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    Используйте «apartar» в предложении

    apartar примеры предложений

    aparta


    apartaba


    apartaban


    apartado


    apartamos


    apartan


    apartando


    apartar


    apartas


    aparto


    apartábamos


    aparté


    1. Del carril citado se aparta otro al naciente, en el que viven los Caciques siguientes:—


    2. aparta del pensamiento porque se la necesita para detectar una percepción


    3. extraños y fugitiva en el mundo,y a quien el poeta aparta y sustrae de lo feo, y da una


    4. aparta todo loimpertinente y lo insignificante que en la naturaleza está mezclado


    5. Cuando te sucediere juzgar algún pleito de algún tuenemigo, aparta las mientes de tu injuria y


    6. también eloído el son de muchas chirimías y atabales, ruido de cascabeles, ''¡trapa,trapa, aparta,


    7. nocomprenden; y estos justifican el famoso dicho deBacon: «poca filosofía aparta de la religion,


    8. aparta jamas[Pg 294]del mal una vez abrazado; por el contrario, tantoel bien como el mal los


    9. previenecontra la prodigalidad, aparta de los excesos, preservade una vida licenciosa, inspira


    10. La joven aparta los dedos y tiembla

    11. ELECTRA ( con paso muy ligero se aparta de los que quieren


    12. sobreese criterio estrecho y aparta con resolución el detalle para


    13. aparta ligeramentede la ruta y lanza el buque entre dos islas,


    14. Ferran Jimenez de Arenós se aparta de los suyos


    15. La velocidad de la aproximacion estará en razon de la velocidad con quese aparta el medio


    16. perfecciona sus facultades intelectuales, y en uso desu libertad las deja sin ejercicio, se aparta del


    17. en que se agitan,como el Cristo en el huerto de las Olivas: «¡Señor, aparta de mí


    18. laamabas! (El conde se levanta y se aparta un poco


    19. aparta de las que hasta ahora he podidoprecisar, es decir, los ya incluidos


    20. aparta a los

    21. unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos;


    22. de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos:


    23. de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos;


    24. Y un trapa, trapa, aparta, afuera, afuera,


    25. parecido a aquel ante quien se aparta el rostro,


    26. Si se pone pesada la aparta de un empujón y ya está


    27. Tejero obedece a Milans, así que en cuanto yo llegue al Congreso le cuento la idea de Milans y él aparta a sus hombres y me deja hablar con los líderes de los partidos y hacerles la propuesta; pueden aceptarla o no, nadie los obligará a nada, pero te aseguro que la aceptarán, Sabino, incluidos los socialistas: he hablado con ellos


    28. Cuando te sucediere juzgar algún pleito de algún tu enemigo, aparta las mientes de tu injuria y ponlas en la verdad del caso


    29. Uno de los invitados coge a la Rubia por el brazo y la aparta


    30. Harwood se aparta de la puerta en el momento en que llega Newell

    31. Se aparta del mostrador y se encamina hacia los ascensores


    32. El hombre se aparta del poste


    33. (Se aparta y habla con DOLLY


    34. Cuando el Medievo tocaba a su fin, los pintores no se habían familiarizado con la anatomía, por lo menos en el Norte, y creo que esa pierna izquierda se aparta mucho del canon por esta razón


    35. Él siempre aparta a los otros de la violencia, rechazando con horror sospechas que no han sido ideadas antes de que él las mencione


    36. Se aparta uno de los monótonos quehaceres cotidianos


    37. –El perdón aparta los pecados del alma y devuelve al pecador a un estado de gracia santificada -dijo Norberto-


    38. Aparta de mí esta sentencia


    39. ¡Acumúlanse las zozobras, se aparta el amor, corren las lágrimas y el corazón arde!


    40. No le importa mirar los hígados, cuya función en el cuerpo no tiene muy clara, pero aparta la vista de los corazones que hay en el mostrador y, sobre todo, de las bandejas de despojos

    41. Así le llamo porque su infancia graciosa no se aparta de mis recuerdos, y para mí, aunque grande le vea, sentado en el Trono, con todo el arreo correspondiente, siempre será el que tantas veces arrullé en la [201] cuna; el que cargué en mis brazos, entreteniéndole con cualquier juguetillo; el que vi luego tan aplicadito a las lecciones, tan bien ordenado en sus cosas, que todo lo guardaba y coleccionaba, libros, estampitas, papeles, sin permitir que nada se le tocara; el que nunca pronunció palabra fea, ni gustó de compañía de mujeronas ni de juegos indignos entre hombrachos; el que siempre fue la misma pulcritud, y por lo tocante al alma, piadoso como ninguno, con una constancia en las devociones impropia de su edad


    42. El duende que te protege de la vista de los vivos se aparta, te deja el frente libre


    43. Cuando la cebolla y el ajo están dorados, se aparta la sartén del fuego, se añade el pimentón e inmediatamente, antes de que se ponga negro, se vuelca sobre las lentejas junto con la morcilla en rodajas


    44. -Pues entonces aparta los huevos de mi camino -replicó Richard-


    45. Es el suyo un viejo desdén que lo aparta, irremediablemente, de la vida común de los hombres: un malestar físico que lo hace removerse en la silla


    46. Desde la Culebra puede verse a un individuo fornido, que empuña un cuchillo grande o un machete, encararse con Maraña; pero éste lo aparta de un empujón, camina abriéndose paso con mucha sangre fría entre los tripulantes, llega hasta el patrón, y sin descomponer el gesto le apoya el cañón de la pistola en el pecho, mientras con la otra mano corta de un sablazo la driza de la bandera, que cae al mar


    47. Cuando la aparta, el policía encuentra el cadáver de un gran gato negro destripado y a medio disecar, con las cuencas de los ojos rellenas con bolas de algodón y el interior abierto y lleno de borra de la que asoman alambres y cabos de hilo bramante


    48. Rogelio Tizón aparta la espalda de la pared, y sorteando escombros recorre el callejón hasta salir a la calle del Pasquín


    49. Maraña se aparta del coronamiento, vuelto hacia la tripulación


    50. Cuando se vuelve hacia él, aparta la mirada














































    1. apartaba lo quedebía y a lo cual la obligaban sus gloriosas


    2. creí queel corazón de Luciana se apartaba de mí, y caí en el


    3. yo no hacía caso de los cañonazos; yo no me fijaba en los gritos; yo no apartaba del papel los


    4. Cuando el Padre hablaba, quedábase ellasuspensa oyéndole, y se apartaba de todo y se


    5. apartaba de laencantadora princesa Graselinda, y comenzó a


    6. atormentada por los celos, no apartaba la vista dela casa de


    7. La segunda no apartaba los


    8. ¡Notable fuerzade inclinacion, que apenas se apartaba el peligro de las armasextranjeras, cuando ya las competencias y guerras civiles se encendianentre ellos!


