skyscraper

skyscraper


    Escolha o seu idioma
    flag-widget
    flag-widget
    flag-widget
    flag-widget
    flag-widget
    flag-widget
    flag-widget
    Ir para sinônimos

    Use "pegar" em uma frase

    pegar frases de exemplo

    pega


    pegaba


    pegaban


    pegabas


    pegado


    pegamos


    pegan


    pegando


    pegar


    pegas


    pego


    pegué


    pegábamos


    1. Su azoramiento era tal que casi le pega a lahucha vacía en vez de hacerlo a la llena; pero se serenó, diciendo:«¡Qué tonto soy! Si esto es mío, ¿por qué no he de disponer de ellocuando me dé la gana?»


    2. gente se pega de palos y bofetadas, la frialdad, lacorrección y la


    3. —Me pega porque me aprecia, y yo le quiero porque es el


    4. —No, no, no se pega


    5. dijo: pega, pero escucha


    6. viudas de pega, generalmente,que andan hocicando en las casas


    7. Por supuesto que en muchas ocasiones la barriga era de pega,


    8. Uno preguntó: ¿cuál es la cosa que más se pega?


    9. lasfacciones del rostro; es una cosa que se pega, como el


    10. pega y hastala mata; pero nunca la desprecia

    11. 51 Engancho la carta en el espejo del boudoir con una gota de pega


    12. Y la duquesa de la Victoria, en pleno cocktail patriótico, pega una blanca bofetada a una señorita, hija de marqueses, que algo mareada se atrevió a clavar en su cabeza una minúscula bandera tricolor


    13. Pero ésa era la única pega


    14. La nevera era de las grandes, de las que congelan abajo y enfrían arriba, un sofá de piel que se te pega cuando en verano estás sudado, negro, y una tele que funcionaba sin que tuvieras que cambiar los canales con el palo de la escoba


    15. Me dirijo a la puerta del cuarto de baño y Mary me ve y corre, cojeando hacia mí, pero Peter le pega un par de veces, tumbándola de espaldas, y yo entro en el cuarto de baño


    16. Ésa era la única pega


    17. —¿Es eso lo que mi padre dice, que todo queda en casa? La verdad es que le pega decir eso


    18. La sala de operaciones adonde fuera llevado Aristóteles, por una coincidencia que escapó al ojo de doña Arminda, tuvo como primer huésped, luego de la inauguración oficial, al célebre "Rubio", herido de un tiro en el hombro como resultado de una pelea en el "Pega -Duro"


    19. No tiene sentido salir de caza cuando el sol pega más fuerte, porque los animales que quieren matar dormitan a la sombra


    20. La pega es que es difícil fabricar una pila de combustible, que realmente funcione con garantías

    21. La única pega que le veía es que en Inglaterra sólo comen unos cuantos


    22. Ya sabemos que el amor es amor en cualquier parte, pero reconozcamos que, cuando existe, ayuda mucho a vivirlo el disponer de un foft en Tribeca (concretamente en el mismo edificio en el que habían vivido John John Kennedy y su mujer), un pequeño paraíso urbano impoluto, inmaculado (gracias al buen oficio de una asistenta que se pasaba a limpiar cada mañana, pero a la que sólo vi una vez, porque normalmente para cuando nos levantábamos ella ya se había ido, dejando, eso sí, unas sábanas limpias y planchadas para que pudiéramos mudar la cama), como una imagen del Architectural Digest hecha realidad, y también es cierto que cuando hace un calor húmedo que se te pega en la piel ayuda mucho el que el loft disponga de aire acondicionado regulado, por cierto, por un diminuto ordenador que habla, sí, habla, y con seductora voz femenina te ruega que le indiques la iluminación deseada, temperatura ambiental adecuada y el tipo de música que te apetece escuchar en ese momento, puesto que el piso entero está controlado por semejante ingenio que a veces, a qué negarlo, acojona un poco y recuerda al HAL de 2001: Odisea en el espacio


    23. El rey Ricardo niega con la cabeza y pega un puñetazo en la mesa


    24. La temperatura es de cuarenta grados y el sol pega más que nunca


    25. El plan sólo tenía una pequeña pega: no tenía ni idea de dónde trabajaba


    26. Le pega bien duro al gobierno


    27. —Hasta en los lugares de la casa donde no pega el sol


    28. La única pega es que tengo que estar en París a las diez


    29. – Señaló hacia el exterior de pega del restaurante japonés, alegrándose de que no estuviera lejos, pero penosamente consciente de las calles desiertas entre ella y la puerta


    30. El parque tiene bancos de piedra y está repleto de flores opulentas y pomposas, de flores sin perfume que parecen cogollos de berza y que, al ser arrancadas, rezuman de sus tallos un zumillo lechoso que se pega a los dedos

    31. Hace cuatro noches que no pega ojo


    32. En Hamilton la temperatura sube hasta los cuarenta grados, el sol pega sin piedad en la explanada y la limonada desaparece


    33. La lengua, reseca y salada, se pega al paladar y estorba en la boca, como si se hubiera triplicado su tamaño


    34. Y luego el numerito del ahorcamiento…, y el morrón que se pega y la sensación de estar con el cuello pillado en el arnés para acabar de empeorar las cosas… Aparte del arnés que, como es elástico, lo sube de nuevo por la maldita trampilla, y lo baja, y lo sube… Pataleaba y se retorcía como si fuera a perder la piel, cosa que casi estuvo a punto de ser cierta en su caso


    35. La pega aun más del muro, así no puede decir nada


    36. –Esa es la pega


    37. El condado le pega un buen mordisco todos los años en impuestos


    38. En Buba de Montparnasse se dice que una mujer se somete al hombre que le pega porque éste es como un gobierno fuerte que también puede protegerla


    39. Barcelona pega un salto hacia un lado


    40. Se pega un salto mayor aún, y los propulsores del traje entran en acción, amplificando lo que hicieron los «músculos» de las piernas y dando un impulso de tres propulsores, cuyo eje de presión pasa por el centro de masa del usuario

    41. El Capitán Castro e Silva luego de asegurarse que se ha salvado todo el pasaje y la tripulación, ante la evidencia que se buque esta perdido, se encierran en su camarote y se pega un tiro en la sien


    42. Fue entonces cuando trajeron los perros, bien atraillados: estaban famélicos, y los dos condenados, desnudados y untados de sangre, iban a quedar a merced de las bestias hambrientas en medio del crespo, tupido público de legionarios y de la gente que se pega a ellos, cuando dos ex oficiales entraron por el corro de espectadores y cogieron a Eros Latiniano en vilo y se lo llevaron de allí entre la estupefacción general, dejando solo a Auréolo ante los perros, que tiraban, ansiosos, de las traillas


    43. Es de frutas, pero pega a base de bien


    44. La nieve que se me pega al pelo me recuerda el confeti de Año Nuevo de la noche en que él me besó


    45. Se recortan de papel, en distintas posiciones, de acuerdo con el oficio artístico que se les designe, con la única condición imprescindible de que su altura sea igual a la longitud de, la aguja que se pega detrás de ellos, a lo largo de la figura: puede pegarse con dos o tres gotitas de lacre


    46. Al incorporarse ve al segundo oficial Oroquieta boca abajo con la cabeza abierta y los sesos desparramados sobre la cureña desmontada de un cañón, al comandante sujetándose el brazo donde tiene clavada una astilla de dos palmos, a Roque Alguazas, el patrón de su bote, atendiéndolo, y a varios muertos y heridos entre los fusileros y las dotaciones del alcázar, entre ellos el teniente de artillería de tierra Machimbarrena, a quien el contador Merino y otros dos marineros bajan por la escotilla con la mitad de una pierna colgando, sujeta sólo por tiras de carne y piel, mientras pega unos alaridos que hielan la sangre


