que ya sentían la nueva percepción que les otorgaba la bebida
51.
A Bronson van Vogel le aburría tanta cortesía, ya que estaba evidentemente inspirada por la clasificación que Dunn y Bradstreet otorgaba a su mujer (diez estrellas, explosión solar y música celestial)
52.
Jack era superior en rango al teniente coronel Keating, pero eso simplemente significaba que era más importante que él; no le otorgaba el derecho a darle órdenes, por tanto, o conseguía una cooperación totalmente voluntaria o nada
53.
Se hizo traer recado de escribir y de su puño redactó y firmó un escrito por el que otorgaba la gracia de la vida a Flaviano de Bergenroth
54.
La razón de tan singular querencia se hallaba en el anonimato que la capital otorgaba a los políticos periféricos, lo que invitaba al copeo y la deambulación noctámbula sin riesgo de ulteriores reproches conyugales
55.
Era la carta de hacía cien años de un antiguo rey de Wessex, que otorgaba ciertos derechos a la abadía
56.
Lo que le caracterizaba, constituía su mayor atractivo y le otorgaba ventaja a los ojos de muchos era precisamente esa condición de ser nuevo, esa faceta liberal y tolerante de su persona
57.
Pero eso fue sólo el principio: al poco supe de la existencia de varios Guillamet implicados en la dirección de la Unió Esportiva Figueres, del fotógrafo de la Tumba de Kiki y conservador del patrimonio artístico de Andorra, de una tal Eva María Guillamet que afirmaba en su güeb personal que le gustaban las novelas de Agatha Christie, ir de camping y conocer a gente interesante (no como ella), y hasta de un Sylvester Guillamet, taxista en Manhattan, que tenía algo que ver con la Taxi Limousine Comission de Nueva York y su declaración de derechos del pasajero, documento, por cierto, que otorgaba al viajero la potestad de obligar al conductor a apagar la radio durante el trayecto
58.
Ocurrió que, reunidos en conciliábulo escasas horas antes de la coronación, sus consejeros concluyeron que María Dolores 1 y no digamos Loles 1 sonaba muy poco regio, así que alguien propuso la denominación de Eusebia 1, que, por alguna misteriosa razón, otorgaba más empaque
59.
Sin embargo, abrumados como se encontraban por las tensiones sociales crónicas, los griegos no habían olvidado por completo la libertad que su provincianismo les otorgaba: libertad para experimentar, para innovar y para allanar sus propios caminos
60.
A los pobres se les garantizaba la libertad y el recurso legal ante los abusos de los poderosos; por su parte, a los ricos se les otorgaba el derecho exclusivo a las magistraturas y al control político de la ciudad
61.
Esta genealogía le otorgaba a Licurgo un derecho casi de propietario respecto a la Acrópolis, ventaja que éste, con el instinto de un empresario nato, supo aprovechar al máximo
62.
Con seguridad, otorgaba a Milcíades una influencia crucial en la formulación de las políticas de defensa de la ciudad
63.
La escena que contempló Shandy, el viejo sentado bajo la popa del barco, le recordó algo que no podía definir con claridad…, pero, por extraño que pareciese, sabía que se trataba de una imagen o una historia que, por comparación, otorgaba una triste dignidad a Sawney
64.
Weed lo proveía de jugadores a los que otorgaba una consideración especial, empleos y preferencias
65.
Veía su cara por el espejo retrovisor, la expresión dulce y aniñada que le otorgaba el sueño
66.
Pero ¿cuánto tiempo duraría la tregua? ¿bastaría ésta para preparar la evasión del prisionero? El mayor Sinclair, ¿le permitiría la entrada en la prisión? ¿Qué sucedería si no le otorgaba el permiso sino cuando Juan Sin Nombre marchase al suplicio?
67.
Actuaba con la seguridad que le otorgaba su uniforme
68.
Se la protegía, enriquecía y se le otorgaba un inmenso poder delegado, no menor que el de la mismísima Inquisición
69.
Sus ojos brillaban a través de las finas ranuras, y delante de la boca tenía un cierre de cremallera grande que otorgaba al rostro sin vida la expresión de una calavera sonriente
70.
Aunque no otorgaba gran credibilidad a la opinión que Lidamae tenía sobre su propia perspicacia, encontró un hilo conductor en las entrevistas a patrones y compañeros: Nell Channing era una señora
71.
A los ojos de la Iglesia, su cruzada lo absolvía de sus pecados y le otorgaba un lugar en el paraíso
72.
La imagen de Hilda semidesnuda rodando en la rompiente, la de esa procesión triste, y el sonido del golpe de un arma contra el hueso, todo eso otorgaba dignidad y seriedad incluso al más infantil de los juegos
73.
