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    Utiliser "traspasar" dans une phrase

    traspasar exemples de phrases

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    1. traspasa el límite entre considerar a la vida en formación un grupo de células a


    2. Amor tan poderoso y no traspasa el muro,


    3. —Esas son muy duras acusaciones, dijo, y usted traspasa loslímites de nuestra convencion


    4. Garita del Diablo,viene un norte sutil y helado que traspasa los


    5. plaganegra, cenagosa, traspasa el mar, y empujado luego por las


    6. laotra, para meterlo en la boca, mientras le traspasa el corazón y lo dejatendido a sus


    7. escesiva frialdad del ungüentoque las traspasa todas y se les mete en los tuétanos


    8. en este punto traspasa los límites de lahumildad y raya en


    9. 4 Cualquiera que hace pecado, traspasa tambien la ley; pues el pecado es


    10. 4 Cualquiera que hace pecado, traspasa tambien la ley; y el pecado es

    11. Traspasa del esposo el hierro agudo,


    12. Es algo que atraviesa el tiempo, que traspasa el espíritu; más que una certeza, es una fulguración


    13. Y exclamé: "¡Qué maravillosa es tu camisa, que nos traspasa el hígado! ¡En adelante la llamaré la camisa punzadora del corazón!"


    14. Y sé que fue una sensación tan pura, tan de sacrificio total, que la percibí, no como algo nuevo, sino como algo muy antiguo, instintivo, que no se aprende, que nos traspasa a través de los siglos, y que empezó con la primera criatura que se situó entre el peligro y otra criatura para la cual experimentó un sentimiento poderoso aunque inexplicable; una sensación indiscutiblemente profunda y apremiante, aunque todavía sin nombre


    15. ª El puñal puntiagudo junto al pecho hiere y traspasa, en nombre de Justicia (hollada en tierra) contra quien la majestad de Zeus, con alma impía, un día violara


    16. —Annie le traspasa con la mirada—


    17. El dolor traspasa la espalda


    18. Pero cuando pisas un clavo que sale de una tabla de madera, y su oxidada punta traspasa toda la suela de tu zapato y te hace una herida, y no puedes permitirte el lujo de pagarte un dispensario…


    19. Traspasa las puertas de la Casa de Dios con humildad y piedad frecuentes y hazte pura con las lágrimas y oraciones dirigidas al Señor


    20. –Lo que traspasa cualquier límite es su audacia -dijo mientras se levantaba y tiraba la taza a un lado-

    21. Es algo que traspasa los límites de las empresas financieras del siglo XIX


    22. Los soldados sienten que el calor traspasa y eleva veinte grados la temperatura en cuestión de segundos, rizando las hojas de los árboles más cercanos


    23. ¡Qué estúpida blasfemia el querer medir la distancia de la Tierra a una estrella en trillones de kilómetros o en años luz, e imaginar que con esas fanfarronadas se puede dar al espíritu humano una vista al infinito y a la eternidad, cuando el infinito no tiene nada de común con la distancia, ni la eternidad significa la abolición de lo que nosotros llamamos naturaleza! Preferiría mil veces la ingenuidad de un niño que cree que las estrellas son agujeritos de la tela del cielo a través de los cuales traspasa la luz eterna, a la charla insensata, vacía y presuntuosa de la ciencia monista al tratar del «universo cósmico»


    24. Acepción legal moderna: convenio heterónomo según el cual se traspasa la titularidad de bienes reemplazables bajo condición de entrega de bienes de valor y cantidad equivalentes


    25. Belaiev se da cuenta de la confusión reinante y, a pesar de que Chabalov no depende de él, traspasa el mando de las tropas que quedan al jefe de Estado Mayor, Zankevich


    26. –Me traspasa la decisión de sancionarlos


    27. En todo ese incesante tráfico de señales inconscientes que compiten entre sí, sólo aquella cuestión que se vuelve muy relevante traspasa el umbral y consigue que la conciencia le preste atención


    28. Por un instante se sintió como un ratero que traspasa sin ningún pudor los límites de la ley o, lo que era aún más grave, como un profanador de tumbas


    29. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga


    1. Sufría con el humo que me traspasaba cada célula


    2. entonces, no traspasaba los límites de laRúa Ruera


    3. del conde, tenía que confesárselo,la traspasaba de dolor y acrecía supasión


    4. no pudiendo soportar el soplo glacial del paisajedesierto que le traspasaba el pecho y


    5. traspasaba el corazón en aquellos extremos, fué el


    6. fría que traspasaba su corazón


    7. Era una lluviosa noche de febrero; la cellisca caía en las calles y un cruel viento del Este traspasaba el grueso abrigo del detective


    8. Las lenguas maliciosas del pueblo murmuraban que el Juez Hidalgo se daba vuelta como un guante cuando traspasaba el umbral de su casa, se quitaba los ropajes solemnes, jugaba con sus hijos, se reía y sentaba a Casilda sobre sus rodillas, pero esas murmuraciones nunca fueron confirmadas


    9. Las manos de Ming O'Brien sacudiéndome por los hombros me devolvieron el sentido de la realidad y me encontré en una habitación apacible frente a una mujer de rasgos orientales que me traspasaba el alma con una mirada inteligente y firme


    10. Severo sintió un alarido largo que sur-gía del fondo de la tierra y lo traspasaba desde los pies hasta la boca, pero no lograba salir de sus labios

    11. Las ganas de salvarse eran superiores al quemante tormento que lo traspasaba desde la pier-na hasta la última fibra del cuerpo, más fuertes que la angustia, la in-certidumbre y el terror


    12. En un abrir y cerrar de ojos el cielo había adquirido un tono violeta y de un momento a otro se pondría a llover, pero una cegadora espada de sol traspasaba los edificios confiriéndoles tal luz que parecía que hubieran sido pintados por un representante de la escuela romana de Donghi


    13. Se traspasaba la tienda de granos para simiente y de huevos, calle de las Maldonadas, [223]


    14. Cuando el viento traspasaba las copas de los árboles, a Pammy le costaba trabajo entender el sonido en sus fases más tempranas, la creciente insistencia de las olas


