1.
Dicen que por la caridad entra la peste
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La peste se
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Ante la aparición de la Gran Duda, la peste que sacudió todo el Círculo de Fuego,
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El cura daba misa rezando a los cielos y la gente le pedía a la Candelaria que se llevara la peste
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aguantaban los mareos de la peste que se les metía por las narices
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A pesar de este calor y de la peste que daban los dos
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laguerra y la hambre, y se moria de la peste en Argel
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Quando calmó un poco la desolacion de esta espantosa peste, vendiéroná los esclavos del Dey
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por esa peste destructora,que va en aumento á medida que el desmonte se estiende
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estragos entre ellos, que la peste, desolandovillas enteras con sus malignos efectos
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seis Miguelistas, de los cuales uno enfermó en el castillo de los Portugueses, de viruelas (peste
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cuatro, porque no fuese que trajesen la peste al pueblo, se les mandó se estuviesen en los campos de
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Miguelistas, tomando con ansia los vestidos, trajeron la peste
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Contaron ademas, que entre los soldados se iba entrando la peste, de
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estancias de San Lorenzo, que estaban próximas al enemigo, se avisó, que la peste de las viruelas se
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En fin, perecieron gran número de personas en Cádiz y en susalrededores, porque los meses de julio y de agosto fueron muy calurosos,y la fiebre amarilla complicó la peste
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también las escenasde la peste en Salstracia, cuando en la
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Bocaccio sus alegres cuentos paraalejar el miedo a la peste
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en el enemigo, que pareció atacado de peste
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En este tiempo tuvo principio tambien una violenta peste queafligió con gran porfía i
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Luna recordaba a los viajeros que en tiempos de peste atraviesan elcordón sanitario
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otras peste, y otraspolvo
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mitad de lapoblación de Europa—sucumbieron de la peste
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perecer á los hombrespor la espada, por el hambre, por la peste y
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seguía galopando, élarmaba el arco para disparar la peste
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infierno a su galopín de marido y librar la tierra detanta infección y de tanta peste
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inficcionado mucho tiempoantes de la peste; por lo cual se
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y de esta manera, en pocos, días cesó la peste y aún losde más
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murieron consumidos de la peste; bien que el mayor castigo
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cacique: habiaentonces entre los indios una cruel peste,
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Peste en Urtuesa, causada por el hambre—34
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– ?Peste! – grito un municipal-
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Al cabo de una o dos generaciones, se vio amenazada por una epidemia de peste, incubada, según sostenían algunos, en un pantano adyacente
34.
Perry y yo decidimos implantar un estilo arquitectónico que no maldijera a las futuras generaciones con la peste blanca, y por ello tenemos toda la ventilación posible
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De forma que los afectados por la peste de una maldición irremediable se inventan, como el amante engañado, mil silogismos que concilien las pruebas irrefutables de la traición, con las ansias de sobrevivir, sustentadas en las ilusiones
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Muy interesado por el relato del misionero, estaba pensando en ciudades arruinadas por guerras de Barones, asoladas por la peste, cuando los punteadores, invitados por Rosario a distraernos con alguna música de su antojo, preludiaron en las bandolas
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Habiéndole delegado Balbieno el mando de la legión en Mogontiacum, Valerio esperaba por fin gozar en paz de la felicidad de la vida familiar, pero precisamente entonces, durante una estancia en Vico Bedense, la peste se llevó a su mujer y a sus hijos, arrojándolo a la más profunda desesperación
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Deseaba con todas sus fuerzas que Rambert se reuniese con su mujer y que todos los que se querían pudieran estar juntos, pero había leyes, había órdenes y había peste
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" ¿Eran realmente la abstracción aquellos días pasados en el hospital donde la peste comía a dos carrillos llegando a quinientos el número medio de muertos por semana? Sí, en la desgracia había una parte de abstracción y de irrealidad
40.