    47. Y cuando un inglés con casaca azul y una pistola en la mano se agarra a unos cabos de jarcia suelta para encaramarse arriba, Marrajo saca medio cuerpo fuera y le pega al tontolapolla un hachazo en las tripas, y grita de júbilo cuando el otro se suelta y cae entre los cascos de ambos barcos, aullando y con el mondongo suelto, largando metros y metros, ésa para ti y para tu primo, cabrón, uno, joder, ya tengo arranchao a uno, hostiaputa, mío, ése fue mío y de nadie más, cagüentodo, y en eso hay un fogonazo a dos palmos de su cabeza, algo ardiente le pasa zumbando junto a la cara, como si la quemara, y ve a nada, ahí mismo, la cara desencajada de otro casacón, un tipo con pinta de oficial joven o de guardiamarina guapito, vamos, de niño litri que acaba de sacudirle un pistoletazo marrándole por tanto así, y que ahora se vuelve a gritarle a los hornbres que tiene alrededor, gou, dice el guiri cabrón, jarriap, gou, gou, y con ellos salta como un gato a la porta y a la jarcia que cuelga, dispuesto a trepar por ella o meterse dentro o vaya usted a saber, ocho o diez enemigos pegados a la tablazón, trepando traca a traca con más cojones que la burra del Soto, y otros tantos asomando por las portas inglesas para cubrirlos a mosquetazos y tiros de pistola, la de Jesucristo es Dios, un barullo espantoso, las bordas de los dos navíos crujiendo una contra otra por impulso de la marejada, las pisadas, los golpes de los que pelean en la cubierta superior haciendo ruido arriba, la sangre goteando a través de los enjaretados


    48. Sin achantarse, emperrado en lo suyo, el joven intenta liberar el faldón de la casaca, pone un pie en los flechastes y luego el otro, trepa un poco, y en ésas llega una bala cabrona y le pega en una pierna con un crujido al romper el hueso, craj, hace (Marrajo lo oye partirse como si fuera una rama), y el guardiamarina emite un quejido ahogado antes de soltarse y caer de espaldas mientras Marrajo tira de él desesperadamente, ven aquí, joder, y sólo gracias a tenerlo cogido por el faldón logra atraerlo hasta la cubierta, evitando que se vaya al mar


    49. Cuando, aún en vida de Matilda, declaró a su padre, como quien escupe o pega una patada o una bofetada, que era maricón, la intención de Fernando Campos fue rescatar la atención paterna, conmovido por las observaciones de Antonio Vega mencionadas más arriba


    50. –¿Es eso lo que mi padre dice, que todo queda en casa? La verdad es que le pega decir eso




















    1. El espectáculo era desolador, la inmensidad de la labor pegaba al cuerpo


    2. Como ella sintiera en la soledad de sucelda el bulle bulle del maldecido animal, ya no pegaba los ojos en todala noche


    3. Era Jacinta que le pegaba un paraguazo


    4. Adriana le pegaba por una rivalidadpueril


    5. corregido en lo meloso, pero todavía se pegaba


    6. jugando alescondite, mientras el mayor se pegaba con otro chico


    7. Pero ella, en su casa, le pegaba al «rey de las praderas»


    8. pegaba á la suya, hundiendo en sus ojos unamirada de espanto


    9. Cuando el Tato amenazó con su bastón a un mastín que se pegaba a las


    10. cuando estaba displicente, pegaba Demóstenes el negro,un marinero que con frecuencia hacía de

    11. rotura que hubiese en su vestido; le pegaba los botones y learreglaba la corbata;


    12. No se limitaban á esto sus funciones: él pegaba carteles, complaciéndose sobremanera en vestir


    13. pegaba eltostado hacía un movimiento de encogimiento, que él


    14. Fecteau irrumpió con Doyle y los demás, cogió a uno de los matones por el cuello y lo echó hacia atrás, a la vez que le pegaba a otro con la porra en la oreja


    15. Mientras a medida que avanzaba la tarde Madrid se convertía en una ciudad fantasmal (una ciudad sin bares ni restaurantes abiertos, sin taxis ni apenas circulación, con calles despobladas por donde bandas de ultraderechistas campaban a sus anchas coreando consignas, destrozando escaparates e intimidando a los escasos transeúntes al tiempo que la gente se encerraba en su casa y se pegaba a aparatos de radio y televisión que a ratos no emitían más que música militar o música clásica, porque desde antes de las ocho de la tarde la radio y la televisión públicas habían sido ocupadas por un destacamento mandado por un capitán de la Brunete), frente a la fachada del Congreso, al otro lado de la Carrera de San Jerónimo, los salones y escalinatas del hotel Palace empezaron a hervir de militares de todas las armas y graduaciones, de periodistas, fotógrafos, locutores de radio, curiosos, borrachos y chiflados, y casi en seguida se instaló en la oficina del gerente del hotel un pequeño gabinete de crisis compuesto entre otros por el general Aramburu Topete, director general de la guardia civil, y por el general Sáenz de Santamaría, jefe de la policía nacional, dos militares leales que llegaron a las cercanías del Congreso poco después del asalto y que apenas comprendieron que el secuestro podía prolongarse durante un tiempo imposible de prever montaron dos cordones de seguridad -uno de la policía nacional, otro de la guardia civil- con el fin de aislar el edificio y dominar la vorágine de sus alrededores


    16. Obi-Wan miró las desmedidas posaderas mientras se pegaba aún más a la protectora roca, y se dio cuenta de que, a pesar de lo desesperado de la situación, estaba sonriendo


    17. El sol perseguía a nuestros conciudadanos por todos los rincones de las calles, y si se paraban, entonces les pegaba fuerte


    18. En los últimos tiempos, tengo la impresión de que no pegaba ojo, aterrado por la idea de que alguien le privara del trono


    19. Lo único que podía hacer era proteger la cabeza y él me pegaba en los brazos y en los codos


    20. ¿No te parece que eran una pareja de locos? No obstante, junto a ellos había una pareja todavía más loca que pegaba a un miserable rabanito —no más grande que mi pulgar— por su malhumor, su obstinación y su estupidez deliberada, sin saber que la causa de que no pudiera aprender, o incluso apenas hablar, era que tenía un gran gusano dentro comiéndole el cerebro

    21. Tengo la teoría de que el auténtico motivo de que Ehrran accediera a venir a esta loca expedición es que no tenía la menor posibilidad de volver entera a Punto de Encuentro y a las rutas hani si no se pegaba a Jik… y descubría lo que él andaba tramando


    22. Jen pegaba botes mientras se iba formando una cola para solicitar canciones


    23. Poirot se había lanzado por la desierta habitación y pegaba en la puerta


    24. -¡Al palo mayor! –comandó el capitán a la par que pegaba un brinco y tumbaba a un sedicioso que lo agradía


    25. Nació y creció en un pueblo gris donde el polvillo de la mina cubría cuanto había con una impalpable y mortal pátina de fealdad y se pegaba en los pulmones de los habitantes convirtiéndolos en sombras de sí mismos


    26. Al principio pegaba el oído y atisbaba por las cerraduras, pero pronto no necesité tales métodos para adivinar universos completos allí ocultos, cada cual con sus propias leyes, su tiempo, sus habitantes, preservados del uso y de la contaminación cotidiana


    27. Para divertir a los nietos a veces ella se pegaba con engrudo un bigotazo de lana y se ponía la ropa de su marido y él se colocaba un sostén relleno con trapos y una falda de su mujer, creando una festiva confusión en los niños


    28. Me iba cojeando al baño, me acicalaba, me ponía una bata de felpa episcopal que había comprado para seducirla, pero que ella nunca pareció darse cuenta de su existencia, pegaba la oreja a la puerta y la esperaba


    29. Mientras esperaban, se acercó un automóvil que él conocía muy bien: era el del hombre malo que algunas veces pegaba a su mamá


    30. El hombre iba todo vestido de negro y se sujetaba con la mano el sombrero que llevaba encasquetado en la cabeza, para evitar que el viento se lo llevara, mientras el grueso abrigo se le pegaba al cuerpo y se le enredaba entre las piernas

    31. El aire acondicionado de la ventana no funcionaba y las sábanas estaban empapadas de sudor, el pijama se le pegaba al cuerpo y le picaban los ojos


    32. Oyendo estas cosas, Fago meditaba mirando al suelo, y momentos después, mientras Ibarburu, infatigable charlador, pegaba la hebra con unos militares que entraron a refrescar, sintió un sueño intensísimo, como hombre que ya llevaba unas treinta horas sin dormir: arrimándose al ángulo en que se juntaban los asientos, apoyó la cabeza en la pared y se quedó dormido con la boca abierta


    33. –¡Déjalo en paz! ¡Déjalo en paz! – Yo trataba de abrir la puerta mientras ella me pegaba


