1.
vida civilizada, vivir en la selva será un suplicio y lo pasará muy mal
2.
Los dos jóvenes, llamados Max y Rex ex colaboradores en un circo, se ven arrastrados con cansancio de una calle a otra que la fría selva de piedra; que están buscando un ángulo, tal vez un piso inferior, donde se puede pasar la noche y posiblemente encontrar otros inadaptados como ellos
3.
La selva umbría que lo guarda en torno
4.
No, Adela, no, a usted le estáencantadora esa selva de ricitos: así pintaban en los cuadros de antes alos cupidos revoloteando sobre la frente de las diosas
5.
A los ecos del sagrado bronce contestan el río, la selva, los huertos ylas aves
6.
El balcón abierto; las llanuras adormecidas; la selva silenciosa; elcielo límpido y puro, sin
7.
canales y elsuspiro del aire en los pinos de la selva vecina
8.
Ruge la selva; uno tras otro caen los viejosárboles gigantescos y ruedan al
9.
encantada selva de representacionespoéticas, tan increíblemente
10.
las flores de la selva cuando el villano alpasar las ofende y
11.
Hasta llegar al prado y a la selva,
12.
oscuridad, y el silencio magestuoso de la selva era apénasinterrumpido por el susurro de las hojas
13.
solamente que los que estaban abriendo la selva, con amenazas se les mandó cesar en el trabajo
14.
en la selva, fueron muertos, segun dicen, 64, incluyendo en este número los que mataron los gentiles en
15.
entraracaso por una selva tan intricada que no aciertan a salir della en seisdías; y si el hombre no
16.
Ya en esto salieron de la selva, y descubrieron cerca a las tres aldeanas
17.
En estas razones y pláticas se iban entrando por una selva que fuera delcamino estaba, y a
18.
pierden en el estruendo de ese lagoy esa selva que desaparecen juntos por el sonoro valle
19.
Y así en la selva oculto se lamenta:
20.
El olor acre y penetrante de la selva, cargado de
21.
una luz suave,como colosales linternas perdidas en la selva
22.
La escolta tuvo que quedarse en el antiguo palacio de caza de losemperadores, que casi era una ruina, y Gillespie se lanzó á través de lomás intrincado de la selva, aspirando con deleite el perfume devegetación prensada que surgía de sus pasos
23.
El gigante, al salir del palacio ruinoso para correrla selva, había creído prudente llevar con él á su traductor
24.
Perosu satisfacción aún fué más grande al encontrar apoyado en la mesa elenorme tronco arrancado por él de la selva de los emperadores
25.
selva virgen;los caminos se habían borrado al crecer de la hierba
26.
Pero él y Morales, con su agilidad de hijos de la selva, saltaron en elvacío negro, cayendo
27.
Como todos eran hijos de la selva, persistieron en sus muestras deaprobación
28.
Cada vez que salía de su casa, la selva entera se animaba con unmurmullo de curiosidad
29.
amanece; el tercero, enuna huerta: el cuarto, en una selva; es de
30.
tiempo, el rumor deun eco en el interior de la selva, y luego de
31.
acompañar el canto de ternura inspirado por la Primavera; lavibración de la selva
32.
enfermiza selva las gracias de una ninfa trastornan y marean, ¿qué harán entre estos
33.
Las peticiones y pensiones dela Iglesia forman una selva intrincada, aparte de los cuarenta
34.
trasportó ala entrada de la selva
35.
La selva, dormida bajo el fulgor de las estrellas, parecía un jardín deleyenda
36.
De vez en cuando la selva agitábase con ondulaciones ruidosas
37.
En otro tiempo, el leñadorapenas se atrevía á la selva
38.
Elaspecto de la selva es severo y hospitalario al mismo tiempo
39.
Trepandopor la selva hacia la cumbre de la montaña, se ve que los
40.
En aquella prodigiosa selva de las epopeyas y tradiciones indostánicas,han germinado otras leyendas
41.
selva de Brocélyandedonde cazaban los antepasados de su
42.
pronto estaremos en el corazón de la selva
43.
hombres recién instalado que lucha con la selva, lospantanos, las
44.
dolencias que asaltaban a los hombresen la penumbra de la selva
45.
suelo para uso de los invisibles titanes quehabían talado la selva
46.
inundaciones de la selva virgen, para anclar frenteá Pará ó frente
47.
los lebreles que baten las sinuosidadesde la selva, haciendo salir
48.
llenaba el vasto local, como huracán queruge en la selva, y la
49.
siguiendo el rastro, y alsalir de una espesa selva dieron en una
50.
aquellos preciososseres, y a veces el comedor parecía una selva americana, porque loshabía de
51.
