1.
En esto llegaron corriendo todos los que acompañaban a don Quijote adonde él estaba, y los de la procesión, que los vieron venir así de enfletados y acompañados de los cuadrilleros armados con sus escopetas, se pusieron en guardia arracimándose alrededor de la imagen y, alzándose los capirotes y empuñando los rejos para disciplinar, y los clérigos los ciriales, comenzaron a esperar el asalto
2.
Sin embargo, habrá que ir pensando en organizar un asalto sigiloso a la Casa
3.
El asalto al Ayuntamiento duró un par de horas aproximadamente, las que ocupan el cuesco
4.
Lanzaste pues tus tropas al asalto de esa ciudadela financiera
5.
y armados con fusiles de asalto
6.
En eso miré de nuevo hacia la puerta y vi que unos hombres armados con fusiles de asalto
7.
despertarse con el alboroto que armaron sus criados en el momento del asalto
8.
ciborg de control de asalto, pero en pocos instantes con los
9.
empuñando las diciplinas, y los clérigos los ciriales, esperabanel asalto con determinación de
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que suele defenderse el asalto de una ciudad, y elmolido Sancho, que lo escuchaba y sufría todo,
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encareció el asalto de laínsula, y el miedo de Sancho, y su salida, de que no pequeño
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comprendiendo queen aquel instante podía intentar un asalto
13.
En cuanto se anunciaba un asalto entre dos maestros,
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tomados por asalto: al otro lado, el batallón desfilando entredos
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anunciándole con veintidós meses deanticipación, el asalto de
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asalto y sorpresa, en la casa de laseñora de su alma, ni aun había
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que estaba dirigiendo el asalto
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Aquello es un eterno asalto
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Toda laguarnición marchó al asalto de nuestro Club
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Un destacamento de la Guardia gubernamental,llegando en auxilio de la policía, libró al gigante del asalto de
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La insurrección había tenido que retrasarse un día, hasta que, al fin,en la mañana anterior, Ra-Ra, con unos cuantos miles de esclavos yllevando como oficiales á muchos jóvenes de los clubs «varonistas», selanzó al asalto de la Universidad para apoderarse de las armasdepositadas en el Museo Histórico
22.
gruesaartillería y se organiza un asalto
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Viendo los enemigos que no podían con las galeras,se habían determinado dar asalto al
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que era rendirel fuerte, temiendo que los enemigos diesen asalto
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los enemigos estabande manera de querer dar el asalto
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con pocos amigos el bestión deGonzaga, abandonado de los que lo guardaban,dándole el asalto
27.
un día y una noche detentativas de asalto, por cien jóvenes dependientes de comercio,
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rindió el corazón al asalto del dolor,
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A dar el enemigo algun asalto,
30.
Y así Salgado diera un crudo asalto
31.
alguna borracherade vez en cuando y el asalto de una
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española, cuando el asalto aInglaterra, y en el viaje escribió
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asalto de una plaza que encargada de laeducación de su hija
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El Mosco y su ayudante preparaban el asalto en silencio, hablándosesin que sus
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lo lejos, los clamores del asalto:
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sabina en la mano, dando órdenes para el asalto a
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y el asalto, lo mismo que en los tiempos primitivos;sentir en sus
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Los sitiadores dieron sin tardanza un furioso asalto por la fachada dela quinta, pugnando por
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de los caídos y el asalto a la fortaleza de la fortunase renueva,
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Abajo, nuevo asalto; tres
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enfuerza de este eficaz asalto se compungieron los indios y,
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Aun no bien se supo estaban acampados los indios en aquel cerro,proyectando el asalto de la ciudad, se
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Dios de los cielos y tierra, pues no hicieron casode su presencia real, y continuaron el asalto de la casa
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compañeros, y se disponian congenerosa determinacion á resistir el asalto del dia siguiente
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alargando la punta: de esta suerte, a los tres minutosla lucha se convirtió en un asalto
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patriotasemprendiesen un asalto formal
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En el momento enque el enemigo daba el asalto, el
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Las dos hojas de la puerta se separaron de golpe y cuatro celadores «de asalto» del puesto de vigilancia número 7 irrumpieron en el patio 4 con los Tasers a punto
49.
No resistieron ni un solo asalto
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Ni un asalto
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El asalto a la cueva prisión
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10-11 de agosto: Asalto a las Tullerías por parte de los insurgentes
53.