    34. Del vestido de la dueña del hotel se desprendía el aroma a brea que se pegaba en las esquinas de los pasillos


    35. Amaneció un domingo ardiente, agosto se pegaba a la piel


    36. Le chorreaba agua el pelo, se le pegaba la ropa a la piel con una frialdad de maldiciones, pero él ascendió el último trecho que lo separaba de su sospecha


    37. La ropa camuflada se le pegaba, viscosa, al pecho y los hombros


    38. La nueva madre malquería a los hijos de la primera esposa y les pegaba cuando no lo veía el padre


    39. A pesar de que siempre habíamos preferido hacer de indios que de vaqueros, y que considerábamos que Travis Williams era el que mejor pateaba y Willie Horton el que mejor le pegaba, nada nos molestaba tanto como una persona negra comprando en Kercheval


    40. Bhaal, que le pegaba hasta dejarlo sin sentido, machacando su mandíbula, las costillas y la nariz, para después detenerse y dejar la tarea sin acabar

    41. En aquel momento la planicie era totalmente ocre, llena de suaves dunas; la arena encontraba de alguna manera el camino hasta los oídos y los ojos, y se pegaba a la ropa y a la piel, metiéndose incluso entre los dientes


    42. Nathalie estaba ahora desnuda y pegaba su piel a la suya


    43. Junto a Diesel y Gould mascaba chicles sin parar y luego los pegaba, todavía calientes, en los botones de los cajeros


    44. Generalmente los pegaba sobre el botón del 5


    45. Kate James se encontraba a corta distancia detrás de ellos y contemplaba a Baynham que iba a un lado de la entrada y con precaución pegaba la cara contra la estrecha ventana en el lateral de la puerta


    46. El sol pegaba fuerte; ya eran las nueve y media


    47. El cabello se le pegaba a las mejillas


    48. Tomaba los pescados que yo le llevaba y los pegaba en sus naturalezas muertas


    49. Le recordó las cafeterías del extranjero y una colección de discos que había visto en el despacho de un subcomandante en Dachau; la misma música que ese hombre había estado escuchando mientras se pegaba un tiro en la boca


    50. Como ella sintiera en la soledad de su celda el bulle bulle del maldecido animal, ya no pegaba los ojos en toda la noche











































    1. quiénes pegaban letrasnegras a los trasparentes de un farol; quiénesvestían


    2. de calor, revoloteaban por loslabios del carretero o se pegaban al


    3. los cuartos ganados en la compra-venta se le pegaban albolsillo,


    4. las embebía con elpañuelo: los mechones del cabello, lacios, se pegaban a su


    5. Al enterarse de que pegaban a su hijo, les transformó en perros


    6. Poco después el paisaje empezó a cambiar, a medida que los campos cultivados daban paso a las tierras vírgenes: una maraña de zarzas y de malas hierbas bordeaba el camino, junto con matas de rosas trepadoras que se pegaban a la ropa, mientras que unas elevadas rocas se inclinaban sobre el terreno, como testigos grises de la presencia de hombres y caballos


    7. Dijeron que antiguamente, cuando necesitaban a un negro en la pantalla, pintaban a un blanco con betún para los zapatos, y que ahora, cuando querían a un latino, le pegaban bigote a un blanco


    8. Algunos les pegaban un tiro; otros, los más, los colgaban o los tiraban dentro de una poza con un canto atado en el cuello


    9. No le importaba que una mujer le hubiera ganado; en los entrenamientos, Sondra y él se pegaban sin piedad, pero en una misión, olvidarse de algo como el abrecartas, habría significado la diferencia entre vivir y morir


    10. Se agarraban a las paredes de tierra y se pegaban a ella, como los moluscos a la piedra; se dejaban espachurrar contra las tapias antes que abandonarlas, barridos por la metralla inglesa

    11. Nada más aterrizar en Maiquetía sentí que el calor y la humedad se me pegaban al cuerpo


    12. Era la primera vez que le pegaban y fue para ella una experiencia más humillante que dolorosa, mortificante más que aleccionadora


    13. Se me hizo un nudo en la garganta al tiempo que notaba cómo los niños se pegaban, despavoridos, a mis costados


    14. Ella se paró sobre los hermanos y le pegaban a Christopher con una rama


    15. Dorina contó que en el colegio del barrio, que estaba al lado de una escuela de chicos, éstos les escribían cartas de amor y ellas contestaban, y a veces los chicos se pegaban por rivalidad, lo que las hacía reír


    16. Y si se pegaban un tiro en la mano o en un pie, eran ejecutados sin dilación


    17. Recuerdo los alaridos feroces que pegaban esos salvajes; se me puso la piel de gallina y, aunque me tapaba los oídos, el sonido me alcanzaba


    18. Las cobijas se le pegaban a las piernas como hojas descompuestas


    19. Todo eso lo hacía con la misma expresión dura, con ojos fríos y labios apretados, y las prisioneras bajaban la cabeza, se inclinaban sobre el trabajo, se pegaban a la pared, se apretaban contra ella, como si quisieran desaparecer dentro


    20. ¿Por qué no se levantaba de una vez? Es verdad que siempre se le pegaban las sábanas por la mañana, pero eso se debía a que también se acostaba tarde

    21. Nunca le pegaban, y satisfacerles era sencillo


    22. –Todos los días me pegaban


    23. Sus grandes orejas y sus pecas no pegaban con la arrogancia con que agarraba el cuchillo


    24. Cuando le golpeaban hasta dejarlo tirado como un saco de patatas en el suelo de piedra para que recobrara alguna energía, al cabo de varias horas volvían a buscarlo y le pegaban otra vez


    25. Las capas empapadas se les pegaban a las espaldas


    26. Fuera del bar las personas se pegaban unas a otras para disfrazar su soledad, fingiendo estar mucho más unidas de lo que estaban en realidad, mientras que en el bar pasaba justo lo contrario: todo el mundo pretendía un desapego que no sentía


    27. Cesaba el trabajo, se ataban los legajos, eran cerrados los pupitres, y las plumas yacían sobre las mesas entre el desorden de los papeles y las arenillas que se pegaban a las manos sudorosas


    28. Allí, encajada entre los tallos, había pasado una noche embarrada, bajándose del colchón para hincharlo y volviendo a subir para limpiarse el cieno y los hierbajos que se le pegaban mientras lo hinchaba


    29. Las luces de neón que engalanaban el cartel del bar no pegaban en absoluto con la fachada desgastada y ruinosa del edificio


    30. En diez segundos, los dos polizones se pegaban contra el muro exterior izquierdo de esas escaleras

    31. Lo sometían a vejaciones y le pegaban, pero él aprendió rápidamente a utilizar los puños y, con el tiempo, lo dejaron en paz


    32. Total, te pegaban un tiro y listos


    33. Los colagatos se movían por entre los miembros de la tribu como una horda de serpientes; se pegaban a los tobillos, recibían caricias y tiraban de la carne cruda de la carcasa del pavo, o lo que de ella quedaba


    34. Matt hizo lo mismo y sintió que las suelas magnéticas de sus botas se pegaban al acero


    35. No se trataba de un ataque infantil: aquellas piedras les pegaban en los dientes y las manos, y forzaban a los redentores a levantarse y exponerse así a las flechas y saetas que llegaban de arriba


    36. Por la noche no solían cenar en el hotel, cuyo comedor, inundado por la luz eléctrica que manaba a chorros de los focos, se convertía en inmenso y maravilloso acuario; y los obreros, los pescadores y las familias de la clase media de Balbec se pegaban a las vidrieras, invisibles en la obscuridad de afuera, para contemplar cómo se mecía en oleadas de oro la vida lujosa de una gente tan extraordinaria para los pobres como la de los peces y moluscos extraños (buen problema social: a saber, si la pared de cristal protegerá por siempre el festín de esos animales maravillosos y si la pobre gente que mira con avidez desde la obscuridad no entrará al acuario a cogerlos para comérselos)


    37. Las pequeñas semillas de la tupida hierba que crecía junto al sendero se le pegaban a las mejillas y la frente, y ella se las iba quitando mientras hablaba


    38. En este caso, por el contrario, sus ojos entornados y dulces se clavaban, se pegaban a la muchacha que pasaba, tan adherentes, tan corrosivos, que parecía que al retirarlos iban a llevarse la piel


    39. El propio Liebermann se había dado cuenta a veces de que se le pegaban el ritmo y las inflexiones de los extranjeros que hablaban con dificultad el alemán, y se había sentido confuso y avergonzado al descubrirlo


