1.
La pregunta era: los hombres se convertirán en hielo? Perder nuestra agilidad mental? Podríamos inventar y descubrir, si perdemos todo el entusiasmo y la liberación sexual? Ellos fueron capaces de superar estos problemas sólo después de unas pocas décadas, el desarrollo de nuevas vacunas para inmunizar a cualquier enfermedad y la inserción en cada sistema variantes genéticas, las llamadas, de la perversión
2.
Juego en el que perdemos los límites,
3.
Cuando perdemos la capacidad
4.
perdemos en cada pensamiento y cada emoción, nos identificamos totalmente con la forma y, por lo tanto,
5.
una cierta sensación cómoda de identidad pero, en últimas, nos perdemos en ellos
6.
Quedamos atrapados en la conciencia del objeto y perdemos de vista el espacio
7.
perdemos en el pensamiento y en nuestras reacciones a lo que sucede externamente
8.
Irene; ¡puñales! ¡la puesta estaba segura cuando noel codillo, y lo perdemos por endose!
9.
Entra en el comedor ese día: que nos vamos ya, es esa misma tarde, nos llevarás en coche tú, Antonio, a Letona, al aeropuerto, vamos con el tiempo justo, Matilda entra y se pone a hablar con Fernandito, a contarle no sé qué, y yo digo: «Vámonos, que perdemos el avión
10.
Charlamos una eternidad y perdemos la noción del tiempo
11.
Cuando se producen perdemos nuestra libertad de actuar de acuerdo con nuestras aspiraciones y quedamos atrapados en una actitud mental distorsionada
12.
La sexta edad es la fase posparental, en la cual perdemos a nuestros hijos y podemos volcarnos de nuevo en los animales, como sustitutos de aquellos
13.
Basta pensar en los daños que originan las plagas y malas hierbas de la agricultura, las plagas que no tienen repercusiones para los cultivos (como las de los jacintos de agua y los mejillones cebra), los costes anuales recurrentes de combatir estas plagas, el valor del tiempo que perdemos cuando estamos atrapados en un atasco, los costes económicos derivados de las enfermedades o la muerte de personas producidas por toxinas presentes en el medio ambiente, los costes de la limpieza de productos químicos contaminantes, el acentuado incremento de los precios del pescado debido al agotamiento de las reservas de peces o el valor de las tierras de cultivo deterioradas o echadas a perder por la erosión y la salinización
14.
Pero si perdemos el satélite y las señales de alta frecuencia, no tendremos refuerzos
15.
Por suerte, no perdemos mucho tiempo buscando
16.
Es extraño, pero los desmemoriados perdemos más tiempo recordando, y en nuestras vidas reina un caos lleno de huecos por los que entra en desorden la memoria implacable
17.
—Siempre que perdemos a un paciente hemos presionado cuanto nos ha sido posible a los parientes —dijo el residente chino—
18.
Por eso algunas veces perdemos a alguno que se pasa de listo en la comprobación de las reglas
19.
Perdemos el asidero de la materia, a cambio de
20.
El razonamiento es obvio: al no mirar a las estrellas, o al «camino» que traza el Sol y la Luna en los cielos en el transcurso del año, perdemos la noción de para qué se levantaron ciertas construcciones, o por qué se puso tanto celo en orientarlas con una precisión que hoy nos asombra
21.
Por la misma razón, no perdemos el tiempo en enseñar lo inenseñable
22.
Cuándo y cómo habrán perdido todos lo que todos perdemos
23.
Johnny, supongamos que perdemos en la audiencia preliminar
24.
Confiamos en sus posibilidades, y no perdemos el optimismo propio del científico que sólo ve límites en lo sobrenatural, y cuando se enfrenta a grandes retos mira hacia atrás y ve lo que la ciencia ha conseguido en el último siglo
25.
Nos perdemos en el silencio infinito de los desiertos; y luego, sin transición, nos sumimos en la efervescencia de las grandes capitales, Pero siempre con la misma pasión…»
26.
Si perdemos de vista durante veinte años a todas las personas en consideración a las cuales nos habría gustado entrar en el jockey o en la Academia, ya no nos tentará absolutamente nada la perspectiva de ser académico o socio del Jockey
27.
¡Ah, no importa! Pero puede decirse que por poco perdemos el tren
28.
Perdemos un tiempo precioso en una pista absurda y pasamos sin sospecharlo al lado de la verdadera
29.
—«Pues yo creo que si perdemos la guerra lo van a joder vivo»
30.
Pero ¿y si no perdemos?»
31.
—«Si no perdemos -dije con mayor suavidad aún-, tendrá que evolucionar
32.
—«¿Sabe? -dijo Weser con un tono cargado de hiél-, nunca perdemos el tiempo del todo
33.
un lugar de encuentro por si nos perdemos
34.
Yo digo que lo que perdemos son cosas insignificantes en comparación con la luz que hay en este momento
35.
Y llega la frustración total, el día que perdemos esos kilos y nos damos cuenta de que el peso no tiene nada que ver con lo demás
1.
Flaminia, llena de celos, le da ábeber un brevaje que le hace perder el juicio
2.
, en que memanda exprese mi dictámen sobre los establecimientos de la CostaPatagónica, en vista de los documentos y oficios que se han producidodesde que se dió principio al importante objeto de estosdescubrimientos, siendo el de mayor consideracion el de evitar que otracualquier nacion se pueda establecer en aquella costa, en graveperjuicio del derecho incontestable que tiene el Rey Nuestro Señor áaquellos terrenos: de que igualmente podria resultar el grandeinconveniente de que se internasen por aquel continente, procurando lacomunicacion con nuestras poblaciones inmediatas á la cordillera deChile: y que siendo este el fin principal, no es de menor consecuenciael útil establecimiento de la pescaria de la ballena, formándose unafábrica en lugar á propósito para conseguirse; sin perder de vista laextraccion de la sal, ramo tan considerable para el abasto de estaprovincia, como para la salazon de carnes que se mandan conducir áEspaña: lo que todo consta con evidencia por el contesto de las realesórdenes expedidas á este superior gobierno
3.
ella sin prejuicios y sin perder la paciencia
4.
poco más de atención en la elección de tu léxico, pues podías perder algo más que la vida,
5.
Al perder su patrón energético, el funcionamiento normal de
6.
La pregunta era: los hombres se convertirán en hielo? Perder nuestra agilidad mental? Podríamos inventar y descubrir, si perdemos todo el entusiasmo y la liberación sexual? Ellos fueron capaces de superar estos problemas sólo después de unas pocas décadas, el desarrollo de nuevas vacunas para inmunizar a cualquier enfermedad y la inserción en cada sistema variantes genéticas, las llamadas, de la perversión
7.
aquellos días en que le apetecía beber y perder el control
8.
en la actualidad y esa persona podría perder su trabajo o
9.
sobre cómo perder peso
10.
Limpiar y calentar la comida era causa y consecuencia de perder los cuidados
11.
Con este título entró Manuela en la historia de Colombia, con la aureola de las heroínas, no para la veneración, como dicen algunos historiadores, sino para la admiración, pues siempre tratamos de no perder los estribos de las proporciones
12.
El campesinado, al perder la vinculación directa con el exterior, reforzó la posición de la burguesía agroexportadora, que sí disponía de los recursos suficientes para ver mundo y monopolizar el comercio externo
13.
definen con base en esa función y temen inconscientemente perder esa identidad si dejan de ser padres
14.
¡Usted perder el juicio! Bueno va
15.
Mientras tanto, había muerto también el ex droguero; y con lo mucho queles dejó, lo que representaba la droguería y lo que en ella habíanganado los sobrinos del difunto, al perder el hijo noveno eran ricos,pero muy ricos
16.
Losnaturales y los mestizos se dieron por satisfechos y aprendieroná no perder su tiempo en semejantes futesas
17.
Basilio, para no perder devista á Simoun, quiso fijarse en el cochero, y con asombroreconoció en él al desgraciado que le habíaconducido á San Diego, á Sinong el apaleado de la GuardiaCivil, al mismo que le enteraba en la carcel de cuanto habíasucedido en Tianì
18.
Al perder importancia económica de producción de cultivos tradicionales como el maíz, el campesinado que se había dedicado a dichos cultivos, se convertía en trabajador/a asalariado/a o emigraba en busca de tierras sin cultivar
19.
Sin embargo intentamos presentarla sin perder el hilo conductor del manejo colectivo de los riesgos y la producción del bienestar
20.
perder y nada tiene que ocultarMargarita
21.
que se lonotaba en la voz, acabó de perder la poca serenidad que
22.
perder esacostumbre y conformarte con las mías, esto es lo
23.
fatuo ni mecreo en condiciones de hacer perder la cabeza a las
24.
sea tarde y mal, en nave ajena, después de perder a todos los compañeros, y se encuentre con nuevas cuitas en su morada
25.
sea tarde y mal, en nave ajena, después de perder a todos los compañeros, y se encuentre con nuevas cuitas en su morada»
26.
Empezaba a perder la razón; antes de perderla enteramente
27.
estarcerca su casa iba de trapillo, sin perder por esto el aire de distinciónadquirido en la niñez y
28.
las señoras,sin perder por esto el gesto de gravedad propio de las circunstancias
29.
escuela,y toda su ilusión consistía en conquistarse una posición sin perder lahonra
30.
La duquesa llevaba la de perder, habiendo perdido ya la serenidad
31.
el acto va a empezar y no quiero perder un solo pasajede la ópera, pues para eso me
32.
nuestras poblaciones inmediatas á la cordillera deChile: y que siendo este el fin principal, no es de menor consecuenciael útil establecimiento de la pescaria de la ballena, formándose unafábrica en lugar á propósito para conseguirse; sin perder de vista laextraccion de la sal, ramo tan considerable para el abasto de
33.
a 15 años luz de extensión sin perder la menor coherencia en
34.
temor de perder el bien que le causaba y laconsideración de
35.
de manera que vinoa perder el juicio
36.
pensó perder el juicio, y, puesta la mano en laespada y alzando los ojos al cielo, dijo:
37.
— Más fue perder el asno —respondió Sancho—, pues se perdieron en él lashilas y todo
38.
pues donde la pudiera esperar ytener buena, allí la perdió, con perder la libertad en la
39.
yo perder la ocasión de levantalla y ponella en suheredado trono
40.
un hato de ganado, y que las riquezas que se ganan enlos tales gobiernos son a costa de perder el
41.
calles, no quiso perder laocasión que se le ofreció de triunfar de una alma lacayuna y ponerla en
42.
perder el recuerdo de vuestra gracia,
43.
conspiradores lo que un arroyoó un río para el que quiere hacer perder las huellas de
44.
El grumete veía todo esto a la luz de su farol, tratando de no perder niuna convulsión, ni un rechinar de dientes a fin de ser exacto en surelación, pero rogaba a Dios por ellos; ¡el pobre y digno muchacho!
45.
perder la administración de los bienesde su mujer le había aterrado
46.
EN QUE SE VE QUE EL BUFÓN Y DOROTEA HABÍAN ACABADODE PERDER EL JUICIO
47.
La dificultad en el raciocinio no se quita con estasfrivolidades mas propias para perder el
48.
cuanto carece de testigos,no hiere la reputacion, nada hace perder enla opinion de los demas,
49.
perder á muchos en intensidad lo queadquieren en extension; y á no pocos les
50.
y perder la grasa; describía los trajes que usaban, la forma delos
51.
los compré!El cochero de don Agapito los había echado a perder
52.
al cuidado y educación de su hija, sin perder por eso
53.
—¡Hasta que se forme una liga de los que tienen que perder!
54.
del bien que iba a perder
55.
visto perder laserenidad y enfurecerse; pero guardaba un vivo
56.
hizo perder la timidez de su honestidad, y dio lecciones a
57.
de perder deamores por el enrevesado comienzo del papel en
58.
Y en efecto, para perder el juicio era lo que a Cervantes le
59.
siendo fieles a los Borbones,sin perder por esto nuestra sangre
60.
embrutecen, haciendo perder la voz y lossentidos
61.
acabaríapor echarles a perder la broma
62.
Pero han tomado gusto al misterio y no pueden perder el
63.
En los breves instantes que duró la operación tuvo tiempo a perder todoel valor que
64.
Gurdilo iba á perder la victoria que seimaginaba haber alcanzado con su discurso
65.
—El agua ha entrado en las máquinas—afirmó sin perder su
66.
Eva era mujer y conocía demasiado bien lasnecesidades de las mujeres para perder
67.
vida, me haría perder su estimación!
68.
bajéis a perder la ilusión en la aglomeración confusade casas
69.
unaqueja, y en aquellos momentos que hacen perder la calma al
70.
dela estación, con cierto temor vago de perder el tren
71.
oído con el miedo de perder alguna palabra de un idiomacomprendido a medias, y sus
72.
luchar con su madre, que era el más encarnizadoenemigo, perder su cariño,
73.
pero no hubiera tomado juntas las más hermosas del mundo acambio de perder un
74.
Iban a perder el
75.
que es dócil para dejarse perder por un ignorante maligno, éindómita cuando la hablan los consejos del
76.
yviendo esta determinación, por no perder tiempo,partió D
77.
Sarranela,que dieron harto que reir á muchos y perder laesperanza de que saliesen bien con lo
78.
ligeras se entraron porel canal hasta surgir en el reparo, sin perder nada
79.
galeras quelos seguían, haciéndolas estar bien largas dellos,sin perder de hacer su camino
80.
