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    Use "reñir" em uma frase

    reñir frases de exemplo

    reí


    reía


    reíamos


    reían


    reías


    reído


    reímos


    reís


    reñir


    riendo


    ríe


    ríen


    ríes


    río


    1. del plan, ambos hicieron mofa abiertamente ante tamaña puerilidad, incluso yo me reí


    2. de endriagos espantables y trémulos, y hasta me reí de la grotescafigura de los devotos, del


    3. sussúplicas, y me reí de su desesperación…


    4. Esto me dijo un día madame de Staël hablando sobre sí misma de ciertos amores suyos muy inconvenientes, y yo me reí porque no lograba entender que tal cosa fuera posible


    5. No le voy a negar que me reí y aplaudí al maestro al que le había salido bien la jugada


    6. Yo me reí, y él dijo:


    7. Reí por lo bajo


    8. Me reí y volví a tumbarme


    9. Pensé en la habitación llena de libros y papeles en la que había trabajado y reí entre dientes


    10. Me reí un poco entre dientes, pensando en Jennifer

    11. —Pues bien, empiezo a creer que tu indicación de que pudiera existir una banda de traficantes de estupefacientes, de lo que yo me reí cuando lo dijiste, no es disparatada, ni mucho menos


    12. Nos abrazamos apretadamente por un tiempo muy largo, susurrando abuelo, Alba, Alba, abuelo, nos besamos y cuando él vio mi mano se echó a llorar y maldecir y a dar bastonazos a los muebles, como lo hacía antes, y yo me reí, porque no estaba tan viejo ni tan acabado como me pareció al principio


    13. —yo recuperé en el suyo mi primer regocijo y me reí con él—


    14. Reí con ella, aliviado en cierto modo al pensar que no íbamos a pasarnos todos y cada uno de los segundos de la tarde evitando mencionarlo


    15. Reí de nuevo, alegre


    16. Yo me reí también, pero la verdad es que no lo recordaba


    17. Esta vez no me reí, sino que entré decididamente en la iglesia


    18. Me reí y estuve a punto de llorar de rabia


    19. Jenara seguía temblando; yo me reí, y ella, arropándose en su mantón, dijo:


    20. Reí, aunque tuviese el corazón encogido

    21. Willi contó un chiste y cuando yo reí cogió mi mano en la suya


    22. Reí a carcajadas


    23. El delirio se apoderó de mí y me reí demasiado para lo que la sensatez dictaba en ese momento


    24. Sacudí la cabeza y me reí suavemente


    25. Cuando finalmente la vi, me di por vencido y me reí


    26. Si alguna vez reí con la risa del rayo creador, al que gruñen­do, pero obediente, sigue el prolongado trueno de la acción: Si alguna vez jugué a los dados con los dioses sobre la divi­na mesa de la tierra, de tal manera que la tierra tembló y se resquebrajó y arrojó resoplando ríos de fuego:


    27. Jack se quedó callado mucho rato y de repente me di cuenta de que estaba temblando, el teléfono temblaba, el mirador de madera temblaba, el viento de pronto era frío, el viento que pasaba por los pilares del mirador, el que erizaba la superficie de esas olas inacabables, cada vez más negras, y después Jack dijo cuánto tiempo, Joanna, me alegra oírte, y yo dije a mí también me alegra oírte, Jack, y entonces dejé de temblar y dejé de mirar hacia abajo, me puse a mirar el horizonte, las luces de los restaurantes de la playa, rojas, azules, amarillas, luces que a primera vista me parecieron tristes pero al mismo tiempo reconfortantes, y después Jack dijo cuándo podré verte, Joannie, y al principio yo no me di cuenta de que me había llamado Joannie, durante algunos segundos floté en el aire como drogada o como si estuviera tejiendo una crisálida a mi alrededor, pero luego sí me di cuenta y me reí y Jack supo de qué me reía sin necesidad de preguntar y sin necesidad de que yo le dijera nada


    28. Me reí en su cara


    29. Tiré hacia atrás la cabeza y me reí


    30. Sin hacer caso de las recomendaciones de los médicos, reí a mandíbula batiente

    31. Me reí y le dije que mantendría los dedos cruzados, que me llamase en cuanto acabara la reunión


    32. Me reí de ellos, alzando mi enorme espada


    33. Lo malo de los zapatos caros, que sólo valen para pisar moquetas, reí para mis adentros


    34. Me reí entre dientes


    35. Entonces yo también me reí


    36. No se lo había contado con la intención de divertirla, pero al final me reí con ella


    37. Me reí un poco


    38. No estarás imitando al personaje de El guardián entre el centeno, ¿verdad? – ¡No! – Me reí


    39. Reí mientras lo seguía hacia el interior de la casa


    40. Su mirada convirtió ese comentario en un piropo y reí

    41. –¿Será lo bastante buena para presentarla en la exposición anual? – pregunté y reí


    42. Me reí, completamente diferente a lo usual, y Sam se echó a reír porque, él lo sabía


    43. Me reí aún más fuerte cuando vi las caras de Eric y Bill


    44. Me reí cuando Elefante me habló de ellos, pero en verdad era distinto al verlos


    45. —Me han gustado; me reí mucho con el de las revistas femeninas


    46. La Reí Zabo se da la vuelta de una sola vez:


    47. Ella estalló en carcajadas; creo que yo también me reí, a la vez que empezaba a masturbarme


    48. confundido, y casi me reí, sólo que el asunto en cuestión era demasiado


    49. » Yo le reí la gracia


    50. ¡Qué tontería! – reí









    1. De lo cual él se reía con una risa que


    2. llegaba a los pies, y si yo me reía por


    3. blanco, reía con los ojos encendidos,


    4. a sus pies, la puerta prohibida se reía y


    5. CuandoJacinta le puso un caramelo dentro de la boca, Juanín se reía de gusto


    6. Tan pegados estaban el uno al otro,que parecía que Jacinta se reía con los labios de su marido, y que estesudaba por los poros de las sienes de su mujer


    7. Fortunata se reía, y para calmarle aquel desasosiego que susestrafalarios pensamientos y aprensiones le causaban, prodigole aquellanoche, hasta que se separaron, los cariños y cuidados de una hijaamantísima con el mejor de los padres


    8. reía a mandíbula batiente sólo con pensar en la venidera conversación


    9. Y don Santiago se reía como unas castañuelas, porque era así


    10. —Pues creo que aprendiste muy bien las lecciones del sargento abuelo, porque la abuela se reía y decía que eras el bandido mejor malhablado que había escuchado, que quien tu hubiera imaginado tan serio y callado aquel día cuando se conocieron

    11. eran rezosde los «fanáticos», y se reía de ellos a la vez que se


    12. La Marquesa se reía y se extasiaba por el ingenio de Kisseler y


    13. Las avispas zumbaban en los espliegos y el sol reía en mi


    14. silenciosa largo rato, hasta que al fin logró dominar suemoción, y riendo, o fingiendo que reía,


