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    Utiliser "distinguir" dans une phrase

    distinguir exemples de phrases

    distingo


    distingue


    distinguen


    distingues


    distinguido


    distinguiendo


    distinguimos


    distinguir


    distinguí


    distinguía


    distinguíamos


    distinguían


    distinguís


    1. Distingo, dixo el abate: enlas provincias las llevan á


    2. De vez en cuando distingo porencima de unas


    3. Así, pues, agradecí en mi fuero interno el distingo de que me hacíahonor el joven patricio


    4. En la entrada distingo todavía algunas sinuosidadesdel fondo; piedras blancas, un


    5. contorno de las montañas que distingo álo lejos en el horizonte


    6. »En el momento en que abro la puerta de la sala, distingo en


    7. un medio muy sencillo deformular el distingo que usted busca


    8. Hay veces que distingo


    9. Mucho antes de llegar distingo el humo, que se eleva como un tornado en el desierto


    10. Según Casanueva, esa criminalización de la CCB se debía a: «Asumir en nuestra organización a todos aquellos movimientos, grupos o partidos que estén luchando en sus pueblos, bajo los mismos objetivos de liberación, de bienestar del pueblo, unidad continental y de culminar con la obra de nuestros libertadores por la segunda Independencia, sin distingo ni sin exclusiones de nadie, excepto a los fascistas

    11. Asiento, me doy la vuelta y salgo por la puerta lateral justo en el momento en que Todd entra, casi rozándome, tan cerca que distingo el destello del anillo en su dedo


    12. –Después de cuatro años en la universidad distingo una borrachera de un colocón


    13. —No distingo unos estirios de otros, pero los que había allí llevaban espadas y lanzas


    14. ¿O es que la caridad es una para el caballero de levita, y otra para el pobre desnudo? Yo no lo entiendo así, yo no distingo


    15. "Pero si yo mismo distingo entre "se" y "yo", cómo me puedo quejar entonces de los otros


    16. Entonces tan sólo esforzándome distingo por momentos el soplo de un sonido que más parezco adivinar que percibir


    17. Sí, distingo los detalles con más facilidad ahora que me los has explicado; pero ¿qué quieres decir con copiarlo, Zaa?»


    18. Ahora lo distingo todo


    19. Trabajé muchos años en los establos del viejo Ser Willum, así que los distingo


    20. No distingo un rioja de un cariñena

    21. ¡Santo Cielo! allá distingo una por el través


    22. » -Tras una pausa añadió-: En este caso, yo distingo la diferencia


    23. Estoy a punto de explicarle por qué no se debe confiar en los géminis mientras él se ríe y confiesa que no cree en los signos zodiacales, cuando veo que la puerta se abre, aunque casi no distingo a través del cristal esmerilado a la persona que está dejando su abrigo en el guardarropa


    24. —No distingo bien la cara —comentó Mae—


    25. Si quieres que te sea sincero, no los distingo muy bien


    26. La mayoría están boca abajo y apenas distingo los pies de la Muerte y un trozo de una serpiente que pertenece a no sé qué carta


    27. Pruebo con la primera hoja de la papelería adornada y la muevo en diferentes direcciones, y distingo unas marcas profundas y visibles: la fecha del 27 de junio y el saludo «Querida hija»


    28. Tampoco yo distingo nada


    29. Al pasar por delante de las ventanas, distingo algunos aparatos de invención reciente, muy perfeccionados


    30. Sin gran trabajo los distingo entre las aguas

    31. Al fin distingo los navíos señalados


    32. Los distingo perfectamente


    33. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga


    34. Desde donde estoy, a los pies de la cama, distingo sus piernas separadas, tan separadas que casi cruzan la cama de lado a lado en ondulaciones de músculo tenso


    35. Las distingo incluso con esta luz


    1. El Greco, era un coloristaextraordinario, se complacía en contrastes tan enérgicos que parecenllegar hasta la disonancia; encontraba armonías tan delicadas que hacenposibles los efectos más opuestos; hay en él, tintas agrias atenuadascon pasmoso gusto y se distingue principalmente por un particular empleodel blanco ya puro y violento, ya amortiguado en matices grises que loenlazan, funden y dulcifican todo


    2. Añade luego que esto nada tiene de extraño, porque los tiemposy los gustos han cambiado; porque sus antepasados hicieron también lomismo; porque no puede negarse que la comedia ha ganado en invención,ingenio, gracia y hábil disposición de sus partes, y que la moderna espreferible á la antigua por su intriga más complicada y su desenlace(arte, que desconocen los extranjeros); porque algo ha de perdonárselepor el inapreciable solaz, que ofrece, y sus divertidos chistes; porquese distingue por sus hechos históricos, y porque excede en la exposiciónideal de la vida, y excita la admiración por sus amorosos afectos


    3. Y que su ingenio era esencialmente dramático, se revela en eldesarrollo de la acción, que, corriendo por estrecho cauce, se ve librede episodios, que retarden su curso, y en las pinceladas enérgicas, conque distingue á los caracteres


    4. 381 dice: que si en las comedias de su tiempo hay sucesostrágicos, esto depende de que el poeta no distingue con claridad á latragedia de la comedia


    5. Sólo mi educación que distingue de los demás, esposo de acciones luego habría podido arrepentirse


    6. No lees más sobre su historia, pero es muy interesante motivo arquitectónico que distingue a sus ciudades: construyeron sus casas en lugar de las palancas fundamentales de la mar, y su gobierno iba a ser, sin duda, centralizado y caracterizado por una administración complicada único


    7. Esping-Andersen distingue a los regímenes según el criterio principal de elegibilidad para el acceso a la asignación autorizada de los recursos


    8. La tipología distingue entre grandes propietarios, trabajadores profesionalizados, trabajadores no precarizados, pequeños propietarios y trabajadores vulnerables


    9. Hay quien por el contrario quiere convertirse en una persona,y se distingue y se diferencia de la masa y logra romper con la ley de la acción-reacción, para elevarse a la dimensiónespiritualde quien trasciende lasreaccionespara vivir según valores, según virtudes y según ideales y proyectos por realizar


    10. distingue el pálidoverdor de los olivos y el verde intenso de lasencinas,

    11. El hombre se distingue de los brutosanimales por la razon con que le ha dotado el


    12. distingue el azul de las venas y el rojode la sangre cuando el


    13. que distingue á los fuertes de voluntad, avanzahacia el grupo:


    14. Plural) pero tambien con las del singular; y en esto se distingue de las conjugaciones nuestras, y


    15. no porque se distingue de la terminacion del nominativo, sino porque en el sintaxis en cosas que


    16. barrio, porque ésta es muy deantiguo la señal que distingue las habitaciones


    17. afición a mentir, que los distingue de las demás publicaciones desdelos tiempos más


    18. solo prescinde de la existencia de las cosas sinotambien de la esencia, pues no se refiere á solas las existentes sinotambien á las posibles; y entre estas no distingue especies, sino quelas abraza todas en su mayor generalidad


    19. inmediata; por la cual se distingue delde la conciencia y del sentido comun


    20. Si despojo á los cuerpos de la extension, y lesdejo solo la naturaleza de un ser, causa de las impresiones que recibo,entonces este ser no se distingue para mí, de un espíritu que meprodujese los mismos efectos