    40. Mientras los lugareños pegaban sus caras a las ventanas de vidrio emplomado de la fonda, el príncipe hizo que Bella le sirviera la cena

    41. Se imaginaban un grupo de hombres mono armados con unos palos y con uniformes de la Marina que se pegaban sobre el pecho, tanto que las condecoraciones tintineaban


    42. A Olga se le alteró el pulso al imaginar cuerpos desnudos y brillantes reflejando llamas, grandes carcajadas de dientes blancos, sudores que pegaban el pelo


    43. Los criados, que lucían melenas largas hasta los hombros, encararon la silla frente a ella, siguiendo las órdenes del individuo de la trenza, y luego se retiraron ofreciendo reverencias con las que casi pegaban la cabeza a las rodillas


    44. La transpiración había empapado su vestido, y los mechones del pelo se le pegaban a la sudorosa cara


    45. El palacio necesitaba la población de un pueblo grande para que funcionaran las cosas, y los sirvientes empezaban a aparecer, hombres y mujeres de uniforme que se movían presurosos por los pasillos, se pegaban contra las paredes o se metían en los pasillos laterales para dejar espacio a la escolta de Elayne, de modo que ésta explicó lo poco que sabía en un tono igualmente bajo y resumiendo todo lo posible


    46. Las ascuas se pegaban a la tensa piel del hombre, y cada vez que sus sacudidas hacían rodar alguna al suelo, un tipo sonriente con una mugrienta chaqueta verde se agachaba junto a él y con unas tenazas la sustituía por otra de las que llenaban un puchero, alrededor del cual se había fundido la nieve formando un círculo de barro


    47. ¿Tan difícil es pensar que un niño que ha visto cómo infligían sufrimiento a su madre, cómo la pegaban y la sumían en una desesperación tan profunda que tuvo que suicidarse para lograr la salvación, se dedique a vengarse de todas las personas que no la ayudaron, incluido usted, cuando alcanza una posición en la que puede hacerlo?


    48. Hombres a los que les pegaban en las plantas de los pies -«bastinados», lo llamaban aquellos brutos-, hasta que estaban negras y sangrientas, y ya nunca volvían a caminar erguidos


    49. Los guardias estaban cada vez más asustados, les hablaban a gritos a los presos, les pegaban


    50. Lo hacía con frialdad y eficiencia y no parecían importarle los olores inmundos que brotaban de ella y que a mí se me pegaban a la garganta; tenía que esforzarme en controlar el asco, la náusea que se apoderaba de mí (¿pero dónde estaba yo en aquel sueño?)










    1. ¿Acaso los dioses no los habían creado con la parte más vulnerable de sus entrañas, colgando en el exterior de sus cuerpos como un trozo de intestino colocado fuera de su sitio? Si les pegabas una patada en aquel lugar se encogían como unos caracoles


    2. —¿No la pegabas con el cinturón?


    3. Si calculabas mal los saltos y te la pegabas, por lo general caías de cabeza


    1. Donde siguen los disparates que de enamorado hizo don Quijote en Sierra Morena incluida la desempolvada que le hizo a sus mejores dotes de poeta, y del encuentro que Güicho Panza tuvo con el cura y el peluquero de su pueblo en la venta que no quería ver ni en pintura por la manteada que le habían pegado en ella


    2. estaba pegado con celo, pero el paso del tiempo había hecho que


    3. Empezó a preocuparle que le hubiera pegado alguna maldita enfermedad, incluso el


    4. Pedernero lo echaba todo a chacota; pero una noche que llevóRubín, bien fresquecito y pegado con saliva, el tema de la pluralidad demundos habitados, Pedernero empezó a despabilarse


    5. ¿Qué era aquello? Que losgranujas de la vecindad habían pegado fuego a un montón de paja que enmitad del patio había, y después robaron al maestro Curtis todas laseneas que pudieron, y encendiéndolas por un cabo empezaron a jugar alViático, el cual juego consistía en formarse de dos en dos, llevandolos juncos a guisa de velas, y en marchar lentamente echando latines al son de la campanilla que uno de ellos imitaba y de la marcha real decornetas que tocaban todos


    6. La tapicería de cuero se le ha pegado a la cara debido al calor y a la


    7. No había pegado el ojo en toda


    8. pegado a lacama a aquellas horas, bien a pesar suyo


    9. En una tabla, cuidadosamente pegado a un rincón, estaba el


    10. en cuando entreabre elalbornoz y muestra, pegado al pecho, el brazoizquierdo

    11. No había pegado los ojos entoda


    12. Entonces Juan vió el papel que estaba pegado y selladosobre la cerradura, y leyó en


    13. Un papel pegado sobre la cerradura, en que se leía en letrasgordas, lo siguiente:


    14. pegado un bofetón a una señora


    15. su recinto, pegado á la nueva edificación


    16. entrada le llama a usted ya la atención un pequeño aviso queadvierte, pegado en un


    17. pegado de él!Cuando recuerdo cómo eras y cómo eres,


    18. sobre la leña, pegado el fuego, se abrasaron en breve yconsumieron todos


    19. En medio de un campo segado, al que habían pegado fuego los


    20. Arias, se os ha pegado el desgavilo

    21. —Pues, su nombre legítimo no es Jaruco, es pegado; pero asina se lepuso en el libro y asina se denominará mientras esté en esta RealCárcel


    22. algo pegado a las preocupaciones defamilia


    23. Dió un salto, quedando pegado al suelo por una


    24. tierra, y pegado fuego á las casas


    25. Un remiendo mal pegado, una correa mal puesta,


    26. Estaba pegado con la provincia deHátun Cana, y á tiempos iban


    27. pensamiento vagaba por los mundosencantados de sus ilusiones, de sus penas, se le había pegado


    28. modo, que se le saltó el mal pegado botón de la camisa, y las puntas del cuello postizo quedaron


    29. ¿Y el galope que ha pegado Lorenzo con la


    30. Apareció en la puerta una enorme barba a la cual estaba pegado unhombre

    31. —Quiero que tomes declaración al doctor Menzies y al vigilante que le ha pegado un tiro a Wicherly —dijo—


    32. Ella había pegado las piernas al cuerpo y se sujetaba las rodillas con los brazos


    33. Hizo que los niños le ayudasen a apartar los muebles y tuvo la precaución de, con la ayuda de su mujer, colocar el armario pegado a la ventana


    34. Bebé permanecía siempre pegado a su madre -supongo que la ayudaría en las faenas de la casa, no lo sé seguro-, y el anciano los dejaba solos y se iba reconcentrando cada vez más en sí mismo


    35. Qué raro, había leído en alguna novela que entre las hileras -pero tienes que andar descalzo por en medio, con el talón un poco calloso, desde pequeño-hay unos melocotones amarillos que crecen sólo en las viñas, se parten con la presión del pulgar, y el hueso sale casi solo, limpio como tras un tratamiento químico, con la salvedad de algún gusanillo gordo y blanco de pulpa, que se queda pegado por el simple átomo


    36. El pelo pegado a la cara, empapada de sudor helado


    37. Estaba entregado a esos pensamientos cuando el sacerdote giró bruscamente a la izquierda y comenzó a correr, pegado a la pared


    38. Mientras se movía por la habitación examinando su contenido, todo lo que iba tocando con su mano se quedaba pegado a ella


    39. Los de la Estación de Enlace AF, en la constelación de Antares, me dicen que en realidad habían recibido el mensaje bien la primera vez, y que me lo han hecho repetir porque les hace gracia que se me haya pegado el acento catalán


    40. El olor acre se le había pegado a la garganta y el humo le metía picor en los ojos

    41. –¿Verdad usted que ese árbol parece una señorita en paños menores y con un clavel mismo pegado al culo?