Una vez que descubrí esa similitud, se hizo cada vez más fuerte y eso le otorgaba ante mí una sensibilidad y una intensidad dramática que eran extrañas a su naturaleza esencialmente pragmática
74.
Pero también había otro premio que se otorgaba aun cuando no se reconocía: las competiciones desarrollaban las habilidades necesarias para sobrevivir
75.
El excelente resultado de Bildu le otorgaba una gran autoridad ante ETA
76.
¿Quién se hubiera atrevido a seguir las huellas de los enemigos a quienes la imaginación popular otorgaba un poder sobrenatural y que muchos consideraban como las feroces divinidades del desierto?
77.
La mayoría de las mujeres de su generación parecían contentarse con interpretar el papel pasivo que les otorgaba la sociedad: vestirse con bonitas ropas, organizar fiestas y obedecer a sus maridos
78.
La ley que se aprobó este año, y que otorgaba el derecho de sufragio a algunas mujeres mayores de treinta años, no consideraba que estas pudiesen presentarse a las elecciones
79.
Para conseguirlo casi tuvo que llevar a la quiebra al Tesoro Real, pero ella sabía que el dinero en circulación, una moneda firme, era la sangre que otorgaba vida a un reino
80.
El artículo decía que un grupo de empresas milanesas dedicadas a la prospección de yacimientos minerales y petrolíferos había firmado con el Gobierno de Angola un contrato de diez años que les otorgaba derechos exclusivos de exploración y explotación de «productos y materiales extractivos» en la zona oriental de la antigua colonia portuguesa de Angola
81.
El visir notó que el rey no le dedicaba ni la décima parte del tiempo que antes le otorgaba; raramente le concedía una entrevista para tratar de asuntos del reino
82.
«¡Guerra! ¡Guerra! ¡Guerra!» exclamaban todos con el júbilo que les otorgaba la bendición de compartir un solo pensamiento: «¡Volvamos a la guerra!»
83.
Y empezó una ceremonia de posesión a la luz de una lamparilla de blonda plisada que otorgaba a Gladys contornos brujeriles en su posición de buscadora del sexo del hombre y de introductora del animal en la boca, donde lo paseó en todas direcciones, como si le impidiera huir de aquella cárcel húmeda
84.
Nadie otorgaba la más mínima credibilidad a mis teorías, me tildaron de iluminado y de incapaz
1.
Visitole pororden de su Magestad don Alfonso Pérez de Guzmán el Bueno, Arzobispo deTiro, Patriarca de las Indias; hízole una larga platica para su consueloespiritual; y el Viernes 6 de Agosto, año del Nacimiento del Salvador1660 día de la Transfiguración del Señor, habiendo recibido los SantosSacramentos, y otorgado poder para testar a su íntimo amigo Don Gasparde Fuensalida, Grefier de su Magestad, a las dos de la tarde, y a lossesenta y seis años de su edad dio su alma a quien para tanta admiracióndel mundo le había criado, dexando singular sentimiento a todos, y nomenos a su Magestad, que en los extremos de su enfermedad había dado aentender lo mucho que le quería y estimaba
2.
un mal uso de esta competencia) otorgado a las fuerzas de
3.
Briz Martinez[66] trae un documento que se dice otorgado á 26de setiembre del año 1399, cuyo contenido se reduce á que el rey D
4.
El crédito otorgado a los que hipotecaron propie-
5.
El coeficiente Gini del crédito concedido, entre 1800 y 1823, fue de 0,510; el del crédito otorgado, entre 1824
6.
El encarcelamiento de los deudores, que se conoce mejor, no era frecuente y sólo se daba en el marco del crédito otorgado por el capital privado
7.
reputación de tiesa que gratuitamente lahabían otorgado sus
8.
colección de autógrafos, y el cual lleva la fecha de 1569, siendo unpoder otorgado por
9.
En el testamento de Pedro Garcia de Quesada, otorgado á 9 de Marzo de1520, en la
10.
condesa había otorgado á su clavel, y mientras caminaban endirección á la huerta se
11.
otorgado el Criador parahacernos razonables aun antes de raciocinar; y á fin de que dirijamosnuestra
12.
Este, porno ofender a su hermana a quien por razón de intereses estaba obligado aguardar consideraciones, se lo había otorgado, aunque con gran
13.
Rey de las almas, había otorgado a alguna favores queespantaban por los grandes e
14.
excepcionales que debieran ser premio providencial otorgado alos mejores hombres;
15.
Ahora gozaba entre sus colegas de un prestigio casi tan grande como el que le habían otorgado los ergothianos
16.
Pero hay que tener en cuenta que se han destinado fuerzas militares norteamericanas para proteger las fuentes extranjeras de petróleo y se ha otorgado una considerable ayuda exterior a algunas naciones suministradoras
17.
