1.
Avancé, tratando de
2.
Avancé con sigilo en las
3.
Hice de tripas corazón y avancé hasta la puertadel despacho
4.
Avancé con el gentío enloquecido en ruidosas manifestaciones
5.
Ignoré sus palabras y avancé hasta la entrada de la cámara
6.
Avancé con mucho cuidado de árbol en árbol y de peñasco en peñasco hacia el interior de la meseta
7.
Luego, en cuanto oscureció, y sabiendo como sabía que me encontraba tan debilitado que no podría cargar por mucho tiempo ni tan siquiera a alguien que pesaba tan poco, metí a Luna en la balsa, la arrastré hasta el mar y tirando de ella por medio de una cuerda avancé por la playa con el agua a media pierna
8.
Avancé hacia el escritorio, me presenté y dije que había venido a la isla para trabajar en tareas puntuales
9.
Me levanté y avancé por el pasillo en dirección a la cocina
10.
Avancé con mi botín por el pasillo mientras me fijaba en las siluetas oscuras del reloj de pie y la mesa semicircular, repleta de objetos de distinto tamaño
11.
—Pisé el suelo con energía y avancé hacia las criaturas—
12.
Avancé por el pasillo, me detuve a la puerta de la biblioteca y me encontré mirándole mientras él seguía su trabajo
13.
Avancé por los suelos de mármol, recorriendo una habitación tras otra
14.
Avancé un poco más hasta llegar a la escalera, y echándome en tierra apliqué el oído
15.
Avancé hacia los roquedos más bajos, buscando un lugar menos expuesto a la fuerza de los elementos que el que mal me cobijaba
16.
Sólo de ver esta placa de granito lisa y resbaladiza, tan cerca de la entreabierta hondura del agujero, bastó para que me diese vueltas la cabeza; el tronar del agua me desconcertaba y me ensordecía, y me alejé unos pasos mientras tuve esa posibilidad: avancé unos veinte metros hacia un lateral, hacia los bordes del promontorio que bajaba en pendiente hacia el mar
17.
¿Cómo se atrevían a cobrar las fortunas que cobraban por semejantes instalaciones? Avancé a lo largo de la muralla hasta llegar a la zona de sombra entre los dos manojos de rayos y me dejé caer hasta el suelo con toda tranquilidad
18.
Avancé de puntillas a pesar de saber que no había peligro de ser escuchada porque el mullido recubrimiento del suelo ahogaba mis pasos y porque el matrimonio Seitenberg dormía cuatro pisos más abajo
19.
La luz disminuía con rapidez cuando yo avancé por entre kilómetros de bosques repletos de pinos
20.
Avancé con determinación entre los flashes de las cámaras, con la mirada fija al frente
21.
Cuando el tráfico empezó a aminorar la marcha, puse la luz en el techo y avancé por el arcén
22.
Entonces avancé por el pasillo, descalzo y sin pantalones, y abrí de par en par la puerta de la habitación de Grace
23.
Solté la tabla y el martillo, que resonaron sobre el suelo de madera del despacho de Jake, y a continuación -retorciéndome, empujando, sin preocuparme por el hecho de que un botón del abrigo saltara mientras lo hiciera en nuestro lado, arañándome la cara desde el pómulo hasta la oreja- pasé a través del boquete abierto en las tablas, di un traspié en el despacho de Jake, estuve a punto de caer y, con el brazo extendido hacia delante, avancé el par de pasos que me separaban del escritorio
24.
Avancé por el salón, en dirección de una butaca vacía, mirando a Mannie y Jack
25.
Avancé por el interior del vagón,
26.
Avancé hacia ellos y casi tropiezo con Castelvetia, que en ese
27.
Avancé vacilante hacia el rectángulo acogedor y dorado y atravesé el umbral
28.
Avancé a grandes zancadas hacia la mesa de Drake y sus hombres se me echaron encima
29.
Avancé por la nieve ya medio derretida hacia la estación, esperé un poco
30.
Avancé por el pasillo de cristal, tocando con la luz de la linterna y después con los dedos
31.
Maldije la generosidad del hombre, pero ya no podía negarme, así que murmuré unas palabras de agradecimiento y avancé con ellos
32.
Avancé hacia la puerta por la que el mayordomo acababa de salir
33.
Avancé y me arrodillé junto a la figura humana, escuchando
34.
Avancé prestamente hacia donde estaban los cadáveres y recogí sus pistolas, apostándome en el lugar propicio para dominar la entrada, con el menor peligro por mi parte
35.
Incluso avancé algunos pasos hacia Fal Silvas con la intención de agarrarlo por el cuello y zarandearlo un poco para enseñarle buenos modales, pero me contuve a tiempo; no pude evitar una sonrisa al detenerme
36.
Avancé hacia donde estaban
37.
Avancé pegada a la pared de la parte trasera de la vivienda, mientras espiaba por las puertas de cristales
38.
Avancé hacia el porche
39.
Avancé con cautela, igual que una ladrona, por el ancho pasillo alfombrado y abrí mi puerta
40.
Avancé rápidamente hasta allí, levanté la tapa de su pupitre y tomé los cuatro objetos que había depositado en su interior: el revólver, la linterna, un destornillador y una llave maestra
41.
Luchando contra el dolor, avancé a trompicones hasta la plataforma
42.
Luego avancé página hasta el código real, para ver la puesta en práctica
43.
Lo usé en ese momento; avancé en silencio pegado a la pared, recorriéndola con las yemas de los dedos para no perderme
44.
Giré en el callejón y avancé por el camino de ladrillo rojo hasta que llegué a otra curva que llevaba a la puerta de un garaje
45.
Apreté el paso y avancé, más y más, por el pasillo
46.
Con todo, avancé
47.
Encogí los hombros y avancé a paso lento hasta el coche del jefe, en el que el conductor ya estaba al frente del volante
48.
Avancé pisando fuerte en dirección sur, hacia algunas tiendas de escaparates de apariencia prometedora, pero cuando llegué al lugar, sólo se trataba de un establecimiento de reparaciones y otro que estaba desocupado
49.
Avancé hacia el coche en posición de alerta, con los brazos extendidos y el cañón apuntando al
50.
Habiendo acabado en el punto de partida, avancé con dificultad de regreso a la casa
51.
Me puse de pie y avancé unos pasos
52.
Giré a Shun y avancé a medio galope
53.
Avancé a nado muy cerca del fondo del foso y siguiendo la dirección de la corriente, de manera que pudiera emerger bajo las sombras del puente
54.
Avancé a toda velocidad mientras seguía hablando por el circuito de oficiales:
55.
Cerré la puerta suavemente tras de mí, acallando el ruido de los niños en el piso de abajo, y avancé hasta el centro de la habitación
56.
Cerré la puerta con suavidad y avancé hacia la ventana
57.
Por un momento me quedé mirando al cura, y al fin avancé con gran cuidado por entre los fragmentos de loza que cubrían el piso
58.
Desde la esquina avancé por entre los setos y árboles hacia los límites del amplio campo comunal de Wimbledon
59.
Pero me dije a mí mismo: «Estás aquí ahora para eso», y avancé a lo largo del túnel, sintiendo que el ruido de la maquinaria se hacía más fuerte
60.
Avancé con cuidado, apoyándome contra la pared para no perder el equilibrio
61.
Crucé el rellano en dirección al sonido, avancé por el pasillo y dejé atrás el aula en la que acababa de estar, y llegué al Aula Veintidós, la segunda empezando por el fondo
62.
Esperé a que los otros pasaran y avancé luego hacia la puerta
63.
Me puse de pie, apoyándome un instante en el respaldo de la silla, avancé hacia el panel y comencé a buscar la repisa que había debajo
64.
Me puse un par de calcetines y avancé hacia la cúpula
65.
Me encontraba entre los árboles y avancé rápida, pero cautelosamente
66.
Retiré los brazos de Vika, y sosteniéndola en vilo avancé por el conducto, que por lo que sabía se acercaba paulatinamente a los principales complejos del Nido
67.
Avancé hacia ellas y dando gritos, comenzaron a tropezar unas con otras mientras intentaban escapar
68.
En el túnel, había algo de claridad en uno de los lados: tiré por ahí y avancé trabajosamente por el agua que ocultaba las vías, tropezando con obstáculos invisibles
69.
Avancé chapoteando, rodeé la isla de los babuinos, en donde las crías se aferraban con manos diminutas a los vientres de las madres despavoridas, hice eses entre loros, monos muertos, una jirafa cuyo largo cuello colgaba por encima de una verja y osos ensangrentados
70.
;; ; En esta lamentable situación avancé y pronto pisé tierra firme; me senté en un montón de arena para descansar y pensar cuál sería mi mejor partido
71.
Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga
72.
Pasé la verja y avancé hacia los peldaños que conducían a la entrada
73.
Avancé en aquella dirección, pero me detuve
74.
Blandiendo la botella rota y agitándola en dirección a los coyotes en cortos movimientos amenazadores, avancé de lado hacia el Chevy
75.
Con una especie de expresión de amante de los animales en la cara, avancé hacia la puerta batiente que debía ser la cocina
76.
Apenas pude oírle debido al torrente de sensaciones y sonidos que se estaba formando, y avancé con paso decidido hacia la puerta
77.
Crucé el viejo puente sobre el Río Cuarto y avancé por una de las calles que se alejan de la Plaza San Martín
78.
Avancé otros pasos en la elucidación del acertijo cuando —¡oh, casualidad!— nos volvimos a encontrar durante mis vacaciones en Península Esmeralda
1.
de encarnaciones materiales, a medida que el espíritu avanza, las encarnaciones se
2.
desarrollado el amor avanza más por compresión, compresión de las experiencias
3.
Cuando el espíritu avanza en el
4.
Solo cuando el espíritu avanza comienza a reconocer la
5.
contrario, porque a medida que el espíritu avanza, los cuerpos en los que el espíritu
6.
porque a medida que el espíritu avanza por el camino de la evolución espiritual cada
7.
ocurre es que cuando el espíritu avanza espera algo más de la relación sexual y una
8.
El festín avanza con la mayor cordialidad y los brindis se suceden con frecuencia
9.
en la vida como un antes y un despues, una línea que avanza hacia un fin
10.
Cada uno de ellos avanza
11.
Por el contrario, mientras más se avanza hacia el norte, más
12.
De pronto, Cristeta se vuelve, avanza en dirección al portal
13.
—Id, id, que el día avanza, y tal vez os busquen
14.
Por el camino avanza un hombre ebrio que exhala sordos
15.
medio delgrupo, con los ojos terribles, avanza tambaleándose su
16.
la situación de un acróbata que avanza por la cuerda con losojos
17.
Yolanda avanza, con losojos fijos, por en medio de ellos
18.
alma! ( El Marqués, queentra por el jardín, avanza despacio
19.
ELECTRA ( avanza cuidadosa con la bandeja en que trae el
20.
Electra avanza hacia ella
21.
tarde por la ventana ante la conspiración que avanza, salvadopor
22.
nube de niños avanza hasta el pórtico de la iglesia
23.
en acantilado, haciéndoladesmoronarse; en otras, por el contrario, la tierra avanza; la arena
24.
