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suficiente del severo paisaje castellano, por el que, en el fondo, me hubiera gustado transitar a
2.
Ni siquiera el General Soublette, tan complaciente con Bolívar, como que llegó a consentir que a su colección de amantes añadiera nada menos que a su propia hermana Isabel, es sin embargo bastante severo al comentar el caso de Los Cayos con las siguientes palabras:
3.
Este lance desgraciadocausó una penosa impresión en don León por tratarse de dos amigosigualmente queridos, y bajo el sentimiento que le produjo escribió lacomposición que he mencionado, donde menudeaban los signos deadmiración, los puntos suspensivos, las amargas reflexiones y los gritosde dolor, todo ello sostenido en un tono severo y digno, como el de laselegías clásicas
4.
El pueblo omnipotente con ademan severo
5.
El pueblo omnipotente, con ademan severo,
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más severo y de la preocupación de tener
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severo, venerando y solemne que ha existido en el mundo
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administracion,seria menester que el Gobierno instituyese un régimen severo y bienreglamentado
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en soltarse de lengua, en quientan severo había empezado, y dijo:
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lasanimaban, las cubrían, tienen tal vez en su estado severo
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Occidente el ojo sangriento delsol las miraba severo
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severo, unainclinación de cabeza llena de dignidad
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participan delcarácter noble y severo de su misión
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Di, pues, un severo edicto contra el duelo, redactado en
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de un juicio recto y severo, vale para dar excelentes leccionesmorales, sin
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severo proceso que las aves incoaron contra él, y del quesalió
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juez severo oun cardenal católico; muy diferente, por cierto, de la pobre
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en el momento en que el terrible y severo domador esgrime entreellos el sangriento látigo, y los
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el miedo, pues sabía que eradistinto de él, rígido y severo
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escuchando en silencio el severo murmullo que segundo
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En la hora sedante del crepúsculo toma un aspecto severo y
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severo cual ninguno en juzgar el valor y la entereza de loshombres
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Elaspecto de la selva es severo y hospitalario al mismo tiempo
24.
En tan críticas circunstancias, almenos para neutralizar las maquinaciones de los enemigos de España enel interior de la colonia, se requerían las artimañas de un diplomáticomás bien que la espada de un guerrero; un hombre de astucia y de doblez,más bien que de acción; un hombre de intriga, más bien que de violencia;un gobernante humano por política, más bien que severo por índole; unMaquiavelo, más bien que un duque de Alba, y Vives fue ese hombre:escogido con grande acierto por el más despótico de los gobiernos que hatenido España en lo que va del presente siglo, para la gobernación deCuba
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Entró, con gesto decidido y severo
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contracción de una mueca, y suojo severo se volvía hacia la puerta muy a menudo
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la respiración:el menor desliz en tal materia solía costarle un severo regaño de donJulián; de
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--¿Querráse--replicó el mozohablador--mostrar agora el señor alcalde ser un legisladorde Atenas, y que la riguridad de su oficio llegue a losoídos de los señores del Consejo, donde,acreditándole con ellos, le tengan por severo y justiciero,y le cometan negocios de importancia,donde muestre su severidad y su justicia? Pues sepa el señoralcalde que summum jus, summa injuria
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—¿Ese juicio tan severo no estará inspirado ahora por la del
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contra losmaldicientes y a echar en rostro al conde, con libertad cristiana y conacento severo, la
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porque la reverencia que lehabían cobrado, por el severo castigo
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de Sevilla, y se despedía de las hijas con un gesto de padreintransigente y severo
33.
Pero Adriano mandó a su general Severo para que terminara con la revuelta, cosa que hizo, asediando las plazas judías fortificadas para provocar la hambruna
34.
Se necesita un programa de selección artificial y de ingeniería genética de las plantas oscuras quizás líquenes que puedan sobrevivir en el ambiente mucho más severo de Marte
35.
Marco Lentilio se daba cuenta de que la superioridad de su rango no lo libraba de aquel examen inevitable, exponiéndolo, por el contrario, a un juicio más severo
36.
No es que la carrera militar fuese su máxima aspiración, sobre todo desde que en tiempos de Septimio Severo los itálicos, salvo algunas excepciones, fueran virtualmente exentos del servicio militar
37.
—¡Blasfemas! —le advirtió su severo interlocutor—
38.
