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    Utiliser "recoger" dans une phrase

    recoger exemples de phrases

    recoge


    recogemos


    recogen


    recoger


    recoges


    recogido


    recogiendo


    recogí


    recogía


    recogíamos


    recogían


    recogías


    recojo


    1. que se recoge información biométrica de un sujeto


    2. se recoge incluso la información referente a las reservas de


    3. abren una interrogación que él recoge


    4. Precisamente, en el debate sobre “Políticas de Comunicación 94-98”, que sostuvieron tres candidatos a la Presidencia de la República, en octubre de 1993 el periódico del Colegio de Periodistas “Primera Plana”, que recoge las principales líneas expuestas, señala en su portada: “Anuncian Política de Comunicación para el próximo Gobierno”


    5. y Aragón el que recoge lasaguas torrenciales en balsas para el riego


    6. La sonda de exploración recoge y analiza todo tipo de


    7. juez del orden quien recoge declaraciones de cada


    8. El oficial Imlhor recoge la autorización entrando en un


    9. Nhara recoge toda la información disponible de la


    10. es de quienprimero lo recoge

    11. humana no la recoge paraalimentar la ciudad entrando en la circulación subterránea


    12. ¡Bravo, midigno matador, bravo! recoge la flor de almendro que tu amada te haechado mientras juntaba las manos para aplaudirte


    13. perosiempre se recoge gloria y


    14. existencia; conocieranque el mas precioso fruto que se recoge en las regionesfilosóficas mas


    15. algo de eseimpudor que se recoge al paso, y aumentaron su


    16. A las seis se recoge, se quita el sobretodo, se calza


    17. Durante su larga permanencia en Asia recoge todos los


    18. expresiónque imponen las circunstancias, y se recoge y vuelve a


    19. discutí también con el que recoge las entradas porqueacudió en su defensa


    20. Antonio cuando recoge al niño

    21. ELECTRA ( entonando una salmodia de Iglesia, recoge los


    22. El gaucho se recoge,


    23. perorador en un pequeño círculo, y un gran puebloansioso de palabras la recoge, la


    24. Primero se recoge la


    25. Recoge lo que puede de su hacienda;


    26. Dan sobre él los del Cuzco y Guayaquil, y se recoge á una


    27. puestos depolicía, recoge los presos detenidos durante la noche,


    28. Recoge lasnubes y nos


    29. mitad de lo que se recoge


    30. También se recoge gran cantidad de miel, brea y almáciga

    31. tierra y se recoge el fruto


    32. ¿Cuándo se recoge la fruta?


    33. La mejor estación para la siembra es entrejunio y septiembre, y la raíz se recoge ocho meses y


    34. El primogénito recoge el cuerpo, doblado sobre el barandal de latribuna, y sonríe desvanecido,


    35. Oliveros muestra los dientes albos, jóvenes, fuertes, con un gestolleno de violencia, que recoge los


    36. ( Recoge los papeles


    37. Esto que se recoge, es el tabaco,


    38. El agua, que se recoge en un hoyo que se hace en el pié del troncoque se ha cortado, se dice ser buena para la contracción del miembroviril, enfermedad singular (colo-colo), que no deja de ser frecuenteen las


    39. Todo indio á la muerte del día, recoge su espíritu y pronuncia unaoración mirando al Oriente


    40. lo sabe, son hijos de un momento de inspiración;el oído los recoge y la memoria los perpetúa

    41. Pepita recoge la carta y los cuadernos y se marcha murmurando a su habitación:


    42. Tensi recoge la llave que ha caído al suelo


    43. Pepita recoge las cartas y la sentencia, besa el trocito de tela antes de guardarlo todo en la lata, y contesta que es un recuerdo


    44. Las noches en que se emborracha ritualmente con un polvo sorbido por huesos de pájaros, el Capitán de los Indios se hace bardo, y de su boca recoge el misionero jirones del cantar de gesta, de la saga, del poema épico, que vive oscuramente -anterior a su expresión escrita- en la memoria de los Notables de la Selva… Pero no debo pensar demasiado


    45. Eusebi Ayensa i Prat recoge algunas expresiones y tradiciones: «En el Epiro, para envalentonar a los niños cobardes, se les dice a menudo: “¿Así reconquistaremos Constantinopla?” [


    46. En el momento en que Johnny va hacia allí y recoge su maleta


    47. Con los ojos fijos siempre en Harwood, Johnny se inclina y recoge la fotografía de Dicky


    48. —Ve a mi casa y recoge la Biblia que hay en la estantería del pasillo, la que tiene las puertas de cristal


    49. Algo sobre los inescrutables planes del cielo, sobre arrojar el pan al agua, sobre que se recoge lo que se siembra o que las cosas vuelven tan pronto como se van


    50. Recoge el objeto en forma de cubito de hielo y se asombra de lo pequeño e inofensivo que parece en la palma de su mano: alumbre purificador














































    1. "Recogemos información de inteligencia y actuamos en consecuencia", "Pero no son parte del gobierno", objetó Jack,


    2. Del «Magazine» dominical del diario de El Mundo recogemos el siguiente reportaje dedicado a varias vírgenes consagradas


    3. Justo en ese momento suena el timbre de la mañana, así que recogemos nuestras bolsas


    4. Recogemos gran cantidad de información


    5. O recogemos el dinero esta noche o nos veremos sin un centavo y con una acusación de secuestro si nos cogen


    6. Recogemos nuestros shador y nuestras cámaras y salimos a la calle, camino de lo que en el campo llaman ‹la clínica›


    7. Recogemos la maleta de Meme en el aeropuerto, sin más complicación y con gran alegría por su parte


    8. Recogemos del suelo nuestras bolsas de viaje y salimos fuera, donde nos saluda, expresivo y emocionado, el vecino taxista


    9. —¿Nos tomamos una cerveza en el Rico y la recogemos?


    10. Como objetivos primordiales recogemos igualmente las reivindicaciones que han venido haciendo a lo largo de los años los demás colectivos transexuales del Estado Español:

    1. El antiguo testamento es un conjunto de libros que recogen parte de la historia de


    2. ejemplo el sermón de la montaña, y muchas parábolas recogen bastante fielmente lo


    3. oídos totalmente tapados y recogen el cadáver y lo llevan a la


    4. Los datos que se recogen como parte de un proceso


    5. Cuáles fueron las impertinencias? Las que dejamos relatadas y que recogen algunos historiadores? 0 hubo más en el fondo del conflicto?