«Quien no avanza,
25.
El Caballero desciende las gradas del presbiterio y avanza algunospasos en la oscuridad de la capilla
26.
—El caso avanza —dijo Coffey—
27.
Tanto da, si uno avanza en dirección equivocada
28.
Hughes avanza hacia él
29.
Harwood entra y avanza por entre las mesas en dirección a las ventanas que se encuentran al final del salón
30.
El alumno empezaba por aprender de memoria los diferentes glifos que se agrupaban en diversas categorías, y a partir de aquí se avanza hacia las palabras del lenguaje literario seleccionadas según su significado
31.
—Que sólo avanza con gran precaución —añadió Amali, el cual conservaba una serenidad que el mismo francés envidiaba
32.
—Narheim me asegura que el proceso avanza a buen ritmo —respondió Nasuada con una mueca—, pero, al igual que los elfos, los enanos tienen una percepción del tiempo mucho más lenta que la nuestra
33.
- Un huracán que avanza y que viene en nuestra ayuda- respondió Albani -
34.
Comenzaba para mí el tiempo de la soledad y el silencio Siempre me demoro en echar a andar, al principio la escritura avanza a estertores, es una máquina oxidada y sé que han de transcurrir varias semanas antes de que la historia empiece a perfilarse
35.
A pesar de las linternas la expedición avanza despacio
36.
La oscuridad avanza poco a poco, y el cielo profundo ofrece sobre nuestras cabezas un tranquilo mar al revés, por cuyo diáfano cristal en vano tratamos de lanzar la vista para distinguir el fondo
37.
Avanza la blanca y fantasmal, columna española tras la Sección del Tte
38.
López de Santiago con sus escasos efectivos y firme en sus posiciones entre las ruinas, a la oleada rusa que avanza entre el estallido de sus propias granadas
39.
Otero de Arce avanza con 7 de sus españoles y dos Secciones alemanas, con el apoyo de un P-IV, hacia Shiloy Tschernez entre una tormenta de nieve y el fuego graneado de los ruskis que le hacen frente, encontrándose con el Alf
40.
Urbano observa movimiento de carros en la aldea de Staraya Russa y avanza con sus hombres de la 1ª Cía
41.
y tú, Lucas, hijo mío, que estás en las filas de la celestial infantería, avanza al encuentro de tu dichoso padre
42.
La caravana avanza, por eso los perros ladran
43.
El presidente Zerimski sonríe y saluda mientras avanza a través de la atestada Cámara hasta el atril, estrechando las manos que se le tienden
44.
El incansable inglés Lassausaye y el General Gasset, con fuerzas del primer Cuerpo, reciben dignamente a toda aquella caterva; mientras avanza O'Donnell hasta el centro de la línea de combate, el General García desbarata la falange mora, haciéndola retirar hacia el mismo boquete por donde había entrado en escena; hasta muy cerca de la bahía de Benzú persigue Lassausaye a los jinetes, que huyen, con la fantástica presteza que ponían en todos sus movimientos: se les ve como una nube de saltamontes que levanta el vuelo
45.
La Libertad entra de lleno en el alma de la Reina, y avanza, posesionándose de sus afectos, hasta el momento en que dentro de dicha alma se encuentra con el confesor
46.
¡Ah, la voluntad del hombre! Cierto es que, gracias a ella, la humanidad avanza
47.
1355 Esteban Dushan avanza hacia Constantinopla, pero muere en el camino; los serbios están en el apogeo de su poder
48.
Si el período de rotación de la Tierra se hace ligeramente más lento, la posición de los cuerpos celestes parece que avanza por delante de lo teórico; si el período de rotación de la Tierra se acelera levemente, la posición de los cuerpos celestes cae más allá
49.
Mientras la Luna está más cerca de la Tierra, avanza un poco más de prisa que la media; cuando está más alejada, se mueve un poco más despacio
50.
Los ojos se le empañan mientras mueve los pies a duras penas, apoyado en ella, y se mantiene erguido mientras avanza por el campo de batalla enlodado que rodea el edificio en ruinas donde se conocieron
51.
En 1959 el Centro dei Cultores Sanctae Sindonis se transformó en el Centro Internazionale di Sindonologia y comenzó a publicar la revista Sindon, donde aparecen los trabajos de los sindonólogos más prestigiosos y a la que acuden, en busca de autoridad y norma, los conferenciantes y simples sindonólogos de a pie o, por así decir, minoristas, publica la revista sólo un número al año, pero grueso, porque la sindonología avanza a grandes zancadas y lo que hoy es vanguardia mañana queda rápidamente superado por nuevas investigaciones
52.
¿Por qué el hielo avanza o retrocede, y por qué las glaciaciones han tenido una duración tan relativamente breve, pues la actual ocupó sólo 1 millón de los últimos 100 millones de años?
53.
Más aún, las manchas solares aparecen sólo en ciertas latitudes, las cuales varían a medida que avanza el ciclo
54.
Generalmente, el porcentaje de B aumenta cuanto más se avanza hacia la Europa Oriental, alcanzando el punto culminante del 40 % en Asia central
55.
Al parecer, presenta una relación invertida con respecto al cuerpo; las porciones más superiores del área motora, hacia la parte superior del cerebro, estimulan las partes más inferiores de la pierna; cuando se avanza hacia abajo en el área motora, son estimulados los músculos más proximales de la pierna, luego los músculos del tronco, después los del brazo y la mano y, finalmente, los de la nuca y la mano
56.
El tornado avanza por delante de ellos
57.
El camión cae en el asfalto y avanza dando tumbos hacia ellos, volcado de lado, ocupa todo el ancho de la carretera Siguen atrapados en las ramas del árbol, el enorme camión se abalanza sobre ellos
58.
Jo avanza en zigzag
59.
Avanza unas cuantas páginas más
60.
¿Sabes que avanza directamente hacia el centro del haz de Tierra? Acababa de calcularlo cuando el robot me ha levantado de la silla
61.
Los hombres vieron el movimiento e intentaron cerrarles el paso como si fueran los defensas que corren para detener a un delantero que avanza con la pelota
62.
Pero puesto que yo, lo que avanza, he comenzado a menguar cada vez más rápidamente, ¿por qué no puedo alcanzarla? Incluso a veces la veo en la calle, me refiero a alguien que podría ser ella, con la misma frente abultada y el pelo clarísimo, el mismo paso presuroso aunque, al mismo tiempo, curiosamente vacilante, como de palomo, pero siempre demasiado joven, años, años demasiado joven
63.
Deja una en el lugar donde estás ahora y avanza por el pasadizo con la otra
64.
Es necesario detener el coche ante esa marea humana, que avanza rodeada de una nube de polvo enrojecido por los rayos del sol
65.
a División de Infantería avanza hacia el interior desde la playa Utah
66.
La infantería americana avanza a través de una brecha abierta por un tanque Rhino en los espesos setos del bocage
67.
Avanza con los pantalones enredados alrededor de los tobillos
68.
Avanza por el amplio pasillo, la gruesa alfombra ahoga sus pasos
69.
Descalzo, con el torso desnudo y los pantalones del pijama, terminándose de despertar mientras camina, Billy Wiles avanza por el pasillo, baja las escaleras
70.
—En los juegos de ordenador —le explicó Gillette—, uno avanza superando dificultades que se acrecientan desde el nivel de principiantes hasta el más complejo: el nivel de expertos
71.
Cuando oigas que ellos abren fuego, avanza
72.
Feinberg, cúbrelos, luego avanza por este lado de la cubierta
73.
—Según la simulación, la descomposición del hidrato avanza muy rápido
74.
Las seis pensiones del último año y medio son como los puestos de campaña de un ejército que avanza en formación por las paredes del campo de batalla
75.
Con la mano izquierda en el bolsillo avanza hacia el farmacéutico, que ahora está solo, de pie en el espacio libre; hasta el niño, si bien en primera fila, se ha quedado atrás y observa con los grandes ojos azules abiertos
76.
El obispo camina despacio sobre las suntuosas alfombras, deja a la derecha una chimenea guarnecida en plata sobre la que continúa un cuadro del siglo XIII con el retrato de don Remondo, iniciador de la construcción del palacio, a la izquierda una repisa con una custodia de Juan de Arfe, en el techo abovedado una alegoría de la Virgen de los Reyes y al frente, a unos cincuenta metros todavía, el bibliotecario que avanza murmurando entre dientes, con las gafas bifocales colgando de un cordón sobre el hábito sucio y gastado
77.
El niño avanza descalzo, con paso inseguro
78.
Mientras avanza por las calles apartadas y sigue la carretera en dirección a la caravana, intenta pensar en el siguiente movimiento
79.
El muchacho al que llamaban Hannes preguntó: ¿Cómo es eso, cuando en la guerra explotan las granadas a derecha e izquierda y usted avanza detrás de los tanques contra el enemigo, ¿no tiene miedo? En el cine había visto a los soldados avanzar bajo una lluvia de granadas por un paisaje nevado
80.
Así no avanza la acción
81.
Los no sabios, ciertamente, el pueblo, son como el río sobre el que avanza flotando una barca:{199} y en la barca se asientan solemnes y embozadas las valoraciones
82.
Mira, gatuna y deshonesta avanza la luna
83.
El túnel avanza en una línea bastante recta, tal como habíamos pensado
84.
Will se sentía igual que un conejo al ser cegado por la luz de los faros de un camión que avanza hacia él
85.
Paquio avanza hasta el borde del estrado y abre los brazos
86.
Dijo: “La humanidad, como los ejércitos en campaña, avanza a la velocidad del más lento”
87.
Mientras tanto, von Rundstedt Toma Reims, atraviesa el Marne y avanza sobre París, que es declarada ciudad abierta el día 11
88.
Posteriormente, cuando las fuerzas alemanas lanzan su ataque al interior de Francia, Rommel avanza desde Abeville, alcanzando Rouen el 10 de Junio y el 19 se encuentra en posesión de Cherburgo
89.
Pero el agua avanza a una velocidad increíble
90.
Pitágoras y Euclides creían que el ojo emitía un haz de rayos que chocaban con los objetos; como el ciego avanza extendiendo el bastón, así el ojo que ve percibe la realidad tocándola con sus rayos, que después vuelven al interior del ojo y lo informan
91.
(En la televisión, esa noche, se verán las imágenes del día en Tokio, muy claras aun para quien no entiende el comentario del locutor: en rápidos encuadres se despliega la serpiente ondulante de los manifestantes con las cabezas bajas; la policía avanza con los escudos y los bastones alzados; cargas, confusión, lluvia de puntapiés sobre un caído en el suelo; después secuencias más largas de barrios de fiesta, niños con flores, banderitas, linternas
92.
El destacamento, con armas y bagajes, avanza en fila india por los prados
93.
¿Y si fuera sólo una burbuja de aire que pasa por las canalizaciones vacías? Pienso en el Sahara, que inexorablemente avanza unos centímetros cada año, veo temblar en la calígine el milagro verde de un oasis, pienso en las llanuras áridas de Persia drenadas por canales subterráneos que van a las ciudades con cúpulas de mayólicas azules, recorridas por las caravanas de nómadas que todos los años bajan del Caspio al golfo Pérsico y acampan en tiendas negras donde una mujer en cuclillas, sujetando con los dientes un velo de color vivo, vierte de un odre de cuero el agua para el té
94.