Y Shiva, en su infinita bondad, me ha otorgado un peso que, en la última comprobación efectuada el pasado mes de febrero, oscilaba entre las 250 y 260 libras
18.
Al cabo de sólo cuarenta y ocho horas de la entrevista entre Armada e Ibáñez Inglés, justo el día en que se iniciaba en el Congreso el debate de investidura de Calvo Sotelo como presidente del gobierno, Tejero telefoneó a Ibáñez Inglés: le dijo que había vencido el plazo otorgado por Milans para que triunfase la Operación Armada, que las sesiones del debate de investidura, con el gobierno y todos los diputados reunidos en el Congreso, eran una oportunidad de realizar lo convenido que tardaría mucho tiempo en volver a presentarse, le aseguró que contaba con un grupo de capitanes dispuestos a secundarlo, que los últimos acontecimientos -la ofensa al Rey en el Parlamento vasco, el asesinato del ingeniero de Lemóniz a manos de ETA, las consecuencias de la muerte del etarra Arregui- los habían soliviantado y ya no podía retenerlos por más tiempo, y que en suma iba a tomar el Congreso con Milans o sin Milans; la advertencia de Tejero a Ibáñez Inglés disipó las reservas que todavía albergaba el capitán general de Valencia: no podía parar al teniente coronel, el fracaso político de Armada le dejaba sin opciones, se había comprometido demasiado como para echarse atrás en el último momento
19.
Cuando finalizó aquella guerra, su lealtad fue premiada con la inscripción en el orden ecuestre y con el grado de primer tribuno, hasta poco tiempo antes sólo otorgado a los miembros de la aristocracia senatorial
20.
Sabía que el papel que éste le había otorgado —el de representar al poder romano en aquella región limítrofe asolada apenas por incursiones aisladas— era sobrecogedor y estaba lleno de peligros
21.
El señor de la tierra de Jemet decide, finalmente, entregarles una tierra, pero los leprosos y los indeseables, en lugar de experimentar alivio y gratitud por la libertad concedida y el obsequio otorgado, deciden declarar la guerra a todo el pueblo
22.
Se encontraba en Beaverton, ciudad a la que se había otorgado el nombre en inglés del castor, el mamífero acuático constructor de diques
23.
Hacia el mediodía, las aguas que habían otorgado sus dones a pescadores y petroleros hasta la noche anterior tenían una nueva riqueza que ofrecer
24.
Por el aire complacido con que respondió, fue evidente que el caballero del pelo plateado consideraba que había otorgado a Stephen el mayor de los favores al encantarlo
25.
El emperador chino de Pekín les había otorgado una pequeña base permanente en Macao y ellos se habían avenido a trocar seda por plata
26.
El precio era muy alto pero la Sección 16/a le había otorgado la autoridad suficiente
27.
Lo que cada cual deseaba le era otorgado: tan rico era el rey, que nadie tuvo que sufrir una negativa
28.
Prefiero cualquier beneficio otorgado por la caridad a las mayores ventajas concedidas por el miedo
29.
De acuerdo con las instrucciones que tan amablemente me ha otorgado he procedido a inspeccionar la Torre de Porthgenna con el propósito de indagar qué reparaciones, en la casa en general y en particular en su lado norte, son necesarias
30.
El testamento de Miedes, otorgado en Sigüenza veinte años ha, carecía de interés por la desaparición de los bienes raíces
31.
Aquella mañana había aparecido en la pared de su casa el número dos, y el día siguiente sería el postrero del plazo otorgado
32.
Ya ve que le hemos otorgado nuestra confianza en un asunto de un carácter muy privado
33.
Quiero el poder que se me ha otorgado y te quiero a ti
34.
Me había otorgado una autoridad inesperada y recuerdo haberme regodeado en ella un momento
35.
(Ocho años antes, Pauling había ganado el premio Nobel de Química; así, pues, él y Marie Curie son los únicos miembros de esa agrupación selecta a quienes se han otorgado dos premios Nobel
36.
Si hemos de evitar la catástrofe, será preciso considerar la maternidad como un privilegio muy especial otorgado con restricción
37.
Atento a la ebúrnea bonanza, el gobierno ruso había otorgado franquicias a los empresarios
38.
No se le escapaba a la atención del capitán Crozier que todos los oficiales comisionados de la Marina del Erebus estaban muertos, y que los supervivientes no eran más que auxiliares o civiles a los que se había otorgado el título honorífico de oficial a efectos de distribución
39.
A pesar del siglo y medio que los separaba, ambos habían otorgado una fuerza especial a sus propias lenguas por medio de este poema e incluso llegó a pensar que tal vez Q
40.
Jamás le había otorgado un cumplido semejante
41.
Poincaré no resolvió el problema, pero en 1889 le fue otorgado el premio por un tribunal compuesto por Weierstrass, Hermite y Mittag-Leffler, como recompensa a su discusión general de las ecuaciones diferenciales de la dinámica y a su estudio sobre el problema de los tres cuerpos
42.