    42. Martin Deeley dice: «Me encanta sentarme en el suelo con un cachorrillo pegado al cuerpo


    43. El nuevo portero, pegado al cristal, le sonrió


    44. Un toro, llamado «Bailador», el quinto de la lidia, le había pegado una cornada en el vientre


    45. Igual que los matones que me habían pegado, y puede que Jerry Falcon también, cuya muerte seguía siendo un misterio


    46. Pero entonces ella le había pegado, y rechazándolo con el furor de un gato salvaje, se había escapado de la habitación


    47. Ignoran todo lo ignorable; pero se les ha pegado algo de lo que oyen, y parecen mujeres


    48. Por suerte, desaparecieron justo a tiempo porque al cabo de un instante, Hurón se precipitó en el claro con el pueblo de Árboles Altos pegado a los talones


    49. –Tía -murmuró Hilfy, haciendo girar su silla con las pupilas muy dilatadas y el comunicador pegado al oído-


    50. La cuarta pantalla de su tablero se iluminó con una claridad y definición excelentes, mostrando al exterior de la Estación Punto de Encuentro, una parte de su silueta toroidal, con los gigantescos números pintados en el muelle oscurecido en algunas zonas por las naves que permanecían con el morro pegado a la estación














































    1. —¡Virgen santísima, qué susto nos pegamos todos cuando oímos el disparo del revólver! —dijo la portera del edificio mientras abría la puerta del piso del profesor Manifò—


    2. El crujido de unas ramas nos asusta y pegamos un salto


    3. –¡Virgen santísima, qué susto nos pegamos todos cuando oímos el disparo del revólver! – dijo la portera del edificio mientras abría la puerta del piso del profesor Manifò-


    4. No bien doblamos a la derecha, donde estaba el aposento de Cristofano, pegamos un salto: al í, apoyado en la puerta, topamos con Atto


    5. Ahora los tres pegamos el oído a la puerta para ver quién era el culpable, según la Luisa, de que fuéramos un malo y un tonto


    1. No alternaba con lasprimeras fortunas, su carencia de instruccion no le daba muchaimportancia en los centros científicos y academias, y por suatraso y su política de convento, salía alelado de loscírculos, disgustado, contrariado, no sacando nada en claro sinoque allí se pegan sablazos y se juega fuerte


    2. El terreno de este lugar es de tal cualidad que cuando llueve está tiesoy cuando los soles son mayores se enternecen los lodos y se os pegan lospies al suelo que apenas los podreis levantar


    3. posible deldeteriorado palación, y que no pegan del todo mal,


    4. No creas que los generales pegan


    5. mayores se enternecen los lodos y se os pegan lospies al suelo


    6. pegan al marido como en tiempo del rey querabió


    7. —¿Les pegan a ustedes con frecuencia?—preguntó el portero


    8. más de la cuenta y por poco se pegan


    9. —Se pegan las sábanas, en Devon, y el día comienza muy tarde


    10. Entonces, entonces te pegan el gran tirón, a lo bestia —y dio un tremendo tirón a la cucharilla que tenía en la mano

    11. Todo el mundo lo sabe: los hombres que pegan no son buenos


    12. ¡Qué bien pegan las dos palabrillas,


    13. Los hombres pegan y las mujeres lloran


    14. El motín estalla, los trabajadores arrollan la escasa guarnición; pegan fuego al Ayuntamiento, asesinan a todas las personas que odian, matan a trabucazos al alcalde, y arrastran ferozmente su cadáver


    15. Tú naces con un apellido, te lo pegan en la pila del bautismo, como una estampilla de correos, y ya no te desprendes de él


    16. Los camiones se pegan a la montaña para tomar las curvas, una tras otra


    17. Son de una gran variedad de estilos y diseños que no pegan, pero de algún modo se han convertido en un todo coherente, igual que la propia policía


    18. Una niña lloraba: «¿Por qué pegan a esas personas?» Los dos pobrecillos, mientras tanto, apaleados y maltrechos, suplicaban que no los entregaran a la Gestapo


    19. –¿Crees que no lo sé? ¿Crees que no siento cómo nos observan, cómo pegan pequeños mordisquitos a los pasteles y se miran entre ellas cuando se dan cuenta de que no son de Casa Popp? Sé lo que murmuran esas viejas cotorras tan bien como si me lo gritaran al oído, Otto


    20. –¿No pegan aquí a los cuáqueros? – preguntó Paxmore

    21. –No puedo esperar… Está en la cárcel y parece que le pegan


    22. El abrigo, la chaqueta, los pantalones y los zapatos me los quité sin ningún problema, pero tuve algunos con la camiseta, pues las de lana se pegan al cuerpo como una segunda piel


    23. Serán como la electricidad y el arco iris y las sartenes que no se pegan


    24. Pero hay muchos maridos que pegan a sus mujeres y declaran que las quieren mucho


    25. Se le han caído todos los dientes, así que se le pegan las palabras, y en ocasiones debe detenerse dos o tres veces para tomar aliento durante una frase


    26. Las mujeres están más predispuestas a poner su fe en los demás, a buscar el consejo del experto, mientras que los hombres se fían más de sus propios recursos y sí, a veces se pierden o se pegan un tiro en el pie


    27. Supongo que se quedan flotando en el aire, hasta que se pegan a otra persona


    28. Y si le pegan fuego a vuestra propiedad, si dificultan el desarrollo de los trabajos que mencionáis…


    29. A diferencia de los pegamentos artificiales, que se adhieren a la mayoría de las superficies, las moléculas de adhesión se pegan solo a un tipo de moléculas específicas


    30. Supongo que tendrán algo parecido a una boca, porque pegan las mandíbulas a la boca de la víctima y… le sorben el alma

    31. En un lao pegan los gritos


    32. Los pasajeros del segundo tranvía se pegan a los cristales de las ventanillas para ver qué ocurre, mientras que los del primero tosen, gritan y se atropellan para salir


    33. —«Créame usted, repetía, no sabe su cuerpo lo que es una esponja, se lavan como gatas y se la pegan al marido como en tiempo del rey que rabió


    34. se me pegan los dedos en la cola;


    1. relampaguea en la mirada del zorro, que pegando un salto feroz se aleja,


    2. pegando golpecitos con la sombrilla en las ramas de los árboles


    3. ( Pegando a los demás


    4. —Por su buena intención, yo lo perdono—dijo Diana pegando


    5. puerta de labarraca, pegando el oído a la cerradura, y en estas


    6. Ellos allí, pegando a los pobrestrabajadores, y mientras


    7. fueron pegando al cerebrolas ideas de aquel buen hombre, de quien los vetustenses decían queera


    8. Con esto se sentó de pronto, pegando al mismo tiempo un puntazo con eldedo índice al sufrido Pancho, por el costado, quien, ya de dolor, ya delas cosquillas que le produjo, no pudo menos de dar un salto en elasiento


    9. en lascontracciones de su rostro, sonrió triunfadora, pegando su


    10. con la singularentonación que acostumbraba,—niño pegando

    11. Entre tanto, la Inquisición, una viejecilla que no se podía tener, estaba pegando fuego á la


    12. Pendergast se agachó en el rincón, pegando la espalda a los ladrillos, y se puso delante los dos cuadros, muy cerca de su cuerpo, asegurándose de que los bordes externos del reflector en forma de V estuvieran bien ajustados a los muros, formando un ángulo de noventa grados


    13. Los alemanes, con su imperecedero odio por los extranjeros, por los turcos, o los rumanos o los judíos, incendiando sus hostales, pegando palizas a los gitanos


    14. Se dispuso a oírla en confesión y se tendió en el suelo, pegando su oreja a la boca de Ana


    15. Y el Padre, pegando con un puño en el borde del pulpito, gritó: "¡Hermanos míos, hay que ser ese que se queda!"


    16. Con eso pusimos muy alta la jugada de dados, y Kefk se portó como se portan los kif: pegando rápidamente el vientre a la cubierta sin perder ni un segundo


    17. Le doy los retales que estoy pegando y empiezo otra costura


    18. Abstraído pegando escarcha dorada en los pómulos de una hermosa modelo, a Mario le falló su instinto para captar el rechazo ajeno y con una sonrisa tendió la mano al Capitán


    19. Matías tenía los huesos deshechos por la enfermedad, se cansaba rápi-damente y no era fácil sonsacarle información; solía perderse en eter-nas divagaciones que nada tenían que ver con lo que me interesaba, pero poco a poco fui pegando los parches del pasado, puntada a punta-da, siempre a espaldas de mi abuela, quien agradecía que yo visitara al enfermo porque a ella no le alcanzaba el ánimo para hacerlo; entraba a la habitación de su hijo un par de veces al día, le daba un beso rápido en la frente y salía a tropezones con los ojos llenos de lágrimas