Zhanjiang constituía un severo cambio cultural para los antiguos campesinos, cuyos sentimientos de inferioridad alimentaban el origen de su permanente obsesión por hacer la vida imposible a los demás
39.
Al día siguiente compareces ante un severo juez
40.
Estaba inmóvil al lado del severo oficial y no se separó de él cuando ya se encontraba cerca de su destino, ni cuando las turbas empezaron a herirlo por la espalda; permaneció a su lado mientras sobre el desgraciado empezaba a caer una lluvia de cuchilladas y de golpes y a su lado continuaba cuando el pobre cayó muerto
41.
El emperador ha sido más severo al reglamentar sus prisiones que el gran rey mismo, y el número de los presos que no constan en el registro general de cárceles es incalculable
42.
De cuando en cuando sentía fijos en ella los ojos de Etienne, pero mantuvo el gesto severo, escondiendo su alegría
43.
—Creímos que a usted le gustaría estar informado de los progresos del caso —explicó el juez con aire severo
44.
Se peinaba con distinción el pelo gris y llevaba un traje severo, pero elegante
45.
En toda la provincia temían su temperamento severo y su terquedad para cumplir la ley, aun a costa de la justicia
46.
Severo consigo mismo, tal como era con los demás riguroso en la palabra empeñada, enamorado y generalmente exhausto por el ejercicio físico, cumplía su parte del trato en circunstancias normales
47.
—Esconded los cuerpos antes de que los vea alguien —ordenó, brusco y severo
48.
Revisaba a los amantes recientes y ninguno pasaba su severo examen, sin duda estaban mejor solos, decidió
49.
Al pasar delante de un kiosko, vi su retrato en la primera página de un periódico y me costó reconocerlo, porque la imagen de aquel hombre severo, con el ceño fruncido y la mano en alto, no correspondía a la de quien dejé humillado en un sillón de felpa obispal
50.
–¿Puedo esperar aquí? ¿No molesto? ¿Cómo puedo ayudar? – balbuceó Severo, secándose la transpiración que le corría por el cuello
51.
En una pausa, Eliza Sommers, tan agotada como la misma Lynn, salió de la habitación y se encontró con Severo en un pasillo
52.
Severo se quedó de pie atrás-, murmurando sin pensar las ora-ciones católicas aprendidas en su infancia
53.
Severo se quedó con Lucky fumando en la puerta, mientras Chinatown despertaba poco a poco
54.
Paulina oyó incrédula la explica-ción de Severo de que dentro de unos días partiría a la guerra en Chile, Lynn se quedaría viviendo con sus padres en Chinatown y, si las cosas resultaban bien, regresaría en el futuro para asumir su papel de esposo y padre
55.
En la habitación el aire se había vuelto liviano; Severo aspiró honda-mente, ahogándose, como en la cumbre de una montaña
56.
Severo sintió un alarido largo que sur-gía del fondo de la tierra y lo traspasaba desde los pies hasta la boca, pero no lograba salir de sus labios
57.
Cuando Severo del Valle se unió al ejército, sus compatriotas ocupaban Antofagasta -única provincia marítima de Bolivia- y las peruanas de Ta-rapacá, Arica y Tacna
58.
Severo del Va-lle había visto circular las cantimploras con aguardiente y pólvora, una mezcla incendiaria que dejaba las tripas en llamas, pero otorgaba un valor indomable
59.
Siguiendo el ejemplo de los demás, Severo se desprendió de la mochila, la manta y el resto de sus pertrechos, alistó el arma con la bayoneta y echó a correr a ciegas hacia adelante gritando a pleno pul-món como fiera rabiosa, pues ya no se trataba de coger al enemigo por sorpresa, sino de espantarlo
60.
Severo del Valle vio volar hechos pedazos a dos de sus compañeros, que pisaron un detonante a pocos metros de distancia
61.
Sin saber lo que hacía, Severo del Valle se encontró sable en mano des-trozando a un hombre, luego disparando a quemarropa en la nuca de otro que huía
62.
A las siete de la mañana, después de dos horas de batalla, la primera bandera chilena flameaba sobre una de las cumbres y Severo, de rodi-llas sobre la colina, vio una multitud de soldados peruanos que se reti-raban en desbandada para enseguida reunirse en el patio de una hacienda, donde recibieron en formación la carga frontal de la caballería chilena
63.