    9. sentadoentre la espesura al pie del árbol, no apartaba los ojos de


    10. Raimundo se apartaba de ellos, no sólo por su posición modestay retirada, no sólo por su ilustración y talento, sino también,particularmente, por su carácter

    11. El galán no apartaba los


    12. mandaba en su pensamiento,lo apartaba de las imágenes pecaminosas; huía de don Álvaro, no


    13. Paracontemplar en su fantasía la regeneración de España, apartaba los ojosde la


    14. Apartaba los ojos de ellos


    15. conversación,pero él no apartaba los ojos de «Flor de


    16. aquel presbítero,sobrio, desinteresado, que apartaba los ojos de las jornaleras garridas


    17. mesa, mientras comía poco y sin gana, guardaba silencio, y a vecesJulián, que no apartaba los


    18. ciertoesmero, en que se apartaba de los usos aldeanos, era en llevar guantes


    19. se retraia y apartaba teniendo miedo delos que eran de la circuncision


    20. que en el momento en que su hija se ponía enferma,no se apartaba de ella un instante,

    21. ocurriera en el baile, y que no se apartaba, ¡ay!, ni un segundo desu mente


    22. agobiada en él por la fiebre y los dolores, no se apartaba de su imaginación


    23. emoción, vió los primeros encuentros, y no apartaba los ojos del que parecía ser rey del ejército


    24. Miranda apartaba de ella los ojos,tratándola con desdén glacial


    25. Pero Piggott nunca insistió cuando Kitiara lo apartaba de un empujón


    26. –Noto su aliento en el viento del este -explicó el juglar, que no apartaba los ojos de la llanura


    27. María no apartaba los ojos de la mujer que les apuntaba


    28. Supo que adelgazó pero siguió estando guapa, y supo que aunque era guapa andaba siempre tan malcarada que parecía fea, que terminó en la academia y entró de aprendiza en una peluquería, que la dejó, que se colocó en otra, que la dejó, que empezó en una tercera, que la dejó, que se corrió la voz de que era problemática con las jefas y desagradable con las clientas, que se dedicó a peinar por las casas, que conoció a un chico, que se casó con él, que sus padres murieron, que emigraron a Francia, que regresaron, que tuvo una hija con problemas de obesidad, que montó un gabinete de estética en su casa, que se comentaba que no era especialmente buena pero era barata, que dedicaba las mañanas a las tareas del hogar y las tardes a las clientas, que tenía el carné de la biblioteca y sacaba dos libros al mes, que los lunes hacía la compra de la semana, que los viernes repetía la operación para los días de fiesta, que era metódica, rutinaria, que algunas veces parecía triste pero que en general seguía teniendo pinta de estar enfadada, que cuando paseaba con su marido él nunca conseguía pasarle el brazo por los hombros porque ella se lo apartaba con un gesto, que cuando salía con su hija, la niña no le dejaba que la cogiera de la mano y prefería agarrar la de su padre, que no se llevaba bien con casi nadie, que anduvo metida en jaleos con unos vecinos a los que reprochaba que pusieran la música demasiado alta y que a su vez la acusaban de echarles lejía en la ropa del tendedero


    29. Y si no, ¿por qué no se apartaba de mi imaginación?


    30. Apartaba gravemente a la estridente gente menuda que obstruía la entrada y se presentaba a la única ventanilla para pedir unos «reservados»

    31. Unos se quejaban aun antes de recibir los golpes, y el maestro impávido observaba entonces que eran anticipados, otros se protegían ingenuamente las nalgas con las manos que el señor Bernard apartaba con un golpe negligente


    32. Golpeé ciegamente y noté que tras el impacto un cuerpo se apartaba de mi paso


    33. Por la noche, cuando me despertaban sus quejidos, apartaba el delgado edredón que me cubría y le administraba masajes que la calmaban temporalmente


    34. La vida se tornaba igualmente complicada y desalentadora cada vez que alguien se apartaba en lo más mínimo de la rígida planificación de las autoridades, y en la mayoría de los casos surgían complicaciones inesperadas


    35. —¿Conoces ese lugar? —inquirió Foxfire, mientras la cogía del codo y la apartaba un poco del grupo


    36. Pyanfar metió la mano en el bolsillo y se puso el auricular, encarándose con Tully, que no apartaba los ojos de ella


    37. –Claro -Pyanfar le apartó la mano que intentaba ponerle en el brazo y Jik se quedó inmóvil mientras ella se apartaba unos pasos-


    38. –¿Qué está haciendo? – Era la primera pregunta de Khym que se apartaba de sus funciones actuales y fue hecha en una voz tranquila y mesurada-


    39. –Probablemente es cierto -dijo Dur Tahar mientras hacía girar su asiento y lo apartaba del monitor


    40. Se la consideraba una distracción que apartaba de Dios

    41. —Ah, mi querido Japp —dijo Poirot con una risita mientras se apartaba de los dos hombres—


    42. Llevó la conversación hacia el tema de un proceso célebre y vi que no apartaba los ojos de mí


    43. Se lo puso en el dedo mientras Eduardo se apartaba con el dependiente


    44. La tripulación callada concentraba toda su atención en la colina, de la que no apartaba los ojos desde hacía dos horas; pero la señal no aparecía


    45. El Corsario no apartaba los ojos de la peña sobre la cual debía aparecer la reina de los antropófagos


    46. Muchas gracias —dijo el hombre en tono burlón mientras guardaba las monedas en una bolsa que le colgaba del cinto y se apartaba


    47. Luego, con suavidad, apartaba el exceso de tierra con los dedos


    48. Catalina, que hubiera deseado que aquel momento se eternizara, sintió que Diego la tomaba por los hombros y la apartaba lentamente aflojando su abrazo y mirándola al rostro con atención


    49. ¡Ah, ni hablar!», dijo echándose a reír, a la vez que se apartaba a un lado


    50. Mientras se apartaba para responderla, los padres pasaron hacia el parque iluminado ubicado entre el edificio de la Asamblea General y el 866 de UN Plaza














































    1. que éstos apartaban de un manotazo las mencionadas puertas


    2. Sin embargo, la pesadumbre y las dudas no se apartaban de sus conversaciones pues veían en Domingo a un hijo aislado y limitado


    3. opiniones se apartaban aunque fuera ligeramente de la doctrina de la Iglesia o de las interpretaciones


    4. Suspalabras no se apartaban de los


    5. Mientraspronunciaba las palabras decisivas que le apartaban de


    6. las aristas y angulosidades de lasrocas, se apartaban, dejando en


    7. Por eso los de Entralgo y Villoriase apartaban cuanto podían de los parajes en


    8. y preocupaciones que le apartaban de su casa: entonces ellase limitó á oír misa muy de mañana en las


    9. apartaban sus ojosdel horizonte, mirando debajo de ellos


    10. Los hombres se apartaban de las señoras, a las que habían

    11. Los ojos del médico se apartaban del mar para convergir en su


    12. Se diría que asu paso se apartaban las


    13. Al llegar a los corrales, los jinetes delanteros se apartaban, quedandofuera de la


    14. apartaban de la cama del herido


    15. Estos se apartaban antelas mulas, pero al


    16. fácilmentesatisfechos con la vida montañesa, le apartaban de los complicadosplanes de medro y


    17. apartaban un momento de la señora


    18. sagrado del copón; y en los vestidos, en elaceite, en el copón, los tigres no se apartaban de él,


