1.
Quiere a sus amigos entrañablemente y con la misma intensidad odia a sus enemigos, según suele repetirlo con delectación, cada vez que la ocasión le es propicia
2.
que en esa casa se reunían muchosde los que el pueblo odia? De cualquier modo que sea, es preciso
3.
odia el delito y compadece al delincuente
4.
quienes odia todo el mundo(y que se quieren más unas á otras por lo mismo), vénse condenadas áperecer en
5.
de un pueblo quelos odia y un clima que les es contrario
6.
niño:como este odia y ama, como este quiere y olvida, sucediéndose en losimpenetrables misterios de
7.
En la revista Punto Final, en 1972 Augusto escribió: "La derecha odia a Canal 9 porque damos preferencia a las noticias y posiciones de los diversos sectores del pueblo, porque atacamos sin clemencia al imperialismo y no titubeamos en usar un lenguaje duro contra la reacción; porque preferimos darle tribuna a la señora de la Junta de Vecinos antes que reproducir una declaración de un personero de la derecha…»
8.
En las regiones agrícolas todo el mundo odia a los gitanos
9.
Poseía un talento de actor para el engaño, pero la primera vez que vio a Santiago Carrillo no le engañó: pertenecía a una familia de derrotados republicanos, varios de los cuales habían conocido durante la guerra las cárceles de Franco; nadie en su casa le inculcó, sin embargo, la menor convicción política, ni es fácil que nadie le hablara de la guerra excepto como de una catástrofe natural; sí es fácil en cambio que aprendiera desde niño a odiar la derrota del mismo modo que se odia una pestilencia familiar
10.
–¿Por qué suponen estos imbéciles que la única persona que odia al amante de una mujer es el marido de ésta? Nueve veces, de cada diez, quien más odia al amante es la mujer misma
11.
Creo que la gente mata con mayor frecuencia a los que quiere que a los que odia
12.
Creo que alguien odia mucho a Anne Protheroe, Len, y no me gusta
13.
¿El Gobernador odia a la hija del Corsario Negro? ¿No es, pues, tan sólo el interés lo que le ha empujado a hacerla prisionera?
14.
¿Cómo iba a imaginar que el pueblo nos odia? Te lo he dicho muchas veces, Irene, este proceso es duro, pero superaremos la crisis
15.
—El mar es la encarnación de la emoción: ama, odia y llora; desafía todos los intentos de que lo capturen con palabras y rechaza todas las cadenas
16.
—Es impulsiva y valiente, odia las injusticias y en la universidad se metió en política
17.
Antonio odia esta denominación, esta expresión, trastorno mental, con su implicación de hospital y de enfermedad incurable
18.
El más insensible de los hombres, Angélica, o mujeres, enfrentado con semejante situación se odia y se aborrece y se espanta de sí mismo, se siente satánico e insignificante a la vez: he aquí que ante mí tengo lo trágico, lo absolutamente trágico y terrible, lo que dama al cielo, y a mí me deja indiferente
19.
Todo el mundo odia Los Ángeles, entonces ¿por qué van?
20.
—¡Oh, imposible! Odia a los gatos aún más que a los ratones
21.
Desde entonces, Morgana odia a la reina sor toutes les dames del monde
22.
Carlos ha venido a ser prisionero de usted; tiembla de miedo viéndose sometido a la fuerza que odia; aparenta ceder; [298] aun dice marchemos y yo el primero
23.
De modo que acabo arrancando las mantas de las ventanas, levantando los estores, y, vencido por esta luz que me odia, permanezco en la sala escuchando el Tajo
24.
- ¡Por el Señor, usted será un hombre ante el corazón de McGinty! - ¿Qué, el también odia a la policía?
25.
Esto no quiere decir que aprobarás un acto errado, pero al niño que rompe un objeto valioso no se le odia
26.
Y todavía tengo la sensación de que es obra de algún pájaro obsesionado por las parejas, alguien con un problema de celos, un perdedor que no es capaz de tener relaciones y odia a los que sí las tienen
27.
–En estos momentos odia usted al mundo entero, Marino
28.
¿Por qué no fue condicionado para el amor y la fe? ¿Por qué precisamente él, entre todos los que rodean al Mulo, le odia tanto?
29.
Dice, por ejemplo: "Madrid, que odia el mar, constituye a la vez una mala capital política y una pésima capital gastronómica"
30.
Dice que su marido la odia, que podría contarnos muchas cosas de ella
31.
Es asombroso que Ruth quiera tanto a su suegra que esté dispuesta a enfrentarse a una sociedad que la odia sin ningún motivo y que se arriesgue a recolectar el trigo delante de las narices de impúdicos segadores que no tienen ningún motivo para suponer que hayan de tratarla con alguna consideración especial
32.
Brukeval odia a la gente que inició la vida de la que él nació
33.
De eso se encarga el marido, que odia hacer ese papel, pero tampoco se atreve a dejar de hacerlo
34.
–Jacob la odia profundamente
35.
–Parece que la odia desde el principio, desde el momento en que puso los ojos en ella
36.
más lo odia Dios, por ello son al fondo
37.
"Los miembros del jurado nos odiaban porque nosotros estábamos contra la guerra, y ellos no saben distinguir entre un hombre que está contra la guerra, porque cree que no es una guerra justa, porque no odia a ningún pueblo de la tierra; y un hombre que está contra la guerra porque está a favor del otro país que lucha contra el país en el cual él está, y entonces es un espía
38.
¡Un corazón tierno que odia la nada vasta y negra!
39.
Un corazón tierno, que odia la nada vasta y negra,
40.
Aborreciendo el telón como se odia un obstáculo…
41.
Odia a los ediles incluso más que yo
42.
¡Supongo que odia la violencia!
43.
—¿Por qué odia tanto a las brujas? Los vampiros y las brujas son enemigos tradicionales, pero la aversión que manifiesta Ysabeau hacia mí va más allá de eso
44.
Le gusta el dinero y el prestigio, pero odia el trabajo
45.
–Lo que más odia el gobierno son los detalles sin importancia, Trent
46.
Papy odia la guerra pero, curiosamente, parece comprenderla
47.
-Lord Merlín es un druida, obispo, y odia a los cristianos
48.
No odia a los judíos
49.
Bola de Sebo vive en él, pero odia el sol
50.
Simplemente odia aburrirse
51.
–Dios me odia -sentenció Serena rodando hacia la izquierda y comprobando la pantalla del identificador de llamadas-
52.
La gente odia a los lagartos y los lagartos gobiernan a la gente
53.
Tema el varón a la mujer cuando ésta odia, pues en el fondo del alma el varón es tan sólo malvado, pero la mujer es allí mala
54.
De manera inmadura ama el joven, y de manera inmadura odia también al hombre y a la tierra
55.
Apenas se ha gustado de ella se la desprecia, se la persigue contra toda razón; y no bien saciada contra toda razón, se la odia, como un incentivo colocado expresamente para hacer locos a los que en ella se dejan coger
56.
Igual que los juegos que tanto odia Elend
57.
—No más de lo que un lobo odia al ciervo
58.
Odia a su familia española de intercambio
59.
Morath no hizo mención de la famosa definición de Bethlen de lo que era un antisemita: «Alguien que odia a los judíos más de lo necesario»
60.
Le odia gente suficiente para que sea posible encontrar un asesino que le elimine
61.
Prosperan, ¡ya lo creo que prosperan! ¿Has oído hablar alguna vez de alguno de los nuestros que no haya prosperado, si se le deja en paz? Se nos odia en toda Asia porque siempre nos enriquecemos partiendo de nuestros tristes comienzos
62.
–¡Que me parta el cráneo!, pero apuesto a que lo odia -comentó uno de los guardias
63.
–Michela, ¿por qué odia tanto a Elena y no a las otras mujeres con quienes mantuvo relaciones su hermano?
64.
Los Otros me lleven, claro que odia el fuego, ya lo ha probado demasiado
65.
«Él también me odia, o me tiene miedo
66.
Porque quien es pequeño odia a los altos,
67.
—Porque el mundo, Félix, odia la verdad
68.
Comprendo por qué el Lord Legislador lo odia tanto
69.
Por eso te odia tanto Catón
70.
–El ave te odia, Jon Nieve -dijo Ygritte-
71.
Un anarquista-aunque puedo equivocarme, quizás, ya que mi opinión se basa en sus acciones y nada sé de su doctrina- un anarquista se considera a sí mismo una bomba fabricada para ser lanzada y explotar, y, de igual modo que en una acción uno siente impaciencia por lanzar la granada que tiene en la mano a la menor señal o al más mínimo movimiento del enemigo, el anarquista está impaciente por lanzarse a sí mismo y explotar contra las cosas que odia
72.
Una guerra civil no es estúpida como una guerra entre naciones: los italianos en guerra contra los ingleses o los alemanes contra los rusos y yo, un minero siciliano, mato al minero inglés y el campesino ruso dispara contra el campesino alemán; una guerra civil es algo más lógico: un hombre se pone a disparar por las personas y las cosas que ama, por las cosas que desea y contra las personas que odia; y nadie se equivoca cuando le toca decidir de qué parte está; los únicos que se equivocan son los que se ponen a gritar: «i Paz! i Paz!»
73.
Por eso Gaballufix lo odia, porque sabe que si Padre no hubiera despreciado la política habría borrado de un plumazo el poder y la influencia de Gaballufix desde el principio
74.
–Porque odia al Alma Suprema
75.
Él, que puso en guardia ante la guerra, en 1870, tiene que ajustar dos cuentas con los extremistas: odia el belicismo irresponsable, y detesta todavía más el desorden social
76.
Yo vivo con él y os digo de parte suya: no os odia, pero os ignora del mismo modo que lo ignoráis: id hacia él, a corazón abierto, con la mano extendida, y veréis cómo os comprenderá»
77.
–Porque la infantería romana odia los viajes en barco
78.
–Lo sé, pero ella odia a Hades y quiere tener hijos
79.
Odia despertar lástima
80.
–Bueno, tiene muy mal gusto para las mujeres… Y no te odia, simplemente está en una edad muy mala
81.
Es evidente que odia a Lady Maud de la forma más irracional
82.
Así hubiera debido ser, pero la Prensa norteamericana odia a todo el que triunfa
83.
Wall Street entiende los grandes números y odia lo imprevisible
84.
El pañuelo podría ser blanco, si usted guarda siquiera el más ligero afecto por mí, o negro, atado al brazo, si me odia
85.
–Todo el mundo odia a los cobardes…
86.
Aún conservo, vibrando en mi nervio óptico, visiones de Lo a caballo, un eslabón en la cadena de una excursión guiada a través de un sendero para jinetes: Lo se mecía al tronco de su cabalgadura, una vieja cabalgadura al frente y un ranchero atildado y obsceno, de pescuezo rojo, iba detrás; y yo tras él, odiando su gorda espalda de camisa floreada con más violencia con que un conductor odia a un camión lento en un camino de montaña
87.
Pero debo un chelín a cierto hombre malvado de Londres, que odia a los judíos, y obtendría un chelín de satisfacción poniendo este trozo de hierro en sus manos
88.
WATERHOUSE: Jack Ketch odia viajar
89.
Esa es la razón por la que odia los negocios
90.
—Randy odia cuando se queda tan atrás en una conversación con Avi que lo único que puede hacer es repetir frases sin convicción
91.
Bunny, el Caníbal odia a la gente
92.
Odia a todos, y desconfía de todos
1.
todo el mundo estaba en contra mía y me odiaba
2.
En esos momentos yo lo odiaba, sentía
3.
Héctor, no utilizó el ascensor, odiaba los ascensores desde que en una ocasión, de
4.
La odiaba, Inés odiaba a
5.
Eloísa, y sabía que Eloísa la odiaba a el a tanto como el a misma pudiera odiarla, el
6.
odiaba el fútbol y en cambio no habían dudado que se quedaría con el os a berrear
7.
Flegg profundamente odiaba a los Xibogs, pero sobre todo a Lorm
8.
apartado de la lucha feroz de losbandos, odiaba a los del
9.
El profesor odiaba por igual á los dos periódicos y á las demáspublicaciones, que enviaban sus redactores detrás de él como si fuesenperros perseguidores de un ciervo asustado
10.
