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    Utiliser "morir" dans une phrase

    morir exemples de phrases

    morimos


    morir


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    morís


    muere


    mueren


    mueres


    muero


    muerto


    muriendo


    1. : Can semson: Yo morimos, o yo muero mucho;


    2. Cuando por el pecado en él morimos


    3. ¿Explicará la luna? ¿Explicará por qué el agua se congela? ¿Explicará por qué vemos colores? ¿Hablará de las diferentes estaciones? ¿Nos explicará por qué morimos? ¿Explicará por qué los chicos y las chicas son diferentes?


    4. Por eso nos herimos, por eso morimos


    5. Acéptalo de una vez y deja de pensar en eso, Gregory, nacemos, vivimos y morimos solos, le había asegurado Cyrus, la vida es confusión y sufrimiento, pero sobre todo es soledad


    6. Vivimos y nos morimos y todo lo demás es una ilusión


    7. Y nosotros morimos a gusto, con todas las comodidades modernas


    8. Y nos morimos de hambre


    9. Pero nos morimos de hambre con gran esfuerzo


    10. —¿Qué sucede con el alma humana cuando morimos? —Según San Agustín toda la humanidad entró en perdición después del pecado original

    11. ¡Y es magnífico! Créeme, toda esa búsqueda espiritual para averiguar lo que vincula al hombre con el universo, por qué nacemos y adónde vamos cuando morimos, lo que confiere significado a nuestras acciones, si es que tiene alguno


    12. ¡Volando! Casi nos morimos del susto


    13. Nacemos, sufrimos, morimos, y las montañas siguen ahí


    14. y que viviendo, en cierto modo, morimos


    15. Todos morimos, pero muy pocos lo hacen tan jóvenes, Teorizo, insistiendo en sentirse especial


    16. Nacemos y morimos, y en medio nos deslomamos perdiendo el tiempo para hacer como que lo ganamos, y esto es todo lo que quiero decir de los hombres


    17. Porque nadie la atraía más; sus manos le parecían hermosas, y sus pies, y su voz, y sus palabras, y su prisa, y su genio, y sus rarezas, y su pasión, y lo de decir sin miramiento ante cualquiera lo de morimos a solas, y su lejanía


    18. –Todos morimos -dijo El, pasando un brazo sobre los hombros de la muchacha-


    19. Nuestra misión consiste en entregarlo sano y salvo en el cuartel general, y si morimos en el intento…


    20. Cuando morimos, hay dos cosas que podemos dejar tras nuestro: los genes y los memes

    21. Todos morimos, las madres también mueren, y algunas nos abandonan, o se vuelven alcohólicas o dementes antes de morir


    22. Las ancianas hermanas nos traen a la vida: gemimos, engordamos, jugamos, nos abrazamos, nos conjuntamos, nos separamos, menguamos, morimos: sobre nosotros muertos se inclinan ellas


    23. Y es interesante porque, como él observa pertinentemente, todos hemos nacido del mismo modo pero todos morimos de diferentes modos


    24. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga


    25. Había otra que me gustaba también, sobre todo cuando decía: «Trabajamos todo el día / y de hambre casi nos morimos pero nuestras manos no dejan de apretar el fusil»


    26. Y todos morimos en un momento u otro


    27. Las salas del palacio se iban quedando atrás, como se desvanece el mundo cuando(5) nos morimos


    28. Mamá me dijo: «Esto es lo que pasa cuando morimos, incluso al hombre más rico de la tierra


    29. Encontramos al nacer las cosas así, y morimos dejándolas así


    1. aquí, aparecen los APEGOS, los males llamados apegos; SON APEGOS QUE IDOLATRAN AL HOMBRE Y DESCONOCEN A DIOS; Por favor; como es posible que una mujer exprese, frente a la separación o ruptura de una relación con su compañero sentimental, EXPRESE LO SIGUIENTE: ME QUIERO MORIR, NO PUEDO VIVIR SIN EL; te hablo a TI, querida hermana que me escuchas y me lees; NO cambies de tu boca esa expresión, déjala así, pero manifiéstalo para DIOS, exprésale así mismo, a tus amigas y compañeras:


    2. El viejo arroja media sortija á la mar, ydespués se arrepiente de su precipitación, pues ya anciano, tiene doshijos, á los cuales, al morir, sólo puede dejar media sortija


    3. sus adicciones después de morir, los cuales estimularán su adicción al juego para


    4. Partidos estos quatro Christianos, dende à pocos dias suscediò taltiempo de frios, i tempestades, que los Indios no podian arrancar lasRaìces: i de los Cañales en que pescaban ià no havia provecho ninguno; icomo las Casas eran tan desabrigadas, començòse à morir la Gente; icinco Christianos, que estaban en rancho en la Costa, llegaron à talestremo, que se comieron los vnos à los otros, hasta que quedò vno solo,que por ser solo no huvo quien lo comiese


    5. mejil as hasta morir juntas en el mentón de su bonita y delicada barbil a


    6. Manuela estaba ciertamente destinada a morir en la indigencia


    7. No obstante, antes de mandarle al Orixbu, en una cápsula pequeña, dónde Flegg tenía que apiñarse en un asiento incómodo, y beber su propio líquido, que en la Tierra se conocía como orina, Lorm le obligó a mirar como torturaba sus soldados (que eran en mayor parte también sus amigos) y les dejaba morir lentamente agonizando e implorando que les disparasen


    8. En torno de aquellos hogares humeantes moraban muchos seresque no habían tenido la curiosidad perversa de bajar a la calle paraverme pasar, y que ahora tampoco rodeaban el patíbulo para verme morir


    9. cuando parecían morir las aflicciones


    10. Para el CRAT, a morir en la batalla se convirtió en el espaldarazo definitivo

    11. Quizás comiencen a morir las personas que nos rodean, las


    12. Mujeres chillonas taladraban el oído con pregonesenfáticos, acosando al público y poniéndole en la alternativa de compraro morir


    13. Belénponía con tanto calor sus facultades musicales al servicio de Dios, quecantaba coplitas hasta quedarse ronca, y cantaría hasta morir


    14. Entonces Azorín, que sabe que los músculos son los primeros en morir yque cuando ha muerto el corazón y han muerto los pulmones


    15. ¿Qué significa unahecatombe de veinte mil desgraciados? ¡Veinte mil miserias menos,y millones de miserables salvados en su orígen! No vacila elmás tímido gobernante en dictar una ley que ha deproducir la miseria y la lenta agonía de miles y miles desúbditos, prósperos, trabajadores, felices tal vez, parasatisfacer un capricho, una ocurrencia, el orgullo, ¿y usted seestremece porque en una noche han determinar para siempre las torturas morales de muchos ilotas, porque unpueblo paralitico y viciado ha de morir para dar paso á otronuevo, joven, activo, lleno de energía? ¿Qué es lamuerte? ¡La nada ó un sueño! ¿Seránsus pesadillas comparables á la realidad de torturas de toda unamiserable generacion? ¡Importa destruir lo malo, matar al dragonpara bañar en su sangre al pueblo nuevo y hacerle robustoé invulnerable! ¿Qué otra cosa es la inexorableley de la naturaleza, ley de lucha en que el débil tiene quesucumbir para que no se perpetúe la viciada especie y lacreacion camine al retroceso? ¡Fuera, pues, femenilespreocupaciones! ¡Cúmplanse las leyes eternas,ayudémoslas y pues que la tierra es tanto más fecundacuanto más se abona con sangre, y los tronos más seguroscuanto más cimentados en crímenes y cadáveres, nohaya vacilacion, no haya duda! ¿Qué es el dolor de lamuerte? La sensacion de un momento, acaso confuso, acaso agradable comoel tránsito de la vigilia al sueño


    16. —Aquíen los pueblos, señorita, se toca por todo:cuando uno va á morir, cuando muere, cuando es elfuneral y