    19. Los transeúntes se le apartaban


    20. Hasta las ratas se apartaban de Enid

    21. Sus ojos, despavoridos, no apartaban su atención de Roberto


    22. Con al mayor estruendo y una falta de consideración que apenas se puede comprender, recorría la carroza las calles, rodeada casi siempre por un coro de gritos de mujeres y de exclamaciones de los hombres que se guarecían y apartaban a los niños del camino del vehículo


    23. Mientras lo recorrían sólo encontraron de vez en cuando empleados de uniforme y algunas hani que por su atuendo parecían proceder de una nave, las cuales se apartaban para dejarles pasar y les observaban en silencio


    24. Las siluetas que se agolpaban ante ella se volvieron como paralizadas por el estupor y Pyanfar, flanqueada por Haral y Chur, se enfrentó a cien rostros intrusos que no apartaban los ojos de sus pistolas


    25. Los tres que lo escuchaban no apartaban de Gordon sus miradas


    26. Pegué un alarido mientras Brian y Don lo apartaban de mí


    27. Los otros levantaban el tronco y lo apartaban a un lado, a fin de que la litera del maharajá pudiese avanzar libremente


    28. —¡Salud, Asesino de Sombra! ¡Salud, Saphira! —gritaban los hombres, que se apartaban de su camino, lo cual provocaba un cálido resplandor en el vientre de la dragona


    29. Luego, el suelo empezó a temblar y las raíces que Eragon tenía delante empezaron a retorcerse y a rechinar y a desprender trozos de corteza, mientras se apartaban a un lado y dejaban al descubierto un trozo de tierra


    30. Los asaltantes apartaban a las mujeres judías de los suyos y llevándolas a cualquier rincón las rasgaban las sayas y las violaban; eso, si no cometían después una mayor crueldad, que consistía en embrearles el pubis y prenderles fuego para purificar aquella parte que les había contaminado y cortarles la cabellera para dejarlas marcadas ante los suyos, caso que salvaran la vida

    31. No obstante, lo peor era que apartaban de él al Maestro


    32. Los trabajadores que se encontraban en la cubierta les habían oído y visto, y, dejando de trabajar, se apartaban de la bien señalizada plata-forma


    33. ya se apartaban los jueces y ellos cara a cara son


    34. Muchas fueron las voces excitadas de los hombres, muchos los ladridos de los perros que corrían tras él para matarlo, y muchas las veces que aguantó firme los ataques, mutilando a la jauría que le cercaba, hiriendo a los perros, que se apartaban aullando y gimiendo malheridos


    35. Avanzaban en silencio; no obstante, las ratas y las palomas se apartaban rápidamente de su camino


    36. Los hombres que trabajaban en cubierta se apartaban rígidos y sonrientes, el aire bobalicón, descubriéndose con esa torpe timidez que la gente humilde de mar, hecha a mujerzuelas de puerto, suele mostrar ante la que es, o parece, una señora


    37. Era un detalle importante, porque si durante el día los ojos de frey Ferrando y de sus hombres no se apartaban de nosotros, de noche, y con las debidas precauciones, un hombre solo, un criado anónimo, podía abandonar silenciosamente el palacio sin


    38. –Entonces, era usted… -murmuré mientras los limpiaparabrisas apartaban la nieve del cristal


    39. Cuando se apartaban y volvían a unirse, él experimentaba un sentimiento de inenarrable felicidad


    40. La mirada de aquel hombre resplandecía de inteligencia, y sus ojos sonrientes no se apartaban de Langdon, al tiempo que meneaba repetidamente la cabeza con un ademán aprobatorio

    41. Gruñidos de hombres mientras apartaban las piedras que ocultaban sus escondidos nichos en los pilares


    42. De pie junto a sus aviones a la caliente luz del sol, se apartaban nerviosamente las moscas de los labios, los rostros endurecidos mientras el jefe de la escuadrilla saludaba


    43. Apartaban el rostro ante el ruido de las explosiones que atravesaba el río-


    44. Reparó enseguida en que los empleados se apartaban a su paso


    45. Sus cuerpos se unían y se separaban, giraban en círculos y se apartaban el uno del otro para volver sobre sí girando


    46. Los helicópteros volaban en círculos sobre el hoyo que había sido un edificio, y transmitían sensacionales imágenes a millones de espectadores que no apartaban la vista de los televisores


    47. Allá arriba, en el balcón, hacia el que todos, por distracción, seguían dirigiendo las miradas a pesar de que Delamarche ya lo había abandonado, levantóse ahora, bajo la sombrilla, realmente una mujer; era corpulenta y llevaba un vestido rojo, nada entallado; cogió los gemelos del antepecho del balcón y con su ayuda miró a las personas que estaban abajo y que sólo poco a poco apartaban de ella la mirada


    48. Tras inclinarse con suma elegancia para escuchar al pequeño escudero, la soberana se alejó de sus damas y atravesó la hierba en dirección a ellos; sus ojos no se apartaban de


    49. –Jodida pirada, – gritó el rubio mientas se apartaban de la cuneta, con las ruedas chirriando


    50. Los servicios de socorro se apartaban para dejarle paso, pero sin prestarle la más mínima atención; tal era lo convenido









































    1. Un árbol de pobre ramaje hace más tristeaquel apartado rincón del mundo, y a lo lejos un río tranquilo sedesliza por la llanura del valle, donde, al modo de las antiguas tablasde devoción, se representan en pequeñas composiciones aisladas episodiosde la vida del primer ermitaño; el demonio, que viene a tentarle, sumuerte, y los leones que mansamente le cavan la fosa con sus garras


    2. apartado, a las afueras de la ciudad


    3. y, en un apartado diferente pero de la mayor importancia,


    4. apartado, escribiendo en unas hojas amarillas, y él


    5. [49] Briz en la historia citada, página 756 dice que no seaposentó en la ALJAFERÍA, porque este palacio se hallaba fuera de laciudad, bien apartado del muro de piedra, y haberse quedado los moros enlugares tan vecinos que lo podian inquietar facilmente si allí pusierasu residencia


    6. Pero ¡ay! de tí, apartado y errante por el mundo, Hijo


    7. cuál es el origen de la ansiedad, la tensión o la negatividad? El hecho de habernos apartado del momento


    8. Pero no sehabía encontrado a su antiguo amor, hecha un pingo, y la convidó a tomarun café en aquel apartado establecimiento


    9. hubieran apartado deuna ley lógica sin apartarse de la justicia


    10. —contestó con turbación el Marqués—si penetré en aquel apartado sitio, bien saben

    11. Beña y Xérica se habían apartado del grupo


    12. la Catedra de San Miguel y la pompa de palacio) en lomás apartado de los arrabales


    13. apartado como una jornada de navegacion de sutributario el rio de San-José: ámbos rios son navegables


    14. que cogen apartado de la flota


    15. Habíase ya apartado un paso


    16. No sehubo bien apartado,


    17. un apartado aposento, en el cual no había otra cosa deadorno que una mesa, al parecer de jaspe,