El ingeniero era débil de cuerpo, dulce de maneras, odiaba á lossoldadotes, hablaba de la
11.
lasmusas, odiaba á los filósofos, y en cuanto á la política, quedabareducida su
12.
Odiaba las cifras y lascuentas y procuraba despachar las que le estaban
13.
Odiaba la navegación avapor como un
14.
Clementina odiaba de muerte por un desaire que en ciertaocasión le había hecho, andaba necesitada de
15.
Odiaba el vascuence como aun enemigo personal, y creía que hablar como
16.
Zaldumbide odiaba lo nuevo
17.
Odiaba a laseñora
18.
odiaba las repúblicas, gobiernos depelagatos con levita, de
19.
Odiaba el amor entre cuatroparedes
20.
realizado por la humanidad, y odiaba lasexageraciones que en su concepto lo
21.
como la generalidad de los hombres en nuestra época,que odiaba las exageraciones y
22.
Pero el cura, que sabía que yo odiaba el llanto y que era
23.
Ya que odiaba usted a mi hijo,
24.
Decía que odiaba el dinero y la propiedad
25.
Odiaba a ese judío por el cual lo habían destruido
26.
El primogénito del sumo mandatario odiaba a aquel individuo tanto como al joven soldado, aunque por motivos distintos
27.
Mientras mejor se comportaba Caitlin en la escuela, cuanto más altas eran sus notas y cuantos más elogios le dedicaban sus profesores y profesoras, más la odiaba el
28.
A veces, alguien que odiaba a los animales dejaba un buen trozo de comida envenenada donde sabía que alguien la encontraría
29.
Los soles resplandecieron en la bóveda del espacio y una música sorda y lúgubre flotó por el puente: Marvin canturreaba irónicamente porque odiaba mucho a los humanos
30.
Un día, una de las niñas de la clase de mi madre cogió un extintor y lo descargó sobre un profesor japonés al que odiaba especialmente
31.
Gacel odiaba a las hienas
32.
Tumbado bajo un árbol, contemplando el sereno vuelo de un cóndor que giraba una y otra vez en el cielo al acecho de una posible presa, se preguntó una vez más las razones por las que Chili Rimac le odiaba con tanta intensidad y no encontró respuesta
33.
Pasar el rastrillo era una de las tareas que más odiaba en el mundo, pero si no se hacía un par de veces en otoño, la acumulación de agujas de pino era horrorosa
34.
En vez de luchar con el oso, estaba luchando contra su mentor; odiaba su odio
35.
En uno de esos instantes Pyanfar se limitó a cerrar los ojos, intentando calcular su posición probable: había llegado a la conclusión de que odiaba ser una pasajera
36.
El jefe Parker odiaba al sheriff Biscailuz
37.
Biscailuz odiaba a Parker
38.
Odiaba la fiesta hasta que la encontré
39.
odiaba a muerte a Poirot, podía estar perfectamente informado de sus movimientos
40.
Odiaba hablar de pintura
41.
Henet, empero, los odiaba a todos
42.
Esta mujer odiaba a mi señorita Lois
43.
Y, por otra parte, odiaba a la duquesa
44.
Odiaba el tenerse que mostrar siempre sumisa y servil con la clientela mal educada y falta de la más elemental cortesía
45.
Sí, la odiaba
46.
Odiaba a todo el mundo
47.
Aunque odiaba tener que romper una de las túnicas que le habían dado los elfos, Eragon arrancó una tira de tela de la parte baja de su prenda
48.
Odiaba tener que escucharle
49.
La apreciaba tanto como odiaba a Esteban Trueba
50.
No se acordaba de Pancha García ni de haber tenido un hijo con ella, y mucho menos de aquel nieto taimado que lo odiaba, pero que lo observaba de lejos para imitar sus gestos y copiar su voz
51.
Hizo tiempo en estos menesteres y tras consultar con su nuevo reloj, regalo de su ilustre protector, el obispo Carrasco, dirigió sus pasos a la calle del Naranjo a fin de llegar con tiempo suficiente a su cita, pues odiaba hacerlo con retraso
52.
En esos momentos, Julio Carrión, que siempre quiso a su madre, se odiaba a sí mismo por su debilidad, la incapacidad para respetar sus propias normas, el vacío triunfante, brutal, que asfixiaba su memoria cuando todo iba bien, cuando podía quererse a sí mismo sin dejar de querer a Teresa porque lograba no acordarse de ella, vivir en un mundo donde ella nunca había vivido, donde nunca había sido la mujer que fue, ni él su hijo
53.
Por entonces aún no se daba cuenta Matilda de que Juan en realidad sí lo entendía: y lo odiaba: y la odiaba: odiaba aquella eterna juventud emprendedora, lo mujer de Matilda
54.
Odiaba desprenderse de ellas
55.
Odiaba volver cuando todavía había luz y se veían todas las tiendas de regalos y los restaurantes
56.
Si había algo que el alto y flaco coronel odiaba era esperar
57.
Y en todo instante yo soñaba en que llegara mi momento, cuando los viejos actores, a los que estudiaba y odiaba e imitaba y servía de lacayo, dijeran por fin: «Está bien, Lestat, esta noche necesitamos que hagas el papel de Lelio
58.
–Perdón, pero, ¿por qué lo hizo? Ella me odiaba
59.
Odiaba el aspecto del desierto, las montañas, la idea de aquellos dioses sanguinarios
60.
Esto era por consejo de la reina que lo odiaba: más tarde los escuderos fueron degollados en sus aposentos
61.
Dios mío, cómo odiaba este lugar
62.
El principal sospechoso era Sempronia, su esposa, hermana de los Gracos, que le odiaba
63.
No recobró la capacidad de pensar con coherencia hasta que la necesidad de dar cuenta de un enorme plato de ciruelas y pudin de tapioca, las dos cosas aparte de los judíos que más odiaba en el mundo, empezó a imponerse en su conciencia
64.
Quizá no la amara; pero, ¡por todos los diablos que tampoco la odiaba!
65.
Odiaba la violencia
66.
Odiaba el tumulto y, al menor desorden que sobreviniera, empezaba a golpear el mostrador con un zapato viejo que tenía a mano con tal fin, persistiendo en su golpeteo hasta que el escándalo cesaba
67.
-¿No dio ninguna explicación de porqué le golpeaba?-Ninguna, salvo que le odiaba
68.
Odiaba los ascensores más que cualquier otra cosa del edificio
69.
Odiaba a esos cabrones altivos
70.
De los tres libros que se incluyen en el archivo de mi padre, el del profesor Peyton era el único que él odiaba abiertamente
71.
Pero las desavenencias no tardaron en estallar entre los cruzados; así, mientras Conrado III odiaba a los templarios, Luis VII comprendió enseguida el gran valor, la disciplina y el conocimiento del medio de los caballeros y les pidió que dirigieran e instruyeran a su ejército
72.
El príncipe Fernando despreciaba a su padre y odiaba a su madre y a Godoy
73.
Norman odiaba esas alarmas, y pensaba en eso mientras recorría la consola con la vista, mirando los botones
74.
Por una vez, compartía la desdicha con el pueblo que lo odiaba
75.
Frunció el entrecejo cuando de pronto pensó en otra cosa, algo acerca de lo cual casi odiaba preguntar
76.
Crecimos juntos, pero desde niños ya me odiaba
77.
No era a los árabes a quienes yo odiaba
78.
Se odiaba a sí mismo por esta impostura, pero dentro de su silencio estaban ocurriendo demasiadas cosas y no encontraba la voluntad necesaria para romperlo
79.
Sabía que él odiaba tener que firmar como «Señor y Señora Smith» en los registros de los escuálidos hoteles, al borde del camino
80.
que lo mandó el de Este, pues me odiaba
81.
Odiaba ver un huevo roto, esa ínfima tragedia
82.
En aquel momento Josseran comprendió por qué motivo Miao-yen odiaba a su padre y por qué le había revelado tantas cosas referentes al alma del emperador
83.
Cynthia y Tess, las dos mujeres a las que más odiaba en el mundo, y ni siquiera las conocía
84.
Los odiaba, aunque no estaba claro el motivo
85.
Odiaba la Cámara de los Comunes, aquel agujero de bostezos que presentía confusamente su inutilidad, con su atmósfera siempre gélida
86.
Había visto a miles de esas lastimosas criaturas durante los últimos días, pero al instante decidió que ese cabrón tambaleante en particular era al que más odiaba de todos ellos
87.
Que odiaba la democracia
88.
Más tarde, sospechando que la injusticia que tanto odiaba estaba esparcida por doquier, no encontraba a nadie bueno
89.
Odiaba casi todos los cuerpos que evolucionaban en las sombras de la celda, molestándose unos a otros, invadíéndose unos a otros
90.
Odiaba todo lo que tuviera relación con los vivos y también habría intentado destruir las obras de arte de Deanna
91.
Ahora no odiaba a nadie, un crepúsculo confuso se abatía en su pensamiento, y de todos los ruidos de la tierra no oía más que la intermitente lamentación de aquel pobre corazón, suave e indistinta, como el último eco de una sinfonía que se aleja
92.
Solo había un altar y una cruz, pero odiaba la idea de tener que llamar a la gracia de Dios
93.
Sin embargo, por alguna misteriosa razón, Painé se decía unitario, odiaba a Juan Manuel de Rosas y había decidido proteger a capa y espada a esos parias aunque perdiese convenientes dádivas
94.
Abdullah desconfiaba de los extranjeros, despreciaba a las mujeres y odiaba a todos los que practicaban medicina extranjera
95.
Además de sentirse ansiosa, odiaba dormir sola
96.
Odiaba de tal modo las tiendas de tiradores de oro, que cuando pasaba por alguna, parecía que le entraba la jaqueca
97.
En ese momento, odiaba profundamente el mundo y todo lo que en él había
98.
Emília lo odiaba
99.
El grupo entero la observaba ahora, y ella odiaba su torpe cuerpo por hacerla parecer tan torpe
1.
odiaban los versos, porque sudeclamación las obligaba á permanecer silenciosas, estorbando
2.
les era querido, no odiaban alculpable
3.
A veces creía que se odiaban, a veces que se querían; siempre leparecieron un enigma viviente y trágico, una sima de pasiones pavorosas,a cuyo borde andaba la infeliz todo temerosa y estremecida, con un
4.
¡Ay, cómo odiaban ellas los trajesluminosos guardados
5.
Creo que los «Kittim» o «hijos de las tinieblas», mencionados sin cesar en los escritos de Qumrán, son los romanos, que adoraban a las diosas de la victoria y de la fortuna y a quienes los esenios odiaban por encima de todo
6.
odiaban a los sacerdotes y los escribas
7.
A los hombres odiaban, maldecían la cruz
8.
Eso les convenía a los dentrassis, porque les encantaba el dinero vogón, que es la moneda más fuerte del espacio, pero odiaban a los vogones
9.
—Ellos no la odiaban como yo —dijo con su voz soñadora—
10.
Quienes le conocían le adoraban o le odiaban por partes iguales, y era como si en verdad tuviera dos personalidades diferentes, o fuera el doctor ese de las películas que se bebía un potingue y se ponía hecho una bestia
11.
¿En qué estaría pensando para agruparse con el vampiro y la humana que más le odiaban?
12.
Eran gente extraña en todos los sentidos: esferas negras peludas con montones de patas y que odiaban la luz
13.
-Ellos no la odiaban como yo -dijo con voz soñadora-
14.
Algunos subalternos lo odiaban todos le temían, se rumoreaba que hasta el Presidente se cuidaba de él, porque contaba con el respeto de los oficiales jóvenes y en cualquier momento podría ceder a la tentación de alzarse contra el gobierno constitucional
15.
Sus habitantes lo odiaban y la ciudad lo declaró inhabitable
16.
Sus colegas odiaban al Mossad -pero lo odiaban porque lo temían
17.
Todos odiaban al favorecido joven, y entre sus enemigos más encarnizados se distinguían los demás individuos de la regia familia
18.
En el pasado, cuando hablaban de ella, siempre decían que la odiaban, pero en cuanto ha aparecido la han perdonado y lo han olvidado todo
19.