    17. Cristóbal acudió altribunal de la penitencia y que los que le acompañaron en el viajefueron, componiendo imponente procesión á la iglesia de Palos, paradisponerse á bien morir


    18. considera tan heridoen el corazón y en el alma, que va á morir de mal de ausencia


    19. No pretenderé yo, á pesar de lo expuesto, que debieron morir y noresucitar nunca la


    20. profundizar losmisterios del vivir y del morir, cometieron crueles anatomías

    21. vacilación entre quedarallí para morir, o seguir a su amado y salvar la vida, todo


    22. de morir yreconoce que no puede entrar en relación con él


    23. con la mejor intención delmundo?: «Hermano, hay que morir;


    24. La segunda, cuando en la isla de Trinacia, traicionan el juramento de no tocar los bueyes sagrados del dios sol; los matan y se los comen, desencadenando la ira de Zeus que los hará morir a todos


    25. Quiero morir en un escenario, quiero morir viva, quemándome por dentro; con todas las salidas de emergencia cerradas


    26. »Mi hija va a morir, y antes de comparecer en la presencia de


    27. 10) Yo no quiero morir


    28. Yo no puedo morir


    29. resignación estuvieronmás dispuestos a morir que Amaury al


    30. el momento de morir

    31. soldados de línea, ardían en generoso anhelo de morir, si era preciso, por rematar con una épica


    32. Lo esencial era que nunca cantaban lagallina; morían porque debían morir, que el héroe muere


    33. con los Morfeo, preferiría morir


    34. morir en lascalles de San Francisco, en el año de gracia de mil


    35. —Juanita ha legado, al morir, a su hermana todos los bienes de que ellapodía


    36. El era entonces quien se sintió morir


    37. morir y lastar en el otro mundo el buen manjarque gozó en el rincón el clérigo


    38. porque se delinque naciendo—y evitarque, en el caso de nacer y morir


    39. antes de morir os pondré en el palacio delPríncipe al lado


    40. morir en la horca, y si muere en ella, juróverdad, y por la ley puesta merece ser libre y que pase

    41. piensan en él cuando muerto, pues con morir hace lomás digno de conmemoración de su vida;


    42. Poco antes de morir el Marqués, teniendo aún a la cabecera de la cama alcura D


    43. coronel retirado del servicio, vendré a vivir y morir aquí, en lacasita de mi


    44. —¿Se obstina usted, pues, en morir en la impenitencia?


    45. todos los crímenes y de todas lasgrandezas; de matar y de morir, lloró cuando estuvo


    46. anhela, y por su condición estádestinado a vivir y morir lejos de


    47. ó morir como los paladines de lasCruzadas, por el sagrado


    48. yse resistían á morir


    49. los ha acercado cual estaban al morir


    50. Al morir ella lo recogí como única herencia, y sin saber porqué, á impulsos de un confuso instinto, no quise enseñárselo al profesorFlimnap













































    1. Verdad es que nome morí; pero pereció mi eunuco, el


    2. habíaamado a la señorita de Morí desde que tuvo conocimiento de lo que erandotes y


    3. Mira, Hy: pese a todo lo que hemos conversado sobre la muerte y la superación de la muerte, sobre nuestra misión conjunta a lo largo de muchas vidas, él sólo sabe que yo morí en un accidente de aviación y que ése fue mi fin


    4. y por ello morí; sábenlo en Siena,


    5. – Me morí de miedo cuando propusieron al juez para la comisión de justicia –comentó Stu


    6. Cada hoja y guijarro en un radio de tres metros de la abertura del pozo está saturado de brillante sangre roja, y también lo está el teniente Morí


    7. Por ello morí por vez primera hace muchísimos años, tantos que tus antepasados hablaban una lengua diferente y vivían en una tierra muy lejana a la mía


    8. ¿Qué estaba haciendo cuando morí, sino seguirle la corriente a los aficionados y adularles? Miré a Corbett, quien parecía tan a disgusto como yo


    9. Por supuesto, cuando apreté el gatillo, me morí


    10. Yo morí el año pasado

    1. mientras el árbol moría


    2. Merced á este régimen de terror, el comercio de lospueblos agonizante ya, moría por completo


    3. del pueblo, pero de un pueblo que moría, deun pueblo cuya civilización castiza y


    4. Y no cabía dudar que el pobrecito se moría


    5. de amar, que lo era hasta lo infinito; donJuan, pues, moría pensando en doña Clara,


    6. Don Juan se creía soñando, y cuando se convencía de queno soñaba, moría de


    7. poético que en suimaginación nacía y moría, asomaba una


    8. casos y por miseria en otros;de un niño que se moría en el


    9. moría rápidamente, mientras allá en la ciudad, losdesocupados


    10. Y mientras tanto, el niño se moría

    11. en el circo de Romalas vírgenes cristianas, como moría por el


    12. fuera un altar, y sollozó: y sintió como que elcorazón se le moría


    13. fuera vió con claridad que se moría


    14. sólo en el teatro se moría la gente de amor y depena?


    15. laciudad haciéndose lenguas de la unción con que moría el ateo, a quienahora todos concedían


    16. Se moría de envidia


    17. Una hora después la de Raynel moría con la sonrisa en los labios,murmurando:


    18. Me moría de aburrimiento y


    19. El sol moría a lo lejos entreresplandores carmesíes


    20. doraban las altas copasde los árboles y moría la tarde en

    21. follajeque se moría, destacando sobre el plomizo obscuro de los


    22. se moría, ¿qué quedaba en el mundo obscuridad, ignorancia


    23. que del disgusto se moría y después me mataba


    24. pararon en la cuestión magna del día, asaber, que el Rey no se moría tan presto como algunos


    25. se moría por reunirse ala docena de compatriotas de distinción que revoloteaban en el


    26. y enfin, que me moría de pena en aquella


    27. Aun así, no moría


    28. Mientras tanto, en la Grecia continental, moría el rey Alejandro por la mordedura de un mono y Venizelos, imprevisiblemente, era derrotado en las urnas


    29. No intervenir para evitar una atrocidad semejante es injustificable, pero quizá es comprensible si se hace el esfuerzo de imaginar a un muchacho recién salido de la adolescencia, recién ingresado en un partido militarizado cuyas decisiones no estaba en condiciones de discutir o contrarrestar, recién llegado a un cargo cuyos resortes de poder no dominaba por completo (aunque conforme se hacía con ellos terminó con gran parte de la violencia arbitraria que infestaba Madrid) y sobre todo desbordado por el caos y las exigencias avasalladoras de la defensa de una ciudad desesperada donde los milicianos caían como moscas en los arrabales y la gente moría a diario bajo las bombas (y que asombrosamente resistió todavía dos años y medio al asedio de Franco)


    30. Dos muertes violentas contribuyeron a esta impresión pasajera: en diciembre de 1973 el almirante Carrero moría en un atentado de ETA; en junio de 1975 Herrero Tejedor moría en un accidente de tráfico

    31. y el alpiste en la jaula se moría


    32. Juan, muy ocupado aquel mes, la dejó a ella a cargo de los gastos; al mes siguiente estuvo fuera de la ciudad, pero el tercero quiso hacer un gran balance trimestral y Meg nunca se olvidó de aquello, pues pocos días antes había hecho una cosa horrible y le pesaba mucho en la conciencia: Sarita había estado comprando sedas y Meg se moría por tener un vestido nuevo, clarito, para fiestas, ya que el suyo de seda negra era muy vulgar; además, los vestidos de finos algodones para la noche eran apropiados únicamente para chicas solteras


    33. Estas interrupciones me parecían tanto más absurdas porque en aquellos momentos estaba precisamente dándome caldo con una cucharilla, convencida de que me moría de hambre y no podía recibir el alimento más que a pequeñas dosis y, de vez en cuando, en el momento en que yo tenía la boca abierta, dejaba la cuchara en el plato, gritando: «Janet, ¡burros!», y salía corriendo a resistir el asalto