    15. reía, y su socio, al parecerignorante de la sobreexcitación que


    16. A veces reía yo,jugaba y


    17. Doña Luz, lejos de ofenderse, se reía de esta comparación poco galante,y seguía viviendo en


    18. ella se reía dela seriedad de él y le calificaba de tonto


    19. se reía como un loco,sobre todo con los chistes de su mujer, que le hacían mucha gracia, ycon


    20. Acisclo que doñaLuz se reía sin duda

    21. fresca, incitantevoz de mujer, que se reía de la mejor gana del mundo


    22. Cuando Zeli entró, Kernok, con la cabeza inclinada hacia atrás, y lapistola aún en la mano, reía del espanto de Melia, que, pálida ytrémula, se había refugiado en un rincón de la cámara


    23. Fadrique se reía de las consecuencias de sudesprendimiento, y no por eso dejaba de


    24. Aún reía el doctor recordando la candidez


    25. Y reía viendo la confusión de Fernando, el cual


    26. persona, se reía deldoctor


    27. El sol reía en elespacio


    28. Mina reía de


    29. el cura, y hasta se reía el señorito Octavio


    30. Verdad que se reía de las preocupaciones

    31. La joven reía sin cesar y sin motivo, como quien se desquita de largoayuno


    32. porque loamaba todo, que se reía malévola de sus adoradores y


    33. Don Andrés se reía con una expresión de perro viejo


    34. Y reía con una expresión de superioridad, considerándose muy por encimade


    35. Y reía con su irónica crueldad, mientras el carruaje corría por una delas avenidas de


    36. curiosidad, en tanto reía á sus anchasel bonachón de don Silvestre, quien al cabo explicó á su amigo lo


    37. enredado de unitinerario y se reía a carcajadas cuando la


    38. gustaba discutir y reía rara vez, pero susonrisa estaba llena de una gracia afable que


    39. disgustaba por ello; divertíale más bien y se reía consus amigos


    40. deleitaba con su conversación, le reía los chistes,le aplaudía las discreciones, y oyéndole hablar,

    41. El corro de mujerucas, mientras tanto, reía


    42. decir frases chistosas y reía con ellas hasta toser ytosía hasta reventar


    43. Leía en este momento los Acarnianos de Aristófanes y me reía viendo de


    44. Elseñor Fermín reía en la viña, repitiendo a los


    45. El se reía de la honradez de los


    46. YRafael reía, encontrando


    47. Fermín reía escuchando a su jefe, lanzado a escape por entre


    48. Salvatierra reía recordando lo que había oído sobre el progreso


    49. Y el señorito reía, gozándose en su asombro


    50. Y Alcaparrón reía como un mono, frotándose las manos al














































    1. Hablábamos y reíamos; pero yo en el fondo iba absorto en mi felicidad,gozando de la


    2. Sus acompañantes reíamos a veces, o dábamos nuestro asentimiento por el regocijo que nos causaba


    3. Ningún pingüino se reía de estas caídas, sólo los que pertenecíamos al género llamado humano nos reíamos de aquello


    4. Luego todos se paseaban recorriendo el edificio, y los guías les informaban sobre los diferentes tipos de locuras que presentaba cada preso o presa, y todos nos reíamos de sus payasadas o hacíamos comentarios


    5. Bueno, estábamos nerviosas, pero también nos reíamos y hablábamos mucho


    1. los artistas que le reían las bromas, de pésimo gusto a mi parecer, elevar esa mezcla de


    2. incluida la tía, se reían mucho con la farsa


    3. Reían y decían tonterías hasta el


    4. Las tres se reían viendo la sorpresa y confusión de Moreno, que era unaexcelente persona, como de cuarenta y cinco años, célibe y riquísimo, deaficiones tan inglesas que se pasaba en Londres la mayor parte del año;alto, delgado y de muy mal color porque estaba muy delicado de salud


    5. Como al principio era su charla frívola y degacetilla, todos se reían y el Pater estaba en sus glorias


    6. misma, mientras hablaban y reían conligera locuacidad sobre


    7. hablaba envoz baja, y se reían y, en fin, otras muchas cosas que


    8. Allí, a la sombra de losahuehuetes, charlaban y reían


    9. Atrajeron mi atención aquellos seres juguetones y enredadores: todos se reían


    10. Todos reían, y la curaadelantaba poco: la operación era difícil

    11. reían, y en surincón reíanse también a su manera, los canarios


    12. El vulgo y la nobleza se nos reían enlas narices


    13. Pepe Güeto y doña Luz se reían de tan inverosímil suposición; pero laverdad era que ellos


    14. Ellas cogían flores, se deleitaban oyendo cantar loscolorines ó reían sin saber de qué


    15. se reían de sus exageraciones yle abocaban con gusto, sin


    16. llorando en las socavas de losárboles, mientras las niñeras reían


    17. Todos reían menos Granate, queaún tenía en el corazón la


    18. Otros, los más gallardos y de buen ver, reían y


    19. Los curiosos ya no reían de la grotesca revolución de los hombres


    20. golosos y sensuales, reían provocativos, y engarzados endos

    21. reían de él y talvez lo matasen el día menos esperado


    22. Las únicas personas queni reían ni tomaban parte en la


    23. Ambos reían con perfecta seguridad de buenos muchachos sin segundaintención


    24. reían cuando los filósofos y retóricos delLacio pretendían doctrinarlos


    25. interceptaban el camino; reían las fuentes discretamentebajo su emparrado de


    26. a toda laciudad; pero eran muchos los que reían con cierto


    27. En el Círculo Caballista, reían los señoritos al


    28. conaquellas mozas serranas que reían las gracias del señorito, y


    29. Reían los amigos del tono bondadoso con que hablaba el


    30. Los señores reían, apresurando el paso

    31. Los curiosos desaparecieron, pero al ocultarse reían,


    32. algunos delos cuales reían


    33. ebrios, y los más intrépidos se reían de lospucheros de los


    34. reían y gritaban dando vivas á laConstitución y á Riego


    35. reían ácarcajadas y se dirigieron apresuradamente á la puerta del caserón,donde los


    36. divisionesrespondiesen a un cálculo anterior, ellos cantaban, reían, se llamabande


    37. Los mozos reían la gracia y parecían dispuestos a apoyarla saludandocon un


    38. Reían, pensandoen que


    39. Los maridos, los abuelos, se reían de buena gana, y cuando


    40. Se oían las voces lejanas de los que llegaban, que reían y marchaban ala guerra

    41. avergonzado en presencia de aquellos juguetesirónicos que se le reían en las barbas, esquivaba


    42. Todos, las baronesas inclusive, se reían de los plebeyos que allá fueraseguían bailando y


    43. reían y saltabancomo escolares en libertad


    44. Reían lasmujeres con maliciosa


    45. admirado el día anterior estospreparativos de muerte, se reían


    46. las señoras reían de esta adoración trémula


    47. Todos recordaban el caso de don Benito Valls, y reían


    48. » Y todos reían,


    49. Ferragut tuvo la seguridad de que losfugitivos se reían de él al


    50. cándidos, reían con el español sin entenderleuna palabra














































    1. Tú te reías de mí, Paula, porque las mujeres bonitas de mis libros mueren antes de la página sesenta


    2. –Bien reías, ¿eh? Tú ríes cuando estás solo, como los locos


    3. Siempre hacía las bromas en voz baja y si te pillaba al lado, te reías, y si no, sospechabas que había dicho algo gracioso pero nunca lo repetía aunque se lo pidieras


    4. –Sí, te reías con la mirada, y él lo sabía


    5. —Antes, no hace mucho, reías y cantabas todo el tiempo


    6. Reías y llorabas a la vez


    1. , ¡yo, que tantas veces me había reído del candor de otrasmujeres en casos parecidos!


