1.
Declaración de Juan Carreño de Miranda en la misma información
2.
En muchas constituciones sinodales (como la de Lisboa de 1536, de Bragade 1537, de Angra de 1559, de Lamego de 1561, de Miranda de 1563, deFinchal de 1578 y de Oporto de 1585), se ordena que no se haganrepresentaciones dramáticas en la iglesia sin licencia de lasautoridades eclesiásticas, ni la del nacimiento de Cristo, su pasión yresurrección, deduciéndose que esas órdenes se quebrantaban confrecuencia, si nos atenemos á las veces que se repiten
3.
Miranda la llegada de un tal Galindo, quien le aguardaba en el bar del hotel
4.
para la mesa, conferencié pues con Miranda durante nuestro paseo por el casco antiguo
5.
De esta manera, la remuneración obtenida -por Miranda por “servicios” prestados a la Emperatriz, se transfirieron a esas otras dos Catalinas
6.
aparece en láminas de la época, comola que figura en el libro de Alvarez Miranda,
7.
señordon Rodrigo de Miranda y Quiñones y Alcalde de la Justicia el señor
8.
Don Pedro Miranda, de quien ya hemos hecho mención, era un
9.
Miranda, que acausa de la desavenencia de su padre con los del
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Cueto ó de Miranda, se prestaba á mil inconvenientes, elmenor de los cuales era el ridículo
11.
deSantiago y los Mártires, en las de Miranda
12.
bonitacapilla en el barrio de Miranda, dominando una gran extensión de mar
13.
cuando Miranda se rindió a lastropas españolas, y se reestableció la autoridad de España
14.
—exclamó Miranda atusándose los mechones de las sienes conel ademán
15.
Es ciertoque el bueno del Leonés pareció a Miranda hombre de
16.
Vio Lucía sin disgusto al cortés y afable Miranda, y reparó con puerilcuriosidad el aseo de su
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glosar la pasión del señor de Miranda, sus atenciones, susobsequios y rendimientos
18.
—Papá—interrogó un día con la mejor fe del mundo—, ¿estará enfermo elseñor de Miranda?
19.
cuánta murmuración declarada o encubierta provocó enLeón la boda del importante Miranda con
20.
Hallábase ya en su centro Miranda, habiendo cesado los llorosy reaparecido el
21.
Miranda y Lucía fueron los últimos en alzarse de la mesa
22.
Al cabo logró Miranda que llegase su vez, y ya con el
23.
Al glosar así su dicha, quitábase Miranda el sombrero y buscaba en losbolsillos del sobretodo
24.
Miranda a la vía, paraalcanzar los vagones de primera, que en aquel punto desfilaban ante
25.
Miranda vestía la librea delbuen gusto, y por eso, antes de reparar en Miranda, se fijaban
26.
Me lo explicó cien veces el señor de Miranda
27.
y aquelotro, el de Miranda
28.
Miranda parecía la estampade la herejía
29.
Miranda pudo andar sin riesgo
30.
Las lujaciones duranpoco, aunque en la edad de Miranda sean
31.
Por encargo de Miranda el ama delhotel escribió a la villa termal,
32.
No, Miranda eso síque lo
33.
Miranda el resultado físico: el moral era un anhelo dereposo y bienestar egoísta, esa regularidad
34.
—Adiós, chicos—dijo entrando en el cuarto de Miranda vestido de viaje,con polainas de
35.
Miranda estaba delante
36.
Miranda apartaba de ella los ojos,tratándola con desdén glacial
37.
Mientras de tal suerte espantaban Perico y Miranda el mal humor, a Pilarse le deshacía el
38.
No obstante, de tal manera fijó laatención de Miranda lo que decían,
39.
Intrigado, comprobé que era el lugar destinado al homenaje, recuerdo y descanso de los restos de Francisco de Miranda, otra de las célebres figuras de la independencia latinoamericana
40.
Medité sobre los detalles de estas notables expresiones: casi un siglo después de la desaparición del General Francisco de Miranda, en 1895, otro general, don Joaquín Crespo, a la sazón presidente de Venezuela, habla por su nación y declara que ella "llora por el dolor de no haber podido hallar los restos del general Miranda"
41.
Después, lo trasladaron a la cárcel, donde estaba la mayoría de los funcionarios locales del gobierno y del mineral de Chuquicamata, entre ellos el gerente general David Silberman, y David Miranda, antiguo dirigente sindical, jefe de relaciones industriales de la empresa
42.