    34. El conejo, por supuesto, se moría


    35. ¡Huy! Vaya hogueras que habría: gente que moría y casas que se derrumbaban


    36. El hombre que ahora se moría en un dormitorio de París


    37. Un suave vientecillo, cargado de las exhalaciones perfumadas de las grandes plantas, agitaba con leve susurro las frondas y, recorriendo la plácida marina, moría en los lejanos horizontes del oeste


    38. Apenas moría el eco de los disparos, disolviéndose su vibración a lo largo del gran muro de la fortaleza, cuando ya Casey Brown había puesto en marcha los seis cilindros del motor y le había dado todo el gas


    39. En su libro De poenitentia decretorum, el obispo Burchard de Worms habla de una curiosa práctica erótica que, por supuesto, llevaba a las pecadoras directo a las pailas del infierno: la mujer se introducía un pez vivo (pequeño, supongo), por sus partes privadas y, después que moría, lo cocinaba y se lo daba de comer al hombre de sus deseos


    40. Amenazaba a los lascivos con rayos fulminantes, aseguraba que salían pelos en la palma de las manos, aparecían granos purulentos, el pene se gangrenaba y finalmente el culpable moría en medio de atroces sufrimientos, amén de irse de cabeza al infierno, en caso de morir sin confesión

    41. pero con la condición de que si Brom moría antes de que el dragón naciera, quedarían libres para formar ellos al nuevo Jinete sin interferencias


    42. Y cuando ellos desaparecían en el vacío, a Eragon le parecía que también él moría


    43. Cualquiera que no supiera dónde debía poner los pies, moría de una manera horrible


    44. –¡Arriba el ánimo, suegra! Lo que te hace falta para la inspiración literaria es un pito de marihuana -fue el consejo de Celia, quien jamás la había probado pero se moría de curiosidad


    45. La conversación moría a la segunda frase hasta que los toros sementa-les dieron pie para hablar de la reproducción del ganado, lo cual intere-só sobremanera a Paulina del Valle, quien sin duda estaba pensando en establecer la industria de quesos con ellos, en vista del número de va-cas que poseían


    46. De esta manera el círculo se cerraba, el rey recaudaba pero el pueblo llano se moría de hambre


    47. Era el mayor dolor que el cuerpo puede experimentar,y a medida que cada célula individual moría, comenzando por las del corazón, el peligro en que éste se encontraba era inmediatamente informado a la totalidad del cuerpo, y las células ahora morían de a miles, cada una de ellas conectada a un nervio que le gritaba al cerebro que la MUERTE estaba ocurriendo, en ese preciso instante…


    48. Pero el gobierno no podía hacer nada si no tenía pruebas de lo que estaba ocurriendo, y cualquiera que intentara obtener esas pruebas -o que intentara escapar, como la pobre Phum- moría


    49. El río estaba muerto y el lago ya se moría cuando el monstruo llegó al seco curso de agua y se volvió hacia la desolada llanura de limo


    50. Jensen vivía y moría para la actividad sobrenatural, mientras que Somers era un agente criminalista














































    1. Os moríais de ganas de ir


    1. Nos moríamos de impaciencia, no se podía abrir el grifo y las fresas a medio lavar estaban esperando su último baño, pero hubo que atenerse a la regla del escondite de que cuando hay alguien en el edificio, no se abre ningún grifo por el ruido que hacen las tuberías


    2. Tiene clase, es de buen trato y no cuesta hablar con ella de Chris Thomson y de cuando metíamos mano o, mejor dicho, de cuando nos moríamos de ganas de meterles mano a las tías


    3. No se trataba de una separación, ya que moríamos juntos


    4. En la cuadra, cuando nos quitamos las camisas, los cuatro estábamos hinchados de arriba abajo y nos moríamos de risa


    5. Habíamos bebido vino en abundancia, de modo que nos preguntó alegremente por qué jóvenes buenos como nosotros nos moríamos de hambre allí cuando, en realidad, podíamos vivir como caballeros en la más hermosa ciudad de las islas y participar en acciones dignas de un hombre,


    6. Mientras ellos hacían el héroe en París, nosotros moríamos por la libertad


    1. Abrían con cara de susto y morían con la misma cara


    2. Morían con la boca abierta y los ojos desorbitados


    3. brazos abiertos, porque los bichos morían de sed y no valían nada en el


    4. Hacia fines de la década de los setenta, los resultados de una estrategia modernizadora excluyente eran contundentes: el analfabetismo alcanzaba a la mitad de la población mayor de 7 años; sólo un tercio de la población urbana y el 5% de la población rural tenía acceso al agua potable; menos de la tercera parte de la población tenía acceso al saneamiento; 120 de cada 1000 nacidos vivos morían antes de cumplir el año y el 2% de las empresas agrícolas concentraban el 8% de la tierra cultivable (Renzi y Kruijt, 1997)


    5. de aplausos que morían en un súbito silencio


    6. Lo esencial era que nunca cantaban lagallina; morían porque debían morir, que el héroe muere


    7. mismaadmiración en que caían todos aquellos que la vez primera veían a donQuijote, y morían


    8. Algunos se morían; pero era porque les faltaba pacienciapara esperar la


    9. En éstas y otras, la estación avanzaba y el melancólico otoño ibainiciándose á medida que morían las


    10. dabanración á éstos ni á otros muchos que morían dehambre, y la que daban á los soldados era

    11. reproducían y morían entre las piedras de la catedralosaban repetirse las murmuraciones del


    12. Y todos estos mundos incontables nacían, se transformaban y morían comolos seres


    13. con las ancas elcarro espantados, y morían hombres y brutos en


    14. delos cuerpos de las vírgenes hermosas, que morían en ofrenda a


    15. su dios,sonriendo y cantando, como morían por el dios hebreo


    16. abandonada durante una ausencia suya, lomismo que morían los irracionales, y él


    17. medio de ellas morían y eran pastode unos peces que contaban todos los días con aquel alimento


    18. delcorralón inmundo, estrecho y lleno de ortigas y escajos en que seenterraba a los que morían


    19. sangre morían en laguerra o quedaban abandonados en los


    20. temibles compañeros, justificando lacreencia de que morían por

    21. Los que morían dejabanuna


    22. Si ellos se me morían, podía entrar en un convento:el de las Carmelitas, en que está la


    23. tripulaciones enteras y los capitanesvencidos morían pendientes


    24. menor fruto y consuelo delos que morían en sus manos


    25. personajes, sin excepción, morían ahogados en algún sumidero, asfixiados en laguna pestilencial,


    26. Un pueblo que ha sufrido desde los tiempos en que fue reducido por los egipcios a la esclavitud, un pueblo al que se impidió practicar su religión hasta la Edad Media, cuando los cruzados, en su salvaje y desatinada aventura en la tierra que llamaban santa, saquearon pueblos y ciudades, masacrando comunidades enteras que morían con el Shema Yisrael[3] en los labios, pensando que la Redención llegaría con el Mesías…, y hasta hoy, ayer apenas, con la espantosa catástrofe


    27. De este modo, los demás, los que estudiaban, podían llevar una vida a menudo precaria, pero no se morían de hambre


    28. Morían con facilidad porque no tenían ni idea de lo que era la muerte


    29. Parecía querer a todo el mundo, sentir la desaparición de las que morían


    30. Se escuchó su demanda y se decidió que lo más simple era dar a los guardianes que morían la medalla de la epidemia

    31. Los enfermos morían separados de sus familias y estaban prohibidos los rituales velatorios; los que morían por la tarde pasaban la noche solos y los que morían por la mañana eran enterrados sin pérdida de momento


    32. Absorbidas por la necesidad de hacer colas, de efectuar gestiones y llenar formalidades si querían comer, las gentes ya no tuvieron tiempo de pensar en la forma en que morían los otros a su alrededor ni en la que morirían ellos un día


    33. En ocasiones, algunos morían, unas veces porque se negaban a aumentar la cifra y otras antes de que pudieran elevarla lo suficiente