Paris, preferiria vivir en una choza, enclavada en elfondo de un bosque, aunque fuese un bosque de la selva
52.
selva brotaba el concierto misterioso con que las aguas,
53.
Todos los matices de la flor, todoslos misterios de la selva y toda la grandiosidad de la vegetaciónintertropical, se muestran escalonados en aquellas alturas, en las querepercutido se deja oir el estridente chillido del mono, el agorerocanto del
54.
ideas geniales–, y no ves el mundo como una selva
55.
vez que aparezca realmente el seductor, y estamos hablando de un caballero en medio de una selva de
56.
Los tres amigos avanzaban despacio a través de la espesura, semejante a una selva
57.
era el alimento de todas las bestias de la selva,
58.
Son como el niño que, en medio de los mil peligros de la selva, busca ansioso la mano de su padre
59.
Cuando la gente me pregunta sobre los «peligros» de mis viajes, siempre tengo la tentación de contestar que los «peligros» de la selva son insignificantes en comparación con los de encontrarse desamparado en un remoto lugar del mundo con una colección de ciento cincuenta animales que alimentar y el dinero acabándose
60.
Con poco esfuerzo pude quitar la suficiente cantidad de piedras como para salir a gatas al claro, y un momento después había cubierto la distancia hasta la selva y penetrado en ella
61.
Mientras luchabas con Jubal, pude haber esperado en el límite de la selva y haberte eludido al saber el resultado del combate
62.
Y así, mientras los habitantes del poblado se encontraban absortos por la batalla con los tandors en el extremo más alejado de la aldea, Tanar y Stellara corrieron velozmente por el claro y entraron en la frondosa vegetación de la selva que se extendía al otro lado
63.
Mientras Tanar se movía por la selva, la muchacha se maravillaba de la fuerza del hombre
64.
Angustiado por el dolor y enloquecido por el odio, el sari se sumergió en la selva
65.
Entonces se levantó de su jergón y se escurrió veloz como un ciervo en dirección a la selva que rodeaba las laderas del campamento
66.
Tanar volvió su mirada en la dirección indicada por la muchacha y vio asomar a Jude que salía de la selva por la parte superior del claro
67.
Y mientras decía esto, la muchacha saltó al suelo y comenzó a introducirse en la selva
68.
Mientras Tanar y Gura coronaban la cara del risco y desaparecían de vista, dieciocho hombres velludos y desarrapados surgían de la selva y seguían su rastro hacia la base del risco
69.
—Entonces idos —exigió David, y los ocho hombres recogieron apresuradamente los cestos y desaparecieron en la selva, en dirección al norte
70.
Sin embargo, entre detonaciones de pistolas y arcabuces, Tanar y Stellara desaparecieron en el interior de las oscuras sombras de una selva primigenia
71.
El Buscador de Diamantes estaba como cohibido ante la insinuante deferencia de Mouche, que le hacía contar sus andanzas en la selva, aunque sin escucharlo, en un francés de tan pocas palabras que nunca lograba cerrar una frase
72.
Otra, vestida de luto, va a probar fortuna, como prostituta -con la esperanza de pasar de prostituta a «comprometida»- en un villorrio próximo a la selva, donde todavía se conocen hambrunas en los meses de crecientes e inundaciones
73.
De la noche surgían flores demasiado olorosas, que eran flores de patios, de alféizares, de jardines recobrados por la selva -nardos y jazmines de pétalos pesados, lirios silvestres, cerosas magnolias – apretados en ramos, con cintas que ayer adornaban peinados de bailar
74.
Desde entonces había corrido la noticia, y durante un siglo había sido un tremebundo tanteo de la selva, un trágico fracaso de expediciones, un extraviarse, girar en redondo, comerse las monturas, sorber la sangre de los caballos, un reiterado morir de Sebastián traspasado de dardos
75.
Mientras nos pasábamos el arma de mano en mano, acallados por una misteriosa emoción, el Adelantado nos narró cómo la había encontrado en lo más cerrado de la selva, revuelta con osamentas humanas, junto a un lúgubre desorden de morriones, espadas, arcabuces, que las raíces de un árbol tenían agarrados, alzando una alabarda a tan humana estatura que aún parecían sostenerla manos ausentes
76.