En el antiguo cementerio de los moriscos se instaló no hace mucho la Cruz de Miranda, una cruz caminera de principios del siglo XVII; la mandó poner don Paco siendo alcalde y el nombre le viene de quien la pagó, Juan de Miranda
43.
Fue también en esta época, hacia el final de su mandato en Radio televisión, cuando el sexto sentido de Suárez registró un casi invisible desplazamiento del centro de poder que a poco tardar resultaría sin embargo determinante: aunque Carrero Blanco continuaba representando la seguridad de que a la muerte de Franco continuaría el franquismo, López Rodó empezaba a perder influencia y en cambio afloraba como nuevo referente político Torcuato Fernández Miranda, a la sazón ministro secretario general del Movimiento, un hombre frío, culto, zorruno y silencioso cuya altiva independencia de criterio provocaba las suspicacias de todas las familias del régimen y el agrado del Príncipe, que había adoptado a aquel catedrático de derecho constitucional como primer consejero político
44.
Suárez tomó nota del cambio: dejó de frecuentar a López Rodó y empezó a frecuentar a Fernández Miranda, quien, aunque quizá secretamente lo despreciaba, públicamente se dejó querer, sin duda porque estaba seguro de poder manejar a aquel joven falangista sediento de gloria
45.
La intuición de Suárez resultó acertada, y en junio de 1973 Carrero fue designado presidente del gobierno -el primero nombrado por un Franco que continuó reservándose los poderes de jefe del estado- y Fernández Miranda sumó a la jefatura del Movimiento la vicepresidencia del gabinete, pero Suárez no consiguió el ministerio que ya creía merecer, y ni siquiera convenció a Fernández Miranda para que lo consolara con la vicesecretaría del Movimiento
46.
Suárez se sobrepuso a aquel doble contratiempo porque para cuando ocurrió ya se sentía demasiado seguro de sí mismo y de contar con la confianza del Príncipe como para dejarse derrotar por la adversidad, así que dedicó aquel paréntesis en su ascensión política a hacer dinero con negocios dudosos, convencido con razón de que era imposible prosperar políticamente en el franquismo sin gozar de una cierta fortuna personal («No soy ministro porque ni vivo en Puerta de Hierro ni estudié en el Pilar», dijo alguna vez en aquellos años); también lo dedicó a estrechar su relación con Fernández Miranda -y, a través de él, con el Príncipe- y a organizar la Unión del Pueblo Español (UDPE), una asociación política creada en la estela del mínimo impulso liberalizador promovido por el sustituto del almirante Carrero al frente del gobierno, Carlos Arias Navarro, e integrada por ex ministros de Franco y por jóvenes cuadros del régimen como el propio Suárez
47.
Pero, gracias a la astucia y a la habilidad de Fernández Miranda, que presidía el Consejo y llevaba meses preparándolo para ello, al mediodía del 3 de julio el Rey recibió una terna que incluía el nombre del elegido
48.
Suárez conocía las cábalas del Rey y Fernández Miranda, las seguridades de Fernández Miranda y las dudas del Rey, sabía que el Rey apreciaba su fidelidad, su encanto personal y la eficacia que había demostrado en el gobierno, pero no estaba seguro de que a última hora la prudencia o el temor o el conformismo no le aconsejaran olvidar el atrevimiento de nombrar a un segundón de la política y un casi desconocido para la opinión pública como él y optar por la veteranía de Federico Silva Muñoz o Gregario López Bravo, los otros dos integrantes de la terna
49.
La idea se debió a Fernández Miranda, pero Suárez fue mucho más que su simple ejecutor: él la estudió, la puso a punto y la llevó a la práctica
50.
Se trataba casi de conseguir la cuadratura del círculo, y en todo caso de conciliar lo inconciliable para eliminar lo muerto que parecía vivo; se trataba en el fondo de una martingala jurídica basada en el siguiente razonamiento: la España de Franco estaba regida por un conjunto de Leyes Fundamentales que, según el propio dictador había recalcado con profusión, eran perfectas y ofrecían soluciones perfectas para cualquier eventualidad; ahora bien, las Leyes Fundamentales sólo podían ser perfectas si podían ser modificadas -de lo contrario no hubiesen sido perfectas, porque no hubieran sido capaces de adaptarse a cualquier eventualidad-: el plan concebido por Fernández Miranda y desplegado por Suárez consistió en elaborar una nueva Ley Fundamental, la llamada Ley para la Reforma Política, que se sumase a las demás, modificándolas en apariencia aunque en el fondo las derogase o autorizase a derogarlas, lo que permitiría cambiar un régimen dictatorial por un régimen democrático respetando los procedimientos jurídicos de aquél
51.