Cada recorrido del tiempo avanza hacia el desastre en un sentido o en el sentido contrario y su entrecruzarse no forma una red de binarios regulados por intercambios y liberaciones, sino un embrollo, un enredo…
95.
Miro a mi alrededor ¿y a quién busco? Siempre a ella, la busco enamorado desde hace quinientos millones de años y veo en la playa a una bañista holandesa a la que un bañero con cadenita de oro muestra para asustarla el enjambre de abejas en el cielo, y la reconozco, es ella, la reconozco por el modo inconfundible de alzar el hombro basta tocarse casi una mejilla, estoy casi seguro, hasta diría absolutamente seguro si no fuera por cierta semejanza que encuentro también en la hija del guardián del observatorio astronómico, y en la fotografía de la actriz caracterizada de Cleopatra tal como era realmente, por aquello de la verdadera Cleopatra que según dicen continúa en cada representación de Cleopatra, o en la reina de las abejas que vuela a la cabeza del enjambre por el impulso inflexible con que avanza, o era la mujer de papel recortado y pegado en el parabrisas de plástico del triciclo de los helados, con un traje de baño igual al de la bañista en la playa que ahora escucha por una radio de transistores una voz de mujer que canta, la misma voz que escucha por su radio el camionero de la enciclopedia, y también la misma que ahora estoy seguro de haber escuchado durante quinientos millones de años, es segurarnente la que escucho cantar y de la que busco una imagen y no veo más que gaviotas planeando sobre la superficie del mar donde aflora el centelleo de un cardumen de anchoas y por un momento estoy convencido de reconocerla en una gaviota y un momento después dudo de que en cambio sea una anchoa, pero podría ser igualmente una reina cualquiera o una esclava nombrada por Heródoto o solamente aludida en las páginas del volumen que ha puesto para señalar su asiento el lector que ha salido al pasillo del tren para trabar conversación con las turistas holandesas, o cualquiera de las turistas holandesas, de cada una de ellas puedo decirme enamorado y al mismo tiempo estoy seguro de estar siempre enamorado solamente de ella
96.
La Tribu del Glaciar avanza hacia el sur para tomar la tierra de las tribus enfermas, y no hay ningún guerrero para luchar
97.
Una vez que completes las series y repeticiones indicadas de cada ejercicio en un nivel determinado, avanza al próximo nivel
98.
Mientras habla avanza hacia el baño de servicio sin hacer apenas ruido, a pesar de las botas
99.
–La investigación avanza despacio, como suele ocurrir en estos casos, pero avanza, señor ministro
100.
Avanza decidido y, unos segundos antes de llegar a la puerta, le asalta el presentimiento de llegar demasiado tarde
1.
Mientras avanzaba por el pasillo dejado entre las mesas, noté
2.
edificio alto, señero, el cual resultaba laborioso de doblar y ante él, la embarcación avanzaba
3.
una pareja que acababa de entrar en el establecimiento y avanzaba hacia nosotros
4.
Sin embargo, avanzaba en línea recta hacia mi objetivo, ayudado por los vectores
5.
La vio que avanzaba hacia el gabinete,que daba algunos pasos hacia la alcoba deteniéndose en la puerta, y quedesde allí alargaba el cuerpo para mirar a su marido
6.
Paez avanzaba victorioso por las llanuras, y el Congreso de Guayana sereunia el 15 de Febrero, dia en
7.
extraña bendición sobre el féretroque avanzaba lentamente
8.
El bienestar avanzaba, y con él una somnolencia llena de recuerdos
9.
El día avanzaba igual a los precedentes de todo ese mes; seco,límpido, con catorce horas de sol calcinante que parecía mantener enfusión el cielo, y que en un instante resquebrajaba la tierra mojadaen costras
10.
Por el norte del patio avanzaba solo el caballo en que había ido elpeón
11.
compañeros, ante aquel paso que avanzaba decidido,retrocedieron por el camino en dirección a su chacra
12.
En efecto, un alcalde de casa y corte avanzaba, vara enhiesta,hacia Quevedo
13.
avanzaba bastantemás por el mar
14.
Avanzaba él tren hacia Bilbao, deteniéndose en las estaciones
15.
tiraban dos obreros, y avanzaba lentamente hacia loshornos de
16.
El grupo de enviados del gobierno avanzaba hacia el caído, y Flimnap loincrepó
17.
pueblo y vi, en el ángulo del camino,un cortejo que avanzaba
18.
paciente,abandonado de todo el mundo, avanzaba lentamente
19.
melancólicas ysilenciosas, mientras el coche-dormitorio del expreso avanzaba hacia
20.
pero avanzaba, lo queera la cuestión
21.
Dos leguas á la derecha ungran vapor avanzaba pesadamente hacia las islas Loyalty
22.
Avanzaba atientas, sin otro guía que
23.
En éstas y otras, la estación avanzaba y el melancólico otoño ibainiciándose á medida que morían las
24.
avanzaba a medida que la paz de los recuerdos seestablecía
25.
Mientras tanto el señor de las Matas avanzaba al paso lento, majestuosode su rocín
26.
El resto de la procesión avanzaba lentamente,
27.
Y tirando de los extremos de la chaqueta, avanzaba hacia el can concontoneos y saltos de
28.
Retrocedió de espaldas hasta la puerta de la habitación seguido por lajoven, que avanzaba de
29.
En las cuestas, la custodia avanzaba trabajosamente
30.
La tartana avanzaba dando tumbos por entre los huertos de
31.
desolación relativa, el Majito avanzaba tieso y altanero,
32.
de nacionales avanzaba por la del Portillo, impidiendo lasalida de los amotinados
33.
Aixa avanzaba lentamente, con las pupilas fijas en el cielo
34.
hablabasiempre con énfasis, hablaba mucho, y según avanzaba en el discurso seiba
35.
De vez en cuando avanzaba hasta los bordes de la peña, y con lasmandíbulas
36.
Fuémenester determinarme, y cuando avanzaba, con el
37.
Mientras tanto, el ingeniero francés avanzaba entre los árboles con
38.
Pirovani, con la pistola en alto, avanzaba la cabeza y entornaba losojos para oir mejor, acogiendo con
39.
Pero el pequeñomestizo, que avanzaba delante de él, se detuvo entre dos matorrales yluego volvió el rostro, haciendo un gesto para que se aproximase
40.
La locomotora avanzaba sobre el suelo virgen antes que el
41.
Era ella que avanzaba
42.
envez de mostrar turbación, avanzaba el rostro y abría la fresca
43.
Ella avanzaba con precaución, mirando á un lado y á otro,
44.
seguridad con que avanzaba hacia ella, lehicieron reconocerle
45.
avanzaba el tiempo, iban siendo más numerosas y frecuenteslas voces iracundas que
46.
dirigía porcasualidad una mirada, avanzaba todo el cuerpo en dirección almagistrado
47.
cuerpo en el borde delmuro, avanzaba sólo un ojo y parte
48.
avanzaba en elmar, azuleada por la distancia, despegada de la
49.
que se ibadilatando así como avanzaba la expedición; había
50.
Avanzaba el busto hacia el cristal para ver mejor la
51.
Alguien había entrado en el cuarto y avanzaba de puntillas
52.
desnuda avanzaba hacia el mar, sosteniendoen su cumbre la
53.
avanzaba mansamenteen las jornadas de bonanza
54.
Según avanzaba hacia El Moral, las
55.
avanzaba por la escena entre los actoresrecibiendo los aplausos
56.
Mientras tanto Barragán avanzaba por el medio del café
57.
Y al decir esto avanzaba hacia el inspector general y le
58.
y la clavó en el cuello deltoro, que avanzaba mugiente con el testuz bajo
59.
Con un brazo apoyado en el cuello delcabestro, avanzaba el marqués, metiéndose
60.
avanzaba el pastor dando gritos anunciadores del encierro
61.
Avanzaba la compañía marcando el paso cadencioso y lento al compás
62.
Avanzaba un criado hacia él tirando de un jaco cabizbajo, con el pelolargo y el
63.
los ojos y avanzaba en silencio hacia él, estrujandoen la mano temblorosa un recibo que D
64.
La comida avanzaba, y la locura de los comensales tocaba á su límite: las ánforas habían dado ya
65.
El sol avanzaba hacia el zenit, y el enemigo estaba ya encima
66.
el vendaval tan recio,que la débil embarcación avanzaba muy poco, y gracias a una
67.
El día avanzaba poniendo tintes amarillentos en las aristas de
68.
A medida que corrían las horas y la jornada avanzaba iba Arteguiperdiendo un poco de su
69.
El extranjero aguardó un momento, pero, en aquel instante, una compañíade miqueletes avanzaba por la
70.
De cuando encuando, uno de ellos abría la puerta de la taberna, avanzaba en elmuelle silencioso, miraba al mar y al volver decía:
71.
Era uno de esos días viernes en el banco y la fila avanzaba lenta
72.
Durante un rato, tuvieron la sensación de no acercarse, si bien la distancia empezó a reducirse de manera gradual y Huma comprendió que el halo de claridad también avanzaba en su dirección
73.
Con un ahínco digno de su empresa, el joven adquirió confianza y tranquilidad a medida que avanzaba por el largísimo puente que le proporcionaba el que en vida fuera su enemigo
74.
Muy pronto las voces roncas de los cazadores se perdieron entre las hojas mientras yo avanzaba, agachándome y serpenteando entre el enmarañado monte bajo iluminado por el sol poniente
75.
Cuando consiguió levantarse, pudo distinguir a lo lejos la silueta de Jawahal que avanzaba entre las llamas y comprendió que estaba muy próximo a la máquina
76.
Dorian se lanzó tras ella, persiguiendo aquella forma espectral que flotaba sobre el suelo y avanzaba en dirección a la puerta del dormitorio de Simone
77.
Cerró la puerta tras él y siguió a Stellara, que avanzaba delante
78.
—Uno de ellos se ha estrellado contra las rocas —exclamó Tanar, mientras el primero de los botes que avanzaba en su persecución desaparecía en las agitadas aguas
79.
Mientras el «auto» avanzaba hacia el Sur le explicó todo lo referente a la desaparición de Sybil
80.
Avanzaba la tarde, y los trenes hacia la Capital iban cada vez más vacíos
81.
Por eso yo avanzaba con esa pala en la mano
82.