Severo del Valle, que se acercaba corriendo, veía el brillo de los sables en el aire y escuchaba la balacera y los alaridos de dolor
64.
El regimiento de Severo tenía instrucciones de ir casa por casa hasta desocupar el pueblo, tarea nada fácil porque estaba lleno de soldados peruanos parapetados en los techos, los árboles, las ventanas y los umbrales de las puertas
65.
Severo tenía la garganta seca y los ojos inflamados, apenas veía a un metro de distancia; el aire, denso de humo y polvo, se había puesto irrespirable, era tal la confusión que nadie sabía qué hacer, simplemente imitaban al que iba adelante
66.
Severo del Valle no supo lo que había pasado, reaccionó por puro instinto
67.
Severo quiso sostenerla, pero no pudo moverse y sintió por pri-mera vez el dolor terrible en el pie, que subía como una lengua de fue-go por la pierna hasta, el pecho
68.
En ese instante otro soldado chileno irrumpió en la vivienda, de una mirada evaluó la situación y sin vacilar le disparó a quemarropa a la mujer, que de todos modos ya estaba muerta, luego cogió el hacha y de un tirón formidable liberó a Severo
69.
«¡Vamos, teniente, hay que salir de aquí, la artillería va a empezar a disparar!», lo conminó, pero Severo perdía sangre a borbotones, se desvanecía, volvía a recuperar el conocimiento por unos instantes y luego volvía a rodearlo la oscuridad
70.
Afuera otras manos lo ayuda-ron y cuarenta minutos más tarde, mientras la artillería chilena barría a cañonazos aquel poblado, dejando escombro y hierros torcidos donde estuvo el apacible balneario, Severo aguardaba en el patio del hospital junto a centenares de cadáveres destrozados y miles de heridos tirados en charcos y hostigados por las moscas, que llegara la muerte o lo sal-vara un milagro
71.
Los más graves eran atendidos primero y Severo del Valle no estaba agonizando aún, a pesar de la tremenda pérdida de fuerza, san-gre y esperanza, así es que los camilleros lo postergaban una y otra vez para dar paso a otros
72.
Las explosiones despertaron a Severo del Valle y se encontró en un rincón, sobre la arena inmunda de la sala de operacio-nes, junto a otros hombres que, como él, acababan de pasar por el su-plicio de la amputación
73.
«Tengo miedo», trató de decir Severo y ella tal vez no oyó su balbuceo pero adivinó su terror, porque se quito una medallita de plata del cuello y se la puso entre las manos
74.
Severo se quedó con el roce de esos labios y la medalla apretada en su palma
75.
Entonces Severo del Valle se acordó que había ido a la guerra a morir
76.
Aguardó que la casa se durmiera y cuando estuvo segura de que no había más vida que el viento salino del mar entre los árboles del jardín, recorrió los largos pasillos de aquel palacio ajeno y entró a la pieza de Severo
77.
La monja contratada para velar el sueño del enfermo yacía despaturrada en un sillón profundamente dormida, pero Severo estaba despierto, esperándola
78.
Su sobrino Severo del Valle, quien también vivía en la ca-pital, se presentó con su mujer para saludarnos apenas llegamos
79.
Lo más notable en Severo era que a pesar de su cojera y su bastón parecía un príncipe de las ilustraciones de cuentos -pocas veces he visto un hombre más guapo y de Nívea que lucía un gran vientre redondo
80.
Severo del Valle la convenció de que no había razón para torturarme, puesto que igual podía aprender lo necesario en casa con tutores privados
81.
«A ver si usted contrarresta un poco la gazmoñería conservadora y patriarcal de esta familia», le in-dicó Paulina del Valle en la primera entrevista, apoyada por Frederick Williams y Severo del Valle, los únicos que vislumbraron el talento de la señorita Pineda, todos los demás aseguraron que esa mujer alimentaba al monstruo que ya se gestaba en mi
82.
Severo se había convertido en abogado de renombre, en uno de los pi-lares más jóvenes de la sociedad y miembro conspicuo del partido libe-ral
83.
Se-gún Severo del Valle y la señorita Matilde Pineda, un ochenta por ciento de la gente detestaba al gobierno y lo más decente sería que el Presi-dente renunciara, porque el clima de tensión se había vuelto insoporta-ble y en cualquier momento reventaría como un volcán
84.