De la selva de los Mayas surgían escalinatas, atracaderos, monumentos, templos llenos de pinturas portentosas, que representaban ritos de sacerdotes-peces y de sacerdotes-langostas
77.
Cada día aparecían nuevas piedras talladas en la selva; la Serpiente Emplumada se pintaba en remotos acantilados, y nadie había logrado descifrar los millares de petroglifos que hablaban, por formas de animales, figuraciones astrales, signos misteriosos, en las orillas de los Grandes Ríos
78.
La posibilidad de su existencia quedaba nuevamente planteada, ya que su mito vivía en la imaginación de cuantos moraban en las cercanías de la selva -es decir: de lo Desconocido-
79.
Las canciones ribereñas cantaban, en décimas de romance, la trágica historia de una esposa violada y muerta de vergüenza, y la fidelidad de la zamba que durante diez años esperó el regreso de un marido a quien todos daban por comido de hormigas en lo más remoto de la selva
80.
«La eterna rivalidad entre la infantería y la caballería», exclama el Adelantado, riendo, Es evidente -pienso yo- que cierto clero urbano debe parecer singularmente ocioso, por no decir tarado, a un ermitaño con cuarenta años de apostolado en la selva; y queriendo serle grato me doy a apoyar sus decires con ejemplos de sacerdotes indignos y mercaderes del templo
81.
Aquellas palabras inmutables, seculares, cobraban una portentosa solemnidad en medio de la selva -como brotadas de los subterráneos de la cristiandad primera, de las hermandades del comienzo -, hallando nuevamente, bajo estos árboles jamás talados, una función heroica anterior a los himnos entonados en las naves de las catedrales triunfantes, anterior a los campanarios enhiestos en la luz del día
82.
No han pensado todavía en valerse de la energía de la semilla; no se han asentado, ni se imaginan el acto de sembrar; andan delante de sí, sin rumbo, comiendo corazones de palmeras, que van a disputar a los simios, allí arriba, colgándose de las techumbres de la selva
83.
Asomado a una oquedad en la que apenas pudiera ocultarse un niño, contemplo una vida de líquenes, de musgos, de pigmentos plateados, de herrumbres vegetales, que es, en escala minúscula, un mundo tan complejo como el de la gran selva de abajo
84.
Vimos a los colibríes, más insectos que pájaros, inmóviles en su vertiginosa suspensión fosforescente, sobre la sombra parsimoniosa de los paujíes vestidos de noche; alzando los ojos, conocimos la percutiente laboriosidad de los carpinteros listados de oscuro, el alborotoso desorden de los silbadores y gorjeadores metidos en los techos de la selva, asustados de todo, más arriba de los comadreos de pericos y catalnicas, y de tantos pájaros hechos a todo pincel, que a falta de nombre conocido -me dice fray Pedro- fueron llamados «indianos girasoles» por los hombres de armaduras
85.
» Y, sorprendiéndome con un lenguaje de estudioso, que debió ser el suyo antes de endurecer en la selva, me cuenta de un capítulo inicial de la Creación, en que los objetos y enseres inventados por el hombre, y usados con ayuda del fuego, se rebelan contra él y le dan muerte; las tinajas, los comales, los platos, las ollas, las piedras de moler y las casas mismas, en pavoroso apocalipsis que atruenan con sus ladridos los perros enrabecidos y sublevados, aniquilan una generación humana… De eso me habla aún cuando alzo los ojos, y me veo al pie del paredón de roca gris en que aparecen hondamente cavados los dibujos que se atribuyen al demiurgo vencedor del Diluvio y repoblador del mundo, por una tradición que ha llegado a oídos de los más primitivos habitantes de la selva de abajo
86.
No sólo ha fundado una ciudad el Adelantado, sino que, sin sospecharlo, está creando, día a día, una polis, que acabará por apoyarse en un código asentado solemnemente en el Cuaderno de… Perteneciente a… Y un momento llegará en que tenga que castigar severamente a quien mate la bestia vedada, y bien veo que entonces ese hombrecito de hablar pausado, que nunca alza la voz, no vacilará en condenar al culpable a ser expulsado de la comunidad y a morir de hambre en la selva, a no ser que instituya algún castigo impresionante y espectacular, como aquel de los pueblos que condenaban al parricida a ser echado al río, encerrado en un saco de cuero con un perro y una víbora
87.
Ahora callan el padre y el hijo; pero detrás de aquel silencio adivino que ambos aceptan sin reticencias una dura posibilidad creada por la Razón de Estado: la del Buscador, empeñado en regresar al Valle de las Mesetas, y que jamás volverá del segundo viaje -«por haberse extraviado en la selva», creerán luego quienes puedan interesarse por su destino-
88.