    6. que recogen el remordimiento


    7. Varias mujeres quetienen en la cuneta puestos ambulantes de pañuelos, recogen a escape sucomercio, y lo mismo hacen los de la gran liquidación por saldo, a realy medio la pieza


    8. unidades de jueces y senadores que recogen todas las


    9. Hoy los habitantes recogen la cantidad suficiente para ellos, de arroz,de maiz, de yucas, de bananas, de


    10. creciendo por laestension que toman los cacahuales, los indígenas solo recogen lo queles basta para

    11. Entre tanto, cada año se recogen allí en copiosa cantidad los huevos detortuga de agua dulce[1], tan


    12. recogen tan solo para ofrecerlo álos administradores, ó para el gobierno


    13. abundancia de mieses, dondelos gorriones recogen alimento


    14. recogen sus baterías, y embridan susjamelgos los curas, los jándalos y los señores de aldea; y


    15. se refiere átodo el linaje humano, ¿cómo se recogen los votos de toda lahumanidad? si el


    16. que recogen en lagañanía; no se lavan la cara, comen mal; pero


    17. no siembran y sin embargo recogen, mientrasmillones de seres


    18. no eran pelambres de losque entran en Madrid con el saco al hombro y recogen la


    19. Para que el sobrante de los frutos y efectos que se recogen y


    20. fruto vuelven por allí y recogen lo que hallan; lassemillas que

    21. que lleva la custodia, y detrás los muchachos lo recogen


    22. que los señores se recogen


    23. Los soldados de Santa Cruz recogen V


    24. Van de gorra a los teatros, recogen los pedazos de tela quetiran en


    25. cuenta la calderilla, se barre el puesto y se recogen losrestos; el olor de cenas y guisotes que salía


    26. Hallábase, pues, como unacriatura que se pierde en la calle, y a la cual recogen


    27. llenar los algibes en que [47]la recogen, ni tenian rios, niotra


    28. purificada por las azoadas emanaciones que recogen aquellosal recorrer las elevadas y espesas frondas


    29. Tiaong, es pueblo rico, cosechándose arroz en gran cantidad, quellevan á los mercados de Batangas; café recogen en bastante númerode cabanes, cuya cosecha por lo general se compra por adelantado


    30. Las plantas recogen los fotones y convierten la energía solar en energía química

    31. Recogen prendas de abrigo para mujeres y niños: chaquetas, abrigos, jerseys, toda esa clase de prendas


    32. Para soltarla del todo, los expertos mueven la sartén con un vaivén sincopado de buen bailarín y luego, de un brusco golpe de muñeca, la lanzan por los aires y la recogen volteada, así se dora bien por ambos lados, pero cada vez que lo he intentado me cae en la cabeza


    33. Sagrado entrega a su general el "Parte de la acción de Krasny Bor del 10 de febrero", en él se recogen las 3


    34. el buen paso marcial de los soldados que iban a llevar la orden prendida en lo alto del fusil; el coro sordo de los mercados al concluir las transacciones, cuando se cuenta la calderilla, se barre el puesto y se recogen los restos; el olor de cenas y guisotes que salía por las desvencijadas puertas de las casas a la malicia, y el rasgueo de guitarras que sonaba allá en lo profundo de moradas humildes; la puerta sobre la cual había un nombre de mujer groseramente tallado con navaja, o una cruz o un cartel de toros, o una insignia industrial, o una amenaza de asesinato, o una retahíla de palabras groseras, o una luz mortecina indicando posada,


    35. Representa una madre y una niña que recogen arándanos


    36. La velocidad espacial de aquellas estrellas de la tabla 25 que se acercan a nosotros se recogen en la tabla 26; la de aquellas estrellas de la tabla 25 que se alejan de nosotros, en la tabla 27


    37. Los moabitas y amonitas eran pueblos emparentados por lengua y cultura, y los autores bíblicos recogen tal relación haciéndolos descendientes de Lot, el sobrino de Abraham


    38. En las versiones cristianas de la Biblia, los libros del Antiguo Testamento que siguen al Cantar de los Cantares recogen la obra de dieciséis profetas que, al parecer, vivieron durante el período de tres siglos que va del 750 al 450 aC


    39. Unas «células» familiares que no son en realidad células de los tejidos ordinarias, las tenemos en los glóbulos rojos de la sangre, que recogen el oxígeno en las membranas pulmonares y lo transportan hasta las células de los tejidos


    40. Junto a la carretera, mientras recogen el equipo, escuchan la discusión por la radio

    41. Las doncellas recogen la ropa sucia, dejan otra limpia sobre el arcón y apagan las luces cuando se marchan


    42. La superficie que quieres esconder está cubierta con paneles planos equipados con sensores que recogen información del entorno y de los cambios de luz


    43. Los recogen en las calles


    44. Los jueces no pueden castigar a los políticos infractores, ya que estos documentos recogen únicamente recomendaciones sin carácter vinculante


    45. En su camino hacia las bicicletas, Ginés y María recogen los suyos, que habían dejado precipitadamente sobre sus respectivos asientos


    46. Dos de ellos recogen el cuerpo caído y lo tiran sin ceremonias en la caja de uno de los camiones


    47. 1 Se recogen en esta parte artículos en los que por diferentes causas haya una significativa alteración respecto a los originales en los libros antológicos que los reprodujeron


    48. Él tenía de ese polvo de oro que recogen allí en las grietas de las rocas


    49. Varias mujeres que tienen en la cuneta puestos ambulantes de pañuelos, recogen a escape su comercio, y lo mismo hacen los de la gran liquidación por saldo, a real y medio la pieza


    50. Jesús no tuvo mujer ni hijos, y los Evangelios no recogen la razón de su asociación con María Magdalena











































    1. levantarse todas las mañana para recoger el que comerían


    2. debería de levantarse y recoger su propia porción, según lo


    3. intentar ganar la apuesta, recoger el guante que me arrojaba el destino


    4. supuesto, el aporte principal, pero no carecería de interés y de oportunidad recoger las colas