Con la muerte de tal Capitan trocóse la victoria de este dia en tristezay sentimiento; porque perder una buena cabeza suele causar algunas vecesinconvenientes y daños de mayor consideracion, que no lo es el
81.
porque el enemigo no le ocupase, y nollegase sin perder gente y tiempo, cubierto de las casas, á
82.
perder un puesto tan superior como el que Rocaforttenia, y más en un sujeto de tantas partes, y experiencia
83.
perder tanbuena ocasion de acrecentar á su hijo con un Estado tan grande
84.
—"Quien lo echa todo a perder
85.
, sin perder su valor en los
86.
»Estos son generalmente los que, temerosos de perder el bien, queconocen no
87.
ella; si la alteracion se ha verificado solo en los órganos,los cuerpos exteriores quedan intactos: y si ha tenido lugar en loscuerpos, esta alteracion les ha hecho perder una propiedad
88.
º Que la sensibilidad pasiva, es tan esencial á los cuerpos, que no lapueden perder sin que falte el
89.
ser echados a perder diciéndoles que son amados
90.
marciales y en realidad podían manejar a cualquier cliente que pudiera perder el control y
91.
Las representaciones sensibles internas, sean lasque fueren, no pueden perder ese
92.
paciencia y le hizo perder los estribos
93.
toda su perfección: casi en vísperas de perder para siempre
94.
Los inquisidores viendo en esto que estaban á punto de perder supoderío, i á mas las
95.
perder en ellos mi última esperanza
96.
ser el blanco de las más ferocesmurmuraciones y a perder siempre la esperanza de hallar un buen
97.
indirectas y con insultos groseros lesponían en el trance á cada instante de perder la
1.
aquí el hombre, piensa con su mente, y crea la sensación de haber perdido un ser querido, PERO JAMAS comprende el mensaje divino, ELLOS SIGUEN VIVOS EN ESPIRITU, ellos están vivos en espíritu, si el hombre sintiera que están vivos, NO sentiría sus ausencias
2.
hasta el fondo de todas las cuestiones, de lo contrario está perdido
3.
ha perdido un poco, con los años, con los quehaceres, el sabor de la sal que tan bien sentíamos
4.
manifestar a las claras que han perdido los papeles, porque su misma guardia pretoriana les
5.
llegó a pensar que todo estaba perdido y lo mejor era abandonar la operación
6.
acometida a instancias mías y debía dar la impresión de que no había perdido por completo el
7.
papel pintado que habían perdido ya todo color
8.
la mafia como el Gobierno ruso, habían perdido nuestro rastro en una datcha, no muy lejos de
9.
perdido el ardor de los días de agosto y una leve brisa, casi fresca, se levantó de repente,
10.
y he perdido el gusto por la espera, ya lo sabes
11.
se sabía, pero en todo caso su cara había perdido el rictus
12.
Mucha de esta legislación ha perdido sentido en la
13.
facilidad con que los había perdido, era frustrante y estaba cansado
14.
A los catorce ya había perdido la virginidad,
15.
derechos, el a había perdido la ocasión de ser feliz por estar con él, y él la rehuyó,
16.
Ha perdido el juicio
17.
Pero los mismos mensajes, aún ganando en sutilezas no han perdido eficacia
18.
hubieran perdido el premio mayor
19.
Tal vez dentro de la confusión de esos momentos, en medio de la amargura causada por los desastres militares, considerando que todo estaba perdido para la causa de sus luchas y sacrificios, coincidieron en la ilusión de encontrar en un hogar la paz y la libertad que las armas no habían logrado conquistar
20.
De vuelta a la prisión, los restantes presos creían que había perdido la razón, pues a cada momento lanzaba frases de desprecio para los españoles y profetizaba el advenimiento de la libertad
21.
Nariño vio entonces que había perdido la batalla y en última instancia envió con una escolta al conflictivo prisionero al cuartel general del Libertador, para que fuera este el árbitro de la situación planteada
22.
Tiempo después, y ya con ánimo más sereno, o tal vez como una rectificación a lo dicho contra el Hombre de las Leyes, expresará el Libertador: “El no habernos compuesto con Santander es lo que nos ha perdido a todos
23.
Goff, que por entonces había perdido hasta la última miga de su cordura, había carbonizado 17 Kuxs
24.
Estasnobles aficiones le han perdido a menudo en los exámenes durante lasegunda enseñanza: se empeñaba en contestarlo todo a ratione y enresolver las más arduas cuestiones de plano y según le dictaba su altoentendimiento
25.
- El hecho de que las instituciones democráticas no sean capaces de recuperar las normas éticas que se han perdido en la sociedad no sólo configura una postura decidida en la discusión acerca de los valores fundamentales
26.
Todos acudieron a la señora de Santa Cruz que había perdido elconocimiento, y Moreno, poniendo una cara entre burlesca y consternada,se dejó decir: «Estas cosas le pasan a mi querida tía por meterse aredentora»
27.
¿Por qué no dedicas tu dinero, tuactividad y todo tu espíritu a una obra grande y santa, no a una obrapasajera, sino a esas que quedan, para bien de la humanidad y gloria deDios? Levanta de nueva planta un buen edificio, un asilo para este o elotro fin, por ejemplo, un gran manicomio en que se recoja y cuide a lospobrecitos que han perdido la razón
28.
¿Y qué menos podía hacer el desgraciado Rubín que descargar contra elorden social y los poderes históricos la horrible angustia que llenabasu alma? Porque estaba perdido, y la cruel negativa de su tía le puso enel caso de escoger entre la deshonra y el suicidio
29.
Y siguió su exhortación el cura, diciendo para sí: «Trabajo perdido
30.
177-224, en El eslabón perdido: familia, modernización y bienestar en Chile, editado por J
31.
97-136, en El eslabón perdido: familia, modernización y bienestar en Chile, editado por J
32.
359-430 en El eslabón perdido: familia, modernización y bienestar en Chile, editado por J
33.
Tantos Apellidos Se Han Perdido En El Tiempo Y Muchos Otros Que Han Pasado
34.
tiene limites yporque no he perdido la fe en lo sobrenatural y milagroso
35.
perdido hasta la dulzura de la resignación"
36.
porque, a loque veo, ha perdido la filiación de usted que yo la he
37.
Había yo perdido el hilo de mis ideas y se lo confesé
38.
gente y elseñor de Givors se ha perdido en la multitud
39.
guardianacional la habría perdido entonces
40.
Quería la gloria y la ha obtenido pero en el Hades añora la vida que ha perdido
41.
No son palabras tortuosas las que se me aparecen, más bien es la desconexión de mi ser, la que no encuentro y se me ha perdido entre el murmullo del mundo
42.
llegarás tarde y mal, habiendo perdido todos los compañeros
43.
perdido el recuerdo, y aglomerados allí por lacontumaz procrastinación del ilustre Papiniano
44.
pueblo perdido, un pueblo de haraganes y deborrachos
45.
una civilización que no haya perdido, momificándose, a la
46.
proposiciones habría perdido laniña por culpa de aquel hombre, que gozaba todas las
47.
paraintentar conversiones! El señor Cuadros era un hombre perdido parasiempre, un hambriento
48.
Te han perdido las malas compañías,
49.
que de Linares había llegado, trataban de ganar lo perdido
50.
Los franceses no tardaron en intentar la adquisición del puente perdido
51.
La duquesa llevaba la de perder, habiendo perdido ya la serenidad
52.
el dracma perdido es repuesto en el tesoro del rey, y la perla lucenuevamente sacada desde la tiniebla hasta la claridad
53.
que no había perdido nunca de vista en superegrinación, y
54.
de la Junta nohabrían perdido el juicio; insistió D
55.
—Tú has perdido el juicio—dijo con precipitación y
56.
Dixo despues el quinto: Tambien yo soy rey de los Polacos, y dos veceshe perdido mi reyno; pero la
57.
perdido sus estados por los acasos dela guerra, y venian á pasar lo restante del carnaval á Venecia; perone
58.
sino a intervalos, y había perdido el principio de laconversación
59.
si se encuentran de buen humor, si no han perdido eldinero en la Bolsa o escuchado
60.
Cobra quanto ha perdido en los pasados meses
61.
Habiendo perdido á sus mujeres, que son las gallinas,cenadas poco antes, los gallos andaban
62.
Llegó pues el indio á donde estaba nuestro Hilario, haciendo juicio queel caballo era uno que se le habia perdido y lo andaba buscando: yhabiéndose podido entender un poco, porque el indio hablaba encastellano,
63.
se han perdido hoy, y que le atrajeron general estimación,pues apartándose de las
64.
Muchos son los cuadros que se han perdido del clérigo Roelas, pues enSevilla
65.
que se han perdido, yel Triunfo de san Hermenegildo, que estaba en el altar mayor de
66.
hacia 1830 se han perdido muchas, pero sin duda las que quedanson las más
67.
Al ocuparme en páginas anteriores de la asociación del Niño Perdido queexistió el
68.
—¡No digas eso, criatura! El mundo hubiera perdido la gracia de tupresencia en él
69.
ha perdido en el seno de impenetrable y sombríafloresta
70.
En cambio, la informáticapermite a algunos profesionales establecerse por cuenta propia, como esel caso para el 30% de los empleados que han perdido su trabajo debidoa la
71.
Según Michel Muller, secretario general de la Federación de lasIndustrias del Libro, del Papel y de la Comunicación (FILPAC:Fédération des Industries du Livre, du Papier et de la Communication)de Francia, las industrias gráficas francesas han perdido 20
72.
soldados armados, se le mandó buscase los caballos que se habian perdido
73.
perdido en el espacio de tantos otros
74.
quitarles los caballos y dejarlos a pie, si ya no fuese queel vencedor hubiese perdido en la
75.
decobrar en algún tiempo el bien que en aquel instante había perdido
76.
perdido el fuerte, que seofrecieron de llevarle en hábito de moro a Tabarca, que es un portezuelo
77.
recobrar el perdido ascendiente:Quintín estaba desconocido: tan
78.
llevaba perdido en persecución de una mujer a quien dos años
79.
reconquistar elbien perdido, parece trapisondista despreciable!
80.
perdido sus ondulaciones y sus pequeñas olas; todossus rizos, prolongados por la rapidez del torrente se han cambiado enotras tantos líneas perpendiculares como trazadas por la punta de unestilete
81.
anduvo perdido un gran espacio, yal fin, guiado por el resplandor de una luz que se
82.
perdido en el alcázar?
83.
mayor de unareina que se había perdido en su recámara, mientras ellahacía su servicio
84.
—Porque todo hombre de cierta educación, criado en el seno de lasociedad cristiana, aunque haya perdido
85.
ápesar de todos los rodeos, se conoce que el vencedorha perdido una parte del convoy, y no ha
86.
paracomprender mejor las partes, y no andar confusoy perdido en la manera de ordenarlas
87.
los experimenta es necesario experimentarlostambien; y á veces es tan perdido el tiempo que
88.
Llegada la órden de replegarse, el oficial sereune á su cuerpo, habiendo perdido en el puestofatal
89.
—Seis mil reales han perdido en las treinta funciones, según
90.
había ganado, las que había perdido y todos losincidentes que en
91.
perdido el juicio, es cuandoestás abriendo para ella el Paraíso?
92.
El muertoera un perdido, la trataba mal; ahora la
93.
tentativa para recobrar el bien perdido: después, a laslágrimas de
94.
el mundo lo dice, que ha sidoy es un calavera perdido
95.
hubiese perdido su afición á los viajes
96.
Había perdido el instinto de la conservación en aquel
97.
Todo lo había perdido en un instante
98.
os encontráis perdido, dígoos que bien podéis valeros del hilo
99.
Comencé a vivir cada día más recluído en elfondo de mi alma, perdido en la admiración
100.
perdido en el mar,entibia, no obstante, un poco la Noruega, y
1.
Encadenado con esto, decía que, de dorados, los tiempos hoy día habían pasado a ser los del vacío por lo lamentable que resulta el actuar de las gentes, pues, además de todo eso y de la manera como funcionan los sistemas de gobiernos imperantes, en donde las instituciones se reproducen y se desarrollan, pero por inercia perdiendo todo su valor, sumidos en la defraudación, justifican con razón pareceres como que ¿quién va a creer en la familia, cuando los índices de divorcio no paran de aumentar, cuando los viejos son botados a los asilos, cuando las parejas se intercambian como se intercambian las camisetas después de un partido de fútbol, cuando el aborto, la contracepción, la esterilización y, ¡Oh, escándalo!, el matrimonio entre volteados, son legalizados? ¿Quién va a creer en los ejércitos, cuando, debido a que éstos ahora básicamente defienden los intereses de las minorías, por todos los medios se intenta ser declarado no apto, y cuando desertar del servicio militar ya no es un deshonor? Y que ¿quién va a creer en las virtudes del esfuerzo, del ahorro, de la ética profesional, de la autoridad, de las sanciones?
2.
liberarse de las cadenas que le impiden evolucionar, perdiendo estos poderosos toda
3.
generosidad emocional, la absorbencia va perdiendo fuerza poco a poco En el
4.
Encantado con su cómodo sin escuchar la campana odiosa que implacable, a 7:30 de la mañana, consternada muscular, que durante mucho tiempo estaba en forma del tambor, perdiendo la forma de arte natural que sirve como destino para las flechas de Cupido caliente
5.
perdiendo el tiempo de aquella
6.
Debo de estar perdiendo el juicio
7.
Perdiendo pedazos de su carne adheridos en el otro
8.
civilización se está perdiendo en medio de una actividad que no está anclada en el Ser y, por tanto, es inútil
9.
en las mujeres, está perdiendo su ascendiente sobre ellas con mayor rapidez que sobre los hombres
10.
Algo se derrumbaba dentrode ella, y perdiendo toda entereza, rompió a llorar como un niño a quienle descubren una travesura gorda
11.