    34. Como resultado, morían en toda China millones de campesinos, los mismos que habían producido personalmente aquellos alimentos


    35. Recuerdo que de pequeño todos nuestros vecinos gustaban de los grandes y presuntuosos caminos que morían a las puertas de sus casas


    36. ¿Quién puede contabilizar el número de vidas que se han hecho miserables de esta manera, especialmente desde que los médicos cristianos comenzaron a adoptar el antiguo folklore judío en sus hospitales? ¿Y quién puede soportar leer los libros de texto y las historias médicas que, sin inmutarse, registran el número de bebés varones que morían por infección, tras su octavo día, o que sufrían severas e insoportables disfunciones y desfiguramientos? El registro de sífilis y otras infecciones, provenientes de los podridos dientes rabínicos o de otras indiscreciones rabínicas


    37. Se les debía algo más que mera obediencia: toda crítica hacia ellos era profana por definición y millones de personas vivían y morían bajo el miedo más profundo a un gobernante que podía escogerlos para un sacrificio o condenarlos a su antojo a un castigo eterno


    38. Al tercer día Juana La Triste ya no clamaba piedad ni rogaba por agua, porque se le había secado la lengua y las palabras morían en su garganta antes de nacer, yacía ovillada en el suelo de su jaula con los ojos perdidos y los labios hinchados, gimiendo como un animal en los momentos de lucidez y soñando con el infierno el resto del tiempo


    39. En las habitaciones del Palacio encontraron refugio, allí se amaban sin ruido, nacían sin celebraciones y morían sin lágrimas


    40. ¿Por qué callaban esos desgraciados? ¿Por que no hablaban al primer interrogatorio y se ahorraban tanto sufrimiento inútil? Al final todos confesaban o morían, como ése que iban a fusilar

    41. Derogar esa prohibición había sido una de las peticiones más urgentes de los estudiantes de la universidad, que se morían por los vaqueros americanos y las zapatillas deportivas, pero el rey era inflexible en ese punto, como en muchos otros


    42. Si morían animales domésticos, se utilizaba el cadáver completo: con la piel nos cubríamos, la grasa se empleaba en bujías, hacíamos charqui con la carne, las vísceras se destinaban al guiso y las pezuñas a herramientas


    43. Soñaba que se morían todos los miembros de su familia y ella quedaba vagando sola en la gran casa, sin más compañía que los tenues fantasmas deslucidos que deambulaban por los corredores


    44. Las imágenes de la prisión de Abu Ghraib dieron la vuelta al mundo y en Guantánamo los prisioneros, detenidos indefinidamente sin cargos, morían misteriosamente, se suicidaban o agonizaban en huelga de hambre, alimentados a la fuerza por un grueso tubo hasta el estómago


    45. Esas doncellas abnegadas crecían, se secaban y morían en la casa, dormían en cuartos mugrientos y sin ventanas y comían las sobras de la mesa principal; adoraban a los niños que les tocaba criar, sobre todo a los va-rones, y cuando las hijas de la familia se casaban se las llevaban consi-go como parte del ajuar, para que siguieran sirviendo a la segunda ge-neración


    46. Pertenecían a una antigua dinastía de terratenientes del sur, pero a diferencia de la mayoría de los dueños de fundo en Chi-le, que pasan un par de meses en sus tierras y el resto del tiempo viven de sus rentas en Santiago o en Europa, ellos nacían, crecían y morían en el campo


    47. Muchos niños morían en la infancia de infecciones intestinales, mordeduras de ratas y pulmonía, las mujeres de parto y consunción, los hombres por accidentes, heridas infectadas e intoxicación por alcohol


    48. A él le tocaba comprar las que pudiera financiar en los remates clandestinos y recibir a las que estaban demasiado enfermas para servir en los burdeles; tra-taba de sanarles el cuerpo y consolarles el alma, pero no siempre lo conseguía, muchas se le morían entre las manos


    49. Era el mayor dolor que el cuerpo puede experimentar,y a medida que cada célula individual moría, comenzando por las del corazón, el peligro en que éste se encontraba era inmediatamente informado a la totalidad del cuerpo, y las células ahora morían de a miles, cada una de ellas conectada a un nervio que le gritaba al cerebro que la MUERTE estaba ocurriendo, en ese preciso instante…


    50. Morían personas a diario… Unos cuantos muertos más no cambiarían el mundo













































    1. te morías de preocupación por ellos, los muy cabrones


    2. –Pero ¿no te morías de curiosidad? – pregunta Simon frotándose las manos con regocijo-


    1. —¡Cómo! —dijo el conde—, ¡os queda un recuerdo en la tierra y morís


    2. Los criminales son salvajes que actúan a corta distancia y que mueren de hambre cuando su presa consigue escapar, del mismo modo que vosotros os morís de hambre hoy día


    1. Rta: el espíritu del hombre esta a su lado todo el tiempo, pero esta a su lado, NUNCA POR DENTRO , y nunca muere, tiene vida eterna, quien muere es el hombre con su mente podrida, su cuerpo pestilente, y su saco de huesos y tripas;


    2. Cuando la mente muere el cuerpo se marchita, como pasa con los pacientes cerebralmente muertos en estado vegetativo


    3. Muerta la mente muere el cuerpo


    4. la impresión de que la persona muere poco a poco de tristeza


    5. No es cierto que cuando el cuerpo muere el alma quede indefinidamente en un


    6. huida se estrella con el coche y muere


    7. la creación llega y muere


    8. Es la Gente del Mundo, que mas amanà sus Hijos, i mejor tratamiento les hacen: i quando acaesce que àalguno se le muere el Hijo, lloranle los Padres, i los Parientes, i todoel Pueblo, i el llanto dura vn Año cumplido, que cada dia por la mañana,antes que amanezca, comiençan primero à llorar los Padres, i tras estotodo el Pueblo: i esto mismo hacen al medio dia, i quando amanesce: ipasado un Año que los han llorado, hacenle las Honras del muerto, ilavanse, i limpianse del tizne que traen


    9. Por poco se muere


    10. ¿Será verdad que cuando uno se muere se convierte en escarola?»

    11. Ve, Lucía, ve, yo creo que Ana se muere


    12. —Aquíen los pueblos, señorita, se toca por todo:cuando uno va á morir, cuando muere, cuando es elfuneral y


    13. pasa de la cavidad vestibular a la cavidad timpánica y éste movimiento muere


    14. toma antes ningún elixir; se remoja sin precaución y muere


    15. ella vencidoslos gentiles y muere el nieto de Apeles


    16. misma de ese pueblo; mas nopor eso el pueblo muere


    17. seentrega por amor y cuando por amor muere; tiene dos horas divinas: unaen la


    18. Si, en el útero, el Yo fetal responde con rabia y con odio a la percepción de una madre orca, es el feto el que muere y no la madre


    19. —Si muere antes del día, no se cumplirá su deseo supremo


    20. Aquiles permanece prisionero de la madre y muere

    21. Ayante muere presa de la locura porque le han quitado las armas de Aquiles


    22. Los médicos nunca me cayeron bien, buscan la distorsión de la materialidad del ser humano, la distorsión de la perfección del cuerpo, que; naturalmente: nace se reproduce y muere


    23. el uno unamor del cual se muere y el otro un amor que no nos


    24. Entonces Buddha concibió que lo absoluto y lo relativo van siempre juntos, que cuando se muere todo vuelve a formar parte del vacío, de un vacío inteligente, de un vacío consciente, capaz de mantener la conciencia intacta”


    25. —Ya ven ustedes ahora cuál es el amor del cual se muere y


    26. otoño ignora que se muere; yo soy quien losabe, cuando en un cuadro perpetúo su agonía


    27. Lo esencial era que nunca cantaban lagallina; morían porque debían morir, que el héroe muere


    28. Muere enfin aquel primero


    29. La palabra muere en elnudo que la emoción


    30. que muere por sus propios excesos

    31. que en la provincia de Moxos muere mayor número devarones ántes de llegar á los quince años, como