La estrategia que ideó para conseguirlo fue un prodigio de precisión y de trapacería: mientras desde la presidencia de las Cortes Fernández Miranda ponía palos en las ruedas a los detractores de la ley, su presentación y defensa se encargaban a Miguel Primo de Rivera, sobrino del fundador de Falange y miembro del Consejo del Reino, que pediría el voto a favor «desde el emocionado recuerdo a Franco»; en las semanas previas a la reunión del pleno, Suárez, sus ministros y altos cargos de su gobierno, tras repartirse a los procuradores contrarios o renuentes a su proyecto, desayunaron, tomaron el aperitivo, almorzaron y cenaron con ellos, halagándolos con promesas pletóricas y enredándolos en trampas para incautos; sólo en unos pocos casos hubo que recurrir sin disimulo a la amenaza, pero a un grupo de procuradores sindicales no quedó más remedio que embarcarlos en un crucero por el Caribe rumbo a Panamá
52.
Por lo demás, a aquellas alturas, hacia febrero de 1977, ya estaba claro para todos que Suárez iba a cumplir en un tiempo récord el encargo que le habían confiado el Rey y Fernández Miranda; de hecho, cruzado el Rubicón de la Ley para la Reforma Política, a Suárez no le quedaba más que finalizar el desmontaje del esqueleto legal e institucional del franquismo y convocar elecciones libres después de pactar con los partidos políticos los requisitos de su legalización y su participación en los comicios
53.
Ahí terminaba en teoría su trabajo, ése era en teoría el final del espectáculo, pero para entonces Suárez ya se había creído su personaje y estaba exultante, navegando en la ola más gruesa del tsunami de sus éxitos, así que nada le hubiera parecido tan absurdo como abandonar el cargo con el que había soñado desde siempre; puede que ése hubiera sido sin embargo el propósito del Rey y Fernández Miranda al entregarle el papel estelar en aquel drama de seducciones, medias verdades y engaños, seguros como estaban quizá de que el chisgarabís encantador y marrullero se quemaría en el escenario, seguros como estaban en cualquier caso deque sería incapaz de manejar las complejidades del estado en condiciones normales, y más aún tras unas elecciones democráticas: una vez convocadas éstas y concluida su tarea, Suárez debería retirarse tras el telón, entré aplausos y muestras de gratitud, para ceder la gracia de los focos a un verdadero estadista, tal vez el propio Fernández Miranda, tal vez el eterno presidenciable Fraga, tal vez el vicepresidente Alfonso Osorio, tal vez el culto, elegante y aristocrático José María de Areilza
54.
Por supuesto, Suárez habría podido ignorar el propósito del Rey, forzar la mano y presentarse a las elecciones sin su consentimiento, pero él era el presidente nombrado por el Rey y quería ser el candidato del Rey y luego el presidente electo del Rey, y durante aquellos meses fulgurantes, mientras se liberaba poco a poco de la tutela de Fernández Miranda y hacía cada vez menos caso de Osorio, se aplicó a demostrarle al Rey con los hechos que él era el presidente que necesitaba porque era el único político capaz de arraigar la monarquía montando una democracia igual que estaba desmontando el franquismo; también se aplicó a demostrarle por contraste que Fernández Miranda era sólo un viejo jurista timorato e irreal, Fraga un bulldozer indiscriminado, Osorio un político tan pomposo como inane y Areilza un figurín sin media hostia
55.
Hacia finales de febrero ya había tomado una decisión y había ideado un malabarismo de funambulista como el que permitió que las Cortes de Franco se inmolaran, sólo que esta vez optó por realizarlo prácticamente en solitario y prácticamente a escondidas: primero, con la disconformidad de Fernández Miranda y Osario pero con la conformidad del Rey, se entrevistó a escondidas con Santiago Carrillo y selló con él un pacto de acero; luego buscó cubrirse las espaldas con un dictamen jurídico del Tribunal Supremo favorable a la legalización y, cuando se lo denegaron, maniobró para arrancárselo a la Junta de Fiscales; luego sondeó a los ministros militares y sembró la confusión entre ellos ordenando al general Gutiérrez Mellado que les advirtiese de que el PCE podía ser legalizado (estaban a la espera de un trámite judicial, les dijo Gutiérrez Mellado, y también que si deseaban alguna aclaración el presidente estaba dispuesto a proporcionársela), aunque no les dijo cuándo ni cómo ni si efectivamente iba a ser legalizado, un malabarismo dentro del malabarismo con el que pretendía evitar que los ministros militares le acusaran de no haberlos informado y al mismo tiempo que pudieran reaccionar contra su decisión antes de que la anunciase; luego esperó a las vacaciones de Semana Santa, mandó a los reyes de viaje por Francia, a Carrillo a Cannes, a sus ministros de vacaciones y, con las calles de las grandes ciudades desiertas y los cuarteles desiertos y las redacciones de los periódicos y las radios y la televisión desiertas, se quedó solo en Madrid, jugando a las cartas con el general Gutiérrez Mellado
56.
