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    Используйте «alejar» в предложении

    alejar примеры предложений

    aleja


    alejaba


    alejaban


    alejabas


    alejado


    alejamos


    alejan


    alejando


    alejar


    alejas


    alejo


    alejábamos


    alejé


    1. relampaguea en la mirada del zorro, que pegando un salto feroz se aleja,


    2. Y es precisamente en esos instantes cuando más se aleja la verdadera comunicación política de su razón de ser, pues es más direccional, más verticalista, más irracional y antidemocrática


    3. Y es que la misma esencia del enfrentamiento en que el nombre de campaña electoral semeja a una guerra sin cuartel, aleja la posibilidad del diálogo, del entendimiento, del consenso, todas prácticas democráticas mutiladas seriamente en el proceso electoral


    4. Y luego se lo pone con las dos manos y se aleja unpoco inclinado, tosiendo, pasándose suavemente la mano por su barbablanca


    5. Solamente que, en los últimos años, Ulises por la noche comparte el lecho con la diosa haciendo el amor con ella y durante el día se aleja a los escollos a llorar todo el tiempo porque no puede retomar el camino hacia Itaca, ésto con Circe no le había sucedido


    6. y después se aleja por la isla con la excusa de ir a rogar a los dioses


    7. tierra sufren y aleja de su augusta presenciaa los réprobos de la


    8. contrario entre sílas estrellas de que se aleja


    9. se aleja de ellas, yllega a la orilla de un lago, por cuyas


    10. sé qué que da lugar á la reflexión, aleja dela mente los ensueños

    11. abundante, vadesapareciendo el escombro y el arenque se aleja


    12. Juan se aleja apresuradamente y desaparece en el bosque


    13. Se aleja el automóvil y se deshacen los grupos


    14. —Pero, señor, no sólo es eso lo que lo aleja de Zenda


    15. Cuando nos alejamos de un puerto, sabemos bien que no es el puerto loque se aleja; y no obstante la ilusion es completa, el puerto huye


    16. Y el rio arriba yendo bien se aleja;


    17. las ondulaciones de lamontaña, el río Bruche se aleja haciendo zigzags entre las


    18. obscuro descendiera hasta la tierra: elmonte se aleja y se aproxima según el juego de los vapores que


    19. en la mujer aleja alos pretendientes


    20. al penetrante encanto de los recuerdos de la juventud, másdulces cuanto más se aleja

    21. (Se aleja hacia las mujeres


    22. La señora se aleja, vociferando y maldiciendo de los


    23. se aleja en el ligero vehículo; va preocupado, el ceñofruncido,


    24. Con estas cifras, ¿no es lógica la falta de temor, y sin él,la indiferencia? Lo es, máxime si se agrega que el soldado cumplidoal volver á su pueblo, cuenta la vida holgada del cuartel, y consus relaciones, aleja el temor de los quintos, que saben, que elsoldado viste bien, come mejor, tiene dinero, y vive con holgura ypoco trabajo


    25. Hay que reconocer asimismo que algunos espíritus superiores, adiestrados en la labor científica y capaces de levantarse hasta las cumbres del pensamiento filosófico, han permanecido fieles a convicciones religiosas o vuelto a ellas tras haberlas abandonado, y nos complacemos en repetir la frase de uno de ellos, que dijo: Un poco de ciencia aleja de Dios, y mucha ciencia torna a conducir a Él


    26. El camarero se aleja


    27. El coche se aleja mientras Johnny se queda en la acera


    28. El capitán da la vuelta y se aleja dando órdenes a un oficial


    29. PÍO se aleja


    30. Las palabras son un revuelo de copos de nieve en los faros de un coche que se aleja

    31. Me abanico con el ejemplar de Hawai y veo cómo se aleja Tim


    32. En la madurez, cuando digerir y hacer el amor se convierten en tareas, la mente se aleja a regañadientes de la mesa y de la cama; pero hay algunos seres capaces de llegar hasta el último día de una larga y fructífera existencia con el mismo apetito por los placeres terrenales de la juventud


    33. Al momento siguiente, el agente se aleja en dirección al vuelo, con el sabor persistente en la boca de la sal del gran dolor de la madre


    34. Mientras ignoran, la felicidad se acerca a ellos o se aleja, como los mirajes que finge en el desierto la imaginación calenturienta


    35. Y el médico aleja a la mujer porque teme las habladurías, las consecuencias


    36. ¡Cuando aparece, conmueve profundamente los corazones su presencia, y cuando se aleja los corazones quedan aniquilados!


    37. ¡El recuerdo de mi bienamada me hace deliciosa compañía en mi soledad, y aleja de mí los penosos pesares de la ausencia!


    38. Ahora, cuando las personas que me visitan en mi enfermedad conversan conmigo, optimistas y llenas de proyectos de futuro que me incluyen, se me ocurre que es sábado hace treinta o cuarenta años, que estoy en Ericeira, que el automóvil de mis padres se aleja, con los faros encendidos, y siento el abandono y el terror de antaño, y, en el instante en que los faros se evaporaron en la gasolinera y yo decidí llamar a Benfica, mi sobrino se acuclilló en un banquito como hacía en la pensión de la plaza del garaje, a veinte o treinta metros de la playa, cuando los hermanos salían hacia la pista de patinaje y él se acercaba a mí ahuyentando el miedo a encontrarse sin más niños en el hotel, salvo una pequeña rubia llamada Julieta que jugaba en el patio de la parte trasera y perseguía a las gallinas de la encargada de la pensión tirándoles pedazos de ladrillo


    39. Y mientras el vehículo se aleja,


    40. ¿Cuántos directores de orquestas sinfónicas pueden padecer Parkinson al mismo tiempo y dejar de dar la lata a corto plazo? Muy pocos en la historia de la música; luego, aquel al que le tocó la china, aleja el mal del resto de sus colegas y en él los demás exoneran sus culpas, purgan sus males, se liberan del miedo, ahuyentan la angustia

    41. ¿O estaría ella en el cielo y él no la reconocería? Recordó ese poema de Browning, ¿cómo era?, ese en el que un hombre se aleja tanto de una mujer que no la saluda cuando la encuentra en el cielo y si bien era una medianía -también en el cielo cabe ser una medianía-, el amor le dio alas, y con un esfuerzo desesperado sobrenadó a su timidez… Pero no, imposible, los listados lo mostraban a las claras


    42. Nunca les creí todo ese verso que me endilga el CMAP acerca de su preocupación al ver que la medicina estadounidense se aleja de sus valores tradicionales


    43. Tras dejar el asunto bajo control, Rogelio Tizón se aleja bastón en mano, observando los alrededores


    44. El comisario se incorpora, echa un último vistazo a los gatos que lamen el suelo y se aleja por el corredor oscuro, camino de la calle


    45. Bertoldi devuelve el catalejo y se aleja camino de los cañones de 24 libras


    46. Mojarra coge su manta, el zurrón y el calañés, camina entre los jergones y se aleja de allí


    47. Cuando Tizón sale a la calle, la mujer se aleja entre la lluvia, hacia la explanada de Capuchinos


    48. Se aleja el otro, sumiso, cojeando levemente


    49. Un camarero se acerca, solícito, creyendo que lo requieren; pero Tizón lo aleja con una mirada


    50. Entre ruido de cascos de caballos y música festiva, el cortejo se aleja despacio bajo las banderas y colgaduras que chorrean agua en los balcones














































    1. sucesivas ventanas cómo el coche en cuestión se alejaba muy despacio


    2. Ha sido rechazada por ejemplo por todos aquellos que han inventado, en Oriente y en Occidente, la vida monástica y que han afirmado que esa vida era una vida de perfección y que la vida del matrimonio era una vida de segunda categoría que alejaba de la perfección


    3. Luego, cuando se alejaba la escolta, los sentimientos


    4. calles de árboles al anciano, que se alejaba en el parque, yreconociéndole en aquel


    5. Los caballos reemprendieron de nuevo el camino que los alejaba de suchacra, y un rato después llegaban al lugar en que Barigüí habíacumplido su hazaña


    6. caballos, corrían a la pieza, la desprendían del trendelantero que se alejaba al


    7. Y se oyeron los tardos pasos de Quevedo que se alejaba


    8. unosdoscientos pasos, mientras el coche se alejaba en sentido


    9. El otro se alejaba, braceando alegremente, hacia el centro del río, enbusca de las aguas


    10. La vieja la siguió con los ojos mientras se alejaba con su niñotitubeante de sueño

    11. Recordaba lafacilidad con que se alejaba Salvatti, en el momento oportuno; la


    12. aproximación y me alejaba, buscando, en mi mente,qué lugar


    13. Y mientras arreaba sus machos, alejaba con el pie a la blanca


    14. que se alejaba para siempre


    15. tres de la tarde, y la tempestad se alejaba hacia el naciente,abriendo grandes claros de