Despuntaba las 6 de la mañana cuando los sitiadores iniciaron el asalto
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La situación en esos días era de desasosiego, ansiedad y preocupación en los dos bandos: los bizantinos no podían creer que hubiesen aguantado tanto, estaban exhaustos, sus murallas se venían abajo en varios puntos, estaban solos, abandonados por occidente, y se encomendaban a Cristo y la Virgen; asimismo la antigua profecía de la luna en el cuarto menguante les ensombrecía el ánimo aún más; los otomanos estaban desilusionados, no podían creer que pese a sus esfuerzos no hubieran podido hasta ahora hacer entrar un solo soldado en la ciudad, la flota no les daba satisfacciones, sus zapadores eran descubiertos y muertos en todos lados, las enormes torres de madera eran incendiadas, no podían construir caminos o puentes sobre el foso, y cada asalto había sido rechazado invariablemente; la única satisfacción de los turcos habían sido sus cañones, que habían debilitado bastante a las murallas, especialmente en el sector del Mesoteichion, el cual era ahora la única esperanza posible para Mahomet
55.
El 26 de Mayo Mahomet llamó a su plana mayor; su ánimo no era el mejor; sin embargo, salvo el visir Chalil, que en general había sido un partidario de dejar tranquilos a los griegos, todos sus oficiales y estrategas lo alentaron para que siga con el sitio, hasta que, conmovido, Mahomet ordenó que se iniciasen los preparativos para un asalto para el cual movilizaría a todas sus fuerzas
56.
las guerras de Alfonso V el Africano, rey de Portugal, por tierra de moros; el desembarco, cerco y asalto de Arcila la entrada en Tánger y la torna de Alcazarquivir; estos tapices son flamencos, los mandaron hacer los reyes portugueses y pasaron a los Mendoza tras la batalla de Toro y después a donde ahora están por donación del cuarto duque de Pastrana, don Rodrigo de Silva, y su mujer, la séptima duquesa del Infantado, doña Catalina de Mendoza
57.
Por ejemplo: se lleva a cabo el asalto a un banco, inteligentemente planeado (para el cual no se escatiman gastos, tenlo en cuenta), consolidándose la huida de sus autores y todo lo demás
58.
Mientras a medida que avanzaba la tarde Madrid se convertía en una ciudad fantasmal (una ciudad sin bares ni restaurantes abiertos, sin taxis ni apenas circulación, con calles despobladas por donde bandas de ultraderechistas campaban a sus anchas coreando consignas, destrozando escaparates e intimidando a los escasos transeúntes al tiempo que la gente se encerraba en su casa y se pegaba a aparatos de radio y televisión que a ratos no emitían más que música militar o música clásica, porque desde antes de las ocho de la tarde la radio y la televisión públicas habían sido ocupadas por un destacamento mandado por un capitán de la Brunete), frente a la fachada del Congreso, al otro lado de la Carrera de San Jerónimo, los salones y escalinatas del hotel Palace empezaron a hervir de militares de todas las armas y graduaciones, de periodistas, fotógrafos, locutores de radio, curiosos, borrachos y chiflados, y casi en seguida se instaló en la oficina del gerente del hotel un pequeño gabinete de crisis compuesto entre otros por el general Aramburu Topete, director general de la guardia civil, y por el general Sáenz de Santamaría, jefe de la policía nacional, dos militares leales que llegaron a las cercanías del Congreso poco después del asalto y que apenas comprendieron que el secuestro podía prolongarse durante un tiempo imposible de prever montaron dos cordones de seguridad -uno de la policía nacional, otro de la guardia civil- con el fin de aislar el edificio y dominar la vorágine de sus alrededores
59.
Dos de esos intentos se habían producido muy pronto: el primero tuvo lugar media hora después del asalto al Congreso y lo protagonizó el coronel de la policía nacional Félix Alcalá-Galiano; el segundo tuvo lugar apenas cinco minutos más tarde y lo protagonizó el propio general Aramburu
60.