    18. Su entendimiento frío, calculador, apartado dela fe,


    19. es medroso y apartado


    20. apartado de la lucha feroz de losbandos, odiaba a los del

    21. me escondí en elrincón más apartado


    22. ómnibus que iban al apartado de los toros, yandando despacito


    23. Lo apartado del sitio y lo desapacible de la tarde, hacían que


    24. Y cuando llegan a un rincón apartado y solitariodonde las sombras se espesan,


    25. limpieza de los arroyos de agua corriente,cerca del esquivo y apartado


    26. galerasque se habían apartado del armada


    27. lo más apartado de la casucha


    28. en cualquier otrobarrio apartado de Londres, y que no


    29. Una tarde, hallándose con lord William en sitio apartado y


    30. Ramiro, echado de boca en el lecho, no había apartado un instante losojos de su

    31. apartado de lossanos principios y contra la mala suerte que convertía en aprendices


    32. La Mariposa seguía con atención el apartado que realizaba su nieto,sonriendo al ver


    33. secretamente en un rancho apartado, sinintervención de médicos


    34. Vamos aentrar en el quinto apartado de la ley


    35. requerido en el apartado 4


    36. sujetos a esta licencia de acuerdo con lo establecido en el apartado 4


    37. creyéndose allí más apartado dela curiosidad y el fisgoneo de los


    38. Dios y tan apartado de los ruidos, delas miserias y hasta del


    39. aldeanuca, del rincón más obscuro y apartado de latierra


    40. con aquella mujer, y en sitio tan apartado, y cuandoyo pensaba en las apariciones meridianas, ya

    41. descuidados jardines del paseo deJulio; en un banco apartado


    42. había apartado de la gente que estaba en aquel lugar


    43. apartado, y cuando el pueblo [lo] oyó, le siguió á pie de las ciudades


    44. apartado de la gente que estaba en aquel lugar


    45. 20 Ciertamente, si habiéndose ellos apartado de las contaminaciones delmundo, por el conocimiento del


    46. apartado: Y quando las compañas [lo] oyeron, šiguieronlo à pie de las ciudades,


    47. apartado de la compañía que estaba en aquel lugar


    48. 20 Ciertamente si habiéndose ellos apartado de las contaminaciones delmundo, por el conocimiento del


    49. solitario y apartado, sehacía alto y se rompían filas


    50. En tanto dos hombres que en un apartado y estrecho cuarto del piso bajode la casa parroquial














































    1. nos apartamos de esa identificación hacia lo informe, al cual podemos también denominar el Ser


    2. Al tomar conciencia de la respiración apartamos nuestra atención de los pensamientos y creamos espacio


    3. apartamos de ellos con la imaginación lo que por mejorarlos han hechoya el arte y el


    4. Siempre fue limitado, y nació con una curiosidad que sin duda habéis observado, ved que en su mano izquierda conviven amigablemente seis dedos en vez de cinco; y éste fue el mote que le asignó la crueldad y la mofa de los hombres y por lo que nos apartamos del mundo y paramos en este lugar; las gentes comienzan poniendo un apodo mofándose del desventurado y terminan persiguiendo a todos aquellos que son diferentes y, si llega el caso, se dice que es el demonio el que ha marcado con aquella señal al infeliz que la posee, pero mi nieto es muy bueno y sobre todo muy fiel


    5. Apartamos al mayordomo, volvimos a cruzar el patio empedrado y entramos en el edificio principal del palacio


    6. Con esta precaución narraremos una vez más la famosa historia de Euler y el ateo (o quizá sólo panteísta) filósofo francés Denis Diderot (1713-1784), si bien nos apartamos algo del orden cronológico, pues el suceso tuvo lugar durante la segunda permanencia de Euler en Rusia


    7. Un camarero nos ofreció otra bandeja de bebidas cuando nos apartamos de la procesión


    8. Apartamos el avión de la entrada y les dejamos salir


    9. —Nos apartamos del Tridente más al sur y hemos estado cabalgando hacia el noroeste


    10. –Nos apartamos del Tridente más al sur y hemos estado cabalgando hacia el noroeste… No en dirección al río, sino todo lo contrario

    11. Apartamos el cadáver del camino de Gavner y retrocedimos hasta la boca del túnel


    12. Nos apartamos de la ventana en el momento en que nuestros perseguidores comenzaron a precipitarse hacia la calle por la puerta trasera del bar de Larrouy


    13. Había participado en la reciente campaña de Andócides en Megánida, cuando apartamos grandes peligros gracias a los esfuerzos casi increíbles de aquel ejército


    14. Quitamos las bolas de pelusa, las enrollamos y las apartamos


    15. En cuanto nos apartamos de ella, aparece la desgracia


    16. Nos apartamos del fuego para ofrecer más dificultades a las mujeres pantera en el caso de que quisieran acabar con nosotros desde la oscuridad con sus flechas


    1. En un recodo de la espesura se ocultan, se apartan del contingente


    2. Como nos apartan del mundo,


    3. idioma acentuado, terminan en vocales, y los muy contadosque se apartan de la regla general, acaban


    4. consideración de los que se apartan si bien se quieren


    5. acierto: y sialguna vez entran en el buen camino, bien prontose apartan de él arrastrados por sus


    6. pasiones y a sus gustos por lo terrenal yperecedero, se apartan de Dios, sienten


    7. Uninfeliz que cae tan bajo, es un apestado del que todos se apartan conhorror


    8. dePríncipe, que las mas principales son las que mas se apartan de pareceringrato y cruel, aunque es verdad que los Príncipes raras veces sereconocen por obligados, y cuando se tienen por tales, aborrecen lapersona de quien les tiene obligados, pero esto no llega á tanto queperdiendo de todo punto el miedo á la fama,


    9. senderos y se apartan de las santastradiciones de la familia


    10. aquel bendito rincón de la tierra,del que me apartan, por muy

    11. raices; que por un tiempo creen, y en el tiempo dela tentacion se apartan


    12. raices: que á tiempo crecen, y en el tiempo dela tentacion se apartan,


    13. raices: que á tiempo creen, y en el tiempo dela tentacion se apartan


    14. Cuando las condiciones se apartan de lo normal, la razón humana tiende a deslizarse hacia la locura


    15. Por la noche, ella y su prima se apartan del espectáculo de los fuegos para volver juntas a la casa


    16. Pasan largas horas en las orillas de los ríos y estanques buscando peces moluscos y larvas, que apartan a un lado, pues tienen la costumbre de no comer sus presas hasta que después de lavarlas muchas veces


    17. —¿Quiere que le diga una cosa? Mañana recibirá una llamada de sus superiores diciéndole que lo apartan de la investigación


    18. Esta fórmula y los motes de los dos partidos, fundamento y piezas principales de la máquina política, los torys y los wighs, no se apartan de su boca andaluza


    19. Ahora sé que las murallas impenetrables de los sentidos, que se elevaban hasta el cielo y hundían sus cimientos bajo las más hondas profundidades, aislándonos para siempre, no son las barreras perpetuas e impasables que imaginábamos, sino velos transparentes y finísimos, que se apartan ante el hombre que busca y se disuelven de pronto como la bruma mañanera en las márgenes del arroyo