Odiaban y envidiaban nuestra supuesta superioridad, y, sin embargo, confiaban implícitamente en nosotros para su protección
20.
A los gatos se les olvidó que odiaban a los ratones
21.
Los guantes encontraron a la nieta que odiaban tendida en la cama
22.
Odiaban a Schiesstaube y muchos de ellos consideran que Monk es un tipo estupendo, aunque a veces se comporte de manera molesta
23.
"Los miembros del jurado nos odiaban porque nosotros estábamos contra la guerra, y ellos no saben distinguir entre un hombre que está contra la guerra, porque cree que no es una guerra justa, porque no odia a ningún pueblo de la tierra; y un hombre que está contra la guerra porque está a favor del otro país que lucha contra el país en el cual él está, y entonces es un espía
24.
En cuestión de minutos, aquel comercio había sido materialmente barrido, con el consiguiente regocijo de los miles de judíos que odiaban aquella permanente profanación
25.
Tal y como estaban las cosas, hubiera sido casi imposible que las castas sacerdotales -que odiaban al Maestro y a sus discípulos- cedieran y aceptasen la libre presencia de ninguno de los amigos del prisionero
26.
No era la primera vez que Shannon daba gracias a su buena estrella por la charlatanería de Gómez, el cual había mencionado el exilio de Bobi y afirmado que este no era nada sin Kimba, Pues los cajas le odiaban y era incapaz de hacerse obedecer por los v indus
27.
Odiaban al país en que había nacido Devereaux no por lo que hacía, sino por lo que era
28.
Y los Chávez regresan, proveen de municiones, carabinas y ropa, al pueblo; se apoderan del maíz y reses de un rico hacendado a quien todos odiaban; excitan y proclaman el augusto lema de Religión e Independencia y electrizan de nuevo a los buenos habitantes, resolviendo oficialmente que no reconocerían más amo que Dios
29.
Los ariscos machos de la generación de más edad todavía le odiaban, como los animales suelen odiar a aquellos de los que desconfían, cuyo olor peculiar es el olor característico de una especie distinta, extraña y, por ende, enemiga
30.
Los machos de más edad o hacían caso omiso de él, como si no existiera, o le odiaban a muerte, y a no ser por su prodigiosa agilidad y rapidez y por la inflexible protección de la gigantesca Kala lo habrían eliminado mucho tiempo atrás
31.
Había pagado astucia con astucia y crueldad con crueldades hasta el punto que le temían y odiaban su nombre
32.
Y era verdad que todos los jefes caníbales de los alrededores conocían a Tarzán de los Monos y le temían y odiaban, pues la guerra del hombre-mono contra ellos había sido implacable
33.
La tradición, y el afecto unían al pueblo y a Lobongo, su jefe por derecho propio; el temor los ligaba a Sobito, al que odiaban con todas sus fuerzas
34.
–Había un lazo que les unía en un matrimonio que odiaban
35.
Además, Julia daba por cierto que todos, o casi todos, odiaban secretamente al Partido e infringirían sus normas si creían poderlo hacer con impunidad
36.
Odiaban a su rey y contra él se volvieron en cuanto vieron la oportunidad
37.
Los que tenían familia en Tiro fueron hacia el sur, pero era un camino peligroso porque las tropas sirias estaban ya cerca y odiaban a los fenicios que habían aceptado el gobierno de Egipto durante tantos años sin rebelarse contra los faraones
38.
Y los anarquistas odiaban demasiadas cosas: a los obispos y a los estalinistas, las estatuas de los santos y las de los reyes, los monasterios y los prostíbulos; morían más por las cosas que odiaban que por las que amaban
39.
Odiaban al mundo, y sólo podían expresarlo con violencia
40.
Odiaban el ataque con los pies por delante
41.
En consecuencia, odiaban a Ender
42.
Era demasiada coincidencia, sin embargo, que la mayoría llevara uniformes de la escuadra Salamandra, y que los que no lo llevaban, fueran chicos mayores pertenecientes a las escuadras de los comandantes que más odiaban a Ender Wiggin
43.
¿Era Petra uno de ellos, uno de los que le odiaban lo suficiente como para lastimarle?
44.
Los comunistas odiaban a los caballos casi tanto como a los policías
45.
La recordaba conducida a Madrid en furgones herméticos, entre parejas de la guardia civil que admiraban sus piernas, odiaban sus canciones y envidiaban su fe
46.
En su fuero interno quería que no hubiera sido un incendio provocado, pero sabía que muchas personas les odiaban por el solo hecho de ser musulmanes
47.
Pero nadie decía nada, salvo algunos fanáticos que odiaban a los cavadores y murmuraban en secreto
48.
Otros eran fanáticos que odiaban a los cavadores y, en opinión de Mon, casi con seguridad los mismos que habían ejecutado u ordenado maltratar a los Guardados durante las persecuciones
49.
Cosa que era, naturalmente, el motivo por el cual los caballeros lo odiaban de forma tan apasionada y por el que se mostraban a favor de cualquier ley que pusiera en desventaja a Lúculo
50.
Todos los que oían allí a Dubcek, lo odiaban en aquel momento
51.
Mordred se había atraído a Escotos, Fictos, Hibernenses y a cuantos le constaba que odiaban a su tío
52.
Cuando Agustín pidió obediencia a los obispos de los Britanos y quiso asociarlos en la tarea de evangelizar a los Anglos, fue este Dinoot quien le demostró con diferentes argumentos que ellos no le debían obediencia en modo alguno y que se negaban a predicar la palabra de Dios a sus enemigos: ya tenían su propio arzobispo, y esos Sajones eran el pueblo que persistía en mantenerlos despojados del país que por derecho les pertenecía; por eso los odiaban tanto, y les tenían completamente sin cuidado su fe y su religión, y no querían tener más tratos con los Anglos que con una jauría de perros
53.
En aquel momento le había parecido divertido, pero al recapacitar comprendió que los cuatro hijos de India lo odiaban y siempre lo odiarían
54.
A veces lo odiaban con la aversión que las personas laboriosas tienen por las perezosas, y a veces envidiaban su holgazanería; pero a menudo se compadecían de él
55.
Con excepción del fantasioso amor de Marie por Dewey Prince, aquellas mujeres odiaban a los hombres, a todos los hombres, sin vergüenza, sin excusas y sin discriminación
56.
—Creía que la reina Ana y Sofía se odiaban
57.
Los demás griegos los odiaban porque hasta una generación antes eran el hazmerreír de la Hélade, y Macedonia servía de tierra de paso para todo aquel que quisiera atravesarla y de paso llevarse sus mujeres, sus ovejas y, peor aún, sus vacas
58.
Entonces intentaron, por todos los medios, explicarme que lo odiaban sin decirme nada que pudiera de algún modo disgustarme
59.
Ella pensó que la odiaban por ser diferente, pero ahora sabía la verdad
60.
Los dioses odiaban al hombre; ¡pero cuánto más se odiaban los hombres entre sí!
61.
Se veía repetido en todas direcciones, imágenes de sí mismo, imágenes que le odiaban pero de las que no podía escapar
62.
Todos los Hijos del Ave odiaban a Hoag
63.
Los catalanes odiaban a los ejércitos franceses, que habían quemado Montserrat y habían destruido ciudades, pueblos e incluso fincas aisladas en las montañas y habían cometido asesinatos y violaciones
64.
Por la posición de su padre, su presentación en Madrid suscitó numerosas reacciones; tuvo que aguantar las frases amargas de todos los enemigos que su padre se había creado con sus sarcasmos, a veces excelentes y muy bien escritos; tuvo que afrontar también los ataques de los que le odiaban como hijo de la clase media monárquica, pensando que privaba a los jóvenes que tenían necesidad de ganarse el pan para vivir de la oportunidad de ganárselo en la plaza; al mismo tiempo se beneficiaba de la publicidad y la curiosidad que todos estos sentimientos despertaban, y las tres veces que apareció como novillero en Madrid se mostró insolente, arrogante y muy hombre
65.
A pesar de eso, muchos lo odiaban, en parte, porque no poseían esa capacidad de expandir ideas con simpatía y porque tenían miedo que sus propios partidarios podían ser 'convencidos'”
66.
El KMT podría querer la unificación republicana de China y su modernidad, pero su idea de la nueva China incluía como actores principales a los grandes comerciantes que estaban en contra de la organización obrera y a los latifundistas que odiaban al movimiento agrario
67.
Pero no se atrevieron a poner manos sobre la Señora de Dor-lómin o a arrojarla de la casa; porque la voz corría entre ellos de que era pe1igrosa, y una bruja que tenía trato con los demonios blancos: porque así llamaban ellos a los Elfos, a quienes odiaban, pero a quienes todavía más temían
68.
Amores imposibles, dado que ambos padres se odiaban a muerte e igual era el odio que se profesaban sus respectivas familias
69.
De paso se iba formando una opinión compartida de los hechos: Robert Víktorovich les daba pena, a Yasia la odiaban y despreciaban
70.
Los Auditores odiaban las preguntas
71.
Las odiaban casi tanto como odiaban las decisiones, y odiaban las decisiones casi tanto como odiaban la idea de la personalidad individual
72.
Pero lo que odiaban más eran las cosas que se movían al azar
73.
Si era válida la teoría de la comunicación telepática entre los Chasch Verdes, si odiaban a los Chasch Azules tan furiosamente como se decía, deberían aparecer en escena en cualquier momento
74.
–Las compañías de energía y electricidad me odiaban de veras -dijo-, y también los barones del petróleo y los barones del carbón y los monopolios de energía atómica
75.
Al gran florecimiento de la cultura respondía la violencia de las reacciones contrarias: espíritus fundamentalmente negativos, botarates, "burlones" en el sentido del salmista, tan numerosos en Viena, todos odiaban a Mahler y se agitaban contra él como Catón contra Cartago
76.
Ahora se odiaban más que nunca
77.
Vivi tardó una semana en averiguar que las chicas de Santa Agustina la odiaban
78.
Todas las mujeres odiaban al mar
79.
Pero cuando Inziladûn accedió al cetro, se dio un título en lengua élfica como antaño, y se llamó Tar-Palantir, pues veía lejos, tanto con los ojos como con la mente, y aun aquellos que lo odiaban temían sus palabras como las de quien conoce la verdad
80.
Una vez que el tesoro estuviera en sus manos, los otros llegarían a un acuerdo de bribones para librarse del hombre al que todos odiaban
81.
«Sammael y Demandred me odiaban, les otorgara los honores que les otorgase
82.
Algunos eran comandos bien entrenados y otros criminales en libertad bajo palabra, pero todos odiaban al Imperio con una intensidad tal, que anulaba sus instintos de conservación
83.
No la odiaban, lo hicieron sólo por hacerlo, ¿no? Por placer
84.
Dos señoras que se sentaban a su lado se deshacían en elogios y parabienes para con la joven reina, ambas odiaban a Isabel II y al padre de la joven, Montpensier, quienes habían intentado impedir que el amor entre los jóvenes primos saliera adelante
85.
Por motivos diferentes, los tres hombres que le escuchaban odiaban al prior Philip, y al momento se sintieron excitados por la perspectiva de asestarle semejante golpe
86.
Toda aquella innovación, la construcción de barcos y los viajes, era para ellos la manifestación del creciente poder de los eunucos imperiales, a quienes odiaban por ser sus rivales en influencia
87.
—Las compañías de energía y electricidad me odiaban de veras —dijo—, y también los barones del petróleo y los barones del carbón y los monopolios de energía atómica
88.
Llegó a añadir que sólo los aficionados tonteaban con papel de borrador y que los editores lo odiaban con pasión
89.
Imaginaba a los dioses de Lankhmar descansando con sus pardas envolturas de momia y sus putrefactas togas negras, sus ojos negros y brillantes mirando a través de vendas impregnadas de resina, y sus mortíferos y negros bastones de mando a su lado, esperando otra llamada de la ciudad que les había olvidado, pero que, con todo, les temía, y a la que ellos, a su vez, odiaban aunque, no obstante, protegían
90.
Las demás personas de la carretera se disponían a ocupar sus puestos en estas mismas colas, y odiaban a todos los que habían llegado antes y tal vez habían comprado la última batería C de Florida
91.
