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    ampliar


    amplié


    amplía


    amplían


    amplío


    1. El Regente visitador, don Juan Francisco Gutiérrez de Piñeres, se había instalado en Santa Fe desde el 19 de enero de 1778, y el 12 de octubre de 1780 sancionó, con el fin de aumentar los ingresos de España, el impuesto para el sostenimiento de la Armada de Barlovento, y el 6 y 7 de diciembre del mismo año, con idéntico fin, dio el acto resolutivo que ordenaba la extensión de los mismos a un mayor número de productos y efectos, con lo cual se ampliaba lo que los especialistas tributarios denominan hoy “la cobertura fiscal”


    2. Pero esa referencia no me había sugerido la posibilidad del espectáculo prodigioso que ahora se ampliaba a cada vuelta del camino


    3. Ya en 1430 había conquistado Patrás, con lo cual se ampliaba el dominio de los griegos en la Morea, y renacían las esperanzas de sobrevivir al delicado momento y volver a la gloria


    4. Al ver que no ampliaba su respuesta, el anguloso rostro de Roran se endureció, y por un momento Eragon se temió que insistiera en obtener una explicación más satisfactoria


    5. La escalera se ampliaba por aquella parte y los escalones estaban húmedos y escurridizos debido al agua que se infiltraba entre las rocas


    6. El apoyo prestado a los usurpadores y a los pretendientes de toda clase era uno de los métodos mediante los cuales Roma ampliaba su Imperio


    7. Las tres llamadas tenían el mismo denominador común y casi coincidían en sus requerimientos: incrementaban la preocupación de Sebastián y acumulaban una advertencia que no lograba tomar del todo en consideración pero que también ampliaba el desasosiego y el desánimo


    8. Mientras desandaba sus pasos y ampliaba la distancia entre ellos, dijo:


    9. La lámpara ampliaba su sombra en la pared y lo convertía en un gigante que caminaba de un lado al otro


    10. Lawrence había hecho referencia al problema de los satélites, y había dicho que recuperarían el contacto en cuanto entraran en el radio de alcance para la comunicación, con el resultado de que se ampliaba el canon del miedo ante el horror de hallar una desolada base, destruida a causa de cualquier razón

    11. El objeto prohibido, resguardado por los edictos del "tabú" ampliaba su prohibición a las aguas en que yacía


    12. De un año para otro se ampliaba la discrepancia entre la cuenta sobre el papel y el número real de cabezas


    13. Mirando a su interior, comprobó que más allá el callejón se ampliaba y corría recto durante unas diez yardas hasta una entrada lateral del caravasar, que absorbía una corriente palpable de aire para alimentar el fuego rugiente y estruendoso


    14. El círculo se ampliaba al tiempo que su perplejidad


    15. Tulien Gart permaneció en el centro del destrozado campamento de peleles, gritando órdenes a medida que el área de registro se ampliaba


    16. Tampoco era cuestión de modificar nuestro gusto, recalcó Berto, pero debíamos admitir que la estampa de aquel genuino amor de madurez ampliaba los horizontes de la homosexualidad en general y quién sabía si en particular de la nuestra


    17. Con estos últimos se había conseguido un primer plano de vegetación y un horizonte que ya parecía muy vasto pero que se ampliaba infinitamente si al seguir un pequeño sendero llegaba uno hasta el banco siguiente, desde donde se abarcaba todo el anfiteatro del mar


    18. En la entrada, la caverna se ampliaba y un poco de luz exterior iluminaba los muros


    19. El tratado entre los dos mundos se ampliaba automáticamente cada diez años


    20. En el siguiente párrafo ampliaba la idea mediante una analogía con los efectos de un fertilizante en el crecimiento del trigo

    21. A medida que se ampliaba la imagen, fue creciendo y convirtiéndose en un poro circular


    22. La luna no se movía en absoluto entre salto y salto, y apenas un poco a medida que la distancia recorrida se ampliaba velozmente


    23. Se la oía respirar fuerte, la nave ampliaba los ruidos, en parte por los silbidos y los pitidos de los ordenadores y en parte por el crujido ocasional de las paredes de metal frente a algún desajuste de velocidad


    24. Colin estaba sentado en uno de los asientos superiores, con la cámara levantada, sacando una foto tras otra, y el sonido de la cámara se ampliaba extraordinariamente en el estadio vacío


    25. Conforme ascendían, el panorama se ampliaba ante sus ojos y era más evidente el caudal de destrucción que podía desatar el Martal en unas horas, incluso en una ciudad en la que se contaban más de cien mil casas


    26. Talut ampliaba la explicación con gestos, midiendo los pasos y atando una cuerda imaginaria a un palo inexistente


    27. El arroyo se ampliaba, abriéndose en la ancha extensión de una laguna inerte


    28. El interrogatorio se hizo somero y apresurado; Dadgar no ampliaba las respuestas de Bill con nuevas preguntas o peticiones aclaratorias


    29. Y una tarde, sentado en un banco en compañía de Maya después de pasar el día delante de la pantalla, pensando en la vastedad de aquella ala del partenón que se ampliaba constantemente, comprendió que era una carrera que no podía ganar


    30. La hendidura se ampliaba en dirección a Harry y él se alejó dando traspiés desesperados

    1. Las llamas habían penetrado a través del suelo de la cubierta, e incrementadas por la fuerte brisa que en aquel momento soplaba se ampliaban en cortina horizontal por encima de la toldilla