Mientras a medida que avanzaba la tarde Madrid se convertía en una ciudad fantasmal (una ciudad sin bares ni restaurantes abiertos, sin taxis ni apenas circulación, con calles despobladas por donde bandas de ultraderechistas campaban a sus anchas coreando consignas, destrozando escaparates e intimidando a los escasos transeúntes al tiempo que la gente se encerraba en su casa y se pegaba a aparatos de radio y televisión que a ratos no emitían más que música militar o música clásica, porque desde antes de las ocho de la tarde la radio y la televisión públicas habían sido ocupadas por un destacamento mandado por un capitán de la Brunete), frente a la fachada del Congreso, al otro lado de la Carrera de San Jerónimo, los salones y escalinatas del hotel Palace empezaron a hervir de militares de todas las armas y graduaciones, de periodistas, fotógrafos, locutores de radio, curiosos, borrachos y chiflados, y casi en seguida se instaló en la oficina del gerente del hotel un pequeño gabinete de crisis compuesto entre otros por el general Aramburu Topete, director general de la guardia civil, y por el general Sáenz de Santamaría, jefe de la policía nacional, dos militares leales que llegaron a las cercanías del Congreso poco después del asalto y que apenas comprendieron que el secuestro podía prolongarse durante un tiempo imposible de prever montaron dos cordones de seguridad -uno de la policía nacional, otro de la guardia civil- con el fin de aislar el edificio y dominar la vorágine de sus alrededores
83.
Hasta aquí -y repito: hasta bien entrada la madrugada-, la actuación de Cortina: una actuación que parece descartar su implicación en el golpe, pero que en absoluto permite excluirla (en realidad, colaborar con el contragolpe era, a medida que la noche avanzaba y se alejaba la posibilidad de que el golpe triunfase, la mejor forma de resguardarse contra el fracaso del golpe, porque era una forma de resguardarse contra la acusación de haberlo apoyado); menos aún permite excluirla lo que sabemos de la actuación de algunos de sus subordinados
84.
El enorme coche avanzaba por una carretera empinada a la vera de un abismo y, de cuando en cuando, se veían a lo lejos el reflejo de las luces en un río, y los campanarios de los pueblos
85.
La procesión que avanzaba hacia ellos no era el clan superior que buscaban
86.
Siguiendo aproximadamente el recorrido del camino hacia Divodorum, la horda principal avanzaba hacia el oeste, dispersándose por los campos y los pueblos de la gran llanura y marcando el territorio atravesado con los numerosos rastros dejados por una gran multitud en marcha
87.
La cautela con la que se avanzaba, justificada por el caos que reinaba en el territorio, era para Valerio una verdadera tortura
88.
Su abrazo azoró en cierto modo al centinela que avanzaba en su dirección a lo largo del camino de ronda
89.
Estaba al corriente de los menores detalles del sistema de evacuación inmediata que había organizado para los que presentaban súbitamente síntomas de la enfermedad, pero era incapaz de decir la cifra semanal de las víctimas de la peste, ignoraba realmente si ésta avanzaba o retrocedía
90.
Parecieron transcurrir siglos mientras yo retrocedía y él avanzaba por el patio en perfecto silencio; pero por fin sentí la sombra de la arcada, y el paso siguiente me llevó a su interior
91.
Medio sordo, o así me lo pareció a mí, aunque con suma intensidad atento a la menor trivialidad, me quedé séntado entre la multitud ociosa que avanzaba; luego me levanté yo también y me dirigí hacia la puerta
92.
Mientras avanzaba apresuradamente por el sendero y su silueta se iba haciendo más clara a través de la ventana, las mujeres de la Federación comenzaron a cuchichear entre ellas y a continuación salieron atropelladamente por la puerta trasera
93.
Otro día, le vi desfilar por las calles sobre un camión que avanzaba lentamente
94.
Se oyeron los bufidos y sollozos distantes de Bottrall que avanzaba por la sala
95.
Mientras avanzaba tambaleante hacia Jerry, el huevo se cascó
96.
Yo avanzaba despacio por la habitación observándolo todo
97.
La niebla ascendía en espiral mientras Harmon avanzaba hacia el terreno de reunión
98.
Y esta sociedad avanzaba hacia un lado u otro, sin ambición ni objetivo
99.
Felizmente, avanzaba en sus explicaciones, cuando oímos detenerse el coche a la puerta del jardín
100.
La señora Defarge y su esposo regresaron en amigable compañía hacia el corazón de San Antonio, en tanto que un gorro azul avanzaba por entre las tinieblas en dirección a la aldea inmediata al castillo del marqués, quien, en su sepultura, gozaba del reposo eterno
1.
revoloteaba en el entorno, consideré una vez más cuán rápido avanzaban las aguas turbulentas
2.
el combate por la superación espiritual, es decir, en vista de que no avanzaban
3.
Como flores mustias, los hombres avanzaban
4.
Había pasado ya casi la quinta parte de la puesta del Maar y Tonny con su artillería avanzaban por la planicie árida
5.
dida que avanzaban la privatización y la mercantilización territorial
6.
Casi a milado avanzaban
7.
los atabales, avanzaban las cuatro parejas de gigantes, enormes mamarrachos cuyos peinados
8.
por entre el compacto gentío, avanzaban los vendedores degaseosas con el cajón al hombro,
9.
Por las pendientes que desaparecíangirando según avanzaban los
10.
En media luna avanzaban la una contra la otra las dos
11.
unainvasión de la capital en busca de comida, vió cómo avanzaban por laplaya unas cuantas máquinas
12.
avanzaban por el filode los precipicios, haciendo rodar los
13.
y abriendo paso en ella donAntolín y sus varas de palo, avanzaban los canónigos con sus
14.
Avanzaban por las naves cinco canónigos con sobrepellices de coro, cadauno con una llave en
15.
irguieron: eranhombres que avanzaban encorvados, casi de
16.
Siguieron hablando de otras cosas, y avanzaban poco en
17.
En tanto las tropas avanzaban despejando la plaza, y algunos eran tanosados, que delante de los caballos
18.
avanzaban lentamente, cansados dela expedición
19.
Los asilados avanzaban lentamente, entre los besos, las lágrimas y
20.
invisibles, saludos burlones a los bípedos que avanzaban en elsilencio junto a los
21.
ancha y baja, las despejadas sienes, los cabellos cortos yrizados que avanzaban en
22.
ingentes,formadas de sílex y de granito, avanzaban por encima del precipicio
23.
Otros queya habían agotado sus cartuchos avanzaban cuchillo en mano
24.
Los canales avanzaban sus tentáculos por la antigua cuenca del ríoNegro, convirtiendo todos los años
25.
y avanzaban como manadas de caballossalvajes, con las crines al aire
26.
a los marineros ya los chinos que avanzaban por el otro lado de la lancha grande
27.
Pilotos de los mares de Europa avanzaban a ciegas por el
28.
Avanzaban los músicos quedamente a lo largo de los
29.
Avanzaban titubeanteslas jugadoras, y al
30.
Negreaban los caminos con lasmuchedumbres que avanzaban
31.
En medio de la multitud, encorvados bajoel peso de las cruces, avanzaban
32.
saber por qué, avanzaban los puñossobre las bordas, gritándose
33.
barrían la cubiertade proa ó popa y los marineros avanzaban
34.
fogoneros en losbuques avanzaban por las empinadas callejuelas
35.
correctaformación, avanzaban hasta la mesa, cada una con un
36.
Avanzaban los toreros súbitamente empequeñecidos al pisar la arena porla grandeza
37.
que delataban su blancura al través de la pátina delsoleamiento, avanzaban las púas de
38.
Avanzaban los macilentos restos de la miseria caballar, delatando en supaso
39.
los que habían entrado avanzaban ya porel pasillo
40.
Los ingleses avanzaban para atacarnos en dos grupos
41.
Avanzaban unos cuantos pasos entre parada y parada, con las armas dispuestas, tanteando en busca de pasajes laterales
42.
Los tres amigos avanzaban despacio a través de la espesura, semejante a una selva
43.
En consecuencia, cuando a cosa de un kilómetro y medio al este vimos cómo los Hombres de las Llanuras avanzaban por el borde de las colinas metidos en el agua hasta los tobillos, casi todos nos alarmamos
44.
Al mismo tiempo, las columnas israelíes avanzaban en dirección al valle para atraer a las fuerzas jordanas lejos de Jericó y de la costa noroccidental del mar Muerto
45.
A medida que avanzaban, el paso de Maurice se hacia mas ligero, mientras el de sus acompanantes se retrasaba
46.
Contra todo pronóstico, se sintieron más aliviados a medida que avanzaban por los túneles, alejándose de las inquietantes y estridentes voces de los espectros
47.
Durante la segunda marcha, tras abandonar el extraño mar del norte, Gura descubrió un extraño objeto a la izquierda de la zona por la que avanzaban en aquel momento
48.
Los danzantes tenían las caras ocultas por paños negros, como los penitentes de cofradías cristianas; avanzaban lentamente, a saltos cortos, detrás de una suerte de jefe y bastonero que hubiera podido oficiar de Belcebú de Misterio de la Pasión, de Tarasca y de Rey de los Locos, por su máscara de demonio con tres cuernos y hocico de marrano
49.
Esa guerra de la que todo el mundo hablaba todavía (y Jacques escuchaba en silencio, pero sin perder palabra, a Daniel, cuando contaba a su manera la batalla del Marne, en la que había intervenido y de la que aún no sabía cómo había vuelto cuando a ellos, los zuavos, los habían puesto de cazadores y después, a la carga, bajaban a un barranco y no tenían a nadie delante y avanzaban y de pronto los soldados ametralladores, cuando estaban en mitad de la bajada, caían unos sobre otros, y el fondo del barranco lleno de sangre, y los que gritaban mamá, era terrible), que los sobrevivientes no podían olvidar y cuya sombra planeaba sobre lo que se decidía alrededor de ellos y sobre los proyectos que se hacían para que la historia fuera fascinante y más extraordinaria que todos los cuentos de hadas que se leían en otras clases y que ellos hubieran escuchado decepcionados y aburridos si el señor Bernard hubiese decidido cambiar de programa
50.
Medio desnudos y acalorados, avanzaban cansadamente a través de la vasta llanura, atormentados por enjambres de moscas y oprimidos por el peso de sus armas
51.
En menos de un minuto nos vimos sacados vivamente del castillo y cruzando el puente helado, mientras los leños avanzaban a tumbos en torno de nosotros
52.
Lo hizo con el corazón palpitante, y una vez dentro del recinto vio que los tres hombres avanzaban arrastrándose por entre la hierba y las losas sepulcrales
53.
De los cuatro puntos cardinales avanzaban cuatro desgreñadas figuras hollando la hierba y haciendo crujir las ramitas, en dirección al patio del castillo
54.
Vio su imagen reflejada en un espejo y se estremeció; los toros reproducidos en los tapices de variados colores, le parecían alzar sus terribles testuces con la curiosidad insolente que es propia de aquellos brutos antes de romper la carrera, y unas majas que en otro tapiz levantaban sus brazos en actitud de tocar las castañuelas, parecía como que avanzaban vagamente acompañadas del áspero sonido de aquel primitivo instrumento
55.
Los kif avanzaban, siluetas negras y lejanas que parecían bailar por entre el humo rodeadas por un lago de fuego dorado
56.
Estos, reparados por las rocas, habían alcanzado la base del sendero y avanzaban aguijoneados por la voz de su jefe
57.
Avanzaban ahora sobre un terreno muy húmedo
58.
Sabiendo que adelante marchaban los dos exploradores avanzaban sin tomar mayores precauciones, siguiendo el mismo camino
59.