—¡Vamos p—! dijo Sandoval furioso por lainterrupcion y perdiendo el hilo de su periodo; mientras no sepamosnada malo, no seamos pesimistas, no seamos injustos sospechando de lalibertad é independencia del gobierno
12.
sólo será considerado como trabajo el asalariado o el autoempleo, perdiendo tal categoría las actividades sin remuneración desarrolladas por los miembros del hogar para cubrir sus propias necesidades
13.
eficaces medios dedestrucción, aprendiendo á matar y perdiendo en maniobras,
14.
la mesa, perdiendo de súbito todanoción de existencia
15.
perdiendo cueros de caballo que seganaban los unos á los otros, y no se reconoció que huviese
16.
unidad, perdiendo incluso su autoridad y su puesto de mando
17.
implacables perdiendo su autoridad y su puesto de juez y
18.
Bajo la direccion de los curas, y mas tarde de los gobernadores, laiglesia de San-Pedro fué perdiendo poco
19.
Detuviéronse todos, y conocieron que el que hacía las señas era donQuijote; y, perdiendo alguna
20.
—Con usted no quiero ganar; en no perdiendo, lo que usted
21.
Sinembargo, aun perdiendo su velocidad, el caudal aumenta sin cesar por losafluentes que
22.
rostro, hasta que por la irradiaciónse iba perdiendo en la
23.
Y de esta suertetranscurrieron más de dos años, perdiendo en
24.
perdiendo encaudal, aunque ganando mucho en amenidad y
25.
gritos de laniña se fueron perdiendo en la oscura y tortuosaescalera que conducía al
26.
saladísimo; perdiendo por laevaporación tres veces más de agua
27.
—Iría usted perdiendo en el cambio probablemente
28.
gozar, paravivir en París, en el bulevar, perdiendo la vida, la
29.
Esta facultad de descomposicion seria inútilsi al pasar el entendimiento por la sucesion de conceptos, no tuviesemedio de enlazarlos y retenerlos, en cuyo caso iría perdiendo el frutode sus tareas escapándosele de la mano tan pronto como lo acababa decoger
30.
verifica esta sucesion?tomando unas posiciones y perdiendo otras
31.
perdiendo el uno, y ganando el otro
32.
noquerian dar reales por ellos sino perdiendo de su valor: de los cualeshabia muchos en España
33.
perdiendo la posición que en élgozaban
34.
Su voz se fué perdiendo en lasencrucijadas
35.
El número de dedos, que perdiendo
36.
Y en tres barcas van á Santa Fé, perdiendo una—276
37.
alma! ¿Acaso ignoran que el candor se va perdiendo, al paso que
38.
Os estáis perdiendo
39.
el duelo está perdiendo prestigio
40.
Aquí en el desiertova usted perdiendo las buenas
41.
muchoen comprender las cosas, perdiendo completamente la vivacidad infantil
42.
Los marineros iban perdiendo tono; cuanto más tiempo tardáramos enintentar atravesar la
43.
heredado y común que se iba perdiendo en sus propias
44.
dormirse, perofué perdiendo poco á poco la noción de lo que le
45.
dominaban en determinados lugares, perdiendo enotros
46.
Julián iba perdiendo el miedo a la nena, que alprincipio creía fácil de deshacer entre los dedos
47.
Perdiendo por evaporación tres veces más líquido que el que le
48.
perdiendo en los abismos profundos y negros de una idea
49.
con nuevasplantas las que se iban perdiendo o envejeciendo, por
50.
religión tan extraña eraromper el límite que nos separa del todo, y perdiendo tal vez laconciencia
51.
bosques fue perdiendo poco a poco la noción delos días y
52.
de ver lascosas, iba usted perdiendo la tranquilidad y el sueño
53.
decangrejo, a reculones, van perdiendo terreno y caen, las alas
54.
perdiendo el tiempo con el insignificante de suprimo, y no
55.
perdiendo el crédito y lahonra
56.
vivir ajustados á los dictámenes de laconciencia, y perdiendo el
57.
Era rico, pero si se retiraba, perdiendo con esto el soberbio ingreso delas
58.
—(Aparte, perdiendo sus miradas en el retrato de D
59.
Mauricio, perdiendo en su presencia la poca resolución que le quedaba, olvidó las órdenes de su
60.
Se habló del viaje, de las costas queíbamos perdiendo en los horizontes y de varios episodios de abordo,quedando, por último, en silencio, aletargados de esa dulce somnolenciaá que predispone un buen almuerzo, una temperatura agradable y unaretorcida
61.
perdiendo en hondas concavidades ya no reguladas por el brillo del sol, que había desapar ecido en las
62.
La capitana se giró hacia él, perdiendo los estribos
63.
Tras lo que le pareció una eternidad, los ruidos se fueron perdiendo en la distancia y el silencio las rodeó a ambas
64.
Ninguno de los dos advirtió que la niebla empezaba a levantarse y que el agua estaba perdiendo su color pardusco
65.
–Estamos perdiendo un tiempo precioso -farfulló al fin el lobo
66.
El emperador había despachado al enviado Yakahashi a Londres para solicitar un préstamo que le permitiera financiar la continuación de una guerra que los japoneses estaban perdiendo
67.
El fotón sufre absorciones y emisiones por parte de la materia situada encima suyo y se va abriendo paso paulatinamente hacia la superficie de la estrella, perdiendo energía en cada paso, y llegando al final después de una épica jornada que ha durado un millón de años hasta la superficie, donde emerge en forma de luz visible y es radiado hacia el espacio
68.
No la perderá, aunque a veces siente que la está perdiendo
69.
Por el contrario, dirá que ha sacrificado su posición y que, mientras andaba con ellos, estaba perdiendo dinero
70.
–¿Ves tú?, cuando miro a los otros -dijo en el tono habitual de su charla con ella-, a mis hermanos, por ejemplo, bueno, no lo comprendo, me parece que están perdiendo el tiempo
71.
Este parecía objetar algo a lo que le decía la mujer, como si pusiera reparos a cumplir sus instrucciones, pero Jack supo en seguida que el médico estaba perdiendo en la discusión
72.
–Han estado perdiendo el tiempo -los saludó Rosewicz
73.
–Jack -dijo-, estas perdiendo el tiempo
74.
Eiji estaba perdiendo la paciencia con aquellos especímenes tan poco colaboradores
75.
Fook estaba perdiendo la paciencia
76.
–Pues, no; esas actitudes se van perdiendo, ahora a la gente la van cortando cada vez más a todos por el mismo patrón
77.
Detuviéronse todos, y conocieron que el que hacía las señas era don Quijote; y, perdiendo alguna parte del miedo, poco a poco se vinieron acercando hasta donde claramente oyeron las voces de don Quijote, que los llamaba
78.
Está ahí parado, perdiendo el tiempo, esperando a echar su mierda en nuestras calles
79.
La Rue Bab-Azoun se ensanchaba a media altura perdiendo sus arcadas de un solo lado en beneficio de la iglesia Sainte-Victoire
80.
—¡Basta ya! —prorrumpió Bodomar perdiendo la paciencia, acelerando el paso y apartándose de él
81.
Con el paso del tiempo, la Per-a'a fue perdiendo su poder en beneficio de los diferentes sepat, el poderío de la tierra de Jemet se quebró y un pueblo de brutales invasores, a los que denominamos hyksos, consiguió establecerse en la zona del país que limita con el Wad-wer
82.
No haber caído en el vicio fue sin duda una suerte, pues ese vicio, al igual que el juego o las mujeres, es lo que acaba perdiendo a los de nuestro oficio, que gastan siempre más de lo que ganan volviéndose imprudentes
83.
Fue muy natural que ambos jóvenes se consolaran mutuamente con la compañía recíproca y estaban mucho juntos, ya cabalgando, ya caminando, ya bailando, ya perdiendo tranquilamente el tiempo, pues nadie puede ser demasiado activo en Niza durante la season
84.
–¡Nunca hubo familia tan malhumorada! – gritó Jo, perdiendo la paciencia, cuando ya había volcado el tintero, roto los cordones de sus botas y aplastado su sombrero, sentándose encima de él
85.
Por el sentido de su esfuerzo, me di cuenta de que estaba perdiendo el control sobre los pensamientos y los recuerdos de Bethany
86.
Me volvió a llamar zorra, calificativo que ya estaba perdiendo la gracia
87.
—De acuerdo, estoy perdiendo el juicio
88.
—Sí estoy perdiendo el juicio —dijo Frank—
89.
estás perdiendo el tiempo
90.
-Cuando digo que se van perdiendo las tradiciones culinarias
91.
Las voces se fueron perdiendo y los pasos alejándose, crujió la cerradura de la puerta y sus pesados cerrojos, y un silencio más medroso que el de la soledad, el de la muerte, invadió el calabozo y hasta el alma petrificada del joven
92.
Uno tras otro, cuarenta y siete elfos machos harapientos se fueron perdiendo en la seguridad de los árboles
93.
El ascensor se detuvo y la puerta se abrió: Pyanfar vaciló durante una fugaz fracción de segundo antes de salir, conteniendo esforzadamente ese aliento que tanto ansiaba gastar con el mahe para reprocharle la tardanza de las reparaciones, y perdiendo en esa lucha tanto el aliento como la ira que deseaba liberar por fin
94.
–Muy honesto: me ha engañado y ha hecho que me tuvieran aquí perdiendo el tiempo
95.
Tú también te dedicas al comercio, cuando no andas perdiendo el tiempo en oscuros jaleos que…
96.
Y a causa de ello, puedes acabar perdiendo la vida
97.
Estaba perdiendo el rastro de todos mis L
98.
Aquella ilusión, a la que no supe ponerle precio, fue perdiendo intensidad, lentamente, hasta convertirse en simple resignación
99.
Un joven amigo suyo, que en otra época juzgara atractivo, era un gran entusiasta de las aves, y Victoria le acompañó varios fines de semana para tender las trampas y permanecer durante lo que a ella le parecían horas interminables, inmóviles en bosques húmedos y con un viento helado, para que al fin la dejase mirar con los prismáticos algún pajarillo posado en una rama lejana, y que comparado con un petirrojo o pinzón, salía perdiendo, según opinión de Victoria
1.
Que las alabéis y las obsequiéis con flores del ingenio, no es cosa mala, pues muchas con esto sólo quedan satisfechas, y vosotros nada perdéis en ello
2.
–Nosotros, vosotros -rectificó-, cuando perdéis, perdéis sin querer y sin remedio
3.
–Con la muerte de Bay, majestad, perdéis al hombre que conseguía anular las facciones
1.
Perdí la noción del tiempo
2.
Es bueno incluso el olor de la naftalina que qué cuando subió a una silla, mi ropa de verano sugiere que un gabinete Serbio celosamente; ropa que cuando nació, hace varios años, perdí mi energía para discoteca y golpeé a chicas para mi irreflexión
3.
Era enfermero cuando perdí la vista
4.
La gratitud penetró en mi corazón comouna luz del cielo, como un bálsamo dulcísimo, y perdí por completo lospocos deseos que me ligaban a la vida
5.
El conflicto, al final resuelto a la tica, tuvo varios efectos positivos: perdí la fe en los planes de vida; consolidé la amistad de los pocos colegas que, en los días más duros del proceso, estuvieron junto a mí sin quejarse, bajo una lluvia de agravios y mentiras; y durante unas tres semanas, a raíz de un escándalo que se conoció con el código clave de Ivángate en los pasillos de Ciencias Sociales de la UNA y la UCR, se me consideró altamente peligroso para los intereses tácticos de una diminuta organización de izquierda, de cuya existencia, trayectoria y elevados fines yo vivía ignorante
6.
Por un rato perdí toda la exaltación guerrera y el furor patriótico que antes me dominaban, para
7.
entrar en casa de Pepe Caifás, y allí perdí loscuatro duros que
8.
boca; en ellos perdí el sosiego, y aprendí a despreciartodos los gobiernos del mundo; salí
9.
perdí la virginidad de mi cuerpo, pero conservé
10.
—Desde que perdí el corazón en el cielo de vuestras
11.
A estenombre perdí los estribos y, con un tono de voz
12.
miprouisión como los Retratadores del viaje proponían,y que perdí más hacienda, más amigos,
13.
Creí que le había matado; escapé por la mina y me perdí
14.
Perdí el camino, y he estado largotiempo dando rodeos, hasta
15.
Mientras depositaban el cajón en la bóveda de la familia, yo me perdí enlas calles
16.
perdí por completo los pocos deseos que me ligaban a la vida
17.
dejara de su mano, perdí losbríos, y me caí en el suelo desolada
18.
Perdí el pensamiento, la vista, el tacto
19.
¡Y fuí tan imbécil que perdí el tiempo
20.
En el mismoinstante perdí toda sensación, y no supe lo que ocurrió
21.
habido tal mujer y que solo lo perdí de vista treinta segundos
22.
Después perdí el conocimiento
23.
Al verlos desaparecer en aquel infierno, perdí el sentido
24.
Miré hacia atrás y divisé al primero de los sagoths en el extremo de un paso bastante amplio del cañón que se extendía en línea recta, pero lo perdí de vista en un recodo
25.
Probando con los pacientes, perdí algunos
26.
Carolina Tohá: "Muchas veces me cuesta encontrar una respuesta en el lejano recuerdo de mi padre que perdí a los ocho años
27.
Diez días la goberné a pedir de boca; en ellos perdí el sosiego, y aprendí a despreciar todos los gobiernos del mundo; salí huyendo della, caí en una cueva, donde me tuve por muerto, de la cual salí vivo por milagro
28.
Fuera lo que fuera, me crea o no, lo cierto es que perdí un empleo de cojones y me encontré en la calle
29.
Perdí, pero sólo por doce puntos
30.