Pero quienes lo odiaban se quejaron ante la comisión directiva de que hacía mucho ruido cuando lavaba a los muertos, acusación a la que el buen hombre contestaba con la nariz gorda como una remolacha: ¡Qué culpa tengo!, si no quieren oír que se alejen; y si no se alejan, quieren oír; si no quieren alejarse y tampoco oír, entonces que donen una cámara acústica para lavar cadáveres
1.
—No era a ella a quien odiabas, ¿verdad?
2.
Lo odiabas todo
3.
–¿Ah, sí? ¿Por qué? Pensaba que lo odiabas
4.
El Range Rover de ahí fuera pertenece a aquel general retirado que vive en el pueblo, su esposa tiene la escuela de equitación, ¿recuerdas? La odiabas
5.
–Me odiabas por lo que te hice
6.
Antes odiabas la hipocresía y la falsedad que veías en el priorato
7.
–¡Me odiabas! ¡Dayn fue siempre el favorito! ¡Dayn lo hacía todo bien! ¡Dayn era tan perfecto! ¡Yo os di una lección!
8.
–¿Alguien creía que lo odiabas?
9.
El mundo sólo perdona, y sólo momentáneamente, a los puros y humildes de corazón… Es decir, que tú me odiabas -afirma muy decidido-
1.
en1618 ó 1619 al Roque Hernández, tan odiado por Lope,
2.
Un régimen tan odiado
3.
El rectorMomaren también hizo un gesto igual, y hasta Gurdilo permanecióinmóvil, imitando la actitud del odiado gobierno
4.
La alusión al joven y odiado poeta que estaba declamando su obra en eltemplo de los rayos negros fué
5.
hombre tan odiado, contra el cual truena la voz demillares de
6.
al frente de la insurrección contra un opresortan odiado como el
7.
yo lo había odiado
8.
Sonaba el odiado trueno de las
9.
Por ello era odiado cordialmente de éstos en elfondo,
10.
del odiado señor del castillo
11.
viendo a un Febrer, al hijodel hombre odiado, sumido en lo
12.
cuerpo a cuerpo con el odiado enemigo y tratarde ahogarle entre
13.
su hija, bajo elcual se abrigaba la traidora carta del odiado
14.
Hablé y hablé hasta que tuve que parar para tomar aliento porque las lágrimas corrían por mis mejillas; yo, que siempre las he odiado
15.
La verdad es simple: mientras el General era temido y odiado pudo sujetar las riendas del gobierno, pero apenas se convirtió en motivo de mofa, el poder comenzó a escurrirse de sus manos
16.
Ludkamon había sido destinado a trabajos de reparación en la sección básica 39-201, junto a unos simples estibadores bastante ruidosos, y lo había odiado desde el principio
17.
Él había odiado siempre a los bárbaros y se sentía avergonzado, como todos los daimíos, por la fuerza que habían adquirido en el País de los Dioses
18.
Nuestro regente, a pesar de ser odiado por el pueblo romano, marchaba a su tarea con la austeridad, sencillez y humildad que indicaban en su carácter una clara repugnancia hacia el boato, la opulencia y la ostentación, tan características en sus antecesores
19.
El político fue la aniquilación de una minoría conversa, emparentada con la nobleza, que frenaba el absolutismo real; el económico, las saneadas sumas que el rey y la propia Inquisición percibían de las confiscaciones; el social, porque la desgracia del odiado converso satisfacía al pueblo llano
20.
Ha sido odiado no por sus equivocaciones, sino por sus logros
21.
Desde que podía recordar había odiado su sexo y todo lo que él representaba
22.
Leibniz y Euler eran sus dioses; Newton era odiado y estimado en menos
23.
No he odiado a nadie
24.
El odiado Guenelón estaba muerto
25.
Carpiquet estaba defendida por un pequeño destacamento del enemigo más odiado por los aliados, la 12
26.
—Pero tu padre es un admirado y respetado general de la Nación; el mío, en cambio, es un indio odiado y despreciado
27.
Por la extrema izquierda era odiado y temido porque no vacilaba en movilizar las secciones antidisturbios de las CRS
28.
Nos contaste que siempre los has odiado, pero que, después de tener a tu hijo, querías estar en contacto con él todas las horas del día
29.
Siempre he odiado los sueños obvios
30.
Yasir Arafat está en el punto de mira de la Administración de Bush y, al mismo tiempo, es el hombre más odiado por Ariel Sharon, aunque el odio es mutuo
31.
Los enemigos a los que siempre había odiado mortalmente estaban a su lado, pegados a el a
32.
Uno de ellos era Guilhem Arnaud, el primer y más odiado inquisidor de la provincia
33.
Necesitaron de una conmoción nacional para darse cuenta, ambos al mismo tiempo, de cuánto se habían odiado, y con cuánta ternura, durante tantos años
34.
Tarzán siempre había odiado el agua, salvo como medio para apagar la sed
35.
El césar nunca había tenido una fiesta tan pretenciosa; allí tenían lugar las diversiones de la más rara descripción; sin embargo, jamás en su vida había odiado y temido tanto Dilecta cualquier entretenimiento como ahora odiaba y temía los juegos que estaban a punto de empezar
36.
Entreri caminó un trecho con el mercenario rapado y Vierna, pero después se retrasó poco a poco en busca de su más odiado enemigo
37.
—¿Quieres decir que incluso los que han perseguido a la Iglesia y los que han matado y odiado injustamente se salvarán? —preguntó—
38.
Y para sacarlos del inframundo y, a su vez, librarse del odiado padre de los dioses y de toda su corrupta pandilla, Gea azuzó a sus otros hijos todavía en libertad, los gigantes, para que se rebelaran, a sabiendas de que ningún gigante podría morir a manos de los dioses
39.
Pues sabría que hizo lo que era necesario para el bien de la humanidad; y comparado con eso, ¿qué importaba que un individuo fuera honrado o injustamente odiado?
40.
Había odiado a su padre con toda su alma de manera ininterrumpida desde que les obligó a volver de Ohio quince años atrás
41.
Si un hombre se hacía cliente de otro hombre al que en otro tiempo hubiera odiado hasta el punto de existir entre ellos una enemistad implacable, dicho cliente a partir de entonces serviría a su antiguo enemigo, ahora su patrono, con completa fidelidad incluso hasta la muerte (por ejemplo César el dictador y Curión el joven)
42.
Me he odiado por eso
43.
El lector podrá suponer que los taipis no están exentos de la culpa de canibalismo; y entonces quizá me acuse de admirar a un pueblo al cual se le achaca crimen tan odiado
44.
Por alguna razón, Cholly no había odiado a aquellos hombres blancos: había odiado y despreciado a la muchacha
45.
Darden, que siempre había odiado el coñac, no dudó en aceptar el ofrecimiento
46.
Recordaba cuánto había odiado al Científico por sus predicciones sobre el desastre, por el miedo que produjeron aquellas predicciones
47.
Era evidente que Mirelly-Lyra las había odiado
48.
Con el cutis oscurecido, el cuerpo más delgado y el vientre cóncavo, Rob saltó de la embarcación y caminó con gran cuidado por la tierra ondulada, alejándose del odiado mar
49.
El gobernante de la isla, que posee varias galeras y uno o dos bergantines armados, es odiado por el sultán de Turquía y por los propietarios de la Compañía de Indias, y todos piensan que puede ser depuesto fácilmente si un pequeño grupo de soldados ataca la isla inesperadamente
50.
Monsieur et honoré lecteur: lo mismo que si te hallases frente a mí sentado, me parece estar viendo pintarse en tu noble semblante el desprecio al leer mi declaración de que yo, el intachable caballero Carlos Batchelor, he hollado el fuero de otro caballero: Eduardo Drencher -el odiado pelmazo al que nunca pude soportar-, osando leer cierta carta que sólo a él pertenecía
51.
Tal vez en parte la causa sea, en el caso de muchos de los actuales tripulantes de la fragata, el maldito diezmo, al que tantos se oponen, ya que él es una de las personas que recibe o recibirá el odiado impuesto
52.
Han odiado el dinero y los negocios monetarios y han llamado a la riqueza capitalista aliento de llama infernal
53.
¿O acaso se estaría limitando a portarse bien con el odiado samaritano? No, había algo más
54.
Siempre había odiado la forma en que se llevaban los procesos judiciales
55.
Ningún hombre ha odiado jamás su propia carne; al contrario, la alimenta y la cuida, como hace Cristo por la Iglesia; porque somos miembros de un mismo cuerpo, estamos hechos de su carne y de su sangre
56.
–El caso es que la reja se convirtió en un símbolo odiado
57.
El mismo que había oficiado la misa de difuntos del 3 de abril; el mismo que había presi-dido la gran misa concelebrada del día 8 ante los dos mil millones que la vieron por televisión, compitiendo él con el cadáver de los cadáve-res, el cadáver protagónico; y el mismo, en fin, que el día 9 había ofi-ciado la primera de las misas novendiales por el difunto: el decano del Colegio de Cardenales, el alemán Joseph Ratzinger, en favor de quien el Espíritu Santo había empezado dieciocho meses atrás una campaña subrepticia para convertirlo de odiado inquisidor en amado papa
58.
Si se daba una vuelta por la tarde, había que volver a lo sumo a las cinco para vestirse, ya que ahora el sol redondo y rojo, había descendido en medio del espejo oblicuo, antes odiado y como un fuego griego incendiaba el mar en los cristales de todas mis bibliotecas
59.
Se la hubiera causado hasta a los Verdurin, que no hubieran podido menos de venerar a un hombre al que por sus defectos habían odiado
60.
En otro tiempo habrían odiado a monsieur Bontemps, porque los antipatriotas tenían entonces el nombre de dreyfusistas
61.
En toda obra de arte se puede reconocer a las personas que más ha odiado el artista y también, ¡ay!, a las que más ha amado
62.
Madame de Guermantes declaró que había odiado siempre ese estilo Imperio; quería decir que lo detestaba ahora, y era cierto, pues seguía la moda, aunque con algún retraso
63.
Aline la besó cariñosamente y salió aparentando la misma serenidad de la condesa, pero preguntándose si ésta se daría cuenta del peligro que se cernía sobre ellas, un peligro acrecentado hasta el infinito con la presencia en la casa de un hombre tan conocido y odiado como el señor de La Tour d'Azyr, a quien probablemente sus enemigos buscaban en aquel preciso instante
64.
No sabían usar la libertad y muchos añoraban secretamente el regreso del patrón, ese padre autoritario y a menudo odiado, pero que al menos daba órdenes claras y en caso de necesidad los protegía contra las sorpresas del clima, las plagas de los sembrados y las pestes de los animales, tenía amigos y conseguía lo necesario, en cambio ellos no se atrevían a cruzar la puerta de un banco y eran incapaces de descifrar la letra chica de los papeles que les ponían por delante para firmar
65.
Uno de los rajaes, Musicano, se había resistido a someterse, pero lo hizo en cuanto Alejandro llegó; el segundo rajá apenas presentó resistencia; el tercero, Sambo de Sind, le había rendido vasallaje de antemano, con la esperanza de ver destruido a Musicano, su odiado enemigo
66.
– En sus ojos había una expresión que recordaba la adoración que él había odiado ver, la devoción servil y hechizada-
67.
Siempre había odiado las mentiras
68.
Se había quitado los guantes sacrificiales; en las manos sudorosas el pájaro odiado era un cuerpo tibio y como polvoriento
69.
Antes de que tu acto fuera olvidado, fuiste muy odiado por aquéllos que te culpaban por la necesidad de obligarse a olvidar
70.
Siempre había odiado su nombre completo, pero la Amyrlin era una de las pocas personas vivas que lo habían oído
71.
Un día, una hora, había odiado a aquel rey a quien las divinidades habían concedido todos los dones; ¿acaso no poseía, también, el de seducirla, cuando su corazón pertenecía a Nefertari? Si, al menos, la gran esposa real hubiera sido fea, estúpida y odiosa… Pero Iset la bella había sucumbido a su encanto y a su brillo, y reconocía en ella a un ser extraordinario, una reina a la medida de Ramsés
72.