    15. La vía que lo traspasaba, descubriendo las sombrías revueltas, era la indagación inteligente de Jacinta


    16. La pirámide todavía chorreaba cuando la introdujo en la bolsa de piel de Langdon, y ahora él notaba el calor que la traspasaba


    17. Del refugio del anciano se alzaba un tentáculo de humo y el suave resplandor del fuego traspasaba la cortina de la puerta


    18. Unos minutos más tarde, Hulan salía del callejon, enfilaba Xinyuan Road y traspasaba las puertas del Hotel Kunlun


    19. Las barras de la escalera estaban heladas, y el frío le traspasaba los calcetines


    20. Me miró, pero tuve la sensación de que su mirada me traspasaba, de que se perdía en el vacío

    21. Absurdamente se obstinaba en sacudir la puerta hacia dentro y por eso no lograba abrirla, un frenazo lo impulsó contra ella y se encontró suspendido por el espanto y el vértigo en una plataforma que se movía como abriéndose bajo sus pies, en el vacío, en el espacio entre dos vagones, sobre una oscuridad donde centelleaban y desaparecían los raíles y soplaba un viento que lo traspasaba cortándole la respiración, lanzándolo contra una barandilla que apenas le llegaba a la cintura y en la que alcanzó a sujetarse cuando ya sentía como en un aviso de vómito que iba a ser arrojado sobre los raíles


    22. Era la primera vez que traspasaba las puertas de un edificio tan enorme


    23. » Cinco minutos… Diez… Y cuando se estaba disipando el calor que tenía por haber estado bombeando y el viento traspasaba ya su bufanda y sus cuatro chalecos, ocurrió algo que le recompensó


    24. –Paga usted un alto precio por su experiencia -dijo Stephen, observando cómo la sangre traspasaba el pañuelo


    25. Permaneció tumbado, parpadeando en la luz de la mañana y pensando en una gran variedad de cosas agradables: la amabilidad con que Diana le había tratado cuando estaba enfermo en Suecia, los halcones palumbarios que había visto, una sonata para violonchelo de Bocherini, ballenas… Un ruido constante, estridente y familiar traspasaba esa agradable quietud, pero varias veces, después de identificarlo, rechazó el resultado por absurdo


    26. Tenía razón en sentir miedo, pensó mientras un dolor agudo lo traspasaba y caía al suelo


    27. Pero le pareció que la mirada del difunto traspasaba los párpados y le miraba como lo había hecho aquella tarde, al decirle que no era pecado ver a su mujer desnuda, y que en vez de tener los lechos y los aposentos separados, debían dormir en la misma cama, como la gente sencilla, para que los cuerpos se conociesen y se acostumbrasen el uno al otro: que así lo mandaba la ley de Dios


    28. Inútil, ningún sonido traspasaba la estructura de metal


    29. En este momento tan amargo de la vida, todos los pensamientos de Drizzt se enfocaban en una sola palabra que se repetía incesantemente en su cabeza y le traspasaba el corazón: «drizzit»


    30. Le traspasaba con la mirada, desde lejos

    31. La Pared del Dragón traspasaba el cielo, empequeñeciendo todas las otras montañas, y sus picos coronados de nieve desafiaban al abrasador sol de la tarde


    32. No con esa frialdad nítida de una mañana de finales de invierno en Dos Ríos, pero sí ese fresquito que traspasaba poco a poco y convertía en vaho el aliento


    33. El rey y la reina, imitados por los celebrantes, contenían el aliento cuando el primer rayo traspasaba las tinieblas, anunciando el nacimiento de una luz tan potente que pronto llenaría el mundo


    34. Lo mantuve encañonado hasta que se subió al coche y la extraña pareja desapareció en medio de una nube de humo y gases de escape que pareció teñir la luz del sol que la traspasaba con sus rayos


    35. O bien todas se habían abierto de golpe y el pasado, como la brisa, lo traspasaba


    36. Con la mirada que seguía clavada en la pared, que traspasaba los bloques de hormigón, en muda conversación con su amigo imaginario, Ariel parecía no tener conciencia del taladro


    37. La sala de espera estaba vacía, pero el sonido traspasaba las gruesas puertas dobles de la planta


    38. Brunetti demoró la respuesta, encantado por la facilidad con que Patta le traspasaba la responsabilidad de la decisión


    39. Se colocó junto a la ventana y se quedó contemplando el barrio de Gamla Stan; observó el tráfico y pensó que el ruido no traspasaba los gruesos cristales


    1. hacían el viaje disfrazados, traspasaban a pie las altas montañas y los ardientes llanos, hasta


    2. galoneada, traspasaban un cancel decristales, y volviendo


    3. puñales que les traspasaban el corazón


    4. Rayos de un fuerte rojo telúrico traspasaban aún las


    5. Les abrían la puerta de la libertad, y ellos no la traspasaban


    6. Los rayos del sol asomaban por entre el ramaje o bien lo traspasaban


    7. Posteriormente me di cuenta de que en invierno la sala rectangular se convertía en un campo de batalla en el que coincidían helados vientos que, procedentes de todas direcciones, traspasaban fácilmente los delgados cristales


    8. Pero aquellas aguas traspasaban el muro que delimitaba los lindes del convento e iba a alguna parte; en cambio, su vida permanecía estancada como el agua de la balsa y era monótona y sin horizontes y, como la charca, tenía sus sapos


    9. Y seguíamos confiados cada vez más en nuestra intimidad, a la que debía yo diariamente nuevas concesiones que no traspasaban, sin embargo, los límites de la inocencia infantil


    10. Al cabo de unos segundos, todas las articulaciones le ardían y las punzadas de dolor le traspasaban todo el cuerpo

    11. Una vez en el Asubio, a raíz del episodio de la bella ciclista y las indudables atenciones de su suegro —que traspasaban, como en imagen, los límites de lo apropiado, sin llegar en realidad a traspasarlos nunca— se enamoriscó de Juan en la misma proporción en que rencorosamente se había comparado con Matilda