    20. Calmosamente ante el espejo, se vendó la cabeza, pegando el final de la misma con un ancho esparadrapo

    21. He preferido este periódico porque es el que viene pegando fuerte a Narváez, Sartorius y a toda la fracción caída, que ha tenido en tal desamparo a la religión y sus ministros


    22. Pegando la hebra cortésmente en nuestra charla, don Florestán me dijo: «Si como parece escribe usted los grandes anales de este Cantón que tanto da que hablar al mundo, seguramente tendrá que ocuparse de mí


    23. Le estaban pegando esparadrapo a la cara interior del muslo


    24. Uno de los sicarios lanzó la pierna para darle una fortísima patada y el señor Jiang, sosteniendo tranquilamente el abanico contra el vientre, le golpeó con su pie de manera que la pierna del sicario rebotó hacia atrás pegando de lleno a uno de sus compañeros y lanzándolo contra un montón de basura


    25. Imagino que su familia lo protege y que se está pegando la gran vida en alguna parte mientras prosigue con el negocio familiar


    26. Y abandonó la habitación pegando un portazo


    27. Bill ha sacado una, y está pegando los componentes electrónicos en el interior de una pequeña unidad; tiene un montón de ellas a su lado, y Jo se le acerca con más


    28. —Debes saber que le he estado pegando toda la noche


    29. Fawcett iba pegando botes por toda la habitación


    30. Pero no van de un lado a otro exhibiendo sus fortunas, aplicando iniciales de oro a sus ligas y pegando puñetazos a los periodistas del Toots Shor's

    31. —Y puso la taza sobre el plato pegando un golpe—


    32. Todos esperaron pacientemente mientras ese gran muro amarillo y blanco de pronto se lanzó hacia adelante y una lluvia de flechas surgió de él y cruzó y el muro se rompió convirtiéndose en miles de guerreros, pegando sus escudos, aullando como jaguares, gritando como águilas


    33. Su dueña, una aldeana vestida con el traje tradicional salmantino, dejó el botijo en la fuente donde lo estaba llenando y salió tras las gallinas pegando chillidos:


    34. «Los moros de las dos compañías del batallón 292, pegando gritos, se precipitan sobre el enemigo, pero el resultado es precario porque metidos en nuestras trincheras, los enemigos se defienden con facilidad mientras los nuestros han de atacar a pecho descubierto


    35. Las embarcaciones se fueron pegando a ella y fueron muchos los que se emplearon de lleno en herirla con profundos cortes, para desangrarla lo antes posible y preservar así la calidad de su carne


    36. Apoyó la frente sobre el murete de cemento, pegando la tela de su manga a los labios para ahogar el jadeante sonido de su respiración


    37. Y lo peor es que todo el rato me daba en la nariz que me la estaban pegando


    38. Las condiciones para grabar son difíciles, pero intentaré hacerlo lo mejor posible –dijo lo más bajo que pudo y pegando la boca al micrófono–


    39. Cuando salió con el bocadillo envuelto primorosamente vio al otro lado de la calle a un hombre subido a una escalera que estaba pegando un cartel en una valla publicitaria


    40. En cambio había visto actos de incesto, madres pegando a sus hijos, maridos pegando a sus mujeres

    41. –¿Quién es? – Pregunté, pegando mi oreja en la puerta


    42. –El acero Krupp es mantequilla en comparación conmigo -dijo Hermanito, pegando un puñetazo contra la pared de hormigón


    43. Terminada la carnicería, el legionario se encarnizó pegando patadas en los testículos de su víctima, mientras murmuraba:


    44. Están borrachos todo el día y se lo pasan pegando a sus ancianas madres, las pobres


    45. Menudo pie le llevaba a él por esa ruta de estremecimientos, de roces entre indios ceñudos y premiosos, cómpreme, cómpreme, una navajita, una pequeña hoja de afeitar ya roñosa, una camiseta desgastada, unos pantalones vaqueros, norteamericanos, norteamericanos de calidad, un poncho, un gorrito, unos lápices, una caja de agujas, barato, barato, de calidad, de calidad, pie ligero, menudo pie le lleva perforando con su cuerpo la multitud de ojos hambrientos, extranjero moderadamente rico paseando su desfachatez de viejo colonizador, pegando su nariz a las cantinas, entrometiéndose en los callejones donde sonaba la música dulce de la quena y el guitarrico, ciudad de los reyes, donde el viejo Pizarro se paseaba en andas o en camilla, opulento y dictatorial, ciudad del guano y de la plata, ruta del Potosí de una grandeza ya perdida de criollos amurallados y a la defensiva, mientras iban llegando, apelmazándose en las lindes, multitudes famélicas, hombres descalzos y tímidos que descendían cada día, como una gran riada, desde los nuevos pueblos de adobe y fango a un centro de mendigueo y cambalache, de mercadeo rápido y operaciones cutres ligeramente ventajosas


    46. pegando el lote con un chaval y a Joo no la veo por ningún lado


    47. Pegando el oído al delgado tabique permaneció atento aunque la discusión parecía languidecer


    48. De esos rubios y pelirrojos y pálidos maricones de playa que, después de haberles estado pegando una letanía de cañonazos, tienen ahora los santos huevos, encima, de querer metérseles allí mismo, por las portas, por el morro, por la cara, arrogantes hijos de la gran puta


    49. Todos los presentes se pusieron a hablar a la vez, pegando gritos, en medio de una gran confusión, mientras Pio Luigi Zalba, de los siervos de María, se santiguaba repetidas veces como si en ello le fuera la vida


    50. A continuación actuaban las ojaleras de los tres pisos, cosiendo los botones a mano y pegando los cuellos



















    1. realidad y aprender de ella llegará a la conclusión que el hecho de pegar está mal en


    2. suponer, no pude pegar ojo en todo el


    3. Me refiero a la falta de maderas en los balcones yventanas, por lo cual entra la luz desde que Dios amanece, y no puedeusted pegar los ojos»


    4. A pesar de esto, Fortunata se poníatan nerviosa que no podía pegar los ojos en toda la noche, durmiendoalgunos ratos de día


    5. Dió tres pasos y levantando el brazo, trató de pegar á su antiguo amigoen la cara


    6. Un curioso entra en el archivo, echa una ojeada sobre los estantes,armarios y cajones, y dice: «esto es una confusion; para distinguir loauténtico de lo apócrifo, y arreglarlo todo en buen órden, esnecesario pegar fuego al archivo por sus cuatro ángulos, y luegoexaminar la ceniza


    7. entraron, sin pegar un tiro,por los arrabales de Malate y Ermita; pero allí seencontraron con las


    8. agradó a Miguel fue uno que consistía en pegar los brazos alcuerpo y dar vueltas a la


    9. —Un día me has de pegar


    10. —No se puede pegar nada en la superficie pintada —dijo Wicherly

    11. Ha llovido fuera de estación, las aguas no terminaron de descender hacia su más bajo nivel, y en las riberas se pinta una franja de tierra húmeda, cubierta de escorias de la selva, sobre las cuales revolotean miríadas de mariposas amarillas, tan apretadas unas a otras al moverse, que bastaría pegar con un bastón en uno de los enjambres para sacarlo pintado de azufre


    12. Mi querida Dora, de la emoción no pude pegar ojo en toda la noche


    13. Y si De Spain ya las tenía antes de pegar a Moss Lorenz, antes de pegar a nadie


    14. Mi hermano Xiao-hei, a quien mi padre había llegado a pegar cuando era niño, aprendió a amarle


    15. -Era un bruto contigo, Traddles —dije con indignación, pues su buen humor me ponía furioso, como si le hubiera estado viendo pegar la víspera


    16. Y ahí tenéis a la tonta esta cogiendo el coche y yendo allí, todo para terminar de moza de mantenimiento y pegar las conexiones con esparadrapo para que aguantaran la noche entera


    17. Me voy a mi cuarto pero no consigo pegar ojo en toda la noche


    18. Tracy dio una palmadita y se puso a pegar botes


    19. Se bajó, cerró la puerta de un golpe y empezó a pegar botes por la acera


    20. De esa forma su recuperación consistirá en hacer algo importante y bueno en vez de no pegar golpe

    21. Pegar a alguien con un cuchillo es apuñalamiento —dice—


    22. Mientras esperaban en la cola, ella le dio unos cuantos sobres y etiquetas con direcciones para pegar


    23. Le dio sellos para lamer y pegar en los sobres


    24. Y aquella noche, con la alegría, Aladino no pudo pegar los ojos y no hizo más que pensar en la vida encantadora que le esperaba