Las huestes turcas, mientras tanto, resguardadas por su artillería, seguían disparando sobre Famagusta y avanzaban, indiferentes al peligro, animadas por las exclamaciones del muezzin:
60.
Avanzaban lentamente plantando cada uno su pica delante de los pies y cruzándola con la de su vecino, para impedir que algún, cocodrilo cogiese bajo el agua las piernas de los cazadores
61.
Entretanto los pescadores de perlas, precedidos siempre por el guía avanzaban a través del bosque, llevando la llave de las carabinas encendida bajo la faja para que no se humedeciesen los pistones
62.
Aquellos hombres, tan impetuoso en el ataque, avanzaban con prudencia temiendo una nueva sorpresa en la oscuridad de la noche
63.
Judith y Allerton avanzaban por un sendero hacia mí
64.
Desde el poniente llegaban grandes olas y negras nubes avanzaban a una velocidad vertiginosa
65.
A medida que avanzaban los exploradores hallaban mayores obstáculos a su paso
66.
Se diría que una o más personas avanzaban reptando como serpientes
67.
Los tres indios se lanzaron por la galería mientras los cipayos avanzaban nadando para llegar a la escalerilla
68.
Mientras los seis thugs que estaban a los remos avanzaban con creciente esfuerzo, Tremal-Naik y el porom-hungse reanudaron la interrumpida conversación
69.
Los soldados, que eran sesenta o setenta, ya habían rodeado por completo el jardín y avanzaban lentamente hacia el edificio, con los fusiles en la mano, dispuestos a disparar
70.
En efecto, los dos barcos enemigos avanzaban a todo vapor, como si tuvieran la intención de echarse encima de los tres pequeños veleros
71.
Cinco hombres armados con arcabuces avanzaban a lo largo de la muralla de la fortaleza, y se detuvieron delante de la puerta
72.
Alguna batalla debía de haberse sostenido por la zona que atravesaban los tres audaces jinetes, puesto que el olor resultaba inaguantable y los caballos avanzaban con dificultad, pisando huesos
73.
Cuatro hombres provistos de arcabuces que tenían las mechas encendidas avanzaban cautelosamente por el abrupto terreno, deteniéndose de cuando en cuando tras de las rocas
74.
Las ocho galeras venecianas se hallaban ya fuera de tiro de las bombardas y culebrinas y avanzaban en dirección al oriente gallardamente, permaneciendo a cinco millas de las costas de la isla
75.
A unos cien pasos avanzaban entre las hojas y las hierbas varios cuerpos negros, los cuales se arrastraban con precaución
76.
Mientras los úrgalos avanzaban por el sendero, gritó:
77.
Mientras avanzaban, el eco de sus pasos resonaba por la estancia
78.
A pesar de que avanzaban hincando la proa un poco por debajo de la superficie del agua, las barcazas continuaban ganando velocidad, pues el canal transcurría cuesta abajo hasta la ciudad y en su trayecto ya no había ningún desnivel que pudiera frenar su avance
79.
La calle principal contaba con algunos faroles y pudieron apreciar la limpieza y el orden que imperaba en todas partes, así como las contradicciones: yaks avanzaban por la calle lado a lado con motocicletas italianas, abuelas cargaban a sus nietos en la espalda y policías vestidos de príncipes antiguos dirigían el tránsito
80.
—Por ahí —dijo Orik, señalando con el martillo un grupo de soldados que avanzaban entre las hileras de tiendas destrozadas
81.
Muy pronto vieron a los soldados pasando por la calle —lanceros, sobre todo—, apretados unos contra otros mientras avanzaban hacia el frente
82.
Mi trabajo consistía en meterme rodando bajo los camiones a medida que estos avanzaban en la línea de montaje e instalar aquellas líneas motrices
83.
Trabajando deprisa mientras los camiones avanzaban y me empujaban en dirección a los enormes hornos de pintura incandescente que había a escasos metros de mí en la línea de montaje
84.
La corriente, a medida que avanzaban hacia el centro arreciaba más y más, pero todo iba transcurriendo sin novedad
85.
El suelo estaba minado, pero los chilenos avanzaban de todos modos con el salvaje grito «a degüello!» en los labios
86.
Un rumor les hizo levantar la cabeza y observar su origen, Dos parejas de la Gestapo habían entrado en el local y, comenzando por el lado opuesto al que ellos estaban, avanzaban pidiendo documentaciones
87.
Paso a paso avanzaban los animales suspendidos entre precipicios cor-tados a pique y altas paredes de roca pura peinada por el viento, pulida por el tiempo
88.
A lo lejos sonaban vítores, aplausos y vivas; cogidos del brazo, aceleraron el paso y se mezclaron entre las gentes que, queriendo vivir aquel momento único, avanzaban temerosas pero radiantes, sonriéndose unas a otras sin saber bien por qué
89.
Orlov recibió la llamada y el mariscal de comunicaciones, el general David Ergashev, le informó sobre las tropas que avanzaban por Ucrania y solicitó la ayuda del nuevo Centro de Operaciones para controlar los comunicados europeos sobre sus actividades
90.
Mientras avanzaban, August activó su EAR: Extensión de Campo Auditivo
91.
Flanco a flanco el «Pegasus» y el «Acheron» avanzaban hacia el lejano planeta que sólo uno de ellos alcanzaría
92.
Wells surgieron de sus cilindros, y contempló, con miedo reverencial, cuando los monstruosos trípodes de esos monstruos avanzaban, en busca de sus presas humanas, por las calles desiertas de una extraña ciudad de otro planeta, la Londres victoriana
93.
Los tres hombres avanzaban con cuidado, desplazando una mano después de la otra, en dirección de un pequeño trineo espacial, que aparecía empequeñecido por los tanques esféricos de propulsante dispuestos en línea para su ulterior conexión con ATLAS
94.
No llores, no llores, pensó Sara, mientras avanzaban por la acera adoquinada en dirección al centro de educación preescolar de Marstrand
95.
del 1º/269 avanzaban hacia el norte
96.
Eran cuarenta jóvenes de rostro de luna que avanzaban con su belleza sin velos, en dos hileras, a un paso que por sí solo constituía una música
97.
Sobre un carro pesado lujosamente adornado, Sila colocó todas las condecoraciones militares de Mario; había montones de piezas de saqueo, montones de trofeos, consistentes en corazas enemigas, montones de objetos dispuestos de modo que los curiosos pudiesen verlos bien; montones de leones, monos y exóticos simios enjaulados y dos docenas de elefantes que avanzaban batiendo sus enormes orejas
98.
En tanto, las columnas avanzaban con orden de no hacer ruido, callados los tambores y cornetas, calladas también las bocas
99.
Avanzaban en silencio; no obstante, las ratas y las palomas se apartaban rápidamente de su camino
1.
Con todo, aunque se quiera poblar en las sierras, por varios pareceresque haya, son los nuestros, ser de mucha ventaja para la Corona poseerlas dichas sierras, por hallarse mucho campo avanzado para las siembrasy ganados: pero resulta dejarles abierta la entrada de la distancia delas Salinas hasta la costa del Paraná, que no es menos que de 220leguas; y para conseguir que se haga un cordon de guardias ypoblaciones, desde dicha costa á la Patagónica, es necesario númerocrecido de gente
2.
estaba sino al comienzo de una larga y laboriosa escisión que, por cierto, no ha avanzado lo
3.
Tan sólo el resplandor de un día bien avanzado logró sacarme del torpor característico de
4.
siempre se realizan descendiendo el más avanzado a la región del menos avanzado
5.
encarnación un cuerpo material más avanzado, pero no mucho más que su
6.
avanzado, que se iniciará en el plano espiritual con el aprendizaje de nuevas
7.
encarnen mayoritariamente espíritus hayan avanzado suficiente en el aprendizaje del
8.
avanzado, manteniendo la creencia en la reencarnación, incorpora ya la creencia en
9.
un espíritu mucho más avanzado, de alta vibración
10.
futuro en la Tierra a aquellos espíritus que hayan avanzado en el amor y la paz (“los
11.
jóvenes, de los espíritus que pudiendo haber avanzado bastante en inteligencia,
12.
Por ello, el espíritu que es más avanzado en el
13.
El espíritu soberbio es un espíritu ya muy avanzado respecto a la media, y por ello
14.
primeros son aquellos que espiritualmente han avanzado en la erradicación de la
15.
de evolución de ese espíritu, que todavía está escasamente avanzado en el
16.
seguir avanzado, manteniendo la ilusión y alegría por vivir, porque permite
17.
espíritu avanzado es una manifestación de amor íntimo
18.
Pero, también son animales, un poco más avanzado, pero aún así los animales
19.
seguridad para las identificaciones que ha avanzado
20.
El puesto avanzado 10 de la zona 2 diurna se convirtió en un lugar con alta peligrosidad
21.
G) Sin duda, los periodistas desean que haya menos incertidumbre para predecir el éxito electoral y preferirían dar resultados reales, pero las investigaciones indican que las realidades de los apoyos políticos usualmente no se hacen evidente hasta muy avanzado el proceso
22.
avanzado en la ruta de la liberación GLBTT
23.
El país logró construir un avanzado Estado social en un contexto de relativo subdesarrollo (Sandbrook, Edelman, Heller, Teichman, 2006), el cual dependía del sector privado y de la intervención pública directa en áreas estratégicas como la banca, la infraestructura, los beneficios sociales, la energía y la producción de bienes (Mesa-Lago, 2000)
24.
avanzado para la comunicacion de Mendoza; (quede allí la considero cerca) lo que se adelantaria para la
25.
avanzado de los evacuadores en la metrópolis estelar de
26.
sienes y la parte trasera de su cabeza un acoplador avanzado
27.
En efecto, el otro, tras breve hesitación, había avanzado, pero nodirectamente sobre ellos como antes, sino en línea oblicua y enapariencia errónea, pero que debía llevarlo justo al encuentro demíster Jones
28.
En cuanto al hostelero, se había avanzado á un corredorexclamando:
29.
avanzado le arrojase al rostro enplena sesión el dictado de
30.
debí tener en cuenta lo avanzado de su edad
31.
Lo mismo habían avanzado enotros siglos las
32.
avanzado algo, gracias a lahabilidad del práctico que logró
33.
Pero lo avanzado de laestación, que me auguraba días terribles
34.
ellos á estesitio avanzado; pero su petición hizo sonreir al jefe y
35.
Al romper el día, el pelotón había avanzado cautelosamente,
36.
Por otra parte, lanoche había avanzado un poco, y las calles que recorrían
37.
Eran las tres de la mañana y nada indicaba lo avanzado de la hora
38.
indicado en un estadomas avanzado, cuando hay putridez, desaparicion del exantema
39.
Los síntomas del tercer órden constituyen el grado 225 mas avanzado de laaccion
40.
avanzado más, es preferible la brionia, aun cuando lascausas sean las mismas y el
41.
pulso lento; tambien se ha usado en unperíodo mas avanzado, cuando la turgencia
42.
los ángulos de la fachada; maslo avanzado del
43.
El castillo de San Diego debió prestar excelentes servicios, pues dadala situación de Gumaca necesitaba un avanzado centinela que precavieselas sorpresas, fáciles de llevar á cabo en aquellas playas, por
44.