Noté que había dejado un rastro de sangre a lo largo del trayecto hasta el murallón, pero no perdí tiempo en solucionarlo porque no me gusta mojarme
31.
Perdí varias veces el hilo de lo que decía, pues en realidad no era muy interesante
32.
Perdí el equilibrio y casi caigo al suelo, pero conseguí sujetarme a tiempo a la jamba de la puerta para mantenerme en pie
33.
«Gané una hija y perdí un hijo», se lamentaba
34.
Todavía conseguí ver cómo los bandidos se abalanzaban sobre nuestras maletas, pero luego perdí el conocimiento
35.
He estado pensando en lo terrible que fue cuando perdí la virginidad
36.
Me perdí un montón de cosas
37.
Y casi perdí la respuesta de Clarke
38.
» Creo que en aquel momento perdí la cabeza y con muy malos modos le dije que ninguno de mi familia estaba acostumbrado a apelar a aquella clase de sucios manejos
39.
Por desgracia perdí la sierra
40.
Tras haber obtenido la dirección del señor de Saint Alard no perdí el tiempo
41.
Entonces siento algo suave y húmedo en el pecho, algo que parece la boca de los hijos que perdí
42.
–¿Cómo quiere que haga eso? ¡Míreme! Mi ropa está sucia y mojada, perdí mi lápiz de labios, mi peinado es un desastre
43.
Por largo tiempo no me perdí ninguna función de la orquesta, me sentaba en un palco del segundo piso y cuando el director levantaba su batuta y la sala se llenaba de sonidos, se me caían las lágrimas, no podía soportar tanto placer
44.
El hombre por el que perdí mi libertad, aunque lisiado, aún está vivo
45.
Cuando perdí la juventud quería vivir en una ciudad pequeña
46.
–La perdí -observó Morgan, disgustado-
47.
—Antes tenía algunos de Dizzy —se justificó mi padre —, pero los perdí en el incendio del sesenta y cinco
48.
Y entonces perdí el control
49.
-No señor, el reloj no me lo han quitado ni me lo quitarán todos los cacos del mundo, porque no lo tengo; pero sí perdí un dinerillo
50.
Me olvidé por completo de mi labor y me perdí en sitios web de todo el mundo dedicados a oscuros filósofos y sus extrañas teorías
51.
Perdí la noción de la hora
52.
¡Otrora estaba yo dotado de noble resignación; pero ya perdí esa virtud, y la aflicción es el don único que me legó el amor!
53.
Creo que fallé, que en algún momento perdí mi conexión con la mujer que amaba
54.
"Quienesquiera que fuesen, ¡oh mi señor! apenas la última pareja había pasado por delante de la tienda donde yo estaba escondido detrás del costal de habas, cuando vi avanzar sobre una yegua de frente estrellada, que llevaban de la brida dos negras jóvenes, a una dama revestida de tanta juventud y de tanta belleza, que su vista acabó de dislocarme la razón, y perdí la respiración y estuve a punto de caerme de espaldas detrás del costal de habas, ¡oh señor mío! Y deslumbraba aun más ella, porque sus vestiduras estaban sembradas de pedrerías, y sus cabellos, su cuello, sus muñecas y sus tobillos desaparecían con el resplandor de los diamantes y los collares y pulseras de perlas y gemas preciosas
55.
Perdí casi un día en sacar las llaves de la anilla y hacerlas encajar, al azar, en sus correspondientes puertas
56.
Pasaron días, muchos días, en los que perdí el hilo de estas cosas
57.
Copiaba lo más de prisa que podía, pero a las nueve sólo había terminado nueve artículos y perdí las esperanzas de poder coger el tren
58.
En el bullicio del Salón de Conferencias perdí de vista a Estévanez, y metiéndome en los corrillos pude enterarme de lo que en la sesión había pasado
59.
En cierto modo, perdí contacto con ellos después de eso
60.
Pero, al cabo, perdí la paciencia
61.
Por desgracia perdí uno en el curso de los primeros protocolos de implantación
62.
Pero cuando, por fin, una bocanada de aire logró entrar en mis pulmones, perdí el conocimiento
63.
Perdí toda noción del tiempo y ya no pude calcular cuánto estábamos invirtiendo en aquella ascensión que, por cuidadosa que fuera, seguía resultando enormemente peligrosa
64.
En algún momento perdí la noción de dónde estaba, y durante treinta o cuarenta minutos deambulé como un ciego por las calles, más en aquella estancia subterránea de Kansas City que en Manhattan, prestando muy escasa atención a las cosas que me rodeaban
65.
Hice todo lo que pude para salvarlos, pero los perdí a los dos
66.
Luché por recobrar el mando y perdí
67.
en este reino, y ya perdí bastante
68.
Perdí mis guantes antes y he estado recorriendo las tiendas tratando de encontrar un par idéntico
69.
Recuerdo que estaba de pie al viento, bajo el brillo tembloroso de una farola, esperando alguna revelación trascendental y general, y que de pronto perdí interés en ella antes de que llegara
70.
Fue al borde del agua, de todos modos, donde perdí pie, caí y me golpeé la sien con una piedra
71.
No porque me gustaran, eso es algo que no he vuelto a sentir; tal vez tú lo sintieras, pero yo lo perdí por el camino: no me gusta hacer el amor con una mujer más hermosa que yo
72.
Me vine abajo: perdí mi trabajo, mi identidad, los pocos amigos que me quedaban en el mundo
73.
Perdí la paciencia
74.
–Apenas lo saludé una vez, en esa cena, pero lo cierto es que perdí mi única ocasión de hablar con él
75.
Perdí el control del arma y el golpe fue a caer sobre un lado del guardarropa, abriendo una profunda raja -se volvió hacia el mueble-
76.
Los cierres de su abanico se volvieron mi obsesión, y perdí tardes enteras frente al espejo tratando de alcanzar su estilo
77.
El murmullo se hizo más intenso y perdí el control de la energía que bullía en mí
78.
No había razón para que viajara a un rincón apartado de la Baja Sajonia Perdí todo el día siguiente intentando ponerme en contacto con los miembros restantes
79.
–No, sólo estaba ayudando a la madre de Hal en el jardín y perdí la noción del tiempo -contestó Leslie con dulzura
80.
"Así, no sólo no perdí, como tú dices, el sentimiento de la familia, sino que por el contrario conservaba aún ese sentimiento, pero en su faz negativa, aplicándolo a la separación (por cierto interminable) de ti
81.
Pero ese consuelo lo perdí más tarde, con una mayor visión del mundo
82.
Perdí el control, pero ellos estaban ligados por su juramento
83.
“En serio, no sé cómo perdí el hilo de tanto tiempo
84.
Entonces yo colgué y les dije a Robbie y Ronnie que me indicaran cómo llegar a la casa de Jack y ellos dijeron que lo más probable era que me perdiera y que ni se me ocurriera pasar la noche allí pues mañana rodábamos a primera hora y que lo más probable era que ningún taxi me quisiera llevar, Jack vivía cerca de Monrovia, en un bungalow que se estaba viniendo abajo de viejo y descuidado, y yo les dije que pensaba ir esa noche costara lo que costara y Robbie me dijo coge mi Porsche, te lo dejo con la condición de que mañana estés a la hora convenida, y yo les di un beso a Robbie y a Ronnie y me subí al Porsche y comencé a recorrer las calles de Los Ángeles que en ese preciso momento comenzaban a caer bajo la noche, bajo el manto de la noche como en una canción de Nicola Di Bari, bajo las ruedas de la noche, y no quise poner música aunque Robbie tenía un equipo de CD digital o láser o de ultrasonidos francamente tentador, pero yo no necesitaba música, me bastaba con pisar el acelerador y sentir el ronroneo del coche, supongo que me perdí por lo menos una docena de veces, y pasaban las horas y cada vez que le preguntaba a alguien por la mejor manera de llegar a Monrovia me sentía más liberada, como si no me importara pasarme toda la noche en el Porsche, en dos ocasiones hasta me descubrí cantando, y por fin llegué hasta Pasadena y de ahí tomé la 210 hasta Monrovia y allí busqué durante otra hora la calle donde vivía Jack Holmes y cuando encontré su bungalow, pasada medianoche, estuve un rato en el coche sin poder ni querer salir, mirándome en el espejo, el pelo revuelto y la cara descompuesta, la pintura de los ojos corrida, la pintura de los labios, el polvo del camino pegado a los pómulos, como si hubiera llegado corriendo y no en el Porsche de Robbie Pantoliano, o como si hubiera llorado durante el camino, pero lo cierto es que mis ojos estaban secos (tal vez algo enrojecidos, pero secos) y que las manos no me temblaban y que tenía ganas de reírme, como si me hubieran puesto alguna droga en la comida en la playa, y sólo entonces me diera cuenta de que estaba drogada o extremadamente feliz y lo aceptara
85.
Pero tuve que desechar esa idea, me la tuve que arrancar de la cabeza, del corazón, me tuve que extirpar esa idea o esa esperanza del coño, como dicen las napolitanas de Torre del Greco, y aunque nunca me di por vencida, de alguna manera que no me puedo explicar comprendí las razones de Jack, las sinrazones de Jack, el silencio luminoso y fresco, lentísimo, que lo envolvía a él y envolvía sus pocas palabras, como si su figura alta y flaca se estuviera desvaneciendo, y con ella toda California, y pese a que lo que yo hasta hacía poco consideraba mi felicidad, mi alegría, se iba, comprendí también que esa marcha o esa despedida era una forma de solidificación, una forma extraña, sesgada, casi secreta de solidificación, pero solidificación al fin y al cabo, y esa certeza, si así puedo llamarla, me hacía feliz y al mismo tiempo me hacía llorar, me hacía maquillarme los ojos a cada rato y me hacía ver cada cosa con otros ojos, como si tuviera rayos X, y ese poder o superpoder me ponía nerviosa, pero también me gustaba, era como ser Marvilla, la hija de la reina de las amazonas, aunque Marvilla tenía el pelo negro y el mío es rubio, y una tarde, en el patio de Jack, vi algo en el horizonte, no sé qué, las nubes, algún pájaro, un avión, y sentí tanto dolor que me desmayé y perdí el control de la vejiga y cuando desperté estaba en los brazos de Jack y entonces miré sus ojos grises y me puse a llorar y no paré de llorar en mucho tiempo
86.
Sí, perdí la serenidad, pero logré mantener la cabeza lo bastante fría para completar las tareas
87.
Lo perdí todo porque fracasé
88.
–Ahora que lo dice, los perdí en…
89.
Creo que perdí la conciencia durante unos instantes porque lo siguiente que recuerdo es estar en los brazos de Samuel
90.
No me gustaban, y perdí el contacto
91.
Puse el pie derecho encima, resbalé, y perdí el equilibrio
92.
Los de afuera marcharon despacio en dirección a la escalera de caracol que conducía a los pisos superiores, y en seguida los perdí de vista a causa de un recodo del corredor
93.
Cuando lo hube hecho, perdí todo interés en la nave…, al menos por el momento
94.
–Te vi en el estadio -dijo, y luego, con una carcajada-: perdí muchos dracmas por tu culpa
95.
Lo siento, Harry, perdí el control
96.
Perdí la rectitud, el coraje, la benevolencia, el respeto, la honestidad y la lealtad
97.
El día que murió el último de ellos, perdí de manera irremisible mi condición de soldado del Ejército Imperial japonés, al menos interiormente
98.
Me lo jugué todo a una carta, y perdí los ahorros de toda una vida
99.
Entonces perdí el conocimiento
1.
El cielo perdía sus últimos ocres y la presencia de los
2.
Sin embargo él no perdía el norte
3.
perdía entre los caños de agua de la instalación maestra
4.
lo era una garantía para las generaciones por venir, sino que atenuaba y disimulaba la suerte del que ganaba con la capitalización agraria y la desgracia del que perdía
5.
—¡Oh, estas francesas! murmuró mientras suimaginacion [169]se perdía en consideraciones de un gradomás elevado y hacía comparaciones y proyectos
6.
Por eso, una mujer que tuviera tres hijos/as perdía un año de contribución a las pensiones
7.
perdía así la elegancia de la actitud y ladistinción del rostro en
8.
que el Flash; pero ¿yqué? Lo que se perdía en holgura se ganaba
9.
por elestado de su hija, no la perdía de vista en los contados
10.
perdía un ojo o se sentía escozor enel cuerpo
11.
riñas mediaban apuestas, y comoApolonio perdía siempre, se le iba desnivelando el presupuesto
12.
Con estas razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase porentenderlas y
13.
recibió mucho gusto, porque en el recogimiento de donQuijote se perdía el que podían tener
14.
jugaba, o que si jugaba, no perdía; y, en cuantoa los hijos, que lo único que podían asegurar es
15.
perdía más y más cuanto máspugnaba por encontrar la salida
16.
contorno, de laluz, del color, se perdía en disquisiciones
17.
El más duro para resistir a la desgracia, fue quien más perdía
18.
criado: hablándola perdía él la noción de la distancia que
19.
arraigada,hubiese puesto empeño en recobrar lo que perdía; mas
20.
Ni perdía uno solode los pormenores que denotaban
21.
Él no perdía el tiempo
22.
sacadasdel presupuesto, se perdía en divagaciones burocráticas
23.
laserenidad y la calma que él perdía rápidamente
24.
Más perdía ella que él; las murmuraciones no secebarían en el hombre
25.
un lento y melancólico suspiro, una ondulacióncélica, que se perdía en los aires pálidos
26.
alprisionero, teniendo á sus espaldas todo el vecindario de la capital, ungentío tan enorme que se perdía de vista
27.