    16. cuesta; y la canción caía yse alejaba con ella graciosamente


    17. Hullin se alejaba luego en otra dirección; por todas partes se lerecibía con igual


    18. mirando a su regimiento, que se alejaba en dirección deFramont; ¡aquel regimiento de


    19. convidados; pero alejaba, con un penoso sentimiento


    20. el corro se alejaba de los tresillistas, llenode respeto, obedientes todos, convencidos de que

    21. Parecía que, según el tren se alejaba


    22. contra los infames adúlteros y contra sí mismo, encuanto notó que el tren se movía y le alejaba


    23. quien no se alejaba un punto de ellos, más por elgusto de


    24. triste historia de su yerno por los años de 75 a 78; perose alejaba ya bastante del


    25. alejaba de las islas conocidas


    26. alejaba elbuque sin que nadie reparase en su persona


    27. favorecerlacon un milagro, Julio se alejaba al encuentro de la


    28. Un horror instintivo la alejaba dela casa de Aldeacorba, horror con el cual se


    29. de la campanilla del sacristánanunciando que el Señor se alejaba de la casa


    30. alejaba llevándose para siempre su tesoro, precedida de unagran cruz de plata en

    31. alejaba cuestaarriba hacia mi izquierda, al paso que hacia la


    32. Y mientras él se alejaba, en la esquina de la Catedral aparecía,


    33. detenerle, olfateaba la tela con elbufido de siempre y se alejaba en distinta dirección


    34. se alejaba más de prisa de lo que hubiera deseado, entre una nube de polvo, y sobre las piedras


    35. La infeliz madre, al mirar que el vapor se alejaba, se quedóinmóvil, con un niño en los brazos y el otro


    36. Oyó que Wren se alejaba por el pasillo, de regreso a la escalera


    37. Mientras el posadero se alejaba, los dos hombres miraron en derredor y eligieron una mesa grande, cerca de Kitiara


    38. Sin tenerlas todas consigo, Caramon y Tanis observaron a Raistlin mientras éste se alejaba por la bifurcación del camino


    39. Al fin, con la misma brusquedad con que habían cesado, se reanudaron los arañazos, aunque esta vez Wyrmfather se alejaba


    40. Me miró mientras me alejaba, solo en medio del desierto

    41. Alguien acababa de cerrar la puerta de la librería y se alejaba a toda velocidad


    42. Acodados en la barandilla de estribor, observaron cómo se alejaba la costa española, mientras escuchaban al hombre que había sostenido sus maletas


    43. Ha vuelto a la ciudad donde nació, donde fue al colegio por primera vez, donde su madre alejaba el miedo de la cabecera de la cama, donde su padre le enseñaba a desfilar, soldadito de plomo con espada de madera, donde aprendió a leer y a escribir, donde tuvo su primera pelea, donde conoció el placer de tirar de unas trenzas, donde adivinó el alcance de la palabra Pasión


    44. Y mientras se alejaba de allí, pensó que comprendía el porque de todo aquello


    45. El carruaje se alejaba despacio camino de la casa del ferrón


    46. El año 1980 no hizo nada por corregir esa interpretación, y menos aún los meses anteriores al golpe, cuando a medida que se alejaba de Suárez el Rey se acercaba a Armada -reuniéndose a menudo con él en privado, discutiendo con él la situación política y militar y la sustitución del presidente, consiguiéndole un destino de primer orden en Madrid-, casi como si Suárez y él fueran dos validos disputándose el favor del Rey y éste buscara la forma de sustituir a uno por el otro


    47. Hasta aquí -y repito: hasta bien entrada la madrugada-, la actuación de Cortina: una actuación que parece descartar su implicación en el golpe, pero que en absoluto permite excluirla (en realidad, colaborar con el contragolpe era, a medida que la noche avanzaba y se alejaba la posibilidad de que el golpe triunfase, la mejor forma de resguardarse contra el fracaso del golpe, porque era una forma de resguardarse contra la acusación de haberlo apoyado); menos aún permite excluirla lo que sabemos de la actuación de algunos de sus subordinados


    48. Mientras se alejaba, Knubel pasó junto a Ohilin y se detuvo un momento delante de él, observando sus rasgos con los ojos semientornados y una extraña sonrisa


    49. Pero Rieux se alejaba de la sala con un paso tan precipitado y con tal aire que cuando alcanzó a Paneloux y pasó junto a él, éste alargó el brazo para detenerlo


    50. Oímos que alguien se alejaba de la puerta y volvía por el corredor














































    1. incesantementepara alabarla cuando hablaban con ella, para ponerla defectos las más,en cuanto se alejaban un poco, y para imitarla todas, al fin, hasta enel modo de andar


    2. Oyó los pasos que se alejaban poco á pocoy volvió á sentarse murmurando:


    3. amenazas de Teobaldo alejaban de mí cada día lafelicidad; la voz de la opinión


    4. ¡Oh, mientras el ancho sol ocultábase alláabajo y se alejaban todos jadeantes,


    5. la orilla del rio en que vivian, porcuya razon nunca se alejaban de su recinto


    6. Y sentí pasos que se alejaban y una puerta que se abría yse cerraba de golpe, y la


    7. Según se alejaban del palacio y de


    8. Mientras se alejaban las dos jóvenes, Diana, contrariada por


    9. mientrasque los compañeros de Rocambole se alejaban del barril


    10. Su reserva y suausteridad la alejaban de los placeres y ruidos del

    11. Ambos se alejaban a buen paso, cuando Hullin llamó a su compañero:


    12. meditaciones le alejaban de su venganza, que enel fondo del alma él no quería ya vengarse,


    13. Se alejaban, atraídos por los preparativos de la merienda,prefiriendo la contemplación de las mesas á la del antiguo río de losSauces y á escuchar el relato de las hazañas del joven oficial de lamarina española


    14. roncaban tirados en las banquetas; otros se alejaban


    15. Todos se alejaban indudablementehacia el pueblo después del


    16. que se alejaban con mansa flotación


    17. deque practicándola, se alejaban del vulgo y ganaban en prestigio yrespetabilidad


    18. conocimiento, sintió que las voces se alejaban; que caían los muebles; que se rompían con


    19. las dosmuchachas que se alejaban llevadas por el hermano, en el


    20. Sin cambiar de postura, Constance oyó cómo se alejaban los pasos de Diógenes

    21. Oyó cómo se alejaban sus pasos y el fuerte impacto de la puerta del vagón, cerrándose con todo su peso


    22. En medio de su aturdimiento, Kitiara escuchó el sonido distante de pisadas entre los matorrales, voces amortiguadas que discutían, el galope de caballos que se alejaban


    23. El minotauro se fue de bruces y, con un grito espeluznante, cayó en la lava mientras los kiris remontaban el vuelo y se alejaban del palenque


    24. El anfitrión los observó mientras se alejaban escalera arriba en pos de su nebuloso criado


    25. Mientras se alejaban, oyeron en la distancia el ruido de una sirena


    26. Los pies de María golpearon pequeños montones de arena y polvo del suelo del barranco, poniendo en movimiento cantos rodados y piedrecitas que se alejaban de ella sin dirección ni objetivo


    27. Me pareció entonces escuchar pasos que se alejaban hacia lo alto y el olor, o la impresión, desapareció


    28. Mientras se alejaban juntas, Alicia oyó que el Rey decía en voz baja a todo el grupo: «Quedáis todos perdonados


    29. Mientras se alejaban al trote sobre los descansados suubatar


    30. Bayaar les observó mientras se alejaban

    31. Había mucha vaca por allí, pero al parecer nuestro fútbol no les interesaba, y en cuanto comenzábamos el partido se alejaban con aire de aburrimiento


    32. En los funerales de la China, cuando llegaba el momento de cerrar el féretro, todos se alejaban unos cuantos pasos y, de ser posible, pasaban a otra habitación


    33. Pyanfar dejó escapar el aire de sus pulmones y volvió a inhalar, cruzando luego la entrada para seguir a los kif que se alejaban por el tubo de acceso


    34. Las moscas revoloteaban sobre las pieles y se alejaban


    35. estas señoras se alejaban del campamento, se cruzaron con el doctor Gerard que


    36. El detective se quedó mirando cómo se alejaban las muchachas y luego apretó el botón del timbre y preguntó por la señorita Pope


    37. En lontananza se escuchaban todavía los gritos de las kabilas, que cada vez se alejaban más


    38. a intervalos se escuchaban sus ladridos que se alejaban cada vez más hacia la playa