    20. Estoy a punto de decir algo más, pero sus ojos se apartan de mí, se fijan en algo por encima de mi hombro, a lo lejos

    21. Hasta, si se les ponen muy pesados, los apartan de sus cátedras y les prohiben publicar o predicar


    22. Todos los del equipo se apartan de ella al unísono


    23. Con dificultad, debido a la inclinación del suelo, ella y Bill apartan el mueble


    24. Ellos hacen caso omiso, y no apartan la vista de la carretera


    25. El asiente en la oscuridad y se apartan del pueblo, y siguen con el trineo hacia el norte, a lo largo de la costa


    26. Ahora imaginemos que las dos circunferencias se apartan gradualmente


    27. "Cuando los dirigentes de los judíos lleguen a un acuerdo para destruir al Hijo del Hombre, y cuando tomen una única consigna, entonces veréis a esas multitudes como escapan consternadas o se apartan a un lado en silencio


    28. Los mama-rrachos y las aberraciones del gusto, las obras grotescas con que una piedad mal entendida llena las iglesias, también cumplen su objeto; pero este es bastante triste: fomentan la superstición, enfrían el entusiasmo obligan a los ojos del creyente a apartarse de los altares, y con los ojos se apartan las almas que no tienen fe muy profunda ni muy segura


    29. ¡Asusta y todos se apartan!


    30. Si me apartan de la investigación y resulta que estoy en lo cierto, algún periodista descubrirá mi informe y los pondrá en un aprieto

    31. Menuda es la letra de los diccionarios que me gusta leer aunque, en este caso, ella emplea la expresión en su sentido más amplio, que incluye todas las menudencias, generalmente de carácter laboral, que ocupan mi tiempo y me apartan de su control


    32. Una voz de mando sobresalta a los chicos, que se apartan del escaparate:


    33. August desaparece bajo la nube de polvo que deja detrás y los aterrados peones se apartan de su camino


    34. La puerta se abre y entra Crush al tiempo que Clive y Tristan se apartan de mí


    35. por lo general se apartan de los humanos


    36. Si apartan los ojos de la pantalla un segundo los mandaré a tierra


    37. Podría suponerse que su indolencia los conduce pacientemente a esperar el período en que los frutos maduros, se apartan lentamente de sus ramas y caen uno tras otro a la tierra


    38. Goto y Waterhouse se apartan en la recogida de equipaje, intercambian sonrisas al pasar por inmigración y se vuelven a encontrar en la sección de transporte terrestre


    39. Toman posiciones en el castillo de proa o se arrastran por el bauprés, pero amablemente se apartan para dejar paso a los delgados marineros de lo alto que comienzan el laborioso ascenso por los sudarios de proa para trabajar en la gavia y todo lo demás en lo alto del trinquete


    40. Lo que él no sabía es que las naciones nunca se apartan de los abismos, porque todavía se aferraba a sus ilusiones y seguía creyendo que una nación corrompida podía volver a ser pía y virtuosa sólo con que «el pueblo lo quisiera»

    41. Los oficiales SS ríen, apartan a los mirones, prosiguen su lento paseo y pagan lo que les parece a fustazos


    42. Lo apartan no sólo de la investigación, sino también de la búsqueda del compañero desaparecido


    43. Lola hubiera tenido sangre en los zapatos, y mis pensamientos no se apartan de este punto


    44. Se apartan en silencio y dejan


    45. Cuando enmudece el televisor y parece que va a empezar la tertulia, sucede lo más insólito: las mujeres se apartan, forman un corro cerrado, íntimo, ajeno


    46. Las miradas se apartan de mí, unas más lentamente que otras


    47. Por supuesto que hay palabras que uno escribe y que nunca diría en una conversación (El vigía distinguió unas nubes de tormenta en lontananza), pero esas palabras que llaman la atención por su rareza apartan la atención de la historia que se está contando y hacen que el lector piense en el autor y en su vocabulario


    48. Y así la llaman social, económica y fi-siológica: fisiológica, porque quieren que las mujeres a su arbitrio estén libres o se libren de las cargas conyugales o maternales (eman-cipación ésta, como ya dijimos de sobra, que no lo es sino un crimen horrendo); económica, por la que pretenden que la mujer, aun sin saberlo ni quererlo el marido, pueda libremente tener sus propios ne-gocios, dirigirlos y administrarlos, sin tomar para nada en cuenta a los hijos, al marido y a toda la familia; y social, en fin, por cuanto apartan a la mujer de los cuidados domésticos, tanto de los hijos co-mo de la familia, a fin de que sin preocuparse por ellos pueda entre-garse a sus antojos y dedicarse a los negocios y a los cargos, incluso públicos"


    49. Aquí, en esta región del mundo, hay una larga tradición de multitudes que se apartan al paso de un hombre armado


    50. Pero a veces se apartan lamentablemente de ti











    1. Cristóbal, pero en lo último fueron explícitos, así que, apartando losque dijeron haber ido en el primer viaje aparecen sesenta, número noescaso dada la dificultad de componerlo; el de la mitad de losexpedicionarios, que eran:


    2. —Sí, y para que se vaya apartando la atención de cierta


    3. Juan la cabeza y apartando con lasdos manos los rizos que se habían desordenado


    4. EVARISTA ( que apartando su atención del grupo del centro,


    5. apartando entre tanto su vista de Teruel, a laque acudieron a


    6. de unniño, y apartando a los parientes, fue poco a poco


    7. He caminado medio siglo apartando las piedras, dejando


    8. en el hombro su asustado halcón, apartando rápidamentecon las manos las ramas que


    9. apartando las ramas y buscando en vano un senderopracticable


    10. Llegado á los escalones que conducían al atrio saltóde su caballo, y apartando

    11. apartando los ojoscada vez que los suyos iban hacia él


    12. nuestras piernas veloces, devorando el espacio, apartando todoslos obstáculos y


    13. apartando de sufrente los bucles de la cabellera, que se había


    14. —¡Cerrar esa puerta!—prorrumpía apartando el mamotreto


    15. El capitán disimulaba suturbación apartando la vista y


    16. responsabilidad á quien corresponda apartando de la gestión de los negocios públicos á los


    17. Mis dedos rebuscaron solos en los bolsillos y, apartando los dichosos guantes de cuero, se cerraron agradecidos alrededor de un objeto de metal y junco


    18. –Esta bien, esta bien -dijeron los municipales, apartando a Gilbert y Duchesne y entrando donde estaba la reina-; no hacen falta tantos miramientos


    19. Miró hacia arriba, a los altos balcones, y tal y como había esperado, allí estaba, apartando las tinieblas de la noche


    20. Un alboroto repentino destruyó la emoción del momento: la puerta se abrió de golpe y dos hombres furiosos, que llevaban las túnicas de azul desteñido y las bandas de la Universidad de Cruxwan, irrumpieron en la habitación, apartando a empujones a los ineficaces lacayos que trataban de impedirles el paso