Trasladado al espacio de Auschwitz, yo había visto los barracones y había avanzado un paso en esa historia, la suya, la mía en la actualidad, con su intensidad creciente, su «suspense»
45.
Los dos observaron, algo perplejos, al joven mago, que había avanzado poco a poco hasta el catre, se había puesto en cuclillas frente a él y ahora parecía estar hablando con el suelo
46.
El estado de degradación habría sido mucho más avanzado
47.
–Los minotauros de Mithas han establecido un puesto avanzado en esta isla
48.
Hemos avanzado en la comprensión relacionada con su procedencia
49.
Sus culturas serán diferentes, sus tecnologías mucho más avanzadas, su asociación con la inteligencia mecánica mucho más íntima, sus lenguajes habrán cambiado, y quizá su misma apariencia estará marcadamente alterada en comparación con la de sus casi míticos antepasados que intentaron por primera vez, avanzado el siglo XX, zarpar hacia el mar del espacio
50.
A pesar de lo avanzado de la hora, Marina escribía en su cuaderno en la mesa de la cocina a la luz de las velas, con Kafka en su regazo
51.
Sorprendieron a un caminante en muy avanzado estado de descomposición cruzando la puerta rota de cristal
52.
En efecto, parecía que dos países, en el continente tecnológicamente más avanzado, se estaban imponiendo a sus vecinos
53.
El dedo índice de Albert había avanzado algo más
54.
Como si la historia de los hombres, esa historia que había avanzado constantemente en una de sus tierras más viejas dejando en ella tan pocas huellas, se evaporase bajo el sol incesante junto con el recuerdo de los que la habían hecho, limitada a crisis de violencia y asesinatos, llamaradas de odio, torrentes de sangre que rápidamente crecían, rápidamente se secaban como los oueds[121] del país
55.
Con el pretexto de que María Teresa Montoya era mexicana, representante de un país avanzado de América, se le organizó un gran homenaje
56.
A la semana de abandonar el Cuzco no habían avanzado ni la cuarta parte de lo que estaba previsto, con lo que el viaje al Misti ofrecía todo el aspecto de querer eternizarse
57.
Más allá, el campo se levanta ligeramente, y allí está el puesto avanzado de los ingleses, soportado por fuerzas que se han quedado muy atrás
58.
En conjunto, las fuerzas inglesas son muy superiores a las suyas, pero ese regimiento avanzado se encuentra tan lejos de sus bases, que Olivier considera posible el plan de cruzar el río para cortar dicho regimiento
59.
Cuando consideraron que ya habían avanzado bastante, uno de ellos señaló el suelo y allí, a los pies de un gigantesco árbol abrumado de fruta, cavaron un hoyo profundo, donde depositaron el saco de lona
60.
Ya habían avanzado muchas millas y se consideraban totalmente a salvo, cuando el griego, al volverse para examinar el mar en dirección a levante y distinguir un punto brillante que se mecía sobre las olas, soltó una maldición y cargó a toda prisa su arcabuz
61.
Anotaron todo en estricto orden y concierto: un cuerpo humano de sexo femenino en avanzado estado de descomposición, cubierto con una manta oscura, un zapato, restos de pelo, huesos de una extremidad inferior, un omóplato, húmero vértebras, un tronco con ambas extremidades superiores, un pantalón, dos cráneos, uno completo y otro sin mandíbula, una pieza dentaria con tapaduras de metal, más vértebras restos de costillas, un tronco con trozos de ropa, camisa y medias de diversos colores, una cresta ilíaca y varias osamentas más, todo lo cual completó treinta y ocho bolsas debidamente selladas, numeradas y transportadas a la camioneta
62.
Vaya, si hubieras avanzado un poco hacia cualquiera de los dos lados, el camino hasta aquí arriba habría estado despejado
63.
Desde el lago Eldor, entraron en el río Edda y siguieron al sur, pasando por el puesto avanzado de los elfos en Ceris
64.
Nada le habían avanzado de la misión encomendada, únicamente sabía que tenía que inutilizar durante un tiempo las comunicaciones de algún recóndito lugar, pero intuía que se había metido en un fregado muy importante
65.
Quiso el destino que, bien por una tormenta, según algunos textos, o por lo avanzado de la noche, en opinión de otros, Luis XIII no regresara a su residencia habitual en Saint Germain y se quedara con la reina que vivía en el Louvre
66.
En las afueras de Sommatino, entre Caltanissetta y Enna, se había descubierto el cuerpo de una mujer en avanzado estado de putrefacción
67.
Las peticiones de Beta 5 se transmitirán a Omicron 1, quien las transmitirá a su vez a Delta 32, el cual, sirviéndose de un sistema de Internet muy avanzado, las comunicará a unos servicios, digamos, operativos
68.
¿Qué diablos esperaban que pudiera hacer él, con los medios de que disponía en aquel puesto avanzado de la selva del Sudán?
69.
Por tanto, el general Esteban-Infantes, hacia las 08'00, dio orden a la primera reserva que se había constituido, con elementos del 263º Regimiento (dos Compañías de su Iº Batallón, que el día 8 habían sido acantonadas ya en Federovskoye), de desplazarse hacia el sector amenazado, mientras que él mismo, con el jefe de operaciones de su Estado Mayor, el comandante Manuel García Andino, y el Oficial de Información del mismo, comandante José Alemany Vich, partía hacia el PC avanzado que se había establecido en Raikolovo
70.
El teniente De la Vega, del Servicio de Municionamiento, que estaba al frente de un destacamento avanzado del Parque en el extremo sur de Krasny Bor, para asegurar el municionamiento de la Agrupación Ascarza y del 262º Regimiento, reaccionó de igual manera, lanzando al combate al personal a su mando
71.
Estos oficiales fueron enviados con urgencia al PC Divisionario avanzado, con la idea de hacerlos llegar a las unidades más machacadas para cubrir las bajas de mandos
72.
Y es que el enemigo llegó hasta el mismo borde meridional de la población, donde se encontraba el "hospitalillo" español, que pese a su nombre no era más que un Puesto de Evacuación (la División había establecido en previsión de la batalla un escalón avanzado de su Hospital de Campaña en la aldea de Ladoga, al SW
73.
PUESTODE MANDO AVANZADO:
74.
Esteban-Infantes se dirige entre el caótico ir y venir del tráfico hacia Rakkelevo, donde se encuentra el hospital en llamas y allí establece su puesto de mando avanzado, hostigado por la cobertura aérea soviética
75.
–En pacientes con un Alzheimer avanzado usamos la terapia de validación -explicó
76.
constituía, con otras muchas frases, un estilo especial que por largo tiempo prevaleció en todas las manifestaciones literarias del partido avanzado
77.
César fue destinado a servir con Cayo Mario en la Galia Transalpina antes de que naciera el niño, por lo que le inquietó dejar sola en Roma a su esposa en tan avanzado estado
78.
El día de la partida, avanzado ya Septiembre, fue para todos muy triste
79.
Ya en avanzado estado de gravidez, con sus gruesos labios grana, contraste perfecto a sus rubísimos cabellos, a sus claros ojos de loba y a sus muñecas y tobillos cargados del oro con que la obsequiaba, él la encontraba ideal, y más aún por el hecho de que era tracia y él se había convertido en tracio
80.
«La fuente de la CIA», o «the Source», como nos referíamos a ella coloquialmente en Telecinco, nos había comentado su interés por Venezuela en alguna ocasión, y cuando volví a recuperar el contacto con ella, había avanzado a pasos agigantados en esa dirección
81.
Beltrán el sueño, quedándose en él con profunda quietud hasta muy avanzado el día; pero cuando ya su cuerpo hubo recibido la reparación de que estaba tan necesitado, el cerebro se soliviantó, dándose a los sueños extravagantes
82.
Avanzado el día, entran en esta casa algunas niñas de la vecindad que andan en el divertido juego de pedir para la Cruz de Mayo
83.
Mientras esto se resolvía, en el transcurso de las horas del 21, me fui en busca de mi buen Gambito, el pobre de San Ginés, y le encontré, sí, pero con tal turbación en la descompuesta máquina de sus nervios, y tan avanzado en su tartamudez, que me vi negro para comprender lo que decirme quería: « Ñor, Cigüela
84.
Puesto que hemos avanzado ya tanto, tengo el capricho de llevar yo mismo el asunto hasta su desenlace
85.
Ah, si pudiera darle un nombre habría avanzado un buen trecho hacia la solución del caso
86.
Florentina había avanzado dos puestos en el escalafón de la comisión de presupuestos, debido a un fallecimiento y una derrota en las últimas elecciones
87.
Las tres cadenas retransmitían el mensaje, y todos los comentaristas habían avanzado la hipótesis de que, a sus sesenta y cinco años, Parkin no se presentaba para un segundo período
88.
-¡Bien hecho! Nuestras investigaciones han avanzado en líneas paralelas y cuando sumemos los resultados espero obtener una idea bastante completa del caso
89.
Así lo contaba Maltrana ya muy avanzado Diciembre
90.
La ciudad dejaba ver sus formas tras un velo tenue, que solía conservar con cierto recato pudoroso hasta muy avanzado el día
91.
Pero en ningún momento hice alusión alguna a mi enfermedad; en ningún otro al homenaje que la ciudad pretendía rendirme, ni a lo ya muy avanzado del número de mis años
92.
—¡Bien hecho! Nuestras investigaciones han avanzado en líneas paralelas y cuando sumemos los resultados espero obtener una idea bastante completa del caso
93.
A diferencia de los oficiales, que pueden dormir fuera del recinto o solazarse en Puerto Real y El Puerto de Santa María, la suya es vida de topos, siempre entre espaldones, barbetas y trincheras, durmiendo bajo cobertizos de tablas guarnecidas con tierra para protegerse del fuego de contrabatería que los españoles hacen desde su fuerte avanzado de Puntales, en el arrecife
94.
A estas horas, prevenidos por los tiros, los franceses del puesto avanzado estarán listos para fusilarlos a treinta pasos
95.
Sin embargo, lo que existe parece muy avanzado
96.
Cada período de veinticuatro horas, el Sol se mueve 0,9860 hacia el Este, contra el telón de fondo de las estrellas, por lo que, al final del año solar de 365,2422 días, ha avanzado 3600 hacia el Este y ha realizado un círculo completo en el firmamento
97.
Por lo visto, pues, incluso después de bastante avanzado el proceso de diferenciación el núcleo de una célula de rana contenía todos los genes necesarios para producir una rana completa
98.
El patólogo forense que examinara el cadáver de Rocco se desconcertaría al oír que el servicio de habitaciones le había llevado la cena y observar el avanzado estado de descomposición del cuerpo
99.
Cuando Seldon estableció la Fundación fue lo bastante sabio como para no incluir a psicólogos entre los científicos aposentados aquí, de modo que la Fundación siempre ha avanzado a ciegas por el curso de la necesidad histórica
100.
dos, llevando a lomos de su burra a una primípara en avanzado estado de gestación, quizá ya salida de cuentas y expuesta a romper aguas en cualquier traspiés de la pollina
1.