Las noches en que se emborracha ritualmente con un polvo sorbido por huesos de pájaros, el Capitán de los Indios se hace bardo, y de su boca recoge el misionero jirones del cantar de gesta, de la saga, del poema épico, que vive oscuramente -anterior a su expresión escrita- en la memoria de los Notables de la Selva… Pero no debo pensar demasiado
89.
Esa voz de la tierra, que es Madre a la vez, arcilla y matriz, como las Madres de Dioses que aún reinan en la selva
90.
Está en todas partes; se desliza detrás de las columnas, desaparece para resurgir en otro lugar, ubicua, inasible; entona el gesto cuando un fotógrafo la acecha; alivia una jaqueca importante, hallando la oblea oportuna en su cartera; regresa a mí con una golosina o una copa en la mano, me contempla con emoción por espacio de un segundo, me roza con su cuerpo con gesto íntimo, que cada cual cree ser el único en haber sorprendido; va, viene, coloca unr palabra ingeniosa donde alguien citó a Shakespeare, da una breve declaración a la prensa, afirma que me acompañará la próxima vez que yo vaya a la selva; se yergue, esbelta, ante el camarógrafo, de las actualidades, y es su actuación tan matizada, diversa, insinuante, dándose sin dejar de guardar las distancias, haciéndose admirar de cerca aunque siempre atenta a mí, usando de mil artimañas inteligentes para ofrecerse a todos como la estampa de la dicha conyugal, que dan ganas de aplaudir
91.
Esta le declaró del modo más sorpresivo que fue colaboradora mía en la selva: según sus palabras, mientras yo estudiaba los instrumentos primitivos desde el punto de vista organográfico, ella los consideraba bajo el enfoque astrológico -pues, como es sabido, muchos pueblos de la antigüedad relacionaron sus escalas con una jerarquía planetaria
92.
Estas reflexiones me llevaban a pensar que la selva, con sus hombres resueltos, con sus encuentros fortuitos, con su tiempo no transcurrido aún, me había enseñado mucho más, en cuanto a las esencias mismas de mi arte, al sentido profundo de ciertos textos, a la ignorada grandeza de ciertos rumbos, que la lectura de tantos libros que yacían ya, muertos para siempre, en mi biblioteca
93.
Y otra vez se repiten las leyendas que corren acerca de lo que se posee o busca en la selva
94.
Ha llovido fuera de estación, las aguas no terminaron de descender hacia su más bajo nivel, y en las riberas se pinta una franja de tierra húmeda, cubierta de escorias de la selva, sobre las cuales revolotean miríadas de mariposas amarillas, tan apretadas unas a otras al moverse, que bastaría pegar con un bastón en uno de los enjambres para sacarlo pintado de azufre
95.
Esta omnipresencia del ave, poniendo sobre los espantos de la selva el signo del ala, me hace pensar en la trascendencia y pluralidad de los papeles desempeñados por el Pájaro en las mitologías de este mundo
96.
Hasta abril o mayo estará cerrada, pues, para mí, la estrecha puerta de la selva
97.
Descubiertas ya las danzas del mono y de ciertas aves, se me ocurre que unas grabaciones sistemáticas de los gritos de animales que conviven con el hombre podrían revelar, en ellos, un oscuro sentido musical, bastante cercano ya del canto del hechicero que tanto me sobrecogiera, cierta tarde, en la Selva del Sur
98.
Entre Valdesaz y Caspueñas empieza la selva de agua de las truchas, que late y bulle en otros tres viejos molinos: el de Torija o del Conde o de Arriba, que de estos varios modos le dicen, está mismo al pie del barranco de Peñavieja, más cerca de Trijueque que de Torija y en un paraje recoleto y misterioso; el de Trijueque, que queda más cerca de Torija que de Trijueque y en un decorado menos fresco, y el de Caspueñas, que es la capital de las truchas, el puesto de mando desde el que se gobierna la dehesa -que no el corral- de las truchas
99.
Entre muchas razones que pasaron don Quijote y el Caballero de la Selva, dice la historia que el del Bosque dijo a don Quijote:
100.
Furioso por el cariz equivocado que desde el principio había tomado aquel combate, sólo pretendía impedir el desastre total, aunque se preguntaba si por casualidad el enemigo no estaría a punto de echársele encima con todo el grueso de sus fuerzas, que podía estar aún oculto en la selva