Los dioses me han otorgado conocimiento…
43.
O; cambiando hacia el cristianismo, pude haber citado a esos cristianos “ rapture ” {ccxxiii} estadounidenses cuya poderosa influencia en la política estadounidense hacia el Medio Oriente está gobernada por su creencia bíblica en que Israel tiene un derecho otorgado por Dios a todas las tierras de Palestina
44.
Algunas religiosas se aproximaron a mí, otras se alejaron; las segundas estaban ya alarmadas de la predilección que me había otorgado
45.
–El divino -declaró Memnón- me ha otorgado el mando…
46.
Nabinger conocía lo suficiente de la política arqueológica para apreciar la oportunidad que se le había otorgado al usar aquel equipo allí
47.
Temprano al día siguiente, en la ciudad, fue a hablarle al interesado con que había comprometido los expolios del circo y legalizó la transacción de todo, incluso de los perritos -salvo el Florín, que era muy regalón de la Bambina-, mostrando el poder notarial otorgado por ella, que hasta ese momento no se había resuelto a usar
48.
—¡Ya basta! —gritó el señor Lenoir, y las sonrisas que antes había otorgado tan liberalmente a todos se desvanecieron por completo—
49.
Todos los burgueses estaban de acuerdo en que azotar al villano en vez de ahorcarle, tal como decretaba la ley, era un gesto de clemencia, un favor otorgado por el rey Wenceslao
50.
Para lograr su objetivo, contó con la ayuda de una asociación católica de Roma, por cuya intermediación las autoridades argentinas admitieron el pasaporte que le había otorgado la Cruz Roja Internacional
51.
Alfonso XIII la distinción que le había otorgado:
52.
De su cinturón de medallones colgaba el gran arakh curvo que Dany le había otorgado cuando lo nombró jinete de sangre
53.
–El zin-carla es un regalo único -insistió Malicia-, otorgado a matronas de casas poderosas y que cuentan con todas las bendiciones de Lloth
54.
Los Ponis Celestiales le habían otorgado el máximo honor al ofrecerle un lugar en su tribu, pero sólo bajo la condición de que demostrara su lealtad hacia ellos sin dudarlo
55.
Se le sigue llamando comunismo a todo, pero se trata de un consorcio corporativo con un mandato de gobierno que se ha otorgado él mismo
56.
Sin ningún escrúpulo, le había otorgado a Jürgen el grado de Maestro y dado un curso intensivo sobre cómo parecer un masón experimentado
57.
Su hija, Ana, ganó hace poco un pleito que le ha otorgado el derecho a publicarlo
58.
Dado el acceso a la información que se le había otorgado, eso traería consecuencias gravísimas
59.
Aquello había echado a perder los planes que tenía para pasar durante el consulado a su provincia, Cilicia, que se le había otorgado cuando las hordas de cabilderos, caballeros de negocios, habían logrado que se la quitasen a Lúculo
60.
Siempre que un pretor gobernador que regresaba no cruzase el sagrado lindero y entrase en el propio recinto de la ciudad de Roma, conservaba el imperium que Roma le había otorgado para que gobernase su provincia
61.
El Senado ha votado en favor de la dictadura de César durante diez años, le ha otorgado poderes de censor durante tres y el derecho de expresar sus preferencias cuando los candidatos se presenten a la elección de magistrados
62.
Eran vulgares camas de hierro como las de los hospitales y la única concesión que se había otorgado al buen gusto era que habían sido pintadas con los mismos tonos de la decoración de las paredes
63.
—Me dijo que los dioses pretendían retirar la maldición, que no pertenecía a este mundo, que era un don que le habían otorgado al General Dorado y que éste había diseminado de forma indebida
64.
¿Por qué estas personas me han otorgado el derecho a poner en juego sus vidas? Dios, odio estar al mando
65.
En esta misma perspectiva, como cristiano, se encontraba Aleksandr Solzhenitsin cuando -en el discurso que pronunció en Harvard en 1978, que convertiría en desconfianza la simpatía que hasta entonces le había otorgado la intelligentsia occidental- pedía a todo el mundo que «renunciara a lo que nos corresponde de derecho», y aconsejaba «la autolimitación libremente aceptada»
66.
Tras las Cruzadas, tanto el Papa de Roma como Felipe el Hermoso les habían metido en el mismo saco que a los blasfemos y herejes y los habían considerado los enemigos principales del orden cristiano otorgado por Dios
67.
Aunque no tenía autorización para salir de la ciudad hasta el siguiente día laborable, se hallaba en posesión de un permiso especial otorgado por el maestro de palacio
68.