    5. Si bien Moussa tuvo la serenidad de recoger su arma


    6. tiempo, vayamos al depósito a recoger la munición


    7. la muerte, y a recoger los testimonios de estas personas, como el psiquiatra y


    8. estará deseoso de recoger la justa recompensa de sus buenas acciones


    9. El nuevo testamento por su parte es un intento de recoger la tradición oral sobre


    10. recoger las cosas a toda velocidad

    11. computadoras) para recoger toda la información relativa a


    12. información permitía recoger sobre las personas


    13. Se llegó a recoger


    14. Las grabaciones no podrán nunca recoger


    15. No había acabado de recoger el plato


    16. a recoger la casa y fregar los cuatro


    17. empeñada en recoger los restos de un adagio de la Biblia de Yacob


    18. La historia no alcanzó a recoger los nombres de muchas heroínas desconocidas que sucumbieron en los combates, o que cayeron en manos del ene- migo, pagando con la vida su ferviente amor a la libertad


    19. Luego regresaron para recoger la caja


    20. A medida que los robots recoger las cajas con Grailem del microchip encuentra que es fácil resbalar a bordo de la nave

    21. puedo llevar mis hijos/as a una guardería pero a alguna hora del día los tendré que recoger


    22. Luego, con el objetivo de aumentar la probabilidad de recoger la información para los 18 países en estudio, utilizamos los datos de un período de seis años, de 1999 al 200


    23. trabajo de recoger la cosecha


    24. empleado eldía en hacer refrendar su pasaporte, en recoger


    25. Lospájaros se citaban al mediodía para recoger las


    26. recoger el estiércol de lascasas, y quería que Nelet le dejase limpiar la cuadra


    27. que uno de los del gremio hizo parar una vez laprocesión para recoger del palio una pasita que se


    28. mandando recoger los heridos! Creo que hasta los muertos se levantaban para gritar «¡Viva el


    29. Marquesa de Leiva, al recoger a la señorita Inés,


    30. me he permitido recoger lasextravagancias de los tres y

    31. lohabia enviado á recoger el ganado que con el temporal se les habiadesparramado: que los toldos del dicho Guayquitipay estaban inmediatos:que eran 25, y 15 del cacique Alequete, pero que estos estaban un


    32. Tambien en este se pueden fabricar balsas óalgibes en que se puedan recoger las


    33. Para asegurarme mas del concepto formado en el asunto, quise recoger losdictámenes de los pilotos y


    34. poética a lahistoria patria; por recoger en su obra cuanto viene a


    35. debiendo como misión recoger todas las emisiones posibles


    36. Los hermanos que paseaban las calles para recoger las limosnas eran delos de más


    37. Pero conviene recoger algunas observaciones del licenciado FranciscoAgustín


    38. portentosa,logrará Amor recoger también en sí la vida y


    39. han permitido, como nos lo dice élmismo, recoger todas las innumerables plantas que encontraba en


    40. yayudaban á recoger las cosechas, ocupándose al mismo tiempo de lasfaenas domésticas

    41. á recoger el cuerpo de supadre, y sublevó inmediatamente á los Canichanas contra el gobernador,que se


    42. Los indígenas recorren de tiempo en tiempo los numerosos bosques con elobjeto de recoger la cera de


    43. venido a recoger a aquel su castillo,donde vivía con su hacienda y con las ajenas, recogiendo en


    44. volvieron a recoger la soga con mucha facilidad y sin peso alguno,señal que les hizo imaginar


    45. Con objeto de recoger hasta la última gota del precioso líquido, losingenieros cavan á lo lejos las rocas para sorprender en su curso elpequeño hilo de agua que corre por las hendiduras interiores y el escapede vapor


    46. porentre las piedras y luego desaparece bajo la arena, en la que elcampesino practica hoyos para recoger las últimas gotas del preciosolíquido


    47. Dorotea empezó á recoger en silencio sus joyas y sus trajesy á guardarlos en los


    48. tierra,establecido en sus mismas posesiones, aficionadoá recoger noticias y formar estados


    49. equipajes, otros ocupados en recoger lamparillas de los coches,


    50. empezó a recoger del suelo elmapa y las banderitas, mientras














































    1. –¿Siempre recoges a tus hijas del colegio?


    2. –Podría tratar de entretener a Leapman mientras tú recoges el cuadro


    3. Ellas se colocan a cuarenta pasos de ti, tiras al aire un mazo de cartas, ellas disparan, recoges las cartas del suelo, y al final te encuentras con cincuenta y una cartas normales y una con dos agujeros en el centro


    4. «¡No, esa no es la gran pregunta, Tora! La gran pregunta es: ¿por qué no recoges tus bártulos y buscas una habitación donde pasar la noche?»


    5. Llamas al ordenador central, marcas el código y recoges tus mensajes


    6. Lo recoges y haces con él lo que quieras


    7. —¿Por qué no te recoges las enaguas en los muelles de pescadores? —gritó al tiempo que salía casi corriendo antes de que pudiera golpearlo


    8. –Pues te levantas y los recoges tú, listo


    9. Mientras, recoges tus cosas y te deslizas hasta la puerta


    1. antes quiero asimilar bien la luz de este mundo, beberme su agua que ha recogido los rumores


    2. dorado cercando el busto, unos pendientes verdes con colgantes, el pelo recogido, una pulsera


    3. mensaje fundamental está recogido en las máximas


    4. comunicaciones está recogido en la Constitución española


    5. recogido por la Constitución, de que se limitará el uso de la


    6. había desmaquil ado y recogido el pelo


    7. Tenía el pelo recogido y se le veía una de las orejas, pequeña, perfecta, los labios


    8. muchachos que se habían recogido en él


    9. Pañuelo a la cabeza,mantón bien recogido sobre los hombros, y a la calle


    10. Aquí, el exceso de acidez será neutralizado fisiológicamente (con bicarbonatos, principal tampón extracelular), será recogido por la sangre que llega en pequeños vasos hasta la MEC, para ser eliminado a través de pulmón (que ajusta la frecuencia respiratoria) y riñones (ajustan la tasa de eliminación de ácidos)