Pero los familiares habían cerrado la puerta prefiriendo quedarse cara a cara con la peste a una separación de la que no conocían el final
41.
"Hace mucho tiempo, los cristianos de Abisinia veían en la peste un medio de origen divino, eficaz para ganar la eternidad, y los que no estaban contaminados se envolvían en las sábanas de los pestíferos para estar seguros de morir
42.
A pesar suyo ponía el oído en los rumores de la peste
43.
Por los barrios extremos, por las callejuelas de casas con terrazas, la animación decreció y en aquellos barrios en los que las gentes vivían siempre en las aceras, todas las puertas estaban cerradas y echadas las persianas, sin que se pudiera saber si era de la peste o del sol de lo que procuraban protegerse
44.
"Hacia las dos, la ciudad queda vacía: es el momento en que el silencio, el polvo, el sol y la peste se reúnen en la calle
45.
Hace cien años una epidemia de peste mató a todos los habitantes de una ciudad de Persia excepto, precisamente, al que lavaba a los muertos, que no había dejado de ejercer su profesión
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Rambert luchaba por impedir que la peste le envolviese
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Así, durante semanas y semanas, los prisioneros de la peste se debatieron como pudieron
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Pero, de hecho, se podía decir en ese momento, a mediados del mes de agosto, que la peste lo había envuelto todo
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Ya no había destinos individuales, sino una historia colectiva que era la peste y sentimientos compartidos por todo el mundo
50.
Según informaciones, se trataba de algunas gentes que, al volver de hacer cuarentena, enloquecidas por el duelo y la desgracia, prendían fuego a sus casas haciéndose la ilusión de que mataban la peste
51.
Por razones evidentes, la peste se encarnizaba más con todos los que vivían en grupos: soldados, religiosos o presos
52.
Desde el punto de vista superior de la peste, todo el mundo, desde el director hasta el último detenido, estaba condenado y, acaso por primera vez, reinaba en la cárcel una justicia absoluta
53.
Fueron estos incendios los que obligaron a las autoridades a convertir el estado de peste en estado de sitio y a aplicar las leyes pertinentes
54.
Pero, en tiempo de peste, esas son consideraciones que no es posible tener en cuenta: se había sacrificado todo a la eficacia
55.
Muchos de los enfermeros y de los enterradores, al principio oficiales y después improvisados, murieron de la peste
56.
El período crítico se sintió un poco antes que la peste hubiera alcanzado su momento culminante y las inquietudes del doctor Rieux eran fundadas
57.
Pero a partir del momento en que la peste se apoderó realmente de la ciudad, entonces su exceso mismo arrastró consecuencias muy cómodas, porque desorganizó toda la vida económica y produjo un gran número de desocupados
58.
Pero pronto hubo que conducir a los muertos mismos de la peste a la cremación
59.
Y es que nada es menos espectacular que una peste, y por su duración misma las grandes desgracias son monótonas
60.
En el recuerdo de los que los han vivido, los días terribles de la peste no aparecen como una gran hoguera interminable y cruenta, sino más bien como un ininterrumpido pisoteo que aplasta todo a su paso
61.
No, la peste no tenía nada que ver con las imágenes arrebatadoras que habían perseguido al doctor Rieux al principio de la epidemia
62.
Y es la objetividad misma lo que le obliga a decir ahora que si el gran sufrimiento de esta época, tanto el más general como el más profundo, era la separación, y si es indispensable en consecuencia dar una nueva descripción de él en este estudio de la peste, no es menos verdadero que este mismo sufrimiento perdía en tales circunstancias mucho de su patetismo
63.
Por ejemplo, los hombres que hasta entonces habían demostrado un interés tan vivo por todas las noticias de la peste dejaron de preocuparse de ella por completo
64.
Estaba al corriente de los menores detalles del sistema de evacuación inmediata que había organizado para los que presentaban súbitamente síntomas de la enfermedad, pero era incapaz de decir la cifra semanal de las víctimas de la peste, ignoraba realmente si ésta avanzaba o retrocedía
65.