    2. En otro tiempo habríanse reído á las barbas del que hubiera


    3. ¿Cuánto no se hubiera reído el mundo de un marido


    4. señor Juan Claudio se hubiera reído de lo lindo al vereste desastre


    5. señoras usaban guantes de sedamorada y ella se había reído


    6. ElProvisor sintió una carcajada de Lucifer dentro del cuerpo; sí, eldiablo se le había reído en las


    7. Durante largos años la ciencia había reído del pulpo


    8. dejadollevar de la charla del poeta y le había reído los chistes


    9. Se hubiera reído, pero no era el momento


    10. ¡Y todas las hermanas se han reído con ganas de ellos!

    11. Seguí a Tracy escaleras abajo, si bien llevaba una sonrisa en los labios al acordarme de que, con Nate, me había reído hasta tal punto que se me saltaban las lágrimas


    12. Era Satipy quien había reído


    13. Todos se habían reído de él entonces


    14. El melodramatismo de la expresión y esta nueva facultad de reírse solo le encantan: jamás se había reído solo: nadie se ríe solo, aunque lo diga, la risa es social, nos reímos con los demás


    15. ¡Todo había empezado en las catacumbas! El viejo sacerdote le había contado la historia, y todos se habían reído durante el banquete: un inmortal que dormía en una profunda tumba de piedra, Ramsés el Maldito, consejero de los faraones del pasado, que dormía en la oscuridad desde los tiempos de sus tatarabuelos


    16. Recordó cuánto había reído con ella


    17. Cualquier general enemigo, ignorante de los acontecimientos del primer sitio y de la inmensa estatura moral de los zaragozanos al ponerse detrás de aquellos montones de tierra, se habría reído de fortificaciones tan despreciables para un buen material de sitio; pero Dios ha dispuesto que alguien escape de vez en cuando a las leyes físicas establecidas por la guerra


    18. Siempre se había reído de lo que él llamaba mi disparatada historia sobre el coronel, pero ahora que a él le sucedía lo mismo se le veía muy asustado y desconcertado


    19. La señora McGregor se había reído y la apuesta se había enriquecido en un dólar


    20. Nos hemos reído juntos de buena gana, creo que con razón, de las locuras del «ocultismo» de nuestra época, que se disfraza con los nombres más diversos —mesmerismo, espiritualismo, materializaciones, teosofías— y de todos los vulgares desvarios de la impostura, la maquinaria de engaños groseros y prestidigitación lamentable, la magia de salón practicada en algunas sórdidas calles de Londres

    21. Sin duda ha leído usted algo sobre los aquelarres de brujas y se ha reído de los cuentos que asustaban a nuestros antepasados: gatos negros, escobas y maldiciones proferidas contra la vaca de una vieja


    22. El corsario ha reído al hablar


    23. Se habían reído de la forastera únicamente por la sorpresa que les había causado la idea de que una mujer adulta llevara la ropa interior de invierno de un muchacho y un cinturón de pubertad


    24. También se llamaba Pat, y Míster Bones recordó que a Alice le había hecho gracia, incluso se había reído un poco cuando oyó los dos nombres juntos, y Dick se la había llevado aparte para decirle que cuidara los modales


    25. El habría sido el primero en recordarme que yo era libre de irme, si no me gustaba lo que decía, y se habría reído de mi temor de que una turba de linchadores nos estuviera esperando con antorchas junto a los aviones


    26. El confesor colocó la cinta roja de la Legión de Honor en el ojal del empleado, que durante la tarde se miró veinte veces en los espejos de la sala, dando muestras de una alegría de la que se hubieran reído gentes que se tienen por superiores, y que estos buenos burgueses encontraban muy natural


    27. Pero él se había reído


    28. Locke se dio cuenta de que Stumpf ya no estaba en condiciones de retractarse por haberse reído, y lo soltó


    29. Se habían reído como de costumbre


    30. «¿Cuántos millones habrá?», le había preguntado a su madre, y ella se había reído

    31. Hannah se había reído con ella, antes de volver a dormirse


    32. Tú has reído después o antes de llorar


    33. Se habían reído con los primeros gritos de Expedito; ahora parecían irritados por ellos


    34. Pero aún se acordaba de una tarde en que Geraldo Barasciutti, que se sentaba a su lado en clase de matemáticas, se había reído cuando Brunetti cometió un error gramatical, mezclando el veneciano con el italiano


    35. Habían reído tanto con Clopper que les dolían los costados


    36. » Y Kit, cuando Port estaba por discutir la cuestión, había intervenido rápidamente: «¡Ah, sí, el señor es escritor, pero es tan modesto!» Se habían reído, llenaron el espacio con la palabra écrivain y formularon sus esperanzas de que encontrara inspiración en el Sáhara


    37. Pensó en la vez que había levantado la mano en clase y llamado «Madre» al maestro y todo el mundo se había reído de él


    38. Se había reído con ganas cuando su padre le explicó el origen del apodo, y desde entonces se había encargado de utilizarlo en todas las ocasiones posibles


    39. Pero ya había sufrido dolor antes y se había reído mientras la golpeaban


    40. ¡Cómo debía de haberse reído Dios de ella!