    21. Sólo cuando hubieron terminado las formalidades se atrevió a preguntar, apartando un pekz de alas verdes con la mano


    22. Apartando momentáneamente la atención de la radiante hada Claudine, Pam y Gerald se mostraron discretamente entretenidos ante el discurso del coronel


    23. Rió brevemente para sí mismo, con su habitual alegría de loco, los hombros encorvados y su atención totalmente concentrada en la comida, apartando los ojos de ella sólo los segundos necesarios para fijarse en las demás e intentar usar los cubiertos al estilo hani


    24. Todas las cabezas se volvieron hacia el umbral y Pyanfar metió la mano en el bolsillo donde guardaba el arma y se abrió paso a través del grupo, apartando a Tirun, hasta la puerta de la sala de operaciones


    25. Los guardias mahen se fueron apartando de las paredes del pasillo y les siguieron lentamente, llevándose con ellos los únicos restos de la reciente intrusión de Dientes-de-oro


    26. Y apartando su silla con energía abandonó la estancia


    27. Apartando las sillas de un empujón al marchar, logré, al propio tiempo, cambiar la pipa de Kemp, que estaba junto a su taza, y colocarla en la misma posición junto a la mía, pero sin dejar que él se diera cuenta


    28. Después, apartando el toldo que cubría la entrada de su tienda, salió y se hundió en


    29. Se apresuró a disponer asiento para todos y, apartando una rinconera para que hubiera más espacio, salió de la habitación gritando:


    30. —Es un cadáver —dijo el Corsario, apartando el cuerpo de un oficial español

    31. Se puso de rodillas, y apartando las hierbas, apuntó al más próximo en las sienes


    32. Había hecho una de sus entradas teatrales, abriendo con violencia la puerta y casi apartando a Craddock a un lado


    33. Toby se inclinó apartando la maleza, y vio una gruesa cuerda de hilos de acero trenzados


    34. Eragon atravesó la sala corriendo hasta la mesa, apartando los cuerpos apretados entre sí para abrirse camino


    35. Luego, apartando bruscamente la mano que el barón estrechaba entre las suyas, entró presurosa en su palacio


    36. Apartando unas ramas apareció el boquete de la gruta y no tuvo necesidad de entrar para saber que estaba desierta


    37. —¡Sacádmela de encima! —gritó Roran, apartando la tela con el brazo derecho, incapaz de continuar aguantando el opresivo peso de la tienda, la oscuridad, el poco espacio y el aire viciado


    38. Por fin consiguió agarrarla entre los dientes y saltó al enorme pasillo, apartando los cuerpos de los soldados hacia los lados


    39. El personal se arremolinaba alrededor del lance y entonces, apartando a manotazos a los curiosos, apareció un hombre que, con la cabeza en su sitio, comenzó a dictar órdenes acertadas y precisas y que por lo menos daba la sensación de que sabía lo que se traía entre manos


    40. Intentó ir contracorriente y dirigió sus pasos hacia el salón del banquete, apartando a empellones y codazos a todos los que se interponían en su camino

    41. Llegó hasta el costado del gran lecho y, apartando el cobertor, recordaba que le preguntó sonriente y tímido: ¿Queréis aceptarme? Ella no respondió, se incorporó en el lecho y comenzó a quitarse la historiada camisa de dormir; nada fue como había soñado y en nada se pareció a las alocadas esperanzas y anhelos de juventud tantas veces comentados con sus amigas, podía decirse que ni siquiera le dolió; luego de desflorarla lo hizo dos veces más, sin embargo la sangre tantas veces anunciada no apareció


    42. La mente de Simón le jugaba malas pasadas y no era la primera vez que ante la aparición de una estilizada silueta o una hermosa trenza en la lejanía se precipitaba hacia ella creyendo que había divisado a la dueña de sus pensamientos, apartando a diestro y siniestro gentes a manotazos; actitud que, más de una vez, le había originado algún que otro incidente


    43. El hombre desapareció en la trastienda apartando una cortina de ganchos metálicos que quedaron danzando tras él y al poco apareció de nuevo portando en sus manos cuatro huevos


    44. Sin decir palabra, subió las escaleras saltando de tres en tres los peldaños, entró apartando de un empellón la entornada puerta de la estancia y se precipitó hacia la entreabierta ventana asomándose al exterior


    45. Y ahora la terrible noticia se iba abriendo paso lentamente en su cerebro, apartando a codazos, a uno y otro lado, aquellas neuronas que querían conducirle por otros derroteros menos fúnebres hurtándole de sus desoladas fijaciones


    46. Los criados fueron encendiendo los candelabros y hachones que iluminaban la estancia, y apartando de las emplomadas vidrieras de los ventanales las telas que impedían la entrada de la luz natural


    47. La mujer se dirigió al exterior y Margarida, con un gracioso guiño de complicidad, desapareció en la trastienda apartando una cortinilla de tiras de esparto que ocultaba un tabuco donde debían de guardar los trastos del negocio


    48. Bandoler ganó la posición y le saludó, alzándose sobre sus patas traseras, con lametones y breves ladridos; Bertran lo tomó por la collera y, a duras penas apartando al resto, lo sacó al exterior


    49. Un ujier compareció apartando la tela embreada de la puerta


    50. Y apartando el pie de Fatty con una brusca patada, cerró la puerta de golpe














































    1. podía mirar sin sentir una turbación profunda que hacía apartar la mirada


    2. en la materialización de la noción de blancura, me hicieron apartar la vista con una fuerza


    3. Sí, es cierto que debo aún apartar las últimas impurezas que quedan en


    4. Si él quisiera podría apartar de un plumazo a los


    5. apartar lamano de la oreja, y añadió a la contestación otro


    6. no podemos apartar la atencióndel orador, encantándose


    7. Ni esta consideración me hizo apartar de la estancia que nos


    8. —No sé—repuso sin poder apartar su atención de lo que


    9. tan superior! En mi demencia juzguéposible apartar esta noble


    10. de este pueblo lo querian apartar de la confederacion, no cesaban de persuadirles, que concediesen á los

    11. nos pueda apartar otro suceso que el de la pala y azadón


    12. pues de las cosas obscenas y torpes, los pensamientos se hande apartar, cuanto más los ojos


    13. estrechar el corazon, apartar del tratode los hombres, formar modales ásperos y groseros,y


    14. un momentopara apartar un mueble que estorbaba el paso,


    15. hizo unmovimiento con sus manazas pretendiendo apartar en el


    16. apartar, mientras durase, al gallo delas gallinas; luego la ordenaba separar las


    17. merodeaba, sin apartar de mí la vista, y aguzando la experiencia


    18. de gocesinefables, es para apartar la atención de sus cofres repletos y de laabundancia de sus


    19. Su turbación me indica que debemos apartar los


    20. amiga mía, queel acto de apartar a Electra de un mundo en que

    21. confesar á usted, Marenval, que para no dudar de lainocencia de mi hijo he tenido que apartar la vista de las acusacionesdirigidas contra él, pues, examinadas una por una, son de tal maneragraves, terribles, probadas, que hubiera tenido que negar la evidencia yeso era para mí un terrible suplicio


    22. para presentarse cuan brillante es, sino que un generalafortunado logre apartar el pie