    11. Cuando la abuela se hubo recogido, y ellas bajaron


    12. los que te han dicho que yo la he recogido


    13. Yo sé que la habéis recogido; yo sé que está en un convento; yo sé que su boda con el conde de


    14. Por cierto que en el mismo asilo de caridad que mi padre yBelarmino está recogido un


    15. El vocabulario recogido por Escobar lleva las siguientes líneaspreliminares:


    16. había recogido en el pasado año nuevos habitantes, ynuevos


    17. instrumento; porque, en caso detriunfo, hubieran recogido el fruto de una sublevación


    18. Después que han recogido lo que les tocó de gracia enherencia ó en mandas, van a la fuerza ( amidos) á


    19. Todos los operadores han recogido los informes efectivos


    20. en mi recogido hogar que aquello que está sucediendoen los dilatados ámbitos del

    21. atencion escrupulosa con la cual se ve que, en los lugaresimportantes, este celoso viagero ha recogido las


    22. Fue recogido de los cabreros con buen ánimo; y, habiendo Sancho, lo mejorque pudo,


    23. mal el pobre gobernador, el cual, en aquellaestrecheza recogido, sudaba y trasudaba, y de todo


    24. Puerta de Moros, recogido en casa de unaverdulera, tía suya,


    25. todo lo recogido cuando entró en la ciudad de Méjico al frentede su división del Oeste, ¡y bien


    26. abajo de la ilusión formada por eldato recogido


    27. el lodo de los pantalones, ycuando su hermana ha recogido con gran esmero el balandrán y lascamisas,


    28. Hallando en la iglesia muchosCapitanes que se habían recogido para tratarlo que habían de


    29. noticias políticas quehabía recogido desde la separación, y contestandolas recibidas de Londres


    30. laguarnicion de los Catalanes que Roger habia dejado, y alzádose con sustesoros que habia recogido dentro de la Ciudad

    31. Tuvole el Infante por disculpado, yFernan Jimenez despues de haber recogido los suyos, se fué


    32. hermano del Rey de Francia, mantuvieron elpuesto de Casandria, sustentándose de las correrias, y entradas quehacian la tierra á dentro, hasta llegar á Tesalónica donde estaba laEmperatriz con toda su Corte, con todas las riquezas y tesoros delImperio de los Griegos, que esta ambiciosa mujer habia recogido


    33. niega su origen español, porque el Gobierno español, dice,la ha recogido después de


    34. hombrecompacto recogido, obtuso, que se mantiene en la capa inferior de laatmósfera


    35. recogido y educado, sentía hacia suprotector una afección sin


    36. niño pobre recogido por caridad


    37. Por delante, recogido el


    38. En el Ibiaza, pues, se ha recogido,


    39. En la Merced estaba recogido


    40. Lo había recogido en la pila de

    41. momiasen el mundo, recogido a tirones y rematado en una


    42. —Estamos en el lugar más recogido del laboratorio de la


    43. Algo había en el lugar solitario y recogido, así como en la


    44. púsosea repicar sobre el tapiz oriental un loco chapineo, tan recogido quehubiese


    45. botín recogido en su largacampaña del sur


    46. remendones que aprovechan el calzado viejo recogido enlas calles


    47. había recogido en el taller


    48. El Magistral oía ahora recogido en un silencio contemplativo; apoyaba lacabeza, oculta en la


    49. asfalto, y él, con lamano izquierda en el bolsillo del pantalón, recogido el borde de


    50. recogido, amplio y largo el faldón y muy subidas lassolapas,














































    1. En el centro,medio arrodillada, esta la quinta ordenando o recogiendo paquetes delana desparramados por el suelo, y al fondo, en otra segunda estancia depiso realzado, en una atmósfera más clara que la de la acciónprincipal, envuelta en los rayos del sol que penetran por la izquierda,hay dos damas de gentil talante entretenidas en examinar un tapizcolgado del muro y otra que mira de frente como atraída por la hermosurade la trabajadora del primer término que desenreda la madeja de ladevanadera


    2. Pensé que un paseo por la playa, recogiendo el plácido sol poniente, me haría el mayor bien


    3. hermanos, recogiendo este hecho en sus escritos sin ningún pudor, lo tuvieron los


    4. El hijo o el yerno iba recogiendo objetos variados de


    5. recogiendo una cantidad de datos del usuario que en


    6. que toda esa información se está recogiendo


    7. se confeccionan recogiendo mucha más información de la


    8. espíe lo que hace el usuario, recogiendo información


    9. lentamente ante el público, recogiendo los aplausos


    10. Ahora se hallaban en la morgue recogiendo el despojos de Guw

    11. Sacó su mano de entre las sábanas para tomar la de ella, y recogiendo alpunto las ideas que se habían dispersado, le dijo: «Fíjate bien en unacosa, y es que doña Lupe la de los Pavos, que es la persona de másentendimiento en toda esa familia, no se ha de llevar mal contigo, sitienes tacto


    12. —Hombre—respondió el fiscal recogiendo velas delante de


    13. noche, recogiendo los despojos del lujo y de lamiseria, teniendo


    14. La sonda prosigue su extensa exploración recogiendo


    15. son efectivos y rápidos recogiendo todas nuestras


    16. vayas recogiendo sentencias de las que se escapan de


    17. que pueden tomar; y recogiendo los géneros y losnegros, se


    18. En esto,sucedió acaso que un porquero que andaba recogiendo de unos rastrojos


    19. venido a recoger a aquel su castillo,donde vivía con su hacienda y con las ajenas, recogiendo en


    20. Hizo Sanchocostal de su gabán, y, recogiendo todo lo que pudo y cupo en el

    21. calzándose contoda honestidad y recogiendo sus cabellos, se acomodó en el asiento de


    22. Y, apenas se hubo certificado,cuando, recogiendo su pergamino, en la


    23. —¡Qué brutalidad!—dijo el tropezado recogiendo un pesadotalego que había caído