La primera no perdía de vista á los niños,
28.
desde el punto y hora en que perdía la única fe 72-30 73
29.
un barniz superficial, pues cuando perdía lacalma y se agitaba, demostraba que era tan
30.
laembarcación contra las rocas o el muelle y el mundo perdía
31.
punto rojo: ya se perdía abajo en la llanura entre lasverdes masas de los primeros
32.
casa, cuando la recibió; pero losminutos que en ello tardara los perdía en la vista; y «todo
33.
perdía la vida en la demanda; y comoquedarían en rehenes sus dos hijos mayores yel título de
34.
hace en su corazón lejos de laindigna que le perdía
35.
El tenue,blanco vapor, que los cubría se perdía en la claridad del aire
36.
perdía la sociedad conexagerar los sucesos, poniendo un muerto
37.
La Primada perdía muchos de sus derechos;los arrendatarios se hacían dueños
38.
en la creación, perdía todos sus atributos
39.
perdía en la indeterminada cavidad fría de uncallejón
40.
En el eje de aquel túnel que empezaba en luz y se perdía
41.
también perdía la chaveta encuanto empinaba un poco, por
42.
Joaquín Pez, perdía todas susventajas con lo que del alma
43.
conservaba su razón; pero en cuanto poníael pie en la casa de la hermosa malagueña, la perdía por
44.
De tiempo en tiempo, el joven hidalgo levantaba la cabeza y perdía lamirada en el
45.
pretensiones europeas que perdía su tiempo en flanear en las calles, y en el cual ya no
46.
lado de una hondonada volvía á subir y se perdía en unbosquecillo, entre cuyos
47.
atención, interpretabaescrupulosamente sus menores actos y palabras y me perdía en
48.
loco de un modo confuso cuando se perdía en las tinieblas
49.
llamaron á mi puerta, y mientras Luisa se perdía en lasombra, vi
50.
recinto, en tanto que la mirada se perdía en lasombra incierta de
51.
El barco había izado yasus velas y se perdía en el horizonte, sobre un mar
52.
aquel mar de recuerdos de trapo perdía la cabezaQuintanar
53.
En esta situación estaba cuando el Magistral le dijo en el confesonarioque se perdía; que él la
54.
Sintió él que perdía
55.
muchas misas, (y sí que las perdía)
56.
estaban muy abiertos, miraban a los abismos de ideasen que se perdía aquel cerebro enfermo, y
57.
Y él mismo notaba que su rostro perdía la lozana apariencia que habíarecobrado en aquellos
58.
Lo quese perdía en distinción se ganaba en saludable
59.
Algunas veces perdía el sonriente
60.
El público se lo perdía
61.
El extremo del árbol, que en sus incesantes vueltas se perdía al
62.
entenderse con unode sus empleados; él no perdía el tiempo en
63.
hogueras para engañara los navegantes; y cuando se perdía
64.
amor,no se perdía el tiempo en galanteos; o la indiferencia
65.
palacio: el caserón de losFebrer lo perdía para siempre en
66.
No perdía allí el tiempo
67.
Viendo el gobernador que el cacique perdía absolutamente la sangre fría,comprendió que el
68.
La tierra perdía sus orgullos al ser comparada con la
69.
tabiques y pasillos en el quese perdía el capitán, teniendo que
70.
ríos más agua que la que perdía por evaporación,enviándosela á
71.
grandesánimos flaqueaban; perdía la fe en la Providencia, y
72.
se perdía para siempre, cuando yonecesitaba que fuese eterno
73.
paradas asíse «enfriaban los gonces y se perdía el buen caminar,
74.
calor, porque la de las mechas del velóncasi se perdía en el
75.
Perdía el hilode los sucesos y me embrollaba el
76.
eran vistas y oídas detodos; a veces, Esteven perdía la paciencia,
77.
diabólicas trazas, no perdía el ánimo;antes bien, procuró con
78.
cuando dijose perdía inútilV
79.
libro abierto; pero en cambio, por milagro perdía unasesión lo mismo de la sección de
80.
Jugaba y perdía, con la mala suertede un hombre
81.
serenidad con que perdía el dinero
82.
También él perdía la voz
83.
daba cuenta de que perdía en el camino, ora unpie, ora un brazo,
84.
Roussel creyó que perdía la cabeza
85.
las horas de recreo, enel claustro bajo, no perdía ripio para motejar a los condiscípulos, y sialgún
86.
Tropezó en dos ocasiones y, entonces, los ingenieros -que ya lo habían adelantado- se apartaron con un estremecimiento, temiendo la masa de metal, cuero y caballero que les caería encima si sir Brandon perdía el equilibrio por completo
87.
Un tubo de arcilla surgía del suelo a su lado y se perdía en la negrura
88.
En la intimidad de la Unidad, yo era puro en mi interior, sin imagen, sin figura, como liberado, ser no creado en un espacio silencioso sin límites en el que me perdía, sufriendo un dolor creador que permitía acceder al conocimiento de sí a través de la alegría, que es vuelo del alma y del cuerpo; y me pareció que me elevaba por encima de mí y flotaba en el aire, lejos en el tiempo, en el mundo del principio, cuando Dios creó el cielo y la tierra, y la tierra era caos, y las tinieblas cubrían la superficie del abismo
89.
¿Recuerdas cómo perdía el tiempo en la cámara de Firebrand, con mi curiosidad referente a los tenebrales? Los que-tana te lo contaron sobradamente
90.
Me pareció que Chiquita perdía algo de su individualidad
91.
Hablaron de ello en el pequeño barco de motor que los llevaba a Francia, cuando la tarde perdía su última luz y oscurecía el mar
92.
En ese bosque se perdía la avenida
93.
El poema se perdía luego en un viaje aéreo, en los últimos valles ya próximos a las cimas, la fría noche de verano, la aparición de la muerte
94.
Su respiración dejaba un halo que se perdía por encima de su cabeza
95.
Siraj y Roshan se detuvieron frente a la silueta espectral del puente de metal que se perdía en la niebla que cubría el río Hooghly y se dejaron caer contra un muro, agotados después de recorrer la ciudad en vano tras el rastro de Isobel
96.
Una hilera de velas se perdía en la penumbra, en una procesión fantasmal
97.
Me asomé al corredor, que se perdía en las tinieblas
98.
El murmullo de una radio se perdía en el fondo, como un eco de nuestra conversación
99.
Un túnel circular se perdía en la negrura
100.
Ante mi propuesta de salir, compró botellas de cerveza fría, como aliviado, y nos llevó a una calle recta que se perdía en la noche, alejándose de los fuegos del valle
1.
Recayó la conversación en la libertad de imprenta [214] y en sus repugnantes excesos, y contra la opinión de Cordero y Posada, a la que me permití agregar la mía, sostuvo el Regente que nada perdíamos con que las ranas callejeras chillaran todo lo que quisiesen y escupieran fango sobre los ministros
2.
No obstante, si las seguíamos, las chicas se desvanecían y, al mirar en las clases donde podían haber entrado, veíamos cualquier rostro menos el de ellas, o les perdíamos el rastro e íbamos a parar a la escuela elemental, entre un remolino incomprensible de pinturas hechas con el dedo
3.
Recuerde, perdíamos cien personas cada día
4.
¡Mire usted si perdíamos el tren, y la señora de Verdurin viera que los coches volvían sin nosotros! ¡Tableau24 -agregó el doctor, no repuesto aún de su emoción Ésta no es una partida corriente
5.
Aun así, muchas veces perdíamos a nuestros mejores hombres
1.
nisentimiento, sus ideas se perdían hacia un fondo de claridad
2.
las pisadas del hijo pródigoque se perdían a lo lejos, para
3.
Pero lo que perdían en amplitud los argumentos ganábanlo en
4.
humanidad perdían cada vez que esto sucedía inapreciables tesoros deobservación
5.
Se quitaban la palabrade la boca, se perdían en
6.
Sánchez, que no perdían la ocasión de enriquecer su cuaderno denotas con las
7.
atrocesaullidos de dolor que se perdían en la inmensidad de la
8.
Unos milímetros menos, y se perdían en el
9.
perdían y saltaban a los marineros tambaleantes,pidiéndoles, en
10.
levas, nadie les dijo, ni ellos lo cavilaron, que al desprendersede una carga tan pesada, perdían, en
11.
Mientras losenemigos entendían en combatir y romper la palizada,no perdían tiempo los
12.
los briosos leones perdían el tino,
13.
Las mencionadas señorasperdían algo de muy querido, perdían su encanto, sus
14.
amazonas que se perdían bajo los añosos árboles de las
15.
perdían, jugando en la piel
16.
Viendo cómo los coches se perdían en aquelfondo, Isidora
17.
Cada día que pasaba sin que un gran auditorio le escuchara,le parecía que se perdían en el vacío y en el silencio de un desiertoaquellas voces admirables que sentía dentro de sí
18.
de sus perros, y se perdían en la obscuridad
19.
lado, las montañas, que se perdían en labruma
20.
descrédito colectivo, de lo que la iglesia, y lacatedral sobre todo, perdían con aquellas algaradas
21.
Los árabes, por el contrario, perdían su aspecto interesante
22.
el cabo o se perdían enel dilatado horizonte de la bahía
23.
hollaban la grava, en la que se perdían losúltimos
24.
hacía la desesperaciónde los dandys del barrio, que no perdían
25.
deshaciéndose elcielo en copiosísimas lluvias se perdían los
26.
lluvias, porlo cual se perdían por instantes las sementeras:
27.
La señora, fatigada, sin duda, del silencio en el que se perdían suspalabras, fue a
28.
ojos de Carla se perdían en los cafetales, sobre los que caía una delgada garúa
29.
El alcalde no era de los que se perdían una buena fiesta, ni la oportunidad de dar un buen discurso
30.
El coronel fijó la mirada en los ojos del soldado, que no perdían vitalidad pese a los estigmas del agotamiento
31.
Pero tenían conocimiento del tiempo que pasaba, y sabían que, muy lejos de ellos y de sus tierras, sus hermanos los judíos se perdían entre las naciones, mientras ellos seguían siendo los guardianes del pergamino, pues les estaba prohibido abandonar las grutas de Qumrán, salvo cuando tomando la apariencia de beduinos iban a buscar noticias en los mercados, tres veces al año, en las fiestas de Rosh Hashanah, Pesach, y Shevuoth; pero nadie sabía que seguían viviendo allí
32.
Tan sólo las perdían de vista cuando bajaban, una vez al día, a las celdas de castigo
33.
No le perdían pisada porque lo sabían solidario, generoso, amigo de sus amigos
34.
Los centinelas, que movían los pies para calentarse delante del portón, eran el blanco ideal y algunas veces, cuando perdían la paciencia, los perseguían lanzando numerosas imprecaciones
35.
Debido a esta particularidad los alumnos del liceo lo habían apodado «patinadero de moscas» y «velódromo de mosquitos», pretendiendo que esos insectos, cuando recorrían la superficie desnuda del cráneo, erraban los virajes y perdían el equilibrio
36.
En verdad era el tipo de hombre al que todos nos gustaría parecemos, elegante, atractivo, con estilo, y con una conversación de lo más cautivadora, ya que cuantos se sentaban a su mesa, en especial las mujeres, no perdían detalle de lo que estaba contando
37.
Pero hablaba solo, y las palabras se perdían dentro del casco
38.
Los respiradores de metano eran peligrosos cuando perdían los nervios
39.
Pyanfar sostenía el arma con las dos manos y sus pupilas, dilatadas al máximo, no se perdían ni un solo movimiento
40.
Con Dientes-de-oro en las últimas fases de su aproximación al muelle, perdían el escudo espacial que les había proporcionado
41.
se perdían en un tumulto de ecos
42.
Al coronel le parecía que no se encontraba solo, sino que por allí pasaba una multitud de otros hombres que no iban aislados, sino en grupos, y que al marchar se perdían en la lejanía
43.
Las negaciones de Rebe perdían intensidad ante la insistencia de su madre
44.
Sin embargo, el catalán logró descubrir huellas de cascos que se internaban por entre una masa de palmas espinosas y se perdían al borde de un arroyo
45.
Sus hombres, no obstante las mortíferas descargas de metralla y la incesante lluvia de granadas, no perdían valor
46.
Eragon se dio cuenta de que Arya estaba llorando, con grandes lágrimas que le caían por la comisura de los ojos, le resbalaban por las sienes y se perdían entre el cabello
47.
Los dos marineros, presa de la más viva curiosidad, no perdían un solo movimiento de los animales
48.
El marinero y el señor Albani, ocultos entre la espesura de los bambúes, no los perdían de vista
49.
Las ovejas partían tiesas y frías como piedras lunares, si que nadie supiera que no perdían sus impurezas por la yugular y que el grabador entonaba boleros y rancheras en vez de la obligadas oraciones musulmanas
50.
Era un trabajo duro y peligroso, y los hombres a menudo perdían dedos o manos en las gigantescas muelas
51.
No perdían ocasión de besarse con el novio de turno en la última fila del cine o en el asiento trasero de un coche, pero no lo comentaban
52.
Había visto dilapidar pequeñas fortunas a lo largo de su carrera, porque los clientes beneficiados, que nunca habían tenido más que agujeros en los bolsillos, al sentirse ricos perdían la cabeza, se ponían ostentosos y atraían como moscas a parientes lejanos, amigos olvidados y timadores dispuestos a quitarle hasta el último peso
53.
Entretanto el Presidente dirigía la guerra desde su oficina por telégrafo y teléfono, pero los in-formes que le llegaban eran falsos y sus órdenes se perdían en la nebu-losa de las ondas radiales, pues la mayoría de las telefonistas pertene-cía al bando revolucionario
54.