    32. Acostumbraran los bagobosponer lalao-an cuando muere


    33. fue así dicho por un rey de las Españas;tiene su nacimiento en tal lugar y muere en el mar


    34. morir en la horca, y si muere en ella, juróverdad, y por la ley puesta merece ser libre y que pase


    35. amo: ¿qué es lo que vio en el otro mundo? ¿Qué hayen el infierno? Porque quien muere


    36. de los poetas, no cesan derealizarse en el gran laboratorio de la naturaleza; sólo que se efectúanpor un lento trabajo interior, por transición gradual de vida y demuerte entre todo lo que muere y lo que nace, y no por


    37. —Todo lo que había en casa muere; sólo quedamos vosy yo


    38. —Por lo que se muere todo el que entierran—dijo CosmeAldaba—, porque se le ha


    39. enferma, quepor vos muere! ¡una mujer que por vos se ha arrojado á lasplantas del


    40. encarecimiento de amante que muere deamor, ni promesa de darme toda el alma, que V

    41. mientrashay quien se muere de hambre


    42. exactamente igual que el insecto que roe unahoja, y que muere


    43. Es joven y se muere por estar en


    44. su enemigo y muere por la que le diera el ser


    45. que muere el sol


    46. Muere en ella el burlador, que en los


    47. «Por goloso y atrevido muere el pez en el anzuelo; porque yo no soy goloso en paz y libre


    48. El que muere en estas ejecuciones del capataz no deja derecho a ningúnreclamo,


    49. Pringles muere a mano de lospresidiarios de Quiroga, que hace envolver el cadáver en


    50. mía, que se muere por lasjorobas, sólo porque tuvo un querido que llevaba una














































    1. existen pocos casos de muerte clínica y reanimación respecto a los que mueren


    2. seres que nacen y el destino de los que mueren en vuestro mundo físico


    3. Sólo mueren los


    4. justicia y mueren plácidamente de viejos?


    5. ¿Y qué pasa con los que no resuelven su conflicto y mueren a consecuencia de


    6. No sé qué hay en ello, pero es locierto que hasta la cesantía parece que es un goce amargo para ciertasnaturalezas, porque las emociones del pretender las vigorizan y entonan,y por eso hay muchos que el día que les colocan se mueren


    7. En la mujer, Lucía, como que es la hermosura mayor que se conoce,creemos los poetas hallar como un perfume natural todas las excelenciasdel espíritu; por eso los poetas se apegan con tal ardor a las mujeres aquienes aman, sobre todo a la primera a quien quieren de veras, que noes casi nunca la primera a quien han creído querer, por eso cuando creenque algún acto pueril o inconsiderado las desfigura, o imaginan ellosalguna frivolidad o impureza, se ponen fuera de sí, y sienten unosdolores mortales, y tratan a su amante con la indignación con que setrata a los ladrones y a los traidores, porque como en su mente lashicieran depositarias de todas las grandezas y claridades que apetecen,cuando creen ver que no las tienen, les parece que han estadousurpándoles y engañándoles con maldad refinada, y creen que sederrumban como un monte roto, por la tierra, y mueren aunque siganviviendo, abrazados a las hojas caídas de su rosa blanca


    8. Los poetas deraza mueren


    9. ; los maestros de aquí hacen mal en pediredificios cuando los de la Península se mueren de hambre


    10. Por ejemplo durante el momento del parto donde muchas madres mueren por las complicaciones que, para mí, son fruto de la venganza del niño que se presenta en posición equivocada en el cuello del útero

    11. —Y como de los que vienen, la mitad mueren de borrachera


    12. casi todos los años; pero las tres cuartas partesde los hijos mueren generalmente á los ocho dias de su


    13. que no hay allí quien ignore el número y otrascircunstancias de todos los que nacen ó mueren


    14. Una gran parte de las criaturas mueren á los diez dias de haber visto laluz, ya por la falta de cuidados, ya


    15. desatender á sus reciennacidos,que mueren por los sufrimientos á que los espone su edad y esta especiede


    16. portugueses del bicho: yde la cual mueren muchos, porque no


    17. de cuantos mueren, y entra a la parte con los máshijos que deja el difunto) y entre sus renegados;


    18. he dicho es que a todos los que van en elnavío se les mueren los piojos, sin que les quede


    19. Mueren dentro de ella como los gérmenes que


    20. indecente, y que mueren dejando centenares de millones,tienen,

    21. que mientras naveganse aman, y cuanto más mueren, más


    22. puesto que se mueren


    23. lugarfresco y ameno en el que mueren encantadores senderos


    24. lado!Cuando mueren, lo hacen con una sonrisa de alegría,


    25. ¡Esperar en un país donde mueren de una manera trágica cuatropresidentes en sólo diez


    26. esta desigualdad en el trabajo, las mujeres parecenlas hijas de sus esposos, y éstos mueren,


    27. estén; las sílfides y las ondinas se mueren deamor por nosotros; los dioses y las


    28. hombres guarde la entrada de la patria; lossoldados mueren en los combates; desertan


    29. porque mueren muchos; el otro porque haygente de iglesia en ella; el de más allá


    30. planta muerta si no; seméjase a las palmas en que mueren lascompañeras empezando

    31. que se mueren dehambre permanezcan tan resignados y no


    32. A los niños que mueren sollozando


    33. suben aquel cerro mueren de espanto, excepto los payees


    34. que mueren y no encuentran el cielo no vendrán aquejarse


    35. que podríamos llamar zompas, sin brillo y sinprovecho, en las que mueren los hombres tan bien


    36. ¿pues qué así como así mueren los hombres? En un


    37. orgullosas de suspomposos nombres, como mueren en el mundo


    38. —Tú, aprendiz de roder, mira cómo mueren los pillos


    39. mucho comer, se mueren, colorados y gordos, los que sedejan


    40. nosaben que se mueren

    41. —Pues ya se ve que las culebras no se mueren nunca—repuso


    42. las que mueren solteras


    43. los señores que mueren de hartazgo o malosvicios


    44. —Gracias a eso—decía—no mueren como chinches


    45. como mueren lasvibraciones de una placa, lejos ya de las sensaciones de asco y terror;aquellas


    46. de las velas de cera, decada mil niños, 495 mueren antes de los 5


    47. Él sabía conqué gestos mueren


    48. Felices los que mueren abrazados a la quimera


    49. Los afectos mueren, como loscabellos caen, no encuentran


    50. Pero ni esto es común entodos los que mueren, ni














































    1. Tú tienes talento y te mueres de hambre; y como tú,muchos


    2. —Sí, hombre, cuando te mueres y te sacan un molde de la cara


    3. –No tienes escapatoria, Tremal-Naik: si no mueres tú, morirá ella


    4. Si alguien supera esa fuerza, te mueres


    5. «Has perdido mucha sangre, hijo mío, si no comes te mueres», lo des-pertó un capellán que andaba por allí repartiendo consuelo entre los heridos y la extremaunción entre los moribundos


    6. —Naces una vez y una vez te mueres —afirmó con dureza el poeta, aunque el efecto de dureza lo estropearon un tanto los castañeteos de los dientes


    7. O la cumples o mueres en el intento


    8. No te preocupas por la felicidad y la realización personal cuando te mueres de hambre


    9. –¿Y si caes en el abismo y mueres?


    10. Hay un elemento que deja de funcionar técnicamente y te mueres

    11. Estás vivo y, de repente, te mueres


    12. Básicamente está retirado, pero sigue haciendo cosas de beneficencia, recaudando fondos para el gobierno, cosas así… Sus chistes son guarros, guarros, guarros; te mueres de risa


    13. Si realmente mueres, no te sentirás mejor, ni más aliviada


    14. —Pero tú no mueres por eso


    15. Si tú sufres, él sufre; si tú mueres, él muere…


    16. ¿Acaso te mueres al cortarte las uñas?