Y cuando Clapaucio se enteró de que el rey había premiado generosamente a Trurl y le había otorgado la Orden del Gran Muelle y la Estrella Helicoidal se puso a gritar:
69.
Los socialistas caballeristas, no obstante, argumentaron, apoyándose en considerables pruebas, que, de hecho y de forma deliberada se había otorgado a los republicanos de izquierda una suprarrepresentación en la composición de las listas electorales con el fin de que contasen con la fortaleza parlamentaria necesaria para formar su propio gobierno
70.
En cuanto finalizó la reunión, Portela anunció la imposición durante ocho días del estado constitucional de alarma que incluía la censura previa y añadió en su nota de prensa que el presidente le había otorgado una autorización firmada para imponer la ley marcial en el momento en que lo juzgase necesario [27]
71.
Más tarde, Gil Robles afirmó que en un momento dado se ofreció a la derecha un trato que le hubiera otorgado los tres escaños minoritarios; denunció esta presión en una carta dirigida al ministro de Gobernación que hizo leer en las Cortes [42] y cuando el acuerdo fracasó, la obstrucción a la que se vio sometida la CEDA fue tan intensa que se retiraron del todo de las elecciones granadinas
72.
Sólo el PCE les había otorgado tanta importancia como el POUM pero, conforme las tácticas de la Komintern se moderaban cada vez más, el partido hacía menos referencias a la AO y los caballeristas, como era habitual, sólo se interesaban por la AO como expansión del poder socialista
73.
Probablemente, las alternativas de 1923, 1926 o 1930 hubieran sido, en cada caso, preferibles a un drástico cambio de régimen en 1931, el cual resultó ser un salto en el vacío demasiado radical, al eliminar la continuidad institucional y la influencia moderadora que hubieran otorgado una mayor viabilidad a un régimen democrático
74.
Permitir a Gil Robles llegar a la presidencia del gobierno en 1935 hubiera otorgado una mayor estabilidad a la República
75.
–A Allen le han otorgado una mención de honor
76.
Su trabajo no podía calificarse de excitante, pero le habían otorgado cierta responsabilidad y, a su manera, no estaba mal
77.
–Nuestro don les fue otorgado antes de que conocieran la muerte, ¡antes de que entendieran qué era la muerte!
78.
Me han otorgado una concesión para excavar en el Valle de los Reyes
79.
Al confundirlo durante tanto tiempo con el filósofo, con el cesáreo disciplinador y violentador de la cultura: se le han otorgado honores demasiado elevados y se ha dejado de ver lo más esencial que hay en él, – él es un instrumento, un ejemplar de esclavo, aunque también, ciertamente, la especie más sublime de esclavo, pero, en sí mismo, nada, – presque rien! [¡casi nada!]
80.
Djuna ni siquiera obtuvo el prestigio otorgado al actor profesional, pues nadie suele engañarse con los papeles que se interpretan en la vida
81.
Se les había otorgado reconocimiento, no por lo bien que repetían dichos sin sentido, sino por las decisiones que habían tomado por sí mismos
82.
Su juramento de fidelidad había sido a un gobierno, pero su lealtad personal la había otorgado a su antiguo jefe
83.
otorgado su amparo y las defiende y
84.
Lejos de ser pompa y fasto vacío, aquello se consideraba la emanación de un orden otorgado a la ciudad por los dioses, y que podía imaginarse como la descarga de un relámpago que se propagara a través de ella, iluminando la carne y los huesos de los mortales, el polvo, el limo y el ladrillo
85.
Qué emociones podía haber experimentado Atosa al dormir con el asesino de Bardiya es algo que sólo puede imaginarse, pero lo que es cierto es que, de acuerdo con los registros, no sería ella la esposa favorita de Darío, título otorgado a su hermana menor, Artistone, la segunda de las hijas de Ciro en proporcionarle al nuevo rey un vínculo con el pasado
86.
37 El almirantazgo le fue otorgado en su lugar a Jantipo, el alcmeónida adoptado
87.
La F, sin embargo, expresaba precisamente todo lo contrario, porque no representaba más que la mitad de una balanza, objeto al que ya Pitágoras había otorgado el valor de símbolo absoluto de la justicia, recomendando a sus discípulos que no lo transgredieran
88.
Por lo demás, no había otorgado la más mínima importancia a aquella carta
89.
Ningún inglés pide nunca opinión al salvaje sobre cómo le gustaría ser gobernado, porque por lo visto ése es un derecho otorgado por Dios a la excelente, adelantada cultura occidental de ustedes y a su Parlamento, padre de parlamentos
90.
Da a todos aquellos que la bondad celestial te ha otorgado la gracia de poner por debajo de ti lo que puedes darles sin descender de tu condición: es decir, socorros en dinero, cuidados de enfermera, inclusive, pero nunca, ni que decir tiene, invitaciones a tus veladas, cosa que ningún bien les haría, pero que, con disminuir tu prestigio, quitaría su eficacia a tu acción benéfica”
91.
pretenden que Afrodita les ha otorgado capacidad adivinatoria
92.