    41. Lo peor era que Regnus lo habría entendido y se habría reído, si lo hubiese oído de labios del propio Solon


    42. Si Susan no hubiera estado sin aliento a causa del miedo, se habría reído en su cara


    43. –¡Pero estabas loca! Supónte que se hubiera reído de tí y enviado el informe a Janlo


    44. Cuando nos quedamos a solas, Daniel me dijo que me agradecía mucho que no me hubiera reído


    45. Él, que creía conocerse a sí mismo, que conocía la fortaleza de sus raíces morales, se había reído del pronóstico


    46. «Si se hubiera sabido, los hombres se habrían reído de mí, como se rió Ojo de Cuervo cuando se lo eché en cara


    47. El maestre se había reído


    48. Se habría reído, diciendo: «Esos aldeanos tienen la cabeza llena de fantasías y supersticiones


    49. Muy al contrario, se habían reído con las bromas de los blancos


    50. Y luego, llegado el momento final, cuando Rogan suplicaba clemencia con la mirada, Von Osteen se había reído y su risa había quedado ahogada en el estampido del disparo que le reventó el cráneo a Rogan










































    1. Le reímos la ocurrencia en la cara


    2. Marijuán y yo nos reímos, diciéndole que se le quitaran de la cabeza tales cosas, y que si bien lo


    3. nocomprendiendo que los que estamos en el secreto nos reímos de sunecedad


    4. Ambos hicimos una reverencia y luego nos reímos, pues la presentación etiquetera y el confianzudo agregado hacían un contraste bastante cómico


    5. Los dos reímos, pero hay una clara tensión en nuestra risa; es una risa que puede convertirse fácilmente en llanto


    6. El melodramatismo de la expresión y esta nueva facultad de reírse solo le encantan: jamás se había reído solo: nadie se ríe solo, aunque lo diga, la risa es social, nos reímos con los demás


    7. (Y nos reímos mucho, aunque sin malicia: un ejemplo del buen humor juvenil que a partir de esta noche me estará vedado


    8. El agua estaba fría, pero todos reímos y lo pasamos en grande, y la ropa limpia olía bien


    9. Los tres reímos con tanto estruendo y tan poca alegría que asustamos a los guardas de seguridad


    10. No hicimos caso: nos reímos

    11. Ante la muerte, nos reímos


    12. Nos reímos del chiste, pero debemos ver que tiene un germen de verdad


    13. Nos reímos un poco, y las cosas volvieron a la normalidad


    14. Reímos y reímos dentro de la luz


    15. Ambos reímos al tiempo que esbozábamos una mueca de pesar


    16. Incluso nos reímos de algunas cosas que habían ocurrido en el pasado


    17. Nos reímos mucho con este interludio


    18. Ahora no conseguimos imaginar cómo era antes, en tiempos en que los hombres públicos morían escondidos; hoy nos reímos al escuchar que algunas de las reglamentaáones de entonces definían la democracia; para nosotros la democracia sólo empieza el día en que se tiene la seguridad de que en la fecha establecida las telecámaras encuadrarán la agonía de nuestra clase dirigente en su totalidad, y al final del mismo programa (pero muchos de los espectadores apagan en ese momento) la instalación del nuevo personal que permanecerá en el cargo (y en vida) por un período equivalente


    19. Otra de la razones por las que reímos es por esa solemnidad que tratan de imponer al hombre la sociedad, las costumbres y las leyes o incluso la religión


    20. Los dos reímos por aquella historia tan graciosa y después bebimos

    21. Nos reímos y la tensión propia del primer encuentro desapareció


    22. Reímos a carcajadas (carcajadas incomprensibles para mí, lo que para mí


    23. Nos reímos todo el camino hacía la ciudad con la idea de organizar un episodio de Sobreviviendo en Bon Temps


    24. Nos reímos y nos despedimos


    25. Ahora ambos nos reímos mucho al recordarlo


    26. Toda la vida es así, hijo, y así tenemos que dejar que sea, y si no somos asnos, nos reímos, además


    27. Nos reímos y rechazamos semejante título


    28. ¡No sabes lo que nos reímos! ¡Ay, Aldo!


    29. Nos reímos los dos


    30. Reímos y entramos en la taberna

    31. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga


    32. La cuestión es que reímos y siempre se ha dicho que la risa estimula los abdominales


    33. Andy Dufresne y yo nos reímos muchas veces, a lo largo de los años, recordando la gran fuga de Sid Nedeau, y cuando oímos lo de aquel secuestro de avión exigiendo rescate, aquel en el que el tipo se lanzó en paracaídas por la puerta posterior del avión, Andy juró y perjuró que el verdadero nombre de D


    34. Nosotros nos reímos de eso


    35. Me levanta cogiéndome del brazo y los dos reímos


    1. Año tras año, las jóvenes Dos Reís fueron aumentando su pesebre


    2. Las Dos Reís le mostraron el pesebre, elogiaban al dentista:


    3. {124} Alusión a lo que se dice en el Evangelio de Lucas, 6, 25: «¡Ay de los que ahora reís, porque vais a lamentaron y llorar»


    4. –¿Por qué os reís? – dijo el caballero


    1. Ya iban a reñir, cuando este último, en un instantede lucidez les dijo de este modo:


    2. Waldivia podían vivir mejor, siempre tenían los labios húmedos y no paraban de hablar y de reñir


    3. suposición de tener que reñir al marido por suconducta


    4. manifestar que no quieren reñir, sino arreglarpacificamente la cuestión, de que se trata


    5. se me acordó, de reñir a midoncella por la traición cometida de encerrar a don Fernando en mi


    6. Reñir con el huésped por cosa tan baladí, a los


    7. Cuando lo vi reñir


    8. —No entremos en apreciaciones: ¿a qué reñir? Tú puedes


    9. campo a reñir en desafíocontra el más tremendo de los espadachines un señor


    10. Juan de Castilla,quiso reñir con ellos y díjoles bien

    11. No podía, sin embargo, reñir con la población entera


    12. Estuvo a punto de echarlo todo a rodar y ponerse a reñir comouna verdulera, para lo cual tenía dotes especialísimas; pero unpensamiento interesado, un pensamiento de conservación la contuvo


    13. de reñir con todos, con la mujer, con los hijos y con loscriados,


    14. Estaban jugando juntos y riñeron, como suelen reñir los niños


    15. Las galeras de la Liga, aunque lo bastante numerosas para reñir un combate, continuaban inactivas en el puerto de Mesina, dando así ocasión a que los musulmanes se reunieran y eligieran el punto que más les convenía para esperar a sus enemigos


    16. -Pues suelo reñir con los amigos


    17. Por eso no hemos de reñir


    18. Alatriste contó más de treinta: pocos, si la galera llegaba a tiempo, o muchos, si terminaban los tiros de arcabuz y había que reñir al arma blanca


    19. Tiré la rodela y rehíceme como pude, dispuesto a entrarle agachado, buscándole la tripa —era incómodo reñir en aquella cubierta escorada—; pero uno de los caballeros de Malta, que andaba cerca, le hendió media cabeza de un espadazo, sobre las cejas, dejándome a mí sin adversario y al patilludo con los sesos fuera, el alma al infierno y el cuerpo a la mar


    20. A las dos de la tarde, la calle del Príncipe y las entradas al corral eran un hervidero de comerciantes, artesanos, pajes, estudiantes, clérigos, escribanos, soldados, lacayos, escuderos y rufianes que para la ocasión se vestían con capa, espada y puñal, llamándose todos caballeros y dispuestos a reñir por un lugar desde el que asistir a la representación

    21. Durante la interminable lectura del documento que lo convertiría en un prisionero para el resto de su vida, Garion meditó sobre la abierta invitación de Ce'Nedra a reñir, y cuanto más pensaba en ello, más atractiva le parecía la idea


    22. El bufón y Oscar empezaron a reñir, golpearse, y zumbarse de lo lindo, mientras barboteaban insultos del género de: «¡zorra!»; «¡sádico!»; «¡golfo!»; «¡reina de los mares!», etcétera