Así estaba siempre en continuo estado de agotamiento, sostenido por dos o tres ideas fijas tales como la de prometerse unas vacaciones completas después de la peste, durante una semana por lo menos, y trabajar entonces de modo positivo en lo que tenía entre manos, hasta llegar a "abajo el sombrero"
66.
Bajo el epígrafe "Relaciones de Cottard con la peste" este cuadro ocupa unas cuantas páginas del cuaderno y el cronista cree conveniente dar aquí un resumen
67.
"En resumen, la peste lo ha sepultado bien
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Cottard y Tarrou, que solamente se habían levantado, se quedaron solos ante una imagen de lo que era su vida de aquellos momentos: la peste en el escenario, bajo el aspecto de un histrión desarticulado, y en la sala los restos inútiles del lujo, en forma de abanicos olvidados y encajes desgarrados sobre el rojo de las butacas
69.
Muchos de esos vaticinios se apoyaban en cálculos caprichosos en los que intervenían el milésimo del año, el número de muertos y la suma de los meses pasados bajo el imperio de la peste
70.
Sólo la peste no lo era
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Pero la religión del tiempo de peste no podía ser la religión de todos los días
72.
Tampoco había que imitar a los apestados de Persia, que lanzaban sus harapos sobre los equipos sanitarios cristianos invocando al cielo a voces para que diese la peste a los infieles, que querían combatir el mal enviado por Dios
73.
Según el cronista de la gran peste de Marsella, de los ochenta y un religiosos del convento de la Merced sólo cuatro sobrevivieron a la fiebre, y de esos cuatro tres huyeron
74.
González le había dicho a las dos, en el momento de encontrarse, que aquella era la hora en que antes de la peste se cambiaba de ropa para comenzar el match
75.
"Digamos para simplificar, Rieux, que yo padecía ya de la peste mucho antes de conocer esta actitud y esta epidemia
76.
Notó, al mismo tiempo, que en esta fase de la enfermedad, cuando la peste tomaba cada vez más la forma pulmonar, los enfermos parecían querer, en cierto modo, ayudar al médico
77.
Y así fue; la peste no se detuvo al otro día, pero a las claras se empezó a debilitar más de prisa de lo que razonablemente se hubiera podido esperar
78.
En este aire purificado, la peste, en tres semanas, y mediante sucesivos descensos, pareció agotarse, alineando cadáveres cada día menos numerosos
79.
Era como si a la peste le hubiera llegado la hora de ser acorralada y su debilidad súbita diese fuerza a las armas embotadas que se le habían opuesto
80.
Eran los desafortunados de la peste; los que mataba en plena esperanza
81.
De creer a Tarrou, la peste no le había hecho perder nada de su consideración por este personaje, que le interesaba después de la epidemia como le había interesado antes, y que, desgraciadamente, no pudo seguir interesándole a pesar de su buena intención
82.
Si estaba ofendido, es que creía tener razón y la peste se había portado mal con él, pero si estaba muerto habría que preguntarse, tanto de él como del viejo asmático, si había sido un santo
83.
Las pocas conversaciones a que la convivencia había dado lugar entre ella y Tarrou, las actitudes de la viejecita, su sonrisa, sus observaciones sobre la peste, están registradas escrupulosamente
84.
Tarrou insiste, sobre todo, en el modo de permanecer como borrada de la señora Rieux; en su costumbre de expresarlo todo con frases muy simples; en la predilección particular que demostraba por una ventana que daba sobre la calle tranquila y detrás de la cual se sentaba por las tardes, más bien derecha, con las manos descansando en la falda, y la mirada atenta, hasta que el crepúsculo invadía la habitación, convirtiéndola en una sombra negra entre la luz gris que iba oscureciéndose hasta disolver la silueta inmóvil; en la ligereza con que iba de una habitación a otra; en la bondad de la que nunca había dado pruebas concretas delante de Tarrou, pero cuyo resplandor se podía reconocer en todo lo que hacía o decía; en el hecho, en fin, de que, según él, comprendía todo sin necesidad de reflexionar y de que, con tanto silencio y tanta sombra, podía tolerar ser mirada a cualquier luz, aunque fuese la de la peste
85.