Y en el lienzo de pared que figuraba tras el sillón del prelado, un ventanal de vidrios emplomados formado por dos arcos separados por una pequeña columna gótica, y a ambos lados dos anaqueles llenos de volúmenes incunables y pergaminos miniados por dedos hábiles de monjes especialistas que dedicaban su vida y perdían la vista en los conventos a causa de tales menesteres
55.
En tanto iban bajando hacia el sur, no perdían ocasión, donde hubiera reunión de cristianos, de fomentar el resentimiento y la intolerancia hacia los semitas usando los más diversos argumentos y las teorías y calumnias más torticeras y adulteradas
56.
No se perdían un día de ejercicio aunque fuese Navidad
57.
—Lisetta no era de las que se perdían en fantasías
58.
Los escalones se perdían en la oscuridad
59.
Vastos edificios, ciudades con torres que se perdían entre las nubes, máquinas que sobrepasaban toda imaginación
60.
pero hay otras cuestiones que no son tan teóricas - replicó el Venerable Boyce, mirando pensativo las ochenta toneladas de carne y hueso que se perdían en la distancia -
61.
Los sobres iban dirigidos al mismo lugar y el contenido sólo le resultaría comprensible al receptor, si se perdían nadie notaría nada
62.
Para ellos era una costumbre, una superstición, una magia elemental, el uso de unas ceremonias cuyos orígenes se perdían en la antigüedad, igual que sucede hoy
63.
Me volví crítica con quienes se conformaban con amistades superficiales y se perdían la experiencia de una amistad profunda y comprometida
64.
En poco tiempo, Tourlourou, Molichard y Jean-Jean, regalaron sus venerandos cuerpos con lo mejor que había en la bodega, y helos aquí que por grados perdían la serenidad, si bien el cabo de dragones parecía tener más resistencia alcohólica que sus ilustres compañeros de armas y de vino
65.
Se dieron la mano, y, conforme los senadores con su escolta de lictores y criados se perdían entre las densas sombras proyectadas por la luna, la silueta de Aurelio permaneció claramente delineada con el brazo alzado, diciendo adiós
66.
Sus propios asuntos perdían para él todo interés
67.
Las ayudas internacionales, destinadas al agonizante pueblo palestino, se perdían por los agujeros de las cuentas bancarias internacionales de sus gobernantes
68.
Los japoneses perdían la paciencia rápidamente con las personas que les hacían perder el tiempo
69.
Difícilmente se sostenía en el caballo, y las tremendas imprecaciones, las injurias a lo divino y lo humano, que ayudaban a robustecer la voluntad, perdían ya su eficacia
70.
¿Qué razón había para este duro sarcasmo histórico? Pues sucedió que a O'Donnell llevaron un soplo antes de amanecer, cuando Chaves daba la señal a los cuarteles; que saltó de la cama; que mandó un recado a Serrano; recados a Narváez, Córdova, Hoyos, Concha y otros generales; que su hermano don Enrique O'Donnell corrió al cuartel del Retiro, sorprendiendo a los artilleros antes que los sargentos pudieran sacarlos a la calle; sucedió, en fin, que mientras los sublevados de San Gil perdían minutos en los entorpecimientos que les originaba su azorado desconcierto, O'Donnell los ganaba utilizando con la celeridad del rayo la organización existente
71.
Cuando atravesamos el pasillo los ojos de Holmes, que no se perdían nada, brillaron sobre varios baúles y estuches que estaban apilados en una esquina
72.
Efectivamente, las imágenes perdían velocidad, hasta que una quedó congelada en la pantalla
73.
Sin embargo, la imagen espeluznante que apareció ante nuestros ojos no era algo para lo que hubiéramos podido estar preparados de ninguna manera: millones de huesos humanos esparcidos por el suelo de la sala, esqueletos amontonados en incontables pilas que se perdían en la distancia, cuerpos descarnados que se acumulaban contra las paredes luciendo aún viejos trozos de vestidos, joyas o adornos para el cabello
74.
Lucharon con destreza y tenacidad; perdían en cada paso que daban, pero procurando siempre que la sentencia resultante fuese lo más genérica posible, y luego la presentaban mediante apelaciones ante el Tribunal Mundial
75.
De esta manera determinaron exactamente cuanta energía perdían los rayos gamma al ascender contra la atracción gravitatoria de la Tierra, y descubrieron que el resultado coincidía con la predicción de Einstein hasta el 1 por 100
76.
Con la pérdida de Jerusalén y de la mayoría de las ciudades de Palestina y Líbano, los templarios perdían buena parte de su razón de ser, y su papel en la Iglesia comenzó a ponerse en entredicho
77.
Si perdían la oportunidad de liberar a sus amigos en la iglesia de San Sergio, posiblemente eso era lo mismo que firmar su condena a muerte
78.
El vino durante el proceso de envejecimiento, se agriaba y no era posible beberlo, con lo cual se perdían millones de francos
79.
Le permitían acariciarlas, inclinaban sus cabezas hacia atrás y se perdían en las estrellas, mientras él les besaba el cuello expuesto y se vanagloriaba con su conquista
80.
Por ejemplo, perdían su pelaje en proporción mucho más elevada cuando la temperatura subía y las lenguas colgantes les refrescaban con más eficacia
81.
Tanto los caballos como Lobo perdían puñados de pelo, hasta tal punto que aparecían calvas en su espeso pelaje, que se apelmazaba y perdía brillo
82.
La muchacha pugnaba por abrir los ojos, que tenía hundidos en cuencas tan profundas y oscuras que parecían dibujadas por un hierro candente, mientras sus labios perdían todo color
83.
Las luces eran de un rojo intenso, de forma que convirtieron el cubículo en una celda púrpura, un laberinto de estantes que se perdían en la oscuridad
84.
Se perdían dentro, y al final el Minotauro los acababa devorando
85.
Aquel invierno habían sufrido cinco días de inactividad, mientras los grandes motores del laboratorio permanecían parados y se perdían horas imposibles de recuperar, mientras sus colaboradores estaban trabajando en problemas que afectaban al corazón del Universo
86.
Llevaba una cota liviana de placas metálicas que le cubría el torso, y un par de gruesos pantalones de lana azul que se perdían en las amplias perneras de sus botas
87.
Iban por las calles principales, se perdían entre el tránsito de la Avenida Foch, seguían a los lentos tranvías estruendosos a través de la marea de triciclos y rickshaws rueda contra rueda
88.
¿No parpadeó su cara cuando Joel lo rebasó? ¿No pareció que sus rasgos perdían por un momento la apariencia de humanidad?
89.
Atravesó una puerta doble y las voces de los hombres de la prensa se perdían a sus espaldas, mientras él corría por un pasillo
90.
Luego me permitieron merodear por el castillo, aunque no me perdían de vista
91.
Otro oficial observaba, en cambio, que pocos de sus hombres perdían el control en la batalla
92.
Si los funcionarios asalariados que se encargaban de la administración de la provincia en la práctica resultaban corruptos, o si simplemente perdían interés, allí había un puesto avanzado del Imperio que podía desmoronarse
93.
Entonces hablaron de la mediocridad provinciana, de las vidas que se ahogaban, de las ilusiones que se perdían en ella
94.
Sollozaba, llamaba a León, y le enviaba palabras tiernas y besos que se perdían en el viento
95.
se perdían durante largo rato; y era frecuente el caso de que el
96.
Incurrían en ella todos aquellos que abandonaban su puesto de guardia, los que se daban al pillaje en las casas y pueblos por donde pasaba la legión, los que se rebelaban contra sus jefes, los homicidas, ladrones, los que perdían sus armas, los que reincidían por tercera vez en la misma falta, los que atentaban contra el pudor o los que eran responsables de negligencia en las imaginarias de la noche
97.
Los hombres maduros perdían un poco de dignidad en su presencia; la halagaban y le abrían las puertas
98.
Le gustaban las historias de tranvías que perdían el control y de caballos desaparecidos
99.
Pero una consecuencia fatal y más inmediata fue que, al perder el hierro, los noruegos perdían su ventaja militar sobre los inuit
1.
Sí, de acuerdo, perdías con el cambio, la estabilidad tenía sus exigencias, las diferencias tendían a desaparecer, todo era igual a todo en todas partes, pero era el precio que había que pagar
2.
Era cierto, sin embargo, que si perdías no era probable que te dejaran presentarte al año siguiente
3.
De las frases de Patrick siempre te perdías -se había quejado su madre- dos o tres palabras decisivas
1.
Pierde el miedo y testimonia tu experiencia con Dios, hazlo sin temor hacer ridiculizado
2.
DIOS No quiere, ese tipo de enseñanza y aprendizaje tipo loro, que esta en las memorias de almacenamiento de datos, ni en los programas universitarios, diseñados con patrones pre-establecidos por intereses, con supremos intereses diseñados para producir utilidades sectarias, y no bienestar para la mesa de todos, programas académicos basados en las ambiciones personales de todos sus diseñadores, programas con desprecio por lo humano y colocando el valor supremo a la mercancía y al comercio, la enseñanza, el aprendizaje educativo, la preparación de la humanidad en las aulas universitarias, NO puede estar sujeta a los modelos económicos basados en la comercialización del mundo consumista, porque el hombre quedará atrapado dentro de una cárcel de subsistencia y supervivencia, donde pierde el valor, por el sentido de la vida, el valor humano, que debe estar por encima de todo y No en la utilidad monetaria
3.
El lugar, la hora, la campiña encharcada, elencuentro con Justino de Nassau, la entrega de las llaves, ladisposición de los dos grupos de vencidos sin humillación y vencedoressin altanería: hasta quizás le hiciese concebir la idea de aquel espaciolibre que en el cuadro separa unos de otros dejando ver la dilatadallanura que se pierde entre el celaje anubarrado, el humo de lashogueras y los vapores de la tierra húmeda, removida en zanjas,cortaduras y brechas: y al oírle sorprendería Velázquez en la expresiónde su fisonomía aquella sonrisa caballeresca con que luego caracterizósu figura, representándole como la personificación de los generalesespañoles de un siglo antes, en él reproducidos; tan ocupados en vencerque no les quedaba lugar de ensoberbecerse
4.
Felicero, que pierde la esperanza deque se corrija su señor, retírase á un desierto para hacerse ermitaño
5.
Claras muestras de lo que Virués hubiera hecho encircunstancias más favorables, se descubren en todas sus obras, en lascuales brilla á veces un vigor extraordinario, que se pierde en labalumba de sus declamaciones, aunque de vez en cuando pinte los trágicosafectos con singular fuerza
6.
siempre intimidan, aunque sea para bien, o lo parezca, porque uno siente que pierde el control
7.
sus mieles, se pierde el gusto por los otros manjares
8.
el espíritu pierde la conciencia, ni entra en un estado de somnolencia perpetua
9.
¿Y cuándo se pierde la conciencia y el recuerdo del pasado espiritual?
10.
dicho, lo que se obtiene por la imposición o la coacción se pierde cuando desaparece
11.
Si uno pierde el miedo
12.
desaparecen y la inspiración se pierde
13.
Cuáles son tus recuerdos, buenos recuerdos! Y esa monótona extensión de nada tengo ahora delante de sus ojos! El sueño es la fuerza para montar los camellos, pero problemas para dormir: quién es suerte como yo, fácilmente pierde el equilibrio
14.
y Dios, los martes trece, pierde su halo
15.
pierde por completo el acceso a los ficheros, incluso a los
16.
perpetua y, en el peor de los casos, nunca se pierde del todo
17.
de Jhon pierde claridad, el deseo le
18.
y el plebeyo siempre pierde
19.
En este contexto, la interpretación de quién gana y quien pierde se convierte en un elemento de juicio que los medios masivos buscan proporcionar
20.
resentimiento cuando alguien tiene más que usted o cuando pierde un bien preciado?
21.
la relación con el hijo, entonces falta la dimensión vital y el Ser se pierde completamente entre "los apuros
22.
Cuando se pierde la dimensión del espacio o cuando no la reconocemos, las cosas del mundo adquieren
23.
pensamiento se vuelve repetitivo, pierde toda inspiración y chispa creadora, como sucede con la gran
24.
con el pensamiento y olvida su naturaleza esencial, se pierde en el pensamiento
25.
se pierde en esas formaciones
26.
La conciencia también se pierde cuando se identifica con los actos y las
27.
Lo que se pierde en el nivel de la forma se gana en el nivel de la esencia
28.
Sin embargo, a medida que se acrecienta la conciencia y el ego pierde el control sobre la vida, no es
29.
Cuando el ego pierde su posición de usurpador en ese ciclo, la dimensión espiritual se manifiesta
30.
La inteligencia permanece, pero la conciencia pierde conciencia de sí
31.
Se pierde en la forma y se identifica con las formas
32.
Cuando se instaura el movimiento de retorno hacia la disolución, el entusiasmo pierde su utilidad
33.
—No, hombre, pierde cuidado —replicó Juan poniéndose los botones de lapechera—
34.
Si las pierde es porque quiere
35.
El colágeno glicosilado se hace rígido y pierde su funcionalidad
36.
Figuraos un caos incomprensible de sombra y luz, endonde se mezclan y confunden con las tinieblas de lasnaves los rayos de colores de las ojivas; donde lucha yse pierde con la obscuridad del santuario el fulgor delas lámparas
37.
Un ejemplo de total impotencia es el momento en que Ulises se encuentra con los Lestrigones que le devoran los equipajes de once de sus naves, o bien el momento en el que Ulises sufre el ataque imprevisto de Escila, del cual, sin embargo, había sido advertido por Circe, y pierde seis compañeros de una sola vez
38.
subir y el salirse de laesfera los pierde a todos
39.
En un punto se pierde, quando ome non cuyda:
40.
Pierde luego la fabla é el entendimiento:
41.
55 Por la cobdiçia pierde el ome el bien que tiene (225)
42.