    25. -No he podido pegar los ojos en toda la tarde con la dichosa conversación de la niña y el fraile


    26. Iban [174] por la cuesta de Unzaga: Churi, sombrío, taciturno; Zoilo, con alegría febril, cantando, divirtiéndose en pegar brincos para arrancar a tirones las ramas de los árboles


    27. Pensaron algunos combatientes de la Cendeja que si lograban pegar fuego a San Agustín y a la casa de Menchaca, el enemigo tendría bastante que hacer con apagarlo


    28. -Aquel día estaba yo en Torrijas, a donde se nos mandó para pegar fuego al pueblo, después de fusilar al alcalde porque no suministró las raciones que se le pidieron


    29. Gerald no hizo el menor comentario y se apresuró a pegar la piedra suelta, aunque tuvo que admitir para su fuero interno que aquella bisutería no resistiría un examen minucioso


    30. Oyó al mayor de los McCarthy dirigirle a su hijo palabras muy fuertes, y vio a éste levantar la mano como para pegar a su padre

    31. El capitán tocó a Hamid en el hombro y este estuvo a punto de pegar un salto de sorpresa


    32. que si ella es lista, él se hace el blando para pegar más fuerte


    33. Pausadamente dijo: --Cuando el ser humano a quien debe pegar es


    34. Las balas parecían jugar a las carambolas, al pegar sobre el metal, en todas las direcciones


    35. Se tumbó al lado de ella, y la sensación de pegar su cuerpo al de la mujer no le resultó desagradable


    36. No puedo pegar los ojos en toda la noche


    37. Me refiero a la falta de maderas en los balcones y ventanas, por lo cual entra la luz desde que Dios amanece, y no puede usted pegar los ojos»


    38. Quedose muy satisfecho, y después de detenerse un rato a ver un escaparate de estampas, volvió a pegar la hebra: «Podría ponerse en duda que entre ella y mi tía haya comunicación, y en caso de que no la hubiera, el problema de su residencia seguiría como boca de lobo; pero yo sostengo que hay comunicación


    39. Paso por el lugar en que había querido hacer la zanja de exploración, lo estudio de nuevo, hubiera sido un buen lugar, la zanja habría seguido la dirección en que se hallan la mayoría de los conductos de aire, que me hubieran facilitado el trabajo, tal vez no hubiese tenido que cavar muy fatigosamente, ni siquiera me hubiese visto obligado a cavar hacia el ruido, tal vez hubiese bastado pegar el oído a los conductos


    40. Uno de los agentes del pueblo compareció por una esquina, sin hacer el menor ruido a causa de sus suelas de goma, y le hizo pegar un brinco

    41. Los saltimbanquis las contemplaron en silencio, hasta que Bufflo dio un chasquido con su látigo que hizo pegar un brinco a todos


    42. ¿Y no era ese muchacho inteligente al que escogían para pegar y atormentar después de las horas de clase? Desde luego que sí


    43. Gawyn se puso de pie con ganas de pegar una patada a la puerta


    44. —Majestad —dijo Agón, mientras cerraba el paso al rey antes de que intentara pegar a Durzo Blint


    45. El segundo, bajo y enjuto, con barba de chivo sobre un mentón huidizo, no paraba de juguetear con su escopeta mientras los observaba con hostilidad, como si se muriera de ganas por pegar un tiro en el acto a los tres a la vez


    46. Bisbita, por el contrario, apenas pudo pegar ojo en toda la noche


    47. Pegar un nuevo dato sobre las zonas de evacuación para Japón, y obtener cincuenta respuestas en lugar de sesenta era muy molesto, y luego esas cincuenta se convirtieron en cuarenta y cinco, y en treinta…


    48. La empresa importadora tuvo la ocurrencia de pegar una etiqueta con el dibujo de un negro en las cajas que contenían dicha carne


    49. D'Arnot apenas había podido pegar ojo en toda la noche


    50. Con por lo menos cincuenta hombres huyendo a la desbandada por el interior de la tenebrosa selva y sin la más remota idea acerca del momento en que aquellos misteriosos enemigos podían reanudar la matanza a sangre fría que iniciaron, aquel grupo de asesinos sanguinarios aguardó la llegada del nuevo día sin pegar ojo y sumido en la desesperación














































    1. Los cocineros italianos parecían la culminación del saber gastronómico, pero, naturalmente, los franceses les ponían pegas


    2. Tomar un año entero como unidad tiene sus pegas, porque si bien se incluye el ciclo completo de estaciones, ignora cada estación por separado


    3. El guardia se regodeó con la visión del magnífico cuerpo de Gamay y, sin poner más pegas, le sonrió a la muchacha al tiempo que les indicaba que podían acercarse al surtidor


    4. –¿Qué le parece una propiedad con solera, sin pegas, gastos reducidos y aspecto muy atractivo en lo alto del Janículo?


    5. Nadie había puesto pegas al certificado de último usuario expedido en Togo


    6. Sin embargo, la feruquimia tiene sus pegas: gasta más que la cantidad proporcional a tu objetivo


    7. –Muy bien -afirmó Nicholson, sometiéndose sin pegas a la superioridad de rango sugerida por la indiferencia de Sparks-


    8. Lo más probable era que los Tyrell le estuvieran poniendo pegas a la propuesta de matrimonio, cosa que Tyrion comprendía bien


    9. Aun así, Dwayne pondría pegas


    10. Fue como cuando una baja una escalera en la penumbra, tanteando con el pie, y en lugar de encontrar el escalón que esperabas, encuentras el vacío y te pegas un susto que te corta la respiración

    11. Lo más probable era que los Tyrell estuvieran poniendo pegas a la propuesta de matrimonio


    12. Cuando este puso pegas, Rita explotó y cortó con él


    13. Y cuando aparezca el mensaje, pegas un grito


    14. Si pegas el ojo al hueco que quedó al descubierto cuando retiraste este documento de su lugar designado, puede que veas una calle, una continuación de Bankside hacia el este, aunque algo más alejada de la orilla, pasando frente a Winchester Yard; se llama Clink Street, y forma parte del límite de la zona de libertad de Clink


    15. Sonrió mientras desplegaba su encanto y hablaba de las pegas de la burocracia y, cuando ella le pidió los documentos, él la miró fijamente a los ojos y dijo:


    16. Seguro que el patrón, que era como una serpiente enfundada en una piel humana, escupiría pegas extravagantes


    17. Era un hombre de muchas mujeres y no iba a poner pegas si ella otra vez se mostraba amable


    18. —¿Y por qué precisamente a Laponia? —preguntó Berto, que en su estado de ánimo apesadumbrado le encontraba pegas a todo


    19. Pero Kei Bot no tardó en poner pegas


    20. -¿Y por qué precisamente a Laponia? -preguntó Berto, que en su estado de ánimo apesadumbrado le encontraba pegas a todo

    21. —¿Quieres decir el tipo de cosas donde uno enciende el papel de raspar azul y lo pegas en tu nariz? 25


    22. Todos los problemas que habían surgido, todas las pegas, se habían solucionado rápidamente


    23. así que nadie puso pegas cuando Salazar exigió independencia absoluta en la dirección de los noticiarios de la KMEX


    24. –Le pegas dos hostias y tienes el lío armado porque es un viejo


    25. En conjunto, era difícil ponerle pegas al establecimiento


    26. También me pareció que rechazaban a muchas mujeres que yo veía perfectamente válidas; cuando se lo comenté a Höss, éste me comunicó que tales eran sus instrucciones, los barracones estaban atestados, no había sitio para meter a la gente, las empresas ponían pegas y tardaban en llevarse a los judíos y había que amontonarlos, estaban volviendo las epidemias y, como de Hungría seguía llegando gente a diario, no le quedaba más remedio que hacer sitio; ya había hecho varias selecciones de aquellos presos y también había intentado exterminar a todo el campo de los gitanos, pero ahí habían surgido problemas y había tenido que dejarlo para más adelante; había pedido permiso para vaciar el campo de familias de Theresienstadt y aún no se lo habían concedido, así que, mientras tanto, la verdad era que sólo podía seleccionar a los mejores y, de todas formas, si se quedaba con más, se morían enseguida de enfermedad


    27. Incluso aunque me tope con un oficial que hable francés, hay pocas probabilidades de que le ponga pegas a mi acento


    28. Están poniendo pegas por la redacción del texto


    29. Cuando te das cuenta, en tu niñez, de tus tendencias, de tus inclinaciones homosexuales, y tus compañeros también lo notan, ¿tienes pegas en el colegio?