    23. El general que temblaba y desfallecía ante la perspectiva de las funestas consecuencias que podían resultar para él, perdió los estribos; después de haber suplicado durante media hora y de haberlo confesado todo, es decir, sus deudas y hasta su pasión por la señorita Blanche —estaba completamente loco tomó de pronto un tono amenazador y comenzó a reñir a la abuela


    24. Grace había sido la primera en cortar diciendo que las hermanas no deberían reñir


    25. Pero ¿qué hace a estas horas fuera de la comunidad? ¡La superiora le va a reñir!


    26. Digo alguien que le pueda reñir a usted por llegar tarde


    27. Con los ojos cerrados se dejó acariciar la cabeza por aquellas manos anónimas, se dejó reñir dulcemente, han insultado a mi madre, dijo, hasta que la vieja lo dejó y siguió su camino mascullando roncas contrariedades


    28. Era una excitación incomparable la de tenderse en lo más alto del monte, en lo más escondido, sobre todo pensando en que a lo mejor la buscaban o la iban a reñir


    29. Ninguno de los dos había visto antes un ballenero, pero bajo la tutela del marinero que les había hablado en ruso aprendieron muy pronto cuáles eran los procedimientos que empleaba, y se dieron cuenta con la misma prontituc de que no les convenía reñir con el capitán Noah Pym, de Boston, que, a pesar de su pequeña estatura, era un individuo curtido


    30. Su primo lo vio entrar en el escritorio; la criada Elsie Wood lo oyó reñir con su hermano en esa misma pieza; la puerta estaba cerrada con llave desde dentro; la ventana estaba abierta, y, en el exterior, aparecen en el bosquecillo rastros recientes

    31. (203) Cuando el rey – como había comenzado a decir- cayó enfermo, los Britanos empezaron a reñir entre sí, destruyendo la opulencia del país en detestables luchas intestinas


    32. Me trató con descortesía (¡Cuánto lamenté no haber tenido el chelengk entonces!), pero Hairabedian dijo que en estos momentos no es conveniente reñir con él, debido a que las actuales relaciones entre Turquía y Egipto son muy delicadas


    33. –Supongamos que se limita a reñir a su cachorro sin castigarlo nunca, que le deja seguir soltando porquería por la casa, que de vez en cuando le encierra en un edificio exterior, pero vuelve a dejarle entrar pronto en casa diciéndole tan sólo que no lo haga de nuevo


    34. Vous concevez!, no se me pasaba por las mientes decir a Lovel en el almuerzo, al sentarme delante de aquel musical fantasma: «Amigo, ese cordobán que cubre el arpa de la difunta Cecilia se asemeja a aquella piel que…»; mas confieso que al principio experimentaba la sensación hormigueante de un espectro doliente y suave que rondara por la estancia, presa de un humor endiablado, anhelando reñir y mandar y viendo desoída su voz de ultratumba…, tratando de iluminar los extinguidos destellos de su mirada, de reanimar sus marchitas sonrisas y dándose cuenta de que nadie las admiraba ni las percibía


    35. Empezaron a reñir por los mejores puestos de la Nave, empezaron a sufrir enfermedades que antes no conocían


    36. Gritaban mucho para darse ánimos -iban con ellos no pocos ingleses, tan vociferantes en el reñir como en el beber-; y de ese modo, sin dejar de avanzar, se hilaban en buen orden a doscientos pasos, con sus arcabuceros sueltos tirándonos ya por delante, aún fuera de alcance


    37. Así, poco a poco, iba emparejándose el reñir por aquella parte; y los italianos, ahora rehechos y con renovado coraje en torno a su sargento mayor, batíanse ya con buena raza -que los de esa nación, si tienen ganas y motivos, saben hacerlo muy bien cuando quieren-, echando a los ingleses abajo desde el muro, y dando al traste con el ataque principal


    38. Al menos, pensó con mezquino consuelo, a pie, montado o con música de chacona, se trataba de reñir


    39. Tiré la rodela y rehíceme como pude, dispuesto a entrarle agachado, buscándole la tripa -era incómodo reñir en aquella cubierta escorada-; pero uno de los caballeros de Malta, que andaba cerca, le hendió media cabeza de un espadazo, sobre las cejas, dejándome a mí sin adversario y al patilludo con los sesos fuera, el alma al infierno y el cuerpo a la mar


    40. Richard sacó su emparedado, comentó que estaba muerto de hambre, se retiró a un rincón y se puso a comer con delectación; tenía hambre de verdad, y mientras comía vio cómo se comían los demás los deliciosos emparedados del Harry con salsa especial, sin dejar de reñir

    41. Ello diferencia el pueblo del Nilode los griegos, quienes no dudaban en reñir con los dioses a causa de su destino


    42. Ir a reñir en desafío


    43. Reñir, disputar o enemistarse


    44. Venir sin ánimo de reñir, cuando se temía lo contrario


    45. *ringella, de ringere, reñir)


    46. —Supongamos que se limita a reñir a su cachorro sin castigarlo nunca, que le deja seguir soltando porquería por la casa, que de vez en cuando le encierra en un edificio exterior, pero vuelve a dejarle entrar pronto en casa diciéndole tan sólo que no lo haga de nuevo


    47. Los vínculos de sangre o matrimoniales son una frecuente causa de guerra entre príncipes, y cuanto más próximo es el parentesco, más firme es la disposición para reñir


    48. He visto por ejemplo levantar edificios hermosos, de soberbia armonía de líneas, y he visto y oído a los albañiles blasfemar, perderse, machacarse un dedo, reñir durante el almuerzo, defecar en cuclillas, cantar coplas obscenas


    1. Hechizado por mi diplomacia, antebrazos y riendo con gusto levantar peso y guíame en presencia de la Embajadora


    2. estar riendo, aunque si lo hubieran


    3. Ella seguía caminando, seguía riendo, se quitó la blusa que dejó flotar en


    4. Riendo y separándose un poco de Antonio, quepermanece en la misma postura


    5. Luego echaba a correr, riendo y hablando en una jerga que quería ser muyculta y ciudadana; y se iba a preparar a la niña Ana, lo cual hacía muybien, unos tamales de dulce de coco y un chocolatillo claro, que era loque con más gusto tomaba, por lo limpio y lo nuevo, nuestra lindaenferma


    6. —¿Eh, Ben Zayb, no es tonto el que lo ideó?preguntaba riendo el P


    7. —¡Como se vé que eres nuevo en el oficio! repusoMautang riendo compasivo; ¿cómo tratábais, pues,á los presos en la guerra?


    8. —¡Parece que se está riendo!