Hacia las siete y media u ocho de la tarde, mientras el Rey y Fernández Campo aún estaban sondeando a los capitanes generales y exigiéndoles que mantuvieran acuarteladas sus tropas, en la Zarzuela había empezado a discutirse la posibilidad de que el Rey compareciera en televisión con un mensaje que despejase cualquier equívoco sobre su rechazo al asalto del Congreso y reiterase la orden de defender la legalidad que ya les había hecho llegar por teléfono y por télex a Milans y a los demás capitanes generales; la idea se trocó en seguida en urgencia, pero antes de que en la Casa Real pudiesen plantearse la forma de satisfacerla hubo que afrontar un problema previo: de momento era imposible grabar y emitir la alocución del monarca porque los estudios de radio y televisión en Prado del Rey estaban ocupados por un destacamento de caballería de la Brunete; así que la Zarzuela se movilizó durante los minutos siguientes para desalojar de allí a los golpistas, hasta que por fin, después de averiguar que el destacamento ocupante pertenecía al Regimiento de Caballería Villaviciosa 14, mandado por el coronel Valencia Remón, el marqués de Mondéjar, jefe de la Casa del Rey y general de caballería, consiguió que su compañero de arma retirara a sus hombres, y poco más tarde la Zarzuela solicitaba a la televisión recién liberada un equipo móvil para que el Rey pudiera grabar con él su mensaje
61.
Fueron los tres protagonistas del golpe; entre ellos urdieron la trama: Armada fue el jefe político; Milans fue el jefe militar; Tejero fue el jefe operativo del detonante del golpe, el asalto al Congreso
62.
Quizá lo más sencillo o lo menos inexacto sería remontarse un poco más atrás, justo hasta el día de finales del verano de 1978 en que todas las portadas de los periódicos le brindaron al teniente coronel Tejero la fórmula del golpe que desde hacía tiempo rumiaba y que en los meses siguientes creció como una tenia en su cerebro: el 22 de agosto de ese año, el comandante sandinista Edén Pastora tomó al asalto el Palacio Nacional de Managua y, después de mantener secuestrados durante varios días a más de un millar de políticos afines al dictador Anastasia Somoza, consiguió liberar a un grupo numeroso de presos políticos del Frente Sandinista de Liberación Nacional; la audacia del guerrillero nicaragüense deslumbró al teniente coronel y, superpuesta al recuerdo decimonónico de los guardias civiles del general Pavía disolviendo por la fuerza el Parlamento de la primera república, catalizó su obsesión golpista e inspiró primero la llamada Operación Galaxia, que apenas unas semanas más tarde intentó ejecutar sin éxito, y finalmente el golpe del 23 de febrero
63.
Aunque fuera a través de un intermediario, era el primer contacto entre Milans y Tejero, y en él se habló de política pero sobre todo se habló del proyecto de asalto al Congreso concebido por Tejero, y días o semanas más tarde, en otro almuerzo similar, siempre a través de su ayudante de campo Milans le encargó al teniente coronel que estudiara la idea y le informara de sus progresos; a pesar de que estaba a la espera de que el Consejo de Justicia Militar ratificara la sentencia que un consejo de guerra había dictado contra él en el mes de mayo por su implicación en la Operación Galaxia, y a pesar de que sospechaba que estaba siendo vigilado, Tejero empezó de inmediato los preparativos del golpe y durante los meses siguientes, mientras seguía en contacto con Milans a través de Mas Oliver, tomó fotografías del edificio del Congreso, se informó de las medidas de seguridad que lo protegían y alquiló una nave industrial en la ciudad de Fuenlabrada donde guardó prendas de vestir y seis autobuses que había comprado con la intención de camuflar y transportar a su tropa el día del golpe
64.
Milans dio en consecuencia el visto bueno a Tejero, y el mismo día 18 el teniente coronel organizó una cena con varios capitanes de confianza a los que desde hacía algún tiempo hablaba vagamente de un golpe de estado (le había mentido a Ibáñez Inglés: no es que no pudiera retener por más tiempo a los capitanes, sino que no podía retenerse por más tiempo a sí mismo); aquella noche concretó: les contó su proyecto, consiguió que se comprometieran a ayudarle a sacarlo adelante, discutió con ellos la posibilidad de asaltar el Congreso durante la votación de investidura de dos días después, aplazó la decisión de la fecha del asalto hasta el día siguiente
65.