    23. que fecimos en la ciudad de Toledoen el año pasado de 1480 mandamos apartar los


    24. apartar losojos del sortilegio que sin duda contenían las


    25. No le puedo apartar de


    26. si hubieraquerido apartar de la muerte el horror que inspira


    27. aquelvillorrio, al paso que Roger no podía apartar de su imaginación elrecuerdo de la


    28. los medios se han de abrir ó apartar uno de otrohasta que los


    29. Él no podía apartar los ojos de la joven


    30. El capitán bebía en silencio como un desesperado y sin apartar los ojosde la estatua

    31. apartar los ojosy paralizar la memoria; se les encuentra en


    32. María pronunció estas palabras con evidente sequedad y sin apartar lavista del


    33. atropelladamente sin apartar los ojos de los delnarrador


    34. pecho y ya no pudo apartar los ojosde los del Señor, bebiendo en ellos el misterio e


    35. apartar su atención de todo ruido de pasos que sonaba en


    36. extraordinariospor apartar de su imaginación aquel desafío fatal


    37. que recuerdo bien es que, sin apartar la vista delcuadro que tenía


    38. Entre tanto, yo no podía apartar los ojos del archipiélago en el


    39. determinación tanresuelta del capitán, de que no le pudo apartar


    40. —¡Hum!—gruñó el gigante en señal de admiración, pero sin apartar lossentidos del

    41. Hablaba con sus compañeros de mesa, pero sin apartar la atención delexterior, con


    42. «Sí: hay que apartar de la gestión de los negocios públicos á esos hombres funestos, que han


    43. En vano Evangelina se esforzaba para apartar del precipicio


    44. Sin embargo, uno puede apartar una inclinación por una larga temporada


    45. No podía apartar los ojos de ella, aunque sus modales eran siempre corteses y delicados


    46. Dejó caer la bolsa al suelo para apartar el plástico de las estanterías de la pared del fondo; aparecieron vasijas, cuencos y cestas que en todos los casos contenían objetos negros y arrugados


    47. Yo estaba tumbado en la azotea de la mezquita sin apartar la vista de los gendarmes


    48. Estaba tan sedienta que no podía apartar los ojos de ella


    49. –Por todos los dioses -masculló, mientras se valía de la espada para apartar las telarañas-


    50. Rennard la palpó, antes de apartar los dedos como si fuera una víbora lo que sujetaba














































    1. De manera que dejas lo que estás montando para la escuela de los niños y te acercas al cajón; lo abres, apartas un objeto a la izquierda y sacas el objeto que él lleva buscando de manera tan patética y poco cuidadosa, intentando desesperadamente no metérselo en la boca


    2. Sin embargo, te incorporas, me apartas y echas a andar, sola, por delante de mí


    1. aparto de usted hasta dejarla en el tren


    2. Maurice se aparto y el joven paso ante el


    3. Y sin embargo, yo también me aparto sin saber por qué


    4. Con un súbito giro, me aparto bufando de la almohada, y digo «bufando» porque suelo maldecir bastante a «esos» o «eso» que intentan echarme


    5. Aparto la vista de sus deseos, que son del candoroso color de los prados de la infancia


    6. "Esto, esto es de lo que te aparto", me dijo, y yo no entendí si se refería a la escena en general o a la pierna sin depilar que la mujer había descubierto tan a la ligera, a los desagradables pliegues de carne y grasa


    7. Hay una chica sentada sobre un montón de almohadones cerca de donde estoy de pie y es joven y rubia y está bronceada y lleva una camiseta desgarrada y una cinta rosa en la cabeza sujetándole el pelo y cuando le pregunto qué hace aquí me dice que conoce algo a Leon y no me mira cuando dice esto y yo me aparto de ella y miro a Martin que ahora está encima de la mesa y se revuelca sobre ella y por el suelo y levanta la vista hacia la cámara, apuntando al objetivo con la pistola de juguete, y luego Leon se revuelca sobre la mesa y por el suelo y levanta la vista hacia la cámara, apuntando al objetivo con la pistola de juguete, y luego Martin se revuelca sobre la mesa y por el suelo y levanta la vista hacia la cámara, apuntando al objetivo con la pistola de juguete, y luego Leon se revuelca sobre la mesa y por el suelo y levanta la vista hacia la cámara, apuntando al objetivo con la pistola de juguete


    8. Aparto un mechón de pelo rebelde, cojo el cuadro, las llaves y el bolso y salgo de casa dando un portazo


    9. Aparto el brazo y me pongo en pie de un salto, lo que hace que mi taburete salga disparado hacia atrás y provoque un gran estrépito en medio del silencio sepulcral de la sala


    10. Lo aparto un poco para tener más espacio

    11. Se aparto de la puerta y se desplazo hacia el ruido


    12. Se aparto del dormitorio, agachándose, y vio surgir una figura tambaleante de uno de los cuartos que daban al pasillo, más adelante


    13. Aparto la vista de los nudos y miró al árbol


    14. Me acurruco en la zanja, la cubro detrás de mí, calculo con cuidado períodos más o menos largos a distintas horas del día, aparto luego el musgo, salgo y registro mis observaciones


    15. No contestó; limitóse a hacer elevar la parte delantera del aparto y éste subió


    16. Me aparto de los turistas japoneses que retrocediendo o agachándose tratan de hacer entrar al coloso en sus objetivos, me acerco al tronco, doy vueltas a su alrededor para descubrir el secreto de una forma viviente que resiste al tiempo


    17. Aparto el plato


    18. Normalmente, estoy muy poco predispuesto a la contemplación de una Beldad dejándose montar por algo tan grosero como un macho humano, y aparto la vista en tales momentos, pero esta película era una excepción, por diversas razones


    19. Le aparto los mechones de pelo rubio empapado de la frente y le noto el pulso fuerte en el cuello


    20. Me vuelvo y le aparto el pelo de los ojos—

    21. Me aparto de inmediato, y le exijo:


    22. El aparto la mirada de sus ojos mientras se mordía el labio inferior


    23. Ella no pudo detenerle y a continuación el aparto los cenicientos lazos que arrastraban hacia abajo y la sujeto con fuerza a la vez que le abría su corazón, su necesidad, su alma


    24. Un hombre echó una veloz mirada de comprobación por la abertura otra vez, luego se aparto de la puerta


    25. indecible, aparto las manos


    26. Casi consiguió atraparlo pero, antes de que pudiera hacerlo, el extraño sartán lo aparto de él


    27. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga


    28. Aparto la mochila a un lado y estiro los pies


    29. Aparto los brazos y le confieso:


    30. El lunes me levanto temprano, con una enorme sensación de vacío Observo el montón de bolsas sin abrir que hay en un rincón del cuarto y después aparto la mirada