    21. sujeto afectado distingue entre su afeccion yel {69}objeto que la causa


    22. La esencia no se distingue de la existencia; y nó


    23. ] La esencia no se distingue de la existencia, ni aun en los seresfinitos


    24. general ninguna duracion se distingue de las cosas que duran(Lib


    25. lailustración que tanto realza y distingue a nuestra próspera y culta


    26. —Pues en lo que les distingue todo el mundo


    27. distingue lasierra, y a la margen opuesta del río los cementerios


    28. les distingue de los del eléboro blanco


    29. distingue a las señoritas que, con un pie en laaristocracia por sus relaciones y otro en la clase


    30. distingue por la seriedad ycircunspección con que se

    31. El canton de Soleure, católico en su mayor parte, se distingue tambien con sus fábricas de gas, de algodon, tabaco, y papeles pintados


    32. También ellos, como los partidarios de la elección, deben decidir qué distingue a un ser humano de otros animales y en qué momento de la gestación emergen esas cualidades específicamente humanas, sean cuales fueren


    33. La psicóloga experimental Dorothy Tennos distingue las siguientes etapas


    34. Una dehesa se distingue de un corral en muchas cosas, por ejemplo en el temple de las bestias que cobijan, que puede ser bravo o manso


    35. A continuación los dos hombres pasan casi una hora encerrados allí, discutiendo, pero Bonell y Abad (y los oficiales y guardias civiles que contemplan junto a ellos la escena desde el patio) sólo pueden intentar deducir sus palabras de sus gestos, como si estuvieran asistiendo a una película muda: nadie distingue claramente la expresión de sus caras pero todos los ven hablar, primero con naturalidad y más tarde con énfasis, todos los ven acalorarse y manotear, todos los ven pasear arriba y abajo, en determinado momento algunos creen ver a Armada sacando de su guerrera unas gafas de leer y más tarde otros creen verle descolgando un teléfono y hablando por él durante unos minutos antes de entregárselo a Tejero, que habla también por el aparato y luego se lo devuelve a Armada, por lo menos un guardia civil recuerda que hacia el final vio a los dos hombres inmóviles, de pie y en silencio, apenas separados por unos metros, mirando a través de las ventanas como si de repente hubieran advertido que estaban siendo observados aunque en realidad con la mirada vuelta hacia dentro, sin ver nada excepto su propia furia y su propia perplejidad, como dos peces boqueando en el interior de una pecera sin agua


    36. Las imágenes que nos envía el satélite indican que no se distingue un solo lugar habitado por lo menos en doce o quince millas a la redonda


    37. Sus ideas vagas e incomprensibles empezaban a reflejarse en ese espejo maravilloso cuya lucidez distingue al hombre del animal


    38. El modo de conocer las dimensiones de una embarcación de la que sólo se ve la arboladura, es muy simple: si desde la cubierta se percibe la totalidad de los papahigos y observado de la cofa se distingue el puente, quiere decir que los dos barcos son del mismo tamaño; si el puente es invisible, es debido a que tiene una arboladura más alta y, por tanto, su volumen es mayor; si además del puente se le ve la línea de flotación, esto es, la entera silueta, es señal de que es más pequeño


    39. Ahora distingue algo parecido a ¡estamos aquí! Continúa descendiendo


    40. Aunque carezco de la perspicacia que distingue al señor D

    41. PARA LOS MILES de lectores que gustan del tercer cuento, éste se distingue, principalmente, porque en él aparecen los perros por vez primera


    42. En la habitación que fue de mis padres hay un paisaje de peñascos y farallones en el que no se distingue el agua, pero las olas se suponen por los sauces llorones en un ángulo de la tela y por la aflicción de los pinos


    43. En primer lugar; se distingue por su enorme tamaño


    44. Entre otras extravagancias, le dijo: «Fíjate bien en la estrella, y verás que tiene rabo, un rabito que apenas ahora se distingue y que va creciendo, creciendo hasta media noche


    45. De vez en cuando se producen lesiones de la materia gris en la esclerosis múltiple, aunque por lo común se la distingue en la materia blanca


    46. En la oscuridad no distingue la expresión de Barrull, pero escucha su risa


    47. Un año de diferencia, que en la juventud no significa nada y no crea una distancia exagerada, por ejemplo, entre mis veintidós años y los veinticinco de Cat, cobra una importancia significativa en la pubertad, y marcaba, de los doce a los trece, una distancia inmensa, la distancia que distingue a una niña plana y con trenzas de una mujer que usa sujetador y ya sabe para qué sirven los tampones


    48. La característica general que distingue a los miembros de este tipo (que abarca el hombre, el avestruz, la serpiente, la rana, la caballa, y una diversidad de otros animales) es el esqueleto interno


    49. En 1811, el médico austríaco Franz Joseph Gall llamó la atención sobre la «sustancia gris» en la superficie del cerebro (que se distingue de la «sustancia blanca» en que ésta consta simplemente de las fibras que proceden de los cuerpos de las fibras nerviosas, siendo estas fibras de color blanco debido a sus vainas de naturaleza grasa)


    50. Están demasiado lejos, pero distingue a Jonas y a los suyos








































    1. Señala las diferencias, que, en suconcepto, distinguen á la tragedia de la comedia, y hace consistir laesencia de la última en un artificio ingenioso de notables y finalmentealegres acontecimientos, por personas disputado, excelente definición,que explica á maravilla la índole de las comedias posteriores deintriga


    2. Cuando se recuerda la barbarie y el desenfreno, que distinguen en elfondo y en la forma á casi todas las composiciones dramáticas de esteperíodo, no se puede menos de alabar la petición de las Cortes deValladolid del año de 1548 (petición 147), solicitando que se prohibiesela impresión de las farsas indecentes é inmorales


    3. Entre éstos se distinguen por su claridad los relativosá los ensayos, hechos por algunos poetas de Sevilla


    4. si no se distinguen los goces! ¿Con


    5. B) De todas maneras se distinguen estas razones por las cuales el uso de la T


    6. no distinguen entre un suceso y su reacción frente al mismo


    7. Entreparéntesis, se distinguen por su independencia en el vestir


    8. Estas familias se distinguen entre las que tienen vínculos transnacionales relativamente consolidados (en términos de remesas, comunicación y visitas periódicas) frente a las que tienen una alta inestabilidad en estos vínculos y las que están en proceso de reunificación


    9. Chile y Costa Rica se distinguen de Nicaragua y Ecuador porque el empleo asalariado fue y sigue siendo una realidad que se extiende a una gran proporción de la población


    10. groseros detallesque distinguen las construcciones del minero

    11. del foco común; pero quese distinguen de los planetas, sea por la


    12. La sociabilidad y alegría, y una paciencia imponderable, son lascualidades características que distinguen á


    13. Entre los edificios de esta mision se distinguen, su iglesia construidacon madera y adobes, y su colegio


    14. Los indios que habitan estas partes, se distinguen por lasdenominaciones generales de Moluches


    15. pocohacia dentro se distinguen aún los rizos de las pequeñitas ondulaciones,y las diminutas columnas que


    16. Los escritores distinguen casi siempre entre elhombre privado y el hombre público; esto es


    17. Distinguen comunmente los dialécticos entre elmétodo de enseñanza y el de invencion


    18. Los primeros se distinguen por laprecision de ideas y propiedad de


    19. estilo tan puro ytan delicado que distinguen a los inimitables


    20. leído aún en autores novísimos, sabios y poetas,entre los que se distinguen el

    21. luego las diferentes cualidades que los distinguen, veaquello en que todos


    22. Estas condiciones que nos distinguen entre la raza humana, y


    23. toda claridad los silbidos de lospastores, y hasta se distinguen el color y la


    24. ¿Pero las líneas son de diferente especie enuno y en otro? ¿Las superficies en sí mismas se distinguen, sino porestar terminadas de diferente modo? Nó