Por fin, otra vez con el apoyo del Rey y la oposición de Osario y ya sin consultar siquiera con Fernández Miranda, el Sábado Santo -el día más desierto de aquellos días desiertos-legalizó el PCE
57.
Para acabar de rematar la carambola, Suárez había convertido a Fernández Miranda y Osario en dos políticos súbitamente anticuados, a punto para la jubilación, y todo estaba listo para que convocara las primeras elecciones democráticas en cuarenta años y las ganara capitalizando el éxito de sus reformas
58.
-¿Quién duda, señor don Diego de Miranda, que vuestra merced no me tenga en su opinión por un hombre disparatado y loco? Y no sería mucho que así fuese, porque mis obras no pueden dar testimonio de otra cosa
59.
Miranda se incorporó en la cama, presa del pánico
60.
El pequeño Miller se quedó junto a la puerta trasera, entrechocándole las rodillas como las castañuelas de Carmen Miranda de miedo que tenía y dispuesto a desaparecer en cualquier dirección, mientras el compañero se introducía en la despensa
61.
Esta Compañía se replegó hacia el Ishora, pero el Jefe del Batallón, Miranda, se puso al frente de un contraataque protagonizado por la 1ª/Res
62.
Cayeron durante su desarrollo Miranda y Ulzurrun, mientras Auba resultaba herido
63.
Miranda no había dudado en acudir a primera línea en cuanto ésta fue rota
64.
Metieron, pues, al desgraciado Ulibarri en la sacristía de una ermita que está como a mitad del camino entre Miranda y Falces, y le dijeron: «Estese ahí un rato, D
65.
El argumento para aquel expediente es que, en uno de sus informes, el general Zárraga, al que conocí aquella mañana de diciembre, había mencionado los estrechos lazos entre las agrupaciones irregulares armadas, como los Tupamaros, con el ex gobernador de Miranda, ex ministro de Infraestructura, ex vicepresidente de la República y ex presidente de Conatel, Diosdado Cabello, así como también con oficiales de la Dirección de Inteligencia Militar (DIM)
66.
El 27 de marzo de 2008 había acompañado a Vladimir Ramírez y una compañera del CRIR a Los Teques, para entrevistarnos con el hoy ministro de Obras Públicas y Vivienda Diosdado Cabello, que en aquel entonces era gobernador del estado Miranda
67.
Y allí mismo, en su palacio de la gobernación de Miranda, la providencia o la voluntad de Allah quiso que me encontrase con mi amigo Lahssan Haida, el director del periódico Noticias Internacionales y presidente de la Asociación de Amistad Venezuela-Marruecos
68.
En un buen coche, con escolta de los dos criados, bajaron a Miranda, donde sólo se detuvieron algunas horas
69.
De todo esto, que a Miranda llegaba desfigurado y con más bulto del que realmente tenía, sacaban los oficiales comidilla y distracción en la tediosa vida del campamento
70.
Marchando hacia Miranda, era menos probable el encuentro de una considerable fuerza facciosa; marchando hacia el Este, este peligro acrecía, mas lo compensaba la contingencia ventajosa de encontrar el grueso de la división de D
71.
Cartas recibió en Miranda, en Morella, en Madrid, y cartas expidió desde aquellos y otros puntos
72.
Montes de Oca tira de pluma y devuelve a la invicta villa en un decreto el derecho de Bandera y otros privilegios abolidos; en Miranda toma partido por Cristina el Provincial de Burgos, que a Vitoria se dirige para dar su apoyo al movimiento; Portugalete y Orduña se pronuncian también; el cura de Dallo y el escribano Muñagorri reúnen al instante sus partidas y se lanzan por collados y montes a matar liberales
73.
En tanto Zurbano, con los Provinciales de Laredo y Logroño, se posesionaba de Miranda, preparándose a invadir la Llanada
74.