Torcimos a la izquierda y avanzamos hacia la calle en cuestión
2.
rozábamos con la cabeza y avanzamos a través de otro largo pasillo, el cual terminaba en una
3.
mientras avanzamos hacia el modelo de la ciudad
4.
que avanzamos despacio y silenciosamente con el alma en suspenso, los ojos atentamente fijos
5.
Avanzamos con precaución, afirmando el paso; alprincipio se veía bien, luego la obscuridad se
6.
Avanzamos por el caminosobre la ribera entre los
7.
Vista su obstinacion avanzamos, con los Cários, el pueblo, por
8.
Todos, reanimados por el aire fresco de la noche, empezamos a cantar el estribillo, y avanzamos con estruendo en la noche de terciopelo como un coro ce-lestial
9.
Avanzamos un poco más y, de pronto, el rastreador se detuvo: Nicasio estaba allí, arrodillado en medio de un claro, mirándonos con sus horribles ojos
10.
Avanzamos un poco y, antes de que él se diera cuenta, yo ya sabía que habíamos llegado
11.
Aunque estuve temblando durante un segundo, me sumé a mi hermano y al agente de seguros y avanzamos con cautela por el pasillo en dirección a la cocina
12.
Huevos y jamón se dejaron a un lado y pocos minutos después avanzamos todos a buen paso en dirección a Leigh Hall, mientras Japp dirigía ansiosas preguntas al agente
13.
Los robles eran antiguos y enormes, con las ramas tan entrecruzadas que impedían casi por completo el paso de la luz, y avanzamos horas y horas por un mundo de hojas húmedas de intenso verdor y entre profundas sombras
14.
Avanzamos hacia el arroyo: ¿veis?, fuimos por aquí a toda prisa
15.
Sobre las diez nos detuvimos, y puestas en orden las columnas, avanzamos despacio, porque recelábamos de ser atacados por una división entera
16.
Y penetramos en la ciudad por la puerta de oro, y avanzamos invocando el nombre de Alah
17.
Holmes ató el perro al seto y avanzamos presurosos hacia ella
18.
– Algunos alumnos respondieron a su sonrisa y, al ver la expectación en sus rostros, agregó-: Así que, en lo que a la escuela se refiere, avanzamos hacia el final
19.
Avanzamos a toda prisa por un largo pasillo donde los negociadores que operaban en sucesos con toma de rehenes pasaban los días cuando no estaban en el extranjero convenciendo a unos terroristas para que salieran de un edificio o a unos secuestradores aéreos para que abandonasen el avión
20.
Consumidos por la impaciencia avanzamos una página más en el libro del padre Solé, S
21.
Que a medida que avanzamos en la investigación, la Ciencia y la Religión se van fundiendo en una misma cosa
22.
Traje a la chica al vestíbulo y avanzamos por un corredor que conducía a los salones y escaleras laterales
23.
Cuando avanzamos ya lo suficiente,
24.
Avanzamos hacia la plaza Denfert y entramos en un café "bar"
25.
Y, cuando avanzamos en la ruda carrera,
26.
A continuación, manzana tras manzana de casas, avanzamos por la avenida siguiendo el rítmico sonido de los cascos del caballo
27.
Avanzamos por el pasillo
28.
A cosa de un cuarto de milla de la ciudad desembarcamos y avanzamos a pie hasta la puerta más cercana
29.
Con la gran flota de horrible color azul de Jahar detrás de nosotros, cruzamos sobre las murallas de la ciudad y avanzamos en dirección al palacio del jeddak
30.
Dejamos Gaugamela a un lado, evitando su empinada pendiente, y avanzamos sin detenernos hasta las murallas de Arbela, que se encuentra acurrucada al pie de una alta colina
31.
Avanzamos así, cada día, unos pasos dentro del gran patio porticado
32.
¿Te parece casual? ¿Crees que avanzamos a ciegas? En mi opinión, los etruscos habían afinado tanto su sentido de la orientación que les permitía percibir el campo magnético
33.
Marta sonrió y los tres avanzamos despacio hacia el fondo de la casa
34.
Continuamos calle abajo y la atmósfera en el Bentley se va tornando sombría a medida que avanzamos a marcha lenta, con los ojos bien abiertos en busca del punto de reunión
35.
–¿Una sorpresa? – pregunta Simon mientras avanzamos por el pasillo quitándonos los abrigos
36.
Y mientras mantuvimos esa dirección avanzamos mucho
37.
Avanzamos con los caballos por el silencioso campamento hasta el sencillo pabellón militar del príncipe Arjavh
38.
Todos avanzamos unos cinco metros, lo justo para que los policías siguieran su camino
39.
Desistimos de seguir explorándolo, nos retiramos con precaución y avanzamos hacia terrenos más seguros
40.
"¿En qué estás?" Quinn preguntó, en la voz más quieta posible, cuando avanzamos por el corredor
41.
Avanzamos a lo largo de ese infierno ardiente
42.
Y a medida que ascendemos, también avanzamos en el tiempo
43.
Avanzamos hacia la bajada de la calle Corrientes, entre vendedores de lotería y kioscos de filatelistas
44.
Elevó la linterna y avanzamos con precaución
45.
Después de matar la más grande de nuestras tortugas, y obtener de ella no sólo alimento, sino también una buena provisión de agua, proseguimos nuestra ruta, sin ningún incidente por el momento, durante siete u ocho días tal vez, durante los cuales avanzamos una gran distancia hacia el sur, porque el viento soplaba continuamente a nuestro favor, y una corriente muy fuerte nos llevó constantemente en la dirección que deseábamos
46.
Quizá a ti te parece que no avanzamos mucho, pero no hay que razonar; un ejército se siente victorioso por una impresión íntima, como un moribundo se siente perdido
47.
–Así pues -dijo el cazador-, siguiendo en el mapa la dirección del Victoria, avanzamos directamente hacia el norte
48.
Nos levantamos y avanzamos juntos por la avenida
49.
Dejamos la caseta del timonel y avanzamos por la cubierta, con el viento en la cara y el agua del mar rociándonos
50.
Ahora avanzamos en silencio
51.
Avanzamos hacia el centro de la ciudad, en donde se encontraba el palacio del raja
52.
«¿Y porque les disparais de está manera?» Hizo una mueca: «Si no, no avanzamos»
53.
Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga
54.
Podemos destruir el concepto entero si avanzamos hacia el norte, en dirección a las áreas de lanzamiento, y no hacia el este, en dirección a Alemania
55.
Kenji se dejó caer en el suelo para observar a las patrullas, mientras que Yuki y yo avanzamos a gatas por la techumbre de tejas en dirección a la esquina sureste
56.
Avanzamos rápidamente por las afueras de Berlín,desviándonos de tanto en tanto por calles laterales para asegurarnos de que nadie nos siguiera
57.
En psicología tratamos de entender a los pacientes con la ayuda de esquemas que equivalen a sistemas de cañerías (Freud), o avanzamos a los trompicones a partir de la hipótesis de que hay una sola psiquis, que es oceánica(Jung)
58.
Holmes me dio una palmadita en la espalda y los dos avanzamos hacia el alto edificio que dominaba la calle
1.
a un grupo de pago y los grupos de pago avanzan casi tocándose; por el contrario, si uno
2.
que más rápido avanzan son los primeros que pasaran a encarnar en las especies un
3.
empresarios agrícolas y los industriales avanzan sobre la tierra sin
4.
abiertos a la contrastación y el conflicto, que avanzan bajo la divisa
5.
se extienden y avanzan en todas las direcciones del espacio y
6.
densidad de los gases candentes que avanzan en todas las
7.
unas tras otras, avanzan por la superficie del aguaformando láminas radiantes á derecha ó izquierda y una
8.
Avanzan en columna
9.
Los mozos avanzan hacia ellas y se los piden parabesarlos
10.
Estos esquistos de la montaña seapartan como las hojas de un libro abierto, y avanzan en el mar
11.
Los peñascales negros avanzan desafiando el ímpetu de la olaembravecida, y por las
12.
que avanzan por el lado oriental y van á entraren Berlín
13.
Avanzan las dos sombras hacia el presbiterio
14.
Al doblar el recodo del Hinguibin se entra en la resguardada conchade Laguimanoc,—en la que avanzan
15.
A las dos de la mañana las tropas al mando de Barras avanzan sobre los prisioneros atrincherados en el Ayuntamiento de París
16.
Su estruendo se escucha en la distancia, y cuando avanzan por la playa se diría que pretenden aferrarte por los pies con el fin de arrastrarte a las profundidades
17.
El aire gélido de la noche se inundó del sonido amorfo que caracteriza la transformación de hombre en animal, el sonido que emiten los objetos sólidos cuando avanzan en un líquido pesado y pegajoso
18.
»Finalmente -dice-, nuestras líneas avanzan y los impelen hacia el río
19.
Sus patas delanteras avanzan y luego hacen lo mismo las traseras, saltando
20.
-Unos animales enormes que avanzan hacia el río
21.
Los guerreros del Sultán avanzan con una rapidez prodigiosa
22.
Avanzan rápidamente por el sendero del acantilado
23.
Las pieza rusas empiezan a alargar el tiro y enormes contingentes de tropas avanzan por la llanura arrastrando sus "Maxim" y morteros de apoyo, haciendo ondear los blancos capotes
24.
Avanzan cientos de ellas como hormigas a un hormiguero y su dirección está clara
25.
A la vez, cinco hombres avanzan hacia la casa de Regla
26.
Parece un baile ensayado: se mueven espalda contra espalda, dando una y otra vuelta mientras avanzan, con la luz de las linternas apuntando en diferentes direcciones
27.
–¿Y en qué sentido avanzan las agujas de los relojes? – inquirió el maestro Rojo con mucha curiosidad
28.
A la mañana siguiente Sykes y Tom, el director de la AFN, avanzan acuclillados entre la hierba recogiendo casquillos
29.
—La situación empeorará si los turcos avanzan en el frente —comentó
30.
Ellos nunca avanzan por el centro
31.
Todos avanzan a ciento sesenta kilómetros por hora
32.
Los vehículos avanzan en paralelo
33.
Se cruzan con otros automóviles que avanzan en dirección opuesta, alejándose del tornado
34.
Mientras avanzan, las paredes laterales del granero empiezan a crujir y a combarse hacia el interior
35.
Avanzan lentamente, contra el viento, llevando sus caballos al paso
36.
Las bicicletas avanzan sin que haya que pedalear, a una velocidad constante y moderada que hace innecesario el uso de los frenos
37.
Las sociedades que no actúan contra la mentira avanzan más lentamente y tienen más dificultades para resolver sus problemas
38.
Incluso cuando las columnas comenzaron a moverse, el panorama recordaba el que ofrecían «los coches que avanzan a paso de tortuga en su viaje de vuelta a Londres, procedentes de la costa, un domingo cualquiera de verano, parados en largas hileras que llegan más allá de donde alcanza la vista y que para avanzar tienen que formar una sola»
39.
Pasan bajo el puente George Washington y avanzan por el largo cuello de Manhattan
40.
seguridad avanzan hacia él
41.
En Cassino los ingleses no avanzan
42.