Cortina se presenta ante el teniente coronel como hombre de confianza o portavoz de Armada; le alecciona: subraya que la operación se realiza por orden del Rey con el propósito de salvar la monarquía, establece claramente que su jefe político es Armada aunque su jefe militar sea Milans, le repite el diseño general del golpe y la salida prevista para él (habla de un gobierno presidido por Armada, pero no de un gobierno de coalición o concentración o unidad), le hace preguntas técnicas sobre el modo en que piensa llevar a cabo su parte del plan, le asegura que puede contar con hombres y medios de la AOME e insiste en que el asalto debe ser incruento y discreto y en que su misión concluye en el momento en que una unidad del ejército lo releve y Armada se haga cargo del Congreso ocupado
66.
Los valedores de esta teoría sostienen que Cortina se enteró de que el golpe iba a ocurrir cuando ya era tarde para desactivarlo; sostienen que comprendió que se trataba de una operación improvisada y mal organizada y que decidió precipitarla para no dar tiempo a que los golpistas terminasen de ponerla a punto y para asegurar así su fracaso; sostienen que por eso empujó al golpe a Tejero en su entrevista del día 19, fijándole la fecha del asalto al Congreso
67.
En el momento en que se produjo el asalto al Congreso, Cortina se hallaba en la escuela de la AOME, un chalet situado en la calle Marqués de Aracil
68.
Oyó el tiroteo por la radio y de inmediato se trasladó a otra de las sedes secretas de la unidad, está situada en la avenida Cardenal Herrera aria; allí se encontraba su puesto de mando, la Plana Mayor, y desde allí, auxiliado por el capitán García-Almenta, segundo jefe de la AOME, empezó a impartir órdenes: dado que sabía o supuso que el asalto al Congreso era el preludio de un golpe de estado y que podía provocar tensiones en la unidad, Cortina ordenó que todos sus subordinados permanecieran en sus puestos y prohibió cualquier comentario a favor o en contra del golpe; luego mandó localizar todos los equipos que se encontraban operando en las calles, organizó el despliegue de sus hombres por Madrid en misiones de información e impuso medidas especiales de seguridad en todas sus bases
69.
No fue la única vez que Monge narró aquella tarde su intervención en el golpe; lo hizo también unos minutos más tarde, cuando, después de hablar en la Plana Mayor con García-Almenta, éste ordenó al sargento Rando Parra que lo acompañara en coche hasta las cercanías del Congreso, donde el jefe de la SEA debía recoger un coche de la unidad; en el trayecto, Monge le dijo a Rando Parra más o menos lo mismo que le había dicho a Rubio Luengo -había escoltado a Tejero en su asalto, no lo había hecho solo, había obedecido órdenes de García-Almenta- y añadió que, tras cumplir su misión, había abandonado el coche que ahora iban a buscar en la calle Fernanflor, junto al Congreso
70.
¿Es también totalmente fiable? Por supuesto, tras el 23 de febrero Monge se retractó: dijo que todo había sido una fantasía improvisada ante sus compañeros para alardear de una ilusoria hazaña golpista; la explicación no es increíble (según sus jefes y colegas Monge era un militar aventurero y bravucón, y no ha habido día más propicio que el 23 de febrero para alardear de hazañas golpistas, y también antigolpistas): la vuelve poco creíble el hecho de que Monge contara la historia no una sino al menos dos veces, no sólo en el calor del primer momento del golpe sino también en el frío del segundo, cuando ya había pasado por el puesto de mando de la unidad y había hablado con sus superiores, al menos con García-Almenta; la vuelve definitivamente increíble el hecho de que Monge dejara en las proximidades del Congreso la prueba de su participación en el asalto
71.
Ahora bien, si aceptamos que el testimonio sobre el terreno de Monge es veraz -y no veo cómo podríamos rechazarlo-, entonces la actuación de la AOME el 23 de febrero parece aclararse, y también la de Cortina: los tres miembros de la unidad -los tres miembros de la SEA: Monge, Sales y Moya- colaboraron efectivamente en el asalto al Congreso, pero no lo hicieron a espaldas de Cortina y por orden de Gómez Iglesias, con quien no tenían la menor relación de carácter orgánico -en esos días, además, Gómez Iglesias estaba de baja temporal en la unidad, porque se hallaba realizando un oportuno curso de circulación en el mismo acuartelamiento del que partieron los autobuses de Tejero-, sino por orden de García-Almenta, y es concebible que Gómez Iglesias reclutara hombres y actuara en favor del golpe sin contar con una orden de Cortina, pero es inconcebible que lo hiciera García-Almenta, a quien no unía ningún vínculo personal con Tejero y que sólo pudo saber con antelación del golpe a través de Cortina
72.