    9. —¿Estaban buenos los camarones? —preguntó riendo el abuelo


    10. de lanzarse riendo en medio de la sala, bajo la mirada detodos,

    11. su edad a la madre; suscompañeras la llamaban riendo y en


    12. riendo, a todos los miré riendo


    13. ¿No es eso?—concluí riendo


    14. silenciosa largo rato, hasta que al fin logró dominar suemoción, y riendo, o fingiendo que reía,


    15. Lascaris el primer libroimpreso, burláronse riendo de la estúpida invención, y dijeron: «Entrelos


    16. —Pero, ¡mi Dios!—exclama riendo el recién llegado—, que ya le será austé bien difícil olvidar y


    17. —¡Ah!—dijo riendo a carcajadas—


    18. —¿Y dónde encontrar el aparato?—gritaron todos riendo


    19. presa de manera que tuvo necesidad deapretarse las ijadas con los puños, por no reventar riendo


    20. —Y yo—dijo riendo Bettina, mientras Paulina corría en busca del vasode

    21. —No lo creo—respondió Juan, riendo


    22. Y el escudero salió de la tienda, riendo con un ojo yllorando con otro


    23. —Bien, entonces me lo dirás por escrito—dijo él riendo


    24. —No sólo es por eso—dijo él riendo y atrayéndola hacia sí


    25. —Besa ese guante—dijo la niña riendo y tirándole uno que


    26. Y se alejó riendo, con paso perezoso, hacia la casa, que estaba


    27. Andrés le explicó, riendo, esta contradicción


    28. Cuando se volvió hacia Rosa, la encontró riendo por el terror


    29. Y riendo se despidió del capitán, para subir en eltranvía


    30. guantesoscuros? Le prohibió, riendo, que se los pusieramás

    31. Juan hacía sonar riendo una bolsa de dinero


    32. Juan menea la cabeza riendo y se mete en la cama; pero no


    33. incansable, riendo de este ejercicio pueril con lasuperioridad de una amazona acostumbrada á


    34. Los soldados protestaron, riendo


    35. bebieron, riendo á carcajadas de las palabras y losgestos de la alegre vieja


    36. —Ya ves que no hay por qué tenerla miedo—dijo riendo y secando la manocon el


    37. El semblante de Laura se serenó, y medio riendo repuso:


    38. Su alteza el Conde de Turín, que volvía de los ejercicios, pasó acaballo riendo con


    39. ? dijo riendo el vigilante


    40. —Es posible, dijo el fiscal riendo; pero no olvide usted que,moralmente, los jueces no deben comer en la misma mesa que losprocesados

    41. Hablaba riendo, como si quisiera cegar con el brillo de su dentadura atodos los


    42. Una hora después atravesaban la brecha, cogidos del brazo, riendo deaquella


    43. la calle; riendo ante losdisparates de las solemnes calvas, como ríe en los teatros el


    44. Adiestrada luego por él en la pronunciación, casi me obligaba a decir yyo decía riendo:


    45. Flora y Demetria tomaron riendo los cucuruchos que les ofrecía elcapitán y le


    46. contempla con expresión irónica y dice riendo:


    47. y se alejaron riendo, mientras ellas, sacudidas por unaviolenta cólera, agarraban del


    48. Y riendo de la gracia y


    49. —¿Dónde están los pollos de Entralgo y de Villoria?—profería riendo


    50. ropa manchada por el polvo y el sudor, riendo y cantandosiempre, esparcían por el














































    1. se ríe, y explica lo bien que le va y


    2. ríe el hijo y ríe el padre


    3. - Cuando un hijo pide dinero al padre, ríe el hijo y ríe el padre


    4. Fortunatamira todo esto y se ríe


    5. parisiense que ríe y se divierte sin cesar, ytodo ese equilibrio


    6. ver; pero élse ríe de todos y cumple con su obligación


    7. todoel mundo se ríe de estas cosas cuando las ve escritas; pero


    8. Y todo esto ríe y canta con alegría


    9. alegremente por el espacio; ála orilla del agua, que ríe y centellea, se abren las flores amarillasde los


    10. —Usted es un guasón que se ríe de la vida

    11. La joven ríe, hace señas, se empina; quiere seguirlo con los


    12. Luego ríe ante lo absurdo de laproposición


    13. La gente ríe y palmotea, y la muchacha, mientras tanto, se aprovecha deesta situación para


    14. aquello de que se ríe


    15. que el espírituenorme de la colectividad se retuerce y ríe ó ruge,


    16. ríe un poco de los chorros y demás espantajos de las


    17. la calle; riendo ante losdisparates de las solemnes calvas, como ríe en los teatros el


    18. alguien! ¡Ytodavía se ríe! No quiero


    19. público se la ríe


    20. nietecillos, los consiente, los mima y les ríe todaslas gracias, hasta las más pesadas y olorosas

    21. observa el mundo con una mueca perpetua, se ríe de los poetasgemebundos y


    22. —¿Se ríe usted de lo que digo, Juan Claudio?


    23. Todo lo que dice allí el Magistral se ríe; es un chiste


    24. marido no ve nada; yella se ríe de ellos y se divierte en hacerlos sufrir… Yo creo queningún hombre de los que vienen á la casa le gusta


    25. parece el tema? ¿Se ríe usted?


    26. La servidumbre se ríe a hurtadillas cuando mandolevantar los


    27. comprende los anhelosde la juventud y ríe bondadosamente


    28. lista, bien lo nota y se ríe de ellos; si nolos despide de una vez es porque a todas las


    29. 18:14: Celeste, que en esos momentos (gracias al GHB) piensa que es la ganadora de Mira quien baila se ríe como las locas, se acaricia las tetas y no deja de aplaudir mientras hace un paso de tango


    30. Ya veremos qué pasa esta noche en casa de Talleyrand; el ex obispo de Autun es un experto en agasajos, también en sutilezas, y siempre ríe mejor quien ríe el último, querida

    31. La plaza está repleta y bullidora y la gente habla a voces y gesticula y se ríe, se ve que está contenta


    32. Conoces el proverbio de Morbihan: "Cuando el cormorán abandona el mar, la Muerte ríe en el bosque y los hombres prudentes construyen embarcaciones


    33. Buzz ríe para sus adentros


    34. Permitió por tanto que la anarquía continuase reinando en el campamento, que todo se hiciera tarde y mal, y que la procesión avanzara con la parsimonia de un caracol desorientado, mientras hacía oídos sordos a los maliciosos comentarios de quienes ya no se recataban a la hora de insinuar que se harían viejos en el camino, aceptando plenamente el conocido aforismo de que quien ríe el último, ríe mejor


    35. y se ríe


    36. ) Pues yo le juro que de mí no se ríe


    37. Porque quisiera tener el honor de I ríe un apretón de manos


    38. Sacude la cabeza y se ríe, frunciendo los labios en un silbido mudo


    39. Tim se ríe y le contesta algo


    40. Una de las chicas le quita el autógrafo a Spaz y lo mira y se ríe, enterrando la cabeza entre las manos y volviendo a patear el suelo

    41. » La broma es divertida, y Betty ríe


    42. Pero al hablar con él observé que en uno de los dientes llevaba una corona de oro y que, por cierto, sólo la enseña cuando se ríe