    24. ojos clavados en el balcón, recogiendo los últimos rayosde la luz


    25. Andrés se enfureció al oír esto, y recogiendo velozmente la


    26. muchosdías recogiendo las compañías y gente de leva que para


    27. Habíaestado en Islandia recogiendo las tradiciones; y, por otra


    28. lecturas, todas lasimpresiones que fué recogiendo en su camino


    29. CUESTA ( recogiendo sus papeles)


    30. incorporaba, recogiendo su sombrero

    31. recogiendo las vasijasde cobre construyeron 18 alambiquesque al principio daban 30 barriles


    32. habían dejado los turcos antes que ellos llegasen,y recogiendo gente de la que salía del


    33. «Los papeles eran sus compañeros y entretenimientoordinario: íbalos recogiendo paradar una


    34. recogiendo las gruesasgotas en sus manos y refrescándose con


    35. Fabrice entonces, recogiendo el pañuelo de su mujer, que


    36. recogiendo sulibro que se le había caído al suelo


    37. zarzamoras que la niña iba recogiendo todo el díapor los caminos, agasajado y


    38. recogiendo precipitadamente la pequeña hozque brillaba en el suelo porque la había


    39. lo másalto del frágil edificio estaban dos aprendices recogiendo


    40. los mastines que caminan a la zagade los carros, recogiendo las

    41. viñedo cuando están recogiendo lauva madura, y un niño


    42. casade su tío, recogiendo de antemano su mezquino equipaje en el paradordel Agujero


    43. recogiendo eldedal que se le había caído:


    44. recogiendo en el alma, de un modoinstintivo, la reciedumbre de aquel sitio de pasión


    45. Luego, recogiendo la clara capa del muerto,embozose con ella, haciendo de


    46. Otra mañana, recogiendo leña por el contorno, descubrió al pie de unárbol una


    47. otras recogiendo del suelo algoinvisible que debían de ser flores, otras levantados en


    48. » Iba recogiendo losconejos de los capillos así como


    49. Bernier, recogiendo el libro del


    50. Y Carmen recogiendo del suelo los billetes, fuése a llevárselos a doña














































    1. Recogí los periódicos y tomé asiento en el balancín,


    2. Según el plano que recogí a la entrada, lo que andaba buscando se


    3. Ya recogí el polvo de la aurora,


    4. Recogí el testamento, que Fernando tenía sobre la mesilla de su


    5. que se lecayó a usted en el Miradorio, y recogí yo del suelo


    6. Dieron las seis, recogí algunos papeles que tenía yo en el cajón de lamesa, dí las gracias a


    7. sola hasta que recogí a Joaquín en los bosquescercanos, cuando


    8. Al morir ella lo recogí como única herencia, y sin saber porqué, á impulsos de un confuso instinto, no quise enseñárselo al profesorFlimnap


    9. encima, recogí varias estocadas deunos cuantos aficionados, que se andaban haciendo


    10. Recogí una de las fotografías

    11. —Cuando yo la recogí en la Trascava, estaba ya consumida por una fiebreespantosa


    12. Yo recogí mi espada


    13. Recogí la espada y eché a correr con nuevas fuerzas hacia la oscilante luz en el fondo del pasadizo


    14. Al desatar la cinta, ésta cayó al suelo y en cuanto la recogí reparé en la firma


    15. Los recogí de la acera con sumo cuidado, procurando no alterar su forma original, y los arrojé al jardín del colegio por entre los barrotes de la verja


    16. En mitad de la carretera encontré a Megan que caminaba sin rumbo y la recogí


    17. Primero recogí las camisas para enviarlas a la lavandería, y después quité el polvo y le di un repaso a la habitación


    18. La recogí y vi en seguida que era mi pistola


    19. Recogí los fragmentos con la ayuda del comandante


    20. Quitó los cerrojos de la puerta y yo recogí mi bastón y mi sombrero y salí al corredor

    21. Recogí un par de botones y una hebilla


    22. Recogí los vasos vacíos de la mesa, le pasé el trapo y regresé a la barra


    23. Recogí las latas y me dirigí hacia la puerta, rodeándola con un brazo cargado de cerveza


    24. —Sólo tengo unos cuantos datos —respondió el comisario—, informaciones que recogí, por lo demás, acerca de todos los invitados que aquella noche estuvieron en la reunión de los Flesse


    25. Llegué al nido de amor número 9 y recogí el micrófono y las pilas de debajo del colchón


    26. La recogí y le disparé


    27. —La recogí al lado de la carretera; estaba sola


    28. Lo recogí abierto por la primera página y leí


    29. Luego, mientras pisaba con la punta del pie los restos del globito, dijo-: Esto fue lo que recogí en la habitación del abuelo


    30. Yo recogí en un santiamén nuestras cosas y los seguí corriendo, no sin gritar «¡fuera!, ¡fuera!» a todos los arbustos del lugar, blandiendo los dedos índice y meñique, a guisa de cuernos

    31. Me solté de su presa tan despacio como pude, recogí la linterna y me dirigí al establo


    32. Recogí el manto y el velo de lana que ella había dejado caer, y se los tendí


    33. Recogí las rodillas y apoyé la cabeza en ellas


    34. Recogí el cuerpo y lo arrastré por los peldaños en espiral de la torre hasta la mazmorra, donde lo dejé para que se pudriera con los demás


    35. Yo le recogí del campo de batalla, a punto de ser pisoteado por la caballería


    36. Y no he sabido quién te había dejado allí, y te recogí en mi casa


    37. Y soy un pobre encargado entre los encargados del hammam, ¡pero encontré a ese joven medio muerto a la puerta del hammam y lo recogí por Alah!


    38. "En seguida me levanté de mi escondrijo y recogí la boñiga de la vaca blanca, y regresé a la cisterna


    39. ¡El perfume delicioso que recogí en tus labios me quedará en el corazón, mientras viva, como un aroma eterno!