    39. Apenas había transcurrido un minuto, cuando ya las seis balleneras se alejaban a fuerza de remos y desaparecían en las tinieblas


    40. Mientras los dos montañeses se alejaban para cumplir con aquella misión, Indri y Toby precedidos por el pequeño Sadras, se dirigieron hacia la portezuela

    41. Agotado por tantos esfuerzos se dejó caer sobre él como un muerto, mientras los tiburones, furiosos por haberse dejado aquella presa que les parecía tan segura, se alejaban lanzando rugidos


    42. En el preciso instante en que Giles y Gwenda se alejaban de la casa en su coche, la señora Cocker salió corriendo de la misma, gesticulando


    43. Los hombres se alejaban de la aldea hasta unos quince kilómetros cuando salían a cazar, pero las mujeres se quedaban cerca de sus chozas y sus campos


    44. Pero las escenas se alejaban de los hechos y lo sumergían en situaciones imaginarias construidas aleatoriamente a partir de fragmentos de lo que había sucedido en realidad: se encontraba de pie en el taller de Horst, las puertas del cual estaban abiertas y colgaban de las bisagras, abiertas como la boca desencajada de un idiota


    45. Los que habían acudido estimulados por la fe o simplemente como recurso desesperado, desfilaban en orden deteniéndose un instante junto a la joven para hacer su petición y después se alejaban transfigurados por la confianza de que por su intermedio la Divina Providencia los beneficiaría


    46. Tras ellos, Galina y su madre se quedaron mirando mientras se alejaban las gabarras, quietas y en silencio, solemnes y tapadas con sus capuchas


    47. Los cañonazos se sucedían, rompiendo poco a poco los muebles acumulados en la escalera, mientras con terribles descargas los arcabuceros alejaban de las ventanas a los sitiados


    48. Mientras observábamos juntos desde esa azotea a más de la mitad de nuestras fuerzas, que se alejaban de la ciudad, me pregunté cómo sería Rodrigo de Quiroga en la intimidad, si acaso le daría contento a Eulalia


    49. En el pequeño cubo solitario de su prisión trató de aclarar sus ideas, pero estaba atormentada por el dolor de la paliza, la sed, la venda apretada en las sienes, el ruido atronador de la radio, el terror de las pisadas que se acercaban y el alivio cuando se alejaban, los gritos y las órdenes


    50. Hice mucha investigación, pero cuanto más leía, menos sabía y más se alejaban los horizontes de ese inmenso continente de novecientos millones de personas distribuidas en cincuenta y tres países y quinientas etnias














































    1. –A las dos mujeres del tren, de las que te alejabas más y más


    1. adecuadas, situado en un barrio popular, si bien no muy alejado del centro de la ciudad


    2. considerado que nos habíamos alejado lo suficiente del lugar en el cual habíamos pasado la


    3. asegurar que el pueblo, alejado de la ignorancia, pudiera


    4. ¿Se podía acaso mantener la kashrut ortodoxa judía en el alejado


    5. Lo que emergió por fin en mi voz, parecía muy alejado de una placa


    6. Roberto cruzó otra de las cuadras que lo mantenía alejado de su casa, y en tanto


    7. mujer,transición para mí violenta puesto que alejado de ella


    8. Andresito, cariacontecido y triste, seguía en un extremo del granbalcón, alejado de las


    9. Tal vez, de sobremesa, alejado ya elsirviente, lanzaba terribles


    10. exterior y por lo tanto el más alejado entorno a esa

    11. el sistema solar de la Tierra y el más alejado por causa de una


    12. viudez: sus hermanas se habíancasado, sus hermanos se habían alejado del pueblo


    13. traerme ála corte; muy alejado de toda codicia, cuando me hicieronprovincial de la


    14. deSegovia, y se había alejado de la casa con su ronda de alguaciles,cuando se le


    15. muchedumbre se hubiese alejado, el gigante podría entrar por lascalles casi desiertas, sin riesgo de aplastar á los transeuntes


    16. Alejado, bien alejado, de las


    17. alejado delpunto en que me encontraba, un hombre que me


    18. pareció alejado todo motivo de zozobra


    19. En esto se había alejado el de los cuernecillos, y entreoí estaspalabras:


    20. Se habían alejado

    21. El hombre reflejado allí no está tan alejado de


    22. El perrero se había alejado al oír que el maestro de capilla, deinfatigable locuacidad cuando


    23. Alejado de la sociedad de las mujeres y sin echarlas demenos, quizá porque dentro de su casa tenía lo más grande y exquisitoque ellas pueden dar, el cariño tierno, vigilante, la dulzura en lapalabra, la abnegación en todos los momentos: dedicado en absoluto alestudio y a su


    24. tuerto»que, cuarenta años antes, en un viaje a Irlanda, alejado de


    25. Los admiradores se habían alejado de ella, puestos de acuerdo


    26. Julio se sintió alejado de sus reflexiones por la alegría pueril


    27. vida privada lehabían alejado de la corte: vociferaciones de


    28. Apareció el senador, que se había alejado para que el padre y


    29. Vivía con el pensamiento alejado, sin darse


    30. rapiña del mar se habían alejado

    31. Ya se había alejado el guardia,


    32. los había alejado a todos,encargándose de llevar él mismo


    33. vivirácompletamente alejado del mundo


    34. mientras el señor de Riverase mantenía un poco alejado de ellos con un periódico en


    35. Fuera, en cuanto nos hubimos alejado lo suficiente, nos apresuramos a leer el manuscrito que yo había hurtado


    36. Han alejado de mía mis amigos y parientes


    37. “Oh monjes -les dice-, hay dos extremos de los que es preciso mantenerse alejado: una vida de placeres, porque es algo bajo, innoble, contrario al espíritu, indigno y vano, y una vida de sacrificio continuo, porque es también triste, indigna y vana


    38. De esos dos extremos, oh monjes, se ha mantenido alejado el Perfecto, y ha descubierto el camino que pasa por en medio, que lleva al reposo, a la ciencia, a la iluminación y al nirvana


    39. Theodore, que se habia alejado algunos pasos, estaba apoyado en un pilar y trataba de escuchar la conversacion de los dos hombres


    40. Irene apenas se había alejado unos pasos del escritorio cuando sintió que una intensa vibración atravesaba la sala bajo sus pies

    41. Tanar estaba a punto de decir algo, cuando fue interrumpido por una gran conmoción en el extremo más alejado del poblado


    42. Y así, mientras los habitantes del poblado se encontraban absortos por la batalla con los tandors en el extremo más alejado de la aldea, Tanar y Stellara corrieron velozmente por el claro y entraron en la frondosa vegetación de la selva que se extendía al otro lado


    43. De acuerdo con el plan establecido, los tres comenzaron a escalar sin vacilaciones por el extremo más alejado de la caverna


    44. cuando regresen los criados, a quienes usted ha alejado tan hábilmente


    45. Nesko Teodorovic Cabrera, el hijo, vive todavía en Chile, pero quiere mantenerse alejado de los recuerdos tristes


    46. Antes de caer en las estúpidas actividades que me hubieran alejado de la composición -mi pereza de entonces, mi flaqueza ante toda incitación al placer no eran, en el fondo, sino formas del miedo a crear sin estar seguro de mí mismo- había meditado mucho acerca de ciertas posibilidades nuevas de acoplar la palabra con la música


    47. ¡Lo había olvidado todo! Me encontraba en un mundo alejado de la realidad en compañía de la criatura tan fácilmente creada por mí


    48. Tampoco en este sentido podía estar Milans más alejado de las sinuosidades áulicas de Armada; ni, por supuesto, de las torpezas o las blanduras en el ejercicio del mando, la mentalidad técnica, la curiosidad intelectual y la inclinación reflexiva y tolerante de Gutiérrez Mellado


    49. Puede tratarse de algo auténtico, alejado de la ficción


    50. La linterna relucía en el cuadro de Holbein, en el muro más alejado, recortando la silueta de un hombre que, subido a una silla, golpeaba suavemente los paneles














































    1. Cuando nos alejamos de un puerto, sabemos bien que no es el puerto loque se aleja; y no obstante la ilusion es completa, el puerto huye


    2. Pero cuando nos alejamos de la multitud, todo lo de la suplantación femenina de Bob


    3. alejamos del puerto, y al díasiguiente volvimos a hacer el desembarco de los fardos con


    4. Le pasé el brazo por los hombros y nos alejamos juntos de las luces de la casa


    5. Por ejemplo, caminar por las calles del Once, en el barrio conocido como Little Lima, buscando un restaurante peruano para comer choclo con queso fresco, un antojo de verano, y firmando autógrafos para las chicas peruanas que se ganan la vida abnegadamente en esta ciudad, siempre con la misma broma que no falla: «Para Rosita, cásate conmigo»; «Para Elena, por qué me dejaste»; «Para Rebeca, todavía te amo», y luego oír las risas felices de las Rositas, Elenas y Rebecas de este mundo, mientras nos alejamos caminando en busca de los cines del Abasto


    6. Por mucho que frunza los labios lo alejamos con el codo, pero por más que lo hagamos, vuelve otra vez


    7. De cuando en cuando, durante el día, veíamos horribles fieras; pero, afortunadamente, no nos alejamos nunca de una isla de césped, y cuando nos veían, su persecución terminaba siempre en el borde de la tierra firme


    8. Bueno, Jad-bal ja, una vez más nos alejamos del hogar; pero no, el hogar está donde está ella


    9. Dios renegó de nosotros o nosotros de Dios, nos alejamos de Él,


    10. Nos alejamos el uno del otro sin casi darnos cuenta

    11. «Si nos alejamos del ecuador hacia el polo antartico -asegura el término "negro" de la Enciclopedia-, el negro se aclara, pero la fealdad permanece»


    12. Nos alejamos un poco más de la ciudad y en el pueblo de Gainesville encontré un motel nuevo y reluciente que anunciaba habitaciones individuales a cuarenta y dos dólares la noche


    13. Abrimos la puerta de la cerca del fondo del jardín trasero y nos alejamos corriendo por el callejón


    14. –Sí, alejamos a los que hurtan


    15. Cabalgamos hasta el castillo con los 20 hombres Otori, y éstos se quedaron esperando en el primer patio, junto a los caballos, mientras Shigeru y yo nos alejamos con Abe


    16. Al apartar las mantas del catre para que no estorben el trípode del catalejo, y para alejamos de sus pulgas y chinches, observamos un alacrán


    17. »Entre las voces del coro, los remolinos del agua y el murmullo apenas perceptible de la brisa, nos alejamos


    18. ¡Qué darían los miembros del Club de Criminales por esos dos cajones de juguetes mortíferos! Echamos las bolsas en la camioneta, mi Nini barrió el suelo para borrar las marcas de nuestros zapatos y de la silla de ruedas, cerramos los candados y nos alejamos, desarmados


    19. Cuando se hace selección artificial con el programa de D’Arcy, el usuario siente, según pasa el tiempo, que se aleja más y más del punto de referencia en el que las cosas tienen sentido, adentrándose en una tierra de nadie con formas perdidas carentes de elegancia, donde el sentido parece disminuir más cuanto más nos alejamos del punto de partida


    20. Nos alejamos de Puerta Estelar I, efectuamos unas pocas correcciones al curso y después caímos por espacio de una hora

    21. Entre las cimas de las colinas nos alejamos hacia el sudoeste


    22. Nos alejamos de la vía y nos ocultamos entre los juncos, para observar


    23. Nos alejamos de los imperios y de las zonas económicas cerradas


    1. En efecto, existe un gran peligro para los niños si se alejan demasiado del oasis, es fácil perderse en el desierto, sin ser capaz de encontrar su camino de regreso


    2. Pareciera ser que fundamentalmente alejan la atención pública


    3. • -La Asamblea Legislativa, que se nutre -precisamente- de lo que está opuesto a las armas electorales, se convierte así, sin desearlo -pero sin poder evitarlo-, en extensión de la campaña, y los tambores que resuenan llaman, desde el 1º de cada mayo cuatrienal, a enfrentamientos y alejan la posibilidad de la meditación para la causa común nacional en la causa común parlamentaria


    4. Losviejos se alejan


    5. superficie entera del arroyo se cubre deredondeces tanto más anchas y desiguales cuanto más se alejan


    6. medida que se alejan de ella


    7. Luego, emparejados, se alejan departiendo entrelos árboles


    8. conocer losmotivos que alejan a los hombres del matrimonio


    9. »Puesto que desea usted conocer los motivos que alejan a los


    10. me tienen preocupado; divierten mi espírituhacia lo profano y le alejan de su debido

    11. demás se alejan, encorvados bajola pesadumbre del presente y la


    12. que se acercan y se alejan, sin movimiento detraslación, por el mero sacudimiento de sus


    13. Los pasos se alejan


    14. Su hijo Lope, que es medio falto, está ahora en Valladolid, con unos frailes, lo tienen para hacer recados y pegarle patadas en el culo, así se descargan los nervios y se alejan las malas ideas


    15. Se alejan del mostrador


    16. Las campanas de su boda con Gwen se alejan


    17. En el centro de la escena está la ventana iluminada a través de la cual se ven las figuras de Arlequín y Colombina que, sin dejar de bailar, se alejan hasta perderse de vista


    18. Mira: se alejan el uno del otro para cogernos en medio


    19. —Digan «patata» —les digo, y les hago una foto sonriendo delante del establo de las vacas, luego se alejan con otro recuerdo evanescente que ha estado a punto de disiparse


    20. Algo que, se supone, sienten los muchachos cuando se alejan por vez primera del hogar, cuando salen por vez primera a enfrentarse con el mundo

    21. Es la hora en que la bahía se cubre de una claridad dorada y melancólica, color caramelo, mientras los gorriones van a dormir bajo las torres vigía de la ciudad y las gaviotas se alejan volando hacia las playas de Chiclana


    22. La velocidad espacial de aquellas estrellas de la tabla 25 que se acercan a nosotros se recogen en la tabla 26; la de aquellas estrellas de la tabla 25 que se alejan de nosotros, en la tabla 27


    23. Jonas y sus hombres se alejan levantando tras de si nubes de polvo


    24. Todos siguen moviendo las manos en señal de despedida mientras se alejan


    25. Todo lo que sabe es que midiendo el movimiento de los soles en cualquier dirección, descubre que todos se alejan de él y que el valor de la recesión es proporcional a la distancia


    26. –Hay quien dice que desaparecen o que se convierten en aves o caballos cuando se alejan -dijo la Loba más joven


    27. Y luego, con un último apretón de manos, se alejan en direcciones opuestas, cada uno acompañado de sus propios pensamientos


    28. Las gárgolas alejan el agua de las paredes de las catedrales para que no erosione los cimientos


    29. Escojamos como las dos partículas que se alejan dos fotones de luz


    30. Cada generación presencia nuevos tipos de ramificaciones que se alejan de las especies centrales, pero los pasos son pequeños y el proceso es muy lento, de manera que hay muy poca diferencia en un número pequeño de generaciones

    31. Dicho esto, se alejan por la estrecha carretera


    32. También de la incomprensión que mide lo que piensan y sienten con el entorno hostil ante el que se rebelan o alejan


    33. Estacionan lejos el coche y cuando van a entrar en el camino privado que conduce al caserón, tienen que apartarse para ceder el paso a un furgón fúnebre custodiado por dos motoristas de la policía que se alejan a toda velocidad


    34. Delante de él, en la llanura desierta, cuatro grupos de personas se alejan corriendo de la frontera


    35. Conocéis a seres que llegan para transformar vuestra existencia pero que no lo saben y que luego os traicionan suavemente, veis cómo pactan con el enemigo y, más tarde, véis cómo se alejan igual que un ejército después del saqueo, entre un decorado de escombros y sol poniente


    36. Los hombres se alejan en silencio por el camino que sube a la montaña


    37. Se contemplan mutuamente con encono y se alejan, cada uno por su lado


    38. Cuando los pasos se alejan ellos se quedan callados inmóviles unos minutos todavía


    39. —Parece que los catafractos se alejan en persecución de nuestra caballería —dijo Longino


    40. Tío Al y su comitiva se alejan

    41. Todas las bolas ruedan al mismo tiempo en distintas direcciones, se alejan unas de otras


    42. Luego, sin mirar a Perowne, se alejan calle abajo


    43. Estos simulacros, siempre y cuando sean creídos por las personas a quienes van destinados, fomentan la unidad, relegan a segundo plano los problemas personales y, cuando se alejan, si se consigue mantener todavía la ficción, dejan a todos contentos de haber vuelto al punto de partida, por malo que éste sea


    44. Ciertamente, la mayoría de sus víctimas han sido niños menores de diez años, que por desgracia se alejan del centro de la aldea después de la caída de la noche


    45. En tanto que se permita la entrada de capital privado en unas elecciones judiciales, habrá intereses opuestos en liza por un cargo en el tribunaL Los problemas son bastante habituales, las facciones encontradas se definen suficientemente, las tácticas no son nuevas y los resultados no se alejan demasiado del objetivo


    46. Después, sin esperar que el portero las encienta, se alejan


    47. De los sonidos de la ciudad apenas despierta, se alejan así, con los labios levemente con el sabor de un capuccino amargo y la boca dulce de un pastel


    48. Se alejan mas allá


    49. El tren está tan lejos, parece tan pequeñito… Mirando sin cesar del andén a los vagones que tiemblan y se alejan, de los vagones al andén, Diddy corre jadeante por la infinita plataforma de cemento


    50. Observas a Satán y al anciano, que flotan por encima de los cargueros asteroidales modificados de la Migración que se alejan de Tau Ceti V en dirección a la noche galáctica


































    1. »¡Y todo este diálogo, con mucho más que no hay para qué reproducir, lesostenía yo para ir alejando el instante de fijar la vista en el papel,que me abrasaba las manos! Fuera de quien fuera, ¿qué más daba, si erala delación de mis delitos al juez que más me intimidaba en el mundo!


    2. yfelicidad, tanto interna como externa, alejando la anarquia y


    3. estaba entregado con alma y vida lafueron alejando poco a poco


    4. la frontera, alejando a los bárbarosindómitos y sometiendo muchas tribus, que han formado una


    5. primero yel único, rejuvenecía la pasión del marino, alejando el


    6. El ronquido de los motores se fue alejando y desapareció sobre el mar


    7. La explicación más obvia del desplazamiento hacia el rojo se basaba en el efecto Doppler: las galaxias se estaban alejando de nosotros; cuanto más distante estaba la galaxia mayor era la velocidad de recesión


    8. —Por aquí —señaló, alejando a Irene de aquel lugar y de la siniestra figura suspendida en el aire


    9. Era una impresión errónea, o al menos se volvió cada vez más errónea conforme el golpe se clarificaba, y, aunque quizá nunca llegaron a tener un dominio absoluto del cerco y a impermeabilizar del todo el Congreso, hacia las ocho de la tarde Aramburu y Sáenz de Santamaría habían conseguido al menos ordenar el asedio a los rebeldes y poner fin a los improvisados intentos de acabar con el secuestro de forma expeditiva, alejando su temor a que un estallido de violencia entre partidarios y opositores al golpe precipitara con la intervención masiva del ejército el vuelco que anhelaban los golpistas


    10. —Pero me estoy alejando mucho de la cuestión

    11. El cielo se ponía cada vez más verde y se agrandaba mientras los ruidos de la ciudad, más sordos, se iban alejando


    12. que se estaban alejando del campamento


    13. Hizo una ligera pausa y después prosiguió:-Pero me estoy alejando mucho de la cuestión


    14. Dentro sonaron algunos disparos y gritos que se fueron alejando y cuando los atacantes penetraban por la abertura los detuvo una voz que hizo latir el corazón del despreciable joven


    15. Éste se había ido alejando, arrastrándose a través de las lianas y raíces, y había encontrado un escondrijo que lo ponía al abrigo de cualquier búsqueda


    16. Eragon dio un paso atrás y se fue alejando de Saphira en dirección al túnel que se abría tras él


    17. Poco a poco las voces se fueron alejando hacia el Oeste, y el silencio volvió a reinar entre la espesura


    18. Sus pasos se fueron alejando hasta que todo quedó en silencio


    19. y se fue alejando por la popa, mientras la Universe cruzaba la órbita de Marte y se colocaba en dirección hacia el exterior, ya en el tramo final de su misión


    20. Estaba cayendo con mucha lentitud, allí, en esa zona de una décima de gravedad, pero comenzarla pronto a acelerar a medida que se fuera alejando del eje

    21. Esa parquedad en expresar sus sentimientos había sido una de las causas por las que se habían ido alejando


    22. En cuestión de segundos, estuvieron en el aire y se fueron alejando, volando muy bajo


    23. En efecto, se jacían a las nuevas amistades y cariños con la fácil adaptación de la infancia; y para que no extrañaran demasiado el cambio de escena, Argüelles repuso a no pocas personas de la servidumbre moderada, alejando de Palacio a las que se conceptuaban más peligrosas


    24. y alejando a las perras trashumantes


    25. Una vez llegados a la plaza principal descubrió Parkinson que la multitud se disipaba y que todos se iban alejando con caras de pocos amigos


    26. Quedaron unos momentos en silencio mientras el coche se iba alejando de Hollywood


    27. Diciendo esto se dio la vuelta y el sonido de las armaduras se fue alejando


    28. -El cambio de posición de las líneas espectrales hacia el extremo rojo del espectro cuando, por ejemplo, la fuente de luz se esta alejando de nosotros


    29. A comienzos del siglo veinte se estableció que las galaxias se están alejando de nosotros (con la excepción de unas pocas que se encuentran entre las más próximas)


    30. Si empezáramos con la línea JK y la hiciéramos girar de modo que acabase coincidiendo con la línea EF, el punto de intersección O se iría alejando más y más a la izquierda

    31. Pensó que todos los continentes estuvieron en principio unidos en una sola masa de tierra y que dicha masa, el «Pangea», se había fraccionado, alejando entre sí a los diversos fragmentos


    32. Entonces los tártaros cargaron, alejando a los lobos de su compañera y disparando una flecha tras otra contra la jauría


    33. La tormenta se fue alejando hacia el sur


    34. Luego, al irse alejando, se fue oyendo cada vez menos y dejó de oirse el ruido que hacía la góndola


    35. El Cenobita se fue alejando de ella


    36. Chillando en un éxtasis absoluto por su éxito, sintió cómo la enorme pierna se levantaba, y echó una mirada hacia abajo entre un torbellino de polvo, hasta el lugar donde había estado; se iba alejando mientras la extremidad subía


    37. Frank Rayo McCloud es quien marca la pauta en este momento, y se está alejando sustancialmente de Voight, el nuevo campeón


    38. Sacco se sentó en su camastro, alejando los recuerdos y el pasado, como quien se aparta de su peor enemigo


    39. El agua helada le cayó por la espalda; dejó que la lluvia lo mojara como un torrente y, poco a poco, los helicópteros se fueron alejando


    40. La población se está alejando de todos los demás por miedo

    41. A medida que se iban alejando de la costa, el propietario del bote se alarmaba cada vez más


    42. Sacudí la cabeza bruscamente, alejando los ojos de la cosa


    43. El barco se estaba alejando de la bahía, dejando una gran estela tras de sí


    44. Pero los estamos alejando de la Calle Baker afirmando que esto podría provocar a Slater


    45. La preocupación que se reflejaba en su rostro estaba alejando los pocos recuerdos que le quedaban a él, y él se resintió, recuerdos de, de


    46. Burne se había estado alejando cada vez más del mundo que le rodeaba


    47. Serena se rió, alejando la tensión del momento, y buscó su teléfono


    48. Julián y Dick dejaron su escondite, y se quedaron mirando las luces que se fueron alejando cada vez más y al fin se perdieron en la noche


    49. Un brillo divertido iluminó los ojos de Helen, alejando la expresión perseguida y preocupada que él había visto en ella desde que se habían lanzado a investigar por su cuenta


    50. Uno que otro, como el Frank Cable, esta enorme plataforma móvil para el mantenimiento de submarinos, habían naufragado cuando apenas se estaba alejando de la orilla











































    1. oligarquía encargada de alejar a la ciudadanía del poder es la


    2. Alejar a los ciudadanos del poder: el


    3. Alejar a los ciudadanos del poder: el Consenso de Washington


    4. Ante la insistencia de las afirmaciones de Francisca, quien hablaba del caso en toda« partes, las autoridades iniciaron una serie de pesquisas que condujeron que se procediera a alejar a la guerrillera de la región


    5. No podía alejar de su imaginación las cosas que haría para esclavizar y doblegar completamente la voluntad de Luciana


    6. Pero al punto trataba de alejar estas ideas, que no le traían más quetristezas y cavilaciones


    7. Fortunata quisosobreponerse a aquel suplicio, y sacudiendo la despeinada cabeza, comopara alejar y espantar una convicción que quería penetrar en ella, ledijo:


    8. y por lo mismo que el seductorpuso empeño en alejar del


    9. alejar de su patriala maldición de un mundo y echar la


    10. Facundo había hecho alejar sus ganados hacia la cordillera, mientras queVillafañe

    11. El abate había conseguido su objeto, que era alejar á Coletilla de lacasa aquella tarde, para que Clara se quedase sola


    12. Y para alejar las visiones de muerte fijas en su pensamiento,


    13. –También a ti te conviene un poco de distracción, Galen -añadió Ramiro-, ¿y para qué sirve una historia, sino para alejar las pesadumbres y aflicciones?


    14. Durante la reunión con el comisario político en Ave María, intentó alejar de su mente la imagen de Pepita


    15. Empleaba los brazos para alejar los manotazos del muerto


    16. En 674 los árabes triunfadores en su propósito de conquistar el imperio completo aparecen frente a las murallas e inician un violento ataque que dura años, siendo el gran defensor de la ciudad Constantino IV, que solamente en 678, gracias a la acción de la marina bizantina, puede alejar a sus efusivos rivales


    17. Me impacientan la vida; si quiero ordenarla, debo alejar de mi atención estas imágenes


    18. Tristísima fue la mañana ante el texto del Álgebra, cuyos ejemplos de ecuaciones de segundo grado hubiera querido comprender, siquiera para echar un poco de alivio, un poco de olvido sobre mi desgracia y alejar el alón negro del castigo que ya sentía zumbarme alrededor


    19. Bajé la vista para tratar de alejar de mí aquel recuerdo de desesperación, aquel dolor


    20. Pues bien, ¿cuál es el primer impulso del criminal? Alejar de sí las sospechas, ¿verdad? ¿Y cuál es el mejor medio de lograr esto? Haciéndolas recaer en cualquier otro

    21. Alí había quedado en el banco, con las pistolas preparadas para alejar a tiros a los peligrosos escualos


    22. Durga recogía cañas y bambúes secos para mantener durante la noche un buen fuego, a fin de alejar a las fieras que no debían, faltar en la vecina jungla


    23. Los españoles habían logrado ya llegar al parapeto y disparaban enloquecidos, repartiendo a la vez furiosas estocadas para alejar a los defensores


    24. En su fuero interno el cornac estaba convencido que aquellos individuos eran compañeros del faquir, y para ocultar mejor su reunión y alejar cualquier sospecha, habían organizado esa fiesta en honor de la divinidad infernal


    25. Se pasó una mano por la frente, como para alejar un triste recuerdo, y casi con impaciencia, dijo:


    26. Las hay para curar los celos desmedidos, averiguar la infidelidad, recuperar el favor de los indiferentes, ablandar la resistencia de las mujeres púdicas, alejar al amante que se ha dejado de desear y castigar a quien nuestro corazón ansia, pero nos hace sufrir


    27. Bajaron a los fosos, plantaron las escalas y se lanzaron al asalto, intentando alejar a los españoles a fuerza de bombas lanzadas a mano


    28. Mientras Van Stiller encendía el fuego para alejar a las serpientes, que por aquellos lugares debían de abundar, Carmaux y el negro fueron hacia el pantano que se veía a través de los pinos


    29. Aquella relación otoñal le importaba mucho y no qui-so que la mala salud descalabrara el sólido edificio de su vanidad, por eso trató de alejar a su marido, y si no me pongo firme también me habría excluido; costó una batalla para que me permitiera acompañarla en las visitas médicas, pero finalmente se rindió ante mi testarudez y su debilidad


    30. Yabú se unió a ellos y, tratando de alejar al capitán de los Grises, dijo con naturalidad:

    31. Con el tiempo llegaría a escribir dos libros sobre cuestiones árabes e islámicas, que ya serían la puntilla para alejar las dudas que algún terrorista especialmente paranoico pudiese tener sobre mí


    32. ¿Cómo podría resistir o escapar del ánimo de venganza, de su espíritu maligno? ¿Cómo iba a alejar de mí la terrible deformidad de ese rostro, que había de aparecérseme en secreto? ¿Cómo iba a silenciar esa monstruosa lengua, y cómo hacer que fuera inofensivo el veneno que iba a verter gota a gota en mi vida? ¿En qué momento debería estar prevenido frente a la primera aparición de esa presencia vengadora? ¿Ahora mismo? ¿Faltaban acaso meses hasta ese momento? ¿Dónde iba a encontrármela? ¿En la casa, en plena calle? ¿A qué hora iba a llegar a mi lado a hurtadillas? ¿De día, de noche? ¿No debería mostrarle la carta a Ralph? No, sería en vano


    33. Algo de esto insinuó a Ezequiel, procurando alejar de su palabra todo lo que pareciese intención de desaire, y el hábil mancebo le dijo sonriendo:


    34. Contribuye sin duda a alejar de nuestras vidas la monotonía y nos proporciona pequeños intermedios cómicos de los que estamos muy necesitados


    35. La distribución interior, aparentemente absurda, de ciertas viviendas campesinas refleja la necesidad psicológica de administrar avaramente los víveres disponibles para alejar la amenaza del hambre


    36. Para alejar el misterio sólo es necesario ofrecerle al estudiante ejemplos corrientes de cómo puede acelerarse una reacción mediante la simple presencia de una sustancia externa; ejemplos que no entrañan brujería alguna


    37. Otro restallido y echan a correr hacia la puerta para alejar del templo a los perros


    38. Llegó a la conclusión de que debía alejar del río la tienda apenas Ayla estuviera en condiciones de caminar


    39. Se golpeó con la vara en un intento de alejar las visiones de su alma atormentada


    40. Josseran no podía alejar de su mente la imagen de una joven constantemente torturada en aras de la moda y por capricho de su padre

    41. La puerta se cerró desde el otro lado y los pasos se volvieron a alejar


    42. Joan le contó de la conversación con el padre de ella en el hotel Carlton; ella, de su encierro forzoso en la habitación; él, de sus cartas desesperadas, de su angustia y de su espera; ella, de su foto, su soledad y su abandono; él, de su terrible travesía oceánica hasta Colombia; ella, del miedo a su padre; él, del Niño Sulay, de Nueva York, de su viaje como polizón de barco; ella, de sus días vacíos, de la pérdida de su prima Pubenza, del temor al convento; él, de su encierro en Cartagena, de su huida, del viaje por el río Magdalena, del joven que conoció en el trayecto y que mucho tiempo después había visto convertido en Nobel; ella, de sus esfuerzos por alejar los pretendientes que todas las semanas su padre le llevaba; él, de su llegada a Bogotá, del frío de la calle, y de la expulsión sufrida, de su visión imborrable de haberla visto mientras lo llevaban esposado como a un ladrón


    43. cambios, en las sucesivas ediciones, de tal manera de alejar más y más


    44. Temblaba violentamente, tratando de alejar tales ideas de su cerebro conforme se apartaba de la barandilla y caminaba por el pasadizo mojado por la lluvia en dirección a su cuarto


    45. Con la excepción de Antony, quien expresó su deseo de que retirasen la prohibición, el tema sucumbió ante el desinterés general, pero fue suficiente para alejar la discusión sobre la marcha de Isabel


    46. Su misión consistía en patrullar por las fronteras de las vastas concesiones mineras de la sociedad, con el fin de alejar a los ilegales traficantes en diamantes


    47. Si se le encargaba realizar tina salida de negocios o irse de viaje, aunque fuese como una distinción semejantes encargos se habían hecho, casualmente, muy frecuentes en los últimos tiempos, siempre sospechaba que se le quería alejar del despacho para examinar su trabajo o, simplemente, porque creían que podían prescindir de él


    48. Ejemplo singular, y por cierto bien lamentable, de la fuerza que tienen los prejuicios es el gran apego que, contra toda evidencia, muestra la mente humana para admitir un estúpido algo que carece de pensamiento y sensibilidad, y cuya interposición viene a aislarnos de la providencia de Dios, al que parece se quiere alejar de la marcha de los acontecimientos del mundo


    49. K, más tranquilo, se volvió hacia Barnabás: le hubiese gustado alejar a los ayudantes, pero no encontró ninguna excusa, por lo demás


    50. Un guía turístico desesperado intenta alejar a One Way, porque está conduciendo al grupo en la dirección equivocada









































    1. Inventas una disculpa que quizá no es tal, pues mientras la dices la has olvidado, y te alejas, entrando directamente en una pared de casa (el hombre te grita, quizás una advertencia, pero le despides agitando la mano), la pared se abre ante ti, un criado lleva un candelabro muy alto, le sigues


    2. Si alejas el arma pediré que te perdonen


    3. Despegas y te alejas del Chad


    4. —Ayla, ¿por qué siempre quieres meterte en el agua? Es peligroso, y siempre te alejas mucho


    5. y te alejas por las


    6. —Por eso he decidido enviarte con una avanzadilla hacia la capital, así preparas el terreno para mi avance, que lanzaré en pocos días, y te alejas de quienes buscan provocarte en este cuartel


    1. Su conducta despótica puesta en práctica a través del Consejo de Guerra Permanente, el de Purificación y la Junta de Secuestros que le proporcionó cerca de medio millón de pesos oro en tres meses, precipitaron a los patriotas a una lucha desesperada, en la que se vincularon Pola y Alejo


    2. En un calabozo se encontró con Alejo, su prometido, y con quien, por los azares de la situación, hacía tiempos no se veía


    3. Con al alma destrozada por la angustia, tuvo que separarse de Alejo, haciendo alarde de una falsa serenidad


    4. La experiencia de Alejo Aguilar es bastante elocuente


    5. El déficit se solventó vendiendo 113 manzanas a 4 pesos cada una y cediendo 3 caballerías, al costo, a Alejo Aguilar, apoderado de los vecindarios en el proceso


    6. Alejo Castex, se dijo: Que se conformaba con


    7. ilustres maestros de laCiudad, entre ellos Alejo Fernández y Cristóbal de Morales


    8. Alejo Zakunine quería castigar a la Condesa porel amor que


    9. El Príncipe Alejo Zakunine estaba en su presencia


    10. Alejo Petrovich, y antes que él,había vuelto a Rusia con el

    11. Que sepamos, sólo existe una traducción completa inédita, hecha por Alejo Custodio a encargo


    12. Alejo del Pilar en su San Alejo y


    13. procuraban dilatar su imperio en estas IndiasOccidentales, Alejo


    14. Alejo estudiaba abogacía, lo cual le


    15. Alejo la contemplaba todos los días, y por un singular efecto de imaginación,


    16. notar que no era su talle tan airoso como desde las boreales regiones de Alejo parecía, y que la


    17. Luego, pareciéndome de perlas el incidente de la chimenea, hice que Alejo mudara


    18. Resono el tambor, y la compania, conducida por el curtidor, se alejo en la direccion prescrita


    19. Si tenemos que analizar esta situación y compararla con los sitios anteriores, podemos aceptar que fue una especie de mezcla de las dos situaciones: había un ejército extranjero hostil, pero que en un principio fue utilizado por el hijo del emperador Isaac Ángel, Alejo IV, que había prometido enorme tesoro a los cruzados para obtener el mando del imperio


    20. Como el dinero nunca fue dado a los cruzados, porque seguramente no existía tal suma en toda la corte bizantina, y a eso se le sumó el asesinato de los emperadores por medio de las masas enfurecidas, que proclamaron finalmente a Alejo Murzuflo como nuevo emperador, los cruzados sintieron que habían sido estafados y acometieron con un sitio vigoroso a la ciudad, que en principio fue rechazado aunque no sin dificultad

    21. La mayoría de los "independentistas" apenas habían oido hablar de tales personajes y sí en cambio recordaban bien a Constantino XI, Alejo, el emperador Manuel o el legendario Dígenis Akritas


    22. La boda de Matty fue también en la iglesia de Santiago, pero con menos gente que en la de Betty Boop, unas cincuenta personas, no más, la familia tampoco estaba en uno de sus momentos más prósperos, después levantó otra vez un poco la cabeza, y la celebramos en el hotel Riazor, Shell vino ex profeso de Madrid y se dedicó a flirtear todo el tiempo con Bob, el marido de Betty Boop, que estaba más mandón y desabrido que nunca, Shell tenía que estar siempre coqueteando con alguien y siendo halagada por alguien y sabía muy bien cómo hacerlo, también estaba en la boda María Carlota, una chica que trabajaba en la oficina de información del ayuntamiento, a lo mejor era en la de turismo o eny la de relaciones públicas, no lo sé, allí había un ordenanza que se llamaba Alejo o Braulio, no recuerdo bien, era un hombre delgado, bajito y sordomudo que se había quedado así de una explosión en la guerra pero que con alaridos y gestos se entendía perfectamente con todo el mundo; Alejo tenía un solo diente, los demás se los había ido quitando con un alambre a medida que se le picaban


    23. María Carlota era alta, morena, muy mona, alegre, sonriente y andaba siempre de punta en blanco, andaba siempre impecable, en la oficina era muy difícil encontrarla porque iba a diario a la peluquería y eso, claro es, le robaba mucho tiempo, el mudo Alejo cubría con muy cumplida eficacia todas sus ausencias, Alejo era listo como un rayo y además ponía buena voluntad, María Carlota le regalaba una cajetilla de celtas todas las semanas, a Alejo le duraba dos días y después fumaba lo que le diesen, la gente suele regalar tabaco con largueza, pitillos y hasta puros, eso es algo que se agradece mucho, es una costumbre que da pena que esté desapareciendo, es probable que Alejo también fumase colillas, pero eso no importa y tampoco hay por qué traerlo aquí, nunca hay razón para humillar a nadie, María Carlota tenía un novio de toda la vida, Esteban Rosende, delineante del arquitecto don Eduardo, el tío del jugador de chapó Cándido Julián, que había estado en la Legión, bailaba el tango y navegaba en piragua como pocos, si sigo por ahí me meto en otra historia y esto es peligroso porque después no hay modo de salir, María Carlota y Esteban Rosende acabaron riñendo, la verdad es que nunca supe la causa, y entonces ella empezó a salir con amigas y a rodar por la cuesta abajo, no tuvo suerte con los hombres, en eso influye mucho la casualidad, Cándido Julián se sabía el Martín Fierro casi entero, donde no hay casualidad suele estar la Providencia, vo esto no me lo acabo de creer del todo, la casualidad es como un jilguero metido en una jaula, que a lo mejor canta y a lo mejor se muere, la muerte de los pájaros es siempre caprichosa, y pudiera ser que no brotase sino en los espíritus que aciertan a buscarla, María Carlota no tuvo suerte con los hombres y también acabó bailando al son de la música de jazz de los derrumbamientos


    24. Me alejo de la casa para que no me mate un ladrillo volador cuando dentro de unos segundos el edificio salte por los aires


    25. Pero tomo un Valium y enseguida me siento bastante bien, y paso delante del mural de Sunset que dice DESAPAREZCA AQUÍ y en un semáforo en rojo en el que estamos parados les guiño el ojo a dos chicas rubias, las dos con walkman, que van en un 450SL descapotable, y les sonrío y ellas sueltan unas risitas y yo me pongo a seguirlas por Sunset, pensando en detenerme y a lo mejor tomar un sushi con ellas, y estoy a punto de proponerles que se detengan cuando de repente veo aparecer ese rótulo del drugstore Thrifty, con la enorme t minúscula de neón azul que se enciende y se apaga, por encima de edificios y murales, y la Luna está muy baja, justo encima, y me voy acercando a ella, y me siento débil y hago un giro totalmente ilegal cambiando de sentido y todavía me siento como enfermo pero algo mejor cuanto más me alejo de la Luna, con el espejo retrovisor bajado, y me dirijo a casa de Dirk


    26. Tengo la sensación de que al fin me alejo de ciertas cosas


    27. Me alejo tambaleándome hacia la sala 234 con Nico hablándome entre dientes


    28. Sin embargo, a Alejo le empezó a parecer que Nicéforo carecía de capacidad para dirigir el gobierno y ganarse la fidelidad del ejército y del pueblo


    29. En 1081, Alejo decidió que él mismo podía hacerlo


    30. Esto no significaba de ningún modo que Alejo no tuviera problemas

    31. Aproximadamente un siglo antes de que Alejo accediera al trono, había aparecido una nueva secta cristiana en las provincias búlgaras que predicaba que el mundo y su contenido material eran creaciones del diablo


    32. Alejo la deseaba enormemente y cuando los cruzados la estaban poniendo sitio, hizo avanzar a su ejército victorioso hasta entonces para unirse al sitio y tomar la ciudad


    33. Desalentado, Alejo se retiró


    34. Alejo III, a quien los cruzados habían derribado y que erraba por el norte, tenía una hija cuyo marido se colocó a la cabeza de la facción anti-cruzada


    35. En enero de 1204, se proclamó emperador con el nombre de Alejo V, se apoderó del palacio e hizo estrangular a Alejo IV


    36. 1081 Destitución de Nicéforo; Alejo I (Comento), sobrino de Isaac I, es proclamado emperador; los normandos, bajo el mando de Roberto Guiscardo, invaden los Balcanes


    37. 1203 Los cruzados restauran a Isaac II en el trono, junto con su hijo Alejo IV


    38. 1204 Alejo y se apodera del poder durante algún tiempo


    39. A través de la reina casada con Alejo I Irene Ducas; los descendientes de Alejo pueden remontar su linaje a Constantino X, que comenzó su reinado en 1059


    40. Los cruzados, entre tanto, fueron llegando a Constantinopla en las primeras semanas del verano de 1203, donde una crisis política había provocado la huida, con un buen tesoro en las manos, eso sí, del emperador Alejo III

    41. El trono imperial fue pasando de mano en mano, del viejo y ciego Isaac Ángelus a su joven e inexperto hijo Alejo IV, ambos ejecutados cruelmente


    42. Hizo un breve saludo con la cabeza y se alejo hacia el oeste a todo galope, seguido por sus guardias y su recua


    43. Justamente en mi plaza predilecta tenía que suceder esto; me alejo pensando que tal vez todo sea una broma, así lo hago hasta la mitad del camino hacia la siguiente plaza, pero como si necesitara probarme que no precisamente mi lugar favorito ha preparado esta perturbación, sino que ellas existen también en otras partes, sonrío y me pongo a escuchar


    44. Alejo lo dijo, ¿no es cierto, Esteban?


    45. –¡En cualquier parte! Cualquiera podría haberlo hecho, siempre que contara con la habilidad de Alejo para guiarle y la audacia de incitarle a intentarlo


    46. – Se pone de pie, con los brazos cruzados, y se queda mirándome mientras yo me alejo llevando al poni de la cuerda


    47. –No te quedes con la idea de los mafiosos, porque a lo mejor te llevas una sorpresa -le aconsejo mientras me alejo hacia la puerta


    48. Me alejo del cadáver y me dirijo a la mujer sentada en la silla


    49. Me alejo del tren unas decenas de metros, subo el talud cubierto de hierba y me siento frotándome el hombro


    50. Tardo unos instantes en darme cuenta de lo que estoy viendo… Y cuando lo hago, retiro la mirada y me alejo con paso inseguro






























    1. Ya en el coche de Heinz, mientras nos alejábamos de la puerta del KZ, nos pusimos en contacto con Amalia y con Ezequiela a través del móvil


    2. Permaneció en el porche, mirándonos, mientras nos alejábamos


    3. El aire era cálido, pero no demasiado húmedo, mientras subíamos por Dartmouth y nos alejábamos de los elegantes hoteles y las pintorescas tiendas


    4. Mientras Vanez y yo nos alejábamos, escuché cómo se reiniciaba la discusión sobre los vampanezes, y la tensa atmósfera de la Cámara resultaba casi tan asfixiante como estar bajo el agua en el Laberinto Acuático


    5. En cuanto nos alejábamos del golpe… se empieza a hablar de nuevo del desencanto


    6. Nunca nos alejábamos mucho del Chelsea, pero parecía que la ciudad se hubiera disuelto en un matorral de artemisa y la basura que arrastraba el viento se hubiera transformado en plantas rodantes


    7. Pero el tiempo fue pasando y salíamos y nos alejábamos cada vez menos


    8. Incluso me pareció que la firmeza de su tacto palidecía a medida que nos alejábamos de allí, que su fuerza y su calor menguaban a cada paso


    9. Cuanto más nos alejábamos del Vístula, más frío hacía y sin más gente nos quedábamos


    1. por primera vez me alejé delos míos, niño tímido y medroso, en quien cifraban sus tías las


    2. »Y me alejé, pues quería complacerla en todo; ni siquiera la


    3. Me alejé sin volverles la espalda y sin dejar de apuntarles con el revólver hasta el momento en que desaparecí entre las rocas


    4. Sobre el teclado había un pañuelito de encaje y me alejé ahogado por la congoja


    5. Me alejé de él


    6. Me alejé, arrastrando la capa y acompañado del desagradable sonido de la espada, mal envainada


    7. Dejé de sostenerla, me alejé de ella hasta topar con el sarcófago y descansé un instante apoyado en su tapa


    8. Después me alejé rápidamente, y llegué al jardín, cuya puerta en­contré abierta, y en el fondo había una linterna encendida, hacia la cual me dirigí a través de las sombras


    9. Sólo de ver esta placa de granito lisa y resbaladiza, tan cerca de la entreabierta hondura del agujero, bastó para que me diese vueltas la cabeza; el tronar del agua me desconcertaba y me ensordecía, y me alejé unos pasos mientras tuve esa posibilidad: avancé unos veinte metros hacia un lateral, hacia los bordes del promontorio que bajaba en pendiente hacia el mar


    10. Afirmé y me alejé con paso torpe

    11. Finalmente me alejé de la puerta y miré en torno a mí


    12. Algo parecía estar ardiendo, de modo que me revolqué sobre la arena, luego me alejé a gatas del fuego y me eché cuan largo era


    13. Me alejé de ella tambaleándome con un sollozo y me cubrí la cara con las manos, aterrorizado por el espejo y por lo que pudiera ver en él


    14. Me alejé unos pasos


    15. Por precaución, me alejé un paso de él


    16. Me alejé de allí retrocediendo de espaldas


    17. De nuevo los levanté, escarabajos y pelota a la vez, los alejé del precipicio para dejarlos en un claro donde pudieran escoger entre una docena de oportunas pendientes leves, pero rodaron pacientemente la pelota hasta el pie de la montaña


    18. Me alejé de allí, al principio a buen paso, pero me paré en cuanto me perdieron de vista


    19. Me alejé por las calles en penumbra, donde los pájaros medio dormidos comenzaban a lanzar sus llamadas


    20. Miro al cielo, y los recuerdos que alejé antes comienzan a atravesar mi cráneo

    21. Le agradecí su simpatía y me alejé a caballo de King Edward


    22. –Espero que les sepa bien -y me alejé enseguida del micrófono


    23. Me di la vuelta y me alejé caminando con paso firme hacia el aparcamiento a pesar de que había descartado dirigirme hacia ese lugar


    24. -Me alejé de él en dirección a la cocina


    25. De repente, me di cuenta de que estaba asustado: profunda y esencialmente asustado, como si fuera un personaje dentro de un sueño, así que me alejé por el sendero, con el corazón desbocado, y torcí por la primera esquina


    26. Empezaba a caer la tarde y lo cierto es que estaba bastante asustado, así que me alejé a una distancia prudencial de la casa


    27. Primero me alejé un poco de la casa, por si acaso, y luego me concentré en seguir la dirección hacia el oeste


    28. Me alejé del café


    29. Le alejé con un gesto y continué


    30. Por otra parte, pronto me alejé del profesor amigo de los Verdurin para volver a él prometiéndole visitarlos cuanto antes

    31. Así pues, salí de su habitación oculta en la invisibilidad, monté en mi nube pino y me alejé volando


    32. Luego los alejé


    33. Me alejé del resto del grupo para gozar de un rato de soledad mientras recogía el estiércol seco, lo echaba en bolsas de plástico y contemplaba las flores silvestres y las huellas de los animales


    34. Me alejé de la ciudad descargando mi impaciencia en el volante


    35. Cuando llegué al lado de Kathleen la encontré tambaleándose y mareada por el relato de uno de los numerosos tifones de Papaíto Burns, por lo que la alejé del marinero y la llevé a un lugar más despejado y tranquilo, cerca de la puerta, mientras el violinista afinaba su instrumento, y el gaitero y el tamborilero eran izados a una mesa, quedando a un nivel superior al de la multitud, cual a los bardos corresponde


    36. impresión fue muy semejante a la que hubiera tenido al quitar la tapa de atrás de una radio: canales diminutos, tendones entrelazados, ruedecitas y tornillos en miniatura dibujados con obsesiva precisión, y sólo cuando alejé la hoja un poco pude apreciar que se trataba, por ejemplo, de algún tipo de armadillo, o de un pájaro


    37. Monté, descalzo y me alejé, casi llorando de rabia


    38. »Me alejé de él, oí que me volvía a llamar y, en silencio, abandoné la casa


    39. Yo sonreí con frialdad, salí por la puerta de la rectoría y me alejé


    40. Supe lo que Salmónides quería decir y alejé la encantadora visión de mi mente

    41. Ghor se encontraba en dificultades cuando me alejé del puente levadizo


    42. Pero al final me alejé del lugar, al amanecer


    43. Me alejé del estudio de Veraz y deambulé por el castillo


    44. Me alejé de todo aquello, hundiéndome en mi ser


    45. Me alejé hacia la puerta, dejándola en el comedor


    46. Tras recibir la promesa de que pasaría el día trabajando en la casa me despedí de la cémpsica hasta la tarde y me alejé con Marcia hacia el carro


    47. Cuando puse el coche en marcha y me alejé, seguía en la puerta con el palo en alto como un amateur frustrado con un gran handicap atascado en el búnker más extenso y profundo del mundo


    48. Me alejé para dejarla sola con su dolor


    49. Todos rieron y yo me alejé para realizar el trabajo que me había encomendado


    50. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga





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    alejar in English

    avert <i>[formal]</i> turn away turn aside move away take away alienate estrange

    Синонимы для "alejar"

    separar marchar ahuyentar distanciar retirar