    25. Distinguen estosdos clases de perfecciones: unas que no envuelven ninguna


    26. los otros creen que enesta misma luz van envueltas las ideas; aquellos, distinguen la luz delos


    27. a una dimensión más baja donde existen las reglas que definen, distinguen y separan a la cosa


    28. distinguen de la existencia finita; pero esto, sibien se considera, no afecta en nada la cuestion


    29. los hombres no se distinguen por un excesivo respeto a las damas,oía, a su pesar, frases de admiración, requiebros, lo que ha dado enllamarse


    30. ardor por los sports que distinguen a las muchachas

    31. identifican, siendo todo y uno y disipándose las aparentesilusiones que distinguen, individualizan


    32. relumbrones llamativos del mundocivilizado, sólo distinguen


    33. almas yotras también en mayor número, y se distinguen por la


    34. facciones sonhombres, pero en las obras se distinguen poco de


    35. deignorantes, que sólo distinguen a los animales por los cuernos, yconsideran lo


    36. laescena; pero se distinguen siempre por algunos de los caractéres yamencionados


    37. Entre los síntomas que las distinguen, se cuentan para el orometálico, la hemicránea


    38. se distinguen por la rigidez muscular, por elacortamiento de los tendones, en que se


    39. nutricion; se distinguen por un adormecimiento de la partey por un temblor del


    40. infalible de los médicos,que distinguen al punto la persona atenta a sus prescripciones

    41. [Footnote 18: Hasta en la manera de llamar á las puertas se distinguen los ricos de los pobres; ¡esa es la


    42. granvariedad de semillas de Europa; es verdad que para esto se necesitacuidado y conocimiento; pues es probado que la primera semilla es laque fructifica con todos los caracteres que distinguen sus frutos,los cuales desmerecen visiblemente á medida que las semillas son defrutos ya criados en el país


    43. En la plaza de Pareja sigue la olma dando sombra y adorno; los señoritos de Madrid no distinguen un olmo de una olma, ¡allá ellos! La olma de Pareja tiene quinientos años, viene desde los Reyes Católicos y el descubrimiento de América, y es frondosa, noble y maternal, parece la imagen de la mis próvida y saludable opulencia, y se enseña con una defensa de cemento todo alrededor


    44. Desde luego que puede parecer que duran mucho y que un instante de su duración es igual a otro, así como apenas se diferencian unas de otras las distintas horas del día, y así como las sombras de la mañana sólo por su distinta dirección se distinguen de las de la tarde


    45. Las mujeres no se distinguen por su buen gusto


    46. Parapsicólogos como el doctor Rhine, que trabaja en la Universidad Duke, de Carolina del Norte, distinguen cuatro aspectos principales en esta ciencia


    47. En la sala de la planta baja hay uno o dos retratos de mis hermanas en la playa, sentadas en la arena, acompañadas por personas que no conozco, y se distinguen las olas al fondo, en medio de su vuelo


    48. Ahora ya no se distinguen las huellas, pero ayer las vi con toda claridad


    49. Entre varias diferencias que distinguen el infierno cristiano del Tártaro antiguo, una sobretodo es muy notable: los tormentos que sufren los mismos demonios


    50. Y aquí mismo, en el muelle de Puerto Real, salvo dos caporales de artillería, cinco soldados de esa arma y tres artilleros de marina que han venido con los cañones desde El Puerto de Santa María —los ribetes rojos de sus casacas azules los distinguen entre los petos blancos de los infantes—, el resto de los que servirán las piezas pertenece también a regimientos de línea







































    1. ¿Por qué los distingues en dos grupos?


    2. ¿Tú, que tienes tan estupenda vista, distingues las galeras?


    3. Paró de pronto el buen Hércules su caballo, y señalando a un punto lejano, gritó: «Santiaguillo, ¿no distingues allí dos manchas o dos cuerpos negros?


    4. Distingues una claridad difusa, debe de estar amaneciendo


    1. Tras muchas cavilaciones, previos respetables informes y seguro de susbuenos antecedentes, recayó la elección en un capellán profundamentereligioso, de intachable moralidad y lo bastante conocedor del mundopara dirigir los primeros pasos de un niño a quien su linaje y fortunatenían reservado puesto seguro y distinguido en el banquete de la vida


    2. Este hombre distinguido, enlazado con las dinastías reinantes deCastilla y Aragón, y de gran influjo en ambos paises, se aprovechó deella para favorecer en cuanto le fué dable el desarrollo del arte,restaurando en Barcelona la Academia instituída á imitación de la dejuegos florales de Tolosa, y fundando otra análoga en Castilla


    3. Calixto, joven denacimiento distinguido, se enamora ardientemente de la bella Melibea, yno puede conseguir la realización de sus deseos


    4. La fama de este hombre célebre y distinguido, como le llama Cervantes,fué tan grande entre sus contemporáneos, y creció de tal modo después desu muerte, que poco á poco hizo caer en olvido las obras de suspredecesores


    5. No hemos hallado datos que nos permitan establecer que Bernardina tuviera algo que ver con la preparación de la conjura De lo que si estamos ciertos es de que, como mujer de virtud irreductible y recia personalidad, formada en el ambiente distinguido de las altas familias santafereñas, se solidarizaba con el sentimiento de reprobación que en la ciudad se manifestaba no solo por la conducta de Bolívar con Manuela Sáenz y los desplantes de ésta, sino por los desmanes del militarismo gobernante y la soldadesca venezolana,


    6. En la prosa, el arte, si arte se necesitaba paramanejarla bien, era llanote y campechano; las pruebas abundaban, aldecir de las gentes, de que en España bastaba querer para convertirse unzapatero en literato distinguido; y esto no sería del todo exacto porlo tocante a los zapateros; pero podía serlo por lo tocante a él, quehabía cultivado la inteligencia, conocía bastante bien la lengua en quepensaba, y hasta sabía distinguir los libros escritos con arte de los emplantillados por zapateros


    7. Su rostro era de lo más distinguido


    8. aquí que Juanito, a lostrece años, entrase en la tienda como aprendiz distinguido, con laventaja


    9. El distinguido jurista yun diputado de la


    10. qué interesante y distinguido

    11. distinguido; yen los pies del edificio abriéronse dos nuevas con


    12. distinguido entre lasapariciones aisladas de las estrellas errantes,


    13. Era muy estudioso y poseía un espíritu muy distinguido


    14. —Los hombres mas insignes en el mundocientífico se han distinguido por una gran fuerza de


    15. mitad fueron a parar a lasmejillas de este joven distinguido


    16. suscompañeros y a pesar de esto lo he distinguido en seguida


    17. losViveros, como era uso y costumbre entre el elemento distinguido delcomercio de


    18. Mario llegó a ser un escultor distinguido


    19. distinguido de la francesa,el cuerpo modelado a la griega de la


    20. secretario, Martín García Mérou, el más distinguido de lospoetas

    21. Son las 12 del día, ¿qué hacer? El distinguido señor


    22. modo distinguido en las armas, en el foro, en latribuna, en el púlpito


    23. La juventud cordobesa se ha distinguido en la actual guerra por laabnegación y


    24. distinguido cirujano de Lóndres, hizo la operacion de lascataratas, primero en un ojo despues en el otro


    25. Esto confirma lo que acabo de indicar, á saber, que laconfusion dependia en buena parte, si nó en todo, de que el órganoproducia mal las impresiones; pues que si estas hubieran sido del modoconveniente, habria distinguido los límites entre diferentes colores; yaque tratándose de la simple sensacion, ver es distinguir