224 Por chica rrason pierde el pobre é el cuytoso (819)
43.
[26] Y "pierde el oficio de conjunción y toma el de simpleadverbio en interrogaciones y exclamaciones directas
44.
pierde un punto de su fuerza, aunque haya enella alguna natural equivocacion en el motivo que
45.
clasicismo: pierde, inspirado por Herrera,algo de la tirante corrección greco-romana;
46.
Nhara no pierde ocasión de adquirir experiencia en la
47.
mar pierde más que el suelo firme por laradiación nocturna de la
48.
Pero, cuando se pierde el rey, cuando sufre jaque-mate, todo seacabó de una manera
49.
cuando uno pierde el pensamiento
50.
aguas del gran rio de Tunuyan, y otro llamado el rio del Portillo,que se le junta, y se pierde poco
51.
Sereré pierde su nombre luego que se juntacon el Guaporé: y
52.
mala: que pierde el crédito de su honra con el mesmo a quien seentregó rogada y persuadida, y
53.
ganado se pierde, y lo malo, ello y sudueño
54.
pierde susprerrogativas ni sus fueros
55.
Aotras no es el amor ni el hombre quien las pierde,
56.
imperceptible, la masa líquida del arroyo pierde su fuerza deimpulsión y cesa de empujar las materias
57.
peligro; ved que palacio es unlaberinto en que se pierde el más listo
58.
¿Quién fué el inventor? El origen delas religiones se pierde en la noche de los
59.
extravía y le pierde
60.
pierde miserablemente en la escuelay en casa, ocupándose en estudios inconducentes,se
61.
Se pierde sin dejar huellas, en el
62.
—¿Qué se pierde con pedírselo? El no ya lo tienes en casa
63.
existe, y en los espaciosimaginarios la pierde: Miguel de
64.
sido por esto; que la yedra que pierde el árbol quela sostenía, si
65.
las pobres mujeres del campo; nunca se pierde el
66.
pierde en tantas cosas, le queda una, la más rara, el carácter
67.
tuvo quecolocar la puerta en un miembro casual que pierde con
68.
pierde un momento enla ciudad, en la tienda del zapatero; pero
69.
más extravagantes,las imágenes más disparatadas, y se pierde en
70.
El tiempo que segasta en comer, no se pierde
71.
originalidad, cuando no la pierde toda y seexpone a caer en lo falso, en lo
72.
Hasta la inmortal esencia de suespíritu se diluye y se pierde en aquel Océano
73.
Y si una nación decae, si pierde supoder y su crédito, y si las naciones extrañas
74.
pierde en la espesura lejana
75.
sindiscernimiento, y el mal resultado, que allí se pierde bajo la
76.
—¡Yo! ¿Cómo es posible? Usted pierde el juicio
77.
Se pierde usted, se lo juro… Esa mujerno miente cuando se acusa… Ni Tragomer, ni Marenval, ni Freneusemienten…
78.
El origen de esta ceremonia no consta en las crónicas montañesas, porquese pierde en la antigüedad de la
79.
Desde que llega a la edad adulta, el hilo de su vida se pierde en unintrincado
80.
cuando se pierde unactor
81.
dinero, le juega, le pierde, le debe; pero siemprenoblemente y en gran cantidad; trata,
82.
Lacondensacion del aire lo hace visible; la rarefaccion, invisible; uncuerpo líquido es tangible, y pierde esta calidad, pasando al estado devapor
83.
la nada absoluta, el entendimiento pierde susobjetos, le van faltando los puntos de comparacion
84.
ypura, con el mas ardiente anhelo de salvar á su patria, lacompromete, por un error, la pierde;
85.
pequeña, y la policía local no los pierde devista
86.
Mas quien de la esperanza el verdor pierde,
87.
el corazón no lo pierde todo
88.
—Pues bien, por la muerte de un hombre se pierde una familia
89.
come lo queno le conviene se pone enfermo y pierde en pocos días toda la carne ytoda
90.
Y por tiempo las pierde, y queda
91.
con traer aestas llanuras el agua que se pierde en las montañas y
92.
pierde para siempre sucarácter y muere
93.
como en las Termopilaso en Austerlitz, pues sólo una vez se pierde la vida, pero sin elconsuelo
94.
Y cuando los brazos se debilitan o el cuerpojuvenil pierde sus encantos, se arrojan a un lado
95.
Ama con ansia loca, pierde lacalma en cuanto tiene que
96.
¡Ah!La Economía política es una ilusión que se pierde
1.
fiscales, para terminar se juegan ese dinero en dicho casino y lo pierden, evidentemente, con
2.
de verdad pierden los papeles
3.
espiritual y pierden la conciencia más tarde, pudiendo conservar su libertad hasta el
4.
tendencia a acumular tensión y cuando pierden el control de sí mismos pueden
5.
sobreviene la vejez y entonces se quedan solos, porque pierden el único atractivo
6.
pierden, los peces están en constante
7.
- Las comunicaciones ofrecidas por el parlamento se pierden en la red de los medios de comunicación y no llegan al destinatario
8.
- Este estudio se cierra en diciembre de 1993 y a partir del mes de enero y de seguro hasta el final de la campaña, el clima de enfrentamiento se irá calentando más y más, porque de esta vez , dada la “americanización” de la justa electoral, ya los medios no son auxiliares sino actores, y en esa molienda electoral se desdibujan las fronteras y pierden todos: políticos, medios, periodistas y aun los electores
9.
pierden toda capacidad para establecer relaciones genuinas
10.
Hay quienes se pierden en medio de la
11.
Las amistades y parentescos de las familias de Santa Cruz y Arnaizpueden ser ejemplo de aquel feliz revoltijo de las clases sociales; mas,¿quién es el guapo que se atreve a formar estadística de las ramas detan dilatado y laberíntico árbol, que más bien parece enredadera, cuyosvástagos se cruzan, suben, bajan y se pierden en los huecos de unfollaje densísimo? Sólo se puede intentar tal empresa con la ayuda deEstupiñá, que sabe al dedillo la historia de todas las familiascomerciales de Madrid, y todos los enlaces que se han hecho en mediosiglo
12.
De Venezuela pasó, de nuevo, llena el alma detristezas y emociones viriles, a la Babel moderna de los rubiosmocetones y las nevadas inclementes: a New York, a esa ciudad de lasansias, de las regatas, de los afanes, de las prisas, a ese hornocolosal donde se sazona el egoísmo y se pierden entre espirales de humoy ruidos de maquinarias, los besos y las lágrimas
13.
Y una idea, un gesto, un acto que seesfuman y pierden a través de las generaciones es el corolario denuestros afanes y locuras
14.
» Ayer hablaba de un labrador que descuida sus tierraspor alquilar sus mulas por tres reales diarios; hoy veo a estas gentesque huyen de la compostura de una prensa, y en cambio dejan fermentar laaceituna y pierden en la pasta comprimida una parte del jugo
15.
naciones y cuando las grandes razas decaen ó sehunden, es cuando pierden el idioma
16.
mientras que losamantes si pierden su amor conservan la
17.
se pierden en el viento
18.
educación; mira que por faltade ella se pierden muchos matrimonios
19.
Daba frío, el frío polar que sentirán los que pierden un pleito, y searruinan, y se quedan a un
20.
la tranquilidad de la familia, que pierden la honray huyen tan frescos? La maldita ambición de
21.
esta realidad pierden sus derechos legales elegibles al cumplir
22.
Es como esos buenos mozos que pierden
23.
áretirar los productos de sus sembrados, pierden la mayor parte, y pasanun año entero sumidos en la mas
24.
pierden todos los años, y su aceiteserviria; ya para sustituir en las mesas, despues de clarificado, al
25.
productos detanta valía, que en la actualidad se desechan y pierden en ese sueloprivilegiado del centro de la
26.
portugueses, y no pierden la ocasion de matar óllevar cautivo al
27.
pierden el crédito, si alguno tuvieron, paraadmitir sus escritos y los vicios que arrojada e
28.
los gananciosos y entristecerse losque pierden, allí en aquel juego todos gruñían, todos
29.
pierden en el estruendo de ese lagoy esa selva que desaparecen juntos por el sonoro valle
30.
Se pierden en el camino
31.
entera es una miserableilusa, todos pierden lastimosamente el tiempoen cuestiones que nada
32.
intentan por el aliciente del interes, tarde ótemprano se pierden, perecen, en sus
33.
lasprodigan las pierden; los que las reservan conprudente economía, las tienen mayores en el
34.
perdicion de los frutos;pero no que si se pierden los frutos haya hielo; porqueno se afirma que los frutos
35.
aquellosmomentos, pues pierden su timidez, muéstranse á la luz
36.
Empero muchos y muchos pierden el tiempo
37.
algún asunto, enseguida sus voces pierden la seguridad y los
38.
entre estrépitos y devastaciones y como élse pierden en el
39.
se empobrece y se arruina; si sus habitantes pierden elbienestar, el reposo y la
40.
cuestiones que usted suscita se quedanpor resolver y se pierden en la corriente
41.
se deslustran y vulgarizan; lasfrases pierden su frescura, su
42.
másintenso aún, y las mujeres, enloquecidas, pierden todo
43.
más intenso aún y las mujeres, enloquecidas, pierden todopudor
44.
pierden en las nubes, habite un pueblo, exista unaciudad, una
45.
—Esta loca tiene miedo de mí, que vengo á salvarla, mientras que losotros la engañan y la pierden
46.
pierden, la una del brazode la otra, por entre los tilos; Rosa
47.
Dixe vadear, porque la estimacion de los Reyeses el Fondo de los rios, y si la pierden los
48.
pierden, no pudiendo transportarse las lanas, sebos,cueros, astas, etc
49.
quedesacreditan el oficio, y por ellos pierden los demás
50.
Las cosas una vez tocadas yposeídas pierden su mérito; desvanécese el
51.
] Entre estos filósofos que se pierden en vanas cavilaciones,descuella el autor de la
52.
Supongamos que todos los animales pierden de una vez el sentido delpaladar, ó que todos los cuerpos
53.
] Desde luego se echa de ver que con la explicacion queprecede, pierden el carácter de
54.
estanegligencia, pero no las pierden todas
55.
—¿Ni de los millones que pierden en su casa? De acuerdo
56.
Mezclanse con otras naciones, y muchos pierden el
57.
Es decir, se pierden, sí; perootros los encuentran antes de llegar al suelo
58.
esos hombres pierden de una vez la pocapopularidad que les queda
59.
¿Quieres que pierda el juicio, como tantos lo pierden,
60.
Sentía el terror de los que pierden a un ser querido y no osanpenetrar en la mortuoria
61.
se pierden la luz del sol y lashuellas de los pasos; las llanuras
62.
parque, sufrieron dolor intolerable comoresultado del movimiento, y pierden
63.
—Lo veo, y lo atribuyo a que los hombres pierden a veces el
64.
—Allá se pueden estar todos los negros del mundo; el caso es que cadavez se dificulta más la reposición de los que se pierden por causa delos ingleses
65.
fondo, profundidad en la que se pierden los rayos del sol
66.
carnes, de lasmuchas que se pierden en los inmensos campos del
67.
pierden hasta elnativo pudor, andan con libertad por donde
68.
de autoridadde su corregidor y cabildo, les pierden el miedo, que
69.
debeneficiarlos, o los pierden, por falta de ellos
70.
—¡Estos bolsistas hasta los puchos pierden en la rueda!—
71.
pierden los cueros; mas echan el vino nuevoen cueros nuevos; y lo uno y lo otro se conserve juntamente
72.
vino, y los odres se pierden; mas el vinonuevo en odres nuevos se ha de echar
73.
pierden los cueros: mas echan el vinonuevo en cueros nuevos, y lo uno y lo otro se conserva juntamente
74.
vino, y los odres se pierden: mas el vinonuevo en odres nuevos se ha de echar
75.
pierden los cueros: mas echan el vinonuevo en cueros nuevos; y lo uno y lo otro se conserva juntamente
76.
3 Que si nuestro Evangelio es encubierto, á los que se pierden esencubierto:
77.
Y luego que seles calienta la cabeza, y pierden
78.
ledestruyan por estar indefenso; bien que no por esto pierden los
79.
Esose cuenta endispués, y las malas lenguas pierden el respeto y disen quesi
80.
mas oscuro y pierden su tonicidad
81.
la vitalidad de la fibra; lostejidos pierden de su tonicidad y adquieren mas
82.
ysobreviene la induracion; las mismas vísceras pierden su tonicidad, sedejan infiltrar
83.
gobiernos no han perdido, y pierden el poder todos los dias,bajo el peso de una bancarota? En fin,
84.
si se dilata el remedio, se pierden losdedos enteros
85.
pierden jamas de vista: estas dos consideraciones hablan muy alto, son las que me llamaron sin tregua la
86.
los puertos de Virac y Calolbon, y elbajo Teresa donde se pierden con
87.
pierden las líneas de la corporeidad propia
88.
–Pero -continuó el pescador, que se felicitaba por su tacto y la habilidad con que estaba llevando el trato- ofrecen un buen espectáculo, incluso cuando pierden
89.
0 quizás haya soplido pero los gases que se pierden en el espacio sean sustituidos por otros gases emitidos por el interior del satélite
90.
Siempre pierden, una por exceso de generosidad, la otra por exceso de egoísmo
91.
También pierden las estrategias lentas en castigar la deserción (en parte porque indican al contrario que la falta de cooperación puede ser ventajosa
92.
Lo que ella quisiera, es suprimir el intermediario entre el cubo de la basura y la cloaca, es el anónimo de los cubos, que sólo son insoportables cuando se hacen comunes, y se mezclan, y pierden su individualidad
93.