Tengo entendido que la Corona os ha otorgado el título de gobernador, pero eso es todo
93.
—El zin-carla es un regalo único —insistió Malicia—, otorgado a matronas de casas poderosas y que cuentan con todas las bendiciones de Lloth
94.
Era, efectivamente, un acto de justicia y de buena política este perdón tan generosamente otorgado a los exiliados de Irkutsk
95.
Así pues, debéis comprender que no tengo nada de qué arrepentirme, sino más bien al contrario, pues cuando a Francia le sea otorgado el inestimable beneficio de una Constitución, como pronto sucederá, podré enorgullecerme del papel que he desempeñado para que eso sea posible
96.
Antiguo privilegio otorgado por los reyes
97.
He otorgado testamento
98.
El cargo que ostento me fue otorgado legalmente, con todos sus derechos y privilegios
1.
La solución fue otorgar al editor un privilegio
2.
Por esto no vaciló, en 1814, en otorgar a Nariño una distinción que lo acreditaba como uno de los libertadores de su Patria
3.
En consonancia con esta división de poderes, los mecanismos para otorgar o subrogar el ejercicio del mando, son los procesos eleccionarios y, en donde existan, los emcanismos complementarios como el "referéndum", y el "plebiscito" o "la consulta estructurada", pero todos ellos son instrumentos que actúan en el mediano y largo plazo
4.
El siguiente paso, tras la organización, la definición de objetivos y la selección de la persona a la que se iba a elevar al rango de apoderado, era otorgar la escritura respectiva ante uno de los alcaldes de alguna de las principales poblaciones de la Meseta Central
5.
instrumento para otorgar potestad legislativa al pueblo, a las personas
6.
Ulises vuelve para pedirle a Éolo que le vuelva a otorgar el mismo don pero Éolo lo hecha de mala manera arrojándolo en la desesperación y en la impotencia
7.
Al escuchar entonces el grave tañido de la campana, que sonaba lento yacompasado, indicando la oración, todos los ruidos cesaron; todosaquellos corazones en que rebosaban la felicidad y la ternura seelevaron a Dios con un voto unánime de gratitud, por los beneficios quese había dignado otorgar a aquel pueblo tan inocente como humilde
8.
Asimismo se permiten una crítica que se me ocurre impertinente para con la Providencia, al despreciar el cuerpo teniéndolo por inferior, y otorgar toda la supremacía a esa abstracción que se llama alma
9.
Es difícil, no obstante, otorgar una vigencia generalizada a motivos que explican, únicamente, comportamientos de colectivos muy minoritarios
10.
En términos generales, y dando por sentada su ascensión al trono, el príncipe se comprometería a otorgar concesiones petrolíferas a las compañías en que mister Isaacstein tiene intereses
11.
Por orden mía, madame Renauld repudió a su hijo y declaró su intención de otorgar al día siguiente un testamento que le privaría para siempre de recibir parte alguna de la fortuna de su padre
12.
Una figura destacada de este llamado movimiento y un hombre que nunca deja de otorgar a su hombre-dios gurú el adecuado nombre de «Padre» es Jonathan Wells, el autor de una irrisoria diatriba antievolucionista titulada The Icons of Evolution
13.
Fue ella quien sugirió a mi abuela la idea de formar un club de damas para canalizar la caridad y en vez de regalar a los pobres ropa usada o la comida que sobraba en sus cocinas, crear un fondo, administrarlo como si fuera un banco y otorgar préstamos a las mujeres para que iniciaran algún pequeño negocio: un gallinero, un taller de costura, unas bateas para lavar ropa ajena, una carretela para hacer transporte, en fin, lo necesario para salir de la indigencia absoluta en que sobrevivían con sus hijos
14.
Y podemos otorgar una beca con el nombre del hermano
15.
Las afinidades electivas eran un juego tan tosco como las circunlocuciones insondables de la sangre, capaz de otorgar peso, cuerpo y aliento a la memoria
16.
Pero ni siquiera el poder de todas las computadoras del universo podría otorgar protección contra los problemas que él no había previsto: las pesadillas que aún no habían nacido
17.
—Pero, dime: ¿de qué serviría revelarle esto a alguien? No hay nadie que pueda otorgar el perdón, la redención
18.
A pesar de que la Constitución de Venezuela regula las condiciones legales para otorgar a un extranjero la nacionalidad venezolana, trámites que me consta han sido acelerados en más de una ocasión, como en las elecciones de 2006, el gobierno venezolano aseguró que no se daría la nacionalidad a los etarras
19.