    17. –Te mueres por eso, ¿verdad? – Molly sacó un paquete plano envuelto en papel de aluminio y lo arrojó al otro lado de la mesa


    18. –Pero con el hacha te mueres en seguida: hasta en eso, ellos se llevan la mejor parte


    19. Pero si mueres, sólo el Deshacedor se beneficia, y si vives, si esa pierna se cura, es para el bien de toda la humanidad


    20. Si te desesperas, mueres

    21. Sé que te mueres por decirme algo


    22. Porque, por supuesto, el universo termina cuando mueres


    23. En la Torre hay unas mazmorras en las que entras, se quitan las puertas y te quedas dentro hasta que te mueres detrás de un tabique de ladrillos


    24. O te mueres, o te han puesto bueno en un par de semanas


    25. Cuando te mueres, todo lo que sabes desaparece


    26. El momento en que te mueres, por ejemplo


    27. Practicaba una de esas religiones extrañas en las que te entierran cuando te mueres, y el tipo tenía este perro viejo


    28. Estaban decididos a hacer que el mundo funcionara a su gusto o a morir en el intento, y lo malo de morir en un intento es que mueres en el intento


    29. Qué resumen tan absurdo de la vida: naces, vives y mueres


    30. Si es una trampa, te mueres

    31. Pero si mueres durante una prueba


    32. –¡Tú no eres el responsable de esta situación! Y si mueres durante esta prueba, la cofradía pagará las consecuencias


    33. –¿Y si mueres en la empresa? – preguntó secamente Artimañas


    34. Acércate y déjame que mire cómo mueres


    35. Se iban a dar la gran vida mientras tú te mueres de sífilis en la cárcel


    36. Enchufe y un buen cable, que si no te mueres de hambre


    37. Cuando mueres, ellas llevan el significado


    38. Pierdes un pie, casi te mueres, sigues trabajando


    39. De lo contrario, mueres


    40. ¿Es cierto que, si mueres, las serpientes volverán al lugar del que vinieron?

    1. Me muero por ellas: no lo puedoremediar, me gustan más esas cosas que la reforma de la ley Hipotecariade que V


    2. el corazón que mi tienda, mi pobrecitatienda, naufraga en esta borrasca, y yo me muero


    3. —Yo me muero de pena—exclamó el buen profesor con


    4. vida del gobernador, y así Dios me ledeje gozar, que me muero de hambre, y el negarme la


    5. entrado en el alma, que en él vivo yen él muero, y ansio lo que


    6. Me muero de impaciencia


    7. : Can semson: Yo morimos, o yo muero mucho;


    8. Lo dudo, y muero


    9. ¡Oh!, si las veo entrar, me muero


    10. —Dicen que dijo: «—¡El pan del cuerpo es el que yo necesito, que asíme salve Dios muero de

    11. —Quiero acostumbrarle (a su hijo) a estas cosas desde temprano, porqueyo mañana o esotro día me muero y él por necesidad habrá de reemplazarmeen el manejo del caudal; sobre todo en la administración de esta finca,que por más de un motivo le pertenece


    12. Me muero por ellas: no lo puedoremediar, me


    13. —Pues bien, señor cura, me muero de


    14. gustan las flores: me muero por ellas


    15. me muero de


    16. ¡Ay!, yo me muero por las sesiones


    17. Sólo que ya no me muero


    18. usted por Dios, porque estoy muy solo y muy despreciado en elmundo y me muero por usted


    19. amigo, así te dé Dios todos los reinos de la tierra y del mar; sácame ó me muero en esta


    20. ¡me muero por el Skating!

    21. Y dexame la esclava, por quien muero


    22. Me muero de hambre


    23. El tiempo, ese maestro, me enseñó que nada es contradictorio y que, al nacer a una verdad, muero a otra


    24. –Cuando entré en el restaurante y vi quién te acompañaba, casi me muero


    25. Pero dése vuesa merced priesa, señora Trifaldi, que es tarde y ya me muero por saber el fin desta tan larga historia


    26. –Me muero de hambre -dijo el kif


    27. —Ay, me muero de ganas de escuchar las novedades


    28. —Casi me muero de miedo —continuó relatando la condesa—


    29. Sí no muero, nos veremos en Argel


    30. "Perdido en el bosque, muero de hambre

    31. Uno de ellos comenzó a quejarse de espantosos dolores de vientre, me muero, socorro, me han envenenado y de inmediato sus compañeros, desde sus calabozos, se unieron al clamor, asesinos, asesinos, nos están matando


    32. Me muero por la péptido feniletilamina


    33. Y si, por aquellos milagros, Hanna hubiera sobrevivido a este holocausto dígale que la amé hasta la extenuación y que muero con su nombre en el pensamiento, en el corazón y en los labios


    34. Me muero de ansiedad


    35. Necesito un trasplante, de lo contrario, me muero


    36. En cualquier caso, me muero de hambre


    37. -Yo me muero de pena -exclamó el buen profesor con lastimosos aspavientos-


    38. Muero con la ilusión de que Dios protegerá a esas dos personas que no quieren separarse


    39. -¡La adoro, me muero por ella!


    40. Si muero mañana, como es probable, moriré con la conciencia de que mi tarea en este mundo ha sido realizada, y bien realizada

    41. Si me muero se queda con la pensión de viudedad


    42. -Bueno, no es seguro, puesto que el tío no habla, pero era lo que suponíamos, me muero de hambre


    43. El hombre, cuando desarrolló la inteligencia, supo que él también moriría y tuvo que enfrentarse con el misterio esencial de su vida: ¿qué pasa conmigo cuando muero?


    44. –Sí, ya entiende de los que mueren en su ley, no; mí ser de los que viven en su ley; mí ser más vivo; morir no importa, y si puede, que me muero en la ley de Dios


    45. –Me muero de ganas de que llegue la clase de Historia de mañana


    46. ¡Me muero de ganas de verte!


    47. –Me muero de impaciencia


    48. –Me muero de hambre -exclamó Grace lanzándose sobre mí con los brazos abiertos


    49. «Si me muero -se sorprendió pensando- ¿seré recompensado en el cielo por morir de una manera más brutal que la que le espera en buena lógica a cualquier cura de pueblo? ¿Otorga el paraíso alguna compensación a quien muere con las entrañas fuera en el vestíbulo de su propia sacristía?»


    50. –Casi me muero cuando estaba bajo los efectos de la anestesia -le comentó









































    1. Dos años después, excluyendo otros enlaces con AnaMaría de Borbón, Duquesa de Montpensier, con la Princesa Leonor deMántua y con una archiduquesa de Inspruck, aceptó para esposa a susobrina doña Mariana de Austria, cuya boda estuvo antes concertada conel pobre Príncipe muerto en Zaragoza


    2. En fin, toleróque a los cuatro días de muerto el nuevo aposentador, nombradoinmediatamente para sucederle, se incautase de cuanto había en lashabitaciones de Velázquez so pretexto de que las cuentas de laaposentaduría arrojaban en su contra un alcance de varios miles demaravedises


    3. Hasta después de muerto Felipe IV no se puso en claro quela administración de Palacio debía 74


    4. Dícese en él que la fiesta del Corpus se introdujo en Geronaen tiempo de Berenguer Palaciolo, conde de Barcelona (muerto en 1313), yque hubo procesión con gigantes y figuras ridículas la mañana del díadestinado á solemnizarla


    5. Isabel, hermana del muerto, sólo pudo hacer valer sus dudososderechos de sucesión á la corona empleando la fuerza de las armas contrala infanta Doña Juana y sus partidarios, y hasta el año de 1476, vencidocerca de Toro el rey de Portugal, principal apoyo de sus enemigos, noposeyó tranquilamente el trono


    6. Nadase sabe de la vida de este poeta, sino que ya había muerto en el año de1566, pues así consta de un soneto inserto en la edición de sus obras dedicho año[261]