    1. Un día por poco le pego


    2. pego con el canto de lanavaja, porque no chispeaba bien la


    3. Pego el diamante a una de las caras de la caja y apretó con fuerza


    4. 25 En vista de que hay alguien empeñado en obstaculizar mi reinserción social, rompo las invitaciones, me como todos los brioches y pego fuego a los farolillos


    5. Aramburu es el jefe de la guardia civil y por tanto el mando con más autoridad del cuerpo al que pertenece el teniente coronel, pero éste no se arredra y, blandiendo su arma mientras un grupo de guardias civiles rebeldes encañona a Aramburu, contesta: «Mi general, antes que entregarme le pego un tiro y después me mato»


    6. ¡Era tan divertida, tan mala! Tan capaz de tomar parte en aquellas cenas de matrimonios académicos, que detestaba, y dar el pego


    7. Chiky comprobó la teoría en el control de rayos X y, voilà!, daba el pego


    8. Gracias a la instrucción que recibió de Arkarian consigue dar el pego


    9. Como me traigas a casa a uno de esos tagarotes de calzón ajustado, chaqueta corta y botita de caña clara, te pego, sí, hago lo que no he hecho nunca, cojo una escoba y ambos salís de aquí pitando»


    10. Con la tuya me esmeré más porque tenía que dar el pego, pero lo único que hice fue clavarte en la espalda una aguja envenenada y mantener la ilusión hasta que hizo efecto

    11. —¿Solicitaste asesoramiento legal antes del ataque, ummm? ¿Para asegurarte de que tus explicaciones darían el pego ante el tribunal del Landsraad?


    12. Pego la oreja a su vientre y le acaricio los costados


    13. Cuando casi es la hora de la actuación de Rosie, me cuelo en la gran carpa y me pego a una sección de gradas


    14. Mientras ellas iban dándole que te pego en la parte de delante del lujoso coche, Mark estaba anestesiado en el asiento trasero, con su maletín entre las piernas


    15. Escribo «Arden» y un gran «1» en su improvisada etiqueta de identificación y la pego a su camisa


    16. Lo que la liposucción no había conseguido en sus muslos, ni los implantes de silicona en sus pechos -aunque sus últimos pezones daban el pego asombrosamente-, lo completaba el maillot plateado


    17. Como deis la espalda a una puerta antes de haberla comprobado, os pego un tiro en el culo


    18. Stolpe hizo cola ante una de las taquillas y compró un sello que, al salir, pego en la frente de un policía


    19. – ¡Vaya! – le digo-, ¿así que me pego plumas en el trasero? ¡Como si Tyler, con las quemaduras de cigarrillo en los brazos, tuviese un alma tan desarrollada! Don Escoria Humana y su esposa


    20. Antes de darme cuenta, la polla se me ponía dura y ya estaba otra vez dale que te pego

    21. otra te pego (|| para denotar enfado)


    22. dale que te pego


    23. ¿Por qué iba Fened a intentar darnos el pego?


    24. La necesidad de dar el pego demoraba, a la vez, la producción y la entrega, pero se imponía la más extremada prudencia


    25. «Claro que en Francia me costará dar el pego


    26. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga


    27. Luego me lo pego a la cara exterior del muslo con esparadrapo


    28. Pego un bocado


    29. Pego un trago a la cerveza


    30. Pero bueno, da el pego y eso es lo que importa

    31. – ¡Apártame esa luz de los ojos o te pego un tiro a ti y a tu puñetera linterna! – amenazó Del


    1. Pegué el oído a su vientre


    2. Tengo la impresión de que le golpeé con los puños crispados, con mis músculos atrofiados, que pegué a aquel a quien tanto había querido y admirado, que lo aporreé con odio, con ardor y ferocidad


    3. Me pegué a él


    4. Pegué un alarido mientras Brian y Don lo apartaban de mí


    5. Me pegué una ducha y me puse un pijama


    6. Me pegué a su pista y los seguí hasta que vi mi oportunidad


    7. Al levantarme, disimuladamente le pegué una patada para que al menos escondiese su intención


    8. No toqué ni un solo papel ni pegué una sola etiqueta en un tubo de ensayo


    9. Entonces le pegué una patada en el trasero al cachas


    10. Me incorporé de un salto, pegué los brazos a los costados y murmuré una exclamación en tono suplicante

    11. Me pegué como pude a uno de los troncos y esperé a que pasasen


    12. Me pegué a la pared del pozo, tratando de adivinar la posición de los canes


    13. Después de meter el billete sin nota alguna, escribí la dirección de Chris, agregué las palabras vía aérea en la parte delantera en letras mayúsculas y pegué el franqueo requerido en la esquina superior


    14. Una vez me dijo que yo comía como un cerdo y le pegué


    15. Me deslicé a la izquierda, miré detrás de la puerta y pegué los hombros a la pared, sin perder de vista la habitación


    16. Cuando cayó una cuchara al fregadero, pegué un brinco


    17. Conjurado el peligro, me dirigí al telescopio y pegué el ojo a la lente para cerciorarme de lo que pasaba por arriba


    18. Al momento me encontré ante la puerta del desván, me pegué a ella, introduje con mucho cuidado el alambre en la cerradura y escuché


    19. Luego salté al suelo y le pegué la pistola a la sien


    20. Cuatro peldaños más abajo, aún no del todo fuera de mi sueño, pegué la cara al ventanuco que estaba empotrado en el muro exterior de la escalera

    21. Me pegué a Myû como una cuchara sobre otra y, junto a ella, me dejé arrastrar a donde fuera (a cualquier parte), pensando: «¡Bueno, ya me está bien!»


    22. –Por eso le pegué, para que recobrara su dignidad


    23. Pegué un salto en la silla y empecé a fregar los platos


    24. Al cabrón que dijo eso le pegué un puñetazo… Perdone la expresión, señor


    25. —Cuando se cayó la silla, me pegué un buen golpe —explicó


    26. Y cuando, ante el tribunal y los periodistas, Herak contó, con la mímica oportuna, el asesinato de una joven de veinte años -«le ordené que se desnudara y gritó, pero le pegué otra vez y se quitó la ropa, así que la violé y se la entregué a mis compañeros, y después de violarla todos la llevamos en coche al monte Zuc, donde le disparé un tiro en la cabeza y la echamos entre unos matorrales»-, Faulques, que encuadraba el rostro de Herak en el visor de su cámara -un rostro insignificante, vulgar, que en tiempo de paz se habría considerado propio de un pobre hombre-, bajó esta despacio, sin apretar el obturador, con la certeza de que ninguna fotografía del mundo, ni siquiera la imagen y el sonido que en ese instante grababan las cámaras de televisión, podría reflejar aquello ni interpretarlo -amoralidad geológica, había dicho Olvido una vez hablando de otra cosa, aunque quizá era de lo mismo; imposible fotografiar el bostezo indolente del Universo-


    27. Le pegué un tiro y encontré una libreta en su bolsillo


    28. Y –como el que quiere hacerse el nudo de la corbata delante de un espejo, sin darse cuenta de que la tira que tiene en la mano no está en el mismo lado que parece, o como el perro que persigue por el suelo la danzarina sombra de un insecto– yo, engañado por la apariencia del cuerpo, como ocurre en esté mundo, donde no vemos directamente las almas, me eché en brazos de mi abuela y pegué mis labios a su cara, como si de esa manera tuviese acceso al corazón inmenso que ella me ofrecía


    29. Me pegué al muro, ocultándome todo lo posible


    30. Pegué la frente al cristal, intentando penetrar con la mirada el interior en tinieblas

    31. Esa noche no pegué ojo y en más de una ocasión no pude reprimir el llanto


    1. uno de los brazos del muerto, y ¡zas!, nos pegábamos


    Mostrar mais exemplos

    pegar in English

    glue together glue trounce put up post paste beat up wallop give a drubbing knock around bash around post up hit strike smack whack <i>[informal]</i>

    Sinônimos para "pegar"

    transmitir comunicar contaminar infectar engomar adherir fijar ligar sujetar engrudar castigar propinar zurrar dar aporrear abofetear