Había odiado a Akenatón
73.
El beneficio —cuando no es consecuencia natural de la jerarquía— se considera resultado de una explotación, y el mediador que ha decidido obtener ganancias valiéndose de su oficio se convierte en el odiado prestamista
74.
La realidad era bien diferente: en aquel entonces, Sanjay era quizás el hombre más odiado de la India
75.
Broud me ha odiado siempre, hasta cuando era una niña pequeña
76.
Los dhoma son intocables, un pueblo odiado y detestado, y por ello abandonan continua y lentamente la India para buscar ocupaciones mejores en otros lugares
77.
Además, Simone era para Joan el ejemplo del matón cruel e insensible y al golpearle imaginaba en él al odiado Felip, que se escapó del castigo a sus crímenes refugiándose en la Inquisición
78.
Desdicha grande fue la de nacer en la católica España a lo largo de siglos de persecución implacable! Ojalá nuestras madres nos hubieran cagado a mil leguas de ella, en tierras otomanas o de negros bozales! Allí hubiéramos crecido libres y lozanos, sin que nadie se metiera en nuestras vidas ni nos aterrorizara con castigos y amenazas! Cuántas veces vimos desfilar enjauladas a nuestras hermanas camino del quemadero! Cualquier gesto o descuido podían delatarnos y conducirnos a las mazmorras del Santo Oficio, debíamos obrar con sigilo, temblábamos de gozo y terror entre las piernas de quienes ofrecían lo suyo a la voracidad enloquecida de nuestros labios, quizás alguien nos había espiado e iría a denunciarnos, qué desgracia nos acechaba tras los breves instantes de fervor y de dicha? Nos sabíamos condenadas y la certeza de nuestra fugacidad nos empujaba a afrontar temerariamente el peligro, el Archimandrita en el que reencarnó Fray Bugeo nos protegió a la sombra de su convento, aquí no encontraréis mujeres sino hombres que huyen de ellas, componen fratrías y visten faldas, los que no corren tras las mozas de la cantina ni solicitan a las devotas en el confesionario se encargarán de vosotras y aliviarán vuestras ansias, éste es el único puerto seguro en nuestros tiempos de iniquidad y miseria, disfrazaos de monaguillos o monjes, vivid entre falsos castrati, fingid gran devoción a Nuestra Señora y afinad el canto en la iglesia, no puedo ofreceros más, extremad la prudencia, cien mil ojos y oídos fiscalizan nuestros actos, registran dichos y movimientos, graban el menor suspiro, ni el KGB ni la CIA han inventado nada, el Gran Inquisidor de estos reinos vela por su quietud y de todo tiene constancia, no confiéis en ningún amante ni amigo, sometidos a tormento podrían traicionaros, acampamos en un universo de fieras, quien no devora acaba por ser devorado a fuerza de envilecernos asumíamos el reto, invocábamos al demonio y sus obras de carne, celebrábamos aquelarres y coyundas bestiales, nos hacíamos encular junto a los altares por los matones más brutos del hampa, escupíamos su espesa lechada en los cálices, la consagrábamos y consumíamos con la misma unción de los Divinos Misterios las obleas eran nuestros preservativos! el odio y aversión del vulgo a las de nuestra especie nos servía de estímulo, instigaba a trastocar sus sacrosantos principios, convertía la abyección en delicia exaltada sangre, esperma, mierda, esputos, meadas, cubrían las ricas alfombras de la iglesia ante la mirada vacía de sus Vírgenes y santos de palo inventábamos ritos y ceremonias bárbaros, coronábamos con flores a los sementales más alanceadores, los proclamábamos Vicarios de Cristo en la Tierra, exprimíamos hasta la última gota del sagrado licor de sus vergas en noches inolvidables que evocábamos con místico rapto mientras prendían fuego a las piras y nos reducían a materia de hoguera entonces bendecíamos la crudeza del destino y la gloria de nuestra audacia, nadie nos puede arrebatar una furia y ardor que se renuevan en el decurso de los siglos, muertas hoy y renacidas mañana, sujetas a la gravitación de una absorbente vorágine, éramos, somos, las Santas Mariconas del Señor listas para todos los desafíos y asechanzas, las devotas del Niño de las Bolas y su Vara de Nardo, hemos sufrido mil muertes y no nos amedrantan los zarpazos del monstruo de las dos sílabas, descendíamos a las simas del Pozo de la Mina y nos dejábamos azotar por verdugos encapuchados, eran inquisidores?, gerifaltes nazis? Incubos revestidos de la parafernalia de las sex-shops neoyorquinas?, los zurriagazos restallaban en nuestras espaldas, nos revolcábamos con beatitud inmunda en los charcos de orina, allí no cabían sonrisas ni humor, sólo gravedad litúrgica, preceptiva de enardecida pasión, misterios de gozo y dolor, crudo afán de martirio, usted mismo nos vio, con cautela o cobardía de mirón, en la época de sus cursos en la universidad vecina, trabados en piña en el cerco de premuras y ahíncos, hasta el día en que topó con un denso e inquietante silencio y de escalera en escalera, túnel en túnel, aposento en aposento, asistió al espectáculo de la gehena, no ya de los mares de luz oscuridad fuego agua nieve y hielo, sino el de cadáveres y cadáveres maniatados, con grillos en los pies y collarines claveteados en el cuello, sujetos entre sí con cadenas, colgados de garfios de carnicero, inmovilizados para siempre en sus éxtasis por el índice conminatorio del pajarraco, debemos recordárselo? usted nos dejó allí, en aquel despiadado abismo, pero nosotras transmigramos y reaparecimos en el círculo de amigas del Archimandrita, de su odiado e inseparable pére de Trennes fuimos las gasolinas de mayo del 68 y desfilamos por los bulevares con nuestros perifollos del Folies Bergére y cabelleras llameantes, abrazamos con efusión todas las causas extremas y radicales, seguimos a Genet y sus Panteras Negras de Chicago o Seattle, coreamos con kurdos, beréberes y canacos consignas revolucionarias e independentistas, rechazamos las tentativas de normalización de nuestro movimiento y su inserción insidiosa en guetos, abjuramos solemnemente de cualquier principio o regla de respetabilidad nauseabunda somos, escúchenos bien, las Santas Mariconas, Hermanas del Perpetuo Socorro, Hijas de la Mala Leche y de Todas las Sangres Mezcladas y lo seremos hasta el fin de los tiempos mientras perdure la llamada especie humana o, mejor dicho, inhumana, ¿no cree? ya sé qué pregunta quiere hacerme, a mí, el fámulo importado de las remotas islas, sobre mi insulso traje de oblato, la adivino en el temblor impaciente de sus labios y la malicia abrigada en sus pupilas, y le responderé antes de que nos despidamos y le dejemos a solas con su asendereado libro por provocación, mi querido San Juan de Barbes! para dar una última vuelta al rizo y cumplir con el papel de garbanzo blanco en mi universo de garbanzos negrísimos!, voy con mi compañera al baile de máscaras animado por la Orquesta Nacional de su barrio, allí arderemos todas las gasolinas y corearemos nuestra consigna, derriére notre cul, la plage, y acabada la fiesta y con la aprobación expresa del bendito arzobispo de Viena y del cardenal romano que, según Millenari, hizo voto perpetuo de homosexualidad, celebraremos una clamorosa sentada frente a la Prelatura Apostólica con nuestros abanicos, penachos, plumas, lentejuelas, collares, minifaldas, tetas de goma, pichas gigantes, para exigir la canonización inmediata de Monseñor en razón de su vida y escritos cuajados de testimonios de santidad irrefutable si quiere acompañarnos, le reservaremos un billete de avión!
79.
Él no había odiado especialmente cometer delitos, sino la idea de que pudieran atraparlo
80.
Maya no podía haber odiado más aquella ocurrencia
81.
No había recibido el menor agradecimiento, ni siquiera una pizca, y por esa razón él los había odiado
82.
Estoy seguro de que yo lo hubiese odiado, de haber trabajado para él
83.
–Yo siempre había odiado el delito administrativo, pero ahora cuantas más cosas sé de él más me apasiona -dijo poniendo los papeles en la mesa y sentándose
84.
El castillo tenía pésima reputación en la comarca y su propietario era temido y odiado por los campesinos de los alrededores
1.
Lo que tanto odiamos es esa precisión terrible
2.
—Todos odiamos Elantris, sule, pero pocos tenemos valor para intentar escapar
3.
Es una bestia al que todos los hombres decentes odiamos
4.
Precisamente los odiamos
5.
Pero en el SD no odiamos a nadie, perseguimos a unos enemigos de forma objetiva
6.
Todos le odiamos
1.
—No, yo debo estar enfermo, yo no debo sentirme bien,murmuró; muchos son los que me odian, los que me atribuyen sudesgracia, pero
2.
Losdesgraciados la odian por instinto, al
3.
Los pescadoresle odian porque anda rondando a las chicas
4.
De ellos es de los que se dice que proclaman amar al Dios al que no han visto, mientras odian a su hermano al que han visto
5.
Y, con él, la influencia y poder de los que odian a los judíos
6.
Nos odian y nos tienen miedo
7.
Hasta los robots me odian
8.
¿Debería permitir que estos seres alienígenas, que odian a Dios, partícipen en la construcción de la casa de Dios? ¿Nos maldecirá a todos por permitir este error?
9.
Los niños odian con facilidad
10.
–Porque ellos se odian entre sí, pero, combinados, podrán gobernar de modo efectivo y acabar con cualquier oposición
11.
—Hace siglos que odian a Roma y son los que con más tesón lo hacen —dijo Sila con un suspiro—
12.
Los vecinos de arriba (los jubilados, los que se odian, los que se apuñalan con tijeras para escamar pescado y destornilladores) lo vieron en el porche, sombrero en mano, parlamentando con mi tía y entregándole el sobre del vencimiento, escucharon la trepadora de una tosecita que se enrollaba en la estaca, plantada en el sillón, del catarro de mi padre, y dieron con él en espera del último tren para cruzar la cocina tropezando con el fregadero, con las sillas, con los muebles, hasta encallar en el colchón como en un puerto equivocado
13.
El motín estalla, los trabajadores arrollan la escasa guarnición; pegan fuego al Ayuntamiento, asesinan a todas las personas que odian, matan a trabucazos al alcalde, y arrastran ferozmente su cadáver
14.
Pero odian la confrontación, que para ellos es como la muerte: les hace sudar de pánico
15.
«temed el progreso de la ciencia como las brujas temen la aproximación del día y odian el presagio fatal anunciando la subversión de los engaños en que viven»
16.
Los ricachones odian estar en el punto de mira
17.
Existen comerciantes que gustan de parroquianos que les pagan mal, siempre que tengan con ellos relaciones constantes, mientras que odian á los buenos pagadores que se mantienen en actitud demasiado seria para permitirles ciertos roces
18.
Los muertos odian el número dos,
19.
Entonces los cuatro barones, que odian a Tristán por su valentía, le sostienen sobre la cama y amenazan a la reina; y la escarnecen, se befan de ella y le prometen hacer justicia
20.
No quieren quedar en evidencia y odian quedar en evidencia en los medios de comunicación
21.
Por eso los políticos y las instituciones odian a los mercenarios: no pueden controlarnos ni impedir que elijamos nuestros contratos
22.
Los Hombres Sensibles – como todo el mundo sabe – odian el futuro, porque han descubierto que en el futuro esta la muerte
23.
El argumento de los racionalistas merece consideración: según ellos las mujeres hermosas se odian entre si y es inconcebible cualquier tipo de acuerdo
24.
Los liberales odian al Espíritu y los conservadores lo restringen
25.
Mas el segundo{405} que descubrió su país, el país, el corazón y la tierra de los buenos y justos: ése fue el que preguntó: «¿A quién es al que más odian éstos?»
26.
Al creador es al que más odian: a quien rompe tablas y viejos valores, al quebrantador llámanlo delincuente
27.
¡Guardaos también de los doctos! Os odian: ¡pues ellos son estériles! Tienen ojos fríos y secos, ante ellos todo pájaro yace desplumado
28.