A fin de someter a los sublevados y devolverlos a sus cuarteles, pero también de dejar claro ante el país su rechazo del asalto al Congreso y su defensa del orden constitucional, poco antes de las diez de la noche el Rey solicitó a los estudios de televisión hasta entonces tomados por los golpistas un equipo móvil con que grabar su alocución al ejército y la ciudadanía; a fin de conseguir que el golpe triunfase aunque fuera de un modo distinto al planeado, más o menos a esa misma hora Milans llamó a Armada al Cuartel General del ejército
73.
Aunque sea mucho más arduo y más inseguro que el original, el plan improvisado de Milans tiene notables ventajas para Armada: si consigue su objetivo y es nombrado presidente del gobierno, el antiguo secretario del Rey podrá presentar el triunfo del golpe como un fracaso del golpe y su gobierno como una prudente salida pactada a la situación provocada por el golpe, como el vericueto de urgencia -temporal, tal vez insatisfactorio pero imperioso- que ha tomado el retorno del orden constitucional violado por el asalto al Congreso; pero, si no consigue su objetivo, nadie podrá acusarlo de otra cosa que de haberse esforzado por liberar a los parlamentarios negociando con los golpistas, lo que debería disipar las suspicacias que se han acumulado sobre él desde el inicio del golpe
74.
Apenas se quedan los dos hombres a solas en el despacho, Armada vuelve a explicarle al teniente coronel lo que ya le ha explicado en el patio: su misión ha concluido y ahora debe permitirle entrar a parlamentar con los diputados para ofrecerles su libertad a cambio de la formación de un gobierno de unidad bajo su presidencia; añade que, dado que las cosas no han salido exactamente como habían previsto y la violencia y el estrépito del asalto al Congreso han provocado una reacción negativa en la Zarzuela, lo más conveniente es que en cuanto los diputados acepten sus condiciones el teniente coronel y sus hombres salgan hacia Portugal en un avión que ya les está esperando en el aeródromo de Getafe, con dinero suficiente para pasar una temporada en el extranjero hasta que las cosas se calmen un poco y puedan regresar a España
75.
La conversación entre los dos hombres se prolonga todavía por espacio de unos minutos, pero la cadena de mando del golpe ya está rota y Milans no consigue que Tejero le obedezca; fracasado Milans, Armada hace todavía un último intento, también inútil: ni siquiera la advertencia de que un grupo de operaciones especiales está preparándose para tomar al asalto el Congreso consigue vencer la terquedad del teniente coronel, que antes de que Armada se marche lo amenaza con una masacre si alguien intenta poner fin al secuestro por la fuerza
76.
Sea cual sea la respuesta que se elija dar a esa pregunta, una cosa me parece indudable: de haber aceptado los líderes parlamentarios las condiciones de Armada, el mensaje real no hubiese representado ningún obstáculo para que se cumpliesen, porque ni una sola de sus frases rechazaba que el gobierno presidido por Armada pudiera convertirse en el expediente de circunstancias del retorno al orden constitucional violado con el asalto al Congreso o porque el perímetro de las palabras del Rey tenía la suficiente amplitud para abarcar, si hubiese sido preciso, la solución de Armada
77.
Estas palabras -pronunciadas por un monarca enfundado en su uniforme de capitán general y con el rostro transfigurado por las horas más difíciles de sus cuarenta y tres años de vida- son una palmaria declaración de lealtad constitucional, de apoyo a la democracia y de rechazo del asalto al Congreso, y así fueron interpretadas cuando el Rey las pronunció y han sido interpretadas desde entonces; la interpretación me parece correcta, pero las palabras tienen amo, y es evidente que, si Armada hubiese conseguido pactar con los líderes políticos el gobierno previsto por los golpistas y presentar como solución al golpe lo que era en realidad el triunfo del golpe, esas mismas palabras hubieran continuado significando desde luego una condena de los asaltantes del Congreso, pero hubieran podido pasar a significar un espaldarazo para quienes, como Armada y los líderes políticos que hubieran aceptado formar parte de su gobierno, habían conseguido terminar con el secuestro de los parlamentarios y restaurar así la legalidad y el orden constitucional quebrantados
78.
—Aquella mujer que dice que lo vio en el tren después del asalto, ¿es posible que esté en lo cierto? ¿Puede estar mezclado de alguna manera con todos estos robos? Parece imposible
79.