    40. —Bueno, señor, coloqué las sillas en su sitio, recogí las colillas de la chimenea y vacié los ceniceros

    41. Una vez más, en cuanto recogí mi equipaje activé la cámara oculta


    42. Me recogí el pelo pensando que mis hermanas iban a volver de la iglesia y a verlo allí, oyendo conmigo las óperas del gramófono, quise ordenarle Vete, no me has dibujado el mar, pero yo no hablaba con nadie salvo por medio de las cartas que enviaba a Tavira a mi hermano Jorge y a las cuales no me respondieron ni una palabra, y por tanto me quedé observándolo como observaba de niña las orugas de la tierra, rompiendo costras con una lentitud paciente


    43. Recogí el sobre y vi, garabateada en tinta roja sobre la solapa interior, encima mismo del engomado, la letra K repetida tres veces


    44. Aun cuando los datos que recogí de la televisión estuvieran por debajo de la realidad, las proyecciones sugieren que el sesenta y ocho por ciento de la población mundial está infectada


    45. –¿Son las que yo recogí en el cuchillo? – pregunté casi sin desearlo


    46. Me levanté y colgué mi bata de laboratorio detrás de la puerta, me puse la chaqueta del traje y recogí una abultada cartera de documentos que había dejado en el asiento de una silla


    47. – Recogí la lumbar en cuestión -


    48. Recogí cierto número de fibras blancuzcas, apenas visibles, que posiblemente procedían de la sábana o de su ropa de cama, y encontré otras semejantes a las que había visto en las plantas de los calcetines


    49. Furiosa, recogí un montón de papeles y ya me ponía de pie cuando Rose entró en mi oficina


    50. Enfilé hacia el mostrador de Delta, recogí nuestros pasajes y subí por las escaleras












































    1. La primera vez, dije entre mí mientras recogía raudo las llaves y el móvil, me dio la impresión


    2. progresivamente en el crisol que recogía la quintaesencia de lo castellano, cuyas líneas puras,


    3. siguiente lo depositaba en el lugar indicado y recogía la respuesta a la misiva del día anterior


    4. respondió, mientras se recogía el pelo


    5. del melón, siempre se lo recogía yo,


    6. Por supuesto, Uwe jamás lo recogía


    7. recogía en un plato que sostenía debajo del mentón


    8. Ella se recogía,


    9. Mientras tanto, la señora de Ponce recogía excitada sus joyas y


    10. á losmalhechores y recogía las rentas reales (YANGUAS, Dicc

    11. y las limosnasque recogía, logró bien pronto prestar muy señalados servicios


    12. pero con ciertas gentes medianas, que presumende cultas, el Padre Enrique se recogía por


    13. derrame,le entregaba la escoba y recogía el bastón con borlas


    14. canto tierno y melodioso que recogía la frescura, lasarmonías,


    15. madre recogía las cartas, en las cuales los cautivos


    16. cada cual recogía; se hablaba conenternecimiento de la cosecha y se probaba


    17. Una hora después cada vecino recogía en el prado las reses de supertenencia, y se encaminaba con ellas á


    18. Sancho de Leyva hizo adereszar otras casas enque recogía los enfermos que cabían,


    19. Ellas hacían cosas sucias con hombres y el proxeneta recogía el dinero


    20. te diré que esta tarde, mientras recogía un poco deárgoma para

    21. La audacia conque se recogía la falda, marcando


    22. Después recogía la chivata


    23. traerle el almuerzo, recogía las cuartillasesparcidas y las llevaba


    24. La doncella, mientras le recogía el pelo, charlaba por los codos


    25. Y volviéndose á Salomé, que recogía el oro, añadió:


    26. aguardando a su criado el Bobo, que recogía el estiércol de los pisos altos


    27. palpitante laspalabras que recogía de los labios del culpable


    28. Martín Vicente recogía en


    29. hojas de lona con nervios de acero, que recogía lamenor brisa,


    30. recogía luego, y sialguien se olvidaba de apagar la suya, se acercaba y la apagaba

    31. café, habiéndose retirado Nucha,que por el ansia de su niña se recogía temprano, subieron de la


    32. desterrados deun mundo superior, era la ensenada que recogía la


    33. Diciéndolo, recogía en su cesta los restos de comida para


    34. Casi a gatas, como un trapero que hurga enlos rincones, recogía


    35. despego y lo echaba de su presencia en no necesitándole,Bonifacio se recogía a la soledad de su


    36. la casa, viejecita que recogía las basuras y los pocos desperdicios de la comida, ab initio, ó sea


    37. acudieron á sus ojos, mientras Mauricio recogía la labor y se la ofrecía sencillamente á


    38. Los víveres iban escaseando, y el agua había que refrescarlaconstantemente con la que se recogía de los aguaceros, tan comunesen aquellas latitudes


    39. recogía del suelo los pinceles del Ticiano; á ese siglo en quese incubaban en la mente de Blasco de


    40. Magallanes, que alpar que intrépido marino y valiente soldado, era profundo astrólogo;Magallanes, que seguía con los ojos de la ciencia la rotación de losastros, la dirección de los vientos y el movimiento de las corrientes;que sondaba los abismos en el mundo de su inteligencia al par queinterrogaba las misteriosas é incompletas cartas marítimas del granBehen, y recogía cuantas observaciones constantemente le presentabaen su camino su aventurera

    41. En un lado había un gran fresco que recogía la misma escena del peso de los corazones pero a escala mucho mayor


    42. Rosamun murmuraba algo para sí misma mientras recogía los platos y utensilios esparcidos por la cocina


    43. Luego, mientras recogía las monedas de la mesa, el corpulento leñador consiguió por fin articular unas palabras, cargadas de emoción


    44. Mientras el oficial recogía las herramientas de trabajo que yacían esparcidas sobre la mesa, los dos subordinados se encaminaron a la puerta del humilde despacho


    45. –Ya lo veremos -dijo ella, al tiempo que se ponía en pie y recogía sus cosas


    46. Estaba inclinada, arreglando los cojines del sofá mientras yo recogía algunas cosas -el cargador del móvil, las cajas de medicamentos que había puesto en una bandeja de plata que había sacado del aparador- para guardarlas, y se irguió con las manos en la boca del estómago


    47. Y cuando en el peine de Ana hallaba algún cabello, o cuando la muchacha se cortaba las uñas, Ceferina recogía cuidadosamente estos residuos y los enterraba de noche en el huerto de la torre, asegurándose de que nadie la veía


    48. El largo corredor forrado de acero recogía el eco del débil forcejeo de los dos humanoides, bien apretados bajo las elásticas axilas del vogón