    31. Me aparto rápidamente y empiezo a caminar de nuevo


    32. ¿Qué habrá visto? Aparto la mano y tomo un sorbo de champán


    33. Me está mirando y yo no aparto la vista sintiendo que el corazón me late como el de un conejillo asustado


    34. Sentado en un sillon de cuero, Alan aparto los dedos de alrededor del vaso que contenia el licor que estaba bebiendo


    35. Despues de un minuto, Alan se aparto de la ventana


    36. Se aparto con los ojos clavados en ella


    37. Idea ridicula! Pero se aparto de la gaveta


    38. Jadeante, con las manos y los dedos abiertos cubriendo su rostro, Mary se aparto del ave


    1. Debido a la reducida masa y la gran fricción del globo, nos apartábamos inevitablemente de su protección y, para evitarlo, activábamos de vez en cuando los impulsores para reducir la velocidad


    1. Yo me aparté del


    2. Con un dulce agradecimiento de micorazón, la aparté de aquel drama de lodo y de sangre


    3. llegase aSevilla; pero súbito la aparté con miedo de la imaginación


    4. Presa del pánico, aparté las alfombras


    5. Le aparté a un lado y entré en la casa


    6. Me aparté y, sin set visto, vi pasar a las dos mujeres y a los dos jóvenes que las acompañaban


    7. –¿Padeces un ligero desdoblamiento de personalidad, eh? – Le aparté un mechón de pelo de los ojos


    8. Lo aparté de un tirón


    9. Luego observé al señor Carey, pero la expresión de su cara me lastimó y aparté la mirada


    10. Observé a los murciélagos que se lanzaban y giraban sobre las plantas acuáticas, pero su rápido vuelo espasmódico me ponía los nervios en punta, por lo que me aparté y volví a caminar sin rumbo de un lado a otro entre los árboles

    11. Eran carnosas y no muy agudas, pero ese contacto me asqueó tanto que aparté al leño de un puntapié


    12. Así que, tras un largo instante sumida en la tarea de olvidar el horror que me rodeaba, me aparté


    13. Aparté la mirada y sonreí a J


    14. Una vez de pies en el suelo, aparté el puño de Derek de un manotazo, y seguí a Pies Muertos hacia su apestosa habitacioncita


    15. Aparté de mi mente todo lo que se interponía entre mí y las palabras que pronunciaba; puse en ellas mi corazón y mi aliento


    16. En realidad, me brinqué y aparté de la figura, derribando con mi gesto los jarrones de lirios y yendo a golpear la pared del tabernáculo, junto a la puerta


    17. Parpadeé y aparté la mirada del escenario del crimen con una extraña sensación de quebranto


    18. Aparté la cabeza en silencio, pues los pensamientos que en esos momentos me embargaron no eran pensamientos que un hombre pudiera comunicar a otro


    19. Aparté la mirada de mi cliente y miré al suelo


    20. De las notas que aparté, creyéndolas de escaso valor para mi objeto, se me antoja sacar alguna en estas páginas para que los lectores se hagan cargo de la grandeza de alma de mi heroína

    21. Aparté el envoltorio del sandwich y abrí el expediente del caso para conseguir la información que necesitaba


    22. Por eso me aparté de allí y seguí un estrecho sendero que cazadores, nadadores y solitarios ocasionales habían mantenido transitado a lo largo de los años, y que me constaba que la señorita Channing había recorrido aquel sábado por la tarde, dos semanas después, para llegar a la casa del señor Reed, en la otra orilla de la Laguna Negra


    23. Consistió en encogerse ligeramente por el posible roce, y lo clasifiqué enseguida por lo que era, un alejamiento absolutamente físico, un rechazo tan espontáneo y absoluto que aparté con rapidez la mano y me la puse sobre el regazo


    24. La aparté un poco y la observé bien, como siempre lo hacía


    25. Aparté la silla y me puse a caminar por la habitación mientras desde la pared brotaba el tictac fuerte del reloj


    26. la mano y él me mandó alzarme y entonces me aparté los pasos que me dijera el cortesano y el Rey se sentó en una silla de tijera que junto a la chimenea estaba y me preguntó mi nombre y cuántos años tenía y cuando dije que cuarenta y uno, los cortesanos que con el Rey estaban se miraron muy espantados en lo que noté que les parecía ser más viejo


    27. Cuando aparté la vista vi una luz gloriosa: amor, expandido delante de mí


    28. Yo apreté los dientes y aparté la vista


    29. Había llegado el momento de dejar de fallarle, así que aparté los mechones salvajes de su pelo y derramé las palabras que llevaba tiempo incubando en mi corazón, purificándolas, desde que la conocí


    30. Retrocedí hasta el corredor principal, me aparté de la escalera y crucé el edificio a lo ancho, pasando por delante de las puertas de Andrew J

    31. Aparté la vista de la gente y a lo lejos, más allá del parque, por la calle Chambers, divisé una ambulancia negra tirada por un solo caballo y con una cruz blanca en un lateral, que corría hacia nosotros desde el oeste


    32. Aparté las mantas y saqué las piernas de la cama


    33. — Aparté los papeles —


    34. De un salto me aparté de la luz delatora


    35. Así pues, me deshice de la rabia, la aparté de mi corazón y de mi cuerpo hasta que todo lo que tuve ante mí fue un bulto humano temblando en un sofá


    36. También me aparté de eso


    37. Soportó el proceso como una criatura pequeña y obediente y, una vez limpia, la envolví en una gran manta de lana, aparté el caldo del fuego y la insté a tomarlo mientras me lavaba yo y emprendía la caza de los piojos que me habían saltado encima


    38. Aparté a mi hermana de un empellón, yo me encargaría de poner todo en orden


    39. La cabina del piloto era demasiado pequeña para albergar también a Ma y Ellen, por lo que se quedaron junto a la puerta, y yo me aparté un poco para que vieran el disco en la visiplaca


    40. Yo os aparté de todas esas canciones de fábula cuando os enseñé: “La voluntad es un creador”

    41. – Le aparté las manos y cayeron sobre el alféizar


    42. Me aparté de él, yéndome al otro lado de la habitación


    43. Al despertar, renovado aunque con hambre, aparté la piedra y salí a la pequeña plataforma rocosa que hacía las veces de porche de entrada


    44. Me arrebujé rápidamente en mi manto de invisibilidad y me aparté a un rincón al tiempo que la puerta que conducía al pasillo se abría de golpe


    45. Me quedé mirándole fijamente un momento y luego aparté los ojos hacia el gran y excesivamente desarrollado señor Hendricks


    46. Aparté la vista rápidamente y salí de la habitación, hacia la furgoneta, donde los otros estaban esperando


    47. Cora me miró y yo aparté los ojos rápidamente


    48. Aparté el cuerpo de Feng ayudándome con una pierna y con la vara de bambú, me cercioré de que había perdido el conocimiento y le tendí la mano a Jade para que pudiera incorporarse


    49. Entonces me aparté discretamente a un lado y me dispuse a disfrutar del espectáculo


    50. Pero cuando me aparté de aquella fisura, con su panorámica del mundo en agonía, fue sólo para afrontar otra distinta, esta vez en el tiempo














































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    apartar in English

    draw away pull away avert <i>[formal]</i> turn away turn aside set aside push away set by alienate estrange shut off isolate

    Синонимы для "apartar"

    escoger seleccionar distinguir designar optar diferenciar retirar desviar relegar rehuir separar desembarazar