    12. Pertenecía aquel joven a la guardia real, y sus conocimientos no traspasaban más allá de la ciencia heráldica, en que era muy experto, del arte del toreo y la equitación


    13. Los gritos de Regato no traspasaban los muros de la prisión


    14. Pues los pobres salieron de dos en dos, y conforme traspasaban la puerta eran metidos en simones


    15. Introdujo las manos vendadas en los gruesos guantes de goma que traspasaban el receptáculo por la parte frontal


    16. El rey impuso la prenda a las doscientas mujeres de su harén para que sus bonitos rostros no tentaran a otros hombres cuando traspasaban las puertas del palacio


    17. Desde los pescantes protegidos, los carreteros le miraban con suspicacia, desdén o, peor todavía, le traspasaban con los ojos sin verlo, como si fuese de vidrio


    18. Ésta era la primera vez que los estudiantes traspasaban los límites de Menzoberranzan


    19. Harkat apareció ante mí en la visión, tendido sobre una cama de estacas, que lo traspasaban por todas partes


    20. A medida que las palabras que había escrito esa mañana, mientras esperaba que Selena se despertara, se traspasaban de un disco flexible al papel, las leyó

    21. Un día después de que tuviera que pasar la noche en un polvorín alejado de la ciudad, con un destacamento de soldados que en el cambio de guardia con los vigilantes del día anterior se traspasaban las armas y los capotes para combatir el frío de la noche, fui requerido con urgencia por el coronel del cuartel


    22. Las tres personas que traspasaban la puerta se detuvieron para mirarme


    23. Una vez en el Asubio, a raíz del episodio de la bella ciclista y las indudables atenciones de su suegro -que traspasaban, como en imagen, los límites de lo apropiado, sin llegar en realidad a traspasarlos nunca- se enamoriscó de Juan en la misma proporción en que rencorosamente se había comparado con Matilda


    24. Para comprender hasta qué punto me traspasaban estas palabras, hay que recordar que las cuestiones que yo me planteaba sobre Albertina no eran cuestiones accesorias, indiferentes, cuestiones de detalle, las únicas, en realidad, que nos planteamos sobre todos los seres que no están para nosotros, lo que nos permite caminar cubiertos de un pensamiento impermeable, en medio del sufrimiento, de la mentira, del vicio y de la muerte


    25. La superficie acristalada se hallaba en el centro y alrededor de ella las planchas metálicas descendían en suave pendiente hacia un canalón, con agujeros cuadrados que traspasaban la piedra para eliminar el agua de la lluvia


    26. Sus oscuros ojos de ágata lo traspasaban y sus delgados labios temblaban en una sonrisa de compasión


    27. Las heridas del costado —ambas, la antigua y la reciente— le dolían, y los pinchazos lo traspasaban; heridas que jamás se curaban, pero también eso parecía distante, el cuerpo de otro hombre


    28. Cuando los soldados de caballería se lanzaron al ataque, sucumbieron bajo los tremendos golpes de hacha para dos manos de hombres como Barnikel, que traspasaban con facilidad sus cotas de malla


    29. En efecto: el mestizo había cambiado con la edad, la experiencia, los golpes de la vida, las terribles escenas en que había tomado parte-incidentes como decía Arthur Pym-«completamente fuera del registro de la experiencia, y que traspasaban los límites de la credulidad de los hombres»


    30. La chica intentó conservar la expresión alegre pero el miedo y la duda traspasaban esa máscara cuando levantó la mirada

    31. Desde el fondo del jardín del templo llegaba el sonido de una flauta, y las fluidas notas de la música me traspasaban el corazón


    1. dólares (digamos $500), que les sería reembolsado al entre-gar una versión completa de su trabajo final; si no lo hacen en un período de tres años más o menos, el depósito sería decomisado y traspasado a las instituciones encargadas de los archivos y las bibliotecas del país


    2. Acaso había dejado la enseñanza y traspasado el colegio;


    3. Míster Jones se convenció de que había traspasado su límite deresistencia


    4. habiendo traspasado losdesiertos, finalmente se detuvo en una hondonada, á la que dio el nombrede


    5. el corazón traspasado sintió?


    6. hacía agua: el granero, traspasado en varios puntos,derramaba el


    7. caudillos cuyos nombres han traspasado lasfronteras argentinas y aun en aquéllos que


    8. vio bailar en medio de los convidados, y traspasado dedolor


    9. traspasado para quedar en completa libertad


    10. 12 Luego traspasado el sacerdocio, necesario es que se haga tambien

    11. naufragio, la destrucción y las necesidades insoportables inspiraban el respeto de quienes han traspasado


    12. Kaz, obstinado en escoltar a su amigo, no había traspasado el escollo y era catapultado hacia las alturas cada vez que lo intentaba


    13. Desde entonces había corrido la noticia, y durante un siglo había sido un tremebundo tanteo de la selva, un trágico fracaso de expediciones, un extraviarse, girar en redondo, comerse las monturas, sorber la sangre de los caballos, un reiterado morir de Sebastián traspasado de dardos


    14. » Y comienza a contarme de gente para mí desconocida; de padres despedazados por los indios del Marañón; de un beato Diego bárbaramente torturado por el último Inca; de un Juan de Lizardi, traspasado por las saetas paraguayas, y de cuarenta frailes degollados por un pirata hereje, a quien la Doctora de Avila, en estática visión, viera llegar al cielo, a paso de carga, asustando a los ángeles con sus terribles caras de santos


    15. Apenas hubieron traspasado la abertura que les sirvió de entrada en la caverna, chocó la canoa contra un gran bulto que sobrenadaba en las aguas del canal


    16. Antes de retirarse, Francisco tomó algunas fotos, con toda tranquilidad y precisión, como si se moviera en sueños, porque había traspasado la frontera de su propio asombro


    17. En cuanto la hubieron traspasado, un par de esclavas muy jóvenes, vestidas a la usanza mora, se hicieron cargo de sus capas y gorros


    18. Un emprendedor ciberladrón había traspasado doscientos mil dólares a su cuenta durante una serie de rápidas transferencias electrónicas


    19. La bala había roto el cristal del tablón de anuncios, lo había traspasado y se había alojado profundamente en la pared


    20. imperaban en Ganimedes y había traspasado el punto médico más allá del cual no había

    21. Era imposible que el campo eléctrico pudiera haber traspasado la protección de esta cabina


    22. Había traspasado el velo que la conducía a la promesa de ser eterna y ya volvía a estar en peligro


    23. ¡Mil veces más desgraciado que si cayeras para siempre traspasado por las bayonetas de tus viles amigos! ¿No crees en Dios omnipotente, justo [183] y misericordioso? ¿No crees en la Santísima Trinidad? ¿No crees en la Encarnación del hijo de Dios, ni en su pasión y muerte por redimirnos del pecado?


    24. ¡Caí en tierra herido, con el corazón traspasado por las flechas que sin arco disparan sus anchos ojos maravillosamente rasgados!


    25. -¡Oh, bien me lo decía el corazón! -balbució el huérfano traspasado de dolor-


    26. Traspasado el parador a Guasa, este se hizo también rico, y en 1860 poseía casas en la Almunia, un café en Cariñena, y suyos eran los coches de la estación de Calatayud, y los que hacían el servicio a Paracuellos de Jiloca


    27. Fernando se retiró otra vez con el corazón traspasado


    28. Ibero no dejaba pasar día sin ir a informarse, y en los de peligro acudía dos y hasta tres veces, traspasado de compasión cuando las noticias eran tristes, y alegrándose si observaba en las caras de Cavallieri o de María Luisa señales de esperanza


    29. en cuanto divisé, apenas traspasado el portón, a la futura emperatriz


    30. Pero la Galaxia es grande, y ya ha sucedido más de una vez que se han traspasado fronteras involuntariamente

    31. La humedad había traspasado los trajes de agua, con la consecuencia de que tenían las prendas empapadas, y el frío aumentaba todavía más sus padecimientos


    32. –La de ella también lo ha traspasado


    33. Eso es lo que vio al abrir los ojos en el sueño, y podía oler el extraño aspecto y la belleza de todo, como si en parte ya supiera que había traspasado la frontera de la realidad


    34. Apenas hubo traspasado el umbral, se oyó un murmullo en las sombras y ella desapareció


    35. Era como si Yamun les hubiese traspasado su visión de la conquista, como si ésta corriera por sus cuerpos y se apoderara de sus espíritus


    36. Una de las heridas de bayoneta de la espalda le había traspasado el cuerpo, y la sangre brotó ahora de la entrepierna del pantalón


    37. De todas maneras, ahora los ojos los había cerrado, allí, apoyado en la alambrada, con el tiro del de los Abruzos que le había traspasado la cabeza, de lado a lado, quirúrgico


    38. Ni una gota había traspasado las mantas de viaje, y éstas se habían ido por el conducto de lava junto con el cadáver


    39. Al aproximarme y examinar la lanzada noté que había entrado entre la quinta y sexta costillas, con una trayectoria lógicamente ascendente y que, presumiblemente, había traspasado el plano muscular intercostal, las pleuras parietal y visceral, el pulmón y el pericardio, entrando de lleno en la aurícula derecha


    40. Sé lo que son esos dolores, cuya importancia es tal en la esfera de la vida, que algunos han traspasado los límites de lo personal para conmover al mundo, como sucedió en la guerra de Troya, cuyos pormenores recuerdo como si hubieran pasado ayer

    41. Recordaba la Gran Vía los últimos días de septiembre, antes de su viaje de vuelta, con los obuses lloviendo día y noche y el cielo traspasado por los reflectores entrecruzándose en ángulos giratorios, sobre las fachadas de los edificios: los tejados del Madrid de los Austrias; la Telefónica, donde estaba la oficina de prensa del gobierno y desde donde muchas veces había tenido que enviar alguna crónica por conferencia, agachada mientras los proyectiles pasaban por encima de su cabeza; la calle Alcalá; los altos ventanales del Círculo de Bellas Artes


    42. Se había salido la tinta de una pluma y había traspasado la piel, dejando pequeñas manchas azules en el bolsillo de la cremallera


    43. En cuatro días habrán traspasado la línea


    44. — ¿ Crees que estaba vivo Jesucristo cuando su costado fue traspasado por una lanza en la cruz? —


    45. No obstante, a juzgar por la recompensa, debía de tratarse de algo importante, sobre todo si se tiene en cuenta que no nos procesaron por haber traspasado los límites de la reserva militar


    46. Me acerqué un paso más, apoyé la cabeza en su pecho y me quedé mirando la tela de su camisa, sabiendo que la situación había traspasado el límite de lo decoroso y debía interrumpirla


    47. Los cristales rotos habían traspasado el tejido de los pantalones, que habían sido cortados por encima de las rodillas


    48. Sorro feroce: cuore traspasado,


    49. –Estarás solo, desarmado, y antes de que te dé tiempo de levantar y abatir tus puños ya te habrán traspasado el vientre y abierto la garganta


    50. Estaba tumbado en un carro, con los muslos abiertos, el hombro traspasado, la base del cuello cercenada





































    1. con que diariamente traspasamos el dulceCorazón de Jesús


    2. Una vez en su interior traspasamos el botín, a excepción de las pistolas, de sus bolsillos al mío


    3. Seguimos caminando, traspasamos las puertas occidentales y salimos al campo


    4. Traspasamos la alambrada y entramos en el campo


    1. y a los puñales que traspasan mis entrañas recelosas


    2. Era tan admirable su tino aritmético, que ni una sola vez pasómás allá de la indecisa raya que tan fácilmente traspasan los ricos;llegaba el fin de mes y siempre había un superávit con el cualayudaba a ciertas empresas caritativas de que se hablará más adelante


    3. cuando seentra en lo sobrenatural, se traspasan de un salto los


    4. 2 )Por qué tus discípulos traspasan la tradicion de los ancianos? porque no


    5. 2 ¿Por que tus discípulos traspasan la tradicion de los ancianos? porque no


    6. 2 ¿Por qué tus discípulos traspasan la tradicion de los ancianos? porque no


    7. El mes pasado ganó medio millón de reales, y ahora, si traspasan lo del Gas a la Compañía francesa, no se puede calcular los dinerales que ganarán entre Emilio, Gándara y Safón


    8. Y de ese modo, cuando también al otro día el cuarto Felipe plantease al municipio la aprobación de un nuevo impuesto o una tasa extraordinaria sobre el tesoro recién llegado, Sevilla tendría en la boca el almíbar necesario para endulzar lo amargo del trago —las más mortales estocadas son las que traspasan el bolsillo—, y aflojaría la mosca sin excesivos melindres


    9. Era tan admirable su tino aritmético, que ni una sola vez pasó más allá de la indecisa raya que tan fácilmente traspasan los ricos; llegaba el fin de mes y siempre había un superávit con el cual ayudaba a ciertas empresas caritativas de que se hablará más adelante


    10. Hay cosas que traspasan los límites de la razón

    11. Cuan insignificantes se sienten los hombres cuando traspasan los límites de lo desconocido y se adentran en espacios que sólo son propicios a los dioses; en los que la vileza es señalada con el dedo acusador de una justicia divina, infalible e inexorable, para la que ni el arrepentimiento atenuará su demoledora sentencia


    12. Pero decir ciudad equivale a tener en la mente figuras de algún modo regulares, con ángulos rectos y proporciones simétricas, cuando por el contrario debemos tener siempre presente cómo se recorta el espacio en torno a cada cerezo y cada hoja de cada rama que se mueve al viento, y a cada dentelladura del borde de cada hoja, y también cómo se modela sobre cada nervadura de hoja, y sobre la red de vetas en el interior de la hoja cuyos entrecruzamientos traspasan a cada momento las flechas de la luz, todo estampado en negativo en la pasta del vacío, de modo que no hay nada que no deje su huella, toda huella posible de toda cosa posible, y al mismo tiempo toda transformación de las huellas instante por instante, de modo que el forúnculo que crece en la nariz de un califa o la pompa de jabón que se posa en el pecho de una lavandera cambian la forma general del espacio en todas sus dimensiones


    13. Es algo que debo solucionar solo, porque los que caminan a mi lado traspasan la puerta al otro mundo con una rapidez alarmante


    14. son balas velocísimas, pero que no traspasan el chaleco blindado de los S W A T


    15. Y de ese modo, cuando también al otro día el cuarto Felipe plantease al municipio la aprobación de un nuevo impuesto o una tasa extraordinaria sobre el tesoro recién llegado, Sevilla tendría en la boca el almíbar necesario para endulzar lo amargo del trago -las más mortales estocadas son las que traspasan el bolsillo-, y aflojaría la mosca sin excesivos melindres


    16. Si te muerden té traspasan él demonio


    17. De la misma manera, mientras alen­temos, en el resto del tiempo, cuando tropezamos con una silla, una mesa o una mujer, flechas de sensación nos traspasan, igual que ocurre en un jardín, o al beber este vino


    18. Dicho del aire o del frío: Ser tan penetrantes y sutiles, que parece que cortan y traspasan la piel


    19. Los sollozos de Rowan se intensificaron; eran el tipo de sollozos que traspasan el corazón de cualquier padre


    20. Lester Bargus se sacude cuando el primer proyectil le alcanza en el pecho, y sigue agitándose y contrayéndose espasmódicamente mientras lo traspasan los posteriores balazos y se suceden los estampidos en medio de las interferencias hasta dar la impresión de que nunca terminarán

    1. tierra fundidos poraquel calor que, traspasando las telas y


    2. Una cascada de sol, traspasando los vidrios, entraba de sesgo en laestancia


    3. reglas que la sociedad exige y traspasando los límitesque señala siempre a la mujer,


    4. Cuatro disparos más tarde, los tiradores se quedaban mirando, atónitos, a un único zombi traspasando el marco del ventanal roto, cuya pierna, completamente ennegrecida, humeaba débilmente


    5. Aquellas impresionantes orejas eran casi transparentes, y Obi-Wan pensó, contemplando la luz del sol traspasando las membranas venosas, que probablemente serían de gran ayuda para detectar a los temibles shanh y a otros depredadores potenciales de los rebaños de los yiwa


    6. En cierta ocasión, la señora Shau gritó que «la estaba traspasando con la mirada»


    7. –Bien -dijo Haral sin hacer comentario alguno, sin protestar y sin perder el tiempo traspasando las funciones a su tablero, lo que retrasaría el instante de abandonar su asiento-


    8. Fueron en seguida a la caverna donde se encontraba el ojo del pozo y, uno a uno, fueron traspasando la pequeña abertura


    9. Pero su mayor lucimiento provino de una memorable invención suya, con la cual alcanzó aplausos y lisonjas, que traspasando el círculo del colegio, llegaron al público


    10. El hombre desempeñaba la cura de almas en la sociedad militar con celo y modestia, hablando poco y no traspasando jamás el límite de sus funciones espirituales

    11. A los diez minutos de entrar en Palacio Tinito y su padre, y después de un viaje laberíntico por aquel confuso monumento, traspasando puertas y mamparas, sube por allá, baja por aquí, llegaron al Cuarto de don Alfonso, guiados por un alto funcionario de la Intendencia


    12. Después de años de pérdidas, a pesar de haber ensayado distintos modelos, sin que Banesto tuviera nada que ver en el asunto, se presionó por todos los medios, traspasando los límites de lo razonable en muchas ocasiones


    13. Lo malo es que se están traspasando en esa defensa muchos límites, entre ellos el de la verdad


    14. Desde este mismo sitio, junto a la tapia y casi a la misma hora, dos años después, traspasando sus ojos el turbio cristal de la verdad verdadera, les pareció verla desnuda en la ventana: vestida solamente con un rayo de luna y una sonrisa enigmática, caminaba con los brazos abiertos hacia alguien que no alcanzaron a ver


    15. Al mismo tiempo, sabía que Quim le estaba traspasando su tierra en condiciones de increíble generosidad


    16. Se colocaron proclamas reales en inglés y hawaiano en las calles de Honolulu y se pegaron carteles en los poblados más densos del grupo de islas, en los cuales Su Majestad anunciaba a sus activos súbditos el restablecimiento de su trono y les exhortaba a celebrar la ocasión traspasando toda limitación moral, legal y religiosa durante diez días consecutivos, durante los cuales todas las leyes de la tierra se declaraban solemnemente suspendidas


    17. «Estoy traspasando la última frontera —pensó—


    18. El puñal lanzado a su espalda se clavó silencioso y mortífero traspasando el cuero de su chaqueta y la carne y alojándose en su corazón


    19. Mientras los dedos de su mano izquierda exploraban los huecos entre las costillas del hombre, traspasando piel y grasa para hurgar tras el esternón, pudo sentirlo


    20. Las nubes se separaron afuera y un rayo de luz se coló de pronto en la habitación, traspasando el centro de la desesperación de Mack

    21. El Árbol abatido a hachazos y los Aiel de rostro velado traspasando la Muralla del Dragón


    22. Se quedó de pie un momento, traspasando con los ojos a Galeno, que le devolvió la mirada con altanería


    23. Habían surgido al mundo traspasando la fina corteza que separaba el presente del pasado, la vida de la muerte


    24. Cuando por fin el contramaestre logró abrir la puerta, les pareció que el huracán, traspasando las chapas de fierro del barco, hacía girar esos cuerpos en remolino como si fueran polvo; les llegó un rumor confuso, un tumulto tempestuoso, murmullos feroces, ráfagas de gritos, y el pisoteo de pies mezclado con los golpes del mar


    25. Estaba ya traspasando el umbral de la puerta principal cuando la vi bajar por las escaleras y gritar:


    26. «Estoy traspasando la última frontera -pensó-


    1. lograban traspasar elespesor de los sillares de pórfido y


    2. Don Eugenio, que se sentía viejo y estaba dispuesto a traspasar LasTres Rosas al dependiente


    3. escuchando en confesión á un moribundo;porque yo voy á traspasar á ti, y con


    4. Después de traspasar la tienda al


    5. ¡Cuántas veces, al traspasar esos


    6. nunca las pagaran, y porque los intereses estaban apunto de traspasar su valor


    7. hallamos, nosolo un caudal de ideas generales para traspasar los límites de lasensibilidad, sino


    8. , ni en listas de funcionarios, ni en corporaciones, nien juntas, ni en nada que pudiera hacerle traspasar las fronteras deaquel reducido término de Ateca


    9. seatrevían a traspasar las fronteras del pensamiento


    10. Suespíritu no osaba traspasar

    11. Hubo murmullos, codazos y miles de ojos que se clavaron en mí y en Gabriel a lo largo de toda la representación; entre ellos, los del Primer Cónsul, que, según pude ver con satisfacción, me observaban a través de sus prismatiques; sin embargo, lo cierto es que ni una de las metafóricas flechas que Diana disparó en su dirección durante el primero y segundo actos logró traspasar el escudo de desdén que parecía haber levantado aquel viejo amigo mío


    12. imposibles de traspasar, y termina haciendo un pacto con el


    13. Pero el conde conservó su bondadosa sonrisa en los labios, y tampoco esta vez, a pesar de la profundidad de sus miradas, pudo el pro curador del rey traspasar su epidermis


    14. Yo, Tilo, a quien la curiosidad ha impulsado tan a menudo a traspasar los límites marcados por la prudencia


    15. Otro ejemplo, el viejo juez Wargrave ha matado sin traspasar los limites de la ley


    16. Puse a las piezas nombres sonoros que evocaban cuentos de mi madre, Katmandú, Palacio de los Osos, Cueva de Merlín, y me bastaba un esfuerzo mínimo del pensamiento para traspasar la madera y penetrar en esas historias extraordinarias que se desarrollaban al otro lado de las paredes


    17. Nada más traspasar la puerta de la estancia, acompañado por fray Valentín, pudo ver en la expresión de su rostro y en su agitada respiración que algo no andaba bien


    18. Los tales clérigos acompañaban a los nuevos cristianos con lo puesto hasta las puertas, y en ellas les libraban un salvoconducto provisional que llevaban en sus bolsas y, arrancándoles el círculo amarillo que llevaban sobre sus ropajes, les permitían traspasar los límites y huir con el único capital evaluable, el de sus vidas


    19. Claro está que es un realzamiento precario puesto que Angélica ha entrado en la familia al casarse con Jacobo: esto significa que hay ciertos límites que Angélica por mucho que profundice su relación con Juan, no podrá traspasar, ni siquiera incestuosamente


    20. Un manual de la CIA encontrado en Laos les enseñó cómo usar horquillas para el cabello, medias rellenas de piedras y hasta tarjetas de crédito robadas para traspasar ojos, quebrar cuellos y rebanar gargantas

    21. Algunos vecinos la saludaban desde los porches: «¿adónde va hoy tan deprisa, señora R?» Preguntaban más por costumbre que por interés pues sabían que no llegaría más allá de la dársena, donde su peculiar medio de locomoción se detenía bruscamente sin traspasar jamás la orilla del mar


    22. El ruido del avión no logró traspasar la barrera del estruendo de abajo


    23. Pues ¿y qué diré de aquellas elegantísimas y suntuosas fiestas de Rosa la Naranjera, tan célebres en toda la redondez de Madrid, que hay historiadores muy concienzudos que aseguran haber visto a más de un príncipe traspasar los umbrales de su bodegón, calle de las Maldonadas? Y si esta última atrevida afirmación no fuera cierta, eslo en lo tocante a duques, marqueses, condes y vizcondes, de lo cual certifico, por haberlos visto


    24. ¡Al contacto de su rostro, se purifica el agua de la belleza! ¡Y sus párpados suministran a los arqueros flechas para traspasar el corazón de sus enamorados! Pero loadas sean tres perfecciones; ¡su be­lleza, su gracia y mi amor!


    25. »Lo peor del caso, amiga querida -prosiguió Cristeta, tomado aliento y limpiado el gaznate-, es que yo, con la mayor inocencia, fui la primera persona que supo en Palacio el devaneo de Cristina, y no sólo fui quien primero lo supo, sino algo más, Leandra, pues a [189] mí me escogió la Providencia, ¡triste sino el mío!, para que abriese la puerta por donde entró la flecha de Cupido que había de traspasar el corazón de la Reina


    26. En cualquier caso, la sensación era real, y yo estaba atenta a la menor oportunidad de traspasar la puerta prohibida


    27. Era como un caballero servente, que a la dama [19] obsequiaba y asistía, sin traspasar nunca la línea que separa el cortesano respeto del melindre amoroso)


    28. Tú, que no puedes traspasar los límites fisiológicos de la existencia humana, no verás realizado el ideal federalista en toda su pureza; yo, que soy vieja eterna, espero ver algún día


    29. Sin embargo, al traspasar el portal Kim percibió que Edward estaba bastante nervioso


    30. La segunda bolsa tenía la función de absorber esa mínima filtración, y el pelo añadía una capa más para embeber la grasa que pudiera traspasar la membrana de la vejiga

    31. Los rayos dieron en la roca bajo la cual se habían cobijado durante su abreviada cena, a menos de tres metros de la tienda, y rebotaron por encima de sus cabezas cubiertas por la lona hasta una segunda roca a no más de un metro de donde estaban, y todos los hombres se acurrucaron más aún, intentando traspasar la lona sobre la cual se encontraban, en un intento de fundirse con la roca


    32. Pero había sido como verse a sí misma en una película o a través de un grueso vidrio que no pudiese traspasar ninguna emoción


    33. Sus compañeros se burlaron de él de tal manera que el infeliz, ya abatido par sus sufrimientos, franqueó deliberadamente la línea que los prisioneros no deben traspasar y el guardián debió matarlo


    34. La araña se preparó para volver a traspasar a su víctima y levantó una segunda pata


    35. –El gobierno puede ser una cosa poco manejable, señor King, y ciertas partes del mismo pueden traspasar los límites de la autoridad de vez en cuando -repuso el hombre, sin alterarse-


    36. Al traspasar la puerta principal me encontré ante el cuidado y dilatado jardín


    37. Sin embargo, el Galileo -puesto en pie, confirmó su decisión, haciendo saber al jefe del grupo que pensaba retirarse durante toda la jornada y que, bajo ningún pretexto, deberían traspasar las puertas de la ciudad santa


    38. Traspasar esa puerta era de lo que se trataba cuando uno es policía


    39. Ningún amante podría traspasar jamás esa frontera


    40. Alrededor de la plataforma había una zona de seguridad de quinientos metros que no podía traspasar ningún tipo de transporte, excepto los barcos taller que pertenecían a la plataforma

    41. Pero ¡así se dice, no obstante, en esos libros fidedignos! ¿Se tratará de una mentira? Pero ¡si esa fuera mentira, todo lo demás lo sería también! ¿Cómo salvar la verdad? Y he aquí que entonces, para salvar la verdad, idea él otra ilusión, dos, tres veces más fantástica, ingenua y disparatada que la primera: imagina cien mil hombres hechizados, con cuerpos de molusco, que la aguda espada del caballero puede traspasar con facilidad y rapidez diez veces mayores de las que consentirían cuerpos de hombres corrientes


    42. Pasaron por donde estaba la parte baja del pozo sin el menor atisbo de que allí había un niño escondido, dispuesto a traspasar la abertura y meterse en las cavernas en cuanto ellos hubiesen pasado


    43. Gordon miró con fijeza, tratando de traspasar la oscuridad


    44. Meggie se negaba a traspasar de nuevo el umbral, no por el acre olor a quemado que aún brotaba por las ventanas, ni por las puertas carbonizadas, sino por los recuerdos, pues en cuanto veía la casa creía que la atacaban animales feroces


    45. ¿Sabe?, la noche pasada estuve pensando en un nuevo enfoque… un nuevo argumento que puede traspasar su obstinación


    46. Hay un límite que no puedes traspasar con el material que tratas


    47. Cuando por fin el sol logró traspasar la densa capa de nubes, en la mañana del séptimo día, sus rayos cayeron sobre un hombre-mono al que le faltaba muy poco para que la desesperación le enloqueciera


    48. Existe un límite que ni siquiera tú puedes traspasar


    49. Traspasar esa puerta, estaba vedado a todo el mundo salvo a los servidores autorizados y al Hem-netjer-tepy (el primer servidor del dios, en este caso el Gran Artesano)[99]


    50. Sin embargo, Lentejillo le había correspondido al tercero, a Ángel Gómez Escorial, de quien se decía que era valiente hasta traspasar las lindes de lo racional












































    1. Resplandor que traspasas los encantos


    2. O desmantelas la empresa y te quedas con las deudas, o se la traspasas a Micke


    1. otro y ha conseguido facilitar el traspaso de capitales de un


    2. vendería el huerto deAlcira, y don Antonio le haría traspaso de la tienda por unos cuantosmiles


    3. 4 Entónces salió de la tierra de los Caldéos, y habitó en Charan: y de allí,muerto su padre, le traspaso á esta tierra, en la cual vosotros habitaisahora


    4. Peggotty se había trasladado allí para estar mejor y había alquilado la suya al sucesor en los negocios de Barkis, que le había pagado muy bien el traspaso, quedándose con el carro y el caballo


    5. –Éste es el enigma más difícil y la más extraña historia con que he tropezado en mi vida -dijo Lord Stanes en el cuarto recién amueblado del último piso de la casa número 188, terminado antes del interregno entre la fecha de la disputa industrial y la del traspaso de las obras que efectuaban las Trade Unions


    6. Pero Occidente, lejos de regocijarse porque el traspaso de poderes en unas elecciones democráticas insólitas en un país árabe se hubiese hecho pacíficamente, castigó a los palestinos por sus votos


    7. os juro que lo traspaso


    8. este traspaso, estas angustias, venían en tiempo de maldición, que maldición es la cesantía y azote de pueblos!