Es posible dijo Olga, pero entonces es peor, pues el funcionario está ocupado en asuntos tan importantes que los expedientes son demasiado valiosos o demasiado voluminosos para poder llevarlos consigo, esos funcionarios avanzan al galope
43.
Y ahora Jaír el judío ve cómo avanzan lentamente los gladiadores supervivientes por la rampa que conduce a las salas subterráneas
44.
Avanzan de dos en fondoa la ciudad de la fiesta
45.
En el carril opuesto todos los coches que avanzan en sentido contrario podrían ser Z, el iluso
46.
Las fronteras de Eurasia avanzan y retroceden entre la cuenca del Congo y la orilla septentrional del Mediterráneo; las islas del Océano índico y del Pacífico son conquistadas y reconquistadas constantemente por Oceanía y por Asia Oriental; en Mongolia, la línea divisoria entre Eurasia y Asia Oriental nunca es estable; en torno al Polo Norte, las tres potencias reclaman inmensos territorios en su mayor parte inhabitados e inexplorados; pero el equilibrio de poder no se altera apenas con todo ello y el territorio que constituye el suelo patrio de cada uno de los tres superestados nunca pierde su independencia
47.
Avanzan por un pasillo oscuro, suben dos pisos por una escalera descuajeringada, golpean una puerta:
48.
Las legiones avanzan, romano, avanzan hacia aquí
49.
avanzan hacia nuestro campamento en formación de ataque
50.
Probablemente es un fluido continuo, no visible (simple imagen mía para reconocerme en lo que estoy diciendo) pero la invención de los relojes, estos que avanzan en pequeñísimas sacudidas, introdujo en ese fluir minúsculos descansillos, rapidísimas pausas, que, en su sucesión y en la sucesión de los saltos en el vacío siguientes, nos daban la impresión tranquilizadora de que el tiempo es una suma, un adicionamiento de tiempos sucesivos que, por la infinitud de los números, nos prometían la eternidad
51.
Sobre Gandesa avanzan a las cinco de la tarde, por primera vez, los tanques republicanos que han logrado cruzar el río
52.
La cuestión es, ¿qué diablos están haciendo ahí? ¿Y por qué avanzan de noche? No forman parte de una caravana, eso seguro
53.
Al ver que los contertulios avanzan hambrientos hacia el comedor, la bruja advierte:
54.
Los clientes avanzan con lentitud y se abren paso a codazos para recuperar su lugar en la cola
55.
Después de Nueva York, aparece la frontera entre Kuwait e Irak, un convoy de camiones militares que avanzan por una carretera desierta y nuestros muchachos durmiendo junto a las orugas de los tanques y luego, a la mañana siguiente, comiendo salchichas de sus platos de campaña reglamentarios
56.
Las almas de algunas personas no avanzan cuando mueren
57.
— Parece que los preparativos de la demanda avanzan —respondió Evans—Han organizado una operación de envergadura
58.
Y ahora, mientras Elric y sus compañeros deambulan extrañados entre las ruedas que avanzan, vieron que por detrás de esta primera hilera de pueblos en movimiento iba una vasta masa de gente: hombres, mujeres y niños de todas las edades, de todas las clases y condiciones, que se dedicaban a hablar, discutir y jugar mientras avanzaban; algunos de ellos caminaban con una actitud de despreocupada familiaridad en pos de aquellos aros resonantes; otros lloraban, con los sombreros en las manos y expresiones de indecible tristeza; todos ellos iban acompañados por sus perros y otros animales domésticos, como un pueblo en peregrinaje
59.
–¿Y si los japoneses avanzan hacia el este antes de que tus muchachos lo hagan hacia el oeste?
60.
Lo guía en la oscuridad de esa casa dormida, entre pequeños pasos y suaves movimientos de manijas avanzan
61.
El tiempo se hace por momentos más desagradable y, en lugar de los cuarenta kilómetros que pretendían recorrer por jornada, sólo avanzan treinta, a pesar de que cada día es un tesoro, ya que saben que desde otro punto invisible de aquella soledad alguien se dirige hacia el mismo objetivo
62.
Algunas definiciones insólitas sobre la naturaleza de la libertad Y ahora, mientras Elric y sus compañeros deambulan extrañados entre las ruedas que avanzan, vieron que por detrás de esta primera hilera de pueblos en movimiento iba una vasta masa de gente: hombres, mujeres y niños de todas las edades, de todas las clases y condiciones, que se dedicaban a hablar, discutir y jugar mientras avanzaban; algunos de ellos caminaban con una actitud de despreocupada familiaridad en pos de aquellos aros resonantes; otros lloraban, con los sombreros en las manos y expresiones de indecible tristeza; todos ellos iban acompañados por sus perros y otros animales domésticos, como un pueblo en peregrinaje
63.
Los posibles clientes (ya hay un par de docenas, aunque todavía falta un minuto para la hora oficial de apertura del supermercado, las nueve de la mañana) avanzan en tropel y solo se detienen cuando Jack escoge una llave del manojo que lleva en el cinturón y vuelve a cerrar
64.
Ahora las llamas avanzan por las carreteras principales, hirviendo el asfalto hasta convertirlo en sopa
65.
Pero ese día no avanzan demasiado en el intento de descubrir las cuestiones más profundas de por qué los oficiales al mando quieren que parezcan negros a ojos de los capitanes de submarinos alemanes
66.
Las tropas del rey Karl avanzan hacia Rusia para luchar contra el zar Pedro
67.
–Su Majestad desea comprobar con más frecuencia que los trabajos avanzan
68.
A partir del estudio de las bifurcaciones que salen de la ramificación, he descubierto que Richard ha tomado una serie de conexiones que avanzan por un sendero concreto de la profecía que conduce al olvido, a algo que, por lo que puedo saber, ni siquiera existe
69.
Hundiéndose en el barro hasta los tobillos, doscientos pedazos de carne de cañón avanzan por la carretera hacia las posiciones que les han sido asignadas
70.
Las escotillas abiertas nos permiten seguir con la vista a los numerosos tanques enemigos que avanzan en formación cerrada por la carretera, bajo el sol
71.
–Es su Marcha de la Artillería de Campaña, Avanzan los Armones, ¿no? Pero no veo la relación
72.
Sólo entonces los militares avanzan
73.
Dos mil soldados rojos avanzan en un inmenso abanico sobre la ciudad de Halle en un frente de más de tres kilómetros
74.
Son fuerzas que se estaban reponiendo de combates, en proceso de reorganización y que avanzan por carreteras, bajo la lluvia, la nieve y los bombardeos
75.
En el estéreo está colocado el compact-disc y, conforme avanzan los tracks, agrego información sobre la obra, misma que el doctor intenta asimilar de buena manera para no parecer un estúpido
76.
Los tiempos avanzan, pero, en mi opinión, están dejando atrás las mejores costumbres
77.
¿Ha oído usted por lo demás el ritardando? Un capricho, ¿eh? Si, pues deje usted, hombre impaciente, deje entrar en su alma el pensamiento de este ritardando… ¿Oye usted los bajos? Avanzan como dioses; y deje usted penetrar este capricho del viejo Händel en su inquieto corazón y tranquilizarlo
78.
Avanzan sobre la tierra blanda con paso vivo, sin dejar de hablar animadamente
79.
Son las levitas rojas con puños amarillos de los dos alguaciles, Kaspersen y Uhlefeldt, quienes, vestidos con el uniforme de gala, con sombrero de tres picos, pantalones de montar blancos y espadines, salen codo con codo y avanzan por entre la multitud, que se va abriendo para dejarles paso
80.
–Mi general… los romanos… todos… han formado ya… las cuatro legiones y sus aliados… y avanzan… avanzan hacia nuestro campamento en formación de ataque
81.
Pero siempre encuentras idiotas que no avanzan con los tiempos
82.
Los Miembros avanzan del 101 al Triuno por orden de antigüedad
83.
–Y todos esos planetas que avanzan, se detienen y retroceden en la bóveda celeste, sin que eso pueda explicarse… Heráclito afirma que dos planetas giran alrededor del Sol y que el Sol, gira alrededor de la Tierra en un año
84.
ha desaparecido el envaramiento de sus gestos e incluso coge a Carvalho por el brazo mientras avanzan hacia la salida y le comenta que él conoce Italia de sus tiempos de marino
85.
–Síre, los austríacos avanzan en tropel hacia los pueblos
86.
Pero debemos irnos, debemos tomar el tren, debemos ir andando a la estación, debemos, debemos, debemos… Sólo somos cuerpos que avanzan cansinos, el uno al lado del otro
87.
¿Cortan cuando retroceden o cuando avanzan? ¿En el impulso de avance o de retroceso?
88.
En un gesto de traición los comparé con los tejados de Madrid, tan distintos, tan desordenados, tan escasamente poéticos, tan proletarios, tejados ocres, tejados pizarrosos, tejados de azoteas descubiertas, de modestas cúpulas tímidas que avanzan entre las antenas de televisión y a veces entre la ropa tendida, las sábanas al viento, los tejados vulgares de la ciudad en que vivo, los queridos tejados similares que veo apuntar desde mi ventana en Lavapiés, los límites precisos de la ciudad
89.
Pero todos tienen una traza, algo en común: son parte del mecanismo que ellos mismos se montan; ruedan, avanzan y retroceden como manda su negocio
90.
Los ejércitos avanzan hacia Ghealdan
91.
Mientras tanto, si el centro y el ala izquierda a Arik Buka avanzan con, el Gran Kan, Bayan, con todos los tumans pesados, barrerá alrededor del flanco de Arik Buka, envolviéndolo y aplastándolo
92.
Pasan unos segundos en los que sus acompañantes recomponen la postura, uno se duele tras haber golpeado la cara contra el reposa-cabezas del asiento delantero, el más pequeño ha caído sobre la palanca de cambios e intenta incorporarse, sin soltar la navaja, y mientras se recolocan, un coche detenido tras ellos pita repetidamente, pues el semáforo está verde y el conductor no entiende por qué no avanzan
93.
Por la acera del edificio tras cuya esquina ha desaparecido el niño avanzan ahora dos personas, un hombre y una mujer tomados del brazo, y su presencia tranquiliza algo a Carlos, más por su condición de testigos que porque espere ayuda alguna de ellos en caso de ser agredido
94.
Así avanzan durante diez minutos, los dos a buen paso, separados siempre por más de doscientos metros, pero ahora el niño no abandona la línea recta, recorre la acera izquierda de una calle larga, no gira en ninguna esquina, de forma que puede seguirlo con comodidad
95.
Durante el día, en filas, los telesillas avanzan para garantizar el acceso al paisaje, sin amor, se acierta y se cae sobre otras personas
96.
Pero los rusos avanzan en camiones Studebaker americanos
97.
Si no vamos por las carreteras, no debería haber problemas, si avanzan tan deprisa, eso quiere decir que la infantería todavía está lejos y en retaguardia»
98.
¡No debe quedar ni rastro de esa ralea! ¿Da vueltas en su mente a las consignas de guerra contra el pueblo aro, contra el oráculo que preconiza la destrucción de los ingleses? Las cuatro columnas avanzan a través de la sabana, guiadas por los exploradores venidos desde Calabar, