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    Utiliser "procurar" dans une phrase

    procurar exemples de phrases

    procura


    procuraba


    procuraban


    procurabas


    procurado


    procuramos


    procuran


    procurando


    procurar


    procuras


    procuro


    procurábamos


    procuré


    1. mientras hables, vivirás; pero procura no exasperarme mucho, porque la paciencia no es en


    2. sus familias y se procura que las compañías intervengan cada vez en un lugar distinto, dentro


    3. —Si usted reconoce que ha hecho mal, y le pide perdón a Dios de su malaintención y procura limpiarse de ella, Dios tendrá piedad de lapecadora


    4. mientras la racionalidad tecnocrática afirma la necesidad del equilibrio fiscal, y ello se procura fundamentalmente por medio de la reducción del gasto, alimentando así prácticas de exclusión y discriminación social…, las racionalidades derivadas de los acuerdos de paz y el proceso de democratización intentan, alternativamente, crear medios de inclusión social y mecanismos institucionales y normativos especialmente necesarios para la resolución pacífica de los conflictos generados por la crisis


    5. elseñor Taylor ó nos encomia ó procura encomiarnos, y en casi todas laspáginas de su


    6. quedeseára, con aquel celo y fidelidad con que mi deseo procura acreditarseen el real servicio


    7. su presa, procura envolverle el lazoalrededor del cuello; si logra su intento, los indios que están en laorilla


    8. sea una mesma con la del esposo, las manchas que en ella caen, o losdefectos que se procura,


    9. que valga; encomiéndate a Dios,y procura no errar en la primera intención; quiero decir que


    10. procura descubrir sus virtudes é inteligencia

    11. «Pero ni las mujeres le engañan, ni él procura engañar ála que por inocente pudiera


    12. y si las hicieres, procura que sean buenas, y, sobretodo, que se guarden y


    13. lo procura es la madre, y la madre muerede un sofocón


    14. explicaciones con que elfilósofo aleman procura rechazar estas consecuencias


    15. Procura, mi buen Fabrice, leer en lo ojos y en los


    16. Al Abrego procura dén el mando


    17. El Capitan procura de cebarles,


    18. El Cabildo enviar procura luego


    19. El triste, que procura de la tienda


    20. en procura de restos de comida,un buho en excursión

    21. inteligencia, pero procura tambien despojarle de la sola esperanza que le queda cuando se halla en el


    22. procura ostentarante los ojos de todas las naciones


    23. disfrutó, aunque sin poseerlo, delbienestar y esplendor que el dinero procura


    24. espasmoslocalizados; en el primer caso, se procura la relajacion de la fibra, nopor el


    25. no procura deslumbrar pero que sobresale sobre todos los demás por la rareza y el gusto de lo


    26. El buen Lesperut, el cariñoso y honrado Lesperut, abre los ojos conesfuerzo, procura dar vigor á su pupila,


    27. Para el que ama el estudio y procura recoger con cuidado las observaciones que la vida de un pueblo


    28. En el acto me puse en guardia, porque recordé lo que por el castillo corría de boca en boca entre los cocineros y reposteros: «Cuando sir Ramiro de Maw pide el almuerzo, procura estar ocupado en cualquier otra parte, porque en caso contrario te tocará trabajar sin descanso hasta después de la cena»


    29. Doña Delia, la mujer de don Jesús, tiene todo muy bien dispuesto y cuidado, al viajero le da miedo manchar el piso o desordenar los muebles o los objetos, y procura portarse bien y mirar por dónde pisa


    30. Y no tienen la culpa desto los poetas que las componen, porque algunos hay dellos que conocen muy bien en lo que yerran, y saben estremadamente lo que deben hacer; pero, como las comedias se han hecho mercadería vendible, dicen, y dicen verdad, que los representantes no se las comprarían si no fuesen de aquel jaez; y así, el poeta procura acomodarse con lo que el representante que le ha de pagar su obra le pide

    31. Procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico, como por entre los sollozos e importunidades del pobre


    32. —Malik-el-Haideri había tomado asiento sobre una piedra encendiendo un cigarrillo mientras la columna de soldados y cautivos iniciaba el descenso de la colina rocosa en procura de la planicie en que aguardaban los vehículos—


    33. Allí estaba, pero no experimentó alegría alguna al verla, sino tan sólo un profundo desasosiego; una invencible angustia, pues contemplar las momias de aquellos pobres seres y observar la expresión de terror y sufrimiento de sus rostros era tanto como contemplarse a sí mismo dentro de diez o veinte años; tal vez dentro de cien, mil o un millón de años, con la piel convertida en pergamino, los ojos vacíos mirando hacia la nada, y la boca abierta por el último gemido en procura del agua


    34. –Porque ese intenso placer que procura la procreación es el momento en que los seres humanos se despojan de su humanidad y se convierten en animales, en seres sin espíritu, que olfatean, lamen, gruñen, copulan… Mi nueva creación estaría libre de todo eso


    35. En cambio Imhotep, ahora, procura disminuir todo lo posible los gastos del sepelio


    36. Quiero decir que si un hombre alberga malas intenciones procura, para disimularlas, no apartarse de su comportamiento habitual


    37. Procura que no se conviertan en las manos de un hombre que se deleita con la carnicería de la guerra


    38. Sepárala de las demás, procura sacarle más información y que no vea a nadie hasta que yo hable con ella


    39. Y procura que no te roben el bolso por el procedimiento del tirón, por lo que más quieras


    40. —¿Tanto empeño tienes en que te den las gracias? Tú procura redactarlo bien

    41. Dile al contramaestre que suba al inglés a cubierta y procura que mi camarote quede bien limpio, si no quieres que me haga unas ligas con tus tripas


    42. ¡No haces el menor esfuerzo por ser amable con mi pobre niño, mientras que él sí que lo procura!


    43. cuando el gallo la procura


    44. que a todo el que la procura,


    45. , esta obra, en la que se procura describir la antigua y honorable Mansión de sus Antepasados


    46. –En tal caso, procura que te nombren presidenta de una comisión, y entonces podrás obligar a los miembros de la misma a que hagan su trabajo y asistan a las sesiones


    47. Pero también de morir… Procura recordarlo cuando hables conmigo de ciertas cosas


    48. Él mismo procura confirmarlo cuanto puede, sosteniendo sin destemplarse incluso los aspectos más siniestros de su fama, en esta Cádiz donde tantos reniegan a su paso, pero siempre —por la cuenta que les trae— en voz baja


    49. Deteniéndose, mientras procura recobrar el aliento y serenarse, estudia la situación


    50. Sin perder de vista la calle en ningún momento, el policía estudia las casas una por una, mientras procura imaginar qué habría hecho él












































    1. De estas manijas se asían los ginetespara disputarse la presea del combate, que generalmente tenia por arenatoda la Pampa, pues el que lograba arrebatar el pato procuraba ponerseen salvo, y la persecucion que con este motivo se hacia, era la partemas interesante del juego


    2. Creeríase que mirabahacia fuera por no mirar hacia dentro; Maximiliano se la comía con losojos, mientras el presbítero procuraba en vano animar la conversacióncon algunas cuchufletas bien poco ingeniosas


    3. quien la abrazaba y procuraba calmarla


    4. (Ulises) padeció en su ánimo gran número de pruebas, en cuanto procuraba salvar su vida


    5. Antonia procuraba evadir la conversación siempre enojosa;


    6. De alli á diezdias Salomon procuraba un nuevo combate en Araure con fuerzas bastantesuperiores en número, y las armas republicanas, dirigidas por el mismoBolívar, obtenian


    7. prelado, y oponersedirectamente a sus intenciones episcopales, procuraba encontrar


    8. agua, hablaron de las estrellas, de las flores,de mil diversas materias, hacia donde el tío procuraba llevar laatención de su sobrina, para distraerla de su curiosidad sobre losasuntos de Clara


    9. Jacinto, que procuraba detenerle


    10. íntima,que procuraba suavizar la humillacion del vencidoprodigándole muestras de cariño, y

    11. interés, hacía el gasto de la conversacióny procuraba mantenerla viva


    12. Tenía los ojos brillantes, las mejillascoloradas y procuraba


    13. Era más bien un ansioso y fuerte estudio de ella, conel que yo procuraba conocer, a través de la


    14. En el curso de ella Moreno, aunque procuraba tener la lengua


    15. Odiaba las cifras y lascuentas y procuraba despachar las que le estaban


    16. menos recelo descubria en el marido, tantomás crecia su cuidado, y procuraba intentar algunos medios


    17. comuna: los recursos que procuraba el mar en ayuda de


    18. delicada situación se cuidabamucho y procuraba no alterarse por ningún motivo, para que las


    19. un hermano, y en que procuraba evitar que se extravíase ycayese en el precipicio


    20. ilustración, guardaba aún ciertomisterioso encanto que con todo cuidado procuraba

    21. Tambien se procuraba hacer presa


    22. —¡Esto es un telar!—gritaba, y se envolvía en los hilos como si fuerancables, procuraba


    23. El Magistral procuraba orientarse, recordar por dónde había bajado pocashoras antes de la


    24. Pero escribía otra vez, procuraba reportarse, y al cabo la indignación,la franqueza necesaria a


    25. fervor y procuraba ayudarle en la satisfacción de susdeseos íntimos, guardando siempre los


    26. Todos le abrían paso; nadie pretendía detenerle, ni aún el comisario,que procuraba estar lejos


    27. Cada una de estas palabras parecía herir, como con un cuchillo, elcorazón de la pobre mujer, porque procuraba ocultar la cabeza más y másbajo los pliegues del pañolón, temblaba toda y se le cosían a la faldalos hermosos niños


    28. procuraba simular que se le caía la baba,combatiendo con gran trabajo la tentación de


    29. María acatabaestas razones y procuraba hacerse digna


    30. todo el que se encuentra bajo lasmiradas del público, nuestra joven procuraba ocultar

    31. consideraciones, alas que procuraba ajustar siempre su


    32. deseoso de lareducción de aquellos infieles, procuraba, con


    33. Pagaron algunas con la vida su ferocidad, por masque procuraba


    34. Por la tarde reconocieron los enemigos el poco daño que recibian de unpedrero, con que se procuraba


    35. Él era quien les había buscado y ajustado el nuevoalbergue; él quien procuraba introducir el


    36. Para ello recuerdo que procuraba, por ejemplo, que siempre hubiera un fuego encendido en la chimenea, incluso durante los meses calurosos


    37. Si con anterioridad se procuraba (al menos en apariencia) fraternizar con las clases bajas e incluso copiar su forma de hablar y de vestir, ahora este noble sentimiento fraternal se encaminaba hacia las clases dominantes, esto es, a las del Antiguo Régimen, y también a la de los representantes políticos del momento


    38. Así, tal como había hecho antes con Tallien, yo procuraba utilizar mi influencia con Barras para paliar la desdicha de otros


    39. De regreso de sus vacaciones, Suárez montó un despacho de abogados con un manojo de fieles procedentes de su gabinete presidencial, y durante algún tiempo se esforzó por permanecer alejado de la política; el pequeño Madrid del poder facilitó su esfuerzo: la calamidad de sus últimos meses de gobierno y el trauma de su dimisión y del 23 de febrero lo habían convertido en poco menos que un indeseable, y todo el que albergaba alguna ambición -y casi todo el que no la albergaba- procuraba mantenerlo a distancia


    40. Quiso bien, fue aborrecido; adoró, fue desdeñado; rogó a una fiera, importunó a un mármol, corrió tras el viento, dio voces a la soledad, sirvió a la ingratitud, de quien alcanzó por premio ser despojos de la muerte en la mitad de la carrera de su vida, a la cual dio fin una pastora a quien él procuraba eternizar para que viviera en la memoria de las gentes, cual lo pudieran mostrar bien esos papeles que estáis mirando, si él no me hubiera mandado que los entregara al fuego en habiendo entregado su cuerpo a la tierra

    41. Procuraba no imponer a los alumnos su visión del mundo, sino que a través del diálogo los invitaba a reflexionar acerca de las diversas escuelas de pensamiento filosófico, enseñándoles a argumentar en defensa de sus propias tesis


    42. Dolcinia procuraba, por lo tanto, no echar más leña al fuego y prefería hacer hablar a los tres muchachos, aprovechándose de su apetito


    43. Procuraba lanzarlas bien dirigidas a las bocas de las alcantarillas y si acertaba decía: "uno a cero"


    44. Procuraba escuchar lo que la gente decía, y descubrí que casi todos pensaban que era muy aburrido


    45. El departamento de astronomía procuraba anotar los fenómenos naturales e interpretar su significado del modo más favorable a las políticas imperiales


    46. Arilyn procuraba mantenerse al margen de las discusiones y dejaba que el líder de guerra hablara en su nombre, pues ya tenía bastantes problemas para ocupar su tiempo discutiendo con el Portavoz, tan apegado a las tradiciones


    47. El jardín se iba oscureciendo más y más, y en vano buscaba en la oscuridad el vestido blanco, en vano procuraba oír en medio del silencio el ruido de los pasos


    48. Cuando la señora Danglars, vestida de negro y cubierta con un velo, subía la escalera que conducía a la habitación de Debray, a pesar de haberle dicho el conserje que no estaba, se ocupaba él en rechazar las insinuaciones de un amigo que procuraba demostrarle que después del suceso escandaloso que se había producido, era su deber, como amigo íntimo de la casa, casarse con Eugenia y sus dos millones


    49. Al menos Tully podía sostenerse en pie y parecía actuar como el Tully de siempre, lo cual significaba que insistía en limpiarse y asearse él mismo por mucho que le temblaran las rodillas; que armaba un gran estruendo yendo de un lado para otro, en los lavabos de la cubierta inferior, murmurando en voz baja, (quizá creyendo que se le entendía) y que, sobre todo, procuraba demostrar, por todos los medios, que necesitaba conservar su intimidad incluso ante hembras de una especie distinta a la suya


    50. Como buen artista, yo siempre procuraba que los crímenes fueran apropiados a la estación del año o al escenario en que me encontraba, escogiendo esta terraza o aquel jardín para una catástrofe, como se pudieran escoger para un grupo estatuario










































    1. El comercio se resintió notablemente y los víveres escaseaban, porque los campesinos también sentían miedo y procuraban permanecer lejos de la capital llena de peligros


    2. pobres apuntes que procuraban enmendar losrigores de la mala suerte


    3. Procuraban, no obstante, los invasores, que la verdadera situación de laciudad se


    4. procedian con lentitud, ó procuraban irse despacio


    5. agua de rosas, y procuraban aumentar con miltrazas el


    6. ellos convisible enternecimiento; procuraban con ahíncoque nadie fuese a


    7. animales depreciosa piel, que les procuraban sustento y abrigo


    8. Sin embargo, procuraban estar finos, y lo echaban a


    9. Todos los pigmeos instalados en laGalería para su servicio procuraban evitarle molestias, y hastapretendían adivinar sus deseos cuando estaba ausente el traductor


    10. maligno y cruel en toda la nación, y lasgentes, al insultarle ó agredirle con piedras, procuraban

    11. quedejasen de concurrir con los que procuraban alteracionesy desasosiegos, y así persuadidos de


    12. que losvendedores procuraban presentar con una limpieza inglesa


    13. procuraban su amistad, y loscaballeros hallaban en él cosas de edificacion


    14. Al Capitan con esto procuraban


    15. Con esto la tornada procuraban;


    16. Los chulillos procuraban en vano, y exponiendo sus personas,


    17. medios procuraban hacer inútilla poblacion


    18. 16 Y por esta causa los Judíos perseguían á Jesús, y procuraban matarle,


    19. los escribas, y los príncipes del pueblo procuraban matarle


    20. 12 Y procuraban prenderle; porque entendian que decia á ellos aquella

    21. los escribas, y los principales del pueblo procuraban matarle


    22. 16 Y por esta causa los Judíos perseguian á Jesus, y procuraban matarle,


    23. hombres, y juntando compañía, alborotaron la ciudad; yacometiendo la casa de Jason procuraban sacarlos


    24. 1 Y ERA la pascua, y [los dias] de los panes sin levadura dos dias despues,y procuraban los príncipes de


    25. compañía, alborotaron la ciudad; yacometiendo la casa de Jasón, procuraban sacarlos al pueblo


    26. procuraban dilatar su imperio en estas IndiasOccidentales, Alejo


    27. Procuraban los nuestros con todas las fuerzas de su celo


    28. Viéndose el corregidor desengañado, ycerciorado que procuraban


    29. Satisfecha ya la tirania de los cómplices, con tantos y tan trágicossucesos, procuraban cohonestar sus


    30. procuraban ampararse loscontrarios para salvar sus vidas: pero la muerte y el horror los siguiópor todas

    31. procuraban salvarse al abrigo de este socorro, encuya ocasion perdió tambien la vida el cura de la


    32. fué grande labenevolencia y amicicia con que procuraban el


    33. " Como esto tenian conocido, procuraban que la


    34. tuve la indecible satisfacción de ayudar a los carpinteros, quea toda prisa procuraban aplicar


    35. Salvador y elcirujano procuraban con


    36. Procuraban, sin embargo, no disparar en la calle a menos que fuese absolutamente necesario


    37. En la playa, jadeando apenas, frotaba a Jacques enérgicamente, entre grandes carcajadas, después se volvía para orinar con brío, siempre riendo y felicitándose del buen funcionamiento de su vejiga, golpeándose el vientre con los «Bueno, bueno» que acompañaban todas sus sensaciones agradables, entre las cuales no establecía diferencias, fuesen de excreción o de nutrición, insistiendo igualmente y con la misma inocencia en el placer que le procuraban, y constantemente deseoso de compartir ese placer con su prójimo, lo que provocaba en la mesa las protestas de la abuela, que admitía que se hablara de esas cosas e incluso lo hacía ella misma, pero «no en la mesa», como decía, aunque tolerase el número de la sandía, fruta con una sólida reputación de diurético, que Ernest adoraba y cuya ingestión empezaba con risas, pícaras guiñadas dirigidas a la abuela, variados ruidos de aspiración, regurgitación y blanda masticación, y después de las primeras mordidas directas de la tajada, toda una mímica en que la mano indicaba varias veces el trayecto que la hermosa fruta rosada y blanca recorrería desde la boca hasta el sexo, mientras la cara exhibía un regocijo expresado con muecas, revuelo de ojos acompañados de «Bueno, bueno


    38. Por los barrios extremos, por las callejuelas de casas con terrazas, la animación decreció y en aquellos barrios en los que las gentes vivían siempre en las aceras, todas las puertas estaban cerradas y echadas las persianas, sin que se pudiera saber si era de la peste o del sol de lo que procuraban protegerse


    39. A medianoche, a veces, en el gran silencio de la ciudad desierta, en el momento de irse a la cama para un sueño demasiado corto, el doctor hacía girar el botón de su radio, y de los confines del mundo, a través de miles de kilómetros, voces desconocidas y fraternales procuraban torpemente decir su solidaridad, y la decían en efecto, pero demostrando al mismo tiempo la terrible impotencia en que se encuentra todo hombre para combatir realmente un dolor que no puede ver: "¡Oran! ¡Oran!" En vano la llamada cruzaba los mares, en vano Rieux se mantenía alerta, pronto la elocuencia crecía y denotaba la separación esencial que hacía dos extraños de Grand y del orador


    40. Las acompañantes de mi madre procuraban asegurarse de que no tuviera problemas a causa de aquellas llamadas

    41. Y de entre los «cri-cri», señor, los peores solían ser los soldados y policías, puesto que ellos lo tenían todo a su favor, gozaban de absoluta impunidad y, a la hora de entrar en un «laboratorio» y destruirlo, procuraban siempre no dejar testigos


    42. Yo me sentí inmensamente aliviada de que no pusieran objeción a mi excentricidad, y ellos, por el contrario, procuraban hacer lo posible por no molestarme


    43. Sus ojos, que procuraban penetrar la oscuridad creciente, creían ver bajo los sombríos árboles una forma humana


    44. Nadie había conseguido que los knnn observaran las reglas aceptadas de la navegación espacial por lo que todas las especies, al no tener otra alternativa, procuraban evitarles


    45. Probablemente la parte de población que no había tenido tiempo para salvarse en los bosques trataba de oponer resistencia a los saqueadores, y éstos procuraban espantarla descargando sus fusiles e incendiando cabañas y casas


    46. Mientras tanto, los galeotes, que con anticipación habían recibido una buena ración de vino de Chipre, manejaban los remos bajo el aliciente que significaba el restallido del látigo del cómitre y procuraban eludir sus caricias sobre las desnudas espaldas, con tal actividad y energía que parecía iban a romper las cadenas que los retenían al banco


    47. Los hijos procuraban razonar con su padre explicándole que las acciones solitarias y disparatadas aportaban más daño que beneficio a la causa de la democracia, pero al menor descuido él regresaba al peligro, impulsado por sus ardientes ideales


    48. Apretadas unas con otras y apenas cubiertas por las mantas, las desafortunadas muchachas procuraban impartirse calor


    49. De todos modos, las más jóvenes procuraban verse bonitas con pañuelos alegres, faldas cortas, un poco de carmín, a ver si lograban atraer a un jefe v cambiar su suerte, ascendiendo dos metros más arriba, al balcón de las empleadas, donde el sueldo y el trato eran más dignos


    50. Directamente delante de él estaba una de las lentes llamadas de "ojo de pescado", que se hallaban esparcidas en lugares estratégicos por toda la nave, que procuraban a Hal sus registros de visión a bordo










































    1. Yo no merecía [119] perdón; tú me compadecías y procurabas consolarme; yo me declaraba perdida para siempre en el terreno matrimonial


    1. Es uncuadro de costumbres bajo una forma dramática, en el cual evitando lamonotonía del género descriptivo, he procurado desenvolver una accionsencilla en torno del juego que forma el verdadero asunto


    2. Por ello con repetido empeño se ha procurado averiguar los nombres delos que en el puerto de Palos embarcaron en las tres naves,consiguiéndolo de muy pocos, porque con la pérdida de los papeles deltiempo, los más se han obscurecido


    3. lucha debía haberla procurado enemigos;vió en los ojos, en el semblante de la reina,


    4. había procurado una fatal casualidad,una fatal sorpresa, un sobrecogimiento funesto,


    5. me has procurado la libertad, y con la libertadla vida, no sé á precio de qué sacrificio;


    6. pueblos, y empeñarse en gobernar conficciones y mentiras?» ¿Se ha procurado no quebrantarla


    7. ¿El gobierno ha procurado salvar las formas,guardando cierta apariencia de legalidad? «No


    8. imaginacionuna figura en la cual hemos procurado reunir lascualidades oidas; pues bien, cuando


    9. santas mujereshabían procurado atraerse la voluntad de la niña


    10. se los ha procurado?

    11. Hemos procurado que


    12. ofrece, ha procurado explicarlos,señalando los puntos en que pueden estar en comunicacion el


    13. ranciaspreocupaciones, las dos señoritas de Moscoso habían procurado infundiren la


    14. Durante las escenas que hemos procurado describir en el


    15. Así se ha procurado obscurecer el


    16. Eso es lo que he procurado investigar con una paciencia


    17. sucede se lesha procurado hablar y atraerlos, ofreciéndoles y


    18. procurado que todos losindios aprendan la lengua de los


    19. Fiel a su ideal socialista, Michel Perraud había procurado siempre no aburguesarse


    20. El único que faltaba ese día era Fouché, porque él, después de haber organizado toda la operación, como buen hombre de intriga que era, había procurado esfumarse a la hora de la verdad

    21. Hasta ahora, siempre que he hablado de Barras he procurado hacerlo con eso que ingleses y franceses llaman nonchalance y que puede traducirse por desenfado o despreocupación


    22. Tal vez se sorprenda el amable lector por esta revelación, pero yo siempre he procurado guardar una parcela de cariño para los hombres que han compartido mi vida una vez que éstos han caído en desgracia


    23. Siempre he procurado mantener las mejores relaciones posibles con la policía


    24. La llegada de su columna levantó el ánimo de los guardias civiles sublevados, que empezaban a ser víctimas de la fatiga y del desaliento, conscientes de que el fracaso de la negociación entre Armada y Tejero había impedido un desenlace favorable del secuestro y de que a cada momento que pasaba era más difícil que el ejército acudiera en su auxilio; pero, además de proporcionar una momentánea dosis de moral a los rebeldes -permitiéndoles creer que por fin la Brunete se había unido al golpe y que aquel destacamento era sólo la cabeza de puente del esperado movimiento general-, tan pronto como se puso a las órdenes de Tejero Pardo Zancada se concentró en la tarea de insubordinar otras unidades: provisto de un listín telefónico de la división que se había procurado en el Cuartel General y saltando de teléfono en teléfono a medida que quienes dirigían el asedio al Congreso le cortaban las comunicaciones con el exterior hasta dejar únicamente cuatro o cinco aparatos en funcionamiento de los ochenta de que disponía el edificio, Pardo Zancada habló (desde un despacho de la planta baja del edificio nuevo, desde la centralita, desde las cabinas de prensa) con numerosos jefes de la Brunete dotados de mando en tropa; tras dar novedades a San Martín llamándole al Cuartel General, habló con el coronel Centeno Estévez, de la Brigada Mecanizada II, con el teniente coronel Fernando Pardo de Santayana, del Grupo de Artillería Antiaérea, con el coronel Pontijas, de la Brigada Acorazada XII, con el teniente coronel Santa Pau Corzán, del Regimiento de Caballería Villaviciosa 14


    25. Tarrou ha procurado dar un cuadro de las reacciones y las reflexiones de Cottard, tal como le habían sido confiadas por éste o tal como él las había interpretado


    26. En ese sentido, he procurado a través de la figura de Vitalis pero también del vocabulario de la obra mostrar lo que significó la predicación del cristianismo para un romano


    27. Pues había procurado volver a verlo


    28. José María Alfaro -¡ay, José María Alfaro, poeta principiante y amigo, más tarde miembro del Comité Nacional de Falange y ahora embajador de Franco en Argentina!– leyó entre estruendosas aclamaciones, llenas de sorpresas para los espectadores, los nombres de los jefes republicanos condenados en la cárcel y de quienes cuidadosamente, durante la mañana, nos habíamos procurado la adhesión: Alcalá Zamora, Fernando de los Ríos, Largo Caballero… Unamuno envió desde Salamanca un telegrama que, reservado para el final, hizo poner de pie a la sala, volcándola, luego, enardecida, en las calles


    29. Dentro de los límites de la seguridad, había procurado proteger a cierto número de personas, entre ellas a mi padre durante algún tiempo, y había evitado la destrucción de algunos de los más importantes monumentos culturales del país


    30. - Ha procurado evitar que su hijo y su hija hicieran amistad conmigo

    31. Samuel Harfield, hubiese procurado ante todo apelar a su generosidad


    32. Había procurado prepararla, modificar su ingenua aceptación de los valores externos de las gentes de su familia


    33. —Gracias a los archivos policíacos me he procurado cierta información sobre lo que fue hallado en la casa


    34. Supongo que habrán recorrido el mundo coleccionando los más raros objetos y pueden haberse procurado un poco de veneno de serpiente


    35. cosa que has procurado ocultarme


    36. Hasta entonces él había procurado mantenerla alejada de las miserias irreparables, la injusticia y la represión que a diario presenciaba y eran temas habituales de conversación entre los Leal


    37. Mi abuela había procurado que su hijo estuviera en un ambiente alegre, había instalado cortinas de chintz y papel mural en tonos de amarillo, mantenía ramos de flores recién cortadas del jardín sobre las mesas y había contratado un cuarteto de cuerdas que acudía varias veces por semana a tocar sus melodías clásicas favoritas, pero nada lograba disimular el olor a medi-camentos y la certeza de que en esa habitación alguien se estaba pu-driendo


    38. —He procurado, señor, que en toda la casa presida la alegoría del placer común en lugares lejanos, como bien sabéis, y tan denostado, en cuanto a lo público se refiere, por nuestra Iglesia


    39. El Thero esbozó aquella suave y misteriosa sonrisa que, conscientemente o no, parecía un eco de la benevolente mirada que tantas generaciones de artistas habían procurado imprimir en el rostro del Buda


    40. Siempre he sido muy precavido y procurado no hablar mal de mi dimisión pero la verdad es que, en el caso de Helen Dexter, me alegra poder hacer una excepción

    41. La delicada atención de su devota hermana había procurado al general una absoluta libertad de movimientos en la casa donde vivía como huésped


    42. –Eso me han dicho, ahora que he procurado averiguar todo lo que hacía la reclusa mientras permaneció en el centro


    43. Incluso en una capilla de reducidas proporciones, la del Calvario, cuya mitad derecha pertenece a los católicos, mientras que la izquierda es de los ortodoxos, cada secta ha procurado eclipsar a la rival con una decoración más estridente que la del vecino


    44. La reina había procurado que los puestos claves del ejército estuvieran en manos de sus partidarios


    45. No le habían procurado compañía alguna capaz de compensar lo que había dejado atrás, o de llevarla a recordar Norland con menos añoranza


    46. En muchas discusiones, he procurado ilustrar esta idea tíficos de la N A S A anunciaron en octubre de 1971 que en mía con una comparación, si bien resulta demasiado los meteoritos de Murchinson and Murray (así llamados simplificada


    47. Cuando las rentas públicas llegaron a ciento quince, el tío Grandet vendió, retiró de París cerca de dos millones cuatrocientos mil francos en oro que se reunieron a sus barrilitos con los seiscientos mil francos de intereses compuestos que le habían procurado sus inscripciones


    48. Lo que inicialmente había interesado a Maynard en los bucaneros, induciéndole a llevar adelante su estudio de ellos, era su condición de supervivientes: hombres de mediocre talento y modestas aspiraciones que se habían procurado la existencia en una tierra dejada de la mano de Dios (expresión que en la actualidad sólo se entendía como metáfora, pensó Maynard), la misma que habría de convertirse en la más rica de las naciones


    49. Al entrar en el patio, yo había procurado apoyar mi vara sobre una de las paredes de mármol blanco, pulsando el clavo que ponía en marcha la filmación


    50. La baronesa había procurado disimular a los ojos de los criados sus relaciones con el Chacal, porque ambos sirvientes habían conocido al barón desde que era un chiquillo y le eran muy fieles













































    1. Moussa y yo procuramos retener la respiración y serenarnos en


    2. De la generación que procuramos pintar ahora bajo el punto de vistapolítico-moral, y de la que eran muestra genuina Leonardo Gamboa y suscompañeros de estudios, debemos repetir que alcanzaba nociones muysuperficiales sobre la situación de su patria en el mundo de las ideas yde los principios


    3. Pero si nosotros, el pueblo, seguimos atentamente la conducta de la nobleza desde los tiempos más remotos y poseemos anotaciones de nuestros antepasados referentes a ello, y las hemos proseguido concienzudamente hasta creer discernir en los hechos múltiples ciertas líneas directrices que permiten sacar conclusiones sobre esta o aquella determinación histórica, y si después de estas deducciones finales cuidadosamente tamizadas y ordenadas procuramos adaptarnos en cierta medida al presente y al futuro, todo aparece ser entonces algo inseguro y quizás un simple juego del entendimiento, pues tal vez esas leyes que aquí tratamos de descifrar no existen


    4. Procuramos limitar los gastos generales para quedarnos con todo el dinero dije


    5. Yo nunca la he oído y es una historia que procuramos ocultar a las alumnas


    6. Le estudié con ellos, y procuramos determinar aproximadamente qué tierras ya reconocidas había en aquella dirección


    1. Principalmente procuran para almorzarcazar un venado, y apenas lo bolean (pues es su modo de cazar), leagarran de las piernas y le dán contra el suelo un golpe, y dándole unpuñetazo en cada costillar, lo deguellan, no permitiendo que le salgasangre alguna, sino que se le vaya introduciendo todo por el garguero, ymedio vivo lo abren por entre las piernas, cosa que quepa la mano, yechándole fuera todas las tripas, sacan la asadura entera y se la comencomo si estuviera bien guisada, sorbiéndose el, cuajo, como si fuera unpozillo de chocolate


    2. procuran a la persona energías y experiencias que le ayudan mas tarde en su vida


    3. En la época modernalos escultores procuran


    4. Por eso acepta someterse a todas las humillaciones que le procuran los Pretendientes


    5. » Lo mismoque en la gota de agua las mónadas y los vibriones procuran arrancarsela presa unos


    6. procuran provisiones de boca, y de los que se veobligado á


    7. han tenido é tienencon los judíos, los cuales se precian que procuran de subvertir


    8. tambien ellos se aplícan á lo mismo;sirviéndose del medio de sus parientes, procuran


    9. Procuran, que en los indios enojosos,


    10. condiciones de frío y de calor, de sequedad y de humedad, desombra y de luz, procuran aclimatarse en su

    11. tienen vigilantes que los cuidan como nodrizas yprofesores que procuran hacer entrar un rayo de luz


    12. En Francia, los duelistas procuran presentarle al público de vez encuando un


    13. que procuran el acierto


    14. honroso y muyentretenido el que procuran la conservación y


    15. aquellos animales, y mientrasellos de fuera procuran echar por


    16. Procuran echar del gobierno á Cabeza de


    17. todo se lo consultan; en todo procuran interesarla; de todo


    18. -¡Viva Roque Guinart muchos años, a pesar de los lladres que su perdición procuran!


    19. Pero las bebidas alcohólicas son terribles para un abstemio sincero, porque le procuran visiones de ese infierno psicológico contra el cual trata de poner en guardia a los demás


    20. Carraspean, vacilan y procuran salirse del compromiso como pueden

    21. Para empezar, ¿por qué iban «ellos» a molestarse con el tedio de la existencia humana, y menos aún con el del gobierno humano? Ellos evitaban el dolor innecesario y los seres humanos procuran hacer lo mismo


    22. Los artilleros les dejan lo más duro del trabajo y procuran hacer lo justo


    23. No pueden llegar a las estrellas, así que procuran sacar el mejor partido posible a su situación


    24. Los que pueden procuran evitarlo


    25. De unos años a esta parte, los jueces hábiles procuran que se les indique qué agente han de nombrar, con el fin de rechazarlo y designar a otro que sea casi honrado


    26. Soy un rehén de la televisión, un esclavo de las señoras mayores que me miran con cariño y procuran no leerme para no recordar que soy lo que ellas preferirían que no fuese


    27. Cuando el jefe estima a alguien, los empleados procuran aventajarlo en ese sentido


    28. La mayoría de la parroquia es estuche de honorabilidades; soldados desertores, que allí mismo venden y negocian los uniformes, los chacos, las cartucheras y los marrazos; rateros prófugos, que allí ocultan, por lo pronto, lo diminuto y frágil apañado con sus artes e industrias; fletadores de tierra y de agua, de canoas y carros que meten más matute que mercancías declaradas; buhoneros y carcamanes, que regresan o parten a las ferias rurales; comerciantes al menudeo, de la vecindad, con más trampas y deudas que existencias en sus tiendas, a las que no pueden tornar, porque, injustamente, se las ha sellado el juzgado; infieles administradores de pulquerías, sin empleo, pero con odios, con reales y con revólver al cinto… En ocasiones excepcionalísimas y a vueltas de influjos y parlamentos con la dueña del ergástulo, algún pobrecito reo de homicidio que, aburrido de no saber si lo fusilarán o lo indultarán con veinte años de presidio, se fuga de Belén y allí lo albergan sus valedores mientras le procuran disfraces y seguridades


    29. Están haciendo en la ciudad edificaciones adicionales y procuran activar las obras a latigazos


    30. ‘Indiscutible; por eso los consejeros procuran que el príncipe no

    31. Sólo se trata de buenas personas que procuran hacer algo en favor de los intereses vitales de Basílica, y de algunos traidores que se empeñan en detenerlas


    32. Sabe lo que sucedió en el desierto, así como sabe lo que Issib y Zdorab procuran hacer con el índice


    33. Que estos dispositivos se aplican no sobre las trasgresiones respecto de una ley "central", sino en torno del aparato de producción —el "comercio" y la "industria"—, una verdadera multiplicidad de ilegalismos con su diversidad de índole y de origen, su papel específico en el provecho y la suerte diferente que les procuran los mecanismos punitivos


    34. —¡Viva Roque Guinart muchos años, a pesar de los lladres que su perdición procuran!


    35. Muchas personas sin hogar temen los centros de acogida y procuran evitarlos


    36. Desde entonces se explicó todo el mundo por qué la fuente del lugar trae a veces entre sus aguas como un polvo finísimo de oro; y cuando llega la noche, en el rumor que produce, se oyen palabras confusas, palabras engañosas con que los gnomos que la inficionan desde su nacimiento procuran seducir a los incautos que les prestan oídos, prometiéndoles riquezas y tesoros que han de ser su condenación


    37. Como verá, se procuran la ropa de abrigo con una destreza sin par


    38. Y ésta es la razón de que toda novedad extrema, tanto dentro como fuera de la empresa, exija justamente el tipo de pericia ejecutiva que las burocracias tradicionales procuran reprimir


    39. Las escuelas clandestinas para niñas funcionan de forma parecida y, dentro de lo posible, procuran seguir un horario y un programa escolar completo


    40. Luego lo conduce al hospedaje y con ruegos y órdenes manda a los que le albergan que se esfuercen por servirle, y ellos del todo lo procuran

    41. Y procuran ser discretos


    42. Pero los patronos procuran continuamente disminuir sus derechos


    43. Quizá el ejemplo de los judíos, de una colonia diferente, no sea aún bastante vigoroso para explicar cuán escaso dominio tiene sobre ellos la educación, y con qué arte acaban por volver (acaso, no, a algo tan sencillamente atroz como el suicidio a que los locos, cualesquiera que sean las precauciones que se adopten, vuelven y, salvados del río a que se han arrojado, se envenenan, se procuran un revólver, etc


    44. Los médicos que procuran darse cuenta de si un determinado medicamento disminuye o aumenta la acidez del estómago, de si activa o frena sus secreciones, obtienen resultados diferentes, no según el estómago de cuyas secreciones toman un poco de jugo gástrico, sino según que lo tomen en un momento más o menos avanzado de la ingestión del remedio


    45. —Ya veo; Pook maneja a los hombres rata con las riendas sueltas, y los delincuentes de la calle procuran mantenerse alejados del camino de la cofradía —razonó Entreri


    46. Se dice de las personas que en sus ajustes y tratos procuran engañarse


    47. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga


    48. —Estoy seguro de que aquí procuran los mejores cuidados a sus pacientes —prosiguió Ochs con afectación


    49. –Supongo que la gente prefiere recordar tiempos felices, es decir, tiempos más felices y, si no pueden recordarlos, procuran hacer que lo parezcan


    50. Pero en los racionales tiempos que corren -silenciado el horror que se desató sobre Dunwich en 1928 por quienes procuran por encima de todo el bienestar del pueblo y del mundo- la gente elude el pueblo sin saber exactamente por qué razón

    1. , en que memanda exprese mi dictámen sobre los establecimientos de la CostaPatagónica, en vista de los documentos y oficios que se han producidodesde que se dió principio al importante objeto de estosdescubrimientos, siendo el de mayor consideracion el de evitar que otracualquier nacion se pueda establecer en aquella costa, en graveperjuicio del derecho incontestable que tiene el Rey Nuestro Señor áaquellos terrenos: de que igualmente podria resultar el grandeinconveniente de que se internasen por aquel continente, procurando lacomunicacion con nuestras poblaciones inmediatas á la cordillera deChile: y que siendo este el fin principal, no es de menor consecuenciael útil establecimiento de la pescaria de la ballena, formándose unafábrica en lugar á propósito para conseguirse; sin perder de vista laextraccion de la sal, ramo tan considerable para el abasto de estaprovincia, como para la salazon de carnes que se mandan conducir áEspaña: lo que todo consta con evidencia por el contesto de las realesórdenes expedidas á este superior gobierno


    2. procurando imitar la cachaza y la prosopopeya de los eclesiásticos de cualquier parte del


    3. procurando que éste se hiciera patente en mi conversación, pues pensaba solicitar al final de la


    4. que más valía concentrarse en la sopa que estaba absorbiendo, procurando adivinar los


    5. “perfeccionar el modelo heredado del gobierno militar, procurando al mismo tiempo no sólo reducir los crecientes niveles de pobreza y desigualdad imperantes, sino también mejorar los niveles de acceso y la calidad de los servicios sociales” (Castiglioni, 2006:69)


    6. Entabló conversación con Amaranta, procurando esquivar el


    7. resultar el grandeinconveniente de que se internasen por aquel continente, procurando lacomunicacion con


    8. Huyeron los autores de él, procurando ocultarse; mas descubiertos ypresos en la


    9. dueña de casa está en poner encirculación danzante a las «planchadoras», procurando


    10. 3 de Octubre) 20 caballos con sus sillas, y mataron á algunos de ellos: por lo cual procurando los

    11. En esto, alzó los ojos y vio que su amo estaba parado, procurando con lapunta del lanzón alzar


    12. a que picase la yegua, y Sancho al rucio, y el carreteroa sus mulas, procurando todos apartarse


    13. procurando el ajuste de Carola


    14. —Lo creo—repuso el cura, procurando aparentar serenidad y


    15. procurando á ésta la partede bienestar ó felicidad á que puede


    16. La aplicaron á unarodilla del gigante, y el hombre subió sus peldaños con agilidad, ápesar de las embarazosas vestiduras, procurando que los


    17. escribiendo, superando en este génerolo que ya ha escrito, y procurando que


    18. Estos dosórdenes de ideas están separados por un abismo que solo se puedesalvar procurando la aproximacion con el uso simultáneo de unas yotras


    19. y procurando competir con esta en lamagnificencia: el Monarca,


    20. conviniera con el marqués y procurando hacercomprender a

    21. Don Paco, procurando y logrando no llamar la atención, dejó a Antoñueloa la puerta del


    22. La vuelta dá el malvado, procurando


    23. De la justicia, el caso procurando;


    24. En frente el Argentino, procurando


    25. —¿Pero es cierto?—dijo Lázaro, procurando disimular su turbación


    26. detuvo un segundo en elcentro del cuarto, procurando orientarse en vano; tocó una


    27. la puerta del cuarto, procurando en vano abrirla


    28. Y me enfrasqué en una descripción anatómica, procurando ponerla alalcance de las


    29. corriente, aceptaba las bromas, y lasde volvía, procurando, por supuesto, que no


    30. «¡Miau! ¡Miau!», procurando imitar elmaullido de los gatos y consiguiéndolo a

    31. —Bien limpias y cortadas a trozos se ponen en aguahirviendo, procurando


    32. Se cose con hilo fuerte, procurando que el hueco que han dejado loshuesos quede bien cubierto; se


    33. —¡Hola! Dije, procurando demostrar completa tranquilidad


    34. El Magistral, procurando vencer la exaltación que lehabía comunicado su


    35. síncope, le corrió por el cuerpo al ex-regente, mientrasañadía, procurando una voz serena:


    36. las que se llamande Castilla como de las del país, procurando


    37. Este, desdeñando la provocación y el insulto y procurando aún excusar unlance que le parecía


    38. hacerte una confesión sincera yamplia, procurando poner orden y concierto en mis ideas y


    39. exceso, procurando envolverle en unared de atenciones


    40. haciendo ver que laobligación y el cielo eran antes que todo, y procurando dar ánimo aPepita

    41. 3 Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya


    42. 31 Y procurando ellos matarle, fué dado aviso al tribuno de la compañía que


    43. 30 Entónces procurando los marineros huir de la nave, echado que hubieron el


    44. 21 Procurando las cosas honestas, no solo delante del Señor, mas aun delantede los hombres


    45. 31 Y procurando ellos de matarle, fué dado aviso al tribuno de la compañía,


    46. 3 Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando de establecer la suya,


    47. 21 procurando lo honesto, no solo delante del Señor, mas aun delante de loshombres


    48. Padres que allí residían,se retirasen procurando escapar de las


    49. misterios y preceptos de la ley de Dios, procurando


    50. procurando, no obstante, que a su tío no lefaltasen ciertos goces sin los cuales el













































    1. habitaciones y procurar dormir el mayor tiempo posible


    2. ¡líbrenos Dios de molestar en lomás mínimo á las personas cuya vida es tanútil al resto de los filipinos! Pero por poco versado queesté yo en las leyes, reales decretos, provisiones ydisposiciones que rigen en nuestro pais, no creo que pueda haber malninguno en secundar las altas miras del gobierno, en procurar su buenainterpretacion; perseguimos el mismo fin y solo divergemos en losmedios


    3. insultos y procurar pidiendo auxilio y por todos los mediosrechazar las injustas


    4. irracionales para procurar suconservación, tan útil á la sociedad


    5. presentar a los que sedesconozcan, intervenir como lazo de relación, procurar, en una


    6. losSagrados Libros, ora á procurar la corrección de costumbres, ofreciendoal pueblo


    7. iba a procurar conquistar la estimación y tranquilo afecto delas dos mujeres


    8. enojo, procurar por todos los mediosimaginables que le quedara


    9. servicio, solo esta respuesta les obligára á procurar vengarse


    10. mandaron uncomisionado a procurar un arreglo entre los beligerantes que ya estabana

    11. velar por la conservación de loscaminos y procurar la


    12. lorazonable es procurar salir de ella por un lado o por otro; y en


    13. procurar la curación de ellos


    14. Y el procurar ganar la plata y oro,


    15. Debieras dedicar menos horas al club y a loscaballos y procurar ilustrarte un poco


    16. —Pues en este asunto debieras procurar enterarte


    17. Se ha de procurar que quede bien cocido y el grano entero


    18. Al ponerse la pomada se ha de procurar que no penetre en los ojos


    19. «¡Ah, sí! ella estaba dispuesta a procurar la salvación de su alma, abuscar el camino seguro de


    20. persecución le dolía, eranecesario saber más, procurar el consuelo de aquel corazón

    21. ojos para contener el llanto, y sejuraba en silencio consagrarse a procurar la felicidad de aquel


    22. lo que lospadres quieren procurar a sus hijos no es la capacidad


    23. [38]en el cargo de aforadores, sirvan al casoá la renta cuando sea necesario; pero esta medida sola no llenael objeto en la forma establecida, porque viven entre los cosecheros,están con ellos en estrechas relaciones, y no puede de este modoconseguirse el fin de procurar evitar fraudes;


    24. gloria de Dios y procurar el bien delas almas; éstos eran sus


    25. lo que por su amor padeciesen; quedebían procurar el bien de


    26. El primer medio de que se valió fué procurar la muerte de los


    27. es procurar que estudie


    28. partiese para el Collaoá procurar de meter en su señorío á los


    29. sobre que era bien procurar, por lasvías á ellos posibles,


    30. procurar recibir otra vez las licencias para ganarse lavida en la iglesia?»

    31. procurar según lo extraordinario de lascircunstancias, y alegría por vislumbrar la


    32. indiferencia, y procurar una disensión entre los esposos


    33. Para ganar la voluntad del pueblo que gobiernas, entre otras has de hacer dos cosas: la una, ser bien criado con todos, aunque esto ya otra vez te lo he dicho; y la otra, procurar la abundancia de los mantenimientos; que no hay cosa que más fatigue el corazón de los pobres que la hambre y la carestía


    34. Valerio, por lo tanto, debía abordarlos y procurar retenerlos a la espera de que llegara la infantería


    35. Había únicamente que empezar a avanzar en las tinieblas, un poco a ciegas, y procurar hacer el bien


    36. Estaba contribuyendo a procurar que el hombre que llegaba a nuestra puerta tuviera la oportunidad que merecía


    37. ¿Y no era también un poco inconveniente que el archivero en jefe, cuyo deber era procurar al público, que llenaba constantemente las oficinas de la administración, locales convenientes, estuviera, en virtud de este empleo, en posesión de una enorme sinecura, lo que no le impedía ocupar al mismo tiempo un puesto en la Iglesia y poseer muchos beneficios, ser canónico en la catedral, etc


    38. Usted, por [166] su carácter y su entendimiento, debía procurar elevarse en vez de insistir en mantenerse a flor de tierra insultando a las clases altas


    39. Hemos de procurar interpretar correctamente esa afirmación


    40. ¿Qué se hace cuando un mosquito le atormenta a uno con su zumbido? Pues procurar matarlo

    41. Era necesario abandonar aquel hueco y procurar llegar a la entrada del túnel; pero ¿en qué forma? La lava había cubierto ya casi todos los bloques que bien o mal podían haberles servido de puente, y las bóvedas seguían desplomándose a consecuencia de las sacudidas


    42. —Creo, señora, que lo primero es procurar el bien de sus súbditos


    43. ¡Y mejor harías, en vez de procurar ponerte a salvo en pasar aquí el resto de la noche, que será para ti una noche bendita, una no­che de blancura!" Pero yo, más asustado y más tembloroso que nunca, sólo pensaba en la fuga, y me lamentaba, diciendo: "¡Estoy perdido sin remedio! ¡Oh hija de gentes de bien, o mi señora, quienquiera que seas, no me ocasiones la muerte con el atractivo de tus encantos!" Y quise escaparme


    44. El Padre Chisholm no tardó en percibir que las otras dos Hermanas estaban también en vías de procurar eludir su trato


    45. El señor Pao ha ido a la capital para procurar obtener promesas del nuevo Gobierno


    46. Su beatería y misticismo la inducían a procurar que su marido, elevado a la Presidencia de la República, dejase en paz a las personas y corporaciones [149] religiosas


    47. –También debemos procurar satisfacer las exigencias de los soberanos aliados


    48. Mejor procurar que sea una ocupación pacífica, antes que violenta


    49. Debían procurar siempre la cortesía y la elegancia; incluso a la hora de dar órdenes, que se solían impartir con expresiones como «gentil y dulce hermano»


    50. Y en España, le corresponde al Ministerio Fiscal promover la acción de la justicia en defensa de la legalidad, de los derechos de los ciudadanos y del interés público tutelado por la ley, de oficio o a petición de los interesados, así como velar por la independencia de los tribunales, y procurar ante éstos la satisfacción del interés social














































    1. amor que desde hace tiempo en silencio le profesas, y que, en tu delicadeza y castidad, procuras


    2. –Es evidente que contabas con ellos puesto que les procuras víveres -se disgustó el caballero itinerante-


    3. Durante un debate parlamentario el nuevo líder de la derecha, Antonio Hernández Mancha, cuyas peticiones de apoyo había rechazado Suárez de forma reiterada, le dedicó con irónica altivez de abogado del estado unos versos contrahechos para la ocasión que atribuyó a santa Teresa de Jesús: «¿Qué tengo yo, Adolfo, que mi enemistad procuras? / ¿Qué interés te aflige, Adolfo mío, / que ante mi puerta, cubierto de rocío, / pasas las noches de invierno oscuro?», En cuanto hubo concluido de hablar su adversario, Suárez saltó de su escaño y pidió la palabra: aseguró que Hernández Mancha había recitado mal todos y cada uno de los versos del cuarteto, luego los recitó correctamente y para acabar dijo que su autor no era santa Teresa sino Lope de Vega; después, sin más comentarios, volvió a sentarse


    4. Los dos amigos escogieron dos trajes parecidos que casi se ajustaban a su cuerpo, encargaron a su huésped que les pusiese unas veinte cintas en cada uno de sus sombreros y que les procuras e dos de esas fajas de seda, de listas transversales y colores vivos, con la cuales los hombres del pueblo, en los días de fiesta, tienen la costumbre de ceñir su cintura


    5. Los otros dos, y alguno más que vendrá después, andan a la husma de las procuras, y quieren estar bien con Mendizábal y con el Ministro de la Gobernación, D


    6. Como un sueño que se recuerda, todavía vivido y en movimiento al despertar, pero que desaparece cuando procuras evocarlo y se aleja cada vez más con cada esfuerzo que haces


    1. blandamente se apoderan del corazónmás recatado; procuro poner en paz los que sé que están


    2. quisieravivir en paz con todos; procuro respetar, la flor y el insecto; pero sinapercibirme, ¡cuántos seres


    3. Todos los días leo las Confesiones, que procuro imitar en lo


    4. que empiezan o terminan con el teufel! Yo procuro entreabrir los


    5. —Decid más bien que procuro ser siempre justo, repuso el príncipeEduardo


    6. Con todas estas consideraciones procuro hacer aborrecible el amor deesta mujer; pongo en


    7. –Trabajo en él todavía y procuro aumentar el número de suscriptores


    8. Procuro llegar al conocimiento de su medio ambiente, su evolución, su salud


    9. Aún hoy, con todo lo que he visto y lo que sé, procuro mantenerme a distancia de los esmeralderos, pues aprendí que el suyo es otro mundo y les pertenece


    10. Procuro ir a la primera misa de la mañana, la de los pobres y de los soldados, porque a esa hora la luz en la iglesia parece venir directa del cielo

    11. Igual que un periódico o una revista, es sólo un medio de comunicación, por eso procuro atrapar al lector por el cuello y no soltarlo hasta el final


    12. —Yo sé bien dónde las digo… Mi conducta en palacio es irreprochable y procuro imitar el talante de mi hermano que tanto agrada a mi padre


    13. —En Roma procuro no estar al sol, por eso el año pasado hice que me instalaran un dosel en el tribunal de pretor


    14. Allá se me va toda el alma; y cuando procuro convencerme de que estoy libre, de que puedo hacer manifestación de mis sentimientos y ser dichosa, me encuentro paralizada por el deber, por una obligación contraída legalmente y santificada por la religión


    15. Procuro que ponga los pies en el suelo, pero es muy difícil —contestó Aurelia


    16. Procuro que reciba usted una información completa y detallada sobre las opiniones del señor Osborne


    17. –Normalmente me salen en el momento, y aunque a veces me entretengo en meditar y preparar estos pequeños y elegantes cumplidos para poder adaptarlos en las ocasiones que se me presenten, siempre procuro darles un tono lo menos estudiado posible


    18. Y en la estúpida «caza» de los coin procuro animarme:


    19. En todas estas creaciones procuro verlo a Él y a sus mercedes


    20. Procuro pensar sólo que Antonio está viviendo unos días en otro lugar, que esos días, pocos o muchos, son también su vida y que el lugar donde está es uno de los lugares posibles para la vida de cada uno de nosotros»

    21. –En Roma procuro no estar al sol, por eso el año pasado hice que me instalaran un dosel en el tribunal de pretor


    22. –Pero yo procuro que los testigos hablen por sí solos


    23. Procuro que ponga los pies en el suelo, pero es muy difícil -contestó Aurelia


    24. En los días inmediatamente posteriores, procuro informarme


    25. «Sólo los muy guarros no hacen la cama», me dijo una vez, y desde entonces procuro acordarme


    26. Yo procuro no causarlos gratuitos, ni irreversibles


    27. —Pues, ¿éste es el cuento, señor barbero —dijo don Quijote—, que por venir aquí como de molde no podía dejar de contarle? ¡Ah, señor rapista, señor rapista, y cuán ciego es aquel que no ve por tela de cedazo! Y ¿es posible que vuestra merced no sabe que las comparaciones que se hacen de ingenio a ingenio, de valor a valor, de hermosura a hermosura y de linaje a linaje son siempre odiosas y mal recebidas? Yo, señor barbero, no soy Neptuno, el dios de las aguas, ni procuro que nadie me tenga por discreto no lo siendo; sólo me fatigo por dar a entender al mundo en el error en que está en no renovar en sí el felicísimo tiempo donde campeaba la orden de la andante caballería