–Su Excelencia, el gobernador de Rossem, en nombre de los señores de Tazenda, se complace en otorgar el permiso para una audiencia y solicita su presencia ante él
20.
Sin embargo, desilusionada y molesta como estaba, y a veces disgustada con el vacilante comportamiento del joven hacia ella, aun así tenía la mejor disposición general para otorgar a sus acciones las mismas sinceras concesiones y generosas calificaciones que le habían sido arrancadas con algo más de dificultad por la señora Dashwood cuando se trataba de Willoughby
21.
Me di cuenta de que en la derrota de un hombre virtuoso se llega a un punto en el que es necesario el propio consentimiento para que el mal salga triunfante, y que ninguna clase de injuria que otros le inflijan puede triunfar si opta por no otorgar dicho consentimiento
22.
Calígula se levantó para otorgar el perdón a un vencido
23.
La judicatura inferior, a la que pertenecen mis conocidos, no posee el derecho a otorgar una absolución definitiva, este derecho sólo lo posee el tribunal supremo, inalcanzable para usted, para mí y para todos nosotros
24.
Comparo mi pasado con mi futuro, pero ambos me parecen admirables, no puedo otorgar la palma a ninguno de los dos, y sólo protesto ante la justicia de la Providencia, que me ha favorecido tanto
25.
-Arturo jurará -consintió por fin, y sólo los dioses saben cuán difícil le resultó otorgar tal nombramiento al hombre al que hacia responsable de la muerte de su amado hijo
26.
A continuación, con la puntera de la bota, arrimó más astillas al fuego, y se volvió para otorgar a los paneles toda su atención—
27.
Ignoro de dónde podía venirle la alegría, pero aparecía repugnantemente jovial y empeñado en otorgar al reencuentro un ambiente de romance
28.
»Sin embargo, no podemos otorgar un valor social objetivo al coste del que nos habla mister Miller
29.
Dendybar se frotaba las manos con impaciencia cuando pensaba en el poder que la reliquia podría otorgar a un mago más experimentado
30.
Me va a otorgar una condecoración, una corona cívica
31.
Tras él tomó la palabra el canónigo Liotta, quien dijo que el pueblo de Castro merecía ser elogiado por la moderación y el buen sentido y la concordia, de los cuales daba prueba y ejemplo: auspicio de un guía del destino mejor, sin duda, que «acaso se erija e toda Sicilia», y puso fin a sus palabras diciendo que sólo el temor a Dios y el respeto al prójimo podían otorgar una justa felicidad a los sicilianos
32.
Desde que estaban los dos en aquel cuarto, desde que unas palabras habían bastado para disipar nieblas, para que desaparecieran las angustias, para otorgar la sencillez más asombrosa a las ideas más complicadas, temía la soledad
33.
La Komintern, entonces, comenzó a otorgar prioridad a la formación de un pacto similar en España y, en lo sucesivo, este esfuerzo se vería apoyado por Largo, quien insistía en que el PCE debería quedar incluido en cualquier alianza electoral más amplia y también debería participar en la aprobación del programa de la misma, pero, en los demás casos, adoptó una posición a la izquierda de la Komintern
34.
Los líderes de las JAP propusieron deponer al presidente, otorgar plenos poderes a una nueva ejecutiva derechista, disolver el Partido Socialista y redactar una nueva Constitución, presentando su propia versión de una «república de nuevo cuño» diametralmente opuesta a la de la Komintern
35.
Propuso otorgar una atención prioritaria a la reforma agraria, a nuevos proyectos de irrigación y a la construcción de viviendas, estas últimas destinadas, sobre todo, a reducir el desempleo
36.
El Gobierno republicano de izquierda se comprometió a modificar las relaciones entre el capital y los trabajadores para otorgar a éstos mucho más poder, pero no intentó eliminar todas las funciones del mercado y no pudo encontrar solución para los problemas resultantes
37.
Por lo tanto, el nivel de análisis de la Teoría Queer ha sido de gran utilidad para mostrar la importancia de reconocer y otorgar un lugar predominante a la diversidad que generan los procesos de subjetivación en la actualidad, y cuya complejidad sobrepasa las posibilidades de acción de los movimientos identitarios que lo limitan, más que liberan, en el plano de las prácticas políticas
38.
Por grande que sea el agradecimiento con que acojamos el espíritu objetivo – ¡y quién no habría estado ya alguna vez mortalmente harto de todo lo subjetivo y de su maldita ipsissimosidad! – , al final tenemos que aprender a tener cautela también con nuestro agradecimiento y poner freno a la exageración con que la renuncia del espíritu a sí mismo y su despersonalización vienen siendo ensalzadas últimamente cual si fueran, por así decirlo, una meta en sí, una redención y transfiguración: cosa que suele ocurrir sobre todo en el interior de la escuela de los pesimistas, escuela que, por su parte, tiene también buenas razones para otorgar los máximos honores al «conocer desinteresado»
39.