En el pasillo Rieux le dijo a su madre que podría ser el principio de la peste
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Querían enseñar a los recién llegados las señales ostensibles o escondidas de la peste, los vestigios de su historia
87.
Algunos se contentaban con jugar a lo guías, representar el papel del que ha visto muchas cosas, del contemporáneo de la peste, hablando del peligro sin evocar el miedo
88.
Pues esas parejas enajenadas, enlazadas y avaras de palabras afirmaban, en medio del tumulto, con el triunfo y la injusticia de la felicidad, que la peste había terminado y que el terror había cumplido su plazo
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Durante todo el tiempo de la peste, su profesión le ha puesto en el trance de frecuentar a la mayor parte de sus conciudadanos y de recoger las manifestaciones de sus sentimientos
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En general, se ha esforzado en no relatar más que lo que ha visto, en no dar a sus compañeros de peste pensamientos que no estaban obligados a formular, y en utilizar únicamente los textos que el azar o la desgracia pusieron en sus manos
91.
—Dígame, doctor, ¿es cierto que van a levantar un monumento a los muertos de la peste?
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-Pues entonces traerán la peste de la Filosofía -dijo con ira, pero con serenidad el padre-
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Entre muchas otras cosas lamentables, Rupert oyó decir por primera vez a su mujer que siempre había detestado a los perros, le repugnaba ese negocio de criarlos y venderlos y rezaba para que sus malditos pastores policiales se infestaran de peste y se fueran todos a la mierda
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De nada le sirvieron la mesa de tres patas o la capacidad de adivinar el porvenir en las hojas del té, frente a la urgencia de defender a los inquilinos de la peste y el desconcierto, a la tierra de la sequía y el caracol, a las vacas de la fiebre aftosa, a las gallinas del moquillo, a la ropa de la polilla, a sus hijos del abandono y a su esposo de la muerte y de su propia incontenible ira
95.
Entre la peste de las chinchillas y las escapadas de Blanca, el conde pasó varios meses perdiendo su tiempo
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La policía trató de impedirlo, pero era como una peste que se metía por todos lados y por mucho que revisaran los carros y detuvieran a los que portaban bultos sospechosos no lo podían evitar
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El abuelo y su nieta pasearon por los locales donde habitual-mente hacían sus compras, charlaron con los hombres que jugaban mah-Jong sentados en las aceras, fueron al sucucho del yerbatero a re-coger unas medicinas que el zhong-yi había encargado a Shangai, se detuvieron brevemente en un garito de juego para ver las mesas de fan-tan desde la puerta, porque Tao-Chien sentía fascinación por las apuestas, pero las evitaba como la peste
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Este clima de odio no era nuevo y periódicamente se reproducían los incidentes, ya fuere porque se les atribuyeran los orígenes de todas las desgracias, cual fue el brote de peste negra que asoló la península y causó la muerte en 1348 a Alfonso XI, imputándoles el envenenamiento de las aguas, valiendo este pretexto de subterfugio al populacho enfebrecido para asaltar los calis{177} de Barcelona y Valencia, o bien porque se les acusara de atraer la maldición de los destrozos que pudiera desencadenar la naturaleza, como inundaciones o carestía de víveres por cosechas desastrosas, con la subsiguiente hambruna, e inmediata acusación que los tildaba de acaparadores de alimentos y explotadores del pueblo
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En una estancia de la que emanaba una peste indescriptible, bajo unas frazadas, yacía el cuerpo del hombre que había ostentado más poder en la corte de vuestro padre
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–Ya está esa peste con los ojos puestos en el muchacho…