No se puede sospechar así por las buenas que el canónigo de la catedral de Chadminster está mezclado en el asalto a un tren correo, ¿verdad?
80.
¿Quién es el recién llegado? ¿Por qué se le ha permitido la entrada en el hemiciclo? ¿De qué está hablando con Suárez? El recién llegado es el comandante de caballería José Luis Goróstegui, ayudante del general Gutiérrez Mellado; verosímilmente, el asalto al Congreso le ha sorprendido en las inmediaciones del edificio o en alguna dependencia del edificio; también verosímilmente, ha hecho valer su condición de militar, de amigo o conocido del capitán Muñecas y de conocido de Tejero para que éste le permita tomar asiento junto al presidente y contarle lo que sabe
81.
Este trasiego de gente no ha interrumpido las cábalas y comentarios de Adolfo Suárez y el comandante Goróstegui y, justo después de que entre en el hemiciclo y se siente detrás de Goróstegui Antonio Jiménez Blanco (miembro de UCD) y presidente del Consejo de Estado, que ha oído la noticia del asalto por la radio y ha conseguido que los asaltantes le autoricen a entrar en el Congreso para compartir la suerte de sus compañeros), Suárez se levanta de su escaño y dice dirigiéndose a los dos guardias civiles que custodian la entrada del hemiciclo: «Quiero hablar con quien manda la fuerza»; luego baja las escaleras y da unos pasos hacia los guardias
82.
Poco después de conocer al Príncipe -y en parte debido al empeño de éste-, fue nombrado director general de Radiotelevisión Española; en ese cargo permaneció cuatro años a lo largo de los cuales sirvió con beligerante fidelidad la causa de la monarquía, pero ésta fue además una etapa importante en su vida política porque en ella descubrió la potencia novísima de la televisión para configurar la realidad y porque empezó a sentir la cercanía y el hálito auténtico del poder ya preparar su asalto al gobierno: visitaba con mucha frecuencia la Zarzuela, donde le entregaba al Príncipe las grabaciones de sus viajes y actos protocolarios que emitían de forma regular los informativos de la primera cadena, despachaba cada semana con el almirante Carrero en la sede de Presidencia, en Castellana 3, donde era acogido afectuosamente y donde recibía orientaciones ideológicas e instrucciones concretas que aplicaba sin titubeos, cultivaba con mimo a los militares -que lo condecoraron por la generosidad con que acogía cualquier propuesta del ejército- e incluso a los servicios de inteligencia, con cuyo jefe, el futuro coronel golpista José Ignacio San Martín, llegó a entablar una cierta amistad
83.
Era la una y media de la madrugada y, tras el discurso televisado en que el Rey condenó el asalto al Congreso y exigió respeto a la Constitución, mucha gente que en todo el país había permanecido hasta entonces en vilo, pegada a la radio y la televisión, se retiró a dormir, y casi todo el mundo sintió que la comparecencia del monarca señalaba el fin del golpe o el principio del fin del golpe
84.
A lo largo de toda la tarde y la noche Pardo Zancada había asistido entre perplejo, airado e impotente al fracaso de la rebelión en la Brunete una vez que Juste, el general en jefe, revocó la orden de salida cursada a todos los regimientos minutos antes del asalto al Congreso; avergonzado por la huida de Torres Rojas, que poco después de las ocho había partido de vuelta a su destino en La Coruña sin cumplir con su misión, y por la parálisis de San Martín y del resto de los jefes y oficiales de la unidad, tantas veces partidarios ardorosos del golpe, poco antes de la una de la madrugada Pardo Zancada cambió el uniforme de paseo por el de campaña, improvisó su columna de vehículos ligeros con la colaboración de varios jóvenes capitanes y con las dos únicas compañías acantonadas en el Cuartel General y, después de dejarla formada durante más de un cuarto de hora en las inmediaciones de la barrera de salida a modo de desafío o de invitación a sus compañeros, partió hacia el Congreso tras comprobar que nadie iba a engrosarla y amenazar con pegarle un tiro en la cabeza al soldado que desobedeciese sus órdenes
85.