    49. Pero a menudo la señora Symmington lo recogía ella misma


    50. El que lo conseguía, recogía los cuatro














































    1. Por lo general, recogíamos la comida en la cantina y nos la llevábamos a casa para consumirla allí


    2. El día empezaba muy temprano y terminaba con la puesta del sol, hora en que nos recogíamos en las inmensas habita-ciones mal iluminadas con velas y lámparas de queroseno


    3. ] Mientras recogíamos los cuerpos, descubrimos entre los chinos unos cuantos hombres blancos, nuestros misioneros


    4. Nuestros suministros se caracterizaban por su escasez, de modo que adquirieron suma importancia para nosotros las hortalizas que recogíamos por el camino y la poca carne que pudiéramos llevar Ojos de Noche y yo al campamento por las noches


    1. Los testimonios que recogían los periodistas, al azar de las calles, traducían un


    2. Sus piernas, levemente dobladas, recogían la angustia placentera


    3. que, acabados los negociosa que venían a la corte, se volvían a sus casas y recogían las libreas


    4. recogían las faldas,enseñando algo de lo que a él tanto le


    5. las chulas recogían consonrisas, y de aquella aglomeración de


    6. cautivoescapado del naufragio de un mundo, recogían conchas


    7. en el cual lasmuchachas de la granja recogían la hierba, y la


    8. encargados de la bodega recogían a cadaobrero la papeleta en la


    9. Se echaban todos los cerrojos, se recogían los


    10. sus rostros y sus manos recogían la claridad escasa de lapenumbra

    11. intensos,helados, profundos, que recogían la luz del espacio sin devolver el másleve


    12. A faltade armas, recogían del


    13. Lospeones, dando por terminado el trabajo, recogían sus herramientas


    14. Y a los cinco minutos, cuando las gentes, asustadas, recogían


    15. varias atlotas que recogían hierbas,encorvándose sobre el


    16. Tenían en cada pueblo una casa en que recogían a las indias de


    17. Todos los frutos de comunidad se recogían y almacenaban en


    18. los años estériles, en que no recogían lo precisoen sus chacras,


    19. de la cocina, y mientrasuna y otra recogían las escasas piezas de


    20. que no se recogían en un establecimiento por causa de la

    21. africano, que en cuanto seenteró de que la recogían, se fue hacia


    22. un poco derocío que recogían en los cardos silvestres al fin


    23. estaciones hasta el sábado, en que los recogían definitivamente,después de haber dado


    24. ricas cortinas blancas, que se recogían gallardamente á un lado y otro; trajeron de otras piezas


    25. para tomar la forma de alade pichón, se recogían con cierto abandono en una gran coleta, y


    26. Cuatro de los cinco vigilantes de servicio habían respondido al aviso de fuga, dejando a uno solo en el puesto, rodeado por una pared de pantallas que recogían imágenes en directo


    27. Un puñado de caballeros recogían en el lado sur las piezas del equipo que no quedaron inservibles, y creyó discernir las sombras de unos jinetes por levante


    28. Cuando nacían las crías se recogían y limpiaban los anillos y se entregaba uno de ellos a la persona en cuestión


    29. Las preciosas habas de soja se recogían, lavaban, molían, escurrían y convertían en «leche de soja» con la que a continuación se alimentaba amorosamente a la cerda para estimular su producción de leche


    30. Había dos, sin embargo, que eran cada vez más ardientes y recogían todas las palabras de Martín con verdadera ansiedad, expresando en sus fisonomías las diversas expresiones que experimentaban al oírle

    31. Las luces parpadeaban, los instrumentos recogían datos y empezaban a leerlos


    32. Los caballetes trastabillaron mientras se recogían los cuadernos y se guardaban los carboncillos


    33. Sus lamentos ocupaban todo el pueblo, entraban por los postigos cerrados, los introducía el viento a través de las puertas, se quedaban prendidos en los rincones, los recogían los perros para repetirlos aullando, contagiaban a los recién nacidos y molían los nervios de quien los escuchaba


    34. Durante varias horas, Roran trabajó junto con otros guerreros mientras recogían los cuerpos y los enterraban a las afueras del pueblo


    35. Pronto el dirigible comenzó a descender lentamente, mientras los negros recogían la cuerda del ancla


    36. Bajo el sol ardiente, el dorso desnudo, con la hoz presa a largas varas, los trabajadores recogían los cocos del cacao


    37. Las extrañas mujeres y muchachas llamadas veedoras o Sabias, que a veces se encuentran por las aldeas, no gozaban de la mayor simpatía de los magnates que recogían tributo u obtenían ganancias de la agricultura


    38. Los hombres empezaron a recolectar la aceituna, batían las ramas de los olivares con sus largas varas y recogían los frutos


    39. Las mesnadas recogían los despojos por el campo:


    40. Cultivaban unas pocas cosas, cazaban, ponían trampas, recogían leña, robaban un poco de cuando en cuando

    41. Y cada vez recogían en un baño la sangre que brotaba de los cuellos sin cabeza


    42. Los pastores que en cabañas próximas recogían su ganado, aseguraban que el Rey con toda su Corte estaba en la Amézcoa Baja, y también el ejército, y que hasta pasada Navidad no habría operaciones, por causa del mal tiempo


    43. los deshollinadores recogían los escobones sujetándose en los salientes del tejado,


    44. Anna avanzó lentamente por el pasillo, sin impacientarse, mientras otros pasajeros recogían sus equipajes de mano


    45. Aquel viejo con respuesta para todo era el mismo que le había organizado la oposición a mi padre cuando la implantación del servicio de abastecimiento de agua; el mismo que se había enriquecido con el negocio de saneamiento; el mismo que me había incrementado, administrándolo correctamente, mi propio capital familiar y el que resultó de mi profesión de músico; el mismo falso beato que escudriñaba, desde detrás del cristal de su escaparate, las piernas de las sirvientas que recogían el agua de la fuente del Toural


    46. Los campesinos recogían sus hortalizas pisoteadas, las madres enjugaban las lágrimas a sus hijos y les limpiaban la sangre de las rodillas, las mujeres se desesperaban ante los cacharros hechos añicos que habían querido comprar… y en el mercado reinó de nuevo el silencio


    47. Dijo que había tomado la decisión de devolverle el libro al cofrade incompleto, que le quitaría las tres páginas que recogían las claves para descifrar el texto