Severo del Valle partió a luchar al norte justo a tiempo, porque al día siguiente allanaron su casa y si lo hubieran encontrado habría ido a pa-rar a los calabozos de la policía política, donde se torturaba por igual a ricos y a pobres
85.
Nívea había sido partidaria del régimen liberal, como Severo del Valle, pero se convirtió en acérrima opositora cuando el Pre-sidente quiso imponer su sucesor mediante trampas y trató de aplastar al Congreso
86.
Por una vez Severo y sus parientes estaban en el mismo lado, porque en el conflicto se unieron los conservadores con una parte de los libera-les
87.
Desde el comienzo de su amor con Severo, cuando quedó en evidencia su desbocada fertilidad, Nívea comprendió que si cumplía con las nor-mas habituales de decoro y se recluía en su casa con cada embarazo y alumbramiento iba a pasar el resto de su vida encerrada, entonces de-cidió no hacer un misterio de la maternidad y tal como se pavoneaba con la barriga en punta como una campesina desfachatada, ante el horror de la «buena» sociedad, igual daba a luz sin aspavientos, se con-finaba sólo por tres días -en vez de la cuarentena que el médico exigía-, y salía a todas partes, incluso a sus mítines de sufragistas, con su sé-quito de criaturas y niñeras
88.
La facilidad para parir de Nívea, su buena salud y su desprendimiento de sus hijos salvó su re-lación intima con Severo; es fácil adivinar el apasionado cariño que los une
89.
En medio de aquel desorden apareció en la casa Severo del Valle, bar-budo y embarrado a buscar a su mujer, a quien no veía desde enero
90.
Los sueños de los niños en piyamas negros retornaron con más intensidad y frecuencia; también soñaba con un hombre suave y oloroso a mar que me envolvía en sus brazos, desper-taba aferrada a la almohada deseando con desesperación que alguien me besara como Severo del Valle había besado a su mujer
91.
Cuando finalmente éste se detuvo, descendió de ella, altivo y consciente de su rango, don Pedro López de Ayala con la expresa misión de transmitir el saludo real a su doliente siervo y asegurarle que el castigo sería severo y fulminante, ya que el rey no permitiría que acto tan vil quedara impune
92.
Tampoco me atreví a mencionar el tema delante de Severo y Nívea del Valle; te-mía que la menor indiscreción de mi parte pondría punto final a las plá-ticas con mi padre
93.
Cuando mi padre compren-dió que estaba llegando al final llamó a Severo del Valle, con el cual prácticamente no se hablaban, para ponerse de acuerdo sobre mí
94.
Tra-jeron un notario público a la casa y ambos firmaron un documento en el cual Severo renunció a la paternidad y Matías Rodríguez de Santa Cruz me reconoció como su hija
95.
Puedo ver a mi abuela Pauli-na, a Severo, Nívea, amigos y parientes, también puedo observarme en algunos autorretratos tal como era entonces, justo antes de los aconte-cimientos que habrían de cambiar mi vida
96.
Los hijos de Paulina no pudieron probar que el matrimonio de su madre con el antiguo mayordomo fuera ¡legal y debieron resignarse a dejar al tío Frederick en paz, tampoco pudieron apropiarse de las viñas, porque estaban a nombre de Severo del Valle, en vista de lo cual echaron a los abogados tras los curas, a ver si recu-peraban los bienes que éstos consiguieron asustando a la enferma con las pailas del infierno, pero hasta ahora nadie ha ganado un juicio co-ntra la iglesia católica, que tiene a Dios de su parte, como todo el mun-do sabe
97.
El nombre es lo de menos, lo interesante es que ese trastorno visceral pu-do más que mi timidez y al abrigo del coche, donde no había fácil esca-patoria, le tomé la cara entre las manos y sin pensarlo dos veces lo be-sé en la boca, tal como muchos años antes vi besarse a Nívea y Severo del Valle, con decisión y glotonería
98.
Seguía siendo tiesa como un almirante, con el mismo rostro juvenil y el mismo peinado severo, aunque el cabello estaba salpicado de mechas
99.
La trajo Severo del Valle, quien había estado en contac-to con ella todos esos años, pero no me lo había dicho porque ella no se lo permitió
100.
Ya de madrugada caía rendida, y en sueños se le aparecía el severo rostro de su padre, disgustado ante su resistencia de entrar en palacio, recomendándole que fuera buena y aprovechara aquella ocasión única que le ofrecía la vida de educarse entre gente tan importante