    7. Asesina delirante á sunueva esposa, grita como un endemoniado, recita un monólogo de 350versos, lleno de extrañas hipérboles y de incomparable ampulosidad;ahoga á Flaminia, y cae en tierra muerto


    8. Luego don Quijote y los que venían con él no aguantaron las ganas de verle la cara al muerto y se pusieron a mirar las andas, y en ellas el cuerpo de Grisóstomo, cubierto de flores, vestido como pastor, de unos treinta años de edad, y, aunque muerto, mostraba que había sido de rostro hermoso y de disposición gallarda


    9. Llegaron a él los pastores y, al verlo en el estado en que quedó, lo creyeron muerto


    10. Todos soltaron la carcajada por los disparates del caballero aventurero y su escudero, menos el ventero y su mujer, quienes, con la piedra que se cargaban, estaban que mataban y comían del muerto, como en verdad se hace ahora por ahí

    11. El cura, después de saludar al padre amigo de la romería, le contó rápidamente sobre don Quijote, y así él y toda la turba de los nazarenos fueron a ver qué pasaba con el pobre caballero y, cuando se acercaron, oyeron que Güicho Panza, quien se había tirado sobre don Quijote soltando el más doloroso y risible llanto del mundo creyendo que estaba muerto, de un modo que se hacía cada vez más linajudo en él, por la junta con don Quijote, decía:


    12. Muerto: Estar que se mata y se come del ~: Estar supremamente disgustado por alguna situación


    13. dentro del féretro, que no se abrió sino en contadas ocasiones, el cadáver de un oficial muerto


    14. muerto, precioso de todos modos, pero en fin, suficiente para observar el objeto de nuestro


    15. muerto es una víctima propiciatoria, sacrificada en un ritual de iniciación, cuya única


    16. llegado, pues las circunstancias, aunque se hallaban en un punto muerto, o precisamente por


    17. Antes del sol ninguno estaba muerto,


    18. aquel cachondeo, con el recuerdo del muerto todavía fresco en


    19. hombre, muerto de calor al sol, todo el


    20. Yà que lovenian à poner en efecto, vn Indio, que à mi me tenia, les dixo, que nocreiesen, que nosotros eramos los que los matabamos, porque si nosotrostal poder tuvieramos, escusàramos que no murieran tantos de nosotros,como ellos vian que havian muerto, sin que les pudieramos poner remedio,i que ià no quedabamos sino mui pocos, i que ninguno hacia daño, niperjuicio, que lo mejor era, que nos dexasen

    21. Es la Gente del Mundo, que mas amanà sus Hijos, i mejor tratamiento les hacen: i quando acaesce que àalguno se le muere el Hijo, lloranle los Padres, i los Parientes, i todoel Pueblo, i el llanto dura vn Año cumplido, que cada dia por la mañana,antes que amanezca, comiençan primero à llorar los Padres, i tras estotodo el Pueblo: i esto mismo hacen al medio dia, i quando amanesce: ipasado un Año que los han llorado, hacenle las Honras del muerto, ilavanse, i limpianse del tizne que traen


    22. muerto, pero en el fondo acabaría aceptando con más resignación esa muerte, antes


    23. suponía que había muerto cuando él estaba todavía bajo en la cal e, en el coche


    24. Ya están lamiendo los flancos exánimes del lobo muerto


    25. Refiriéndose a apuntes y manuscritos de Jiménez de Quesada, cita su testimonio en el sentido de que el Adelantado logró establecer que los nativos usaban el signo de la cruz, y lo estampaban sobre las sepulturas de los que habían muerto a consecuencia de picaduras de serpientes


    26. Hombre que lo hiciera con la C a la española, era hombre muerto


    27. Habían muerto, en primer término, el doctor Juan Germán Roscio, Vicepresidente interino de la República, encargado de presidirlo y su sucesor en esta misión, don Luis Eduardo Azuola


    28. Mientras los científicos perfeccionaban el polvo, Flegg les dijo que quería probar los efectos en un planeta prácticamente muerto que se llamaba Rhod


    29. Los dos llevaban puestos guantes especiales y se habían cambiado las mascarillas por las que se utilizaban normalmente en los casos del contacto directo con alguien muerto


    30. La mirada de Crogg se clavó en el cuerpo muerto de su asistente y en seguida, le anegaron varios sentimientos a la vez

    31. En la sala dos el cuerpo muerto de can-toy de repente, dio otro calambre


    32. “No sé quién es el hibridor, pero si te refieres a Flegg, él sí que está muerto


    33. siempre pensó que había muerto en ese


    34. fue encontrado el asesino muerto en el


    35. muerto, justo dos días después de la


    36. En los velorios, el progreso de la corrupción hace que el muerto recupere sus caras anteriores


    37. Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto


    38. En cuarto lugar, el asesino estaba muerto cuando el asesinato ocurrió


    39. También era posible que Villari ya hubiera muerto y entonces esta vida era un sueño


    40. Me llevé todo el día como atontada, pensando en mi hijo muerto y atravesando los

    41. Y ha muerto el fuego patrio en el altar,


    42. Todos saben que habiendo muerto durante lanavegacion su cadáver fué arrojado al mar


    43. Nuestro nenín muerto, y yo más muerta, ji ji; y en Barcelona me acordaba de tiy te mandaba besos por el aire, y en Zaragoza


    44. Mientras tanto, había muerto también el ex droguero; y con lo mucho queles dejó, lo que representaba la droguería y lo que en ella habíanganado los sobrinos del difunto, al perder el hijo noveno eran ricos,pero muy ricos


    45. No murió don Manuel del pesar de que hubiese muerto su hijo, aunque bienpudo ser; sino que dos años antes, y sin que Manuelillo lo supiese, sesentó un día en su sillón, muy envuelto en su capa, y con la guitarra allado, como si sintiese en el alma unas muy dulces músicas, a la vez queun frescor húmedo y sabroso, que no era el de todos los días, sino muchomás grato


    46. Dos hijaslloraban abrazadas en un rincón: la mayor, más valiente, le acariciabacon la mano los cabellos, o lo entretenía con frases zalameras, mientrasle preparaba una bebida; de pronto, desasiéndose bruscamente de lasmanos de doña Andrea, abrió don Manuel los brazos y los labios comobuscando aire; los cerró violentamente alrededor de la cabeza de doñaAndrea, a quien besó en la frente con un beso frenético; se irguió comosi quisiera levantarse, con los brazos al cielo; cayó sobre el respaldodel asiento, estremeciéndosele el cuerpo horrendamente, como cuando entormenta furiosa un barco arrebatado sacude la cadena que lo sujeta almuelle; se le llenó de sangre todo el rostro, como si en lo interior delcuerpo se le hubiese roto el vaso que la guarda y distribuye; y blanco,y sonriendo, con la mano casualmente caída sobre el mango de suguitarra, quedó muerto


    47. ¿Qué caballerín, de los elegantes de la ciudad, no estaba aquellamañana, con un ramo de flores en el ojal, saludando a las damas y niñasdesde su caballo? Los estudiantes, no, esos no estaban por las calles,aunque en los balcones tenían a sus hermanas y a sus novias: losestudiantes estaban en la procesión, vestidos de negro, y entreadmirados y envidiosos de los muertos a quienes iban a visitar, porqueestos, al fin, ya habían muerto en defensa de su patria, pero ellostodavía no: y saludaban a sus hermanas y novias en los balcones, como sise despidieran de ellas


    48. Entonces Azorín, que sabe que los músculos son los primeros en morir yque cuando ha muerto el corazón y han muerto los pulmones


    49. En la casa del muerto, á donde habían acudido aldía siguiente antiguos conocidos y amigos, se comentaba mucho unmilagro