    2. Removían la arena, abrían y ampliaban canales


    3. Yo les hice repetir sus dichos para traducirlos; ellas los repetían y ampliaban con el feo sonreír de sus desdentadas bocas, que para expresar la malicia tenían que imitar al buzón del correo; y estando en esto, oí la voz del Arcipreste y las dos muchachas, que salían de la iglesia


    4. Los canales interconectaban los diferentes brazos, creando un laberinto de arroyos sinuosos que, a su vez, se ampliaban para formar muchos lagos y lagunas


    5. Los Cazadores de Mamut a menudo ampliaban el espacio habitable agregando piezas semicirculares confeccionadas con cueros a la vivienda principal, y con frecuencia usaban otras estacas para sustentar los elementos laterales; en cambio, los refugios de este Campamento presentaban añadidos, en los que intervenían juncos y hierbas del pantano


    6. Ampliaban y distorsionaban la forma de sus ojos, haciéndolos parecer del tamaño de huevos de pájaro, protuberantes esferas azules a punto de salírsele de las órbitas


    7. Los canales que se ampliaban sin cesar en torno al Erebus y el Terror estaban rebosantes de ballenas que habrían sido la envidia de cualquier ballenero yanqui, y también se veía una profusión de bacalaos, arenques y otros peces pequeños, así como las enormes ballenas beluga y boreal


    8. Los dos clientes que visitó, en la desviación de Morera, se quejaban de la competencia que suponía la feria, donde de año en año era mayor el número de los quincalleros que ampliaban la divia


    9. Escarbaba en ellos, y entonces se ampliaban, se enlazaban y se hacían más prominentes


    10. Partiendo de un esquema más o menos racional, en el sentido amplio de que todavía no se había venido abajo, los propietarios ampliaban sus propiedades lanzándose sobre el agua empleando añadidos voladizos, sostenidos por riostras diagonales

    11. Caer en coma mientras sus articulaciones y cerebro se ampliaban, el sexo desaparecía, las encías y labios se fundían en unas herraduras de agudo hueso, la piel se arrugaba y endurecía como una armadura… para convertirla en un protector


    12. Con nuevos profetas aportando constantemente una visión nueva a las obras acumuladas, nuevas ramificaciones brotaban sin cesar, y esas ramas nuevas, con el tiempo, a medida que otros profetas las ampliaban, crecieron gruesas y fuertes


    13. Pero, desde hacía algún tiempo, por una transición apenas sensible al público, se habían orientado en el sentido de los misterios de la magia, y sus conferencias bimensuales — principal atracción de la casa, orgullo del prospecto—, esas conferencias que pronunciaba en el comedor, vestido de levita y con sandalias, delante de una mesa cubierta con un tapete y con un acento exótico, ante el público atento del Berghof, esas conferencias ya no trataban de la actividad amorosa ni de la transformación de la enfermedad en el sentimiento consciente; trataban de las ocultas extrañezas del hipnotismo y del sonambulismo, de los fenómenos de la telepatía, del sueño revelador y de la doble vista, de los milagros de la histeria, y sus comentarios ampliaban el horizonte filosófico hasta el punto de que aparecían, a los ojos de los oyentes, enigmas de tal calibre como las relaciones entre la materia y el espíritu como el enigma mismo de la vida, que no había probabilidades de descifrar y que adquiría incluso un aspecto inquietante por el camino de la enfermedad y de la salud


    14. Las pupilas, que las gruesas gafas ampliaban, parecieron crecer aún más


    15. Los Cazadores del Mamut a menudo ampliaban el espacio habitable agregando piezas semicirculares confeccionadas con cueros a la vivienda principal, y con frecuencia usaban otras estacas para sustentar los suplementos laterales; en cambio, los refugios de este campamento presentaban añadidos en los que intervenían juncos y hierbas del pantano


    16. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga


    17. Él sabía que el interminable proceso de apelación inherente en el sistema judicial bajo el que él trabajaba tenía la finalidad de proteger al acusado de posibles errores, pero, con los años, a medida que se ampliaban y consolidaban las garantías para los acusados, Brunetti había empezado a preguntarse a quién protegía la ley en realidad


    1. Se han ampliado los plazos de exclusividad concedidos por la


    2. Su anterior propietario, Ferdinand Robson, la había ampliado, añadiendo un ala y un invernadero


    3. El pequeño cementerio de Lobreña se ha ampliado un poco estos últimos años


    4. Mientras continuaba con sus fastidiosos compromisos cotidianos, había ampliado las investigaciones con la esperanza de ganar finalmente la libertad


    5. Pasamos por hermosas ciudades, cruzamos puentes sobre riachuelos que brillaban como la plata a la luz de las lámparas de grasa de ballena, sorteamos las cada vez más numerosas estatuas que representaban de manera increíble la vida cotidiana de aquel imperio desaparecido y, por fin, cuando empezábamos a tener la sensación de formar parte de un extraño mundo donde todos los seres y todos los edificios habían sido congelados en el tiempo, nos encontramos frente a unas inmensas murallas de tamaño real que protegían lo que Lao Jiang dijo que era el Parque Shanglin, un lugar excepcional construido al sur del río Wei para el esparcimiento de los reyes de Qin y, luego, ampliado por el Primer Emperador


    6. Desde entonces, el marco físico del Centro jurídico se había ampliado y había cambiado sustancialmente


    7. Es lástima que Donald Maccormick no hubiese ampliado mas sus indagaciones, ya que en tal caso su paciencia se habría visto recomendada