    9. Y que estaban considerando un traspaso a control Tierra, mientras verifican un análisis de programa


    10. A cambio, y para la tranquilidad de la familia, el día del traspaso de las acciones y las firmas, me entregarás todo el material que comprometa a mi hija, incluido el master de aquel video y las fotografías

    11. En su informe de traspaso de poderes, Geyr destacó varios puntos


    12. presiones efectuadas sobre el Gobierno, se conseguiría un fácil, aunque brusco, traspaso de poderes


    13. Esta tienda estuvo en traspaso y se ve que el que se la iba a quedar en un principio la perdió, porque llegó otro que ofrecía más dinero y se la dieron bajo mano, con lo que al final se la traspasaron a la corsetería


    14. Los agentes del Smersh se mostraron reticentes a entregar tal premio y se llevaron los restos en la noche antes del traspaso del sector entre los comandantes del Ejército Rojo


    15. El cambio de faraón supuso tan sólo un traspaso de poderes oficial, pues Ramsés ya gobernaba Egipto de hecho


    16. El día del traspaso de poderes, una alianza entre fangs y bubis, osadamente forjada, entre la que había miembros de las fuerzas armadas, asaltó, en una acción concentrada, varias comisarías de policía de Malabo y la sede del gobierno, arrestó al dictador y a su designado sucesor, los llevó a ambos hasta la frontera con Camerún y los echó sin dilaciones del país


    17. Así que no se habían deshecho de él, alguien le había fichado, habían pedido su traspaso


    18. Fue durante ese traspaso que el Ocean Belle fue perforado dos veces, justo debajo de la línea de flotación, del lado de babor, en el depósito de pinturas y el compartimiento de lastre


    19. La historia del traspaso del libro a los alemanes, que Hall dejó referida entre sus papeles, parece un fragmentó sensacional de literatura de imaginación:


    20. Si Crimen Organizado hubiese mostrado interés, el traspaso habría sido más fácil de aceptar

    21. El asunto de Canarias desapareció "misteriosamente" de la agenda de la OUA, en parte por la reacción unánime de las fuerzas democráticas españolas (Felipe González envió cartas a jefes de Gobierno de Africa) y por el "cuidado personal" que el Gobierno otorgó a algún dignatario de la OUA (esto lo supe en los días en los que procedíamos al traspaso de poderes en noviembre de 1982)


    22. Tengo los papeles del traspaso de la propiedad en el coche


    23. Sí, es muy extraño: la muerte sigue sin asustarme, pero, a partir de ahora, sudaré de angustia ante la idea del momento del traspaso, aunque sólo dure un segundo


    24. Pero ahora traspaso la puerta de la cantina y me pongo en fila delante del mostrador


    25. Puesto que la persecución del nuevo objetivo significa, en parte, el traspaso de ciertas cargas del capital a las compañías exteriores, la unidad financiera podría estar llamada a proveer de vez en cuando de ayuda técnica a dichas compañías, por lo cual le convendrá conocer de antemano sus necesidades y programarlas


    26. –¿Qué es? ¿Es el traspaso?


    27. Pero los ministros advierten que se verán obligados a acudir al ministro del Interior por cualquier pequenez y rechazan no sólo la ampliación de poderes a los gobernadores, sino induso el traspaso de los abastecimientos al Ministerio del Interior


    28. Son al portador, no es necesario ningún documento de traspaso


    29. Es así que, habiéndose creado una cordial atmósfera de confidencias en la segunda visita efectuada por el suscrito a Casa Chuchupe, reveló a éste la dicha Leonor Curinchila que estaba a punto de quebrar y que venía considerando hacía algún tiempo el traspaso de su establecimiento


    30. No… Traspaso el umbral, subo por la escala de hierro y heme en el puente

    31. Puesto que los derechos de sucesión no habían sido satisfechos, y encontrándose ella en el extranjero, el abogado, a quien bauticé como José María Requejo en recuerdo al primer muchacho que me había besado en la boca, le pedía autorización para iniciar los trámites pertinentes y solucionar el traspaso de propiedades a nombre de su hijo Julián, con quien pensaba contactar vía la embajada española en París asumiendo la titularidad de las mismas con carácter temporal y transitorio, así como cierta compensación económica


    32. El excelente inglés que hablaba Xi se había pulido durante su reciente intervención en el traspaso de la colonia de Hong Kong a la República Popular China


    33. Con el dinero de ella pagaban el traspaso del pub New York y lo abrían con el nombre de Bonnie & Clay


    34. Cada traspaso se registraba


    35. No se están sentadas ahí media hora, incapaces de relajar los músculos del esfínter sin leer los resultados del campeonato de fútbol, los millones que se pagan por traspaso o quién ganó a quién en las semifinales, que por otra parte ya vieron por la tele


    36. Estábamos en conversaciones para la compra de una casa y acordamos un traspaso de fondos, ya que la cuenta de su padre estaba prácticamente a cero


    37. —Y, sin embargo, los funcionarios que dirigieron el traspaso del archivo traían un plano muy detallado de las instalaciones


    1. Me atormentaba la idea de que el fraile, cuyas carnes orondas traspasé con el alfiler, influyera para que, en vez de mandarme a mi casa, me encerraran en el Nuncio


    2. Escapé de la plaza subiendo por las escaleras que atraviesan el arco sobre el que se asienta el palacio arzobispal y lleva a la fachada norte de la catedral, la de la Azabachería, y me encontré de lleno con la infancia de la que estaba huyendo, de lleno con el momento en que abandoné la niñez y traspasé la puerta grandiosa de San Martín llevado por mano que recuerdo sin piedad ninguna


    3. -Apenas traspasé la puerta, me salió al encuentro en el local de la Escuela, vacío enteramente de chiquillos


    4. Lo traspasé con la mirada


    5. En ese momento le traspasé el corazón


    6. Traspasé la puerta y llegué a la galería


    7. En cuanto traspasé la puerta del hotel, Frieda se posó en mis brazos como un halcón


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    traspasar in English

    overstep sign over trespass <i>[formal]</i> transfer convey alienate cede make over

    Synonymes pour "traspasar"

    atravesar rebasar franquear trasponer salvar saltar violar infringir vulnerar quebrantar romper ensartar pasar espetar cruzar horadar engarzar