    48. Y en Dallas, Norman se había quedado observando con fijeza a los investigadores técnicos que, subidos a los tejados de las casas de los suburbios, recogían partes de los cuerpos y los metían en bolsas…


    49. Catorce testigos contestes declaraban bajo juramento que encontrándose la noche del 21 de abril en el Portal del Señor, sitio en el que se recogían a dormir habitualmente por ser pobres de solemnidad, vieron al general Eusebio Canales y al licenciado Abel Carvajal lanzarse sobre un militar que, identificado, resultó ser el coronel José Parrales Sonriente, y estrangularlo a pesar de la resistencia que éste les opuso cuerpo a cuerpo, hecho un león, al no poderse defender con sus armas, agredido como fue con superiores fuerzas y a mansalva


    50. Comenzaron usándolo para llevar madera, estiércol seco y otros materiales combustibles que recogían en el camino y destinaban al fuego de la noche, y a veces dejaban allí sus canastos después de cruzar el agua














































    1. – ¿Haces tú las preguntas que interesan al Maestre? ¿Igual que recogías información en Punto de Encuentro?


    1. Dándome una prueba inesperada de la sabiduría me explico por qué, recojo las ondas cerebrales que se transforman en palabras de contenido altamente filosóficos a mis oídos: "Mira, el mar es una enorme masa de agua, pero en el mismo punto en el pasado milenios, no toda el agua que compone nuestro maravilloso continente, que, cuando se pretende huir, no hacemos otra cosa que seguir el agua, nuestra fuente inagotable de vida y la alimentación


    2. " Y mientras yo recojo estas palabras, me doy cuenta de que el barco se mueve otra vez, y de nuevo desciende al abismo


    3. Mira; me recojo el cabello, así como lo tengosiempre, y me pongo ¿te acuerdas? como en el día de la procesión, mepongo una camelia


    4. Recojo el libro, se lo entrego y obtengo en premio unasonrisa


    5. 20 Recojo el desayuno, lo llevo a la cocina


    6. Las recojo y las estrecho con fuerza


    7. —Ya subo, ama, recojo todo esto y en un momento estoy arriba


    8. Recojo mi aspiradora y el resto de mis cosas y me dirijo hacia la puerta


    9. -Llevo conmigo este bondadoso animal para que me ayude a cargar las limosnas y los enfermos que recojo en los pueblos para llevarlos al hospital


    10. recojo todo lo que encuentro

    11. Yo recojo todas las colillas que encuentro; se las pico muy bien picaditas


    12. En este ramillete final de opiniones encontradas que recojo sobre la personalidad del Rey Sol, quiero transmitir un juicio que, como colofón de su libro, redactó el eximio escritor y académico francés Michel Déon


    13. Luego pasamos por la oficina y recojo el coche, y tú vuelves con el mío


    14. Lo recojo y empiezo a hojear sus páginas


    15. Me recojo en oración, un silencioso «gracias, Dios» y tomo el cuenco que me ofrecen


    16. Todo esto, claro está, no sucedería hasta mucho tiempo después, pero lo recojo en este punto del relato ya que mi memoria flaquea y es muy probable que olvide a esos personajes que pasaron fugazmente por mi vida con mucha más pena que gloria


    17. Recojo las fotografías y la carpeta con las cartas, y salgo de la habitación


    18. Por eso los mando juntos -contesto mientras recojo la carpeta y las fotos


    19. Las recojo y repaso la lista de ingresos


    20. Recojo las llaves y salgo de la cocina sin despedirme

    21. Recojo la biografía de Favieros del suelo y se la muestro


    22. En el vestíbulo recojo a Ambrosio y salimos


    23. –No, no; ahora los recojo


    24. Recojo un almohadón y se lo lanzo


    25. –Todo en orden -anuncio a los matones, y recojo la bolsa


    26. Recojo del mantel un trozo del glaseado


    27. Recojo el jersey y subo la escalera al tiempo que me pregunto cómo se supone que voy a excitarme diciendo «camas elásticas», al tiempo que me pregunto si el sexo con un hombre que se refiere a echar un polvo como «jugar a las camas elásticas» mejorará con el paso del tiempo o si, por el contrario, «camas elásticas» es lo más perverso que cabe esperar


    28. Me siento en el borde de la cama, con la espalda dolorida, y recojo el cuaderno, llorando


    29. Cuando no entiendo algo, recojo, una tras otra, las palabras esparcidas a mis pies y las conformo en frases


    30. Te recojo a las 7 para la fiesta benéfica

    31. Marino deja otra página, y en cuanto acabo de leer la que tengo, la recojo y leo el párrafo resaltado:


    32. Impresiones de los dedos del pie y un talón que son demasiado grandes para un niño, y recojo de nuevo el pijama de Bob Esponja


    33. —Todos a quienes recojo —dijo la mujer, inclinándose—, se llaman ‘Alguien el Algo’


    34. ¡No, no, ya lo recojo yo! Cuando sus cabezas estuvieron cerca, Pendergast dijo: -Llévese de la mesa a las dos señoras


    35. –Escucho los rumores, me acuerdo de las conversaciones deshonestas, recojo informaciones


    36. –¿Te recojo a las seis y subimos juntos?


    37. ¿La recojo en el aparcamiento? —Tengo que vestirme


    38. Para distraerme, me divierto dibujando retratos en pedazos de calcáreo que recojo en el desierto


    39. Recojo la lista y me reúno contigo en la biblioteca


    40. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga

    41. Recojo, ducho, arreglo


    42. Recojo las monedas que han caído en la máquina


    43. —Te recojo a las once y media, ¿va bien?


    44. —¿Te recojo a las siete?


    45. Cuando se van, recojo las páginas rasgadas pero se transforman en papel de seda como el de las cartas de San Valentin, lleno de sangre


    46. –Les recojo a los dos -respondió el capitán-


    47. Yo recojo información para el mercado


    48. Te recojo dentro de media hora en la puerta de tu casa


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    recoger in English

    haul in pick pluck <i>[literature]</i> scoop up pick up give a ride to

    Synonymes pour "recoger"

    levantar alzar agrupar guardar juntar congregar recolectar ceñir estrechar albergar proteger defender amparar