    8. Aunque en verano Whinney y Corredor eran casi exclusivamente herbívoros, Ayla observó que su dieta se había ampliado al ramoneo de las puntas de las ramitas, la masticación de la corteza interior de los árboles y cierta variedad especial de liquen, del tipo preferido por los renos


    9. Viviendo con los Mamutoi, su capacidad de comprensión del lenguaje corporal se había desarrollado y ampliado hasta incluir la interpretación de las señales y gestos inconscientes de quienes utilizaban el lenguaje oral


    10. —Veo que has ampliado el negocio —observó Seda mientras miraba en torno

    11. Por lo que Garion podía apreciar, no parecía haberse seguido ningún plan arquitectónico para la construcción del palacio, que más bien parecía haber sido varias veces ampliado de forma anárquica durante los más de tres mil años que los reyes de Cherek habían gobernado allí


    12. Su conocimiento de la navegación espacial se había ampliado de manera considerable últimamente, en vistas a la inminencia del estallido de la revolución libertadora


    13. De la noche a la mañana se encontró con que el área de sus competencias y su prestigio se habían ampliado generosamente


    14. Sostuvo en alto un texto impreso que había ampliado para la reunión:


    15. Así, con el paso de los siglos, han ampliado enormemente sus conocimientos sobre las magias de sanación, y perdido casi todos los demás


    16. Franco, con el apoyo de Yagüe, entre otros muchos, había ampliado la cobertura: a la Falange Española Tradicionalista y de las Juntas Ofensivas Nacional Sindicalistas (FET y JONS), el partido único del que el Caudillo es jefe natural


    17. El enemigo, ante la esterilidad de sus esfuerzos contra la sierra de Cavalls, han ampliado su sector de ataque hasta la región del vértice Gaeta, lanzándose denodadamente a fondo contra nuestras líneas con vistas a la ruptura, pero se ha estrellado frente a la barrera infranqueable de todas nuestras unidades, que rivalizan sin desmayo en la defensa del suelo patrio


    18. Estados Unidos ha asegurado a los chinos una conexión más sólida a la infraestructura de la base lunar, se han firmado nuevos acuerdos para la asistencia mutua en el espacio y se han ampliado las competencias de los ya existentes; Estados Unidos y China se han puesto de acuerdo en firmar algunos acuerdos comerciales que hasta ahora eran bastante controvertidos


    19. Con los años, la estación había ido creciendo en dimensiones, se había ampliado con varias calles, edificios adicionales y una extensa mina a cielo abierto


    20. Nadia lamentó que el instinto paternal de Toby no se hubiera ampliado hasta el punto de abstenerse de apostar el dinero familiar en las innumerables páginas de Internet que frecuentaba

    21. Después de eso, el despacho de Oriente Medio había sido ampliado y los nuncios papales, embajadores del Vaticano, recibieron instrucciones de convencer a los países donde ejercían sus funciones de que apoyaran las aspiraciones nacionales de la OLP


    22. Tres generaciones de jardineros, el padre de Gilbert Jack y su abuelo antes que él, habían rescatado lo mejor de aquellos jardines (el herbario, el jardín de la cocina, el huerto con sus muchos tipos de manzanas, ciruelas y peras) y los habían ampliado, según habían vuelto los sucesivos señores de viajes continentales trayendo nuevas especies de hierbas, frutas y flores


    23. Al cabo de un año los nuevos viveros producían más ostras que las permitidas por la ley, y habíamos ampliado el negocio con una planta de procesamiento de ostras, un departamento de transporte y una oficina de promoción


    24. Un nuevo intento, ampliado, de establecer una bibliografía lo más completa posible del autor, comprende los siguientes libros:


    25. Lo que es siempre nuevo en el proceso de producción de cosas no se reencuentra en el consumo, que sigue siendo el retorno ampliado de lo mismo


    26. El edificio, de tres plantas, utilizado desde 1894 como casa de acogida para solteras embarazadas, fue rehabilitado y ampliado en 1961


    27. Esos esclavos habían ampliado la gran caverna donde los nipones habían construido su refugio antiaéreo y el puesto de mando; mejoraron la carretera que subía hasta lo alto del Pico Eliza, donde instalaron el radar y la estación de localización; construyeron otra pista en el campo de aviación; rellenaron más partes del puerto; y murieron a miles de malaria, tifus, disentería, hambre y agotamiento


    28. El juego se había ampliado un poco, eso era todo


    29. Las obras del ferrocarril metropolitano de Tokio han ampliado enormemente su campo de acción


    30. Sólo nuestro chapoteo, ampliado hasta la exageración, resonaba en medio de la oscuridad

    31. La biblioteca de la casa, políglota y rica en obras ilustradas, repertorio ampliado de sala de espera de dentista, se hallaba a disposición de todos


    32. Pero, poco a poco, de instante en instante, esa armonía apasionada se había ampliado, dilatado y desenvuelto, se había iluminado con una luz cada vez más resplandeciente


    33. Y eso que he ampliado bastante el radio de búsqueda


    34. Tenía el ojo pegado a la mira telescópica y estaba viendo lo mismo que él pero ampliado, y lo que veía era una abominación


    35. Algunas partes se han reemplazado y se ha ampliado dos veces, pero nosotros…, ellos…, siempre conservaron la cerveza que había en ella