    43. Desde que le han puesto las dos muelas de oro siempre se ríe


    44. Se ríe y dice:


    45. Jerry Bjorklund se ríe un montón


    46. El melodramatismo de la expresión y esta nueva facultad de reírse solo le encantan: jamás se había reído solo: nadie se ríe solo, aunque lo diga, la risa es social, nos reímos con los demás


    47. Y también se ríe ahora con la satisfacción de quien logra un logro


    48. Se ríe porque se siente contento de haber comprobado una vez más que su nuera está en el bote, la tonta del bote


    49. Mi amigo, que ha vuelto a sacar su gruesa cartera, se ríe ruidosamente de algún chiste que le han contado sus compañeros mientras aguarda en la cola delante de mí


    50. Nadie le puede ver; pero él se ríe de todos y cumple con su obligación













































    1. —Allí está el novio, ese joven delgado, moreno,de andar lento que las sigue y que saluda con aire protector álos tres amigos que se ríen de él


    2. asistentes, y se ríen cuando sacan del fondo del arcael chupetín de raso de sus abuelos, la faja de


    3. Cayé observó un ratoriéndose, como se ríen siempre los peones cuando están juntos, seacual fuere el


    4. Los oficiales ríen y empujan el columpiopara que se


    5. molino se ven las caras de los molineros que ríen a carcajadas,


    6. beben la existencia á grandes tragos, ríen, copean,cantan y besan con el entusiasmo exasperado


    7. laserenata, mientras en la orquesta los violines ríen a mezza


    8. Todos se ríen del tal frontispicio,


    9. Los unitarios se le ríen en las barbas; se complotan{171} y sepasan la


    10. alguna gracia?No, señor; se ríen de que han comido, y la parte física del

    11. ríen más y sealegran


    12. a su servicio los fusilesque pagamos todos, se ríen de las


    13. fuman, ríen, alborotan, interrumpen larepresentación, por ser todo esto de muy buen tono y fiel


    14. reyes del cotillón, uno de esos reyesdel petróleo de los que se ríen en Francia, pero


    15. (Los barones del conde ríen


    16. ¡Y esta es la decantadasabiduría de los hombres de Europa que se ríen de


    17. Ríen y gritan:


    18. Las dos se ríen


    19. Todo el mundo se ha lanzado a las calles, la gente se abraza, todos ríen y lloran a la vez


    20. Investigaciones Hernando se rió como se ríen los tipos duros cuando se permiten, pese a todos los esfuerzos de las chicas como yo, ablandarse un poco

    21. —Sin embargo, Lu y Aengus no ríen


    22. las chicas se ríen de mí cuando voy por la calle


    23. Y también se echó a reír, pero como ríen los ingleses, de dientes a fuera


    24. Uno de los maricas le susurra algo a otro y los dos miran a Tim y se ríen


    25. Los punkies se ríen histéricamente


    26. Vuelve a la mesa donde se ríen los punkies, ahora con más fuerza


    27. La chica observa esa expresión, se fija en el asentimiento de cabeza, en la sonrisa, y sonríe a su vez de un modo inocente y asiente con la cabeza y todos se ríen


    28. ¡Lo que se ríen mis amigos cuando les cuento las cosas que dices!


    29. Los dos se ríen


    30. –Todo el mundo lo sabe, se ríen de usted

    31. —Encuentro estúpidas a las chicas que siempre se ríen y se dejan caer enseguida al suelo cuando juegan a la pelota


    32. En esto se han convertido los sueños y el fervor de una nación: en un gran mausoleo polvoriento donde las muchachas se ríen y con razón


    33. En esto te admiro, y quisiera imitarte, porque yo sé muy bien que en las inclinaciones que hasta ahora se te han conocido, has jugado con el amor, tomándolo como un pasatiempo divertido, que entretiene a uno mismo y hace rabiar a los demás; pero hasta ahora, y Dios te libre de ello, no conoces el amor que ocasiona las mortificaciones propias, mientras los demás se ríen a costa nuestra


    34. ¿Con que dices que se ríen de mí?


    35. Así los pueblos se ríen de nosotros


    36. ¡Cuando el céfiro sopla sobre la colina, las naranjas se mecen en sus ramas, y ríen con gracia entre el zumbido de sus flores y sus hojas!


    37. Y decían admiradores de Teresa que se había esmerado en la dentadura, haciéndola tan bella y nítida como la de los ángeles, que ni ríen ni comen


    38. ¡Batallones que se echan a la calle, guarniciones que se pronuncian! ¡Sueños locos de paisanos ociosos, que gobiernan el mundo en las mesas de un café o la redacción de periódicos bullangueros! Todos esos que se levantan, lo que hacen es acostarse, y entre sábanas se ríen de los conspiradores de alfeñique


    39. Los derribaré mientras ríen; eso es lo que voy a hacer


    40. Consideran la adquisición de bienes materiales como su única existencia y se ríen de la necesidad de averiguar su propósito o su fuente

    41. —Se ríen de mí, ¿verdad? Me refiero a Anheg, Rhodar y los demás


    42. Los gentiles se ríen de estos odios que muchas veces les capacitan para cumplir sus rencorosos fines, bajo el disfraz de sincera amistad


    43. Los dos ríen a carcajada limpia


    44. —Todos se ríen de lo mismo, del tío que se ha tirado un pedo


    45. Ríen y bromean


    46. Por fin uno de ellos toma el pestillo, pero no lo empuja hacia abajo, pues todavía tienen algo que contarse, se escuchan el uno al otro y ríen


    47. Las dos mujeres se miran y ríen, lo que significa: Qué tiempos aquéllos, y prestan atención a la anciana, que revuelve el bolso en busca de cambio


    48. Se ríen los tres y Jabavu se ríe con ellos


    49. Pero al oír su propia lengua sabe que la gente señala sus pantalones rotos y su fardo, y se ríen y dicen: «Mira, un muchacho recién llegado de la aldea»


    50. En ese momento todos se ríen mucho, incluso el señor Mizi













































    1. Veo que te ríes


    2. -Te ríes -dijo Máiquez deteniéndose ante ella-


    3. ¿Te ríes? Pues no falta quien lo asegura así


    4. –Ahora seguro que te ríes, pero cuando era joven se me daba muy bien bailar -apuntó Louisa mientras dejaba un bollo untado con mermelada y un vaso de leche en la mesa para Lou


    5. –Bien reías, ¿eh? Tú ríes cuando estás solo, como los locos


    6. El Senado está por encima de todos y tú te ríes de sus decisiones y las manipulas a tu antojo


    7. —¿De qué te ríes? —le había preguntado en más de una ocasión la mulata


    8. Y si te ríes de lo que acabo de decir, te atizo


    9. Pero, añadió también, eso es por ventura para desahogar los reprimidos sentimientos que comúnmente les oprimen pues más de una vez he observado que dime con quién ríes y te diré quién eres