    26. ] Esta inseparabilidad es tan cierta que los teólogos al explicar elaugusto misterio de la Eucaristía, han distinguido en la extension delcuerpo, la relacion de las partes entre sí, y la relacion con el lugar: in ordine ad se, et in ordine ad locum


    27. ] En los capítulos anteriores he distinguido entre las ideas puras ylas representaciones


    28. Es extraño que un escritor tan distinguido, no supiese ó no recordase,que esta dificultad en la


    29. se han distinguido en las ciencias, artes yletras


    30. sería distinguido, elegante y numeroso, como el de los

    31. sulado a lo más distinguido y elegante de la


    32. infantería,en calidad de distinguido


    33. loconocen; que se ha distinguido en la guerra como un hombre


    34. UN distinguido escritor—decía yo en El Sol—se queja de que losespañoles


    35. suronda en el lado distinguido de la cubierta, y la gente pasa el


    36. Es de lo más distinguido:


    37. distinguido por lapredilección del viejo


    38. El general Bernardo O'Higgins, que se había distinguido en la guerra dela independencia, fué


    39. Enel norte se han distinguido los brasileños


    40. de losprincipales y que mas se habian distinguido en aquella conspiracion

    41. con suma corrección, muyblanco, muy distinguido en sus modales; era el signor Mochi,


    42. paso ó con residencia fija, eran lo más culto y distinguido de la creación: insectos vestidos de oro


    43. lo que es más distinguido: el «Nene», porejemplo


    44. —Es un hombre distinguido, dijo el doctor; su porte es cuidado y tiene una buena fisonomía


    45. Allí abundan, como por toda la ciudad encantada, las obras de su mas distinguido hijo, cuadros del


    46. Pues bien, suponiendo que los antecesores de este individuo se hayan distinguido en las Cruzadas, opino que nada tiene que ver él con eso


    47. –La ha distinguido del resto


    48. Él era hijo de un noble provenzal, distinguido y muy seguro de sí mismo


    49. —Por supuesto, distinguido invitado —cogió uno y, tras asegurarse de que estaba cargado, se lo pasó


    50. Ahora, en las presentes páginas, estoy con el Moreno Villa sonriente, escondido y gentil, rodeado de estudiantes y jardines, en la plácida tarde primaveral que alegró mi entrevista para darle las gracias por haberme distinguido con el Premio Nacional de Literatura









































    1. Cuando se ha adquirido el hábito de reflexionarsobre las inclinaciones propias, distinguiendo


    2. distinguiendo más que un pequeñobulto negro en la superficie del agua, se fué retirando poco á poco


    3. Me he detenido distinguiendo en mi descripción a la trapera entre todoslos demás


    4. tanto por lo menos, como lo dicho por Kantal combatir el sensualismo, distinguiendo entre las


    5. distinguiendo loscaracteres, las triquiñuelas y zunas de cada


    6. luztriste, había un grupo de sombras que poco a poco fue distinguiendo


    7. En honor del pueblo de Cádiz, debo decir que jamás vecindario alguno ha tomado con tanto empeño el auxilio de los heridos, no distinguiendo entre nacionales y enemigos, antes bien equiparando a todos bajo el amplio pabellón de la caridad


    8. Abro los ojos y, poco a poco, voy distinguiendo a Ethan con claridad


    9. –Uno que la cuenta de milagro… -dijo Sebastián distinguiendo entre la nube de polvo la caja de la maltrecha camioneta que se alejaba entre el excesivo desajuste de las ballestas y un penetrante olor a caucho quemado


    10. Bajaron de nuevo al subterráneo distinguiendo a duras penas el recorrido que les conducía hacia la toma de aire exterior, pero cuando llegaron vieron que estaba cerrada

    11. Y habiéndote asegurado que te quiero a ti, ¿en qué juicio cabe la posibilidad de interesarme por otra? Todo ello se explicará distinguiendo entre un amor y otro amor


    12. Permite diferenciar neuronas vecinas con gran precisión y, además, perseguirlas de manera individual por todo el entramado cerebral distinguiendo cómo se conectan unas con otras


    13. En honor del pueblo de Cádiz, debo decir que jamás vecindario alguno ha tomado con tanto empeño el auxilio de los heridos, no distinguiendo entre nacionales y enemigos, antes bien, equiparando a todos bajo el amplio pabellón de la caridad


    14. En aquel, momento Clary se asomó a la ventana, y, distinguiendo a la víctima de aquella manifestación, cuya causa demasiado comprendía, exclamó:


    15. Se paró, distinguiendo netamente unos sordos ruidos que atravesaban las capas de la atmósfera y una crepitación cuyo origen no podía escapársele al correo del Zar


    16. En la embestida de aquel pensamiento inquietante levantó la cabeza, lanzó una mirada a la izquierda, a la derecha, al frente, distinguiendo una multitud de hombres sentados muy lejos, mirándole con ojos salvajes; emisarios de una humanidad indiferente que se entrometían a espiar su dolor y su vergüenza


    17. Empezaron en una fila y se iban distinguiendo a medida que avanzaba la carrera


    1. Distinguimos además entre población urbana y rural, dado que tienen condiciones diversas para el manejo de los riesgos: la población rural presenta mayor dependencia sobre la producción para el autoconsumo y menor sobre los ingresos


    2. tiempos! Cuando entrábamos en esta villa al caer de la tarde, distinguimos a lo lejos una gran


    3. º Distinguimos el sueño de la vigilia, aun prescindiendo de laobjetividad de las sensaciones


    4. º Distinguimos dos órdenes de fenómenos de sensacion interna yexterna; prescindiendo tambien de la


    5. Es cierto que en la ideadel espacio distinguimos las partes, sin


    6. indefinido, la expresion dela impotencia de encontrar límites; pero distinguimos muy bien entre elexistir esos límites y el ser encontrados


    7. distinguimos pues, la ciencia de las leyes dela sensibilidad en general, es decir la Estética, de la


    8. Distinguimos el avión a través del vaho de nuestro aliento, un punto de luz brillante en el sereno


    9. momento distinguimos una multitud que se agolpaba ruidosamente ante las puertas del Templo


    10. Entonces distinguimos la silueta con toda claridad, y nuestros corazones dejaron de latir

    11. Hay días en que se van tan lejos que los distinguimos apenas, creemos que han desaparecido


    12. Pero en tanto un grande nombre no se ha extinguido, mantiene en plena luz a quienes lo han llevado, y, sin duda, por una parte, el interés que ofrecía a mis ajos la ilustración de esas familias era, al ser posible, partiendo de hoy, seguirlas, remontándose grado por grada hasta mucho más allá del siglo XIV; encontrar memorias y epistolarios de todos los ascendientes del señor de Charlus, del príncipe de Agrigento, de la princesa de Parma, en un pasado en que una noche impenetrable cubriría los orígenes de una familia burguesa, y en el que distinguimos, bajo la proyección luminosa y retrospectiva de un nombre, el origen y la persistencia de ciertas características nerviosas, de ciertos vicios, de los desórdenes de tales o cuales Guermantes


    13. Entonces ya ni siquiera veía una pierna, sino el cuello atrevido de un cisne como el que, en un estudio estremecido, busca la boca de una Leda que se ve en toda la palpitación específica del placer femenino, porque no hay más que un cisne y parece más sola, de la misma manera que descubrimos en el teléfono las inflexiones de una voz que no distinguimos mientras no se disocia de un rostro en el que se objetiva su expresión