Las investigaciones posteriores pierden su rastro el 19, posiblemente en una playa que absorbió su sangre y la de otros
94.
Allí se pierden sus huellas
95.
Las grandes lajas paradas en el repecho pizarroso que ocupamos cobran una fantástica apostura de estelas, de cipos, de monolitos, erguidos en una escalinata cuyos peldaños cimeros se pierden en las tinieblas
96.
—Así cazamos a los malhechores, dándoles libertad, acosándoles, dejándoles en paz y cargando de nuevo, hasta que pierden la sangre fría
97.
Hácense odiosos a los bien entendidos, con el pueblo pierden el crédito, si alguno tuvieron, para admitir sus escritos y los vicios que arrojada e imprudentemente quisieren corregir en muy peor estado que antes, que no todas las postemas a un mismo tiempo están dispuestas para admitir las recetas o cauterios; antes, algunos mucho mejor reciben las blandas y suaves medicinas, con cuya aplicación, el atentado y docto médico consigue el fin de resolverlas, término que muchas veces es mejor que no el que se alcanza con el rigor del hierro
98.
—Ellos se lo pierden, pierden
99.
Sus pasos se pierden
1.
Si hablas a una bonita, la pierdes;
2.
El diablo siempre gana y tú siempre pierdes
3.
No olvides lo que pierdes
4.
—¿Por qué lo haces? ¿Por qué pierdes tu tiempo en esto, en lugar de estar tranquilamente a la sombra, en El-Akab?
5.
—Casi lo pierdes todo —dijo Eric, dejando a todos alucinados con su repentina intervención
6.
Si me entregas al han pierdes sfik
7.
-¡Lava del Vesubio! ¡Despreciar los macarrones! Tú pierdes la cabeza, marinero
8.
Si ese conocimiento requiere que utilices la rabia, entonces lo haces, pero no podrás obtener conocimiento si pierdes la calma
9.
Si lo matas, no ganas recursos sino que los pierdes
10.
¡Pero piensa en lo que pierdes con ese divorcio! ¿No será mejor tener paciencia todavía una noche, durante la cual vigilaremos todos junto a la cámara nupcial, con los eunucos armados de sables y de palos? ¿Qué te parece?" El hijo contestó: "Haz lo que gustes, ¡oh gran visir, padre mío! i En cuanto a mí, estoy resuelto a no entrar ya en esa habitación de brea!"
11.
Pues si antes de tres días estás de vuelta en el Cuartel General, pierdes
12.
—¿Y cómo es que también pierdes siempre con el abuelo en casa?
13.
Pierdes el coraje cuando tus manos deben sujetar las riendas
14.
Pierdes toda noción del tiempo
15.
El tiempo que se te ha acordado es tan corto, que si pierdes un segundo pierdes tu vida entera; porque sólo es tan larga como el tiempo que pierdes
16.
–Vamos a estar por el Castillo del tiempo en Central Park -dijo Lolli- por si pierdes el tren
17.
–Eres un buen policía, Abel, pero a veces te fijas tanto en los detalles que pierdes perspectiva
18.
Y cuando usas un talismán para transformarte en lobo, pierdes todas tus inhibiciones humanas y liberas tus deseos inconscientes, porque el talismán-espíritu controla el movimiento del cuerpo
19.
–Y ahora lo pierdes -dijo el drow con suavidad-
20.
Un coste es algo que pierdes
21.
¡Que no tiene talento! Rachel, cuando pierdes el rumbo y te vuelves infantil, pierdes toda la cortesía por mi parte
22.
—Es mayormente como cuando pierdes las llaves y por mucho que las buscas no las encuentras, pero en cuanto haces una copia nueva aparecen las viejas debajo de algo
23.
No te pierdes nada, ¿verdad? La Cena del Equipo de Dardos, la Excursión de los Campaneros, el Baile del Club de los Pichones, y ahora el Baile de los Hosteleros con Licencia
24.
-Es mayormente como cuando pierdes las llaves y por mucho que las buscas no las encuentras, pero en cuanto haces una copia nueva aparecen las viejas debajo de algo
25.
Bueno, bastará con que recuerdes que si te pierdes ellos acabarán encontrándote
26.
—Y ahora lo pierdes —dijo el drow con suavidad—
27.
Estúpido, tú te lo pierdes
28.
Podrás verlos cuando quieras, pero si te vas ahora los pierdes para siempre
29.
Puede incluso estar exhibiéndose ante el león: «soy un animal de tan alta calidad que pierdes el tiempo si intentas cogerme»
30.
–¿Un sueño, este calor, este polvo, el sudor de los hombres, estas piedras enormes, esta labor desmesurada, el ruido de las herramientas, el contacto con peones y obreros iletrados? ¡Una pesadilla, querrás decir! Pierdes el tiempo, mi pobre Moisés
31.
—Bien, al principio te pierdes entre tanta gente, cuando vuelves es como si encontraras un espacio, un sitio, como si un rinconcito de ciudad te perteneciera
32.
Si pierdes la paciencia ahora, no sabrás conservar tu sangre fría cuando la necesites
33.
Cuando pierdes el dominio de tu imaginación, no es una buena noticia
34.
Pierdes un pie, casi te mueres, sigues trabajando
35.
Pierdes un pulgar y caes en una extraña y problemática situación
36.
Pueden extenderte un nuevo pasaporte en un par de horas, pero si el anterior lo pierdes o te lo han robado, tardan unos días
37.
–Si te pierdes en los recuerdos, a nadie le gustará tu compañía
1.
¡Casi te pierdo, por echar suertes en la enramada
2.
comprenderla, la analizo y pierdo la paz demi corazón
3.
porque junto a Magdalena pierdo larazón, todo lo olvido, el
4.
soy muy fuerte en elwhist; lo juego bastante mal, y pierdo casi siempre, siendo causa
5.
en cuantotú empiezas a hablar, pierdo la fuerza
6.
sensacion de un movimiento que es ponerme lamano delante de los ojos, pierdo la vista de los objetos, y se mepresenta otro que es siempre el mismo: la mano; si de esta coincidenciainfiero la existencia de los
7.
pierdo en elvacío de esta casa, y me abruman las eternas horas
8.
pierdo, los enemigosdel alma y los pecados mortales no han de entrar disfrazados ni
9.
pensar en poseerla, pierdo yo el juicio
10.
fresca, radiante, con el deseo de vivir, sino con la seguridad de que me pierdo la vida
11.
"Si algún día me pierdo, que me busquen en una estación de tren", pensé
12.
{18} Con frecuencia presto dinero, sabiendo que lo pierdo, a gentes que me son indiferentes
13.
El caso es tan desesperado, y me parece que quieren llenarme la cabeza de tantas tonterías, que pierdo la esperanza de salir bien de ello y me dejo llevar por la suerte
14.
- No siendo para los favores que me hacen, también la pierdo, como la vista
15.
–No los pierdo de vista -dijo Geran
16.
-Con la muerte del señor Warwick, pierdo mi puesto de trabajo
17.
Me entristece y me revuelve el estómago, y pierdo la paciencia para las cosas normales de la vida
18.
Si me fusilan, ganan ellos y pierdo yo, pensó
19.
En cuanto lo considero y pienso en ello, aunque no sea más que un segundo, pierdo coraje y me desahogo
20.
Pero, en cuanto regreso a casa, pierdo la mitad del beneficio
21.
¡Ah! si me pierdo, que me busquen entre los humildes, que son siempre los agradecidos y generosos»
22.
-Lo siento, pero yo me pierdo en los museos incluso de día
23.
Mientras que yo me pierdo con el barco
24.
Y lo pierdo
25.
Me pierdo en la encefalografía
26.
–Pero está casi a mil millas; y me da angustia de separación en cuanto pierdo de vista mi estudio
27.
Sus ojos me atraen hacia él y me pierdo en ellos en el acto, aunque en realidad me pierdo en una dulce sensación de calidez, confianza y seguridad
28.
Me doy la vuelta con tal rapidez que pierdo el equilibrio y él intenta sujetarme antes de que caiga y lo aplaste-
29.
Pierdo la concentración y me levanto para correr en dirección a Matt
30.
Parece que siempre le pierdo el rastro en ese momento
31.
¿Hay un circo por aquí? ¡Oh, tíos, y yo me lo estoy perdiendo! ¿Dónde está? ¡Me encanta el circo! Nunca me pierdo una ocasión de ver a los payasos en acción
32.
La pantalla muestra una oleada de estadísticas gubernamentales y pierdo interés
33.
Yo soy un hombre pacífico, doctor, y rara vez pierdo el control, pero créame que a punto estuve de tirarle una bofetada y meterle los tapones por otro orificio
34.
Y me pierdo una y otra vez en la maraña de estrellas
35.
Pierdo la noción del tiempo
36.
me consumo cuando tengo que esperar, y cuando espero estúpidamente por la tontería de una persona, pierdo la paciencia en absoluto
37.
Y con ello me elevo a las regiones de los pinos helados y me pierdo de vista para siempre
38.
No le pierdo de vista»
39.
Tras un viraje del túnel a mi izquierda pierdo mi relación con la luz de la oficina
40.
¿De qué conspiración se trata esta vez? Hay tantas que les pierdo la pista
41.
Ahora empiezo a estornudar y pierdo la cuenta
42.
EUGENIA: Y bien que se la meneo, le beso, pierdo la cabeza
43.
–No es la primera vez que pierdo -dijo Maris, intentando por todos los medios recuperar el control sobre sus emociones-
44.
–Ya no me canso, ni pierdo el tiempo durmiendo
45.
y cuando lo hago, pierdo el control
46.
Mi tribunal es rápido, yo no pierdo el tiempo
47.
Soy demasiado inestable, es verdad que pierdo el control
48.
» He de confesar que pierdo un poco la pasión del momento al intentar acordarme de qué sujetador me he puesto esta mañana y de cuándo fue la última vez que lo lavé
49.
Durante un momento, pierdo la cabeza: gimiendo, golpeando el suelo con los puños, arrancando puñados de hierba, gritándole a los pájaros para que guarden silencio
50.
Yo, que soy tan implacable exigiendo hechos precisos a mis clientes, me pierdo en la confusión cuando tengo que establecerlos en algo que me concierne
51.
Después pierdo el estribo y también el sombrero,
52.
Si alguien te identifica, me cae sumario administrativo, pierdo la paga y me meten en la cárcel
53.
–Aún sigo sin oír bien del oído izquierdo y muchas veces pierdo el equilibrio
54.
Y si me meto con la chica de otro pierdo el trabajo
55.
Enseguida pierdo el interés
56.
No pierdo muy seguido la paciencia, pero cuando pasa, hago un buen trabajo
57.
Creo que me pierdo el sentido de la mitad de las conversaciones
58.
Y porque si pierdo esta batalla, puede que los vanir sean lo único que se interponga entre el Caos y las Tierras Medias
59.
Pierdo peso, pero el michelín de la cintura no desaparece
60.
–Significa que no pierdo la coordinación sin los ojos
61.
Yo pierdo el tiempo y tú, el dinero; por consiguiente, vete a la cama
62.
Que me voy volando y me pierdo en el infinito azul
63.
Este es el cuarto que pierdo
64.
Puedo despedazar a tiros a zombis y monstruos a mansalva, y ahora veo una araña y pierdo la cabeza… El corto y vacío túnel iba de izquierda a derecha por delante de ella, con una puerta a cada extremo, pero la puerta que tenía a la izquierda se encontraba en la misma pared donde estaba la puerta por la que acababa de salir, y que llevaba de regreso al patio
65.
Pierdo la paciencia al oír esto
66.
Muy rara vez pierdo los estribos y luego siempre me pesa
67.
–Señor Carvalho, puedo hablarle con franqueza porque no pierdo nada haciéndolo
68.
Que me pierdo la mitad de las cosas que ocurren
69.
Tansley, las pierdo a millares todos los veranos», ante lo cual, él apretaba la barbilla contra el cuello, como si temiera que tuviera que dar por buena semejante exageración, pero la aceptara en aquella persona que le gustaba, y le dirigió una sonrisa llena de encanto
70.
-Ese es el meollo de la Trinidad, que es donde me pierdo un poco
71.
¿Es por ello por lo que tengo pesadillas, por lo que pierdo el sueño, y peleo con Angie, y por lo que pienso que David se está apoderando de mi vida? ¿Es posible que la maldición de Moisés esté funcionando…?»
72.
Me pierdo en él
73.
He contratado, a precio de oro, una mujer de la limpieza, pero me pierdo en esta gran casa
74.
Lamentablemente me pescaron y casi pierdo el empleo
75.
¡Le tienen miedo! Y si pierdo el caso, Buckbeak…
76.
Pierdo por un momento la respiración
77.
Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga
78.
Resultado; las minas han vuelto a subir y pierdo sumas enormes
79.
Y si lo pierdo, perderé todo lo que he construido
80.
Si pierdo unos kilos más podré desfilar por todas las pasarelas de París, pensó
81.
En cuando empieza a hablar del año fiscal, me pierdo
82.
¡Y la pierdo para siempre!
83.
Por ahí, atravesando el salón, llega a la galería y lo pierdo
84.
–Estoy haciendo lo que puedo, ¡y a ti te prohíbo que subas a su planta! – ¿Y si me pierdo por los pasillos? – ¡Lauren, no hagas tonterías! Estás jugando con fuego Te faltan pocos meses para acabar el internado, no iras a ponerlo todo en peligro ahora
85.
Si sé lo que van a tener mis amigas enseguida pierdo el interés
86.
Por supuesto, no le gusta a nadie, pero pierdo muy pocas veces cuando me enfrento a mujeres, y me granjeo algunas amigas cuando gano
87.
—Por poco pierdo mi trabajo, Adrian