    10. —¡De qué te ríes! —le dijo Kang bruscamente—

    11. ¿Te ríes?… ¿Te ríes con desprecio? ¿Te has convertido en un artista y se han refinado en tu alma todos estos instintos bajos y brutales?… ¿Crees que nunca has matado a ningún ser vivo? No estés tan seguro -sentencia con severidad y ecuanimidad-


    12. ¿No se te ocurre nada más interesante? ¿Es que las criadas no te piden que las diviertas con tus reflexiones de olor a ajo?… ¡Espera, Balbi, ya lo sé! ¡Las criadas! ¡Qué idea más divina! ¡Llama a la pequeña Teresa enseguida! Que me traigan faldas y blusas, unas medias blancas, que me traigan algodones de Viena para el maquillaje y un falso lunar, que me traigan pañuelos para la cabeza y una máscara de seda blanca… ¿Por qué me miras así? ¡Claro, esta noche me vestiré de mujer! ¿Por qué te ríes como un idiota? Es un disfraz perfecto; necesitaré también un abanico, rellenaré un sostén con las plumas de la almohada, según la costumbre de las napolitanas


    1. Un árbol de pobre ramaje hace más tristeaquel apartado rincón del mundo, y a lo lejos un río tranquilo sedesliza por la llanura del valle, donde, al modo de las antiguas tablasde devoción, se representan en pequeñas composiciones aisladas episodiosde la vida del primer ermitaño; el demonio, que viene a tentarle, sumuerte, y los leones que mansamente le cavan la fosa con sus garras


    2. Río: Traerlo a uno hasta aquí el ~: Para expresar el momento en el cual uno abandona una actividad, generalmente sin ser concluida, por conveniencias propias


    3. pero no hay tío pásame el río, porque sólo eres un paquete sucio, mal atado, olvidado en el


    4. brisa de río, con sus ensoñaciones febriles envueltas en el aliento denso de los naranjales, que


    5. un río cuyas aguas vuelven, poco a poco, a su cauce, recuperando su serenidad y su


    6. poblaciones que estaban en la cuenca del río


    7. Eran las seis y cuarto cuando alcanzábamos nuestra posición en la orilla del río


    8. mediante cargas de dinamita, una parte del caudal del río hacia el mar


    9. la decisión que se imponía, a saber, colocar tres cargas explosivas, una en la orilla del río, otra


    10. precipitación caído sobre ella misma; por el contrario, de haberse desbordado el río, dado el

    11. La cólera fue un río desbordado


    12. bajó la bragueta y los pantalones, y Fernando se río:


    13. perderse, de zambullirse en el río de la vida y dejarse arrastrar


    14. en las aguas del río y éste la deshacía en espumarajos


    15. los cabellos de una reina, y el forzoso peregrinaje aguas arriba del río de las espadas


    16. Las acciones de Nóbita, Ceja Alta, Río Chitagá, Cachiri, Cuchilla del Tambo y La Plata, fueron todas desfavorables a los patriotas


    17. Siguiendo la ruta que le señalara la “amable loca”, y sin más compañía que su sirviente José María con el que ocasionalmente se encontró en el camino, llegó Bolívar al puente del Carmen sobre el río San Agustín, bajo el cual se refugió


    18. El joven replicóque cuando el río suena, agua lleva, y que cuando todo el mundo seempeña en admirar no sólo la singular belleza y la inspiración artísticade una persona, sino también su claro ingenio y su brillanteilustración, era necesario bajar la cabeza


    19. La poca que sacaban del río llevaba las porquerías de las carnes deshechas por los derrumbes


    20. Re vo lu ción, se ha bría da do en un pe río do muy cor to, en tre

    21. Echose mi hombre a la calle, y tiró por la de Mira el Río baja, cuyacuesta es tan empinada que se necesita hacer algo de volatines para noir rodando de cabeza por aquellos pedernales


    22. Pero la sombra, más ágil aun, ya había montadosobre la balaustrada de ladrillo y antes que pudiesen traer una luz seprecipitaba al río, dejando oir unruido quebrado al caer en el agua


    23. Lo que yo he dicho esque de las cubas que me lleva el río, una va llena


    24. Todo el que ha surcado el Guadalquivir, ha paradosu atención en los pueblecitos, que como vanguardia dela noble ciudad de Sevilla, se le presentan, si baja, á laderecha, si sube, á la izquierda del río


    25. Pedro fijó una mirada estúpida en la corriente del río


    26. Se Extendía Desde El Río Arnón En El Sur Hasta


    27. O Río O Junto Al Agua / Al Lado Del Agua), Ulacia


    28. Nació en Río de Janeiro en 1942


    29. Para el poder judicial, exigimos al gobernador de Río de Janeiro, en el Supremo


    30. A Una Zona Al Este Del Jordán Y Se Extendía Desde El Río Arnón En El Sur Hasta

    31. De "Descender A Las Aguas Del Río"


    32. Todo Consiste En Entrar A Las Agua Del Río, Como Signo O Indicio De La Ida Del


    33. —Los mejores de Nicaragua, los que comimos eran de los que crecen a orillas del río Istán, ¡esos son insuperables!


    34. La relación del viaje de Jaime Rasquín al Río de la Plata[75]


    35. V, 427) Ulises cumple la prima superación de su odio y de su orgullo herido a través de la plegaria que dirige al dios río y éste lo acoge salvándolo de una muerte segura


    36. El río acoge su plegaria y Ulises encuentra un punto de arribo


    37. Afortunadamente, entre una y otra sacudida, las corrientes marinas lo arrastran hacia otra parte de la isla y es aquí que se le aparece la desembocadura de un río


    38. río de élpara mi fuero interno cuando le tengo en mi presencia, y


    39. proporción que se acercaban ala Plaza; el poblado dividido por el río, y a orillas de éste


    40. A los ecos del sagrado bronce contestan el río, la selva, los huertos ylas aves

    41. rumores de la naturaleza adormecida, las vocesdel río y el canto de los pájaros, me puse a


    42. De tarde en tarde, después del despacho, salíamos de paseo, a lo largodel río, hacia los


    43. Por el balcón, abierto de par en par, llegaban hasta mí, en alas de labrisa, los rumores del río,


    44. dominar mejor el agitado río de cabezas que encorriente interminable atravesaba la plazuela, y


    45. se les veía por el pretil del río, camino deMonte-Olivete, los dos jóvenes delante, hablando


    46. En el cauce del río, las charcas y riachuelos,reflejando en su fondo el rojo horizonte, brillaban


    47. el Tajo, viéndose los franceses atacados por un lado y otro, por fuerza tendrán que caer al río,


    48. de Carmona, Lora del Río y otros pueblos figuran en la cuenta con cifras parecidas


    49. Antes de decidirse a pasar el río, nuestro General mandó una pequeña fuerza en reconocimiento


    50. sobre la caldeada tierra a orillas del río, cuyas frescas emanaciones buscábamos con anhelo,














































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    reñir in English

    laugh

    Sinônimos para "reñir"

    reírse celebrar gozar desternillarse