    14. Sobre el púlpito distinguimos las páginas de un libro


    15. A vosotros, que sois más jóvenes, no os pasará aún, pero llega un momento en el que uno confunde lo que ha visto con lo que le han contado, lo que ha presenciado con lo que sabe, lo que le ha ocurrido con lo que ha leído, en realidad es milagroso que lo normal sea que distingamos, distinguimos bastante a fin de cuentas, y es raro, todas las historias que a lo largo de una vida se oyen y ven, con el cine, la televisión, el teatro, los periódicos, las novelas, se van acumulando todas y son confundibles


    1. Abrí la puerta, la claridad que se escapaba del interior me permitió distinguir el bulto del


    2. han puesto su voluntad para mejorarla, y pueden distinguir entre una respuesta


    3. Dentro de la agresividad podemos distinguir diferentes variantes, cada una de ellas


    4. Cara que hizo la tarea Sir primera vez en el bombín, la visión de las trenzas que fluyen de sus hijos! Qué gran negocio hizo las tiendas de óptica en este momento! Cuántos vasos se venden a los que estaban interesados para distinguir a los chicos de las chicas! Todo el ambiente cambió radicalmente: feliz, despreocupado, diversión


    5. al egados sabrán distinguir entre la realidad y la ficción


    6. Otro pajaroid nocturno solitario pasó por encima del recinto, se estaba regresando a su nido pues en el horizonte ya se podían distinguir los primero rayos de la Xar


    7. Tonny pudo distinguir la vaciedad en sus ojos a medida que el pajaroid descendía


    8. Si bien el cuerpo es muy inteligente, no está en capacidad de distinguir entre una situación real y un


    9. Pronto supo distinguir de clases, es decir, llegó atener tan buen ojo, que conocía al instante las que eran honradas y lasque no


    10. Al distinguir el motorde noria que se destacaba sobre la casa de las Micaelas, no pudoreprimir un ahogo de pena que le hizo sollozar

    11. En la prosa, el arte, si arte se necesitaba paramanejarla bien, era llanote y campechano; las pruebas abundaban, aldecir de las gentes, de que en España bastaba querer para convertirse unzapatero en literato distinguido; y esto no sería del todo exacto porlo tocante a los zapateros; pero podía serlo por lo tocante a él, quehabía cultivado la inteligencia, conocía bastante bien la lengua en quepensaba, y hasta sabía distinguir los libros escritos con arte de los emplantillados por zapateros


    12. transformación acelerada del presente y rehúsa distinguir entre versiones


    13. distinguir la cultura sexual judaica y la sexualidad de los pueblos circundantes


    14. Con relación a los Estados de bienestar, Richard Titmus (1958) inició esta línea de trabajo al distinguir a los países según los tipos de Estados residuales o universales que tuvieran


    15. De acuerdo a las encuestas de uso del tiempo (EUT) entre las actividades no remuneradas, deberíamos de distinguir entre aquellas directamente involucradas en la producción del bienestar (producen bienes y servicios en el ámbito de la familia propiamente dicha) y actividades orientadas a la articulación de las prácticas de asignación de los recursos


    16. La presencia de las amas de casa, que frecuentemente se asocia con el nivel de ingresos (es decir, que a menor nivel de ingresos mayor presencia), en Chile no es relevante para distinguir los diferentes mundos


    17. A Chile le sigue Ecuador, país en el que la diferencia en el acceso a los subsidios no es, sin embargo, estadísticamente significativa para distinguir los mundos del bienestar


    18. distinguir subtipos de memoria de acuerdo a la modalidad de la información:


    19. pueden distinguir tonos producidos por frecuencias que solo se separan por 2Hz


    20. · Los depresores del ángulo de la boca y del labio inferior, a veces se pueden distinguir

    21. y el estrado y elvestíbulo y la escalera y cuanto podían distinguir


    22. estéticaque el que nos enseña a distinguir en la esfera de lo


    23. disiparse permitía distinguir los restos del batallón de marinos


    24. No pude distinguir el rostrodel extranjero, cuyo porte


    25. puede distinguir nada en su superficie,cuando se les examina


    26. las cosas, y en el modo con que el entendimientohumano suele distinguir los principalespuntos


    27. Criador; y esa luz nos[Pg 282]hace distinguir entre el bien y el mal, sirviéndonosde guia en


    28. distinguir los objetos enpleno día: en las habitaciones que daban


    29. —Hay que distinguir, amigo; hay que distinguir—dijo el presbíterovolviendo a su


    30. estabapulido con una perfección digna de los ojos de los pigmeos, los cualespodían distinguir las más leves irregularidades de su concavidad

    31. sensacionesque se experimentan y de distinguir los detalles; allá


    32. perspicaz y avezado á sondar las profundidades delcorazón pudiera distinguir


    33. musical para distinguir en los tintes del estilolas obras de los


    34. Un curioso entra en el archivo, echa una ojeada sobre los estantes,armarios y cajones, y dice: «esto es una confusion; para distinguir loauténtico de lo apócrifo, y arreglarlo todo en buen órden, esnecesario pegar fuego al archivo por sus cuatro ángulos, y luegoexaminar la ceniza


    35. ) Conviene distinguir entre la certeza y la verdad: entre las doshay relaciones íntimas, pero son cosas muy diferentes


    36. Esto confirma lo que acabo de indicar, á saber, que laconfusion dependia en buena parte, si nó en todo, de que el órganoproducia mal las impresiones; pues que si estas hubieran sido del modoconveniente, habria distinguido los límites entre diferentes colores; yaque tratándose de la simple sensacion, ver es distinguir


    37. Le es imposible concebir lainclinacion de los dos planos: pues refiriendo el objeto al extremo dela visual, y no habiendo podido comparar las variedades que resultan dela diferencia de distancias, de la posicion, y del modo con que elobjeto recibe la luz, no puede hacer mas que distinguir las variaspartes de un mismo plano


    38. ] En esta parte pues, el tacto no se aventaja á la vista; examinemossi esta por sí sola, es capaz, de hacernos distinguir entre elmovimiento del ojo y el del objeto


    39. lasuperficie y del volúmen; sin él conocemos el movimiento; sin élalcanzamos á distinguir cuando ese


    40. que es hacernos distinguir aquello que limita

    41. ) afirma que esta, sehalla toda en todo el cuerpo y toda en cualquiera de las partes; yvuelve á distinguir entre la totalidad de esencia y la totalidadcuantitativa; valiéndose de un razonamiento semejante al que hemos vistocon respecto á los ángeles


    42. Necesidadde distinguir entre el órden


    43. faltan discernimiento y gusto para distinguir y admirar losobjetos bellos, ni ignoran las reglas del


    44. Los satanistas y quienes se dejan influenciar por ellos, aquellos incapaces de distinguir


    45. del tiempo? Las horas ¿permanecerian las mismas?Es preciso distinguir


    46. sucesion del tiempo,no es capaz de distinguir si en el espacio de doce horas, en que no hayavisto


    47. ] Es necesario distinguir entre el tiempo ideal puro y el empírico:el puro es la relacion entre


    48. que en todasestas investigaciones de metafísica, tan complicadas en la apariencia,basta distinguir


    49. para resolver las mas altas cuestiones filosóficas;porque la dificultad suele estar en distinguir con


    50. distinguir entre el conceptopuro, y la intuicion sensible en que se exprese














































    1. detrás delvidrio de uno de los miradores, distinguí un bulto


    2. se abrieron laspersianas por completo y distinguí el gracioso


    3. de lapoblación, distinguí dos niños que corrían sofocados hacia la puerta deuna casa,