—Sí, nos odian —insistió Shmuel inclinándose hacia delante, entornando los ojos y haciendo una mueca de rabia con los labios—
29.
–Me odian porque soy la acumulación del conocimiento de la Muerte
30.
Sería mejor que quienes me odian siguieran creyéndome muerta, pero
31.
Bueno, salvo los lae'knaught, que odian la magia y a la vez no creen en ella, pero esa es otra historia
32.
Los ordenadores odian la infinitud, de manera que se disparan todos los nueves
33.
No es a nosotros, como chinos, a lo que odian
34.
Odian a los demás como odian todo lo que no se refiera a ustedes mismos
35.
—Por suerte se odian el uno al otro más de lo que nos odian a nosotros —había comentado Lothar el Cojo en cierta ocasión
36.
–Por suerte se odian el uno al otro más de lo que nos odian a nosotros -había comentado Lothar el Cojo en cierta ocasión
37.
Desagrada a los trabajadores de la granja y los maoríes lo odian sin más
38.
Hay muchos que siguen siendo fieles a la dinastía de los Atridas y odian a la reina y a su amante por las atrocidades que cometieron
39.
Al ver el modo en que terminó, he llegado a la conclusión de que si en la república hubiese habido más comunistas y menos anarquistas, Franco no habría vencido; así como es imposible convivir con los demás diciéndoles todo lo que pensamos de ellos, tampoco puede hacerse una guerra como la española lanzando bombas sobre todas las cosas que se odian
40.
A los que más odian son a los pederastas, pero los violadores no están muy por encima
41.
–Hace siglos que odian a Roma y son los que con más tesón lo hacen -dijo Sila con un suspiro-
42.
Sea como fuere, está loca por mí, pero su madre y su padre están en buena posición y me odian
43.
–Además -dijo Nan-, alguien como él diría que la única razón por la que no quiero salir con él es que soy lesbiana, y que ya se sabe que las lesbianas odian a los hombres
44.
Por eso los Señores de las Espadas odian tanto a las Antiguas Razas
45.
Es como una bestia hambrienta que devora a aquellos que la poseen y a aquellos que la odian, e incluso a quienes lo detentan
46.
Me recuerda lo que el matasanos me dijo una vez: "Los hombres odian algo que está en ellos mismos"
47.
Pero las investigaciones estadísticas han demostrado que la víbora es, por un margen enorme, el animal que la mayoría de la gente más aborrece (con la araña en segundo lugar), y lo más raro del asunto es que cuando se amplía el cuestionario para determinar cuál es la característica del animal que despierta tal disgusto, la mayoría de los que odian a las serpientes explican con presteza que no pueden aguantarlas porque son «viscosas»
48.
Los hombres de iglesia de esas órdenes odian a la gente como yo, porque me porto civilizadamente cuando hablo con protestantes
49.
Odian el laboratorio con todas sus fuerzas
50.
Pero República de Noviembre se ha transformado hoy en una palabra que vastos círculos del pueblo odian, de la que incontables ya comienzan a avergonzarse
51.
Los dioses odian los techos de cobre
52.
Los cantantes no pueden ni verse entre ellos, el coro desprecia a los cantantes, ambos odian a los músicos y todo el mundo teme al director de orquesta
53.
Y ODIAN LA VIDA
54.
Pero, aunque ése no fuera el caso, ¿de qué serviría? Después de rescatadas las desdichadas criaturas, provenientes de todo tipo de tribus del interior, que no disponen de un lenguaje común para entenderse entre ellas y a menudo se odian a muerte, serán conducidas a Sierra Leona o a algún otro lugar sobrado de buenas intenciones, donde se les informará de qué deben hacer para pagar lo debido; esa gente no ha labrado en la vida y comen tipos diferentes de alimentos
55.
—Todos odian a los sangradores —convino Cronista, compungido—
56.
Y los nobles son quienes más los odian
57.
Odian al Redentor y a todos sus seguidores, y quieren destruirle y barrer su bondad de la faz de la tierra
58.
Las dos ancianas se odian
59.
No hay nada en la cultura occidental que pueda igualar, ni siquiera de lejos, lo que los judíos han logrado hacer partiendo de la culpabilidad y de la vergüenza; y por eso los negros los odian más que a nadie
60.
Las Hermanas, los Hermanos no matan, no violan, no asaltan, no roban y sólo odian la violencia del MAL, como les ha enseñado el cielo por mi boca
61.
, los odian por su pretendida superioridad
62.
Esos hombres aborrecen a quienes les segregaron, ansían vengarse a cualquier precio y odian con un ímpetu totalmente demencial
63.
Las mujeres que odian son mucho más interesantes
64.
Odian a la Hermandad
65.
Odia a su padrastro, pero también hay pirómanos, con las mismas características, que odian a su propio padre por idénticos motivos
66.
—De la clase de cosas por las que nos odian los procianos
67.
Soy el matón de una organización internacional de almas estéticas que odian la televisión y me pagan mil dólares por golpe
68.
–Ellos creen en Dios y odian a los paganos
69.
—Porque ellos se odian entre sí, pero, combinados, podrán gobernar de modo efectivo y acabar con cualquier oposición
70.
—Los cultivadores de rence odian a los de Puerto Kar
71.
Porque esos mahometanos odian y detestan la cristiandad: nada les place más que ver sufrir a un cristiano
72.
Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga
73.
Washington, 18 de mayo - El presidente Hughes juró anoche tomar «todas las medidas necesarias» para contener la expansión del virus de la llamada «fiebre de Colorado» y castigar a los responsables, y afirmó que «La justa ira de los Estados Unidos de América caerá sin vacilar sobre aquellos que odian la libertad y los gobiernos ilegales que les dan cobijo»
74.
La mayoría de las demás monjas lo odian, es cierto, pero necesitan una iglesia
75.
Antes se reían de mí, me despreciaban por mi ignorancia y por mi torpeza; ahora me odian por mi saber y mi facilidad de comprensión
76.
—Los oficiales regulares odian a los eunucos
77.
Aunque a los que realmente odian es a los eunucos del emperador
78.
Todos, tanto los que odian a los lobos como los que los aman, deben sentirse en casa en la parroquia
79.
Y odian a esa pastora que los deja en evidencia
80.
Es un elemento que odian y que no saben controlar
81.
Los otros hombres los odian y no aprenden la verdad que éstos les ofrecen
82.
Hay un sinfín de gente y todos se odian los unos a los otros
83.
«Están aburridos y se odian el uno al otro», se dijo
84.
—¿Es que los daneses también odian a los judíos?
85.
Los dos cuerpos viven en simbiosis, como en el útero materno… Los dos aman y odian a las mismas personas
86.
Dicen que está aliado con las serpientes dragón, y los delfines odian y temen a las serpientes dragón
1.
y odiando los motivos del creador
2.
instintivamente, odiando al pueblo y a todo lo que eravasco
3.
Había pasado su existencia odiando á los hombres y
4.
Nunca conoció a Chloe odiando alguien, y nunca en un millón de años habría
5.
David, odiando a todos los parientes, dijo algo entre dientes de que quería consultar la Enciclopedia Británica
6.
En aquella región sembrada de hijos ilegítimos y de otros legítimos que no conocían a su padre, él fue probablemente el único que creció odiando su apellido
7.
Y ahora, en la playa y bajo el amable sol, Hiro-matsu hizo una cortés reverencia, odiando su propia duplicidad
8.
Intrigando, asesinando y en pocas palabras, odiando
9.
Los judíos no se apaciguaron y siguieron odiando al idumeo que los gobernaba
10.
Rand al'Thor ya estaba condenado a morir en la Última Batalla, así que ¿por qué seguir odiando a ese hombre? —Tiene razón —susurró mientras observaba los movimientos de los avispones que zumbaban sobre la superficie del agua—
11.
Estoy muriendo, estoy muriendo, dijo una y otra vez, odiando las palabras mientras las pronunciaba, odiando el pánico que sentía
12.
Elemak y Mebbekew seguirán traicionando a sus esposas y odiando a las mismas mujeres que perjudican
13.
Como mi cuarto para estar solo acababa de condenar al vestidor a ser para siempre un pasillo estrecho y horroroso, no me atreví a insistir, pero he seguido odiando ese espejo en secreto, y me imagino que él se da cuenta y por eso me refleja de un color tan blanquecino, con más barriga y menos músculos en las piernas de los que yo estoy seguro de tener, y una imperturbable cara de mala leche que me obliga a recordar todos los días, como mínimo dos veces, el momento exacto en el que dejé de hablar con Sonia, el instante en el que los dos nos dimos la vuelta para empezar a vivir de espaldas
14.
Incluso aquí, usted y yo continuamos odiando a los enemigos del comunismo
15.
Aún conservo, vibrando en mi nervio óptico, visiones de Lo a caballo, un eslabón en la cadena de una excursión guiada a través de un sendero para jinetes: Lo se mecía al tronco de su cabalgadura, una vieja cabalgadura al frente y un ranchero atildado y obsceno, de pescuezo rojo, iba detrás; y yo tras él, odiando su gorda espalda de camisa floreada con más violencia con que un conductor odia a un camión lento en un camino de montaña
16.
Me siento en la cama, odiando a Haymitch, odiando a Peeta, odiándome a mí misma por mencionar aquel día lejano bajo la lluvia
17.
Y aún seguía odiando, pero no con energía, sino con resignación
18.
Odiando a Alemania con un odio profundo, instintivo, de casta y de raza, han sido, sin embargo, ganados por el sistema, se han dejado subyugar por el nazismo en el que encuentran plenamente realizada una aspiración hondamente francesa, nacida en el alma de Francia por razones históricas antes que en ningún otro pueblo de Europa: el nacionalismo integral, el nazismo
1.
Con los años había llegado a odiar a la perra de su
2.
sus rebeliones, no seequivocaban al odiar una religión que exige
3.
amor con la distracción de un artista que, preocupadocon los sonidos, acaba por odiar
4.
razones para odiar la existencia
5.
—¿Las mismas razones que se la hacían odiar a los veinte
6.
A fuerza de odiar la tiranía y la violencia, nuestropabellón y
7.
Empezó á odiar á estos
8.
Poseía un talento de actor para el engaño, pero la primera vez que vio a Santiago Carrillo no le engañó: pertenecía a una familia de derrotados republicanos, varios de los cuales habían conocido durante la guerra las cárceles de Franco; nadie en su casa le inculcó, sin embargo, la menor convicción política, ni es fácil que nadie le hablara de la guerra excepto como de una catástrofe natural; sí es fácil en cambio que aprendiera desde niño a odiar la derrota del mismo modo que se odia una pestilencia familiar
9.
Comenzó a odiar a los gorriones… porque devoraban el grano
10.
¿Cómo no odiar su humillante generosidad? ¿Cómo no detestar sus invitaciones, sus perdones desdeñosos, su desprecio frívolo por mujeres que yo hubiera puesto en un altar? Lorenza lo ama
11.
De todos modos, mejor expresar el odio que odiar en silencio
12.
En esas horas había llegado a odiar la piedra y todo lo relacionado con ella
13.
Al Congreso le gusta pararles los pies a los tipos malos a quienes los electores puedan odiar
14.
De que una capacidad extrema de odiar quiera transformarse en extrema capacidad de amar
15.
¡Lo que es la pasión política, señores! No conozco peor ni más vil sentimiento que este, que impulsa a odiar al compatricio con mayor vehemencia que al extranjero invasor
16.
-A ustedes les importará poco el motivo que yo tenía para odiar a estos individuos -dijo-
17.
La certeza de su derrota frente al aspecto maligno, cruel hasta la obscenidad, de esta ciudad a la que empieza a odiar con toda su alma
18.
– Mientras ponía el motor en marcha, masculló -: Empiezo a odiar este trabajo, doctora
19.
–Y ese defecto es la propensión a odiar a todo el mundo
20.
No se puede odiar realmente a quien actúa con la mejor intención
21.
—Otra razón más para odiar a los murgos —asintió Hettar con una expresión sombría
22.
Arriba, en un cielo que parecía odiar la trasparencia, el gavilán señoreaba con su lento y amplio vuelo, atento a todo movimiento que pudiera llevarse a cabo en el roquedal
23.