Y aunque es público y notorio que esta mujer le había dado unas grandes calabazas, él no renunció a ella, y el año 38, cuando fue a Miranda, revolvía la tierra por encontrarla, y ella por otro lado corría en busca suya, no sé si cuerda o loca
75.
Sale de estampía para Miranda un criado de esta casa encargado de procurarme el mejor coche que allí se encuentre y los caballos más veloces
76.
Ya en la estación de Miranda, apuntó Ibero en un papel: La Guipuzcoane
77.
Llamábase Miranda, y era sargento de Artillería de los que escaparon el 22 de Junio
78.
Andando en el rumbo indicado, les contó [179] el sargento Miranda que Moriones había empleado los medios de guerra más enérgicos para llevar a su campo a todos los carabineros de las Comandancias que prestaban servicio en aquella parte del Pirineo
79.
Los demás obedecían al sargento Miranda y a otros improvisados oficiales, que si carecían de galones y distintivos, iban bien pertrechados de coraje
80.
Con movimiento velocísimo, pues corrían el riesgo de que se rehicieran los de Ciudad Rodrigo y volviesen con mayores bríos, Miranda le quitó al General la espada, y viendo que aún respiraba, hizo ademán de rematarle
81.
Quizá algún cuerpo grande chocó con Miranda y lo redujo a pedazos
82.
Una vez despedazado, Miranda debió reconstituirse de nuevo por la acción de su propia gravedad, pero no de modo ordenado
83.
CASTEL, Monsieur: Criado del señor obispo de París, que trajo a Miranda los quitasoles y el quitatinieblas
84.
PABLO Y VIRGINIA: Dos sauces de la orilla del Miño, en el inventario de las propiedades de don Merlín en Miranda de Lugo
85.
En una fotografía de una representación de La tempestad, puesta en escena por el teatro universitario, aparecía O’Fallon caracterizada de Miranda con una leve túnica blanca y una sola flor blanca en el pelo, y Alma afirmó que estaba encantadora en aquella pose, pequeña y menuda, chispeante de vida y energía: la boca abierta, un brazo extendido hacia delante, declamando unos versos
86.
La Nación y fue a entrevistarlo en su camarín; Miranda sedujo a una
87.
Le leyeron sus derechos, los derechos Miranda, que nunca había oído mencionar
88.
En el curso de esa semana, la madre Josefa Miranda le hizo llegar al obispo un memorial de quejas y reclamos, escrito de su puño y letra
89.
—Si alguien está poseído por todos los demonios es Josefa Miranda —, dijo
90.
Karl estaba tendido en el diván con la cabeza en el regazo de Miranda y una expresión de sufrimiento en el rostro
91.
Me explicó que su hija se había casado con el conde de Miranda
92.
Uhha se apropió del cuchillo que colgaba en la cadera de Miranda y con él le cortó el taparrabo y se apoderó de la bolsa de piel y su contenido
93.
Flora se había preocupado de buscar a un tipo de hombre que pudiera suplantar con éxito a Tarzán en su propia jungla y había encontrado a Esteban Miranda, un español apuesto, fuerte y carente de escrúpulos, cuya capacidad histriónica, ayudada por el arte del maquillaje, del que había sido maestro en otros tiempos, le permitieron encarnar casi sin tacha el personaje que deseaban retratar, al menos en lo que al aspecto externo se refería
94.
El hecho de que hubiera sido él a quien el destino había elegido para actuar de portavoz, fue sin duda una circunstancia afortunada para Miranda
95.
Afortunado en verdad fue Esteban Miranda de ser de ingenio rápido y un actor consumado, pues de lo contrario su terror y aflicción, al enterarse de que aquella banda de fieros y leales seguidores de Tarzán se encontraba en esa zona del país, habría traslucido
96.
Al parecer, el ex¬perimento se estaba llevando a cabo en el Campo de Concen¬tración de Miranda de Ebro, bajo la supervisión de la Gestapo, interesada en conocer los resultados de los experimentos que el doctor Vallejo Nájera llevaba a cabo con sus pacientes
97.
3 Los Derechos Miranda, que toman su nombre de un caso ocurrido en 1966, implican que la policía debe informar a cualquier imputado bajo custodia que tiene derecho a guardar silencio y a un abogado
98.
Sus pensamientos pasaron rápidamente de Miranda Winter a Heidrun Ögi y retornaron otra vez a su punto de origen, ya que Heidrun no estaba disponible, y Miranda mucho menos, puesto que carecía de inclinación por las mujeres