    4. Distinguí entonces los dos picos gemelos que se recortaban nítidamente contra el cielo


    5. De la oscuridad que se extendía en los límites de la estación, donde no alcanzaba mi vista, procedente del este, de Nueva York, del océano Atlántico y de Austria, apareció una tenue luz amarillenta, y en cuanto dejé de correr, distinguí la máquina deteniéndose en la estación


    6. Un día, mirando por la ventana, distinguí a Bing -uno de mis amigos- descendiendo de su bicicleta


    7. Dirigí la vista hacia la celda, de donde provenían los alaridos de los cautivos, y a pesar del humo de los incendios distinguí con absoluta claridad a mi marido, Juan de Málaga, que me venía penando desde el Cuzco, apoyado en la puerta, mirándome con sus lastimeros ojos de espíritu errante


    8. Cuando me resigné a comprender lo incomprensible, que Raquel quería desaparecer, que había desaparecido sin explicarme por qué, distinguí un punto de luz en la boca del pozo por el que caía a toda velocidad, y no dejé de verlo ni siquiera cuando conté uno por uno todos mis huesos para comprobar que todos estaban rotos


    9. Luego distinguí entre las sombras un bulto que andaba cautelosamente, después los perros gruñeron, pero volvieron a callarse, el bulto se dirigió por el lado en que yo estaba, y se detuvo y percibí que me hacían con los labios:


    10. En la mañana del tercer día logré encontrar un sendero que iba a parar hasta lugares conocidos, y respiré cuando distinguí la torre de la iglesia, el caserío del pueblo y los jardines que lo rodean

    11. —Me volví a mirar quién daba aquellos gritos, pero no lo distinguí bien


    12. A lo lejos distinguí los elevados mástiles de los barcos


    13. Distinguí la llama de una antorcha al pie de los escalones


    14. Al principio no distinguí nada; pero ella con el rostro alterado, la mirada chispeante y el índice extendido hacia un punto fijo, dirigió mi atención al tejado de una de aquellas casas, de cuyo alero, un muchacho se descolgaba trabajosamente por una cuerda


    15. Luego entreví dos personas detrás del árbol y finalmente las distinguí con claridad


    16. Al cabo de un rato de observaciones, distinguí varias puertas a un lado y otro


    17. En el enjambre bullicioso distinguí las rudas facciones del bereber, de ojos encendidos y ágiles movimientos; vi los negros del Sus, de expresión triste y dulce mirar; los muladís, o mestizos de sudanés y bereber, veloces en la carrera y astutos en la intención; vi el árabe de Oriente, cuyo rostro, de belleza descarnada, trae a la memoria la imagen del Profeta, y el árabe español o granadino, de fina tez, fácilmente [236] reconocido por su compostura aristocrática


    18. Apenas si distinguí el vago perfil de una silla, cubierta de ropa de cama y prendas sin lavar, sobre todo camisones andrajosos, sucios y arrugados


    19. Miré por la ventana y distinguí el helicóptero azul marino en el remolque en que lo arrastraban hacia la pista


    20. Miré y distinguí a mi madre corriendo hacia mí

    21. dirección oeste, distinguí de nuevo el enorme almacén, y leí el letrero desteñido que había justo por debajo de la línea de la azotea: MUDANZAS Y GUARDAMUEBLES HNOS


    22. Distinguí a Lentulo volviendo al campamento tras hacer sus necesidades en el bosque


    23. Si no, ¿qué significa el papelito de apuntes que sorprendí el otro día sobre la cómoda de mi tía, y en el cual, pasando al descuido la vista, distinguí este renglón que decía: Corresponden a F


    24. Aún quedaban fragmentos de los frescos: distinguí el contorno rojo de un ciervo que corría, una criatura marina con cuernos y cola bífida y dos mujeres que sujetaban un ánfora de doble asa


    25. En el cuadrante superior izquierdo parecía haber una corona; también distinguí una raíz malformada por encima de uno de los premolares del cuadrante superior derecho


    26. Las persianas estaban abiertas, pero no distinguí nada dentro


    27. —No distinguí las caras —dijo Gaul—, pero Elyas Machera tiene una vista muy penetrante


    28. Me detuve de nuevo y presté atención, y ahora distinguí claramente el sonido de unos pies corriendo con rapidez


    29. Tomé altura, en una amplia espiral, cambiando de rumbo hacia el otro lado del castillo, y luego, al acercarme más, distinguí la alta Torre de los Diamantes


    30. El interior de la habitación no estaba bien iluminada, mas a la débil luz, distinguí las figuras de tres mujeres, y mi corazón latió con renovados bríos

    31. – Me volví a mirar quién daba aquellos gritos, pero no lo distinguí bien


    32. Por el rabillo del ojo distinguí el movimiento azul pálido de su camisón


    33. Conocía el palacete por haber pasado en coche por delante en repetidas ocasiones, de cuenta que distinguí al punto sus estrechos muros de tierra amasada, el blasón de la familia del prior encima de la puerta de la calle y los álabes del tejado de madera


    34. — ¿Sí? —Escuché con atención, pero no distinguí más que el rumor del viento entre los árboles—


    35. Entre las raciones de arroz, tempura y fideos, de repente distinguí un plato vacío con un papel doblado


    36. Cada vez más próximos a los Eldren, distinguí la bandera de Arjavh y un racimo de gallardetes pertenecientes a sus comandantes


    37. Distinguí sobre la marquesina, junto al rótulo vertical y todavía apagado, la ventana de la habitación de Biralbo: no había luz en ella


    38. Entonces, algo se cayó por delante de mí, y cuando iba sobre su camino al suelo distinguí una cara


    39. Distinguí entre la multitud algunos rostros en los que se reflejaba un vivo interés


    40. Al volverme en la dirección que me indicaba distinguí, en una esquina de la parte trasera del edificio, una puerta de hierro abierta hacia fuera

    41. Vislumbré algo, hundido en la sombra creada por una roca que sobresalía, aunque no distinguí con claridad de qué se trataba


    42. Bajé las escaleras al galope y, al dar la vuelta a la esquina del corredor, distinguí a la señora Heslington, la esposa del vicario, a través del cristal


    43. Los hombres no llevaban armadura, pero al fijarme bien distinguí en la mayoría los indicios de una vida mercenaria


    44. Reflexionaba sobre lo que iba a decir, o hacer, en La Fresneda, cuando dejamos atrás el estanque -una mancha plomiza entrevista tras las ramas de los árboles- y distinguí, todavía lejos, el tejado flamenco en forma de escalones del pabellón real


    45. Pero me encontré mejor, desemba¬racé los ojos de aquella agua, de forma que a trescientos metros distinguí un gran barco, casi inmóvil


    46. Pero ese primer día no distinguí nada; mi ardiente atención volatilizaba inmediatamente lo poco que hubiese podido recoger y en que hubiera podido volver a encontrar algo del nombre de Guermantes


    47. Releí esos volúmenes de punta a cabo, y no encontré paz hasta que no distinguí de repente, esperándome en la luz en que ella los había bañado, los versos que me había citado la señora de Guermantes


    48. En realidad, había escogido muy mal mi observatorio, desde el que distinguí apenas nuestro patio, pero vi otros muchos, cosa que, sin utilidad para mí, me distrajo un momento


    49. Mientras me hablaba, distinguí en su voz el tono de los prejuicios, el lenguaje de la propaganda, la demagogia y la cantinela de los locutores de televisión


    50. Estaba lejos, pero distinguí






















    1. —Bastan las indicaciones anteriorespara comprender que Timoneda no se distinguía por su originalidad, ypasando aún más allá, podemos también decir que ni aun entre losimitadores ocupa elevado puesto