Hubo un tiempo en que la gente estaba habituada a otorgar a los alemanes la distinción de llamarlos «profundos»: ahora, cuando el tipo de mayor éxito del nuevo germanismo está ansioso de honores completamente distintos y en todo lo que tiene profundidad echa de menos tal vez el «arrojo», casi resulta tempestiva y patriótica la duda de si en otro tiempo la gente no se engañaba con aquella alabanza: en suma, de si la profundidad alemana no era en el fondo algo distinto y peor – y algo de que, gracias a Dios, se está en trance de desprenderse con éxito
40.
Su yo femenino estaba triste, pero también sonreía ante aquel juego consistente en otorgar a creencias personales y emotivas la dignidad de nombres impersonales
41.
Lanzaron tantas bombas incendiarias que originaron una tempestad de fuego y arrasaron varios kilómetros cuadrados de ciudad, dejando una horrible y negra cicatriz, miles de personas sin hogar, infinidad de trabajadores en paro… Cuando el consorcio propietario de Todos Santos se ofreció para reconstruir y crear cien mil nuevos puestos de trabajo, el Congreso, el poder legislativo y todos los estamentos se apresuraron a otorgar los incentivos que reclamaban los promotores
42.
Suponiendo que todavía esté en condiciones de otorgar recompensas…
43.
otorgar de ~
44.
Conceder u otorgar un cargo, distinción u honor
45.
Que se puede otorgar graciosamente, sin sujeción a precepto
46.
Poner real y efectivamente a su disposición la cosa corporal, entregarle u otorgar un instrumento como símbolo de la tradición real, que se excusa, o bien dar señal con algún acto u objeto de transferirle derechos o cosas incorporales
47.
En última instancia, los dos tenemos la libertad de otorgar o negar el perdón
48.
Nynaeve recordó su encuentro con los trollocs, pero se negó, no obstante, a otorgar la razón a la Aes Sedai
49.
Las elecciones presidenciales se hacen con capitales norteamericanos, previa promesa de otorgar concesiones a una empresa interesada en explotar nuestras riquezas nacionales
50.
Ni una sola vez vi a ninguno de ellos dejarse llevar por prejuicios patrióticos ni dejar de otorgar, por pasión, la atención que merecían los argumentos adversos a sus intereses nacionales
51.
Se enfrentaba a millón y medio de trabajadores ferroviarios que exigían, entre otras reivindicaciones, horarios de trabajo de ocho horas y un aumento de sueldo del 75 por ciento, concesión ésta que era imposible otorgar
52.
Si se les preguntara, todos convendrían en que el premio a otorgar al clan que mejor actuara en la complicada competencia era la posición: el hecho de ser reconocido como el mejor entre sus pares
53.
El informe señala que «no parece posible otorgar un indulto que afecte a todos los presos imputados», de acuerdo con el artículo 62,1 de la Constitución
54.
Para intentarlo partían de las posibilidades que ofrece la Constitución española al otorgar un tratamiento diferenciado a Guipúzcoa, Álava, Vizcaya y Navarra, lo que abría a su entender, una puerta a la futura formación de una entidad común, de una entidad interparlamentaria entre la Comunidad vasca y la Comunidad navarra, a través de un proceso vinculado a la voluntad de vascos y navarros
55.
Por su origen germánico es más antigua que la nobleza rusa, y ha conservado importantes privilegios, entre otros, el derecho de otorgar diplomas, que no son desdeñados por los miembros de la familia imperial
56.
Es un buen hombre pero le cuesta otorgar su confianza
57.
Tras otorgar la bendición a su sobrino, le recomendó permanecer algunos días en El Cairo para vigilar los aprovisionamientos de armas y concederse un merecido descanso con su mujer y sus hijos, instalados en una villa de la vecindad
58.
No soy yo quien tiene el poder de otorgar la magia
59.
Nos entregarán un sustituto, alguien que pueda otorgar la magia, alguien en quien podamos confiar
60.
Wagner reflexionó, decidido a otorgar al Profesor el beneficio de la duda
61.
Por lo poco que Brunetti había leído u oído contar del director, imaginaba que, para el muerto, un privilegio era algo que sólo él podía otorgar, pero quizá Venecia poseía la majestad suficiente como para erigirse en la excepción
62.
Como, para bien o para mal, a ti y a mí nos relacionan umbilicalmente, hasta Allen tendría que otorgar ciertacredibilidad a la denuncia de R-S de que el topo está en mi sótano, es decir, claro está, si tú hubieras informado correctamente
63.
Nunca supe qué sentido tenía todo esto, aparte de otorgar seriedad a nuestra labor
64.
Serían repatriados a Londres en el primer avión, y no se les volvería a otorgar ningún visado para Rusia en el futuro