Tenía que enfrentarme a realidades que me impedían odiar a mis captoras
24.
—Tiene una buena razón para odiar a las brujas —dije, frotándome las sienes —
25.
—Por algún motivo, todo el mundo necesita a alguien a quien odiar
26.
Hay que reconocer, sin embargo, que sí tenemos alguna noción de alma, de espíritu y de las operaciones de la mente, como el querer, amar, odiar, puesto que entendemos el significado de estas palabras
27.
Comenzaba a odiar su peso
28.
Yo empezaba a odiar que lo hiciera
29.
No dejó de captar la ironía: la oportunidad de trabajar en el corazón de un gobierno al que, en otro tiempo, había jurado odiar
30.
Confía en que las chicas, y el resto de la ciudad, odien a los hombres de las montañas por la misma razón que ella: porque la han hecho odiar
31.
No obstante, sin palabras, alguna comunicación se había establecido, de modo que, cierto día, cierto año, meses después de la visita de madame Liang a su segunda hija en Pekín, los jóvenes científicos, en número de unos trescientos, preparados en su mayoría por el país al que ahora se les instaba a odiar, hallaron la forma de encontrarse cerca del remoto lugar en que la poderosa criatura iba a quedar suelta
32.
Los ariscos machos de la generación de más edad todavía le odiaban, como los animales suelen odiar a aquellos de los que desconfían, cuyo olor peculiar es el olor característico de una especie distinta, extraña y, por ende, enemiga
33.
–Tienes que odiar a alguien antes de que esto termine -dijo la voz del finlandés-
34.
Era imposible a la señora de Franval resistir a expresiones tan tiernas de parte de un hombre que adoraba siempre; ¿se puede odiar lo que tanto se ha amado? Con el alma delicada y sensible de esta interesante mujer, ¿puede mirarse con sangre fría a sus pies, ahogado por las lágrimas del remordimiento, el objeto que fue tan precioso? Los sollozos se escaparon…
35.
Eran criaturas vivas y sensibles como él, capaces de aprender, de comunicarse, de amar y de odiar como él mismo
36.
No era lícito odiar otra cosa que la eternidad
37.
Su sensibilidad menor había sido forzada y retorcida, hasta que llegó a odiar todo lo que pudiera tener una relación con la percepción
38.
Oraron pidiendo al Guardián que sanara a los niños, que les impidiera odiar a sus enemigos, y que ablandara el corazón de éstos y les inspirase remordimiento, compasión, misericordia
39.
Nunca se le había ocurrido pensar lo mucho que había llegado a odiar a Riktors por el bien de Ansset
40.
Exceptuando su equitación (y en aquellos días no había hazaña ecuestre demasiado arriesgada para el capitán), no tenía posibilidad alguna de establecer relaciones con el soldado a quien había llegado a odiar
41.
–Si odiar es conocer
42.
–Tiene usted la vocación de odiar -reconoció el Padre Crompton
43.
«Basta con que haya escrito un miserable opúsculo sobre la cuestión más trivial para pensar que eso le da derecho a odiar a los que sentaron las bases y levantaron los muros de la ciencia alemana
44.
Al fin y al cabo, era quien tenía más motivos para odiar a Ilian
45.
–Los Eldren no pueden odiar -declaró, antes de conducirme hacia su palacio
46.
Usted mira el color de mi piel y piensa: «Toussaints Morton debiera odiar los imperios coloniales
47.
Starling, a quien los recientes editoriales de los periódicos hubieran debido incitar a odiar su pistola
48.
Los convictos tienen licencia para odiar la ley que les ha encarcelado, e incluso a toda la humanidad, si su odio es voraz, pero el soldado huraño es un mal soldado; en verdad, no es un soldado
49.
Examínese toda moral en este aspecto: la «naturaleza» que hay en ella es lo que enseña a odiar el laisser aller, la libertad excesiva, y lo que implanta la necesidad de horizontes limitados, de tareas próximas, – lo que enseña el estrechamiento de la perspectiva y por lo tanto, en cierto sentido, la estupidez como condición de vida y de crecimiento
50.
Al llegar a casa, permanecí junto a la puerta de Adam sin llegar a entrar durante diez minutos, oyendo cómo reía y bromeaba con Dennis, mientras intentaba no odiar al mundo y a la vida en general
51.
Empecé a odiar mi cuerpo y después a odiar la comida
52.
Poner en duda los propios actos, odiar su falta de control sobre el mundo que la rodea
53.
deberías odiar en todo el mundo, y te
54.
–¿Está sugiriendo que… que alguien está desenterrando a Augusto para llamar la atención de la policía? ¿Cree que alguien podría odiar tanto a alguna de nosotras?
55.
Era como odiar la maternidad y el pescado crudo, u oponerse a la luz del sol
56.
–Si odiar es conocer… ¿Se le ha ocurrido pensar en la reacción del sheriff?
57.
En aquella salvaje y odiosa existencia que llevaban los tecuhltli, la admiración y el afecto que profesaba Techotl a los aventureros era como un oasis de humanidad que lo diferenciaba profundamente de sus compañeros, los cuales sólo deseaban matar y odiar
58.
Bueno, me gustan los hombres que saben odiar
59.
Todas éstas se las había hecho aprender la señora de Bontemps al mismo tiempo que a odiar a los judíos y a tener en estima a los negros, cosas en las que se es siempre correcto y como es debido, aun sin que la señora de Bontemps se lo hubiera enseñado formalmente, sino como se modela por el gorjeo de los jilgueros padres el de las crías recién salidas del cascarón, de modo que éstas llegan a ser también auténticos jilgueros
60.
Ese orgullo no le impedía aceptar remuneraciones para mejorar lo que llamada su estipendio, por sus diligencias, lo que lo había hecho odiar por Francisca: “-Sí; la primera vez que lo ve uno le daría a Dios sin confesión; pero hay días en que es tan educado como una puerta de presidio
61.
La acusaban tan equivocadamente de odiar la antigua vivienda y deshonrarla con simples telas, en lugar de su rica felpa, como un cura ignorante que le reprocha a un arquitecto diocesano que haya vuelto a colocar en su lugar antiguas tallas en madera dejadas a un lado y a las que el eclesiástico había creído conveniente sustituir con ornamentos comprados en la plaza de San Sulpicio
62.
No me daba cuenta de que, en aquellas destrucciones donde tenía por cómplice la capacidad de Albertina para cambiar, su facilidad para olvidar, casi para odiar, al objeto reciente de su amor, yo causaba a veces un profundo dolor a uno o a otro de aquellos seres desconocidos con los que Albertina había gozado sucesivamente, y de que aquel dolor lo causaba en vano, pues serían abandonados, pero sustituidos, y, paralelamente al camino jalonado por tantos abandonos que ella cometería a la ligera, proseguiría para mí otro camino implacable, interrumpido apenas por muy breves descansos; de suerte que, bien pensado, mi sufrimiento no podía acabar más que con Albertina o conmigo
63.
Veía el Infierno en sus mentes, y aun así miró, porque eso le recordaba cómo odiar
64.
Seguramente -pues en todas las clases de la sociedad una vida mundana y frívola paraliza la sensibilidad y quita el poder de resucitar a los muertos- la duquesa era de las personas que necesitan la presencia (esa presencia que, como verdadera Guermantes, sobresalía en prolongar) para amar verdaderamente, pero también, cosa más rara, para odiar un poco
65.
Sintió la necesidad de sellar un pacto entre ellos, aún cuando fuera a odiar la sensación
66.
Se dio cuenta de que debería odiar a aquella mujer que se había metido en su casa movida por el placer perverso de humillarla ante sus padres y hermanos, que seguramente estaban escuchando en la cocina
67.
—¿A qué mujer podría odiar lo bastante para casarla con el Dragón Renacido? —dijo fríamente Rand
68.
El pueblo de los Seis Ducados aprendió en aquella época a odiar a los marginados con más encono del que hubieran experimentado antes
69.
Sus ojos fríos como el mar miraban la bahía vacía: la culpa la tiene la historia: sobre mí y sobre mis palabras, sin odiar
70.
Me pregunto quién podría acordarse de la muerte de Suvi, que ocurrió hace treinta años, y quién podría odiar a Heli tanto como para no limitarse a matarla, para haber querido destruirla con el fuego
71.
Es posible, efectivamente, que el Führer tenga algún motivo personal para odiar a los judíos
72.
—Hay más razones para odiar a los seanchan de las que puedo contar —comentó Elayne con acaloramiento
73.
Cada grupo, en su afán de conseguir más apoyo, había politizado la decisión y cada habitante debía tener posición tomada: defendía al ombú y por lo tanto era enemigo de los defensores de la vida o defendía los retoños y por lo tanto, debía odiar a muerte a los defensores del árbol
74.
Pero mi convivencia hizo que de odiar a Guillermo pasara a apreciarlo, que me sintiera conmovida cuando sin desearlo mató a Aymeric y se creyera iluminado por una revelación que me hacía su ángel
75.
Parecía como si aparte de sus propias tribus de gitanos del mar, aquellos corsos parecían odiar a toda la humanidad con un encono incomprensible y sangriento
76.
Parecía odiar más el catolicismo que el ateísmo
77.
Esta lectura sería seguida de un demostración en la que Algernon debería pasar sus pruebas y resolver un problema para tener derecho a su comida… ¡lo cual nunca he dejado de odiar!
78.
Y a su vez Dolly comprendió cuanto quería saber: comprendió que sus presunciones estaban justificadas, que la amargura, la incurable amargura de Kitty, consistía en que había rehusado la proposición de Levin para luego ser engañada por Vronsky; y comprendió también que Kitty ahora estaba a punto de odiar a Vronsky y amar a Levin
79.
Y sintió que le era imposible no odiar, por su parte, a los dos, tan disformes y despreciables
80.
Es verdad que sus obsesiones personales, su capacidad de odiar, su prédica de la violencia, hallaban una resonancia desenfrenada en la frustración del pueblo alemán, y de él le volvían multiplicadas, confirmándole su convicción delirante de ser él mismo quien encarnaba al Héroe de Nietzsche, el Superhombre redentor de Alemania
81.
Naturalmente, este tedioso incremento de su especie les hace odiar incluso el perder a un miembro de sus asquerosos vastagos… ¡Y la razón por la que han abierto estos miles de kilómetros de túneles, incluso bajo la profundidad de los océanos, es la de recuperar las esferas!
82.
Había desaparecido en ellos todo rastro de ese fuerte sentimiento que induce a la juventud proletaria a odiar y al propio tiempo despreciar las riquezas, la elegancia, los privilegios ajenos
83.
Él negaba con la cabeza, en un gesto universal que ella estaba empezando a odiar
1.
–El mundo y cuanto odias -dijo Hilaria, con voz ligeramente febril- está afuera, lejos de aquí
2.
–Sí, me odias, como todo el mundo
3.
Crees que estás tan desesperadamente necesitada de afecto que te empeñas en mantener a tu amiga cueste lo que cueste, aunque la temes, y a veces la desprecias, y a veces también la odias, pero lo cierto, lo tristemente cierto, es que también la amas
4.
—¿Hasta ese punto me odias? —preguntó Barak con profundo desprecio—
5.
Odias las casualidades, no quieres hablar de casualidades pero la mujer que lo convierte en algo feo es exactamente el polo opuesto de la que hace de cualquier día algo maravilloso
6.
—Los odias, los odias, los odias
7.
"¿Por qué odias a la gente?”
8.
–¿Por eso lo odias tanto?
9.
Odias todas las cosas buenas y decentes, y tu desdén lo demuestra
10.
–De todo ello sólo encuentro que quedan dos cosas, y son las dos que tú más odias: compasión y un extraño sentimiento de benevolencia
11.
–Acabarías antes -le dije- confesando francamente que odias a todos los hombres, sin distinción
12.
– ¿Tú odias que te hagan una felación?
13.
Por supuesto, la elección es tuya, pero no tiene sentido hacer esto si la odias
14.
—¿Cómo es que odias a las mujeres que tienen un trabajo mejor que el tuyo, Rob?
15.
—Uno tiene que emplear la táctica como en la guerra, Marco, y tú odias la guerra
16.