    28. Ya lo procuro, pero cada vez que pienso en el señor Geraldy…


    29. –Eso es lo que procuro hacer – repuso Juan-


    30. Eso es lo que procuro meterte en la cabezota

    31. Pero procuro reponerme


    32. Yo sólo procuro estar entre los vencedores


    33. –¿Qué? – Procuro no dejarme llevar por el pánico, pero al instante pienso en Amanda Parker y en que las mujeres de sociedad tienen como deporte robarse hombres unas a otras


    34. No deja de tener gracia como lo describe el príncipe de Bénévent: «A las distracciones que les procuro, en las que nadie me ayuda, se añaden para ellos los consuelos de la religión; el infortunio enciende la fe y hace el alma más sensible


    35. Carezco de la obsesión por la puntualidad del rey Carlos, procuro cumplir mi horario


    36. ahora sigue tú al timón, mientras yo procuro entendérmelas con la maldita radio


    37. El señor Linden y la señora me pagan bien, y yo procuro no hacer preguntas sobre lo que deciden


    38. Procuro desterrar esa práctica


    1. Procurábamos amortiguar el ruido de nuestros pasos mientras vigilábamos a distancia sus bultos negros, cuidando no perderlos de vista Por suerte iban confiados y seguían una ruta clara: de la calle de Tudescos a la de la Verónica, y por ésta al postigo de San Martín, que recorrieron a todo lo largo hasta San Luis de los Franceses


    1. procuré disuadirla,y tanto la dije, que al fin ha renunciado á su propósito


    2. a la hermana a la conversacióndel día anterior, para lo cual procuré que nos


    3. Procuré hacercon ella el menor daño


    4. Procuré también que a los corregidores y cabildos se les tratara


    5. desaseo con que setrataban en sus casas, procuré que a los


    6. las gentesque tienen buena salud al reposo en la cama, procuré


    7. Y en ella procuré siempre agradarte


    8. ¡Ay! ¿Por qué no presté más atención cuando mi padre me enseñaba las antiguas letras? ¿Por qué no procuré ser más sabio, en vez de perder el tiempo en vanas ocupaciones? ¿Por qué se me infligía aquella aflicción? ¡Estar tan cerca del objetivo y no poder alcanzarlo!


    9. Procuré no prestarles atención, pero si no eran ellos eran las pestañas de Saxony en el espejo del mostrador


    10. Desfallecí de consternación y, reclinándome en el respaldo con desaliento, cerré los ojos y procuré recuperar el ánimo

    11. Y, como cada día soportaba menos el señoritismo andaluz con su deliberada profesión de gracioso, procuré rehuir la compañía de aquellos ocasionales amigos, ya contaminados de las peores tradiciones de la buena sociedad local


    12. Antes de empezar la encuesta judicial tuve una charla con el inspector Japp, quien me aconsejó mucha reserva, y por eso procuré contestar en términos generales


    13. Procuré que la brisa moviera la tela de mi vestido y el sol de la tarde me diera un aspecto de sosiego, muy diferente a la hembra glotona que lo atormentaba por las noches


    14. Procuré ordenado todo lo mejor que pude y trabajé casi hasta la noche


    15. En lo alto de los muros había soldados de guardia; procuré no mirarlos


    16. Para olvidarme del Zahir, procuré informarme con uno de los empleados que estaba en el andén


    17. Al entrar por la puerta de Jerez, procuré apartarme lo más posible de la turbulenta oleada que marchaba hacia el corazón de Sevilla, con objeto, según oí, de destrozar el salón de sesiones y el café del Turco, donde se reunían los patriotas


    18. Después de decir esto y de romper en seis pedazos mi abanico, que ya lo estaba en cuatro, procuré tomar una actitud aparentemente serena, pues el caso requería en mí la grave majestad del que condena, no la atolondrada cólera y pueril turbación del condenado


    19. Me puse en pie, procuré mirar a mi alrededor y reafirmar mi sentido por el medio más simple, incluso intentando contar las casas que tenía a la vista


    20. Agaché la cabeza hasta tocar la hierba con la frente y procuré por última vez aclararme, para lo cual intenté rezar

    21. Procuré hablar con toda despreocupación cuando entró en mi dormitorio


    22. Como todos los demás días del juicio, a la mañana siguiente procuré estar en mi puesto antes de que el juez hiciera su entrada


    23. Procuré controlar la respiración, pero pasó un buen rato hasta que recuperé el ritmo normal del pulso


    24. del pueblecito, acabando por regresar al hotel, donde me tumbé en el sofá y procuré interesarme en una novela policiaca


    25. Procuré adoptar un aire tan despreocupado como me fue posible, pero no había olvidado las advertencias de la mujer, a pesar de no haber hecho caso de ellas, y no les quitaba el ojo de encima a mis dos acompañantes


    26. Procuré retener el llanto pero no pude


    27. En esa ocasión, y consciente de que el capitán Alatriste miraba desde lejos, salté al sambequín de los primeros, seguido por el moro Gurriato, y procuré distinguirme cuanto pude a la vista de todos; de manera que fui yo quien cortó las escotas de la presa para que nadie las cazara, y luego, llegándome al patrón entre los tripulantes que esgrimían chuzos y alfanjes —aunque sin mucho denuedo, pues flaquearon cuando nos vieron abordar—, dile tan buena cuchillada en los pechos que medio expiró el ánima, justo cuando abría la boca para pedir cuartel, o eso me pareció


    28. Y le miré la presión sanguínea; la escuché, y procuré darle la impresión de que me interesaba mucho su situación


    29. Al mencionar Massilia me puse tenso y procuré no pensar en el error que había cometido en la posada


    30. Aunque procuré no llamar la atención, tuve que golpear constantemente la aldaba de metal

    31. Procuré entablar conversación con los


    32. Por supuesto, y curándome en salud, procuré mirar lo menos posible hacia el postizo de Pilato…


    33. Tras los primeros días en que procuré estrechar mi amistad con el animal, procedí a ocultarme


    34. Pero, indisciplinado y anárquico, procuré que las “riendas” de los “salvajes caballos” que me disponía a montar estuvieran en todo momento bajo mi único y exclusivo control


    35. Procuré enterarme de qué manera había reaccionado el público ante la aparición de los monstruos celestes


    36. Limpié la sangre del triclinio y procuré dejar todo en orden


    37. A continuación le interrogué detenidamente y pormenorizadamente sobre las fortificaciones de Raba, y al hacerlo procuré recordarle, sin que él se diera cuenta de que lo estaba haciendo, que yo era un general de gran experiencia y renombre, a quien él tenía la suerte de estar dirigiéndose como a un igual


    38. En recepción, reacia a llamar la atención de Laura Huckaby, procuré ponerme la última


    39. Verles me lastró el ánimo, y procuré no pensar en ello ni sentir aquel peso


    40. Procuré entrar en el bar sin sufrir demasiados arañazos y le pregunté al encargado:

    41. Procuré adoptar una expresión de gravedad


    42. Fruncí el entrecejo y procuré poner la mayor cara de sufrimiento posible


    43. En cualquier caso, decidí que se había enamorado de mí de una manera malsana, y procuré mantenerlo a distancia para impedir que aquello acabara teniendo consecuencias desagradables


    44. Impulsada por este temor, tendí una mano hacia la suya y procuré que me la estrechara


    45. En vano procuré observarlas a través de un pequeño agujero producido en el muro; arrojadas sobre un poco de paja y en uno de los más oscuros rincones, permanecían un día y otro descompuestas e inmóviles


    46. Pero procuré evitar que la expresión de mi rostro mostrara con qué nitidez recordaba la sensación el fuego en mis venas


    47. Procuré mantenerme sereno y no pensar en lo que pudiera depararme la hora siguiente


    48. No me daba tiempo a hacer una cosa esmerada, con toda clase de detalles, como solíamos enviar a la mayoría de los clientes para darles la impresión de que no gastaban el dinero en balde, pero procuré conferirle la debida amplitud y claridad


    49. A la sazón, habíase desvanecido por completo mi aburrimiento, pero procuré reprimir todo destello de animación en la mirada


    50. Fui la primera en descubrirlo y procuré mantenértelo en secreto cuanto pude























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    procurar in English

    see go for strive for

    Synonymes pour "procurar"

    esforzarse acometer emprender