    36. En cuanto al señor de Charlus -a quien en este minuto crítico la sociedad en que había vivido proporcionaba distintos ejemplos, otros arabescos de amabilidad y por fin la máxima que en determinados casos debe uno sacar a la luz y utilizar sus gracias más extrañas habitualmente conservadas en reserva, zarandeándose amaneradamente y con la misma amplitud con que un revuelo de polleras hubiese ampliado y trabado sus contoneoso, se dirigió hacia la señora de Verdurin con una expresión tan halagada y tan honrada que pudo haberse supuesto que serle presentado a ella era un favor supremo para él


    37. Muy a menudo no llegaba más allá de la gran llanura que domina a Gourville y como se parece un poco a la que empieza por encima de Combray en la dirección de Méséglise aun a bastante distancia de Albertina, tenía la alegría de pensar que si no la alcanzaban mis ojos, esta poderosa y dulce brisa marina que pasaba a mi lado debía descender más lejos que ellos sin que nada la detuviera hasta Quettelholme, agitar las ramas de los árboles que sepultan a SaintJean de la Haise bajo su follaje, acariciando la cara de mi amiga, y echar así un doble lazo entre ella y yo, en ese retiro indefinidamente ampliado, pero sin riesgos como esos juegos en que dos niños se encuentran por momentos fuera del alcance de la voz y la vista, uno de otro, y en que a pesar de estar lejos siguen unidos


    38. Se cruzaron con otros fugitivos cuyos uniformes estaban chamuscados y cuando llegaron a los muros del cementerio su grupo se había ampliado


    39. Y ahora ya poseen cohetes que pueden atravesar los océanos; en una década han ampliado su flota submarina de diez a noventa unidades, han imitado el bombardero soviético TU-4 (que en otro tiempo les facilitaron) y ya poseen un sistema adecuado para la utilización práctica de sus cabezas nucleares


    40. También el puerto de Ostia será enormemente ampliado y mejorado

    41. En los viejos tiempos había sido fortificado por Atenas y por Esparta, consolidado y ampliado por Macedonia, y cada uno de sus conquistadores había añadido un bastión o una torre


    42. Tenía sólo un tercio de tamaño ampliado artificialmente que Jock conocía


    43. —Cuando apareciese, podría haberlo ampliado en el visor —dije


    44. Aunque a las jóvenes de dieciocho años —el límite de edad que habían establecido— a menudo les resultaba duro aceptar las normas estrictas y las críticas que conllevaba el noviciado, con que sólo hubiesen ampliado el límite en cinco años, Alanna y ella habrían conseguido el doble de candidatas, si no más


    45. Pero actualmente había sido reformado, ampliado y vallado


    46. Aunque en verano Whinney y Corredor eran casi exclusivamente herbívoros, Ayla observó que su dieta se había ampliado al ramoneo de las puntas de las ramitas, la masticación de la corteza interior de los árboles y cierta variedad especial de líquen, del tipo preferido por los renos


    47. Desde entonces sus atribuciones se han ampliado un tanto, creo


    48. En su estado de conciencia, simultáneamente ampliado y disminuido, pensaron que los rayos eran parte del espectáculo de luces de la ciudad


    49. Insistió para enseñarme las instalaciones de exterminio y explicármelo todo: había ampliado los Sonderkommandos de 220 a 860 hombres, pero habían sobreestimado la capacidad de los Kremas; no era tanto la operación de gasear en sí lo que planteaba problemas como que los hornos tenían sobrecarga y, para remediarlo, había mandado cavar zanjas de incineración; poniéndose exigente con los Sonderkommandos, la cosa funcionaba y se llegaba a una media de seis mil unidades diarias, lo que quería decir que algunos tenían que esperar a la mañana siguiente, si se acumulaba demasiado trabajo


    50. A las doce del día siguiente, el campo de batalla se había ampliado a la mayor parte de la ciudad







    1. -Es una predicción segura convino Langdon-, El conocimiento crece de forma exponencial: cuanto El símbolo perdido Dan Brown más sabemos, mayor es nuestra capacidad de aprendizaje y con más rapidez ampliamos nuestra base de conocimientos


    2. Convocamos premios en metálico para jóvenes ingenieros, les dejamos desarrollar aviones en forma de cohetes, ampliamos nuestra oferta turística con algunos vuelos suborbitales


    1. Sus esfuerzos pordivulgar en el pueblo la instrucción y las ciencias, el ardor con queatendió á las corporaciones científicas, ampliando sus facultades ófundándolas de nuevo, ejercieron duradero influjo en la civilizaciónespañola


    2. Nuestra intención es que esta obra se vaya ampliando con la contribución de todos


    3. Afectados por los efectos gravitacionales de las tres lunas que sus cuerpos alargados hasta su vencimiento, pero el cerebro continúa creciendo en inteligencia y la calavera seguir ampliando su alrededor


    4. tendencias y el movimiento gay (y GLBTT) se va ampliando aún más en América Latina


    5. Domesticar la incertidumbre en América Latina racionamiento físico de productos por habitante y este se fue ampliando hasta abarcar una gran cantidad de productos (Vilas, 199)


    6. diferencia ampliando el ejemplo del párrafo anterior


    7. empezar la explotación de esteúltimo ampliando la línea férrea de Carrio hasta


    8. Después de escuchar con interés mi relato de las aventuras por las que había pasado, retomó el tema, y ya lo estaba ampliando considerablemente cuando nos interrumpió la irrupción de un sagoth


    9. La repitieron varias veces, ampliando la imagen, pero la definición no mejoraba


    10. La carta, que seguía ampliando con otros inocentes detalles nuestra frustrada aventura, terminaba con frase de declaración, escogida de un misterioso librito que circulaba entre los alumnos de tercero y cuarto, lleno de las instrucciones necesarias par cada caso amoroso:

    11. Pero todos los esfuerzos eran en vano, ya que las llamas continuaban ampliando su radio de acción y amenazaban consumir toda la popa del velero


    12. Y a medida que el tiempo de los bailes iba pasando, más tiempo le dedicaban, agregándole nuevas figuras, ampliando el tablado sobre el cual era montado, terminando por abarcar tres de los cuatro lados de la sala


    13. Habló primero Tarfe, ampliando lo que ya dijo a su amiga cuando iban hacia el convento


    14. –Dé su deber por cumplido -replicó el cirujano, volviendo a la incisión que estaba ampliando


    15. Esta estructura organizativa permitía a los templarios disponer de una enorme capacidad de autonomía para la gestión de sus recursos, que se fue ampliando hasta lograr en el siglo XIII una independencia casi total incluso de la administración episcopal de las diócesis donde estaban ubicadas cada una de las encomiendas


    16. Einstein demostró que el aumento de la masa con la velocidad -aplicado por Lorentz sólo a las partículas cargadas- era aplicable a todo objeto conocido, y, ampliando su razonamiento, dijo que los aumentos de velocidad no sólo acortarían de longitud y acrecentarían la masa, sino que también retrasaría el paso del tiempo: en otras palabras, los relojes se retrasarían con el acortamiento de la vara medidora


    17. Estamos ampliando nuestras rutas y negociando un acuerdo con una compañía de vuelos internos


    18. Kummer, Kronecker y Dedekind con su invención de la teoría moderna de los números algebraicos, ampliando el alcance de la Aritmética ad infinitum, y llevando las ecuaciones algebraicas dentro de los límites del número, hicieron por la Aritmética superior y la teoría de ecuaciones algebraicas lo que Gauss, Lobatchewsky, Johann Bolyai, y Riemann hicieron por la Geometría al emanciparla de la


    19. Eliseo verificó por enésima vez los sistemas de transmisión, ampliando la banda inicial de recepción desde los 10 500 pies a 15 000


    20. La brecha en cuestión se fue ampliando gradualmente aun cuando el otro vehículo se hubiera lanzado asimismo a toda velocidad

    21. Allá al fondo se está ampliando el cielo estrellado


    22. Cuando Chou lo miró con mayor atención, ampliando la imagen, descubrió otro rayo igual al primero pero más rudimentario y débil que se proyectaba en la dirección opuesta


    23. 1 Ampliando secuencialmente una región del espacio, se pueden comprobar sus propiedades ultramicroscópicas


    24. Las cuatro habitaciones habían sido interconectadas ampliando las puertas en arcadas; sólo el cuarto de baño permanecía aislado


    25. Poco a poco, el cuello y los brazuelos poderosos fueron ampliando la abertura, al apartar los barrotes, y el elástico cuerpo fue adentrándose cada vez más en la habitación


    26. Ambas naciones habían ido ampliando sucesivamente sus extracciones a lo largo de los meses anteriores


    27. El cuadrado situado en la esquina superior derecha se agrandó hasta llenar toda la pantalla, ampliando con ello el rostro del hombre


    28. Su silencio es un signo de que confía en que él este ampliando internamente su capacidad de decir que sí


    29. El barco del dios Loco ya empezaba a deslizarse sobre las aguas, apartándose, y el espacio que lo separaba del Muchacha sonriente se iba ampliando rápidamente


    30. Aquellos veinte hombres tienen, todas las noches, conferencias y clases universitarias; en noble hermandad, cada cual transmite a su compañero la ciencia que adquiere, y las mutuas conversaciones van ampliando su idea del mundo y de la vida

    31. ) ¿Y qué hay del caso contrario, el de unos padres que no sólo dominan el inglés a la perfección sino que además pasan los fines de semana ampliando los horizontes culturales de sus hijos llevándolos a museos? Lo lamentamos: la inmersión cultural puede ser una de las creencias en las que se basa el cuidado obsesivo de los hijos, pero los datos del ECLS demuestran que no existe correlación alguna entre las visitas a los museos y los resultados de los exámenes


    32. Se supone que estas notas son un esfuerzo por ir más allá de la obsesión, ampliando el foco de mi atención


    33. En su mayoría, perforan hacia arriba, creando más de esos pozos cortos, verticales y que no llevan a ningún sitio, y ampliando las cámaras que dejan arriba


    34. A cada lado de las mayores, las gavias y las juanetes de la Lively, aparecieron las alas, ampliando el inmenso velamen desplegado con tal rapidez y eficiencia que en la Fama sintieron una profunda desazón


    35. En efecto, es muy difícil para cualquiera calcular exactamente en qué escala ve sus palabras o sus movimientos otra persona; por miedo a exagerar nuestra importancia ampliando en enormes proporciones el campo en que tienen que extenderse los recuerdos del prójimo en el transcurso de su vida, nos imaginamos que las partes accesorias de nuestro hablar, de nuestras actitudes, apenas penetran en la conciencia de nuestro interlocutor, y, por consiguiente, y con más motivo, que no se le quedan en la memoria


    36. Kirk hizo que cambiara la pantalla, ampliando la imagen


    37. El barón la adivinó y ampliando su encuesta: “Pero no hice un voto especial de conocer únicamente a la gente de la señora de Chevregny, dijo


    38. La forma de las recepciones cambiaba, sin dejar por ello de encantar a Brichot, quien, a medida que se iban ampliando las relaciones de los Verdurin, iba encontrando en tales recepciones goces nuevos y acumulados en un pequeño espacio como sorpresas en un zapato de Reyes Magos


    39. ¿Por qué te interesas por él? —añadió ampliando la sonrisa


    40. Procedimiento cinematográfico que consiste en utilizar en el rodaje una lente especial que comprime la imagen lateralmente ampliando el campo visual, mientras que al proyectarla le devuelve sus proporciones normales

    41. Mi esposo y yo tenemos conocimiento de que están ustedes ampliando los dormitorios de las hermanas docentes


    42. La instrumentación ya existe, el personal ya se está entrenando, los sistemas existentes se están ampliando y mejorando


    43. Por lo que se sabe, las colonias de ratones moteados sin pelo sólo crecen por las márgenes ampliando el sistema de canales subterráneos


    44. En el puerto occidental existía una nutrida comunidad de hugonotes que se había ido ampliando durante los meses sucesivos


    45. También llegaba a mis oídos el sonido de la trompeta dando señales y podía ver el movimiento de sus banderas ampliando órdenes


    46. Anna interpretó el silencio de Joan y que este relajara sus cejas como el aprobado a su gestión y lo agradeció ampliando su sonrisa al igual que si recibiera un cumplido


    47. Tras el fallecimiento en el año 600 de san Leandro, Isidoro asumió el cargo de obispo de Sevilla, ampliando y mejorando el buen trabajo que su hermano dejaba como legado


    48. »Los marathas han estado desde entonces ampliando sus territorios, todo el camino hasta Bengala


    49. Mientras los alemanes gemían, el ZOB fortalecía sus puntos de resistencia y seguía solicitando desesperadamente la ayuda del movimiento clandestino polaco, ampliando tal petición al público en general


    50. Ampliando el radio de acción se alejó de la choza del puestero hasta alcanzar una leve elevación de terreno, que pese a la lluvia le permitía un buen punto de observación de todo lo recorrido


    1. Todo es la continuación de la misma visión original, con el objetivo de ampliar y ordenar el mensaje, el entendimiento y discernimiento sobre la visión sobrenatural inicial, y llevarte a una interpretación posterior y culminar con la revelación divina


    2. una nueva “P” a las anteriores para ampliar esta teoría:


    3. Pero hay conciencia de la necesidad de ampliar o incluir entre las formas


    4. ampliar las definiciones de discriminación u odio en los códigos nacionales (familia y


    5. que buscan ampliar las formas odiosas de discriminación e incluir la discriminación por


    6. Partiendo del concepto de sexo-género y de la división sexual del trabajo, los estudios de género han permitido poner en evidencia la naturaleza sexuada del trabajo y el concepto mismo de este que predomina en las ciencias sociales, así como ampliar la noción del mismo que permita incorporar como tal al trabajo no remunerado (Di Tella, Chumbita, Gamboa y Gajardo, 2004)


    7. Alintegrar este instrumento en el plan de desarrollo de la biblioteca,tengo la esperanza de mejorar la calidad y ampliar la gama deinformación


    8. com recompra Mobipocket en abril de 2005,lo que permite a Amazon ampliar


    9. Global Reachofrece un método para ampliar su sitio a muchos


    10. Además, prometía ampliar, con la autorización del doctor,

    11. pudiéndole ampliar las facultades para los casos en que


    12. propuesta para ampliar las acepciones del término „soledad", no es posible que se concrete de un día a


    13. En la actualidad, un hombre tiene que ampliar sus actividades, cantando y narrando historias mientras hace malabarismos con botellas o con lo que sea


    14. Entonces fui a las oficinas del periódico y obtuve una prueba, que hice ampliar


    15. {97} Ampliar y exaltar la escuela laica


    16. La codicia de los propietarios los condujo a ampliar las capturas, de modo que fueron abolidos los requisitos del alcohol y el nacimiento lejano


    17. Ahora había tres razas de elfos unidas en la preparación de la batalla y los elmaneses, siempre tan reservados, empezaban a ampliar su concepto de comunidad—


    18. Entretanto Abigail comerciaba con unos cacharros de barro que le compraba a los guajiros y vendía como piezas arqueológicas a los gringos de la Compañía de Petróleos, con tanto acierto que pronto pudo ampliar su empresa con falsas pinturas coloniales, hechas por un estudiante en un sucucho detrás de la catedral y envejecidas apresuradamente con agua de mar, hollín y orines de gato


    19. Únicamente que me ha vendido el puesto y se lo he comprado para ampliar el mío


    20. Después de todo, el cliente siempre tenía la razón, y, si éste insistía, ¿por qué tendría que ser el comerciante el que asumiera la responsabilidad de pisar el freno? No obstante, me sorprendió la codicia con que los ricos coleccionistas del mundo entero manifestaban abiertamente querer ampliar sus colecciones con uno o varios de estos lienzos excepcionales

    21. Y para Gentry Lee, por ampliar mis horizontes técnicos y psicológicos


    22. Y cuando escogió ampliar el permiso de maternidad, disfrazó la decisión con una mentira inconsciente: la consideración hacia la familia


    23. Por tanto, por recomendación expresa de Zhúkov, el "Stavka" decidió ampliar los objetivos iniciales de ambas operaciones, con el fin de destruir completamente al Grupo de Ejércitos "Norte" y liberar enteramente la región de Leningrado


    24. Aunque el Senado y el pueblo de Roma eran muy críticos con la burocracia y se resistían con tesón a ampliar el número de empleados públicos, una vez que comenzaron a crecer las posesiones territoriales de Roma, hubo cuando menos una rama del Senado que cada vez exigió más burócratas


    25. para ampliar la plena ciudadanía a todos los socii itálicos cuyo nombre figurase en los rollos del registro municipal (si era un insurrecto se le obligaba a deponer las armas), a condición de que el interesado plantease el caso ante el pretor urbano de Roma en un plazo de sesenta días a contar desde la promulgación


    26. Ampliar el plazo del cargo o magistratura más allá de lo normal


    27. Varias de ellas con su propia página web, que pueden ser útiles al analista que quiera ampliar información:


    28. para ampliar la plena ciudadanía a todos los itálicos cuyo nombre figurase en los rollos de registro municipal (si era un insurrecto, se le obligaba a deponer las armas), a condición de que el interesado plantease el caso ante el pretor urbano en Roma en un plazo de sesenta días a contar desde la promulgación


    29. Aunque el Senado y el pueblo de Roma eran muy reacios a la burocracia y se resistían con tesón a ampliar el número de empleados públicos, una vez que comenzaron a crecer las posesiones territoriales de Roma, hubo cuando menos una rama del Senado que cada vez exigió más burócratas


    30. »Naturalmente, ustedes ya saben que para la buena marcha de una empresa bancaria, tan importante es saber invertir provechosamente nuestros fondos como ampliar nuestra clientela y el número de depositarios

    31. Los que en Flandes residimos muy unidos estábamos, pero yo me sentía en la obligación de ampliar esta piña a Fernando y Catalina, dado que por sus venas corría la misma sangre que por las nuestras


    32. –Además, el Consejo Municipal tiene intención de ampliar el departamento de policía y me huelo de que eso ayuda a explicar algunas cosas


    33. Este había sido el objetivo de la creación de la Granja de Cuerpos hacía más de veinte años, cuando los científicos decidieron ampliar sus conocimientos sobre la determinación del momento de la muerte


    34. –Ahora voy a ampliar y entrar -decía al tiempo que pulsaba un botón situado en el reverso del guante


    35. He decidido ampliar el segundo capítulo, y profundizar en algunos rasgos de la personalidad del protagonista, por eso necesito la copia


    36. En realidad, Alejandro conquistó solamente el cuatro o cinco por ciento del territorio del planeta y tenía mucho espacio para ampliar sus conquistas


    37. A través de ellos podíamos ampliar nuestro conocimiento por una fuente directa e incontaminada que había permanecido ignorada y al margen de la historia hasta su sorprendente revelación


    38. ¿No hubiera sido más razonable ampliar las estaciones del vía crucis para que Dimas tuviera la suya en lugar de desnudar a un santo (santa en este caso) para vestir a otro?


    39. –Pero esto parece un aparato para ampliar el sonido, un aparato para sordos -dije dándoselo a sor Laudelina


    40. Cartago ya tenía puestos avanzados en la costa española, y el propósito de Amílcar era ampliar esos puestos y extender la influencia cartaginesa al interior

    41. Además, para ampliar su clientela por el único espacio político que le dejaba libre el enemigo, transigió con los liberales (que íntimamente le repugnaban) y puso el gobierno en manos de Martínez de la Rosa, un liberal tan moderado que apenas era liberal y cuya reforma de la Constitución decepcionó a las fuerzas progresistas que seguían añorando la Constitución de Cádiz


    42. Sorprendidos por los extraños fenómenos descubiertos en las proximidades del cero absoluto, los físicos, naturalmente, han realizado todos los esfuerzos imaginables, por llegar lo más cerca posible del mismo y ampliar sus conocimientos acerca de lo que hoy se conoce con el nombre de «criogenia»


    43. Así se pudo ampliar considerablemente la radiación entrante


    44. Aunque la escritura siguió siendo "sensacionalista" -es decir, recargada y poco ingeniosa- las ideas comenzaron a florecer y a ampliar los horizontes de los lectores


    45. Era la de un industrial intrigado para obtener un subsidio del gobierno antes de ampliar las operaciones


    46. ¿Puedes ampliar la imagen del hombre que va de la camioneta al edificio?


    47. El Lord Mayor de Londres procedió a ampliar las disensiones ofreciendo por cuenta de la Corporación de la City quinientas libras de recompensa por «toda información que conduzca al descubrimiento y condena del asesino de asesinos»


    48. La era de los estocastócratas se limitó a sistematizar y a ampliar las medidas decretadas durante la época de los Encuestadores


    49. Tal vez debería ampliar las miras de mi percepción y solicitar la asistencia de Dios


    50. Además, Basie parecía interesado en ampliar el vocabulario de Jim










































    1. –Ésta es la Polaroid original que amplié y puse en tu sobre


    2. Para mayor [199] consuelo mío, amplié la sentencia diciendo, en este mundo y en el otro


    3. Entiendo perfectamente su reacción, porque durante un tiempo estuve obsesionada con Virginia y leí primero todas sus novelas y después amplié otras obras hasta devorar todo lo que se había escrito sobre ella (o al menos todo lo que yo pude encontrar), desde biografías a estudios críticos


    4. En las semanas siguientes amplié el PRÓLOGO con tres cuadernos más


    5. Sin necesidad de leer la nota que Helen había puesto en la barandilla, amplié un plato de huevos, lo que significa que se le agrega un tercero a la habitual ración de dos


    1. amplía su espacio interno y que está intensamente vivo


    2. que reconoce y amplía la ciudadanía plena a todos sus habitantes


    3. ofrece la ley, y la modificación del matrimonio para incluir a las personas GLBTT amplía


    4. Velandia, Manuel (2009 28 enero) Colombia: la Justicia amplía los derechos de las parejas


    5. El anexo metodológico al final del capítulo amplía esta sección


    6. Se detiene en la consideración de su propia persona y a veces amplía su afecto a quienes le interesan de cerca, pero es incapaz de elevarse lo bastante -por medio del pensamiento racional, que engendra el sentimiento y la pasión- hasta el altruismo, que en común amor abarca a toda criatura animada


    7. Además, se amplía la cobertura legal para que actúen en España los servicios de inteligencia norteamericanos


    8. Y ahora relájate y amplía tu percepción


    9. Eso amplía todavía más la zona de cruce


    10. El diluvio de impresiones que entran en el cerebro desde el Universo exterior, y los órganos de manipulación que responden a esas impresiones, es lo que amplía los recursos del cerebro hasta su capacidad y más allá de ella, y lo que da valor de supervivencia a cualquier aumento en el tamaño y la complejidad del cerebro

    11. Siempre dicen que viajar amplía la mente


    12. Amplía usted sus locales… ¿Van bien sus negocios?


    13. En ella se responde negativamente a la cuestión planteada por Poinsot (1777-1859): ¿Es posible que haya más poliedros regulares que los que tienen 4, 6, 8, 12, 16 y 20 caras? En la segunda parte de su memoria Cauchy amplía la fórmula de Euler que se encuentra en los manuales de Geometría, relacionando el número de aristas (A), caras (C) y vértices (V) de un poliedro,


    14. » Por su parte, Le Journal d'Amiens del 11 de ese mes amplía algo más la información: «Uno de sus vecinos, el señor Gustave Frezon, que pasaba en ese momento con su familia, acudió en su ayuda, mientras otras personas huyeron


    15. Line, Linealandia tiene una dimensión arrollada secreta, y si esta dimensión se amplía hasta alcanzar un tamaño observable


    16. En el monitor apareció una amplía vista de la entrada principal a la clínica


    17. —Y puesto que actualmente el poder de ese inversionista parece ser escaso, Julian amplía el círculo de sus posibles socios


    18. El 15 de marzo de 1935, durante el debate sobre la ley que amplía el servicio militar a dos años, Maurice Thorez declara ante la Cámara: «No permitiremos que se arrastre a la clase obrera a una guerra llamada de defensa de la democracia en contra del fascismo


    19. Pero las investigaciones estadísticas han demostrado que la víbora es, por un margen enorme, el animal que la mayoría de la gente más aborrece (con la araña en segundo lugar), y lo más raro del asunto es que cuando se amplía el cuestionario para determinar cuál es la característica del animal que despierta tal disgusto, la mayoría de los que odian a las serpientes explican con presteza que no pueden aguantarlas porque son «viscosas»


    20. El efecto resulta aún más acusado cuando la muestra se amplía más allá de los nombres más comunes

    21. Cuando se les pone a trabajar, el campo se amplía con rapidez; los barracones militares se levantan en unos días y se completa el perímetro doble de alambre de espino


    22. La sonrisa cada vez más amplía dejó al descubierto sus dientes


    23. Amplía la imagen de los soles centrales, por favor


    24. Aquí, en la universidad, unos y otros cuentan con esa base, mientras yo solo cuento con dos insignificantes años de escolaridad y una amplía ignorancia


    25. Lo amplía entre 2075 y 2080


    26. El laborable comprendido entre dos festivos y al que, por esta circunstancia, se amplía la vacación


    27. Cuando se los amplía y examina bajo una luz polarizada, los osteones parecen diminutos volcanes, conos ovoides con cráteres centrales y laderas que se extienden hacia llanuras de hueso primario


    28. Un acontecimiento de 1869 amplía el foso entre cristianos y masones: la proclamación de la in" DIV un la a que por en de los con del el más al hermanos Pêre-Lachaise


    29. Olivia había insistido en que Megan se quitara el sujetador y llevara una amplía blusa estampada


    30. Lo curioso de los fractales es que cuando se amplía una sección dan un resultado estadísticamente idéntico

    31. La cueva las encuentra y las amplía de alguna forma, las proyecta


    1. Pues Las Fuerzas Del Ser Humano No Se Amplían Con La


    2. De ese modo no sólo excluyen las interferencias, sino que además amplían considerablemente el potencial de transmisión de la información digitalizada bajo el agua


    3. Se amplían los puestos de escucha


    4. Cuando se abren de nuevo las minas, se reducen los salarios, se amplían los horarios y envían a los mineros a lugares descaradamente peligrosos


    5. Mi habitación favorita es la del fondo del pasillo, porque es más espaciosa y tiene la cama más grande; además, también hay una silla y un sofá, con lo que las posibilidades se amplían


    6. Se amplían las estaciones de energía solar, las fábricas de electrónica


    7. Amplían mi comprensión del país


    1. Pero si lo amplío -apretó un botón y la imagen creció-, tenemos una visión parcial del hombre


    2. Cuanto más amplío mis investigaciones, más convencida estoy de que en Roma había servidores públicos


    3. Confirmo y amplío horario habitual de la comunidad


    4. Se había anudado sobre la pelliza un amplío peinador de lino que le cubría los hombros y protegía la piel de armiño de los polvos con los que se estaba empolvando la cara


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    ampliar in English

    enlarge aggrandize expand blow up make larger augment

    Синонимы для "ampliar"

    incrementar extender expandir acrecentar engrandecer aumentar