    2. grandes tinajas, en una de las cuales se distinguía una mujer pintada


    3. La composición de los estudiantes de historia y estudios sociales, entre 1978 y 1981, se distinguía por su diversidad: a la luz de su origen económico, existía un grupo selecto de personas procedentes de familias urbanas –de San José y provincias– acaudaladas y distinguidas


    4. No distinguía al presidente


    5. El marqués le admiraba y se dormía en la confianza que teníaen él, y hasta la marquesa le distinguía con inusitados testimonios desu aprecio


    6. distinguía con su afecto; que el trabajo eraligero y agradable, y que tenía yo un sueldo muy


    7. Su repertorio era muy vario, y cuentan que se distinguía, no sólo en ladeclamación,


    8. cabo se detuvo coninsistencia en un grupo de casas que apenas se distinguía en el


    9. De vez en cuando distinguía por un instante su cascode oro por encima de las


    10. presenta laHistoria, sino las clasificaciones de la Inquisición, que distinguía

    11. ycuando distinguía mi nombre no es decible la sensación de


    12. que lediferenciaba y distinguía


    13. El guardia distinguía dos luceros en la obscuridad


    14. Uno de ellos se distinguía


    15. distinguía a las máscaras en aquel mundo donde todos parecíanigualmente


    16. lo único del pueblo quese distinguía desde allí


    17. También doña Rosa distinguía a la mayor de las Ilincheta, y en laocasión de que hablamos la mostró señalada cordialidad


    18. diferencia notable, pues Julián distinguía claramente quese habían animado los emblemas de


    19. cuidadosamente, pues la chiquilla era tanlista—en opinión de su madre—que distinguía al punto


    20. iguales, y sólo se distinguía el cabildo en las varas ybastones, y

    21. Esa frase que se había ganado y que le distinguía de los demás


    22. Explicó que distinguía las masas de obscuridad en medio de la


    23. Laura era ya tanducha en conocerlos, que por el sobre distinguía


    24. »Mirando desde allí hacia el piso principal de enfrente, se distinguía en primer término una


    25. serena, azul, y ya la casa no estaba lejos, y ya se acababan loseternos plátanos, y ya distinguía el


    26. distinguía la negra raya del pábilo


    27. Consistía este en el trabajo á que estabaobligado el indígena durante cuarenta días al año, á prestar en lasobras públicas del pueblo de su vecindad ó de la provincia, según loscasos; siendo potestativo el redimirse de aquella obligación medianteel pago de tres pesos, á cuya exacción se la distinguía con el nombrede


    28. Con el pelo corto como un soldado y los ojos negros, era un intelectual que se parecía a todos los sabios del mundo en su mirada penetrante y sus modales un poco torpes y distantes, pero algo le distinguía de los eruditos que yo conocía


    29. –¿El Gran Maestre? – El recién llegado no distinguía bien las facciones del soldado, pero su tono evidenciaba una considerable extrañeza-


    30. El escozor en los ojos era insoportable; tenía la visión enturbiada y no distinguía más que contornos indeterminados

    31. A sus espaldas, un abismo más abajo, se distinguía la laguna


    32. Cierto es que ya la gente no me distinguía al pasar con los amables epítetos de antes, sino con un forzado silencio


    33. Distinguía el vaho que salía a intervalos, como señales de humo, de sus bocas


    34. Los dos generales se conocían desde los años cuarenta, cuando ambos habían combatido en Rusia con la División Azul; su amistad nunca había sido íntima, pero su antigua adhesión monárquica los distinguía de sus compañeros de armas y representaba un nexo añadido que aquella tarde y a solas -tras un almuerzo en capitanía acompañados de sus mujeres y del teniente coronel Mas Oliver, ayudante de campo de Milans, y el coronel Ibáñez Inglés, segundo jefe de su Estado Mayor-les permitió exponerse a las claras sus proyectos, o por lo menos se lo permitió a Milans


    35. Sentía que en su cabeza acababa de encenderse una lámpara eléctrica, que iluminaba ahora todo lo que antes no se distinguía en las tinieblas


    36. En el momento en el que Alí Bahar alzaba un instante el rostro y se le distinguía con absoluta claridad, uno de los ejecutivos no pudo por menos que exclamar:


    37. —¿Ve esa isla? —dijo el patrón, señalando con el dedo al mediodía, en cuya dirección se distinguía en medio del mar una masa cónica de hermoso color añil


    38. La estancia era enorme y las ventanas enrejadas apenas si dejaban entrar la luz: al fondo se distinguía la destrozada silueta de la puerta


    39. Eso era curioso, porque el señor Jefferson se distinguía por su perspicacia


    40. En ella se distinguía una figura sentada

    41. Ya distinguía las márgenes de la selva, cuando sintió que se precipitaba sobre él una masa pesada que lo derribó en tierra


    42. Ahora la canoa se distinguía perfectamente, pues atravesaba de nuevo una zona de fosforescencia


    43. Abandonaron la casucha y casi a la carrera se encaminaron hacia la torre, que se distinguía entre las sombras


    44. La oscuridad era tan profunda allí dentro, que no se distinguía absolutamente nada


    45. El 5 de julio, el cuarto día, Parry decidió utilizar la noche para hacer falsa ruta: el tiempo le era propicio, pues el cielo se había cubierto de nubes y tras la puesta del sol las tinieblas se hicieron tan densas que no se distinguía un islote a doscientos pasos


    46. Se dejó caer del otro lado, mientras Sandokán hacía otro tanto y los dos juntos se adentraron silenciosamente en el jardín, manteniéndose escondidos detrás de los matorrales y de los parterres, con los ojos fijos en el edificio, que se distinguía confusamente entre las densas tinieblas


    47. Por encima del soplo de su respiración, Eragon distinguía el ruido de alguna piedra rodando por entre el laberinto de túneles y el continuo repiqueteo de las gotas de agua condensada que resonaban contra la superficie de un estanque subterráneo como un tambor


    48. No distinguía las luces de los semáforos y se cayó dos veces de la escalera


    49. Iba a entrar en la cabaña, cuando, dirigiendo una mirada al mar, vió que brillaba hacia el Nordeste un punto luminoso, el cual se distinguía claramente sobre la oscura superficie del agua


    50. Esas excursiones nocturnas le producían una mezcla de exaltación y culpa; las rígidas normas de honestidad impuestas por su madre le martillaban la cabeza, se sentía perverso no tanto por desafiarla sino porque la dueña del quiosco era una vieja bonachona que lo distinguía entre los demás niños y siempre estaba dispuesta a regalarle un dulce












































    1. La claridad aumentaba por grados; distinguíamos los rastrojos,


    2. A través de los reflejos del vidrio no podíamos apreciar con toda precisión los detalles de las armas, pero, así y todo, distinguíamos en las culatas de los fusiles escenas de caza grabadas, en las que se representaban jabalíes, ciervos, perros y cazadores vestidos con antiguos ropajes; había allí fusiles de dos tiros con cañones damasquinados que resplandecían con el brillo de la plata; carabinas octogonales de cañones dorados, de culatas de madera de nogal y bandoleras de reps verde; dos cajas abiertas que contenían pistolas de duelo; una gran concha marina para la cacería del ciervo y muchas otras cosas más


    3. A simple vista distinguíamos enorme gentío apiñado en el muelle, en las azoteas y en las alturas de la Alcazaba


    4. Desde el punto en que estábamos distinguíamos con claridad que era una multitud enfurecida


    5. Luego Skinflick y ella siguieron subiendo la escalera con gran estrépito y se perdieron de vista, aunque todavía distinguíamos su linterna ascendiendo por la curva del muro