Jurídicamente esta línea de defensa era en apariencia lógica: o bien Armada le había dicho la verdad a Milans en sus reuniones conspiratorias y el golpe de estado era una operación querida por el Rey, con lo que según sus defensores los procesados no eran culpables porque se habían limitado a obedecer al Rey a través de Armada y de Milans, o bien Armada le había mentido a Milans y el Rey no deseaba el golpe y en consecuencia el único culpable de todo era Armada; en realidad era una línea de defensa contradictoria y disparatada: contradictoria porque la eximente de obediencia debida negaba la eximente de estado de necesidad, dado que si los golpistas consideraban necesario o indispensable un golpe de estado era porque conocían la situación del país y por tanto no habían actuado ingenuamente y a ciegas a las órdenes del Rey; disparatada porque era disparatado pretender que la figura jurídica de la obediencia debida cubriera desafueros como el asalto al Congreso o como la invasión de Valencia por los tanques
86.
Hubo oficiales que hicieron notables carreras después del golpe: Manuel Boza -un teniente a quien la grabación del asalto al Congreso muestra encarándose con Adolfo Suárez, probablemente increpándolo o insultándolo- reingresó en la guardia civil tras cumplir una pena de doce meses de cárcel, y en los años posteriores recibió las siguientes condecoraciones por sus méritos excepcionales y su intachable conducta: Cruz al Mérito de la Guardia Civil con Distintivo Blanco, Real Orden de San Hermenegildo, Placa de San Hermenegildo y Encomienda de San Hermenegildo; Juan Pérez de la Lastra -un capitán cuyo entusiasmo golpista no impidió que en la noche del 23 de febrero abandonase a sus hombres en el Congreso para dormir unas horas en casa y regresar después sin que nadie notase su ausencia- también volvió a la guardia civil una vez cumplida su condena, y en 1996 se retiró con el grado de coronel y con las siguientes condecoraciones obtenidas tras el golpe: Cruz de San Hermenegildo, Encomienda de San Hermenegildo y Placa de San Hermenegildo
87.
No quedaron arrepentidos los duques de la burla hecha a Sancho Panza del gobierno que le dieron; y más, que aquel mismo día vino su mayordomo, y les contó punto por punto, todas casi, las palabras y acciones que Sancho había dicho y hecho en aquellos días, y finalmente les encareció el asalto de la ínsula, y el miedo de Sancho, y su salida, de que no pequeño gusto recibieron
88.
El enfermo era tomado por asalto
89.
Los comunistas se preparaban para convertir el asalto a Jinzhou en un asedio
90.
Se lo imagina, ¿verdad? Le estoy hablando del asalto al Palacio de Justicia
91.
Y lo hizo; en cuanto las tropas de asalto se aproximaron le pegó un tiro al tal Reyes, si es que así se llamaba, y más tarde asesinó a sangre fría, uno tras otro, a los diez que con más calor defendían la necesidad de un Tratado de Extradición
92.
El único juez partidario de la Extradición que no se encontraba en el Palacio de Justicia el día del asalto, fue acribillado a balazos en plena calle, y los «narcos» advirtieron con descaro que quienes aspiraran a ocupar las plazas que habían dejado vacantes los difuntos, se lo pensaran muy bien a la hora de tomar decisiones
93.
Un día, los alumnos de su curso recibieron la orden de llevar a cabo un asalto domiciliario
94.
Resultaba evidente que el asalto no les había cogido por sorpresa, y permanecían sentados con expresión resignada, contemplando a Jin-ming con la mirada perdida en el vacío
95.
Toda la población de la capital y sus alrededores podía recibir cobijo en el interior de aquel gigantesco recinto abastecido para resistir de ese modo un año de asedio, y ni al más enloquecido general de la Historia se le habría ocurrido intentar el asalto de un baluarte que parecía ideado para engullir sin esfuerzo ejércitos enteros de atacantes
96.
Estas interrupciones me parecían tanto más absurdas porque en aquellos momentos estaba precisamente dándome caldo con una cucharilla, convencida de que me moría de hambre y no podía recibir el alimento más que a pequeñas dosis y, de vez en cuando, en el momento en que yo tenía la boca abierta, dejaba la cuchara en el plato, gritando: «Janet, ¡burros!», y salía corriendo a resistir el asalto
97.
Como si hubieran desaparecido junto con el hermano gemelo, supuesto autor del asalto al despacho
98.
-¿Tienes alguna esperanza de resistir á los rusos? ¿Cuándo crees que intentarán el asalto a la plaza?