Imagina que el enemigo es todo lo que odias
17.
– Si realmente eres Mencken, odias a los charlatanes, por tanto, ¿por qué ocupar el cuerpo de Ariaura?
1.
la noche, cubiertos de odio
2.
manifestaciones de odio ni de egoísmos individuales y ni colectivos, ni violencia de
3.
en organizar invasiones y guerras, en sembrar la discordia y el odio entre los
4.
vuelco, y se romperán los lazos del odio
5.
a) avaricia, codicia, lascivia, odio, agresividad, envidia
6.
con sus matices particulares, que van desde el odio hasta la impotencia, pasando por
7.
El odio es propio de los seres más primitivos, menos avanzados, en el
8.
a movimientos radicales y violentos, basados en la justificación del odio a los ellos
9.
El rencor es un odio atenuado a largo plazo, de efecto retardado, generalmente
10.
odio, tristeza, miedo) y/o las que se sienten reprimidas en la percepción y/o
11.
Pero te hará pagar muy caro! Todas las noches de aquí dos horas después del horario normal de cierre y no voy a reconocer las horas adicionales! Quién se burla de mí, como lo hizo, siempre es lamentándolo! A partir de ahora, después de haber hecho su trabajo normal, en comparación con la de sus colegas será capaz de ir regularmente, usted tiene que permanecer aquí y poner en su lugar los archivos, quitar el polvo del piso y limpiar los aseos! Y mañana voy a comprobar por sí mismo que todo está limpio y sólo encontrar ni una sola mota de polvo, me escriba una carta a la dirección general del banco, que a juzgar como improductivo, que no coopera, sin educación con los clientes y no es apropiado para utilizar tan prestigioso como éste es!" Creo que alguien pudiera responder a esas palabras como mínimo, con un buen puñetazo en la cara, pero realmente sentía que demasiado odio para ese trabajo, yo tenía en mente otra cosa
12.
simple consecuencia del odio
13.
odio era mutuo, incesante, enorme, creciente, inagotable, el odio era lo suficiente
14.
Nublaba mi vista un odio devastador que sabía irracional
15.
Con tal autorización, González inició el juicio, durante el cual la pinchotana no solo no desfalleció un instante, sino que con firmeza y altivez declaró ser patriota, haciendo énfasis en su odio a los gobernantes extranjeros y pregonando que luchaba por la causa de la libertad de su patria
16.
Por otra parte, Manuela experimentó desde el primer momento un profundo sentimiento de odio hacia los subversivos, que solo podía satisfacerse con una rígida aplicación de la justicia, lo cual era compartido por Urdaneta
17.
todo, el amor tiene al odio, la vida a la
18.
Entre el Amor y el Odio
19.
bable que irrumpa en escena la marejada del odio
20.
amor no es la ternura sino el odio
21.
odio quiero más que indiferencia, porque el odio hiere menos que
22.
un término medio entre el amor y el odio, ambos sentimientos muy
23.
debería aparecer, ante la irrupción del odio en los espacios íntimos
24.
falibilidad humana, de la cercanía del odio y de la facilidad con que
25.
Entre el amor y el odio
26.
Aunque él sonríe y se inclina ligeramente en el honor, Grailem siente el odio que el hombre siente hacia él
27.
Los estados negativos como la ira, la ansiedad, el odio, el
28.
Las emociones como el miedo, la ansiedad, la ira, el rencor, la tristeza, el odio,
29.
odio en un segundo
30.
ella y que se pasa de generación en generación (la ira y el odio que viven en forma de cuerpo del dolor en
31.
insatisfecho por el amor y la atención de su madre, y al mismo tiempo un odio profundo hacia ella por
32.
¡pero hayinstantes, Juan, en que odio a todas las cosas, a todos los hombres y atodas las mujeres!
33.
La sombra deJulî, destrozada en su caida, cruzó por su imaginacion;llamas oscuras de odio encendieron sus pupilas, y de nuevoacarició la culata del revólver sintiendo no llegase yala terrible hora
34.
apoyo o de odio
35.
y Bahía que han sido asesinados por odio; en los castigos policiales a los travestis y sus
36.
ampliar las definiciones de discriminación u odio en los códigos nacionales (familia y
37.
por la prevalencia de la homofobia y el odio, y las contradicciones que se suscitan
38.
campañas de odio son las acciones de la Iglesia Católica contra el matrimonio gay
39.
parejas GLBTT, aparte de constituir una gran concesión a los grupos de odio, quedará
40.
en la historia del Ecuador como una frase que reconoce y perpetúa el odio contra las
41.
migrante y homosexual, en las ideologías del odio
42.
Los crímenes de odio son muchos y la homofobia está
43.
mayor reconocimiento de derechos y lucha contra el odio y la discriminación contra las
44.
de odio y obstrucción de los derechos, utilizan obligatoriamente a los jóvenes de las
45.
que el crimen de odio sea considerado un agravante en los delitos contra la vida, el
46.
internacionalmente como una sociedad en la que se desató un odio social machista
47.
malintencionadas, que contribuyen a aumentar la división y el odio, promoviendo
48.
generó, las desigualdades sociales, la persecución, agresión y crímenes de odio, en
49.
intolerante la discriminación y el odio sociales, y se plantearon la necesidad de exigir
50.
notables estudios y propuestas sobre el odio y la homofobia, particularmente los
51.
forma de violencia intolerable y antisocial, que se basa en el odio y en el irrespeto a los
52.
combatir el odio, el crimen y la discriminación, con el apoyo del estado, señalaba
53.
La homofobia oficial se refleja en el odio y la hipocresía con que políticos y
54.
total oposición con extremas y dolorosas declaraciones de odio homofóbico
55.
odio y en los que la discusión se refiere a la lucha el bien y el mal, sobre superstición y
56.
discriminación y odio social
57.
Amnistía Internacional (2002) Crímenes de odio, conspiración de silencio tortura y malos tratos
58.
Artículo 149 del Código Penal: Actos de Odio e Incitación al Odio y la Violencia (2003 9 julio)
59.
Asociación Entre Amigos (2004 30 mayo) Crímenes motivados por odio
60.
pero como llevan el propósito de excitar en los EstadosUnidos el odio y el desprecio
61.
español, diré que alguna explicación yhasta disculpa tuvieron el odio y el terror de
62.
toda la malquerencia, todo el odio y todo eldesdén que supone el Sr
63.
esteacto, que no estará, pero que parece compuesto en odio de la religióncristiana, no
64.
Si, en el útero, el Yo fetal responde con rabia y con odio a la percepción de una madre orca, es el feto el que muere y no la madre
65.
En la gruta, Ulises mitiga su ira pero no mitiga su odio, solamente lo reprime
66.
El odio reprimido reaparece cuando Poseidón lo golpea con una tempestad furiosa mientras se acercaba a la isla de los Feacios
67.
V, 427) Ulises cumple la prima superación de su odio y de su orgullo herido a través de la plegaria que dirige al dios río y éste lo acoge salvándolo de una muerte segura
68.
Cuando con su viaje por tierra, llega al centro de su ser, allí será posible completar la disolución del odio y obtener el perdón
69.
El odio reprimido y la voluntad homicida La avidez y la mentira existencial La envidia y la voluntad suicida Las pretensiones infinitas del Yo fetal
70.
El viaje desde Troya hacia Itaca es un recorrer con coraje este laberinto interno para desanidar a los monstruos y liberarse del odio, de las pasiones y de las pretensiones
71.
Al comienzo de su recorrido demasiada hybris, es decir, demasiado orgullo, demasiada arrogancia, demasiadas pretensiones, demasiada avidez, demasiada envidia y demasiado odio anidan en el alma de Ulises, y ésta es su locura
72.
a) del odio reprimido que lleva dentro desde la vida intrauterina por los traumas sufridos, en particular por el trauma del rechazo y del abandono b) de la hybris que lo empuja a comportarse como lo absoluto cada vez que entra en competición con los demás
73.
seguramente de la presencia o de la ausencia del odio en el corazón de los
74.
hombres o de la justa relación de amor y odio que tienen con la propia madre
75.
El odio contra la madre nace ya en la vida intrauterina debido a los
76.
El seno malo es tal porque no quiere darle al niño todo lo que necesita, es así que el niño hace de él el primer objeto de su envidia, de su odio y de sus ataques destructivos
77.
Yo no quiero que vivan y los mataré con el veneno de mi odio y de mi desprecio
78.
Si he establecido una sana relación con el SI’ entonces puedo tener confianza que en el momento en el cual entraré en contacto con mi odio, me podré aceptar y no tendré que matar porque estoy lleno de odio
79.
Una posibilidad para saber con el razonamiento que el odio reprimido existe en mí está dada por la presencia del Yo persecutorio interno junto con el Yo persecutorio externo
80.
Es un inconveniente que los hombres conozcan como respuesta solamente el odio y la rebelión
81.
El odio y la rebelión saben solamente generar la muerte, la propia y la de los demás
82.
El odio es algo que rompe y perturba el equilibrio del mundo entero
83.
Reconocer el propio odio más escondido y tomar la decisión de liberarse de él, pacifica nuestro mundo interior y pacifica el universo entero
84.
Aquellos que quieren salir del infierno deben liberarse del odio a través del perdón (de la manera indicada valiosamente por Louise Hay) y deben utilizar toda su energía para transformarse y para transformar a la madre
85.
¡las mujeres! las miraba con odio
86.
y marchan animadaspor el odio de lo extraordinario»
87.
queel odio de la mediocridad envalentonada por la nivelación y
88.
que todo su odio era una impresión del momento, quese desvanecería apenas se hallase en
89.
Los invasores, que vigilaban el odio de la capital con la suspicacia medrosa del que ha padecido
90.
tampoco se libraba del odio de la apasionada mujer
91.
la publicidad; odio de muerte a todo el quedescubra y propale
92.
por el odio a losjudíos y gozosos porque han maltratado a uno
93.
Nemiga en G, como dice el pueblo, en S y Tenemiga, palabras de enemigo, manifestaciones de odio,
94.
Amidos, bien á su pesar, que le daba el corazón loque había de venirle por ello, el odio de todos
95.
Viéndose burlados y llenos de la mayor indignación y odio hacia el juez,acordaron
96.
desesperada, fué tanto su odio y la indignación que contrala hechicera estalló en su
97.
capacidad de amor correspondeuna gran capacidad de rencor y de odio; pues en los
98.
Y no ignorando el odio antiguo de los Brasileros, que aborrecen á los pastores de este
99.
crueldad con que los trataba y el odio que ellos le tenían
100.
ocasión paraacrecentar con justa causa su odio hacia don Juan;
1.
Estoy convencido de que las enfermeras creían que nos odiábamos, puesto que no parábamos de discutir
2.
Eso no era tan malo; las que más odiábamos emitían un pequeño chasquido y después un rugido ensordecedor
1.
–¿Por qué odiáis tanto la tierra los europeos que siempre vivís por encima de ella? – preguntó Wang-mu
1.
Siempre odié, desde chico, la parafernalia estéril de nuestros ritos fúnebres
2.
Aunque no quiero odiarlos, los odié, al ver el estado de Adán; y odié también a los nuestros, porque Adán podría considerarse el producto de una colaboración entre las dos partes
3.
Pintar todo lo que yo odié en aquel momento a los dos hermanos y a la pobre muchacha, sería más difícil que pintarte los horrores del infierno, abrazando lo grande y lo pequeño, el conjunto y los pormenores de la mansión donde el hombre impenitente expía sus culpas
4.
Si hubiera muerto, ¡en qué singular angustia te habría dejado, a ti, mi cuidadora, mi amiga, mi hermana! ¡Tú, que habías visto todo el irritable egoísmo de mis últimos días; que habías conocido todos los secretos de mi corazón! ¡Cómo habría perdurado en tus recuerdos! ¡Y mi madre, también! ¡Cómo podrías haberla consolado! No puedo poner en palabras cuánto me odié
5.
–Amé la justicia y odié la iniquidad; por eso muero en el
6.
»Lo odié por lo que había dicho y juré matarlo en cuanto tuviera ocasión
7.
Pienso en lo mucho que lo odié cuando vi que estaba con los profesionales en los últimos juegos