    1. el dominio de España los indios que se distinguían ó lomerecían podían ser cuanto se


    2. creación, distinguían con mayor acierto lajerarquía, utilidad y belleza de los miembros; a todos los


    3. nuestras casasperdieron ya los originales y artísticos rasgos que las distinguían delas


    4. Se distinguían los menores detalles y hastapareció á Cristián que veía dos


    5. no se distinguían más seres vivientesque el cazador, la miruella y un hombre que cerca de la casa


    6. álas virtudes que le distinguían y á los serviciosque de él esperaba, y ahora recibía su fe y


    7. Apenas se distinguían los


    8. en notar que ciertas composiciones tagalas no se distinguían de las castellanas sino por las voces:


    9. adornos que le distinguían, y que sin duda lehicieron y trajo de su país como señales de su


    10. distinguían por unrespeto exagerado al clero y la nobleza

    11. marchaban los elefantesviejos, que se distinguían por sus orejas


    12. por laconfianza con que le distinguían los fundadores del Asilo


    13. entre los que se distinguían Tiburcio dando cuchilladas yFray Juan de Santarén animando a los


    14. Se distinguían bien los muros, palacios, templos


    15. Alir cayendo el sol se distinguían los coches a lo lejos por la


    16. Había gotitas de alabastro y concentraciones de peridotita en sus cabellos grises, como los huevos de algún mítico piojo de piedra, pero aún no se distinguían, salvo de cerca


    17. Uniformemente vestidos con pantalones blancos y camisas de manga corta de igual color, apenas se distinguían unos de otros y, a aquella distancia, sus respectivos méritos se anulaban, confundiéndose en el constante ir y venir de sus pelotas, el espejeo de sus raquetas y sus gesticulaciones aparentemente gratuitas


    18. Hacia el este se distinguían los cuerpos de tres figuras encapuchadas en torno a una enorme marmita: brujas


    19. Una a una se han derrumbado todas las diferencias que, supuestamente, nos distinguían del resto de los animales


    20. Enfrente se distinguían las manchas blanquecinas{144} de los animales dormidos en tierra o encaramados en los palos cubiertos de excrementos

    21. Gacel señaló con un ademán de la cabeza los dibujos, marcados con tiza, que se distinguían por las paredes vecinas


    22. Las que habían tomado por oficio semejante industria se distinguían al primer golpe de vista de las que, por una combinación de desgracia y pobreza, fueron a tan indignos tratos


    23. La oscuridad era completa, y con todo, Alí, gracias a su naturaleza casi salvaje, y el conde a una cualidad adquirida, distinguían en medio de aquella oscuridad tan profunda las menores oscilaciones de los árboles del jardín


    24. Dejó caer de nuevo en el sillón a la joven, cuyos blanquecinos labios apenas se distinguían de su rostro, y permaneció inmóvil, mirando a Noirtier, por el que todos los movimientos del médico eran comentados y comprendidos


    25. Dichos clanes se consagraban ellos mismos al servicio público y adoptaban vestimentas que les distinguían de los demás


    26. La segunda de las anécdotas que se contaban era que se habían presentado una vez ante él tres jóvenes que, por la suciedad y miseria, no se distinguían uno de otro; habían ido a pedirle limosna; sin titubear ni un instante mandó a uno de ellos a un hospital dedicado al tratamiento de individuos de una cierta enfermedad nerviosa, al otro le remitió con una carta de recomendación a un hospital donde se recluían alcohólicos y al tercero le asignó un buen sueldo tomándolo a su servicio, cargo que desempeñó con éxito durante varios años


    27. A las veinte la oscuridad era tan profunda que los hombres de popa no distinguían a los que estaban en proa y el mar rugía con creciente ira, estrellando sus masas de agua contra los flancos del pariah


    28. A través de la losa se distinguían maldiciones y amenazas: el León de Damasco no parecía hallarse satisfecho en aquel pozo, que seguramente comunicaba con los subterráneos del castillo


    29. Llevaba el capuchón echado sobre la frente de tal modo que apenas se distinguían sus facciones


    30. En un trozo de dicha popa se distinguían unas letras blancas, pero que el agua salada había corroído, haciéndolas indescifrables

    31. Albani y Enrique la distinguían también cerca de las primeras rompientes a la luz del sol, que había asomado por entre el jirón de una nube


    32. Carmaux levantó la cabeza para mirar a las almenas que se distinguían vagamente entre las tinieblas


    33. —Muchas estaban confusas, pero dos del joven Di Blasi se distinguían con toda claridad, las del pulgar y el índice de la mano derecha


    34. Todos odiaban al favorecido joven, y entre sus enemigos más encarnizados se distinguían los demás individuos de la regia familia


    35. Muchos caballeros que se distinguían por sus pacíficas costumbres, se separaron cariñosamente de sus esposas, que pronto debían llorarlos


    36. Todas estas obras, como hechas a prisa, aunque con inteligencia, no se distinguían por su solidez


    37. Estaba muy mojado, pero todavía se distinguían unas marcas escritas a lápiz en su superficie y aquí y allá podía leerse alguna palabra aislada


    38. En esto vieron aparecer por una revuelta del camino un grupo de gente, que no distinguían bien por haberse venido encima la noche, arrojando pesadas sombras sobre la tierra


    39. Se alzó un rugido tremendo, en el cual se distinguían con claridad gritos de:


    40. Con extremada tristeza tomo hoy mi pluma para escribir estas últimas palabras, con las que dejaré para siempre constancia de los singulares dones que distinguían a mi amigo, el señor Sherlock Holmes

    41. Pompey daba vueltas y vueltas, gimoteando ansiosamente frente al portillo, donde aún se distinguían las huellas del coche


    42. Confusamente se distinguían tapias, alguna casucha con puerta y ventana cerradas


    43. Ibero, inseparable de Quirós, llegó con este y otros tres a la Pardina, donde comieron y se proveyeron de armas; pasaron la Hoz por una elevada cornisa de piedra que iba ondulando al son del río, y contemplaban desde vertiginosa altura la cristalina corriente, en la cual se distinguían las enormes truchas, dueñas de su elemento en aquella región abrupta y solitaria


    44. Grabadas justo en el interior de la boca del cartucho se distinguían las iniciales “J


    45. Al principio se pensaba que, puesto que el muón tiene mayor masa que el electrón, el neutrino producido cuando un muón debía tener mayor masa que el producido cuando un electrón, Por eso los físicos los distinguían, llamando «neutreto» al asociado con un muón


    46. Si bien los muros exteriores no eran del todo rectos ni los espacios interiores por completo simétricos, se distinguían bien los cuatro lados de la morada prácticamente rectangular


    47. Fantasmas del tamaño de un hombre caminaban o volaban hacia los capiteles dorados que se distinguían a lo lejos


    48. Levantó la mirada: estaban en primavera y en la obscuridad del exterior se distinguían confusamente las hojas que poblaban las ramas de los árboles; el aire era cálido y tranquilo


    49. Segundos más tarde, sólo se distinguían las líneas rectangulares del cubo de un elevador


    50. En él se preparaban esos golpes de audacia que distinguían a los Keller en el gran comercio, y por los que se creaban para algunos días monopolios rápidamente explotados














































    1. La nuca queda al descubierto y distinguís el lunar que has besado tantas veces, latiendo suavemente


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    distinguir in English

    differentiate distinguish discriminate make a distinction draw a distinction tell apart signalize <i>[formal]</i> characterize mark be characteristic of be typical of

    Synonymes pour "distinguir"

    notar reconocer discernir deslindar