    50. En otros corros se hablaba más del muerto; al menos sediscutía el traje que le iban á poner







































    1. en los cansados brazos que, muriendo,


    2. No hay que dar la vida muriendo, sino trabajando


    3. de los confines de dichas poblaciones a la ciudad hai como dos leguas de distancia y del punto en donde fabricaron una ermita a sus propias expensas y con licencia del ordinario eclesiastico una legua de camino fragoso y que de consiguiente en tiempo de copio-sas lluvias se pone casi intransitable, muriendo muchos fieles sin los auxilios de la religión y quedandose los dias festivos la mayor parte de la población sin cumplir con el precepto de la misa por la 80


    4. ejercer el trabajo sexual como única opción de supervivencia o quizá muriendo


    5. se ha ido muriendo como una claridad pálidaen sus almas! Y no


    6. llevar el estar aquí sepultado en vida, y me estoy muriendo demiedo


    7. me estoy muriendo


    8. reflejo de ese ideal que va muriendo bajo el pie dehierro del


    9. transformaciones, siempre muriendo en apariencia yrenovándose hasta lo infinito


    10. viese ya en suimaginación muriendo durante la noche, sin otro socorro que los gritos

    11. cliente recomendome a este, quese estaba literalmente muriendo


    12. nunca el mando, muriendo á bordo desu buque


    13. que eso de ver un hombre que se está muriendo, y con mandarletomar, pongo el caso, media


    14. 2 Y el siervo de un centurion estaba enfermo y se iba muriendo, al cual él


    15. 2 Y el siervo de un centurion enfermo se iba muriendo, el cual él tenia en


    16. Vamos, vamos Iijo Prudence, que se había quitado el sombrero y se alisaba los bandós ante el espejo ; todavía va a enfadarse usted y le sentará mal; más vale que vayamos a cenar: yo es que me estoy muriendo de hambre


    17. Unos apoyados en un codo, otros con el mentón en las manos, el capuchino arrodillado en su hábito, las mujeres recostadas sobre una manta, Gavilán con la lengua de fuera, junto a Polifemo, el dogo tuerto de los griegos: todos miramos las llamas que crecen a saltos entre las ramas demasiado húmedas, muriendo en amarillo aquí, para renacer azules sobre una astilla propicia, mientras, abajo, los leños primeros se van haciendo brasas


    18. en los cansados brazos, que, muriendo,


    19. Pero no tienen ellos la culpa, sino los simples que los alaban y las bobas que los creen; y si yo fuera la buena dueña que debía, no me habían de mover sus trasnochados conceptos, ni había de creer ser verdad aquel decir: "Vivo muriendo, ardo en el yelo, tiemblo en el fuego, espero sin esperanza, pártome y quédome", con otros imposibles desta ralea, de que están sus escritos llenos


    20. -Vaya vuesa merced -dijo Sancho-, y vuelva presto, por un solo Dios, que ya no lo puedo llevar el estar aquí sepultado en vida, y me estoy muriendo de miedo

    21. ¡Sí, qué muertos estaban! ¡Cómo seguían muriendo! Silenciosos y apartados de todo, como muriera su padre en una incomprensible tragedia, lejos de su patria carnal, después de una vida enteramente involuntaria, desde el orfanato hasta el hospital, pasando por el casamiento inevitable, una vida que se había construido a su alrededor, a pesar suyo, hasta que la guerra lo mató y lo enterró, en adelante y para siempre desconocido para su familia y para su hijo, devuelto él también al vasto olvido que era la patria definitiva de los hombres de su raza, el lugar final de una vida que había empezado sin raíces, y tantos informes en las bibliotecas de la época sobre la manera de emplear en la colonización de ese país a los niños abandonados, sí, aquí todos eran niños abandonados y perdidos que edificaban ciudades fugaces para morir definitivamente en sí mismos y en los demás


    22. Consciente de que se hallaba al borde del colapso total, escribió a las autoridades del campo diciéndoles que se estaba muriendo y rogando que se le eximiera de realizar ciertas tareas especialmente duras


    23. ¿Sabías que mi madre fue una «salvaje»? La sacaron a la fuerza del paraíso en que vivía, allá en Oriente, donde nunca hace frío y los niños se bañan todo el año en los ríos, y la trajeron a las montañas donde acabó muriendo de pena


    24. Deploro el modo lento e insidioso en que me estoy muriendo


    25. Era la de Mark Stonebrook, y estaba muriendo


    26. muriendo con los años,


    27. –Pero se está muriendo -dije yo, comprendiendo adonde quería ir


    28. -Y entretanto irá muriendo gente


    29. —Mencionó Seven Dials mientras se estaba muriendo —dijo Bundle despacio


    30. La creación entera es un proceso ininterrumpido de digestión y fertilidad; todo se reduce a organismos devorándose unos a otros, reproduciéndose, muriendo, fertilizando la tierra y renaciendo transformados

    31. -Grr-ympr, muriendo -masculló la anciana, golpeándose el pecho


    32. A la mayoría de esta gente las puedes poner delante de un espejo y decirles que es un programa especial de televisión sobre viejos hechos polvo que se están muriendo y se quedarán mirando durante horas


    33. No alcanzó a calcular que la próxima explosión podía tocarle a él, no había tiempo de pensar en na-da porque ya los primeros húsares saltaban sobre las trincheras enemi-gas, caían en las fosas con los cuchillos corvos entre los dientes y las bayonetas caladas, masacrando y muriendo entre chorros de sangre


    34. –¡Sí, del alma, Clemencia, me estoy muriendo, y te llamo porque en mi desesperación necesito confiarte mis pesares, necesito que los alivies!…


    35. Tenía las piernas blandas como el requesón y se estaba muriendo de sueño


    36. El día iba muriendo, las sombras se alargaban, el mar estaba rojo, y soplaba un vientecillo agradable


    37. «¿Me estaré muriendo?», se preguntó, confuso, al tiempo que se abría el cuello de la camisa


    38. La tarea era audaz, pues el enemigo campaba a sus anchas por el sector, así que el intentó acabó en tragedia, muriendo el capitán de transmisiones que marchaba al frente de sus hombres


    39. O si se quiere, vamos muriendo


    40. benevolencia de su corazón, y muriendo, gano el inefable bien de vivir en su recuerdo

    41. ¡Se está muriendo de frío!


    42. Acabemos pronto, y cumplan ustedes su deber, que es matarme, como yo cumplo el mío muriendo en paz con Dios y con los hombres»


    43. Se nos está muriendo


    44. Casi inmediatamente, retumbó el estallido de una escopeta y Milton cayó contra la pared con los ojos abiertos por el terror de saber que estaba muriendo


    45. Remató el botero su relato detallando cómo los últimos caballeros, heridos y sin fuerzas para sostenerse un punto más, se retiraron sin volver espaldas hacia el último reducto de la iglesia, matando y muriendo como leones acorralados; pero al ver que los turcos, furiosos por el precio de la victoria, no respetaban vida de ninguno de cuantos alcanzaban, salieron de nuevo a la plaza para morir como quienes eran; de manera que seis de ellos —un aragonés, un catalán, un castellano y tres italianos—, abriéndose paso a cuchilladas entre la turba de enemigos, aún pudieron arrojarse al mar queriendo ganar a nado el Burgo, mas fueron en el agua presos


    46. Uno de los maricas del restaurante del que ella habla en sus cartas se está muriendo de sida ahora mismo


    47. Cuenta una anécdota que, cuando en 1807 le dijeron que su esposa estaba muriendo, levantó la vista del problema que lo tenía ocupado y masculló: "Díganle que espere un momento a que yo termine”


    48. Quizás habría podido explicarme de qué estaban muriendo los animales; o quién acababa con ellos


    49. –Entonces ¿cómo es que tienes la ropa ensangrentada desde el cuello hasta la entrepierna? ¿Te pusiste sobre una chica que se estaba muriendo desangrada y te hiciste una paja?


    50. En algunas partes de los enormes dominios persas estallaron rebeliones, pero fueron sofocadas con facilidad y Artajerjes acabó muriendo en paz en el 424 aC














































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    morir in English

    pass away pass on die decease

    Synonymes pour "morir"

    terminar concluir acabar extinguirse fenecer perecer fallecer finar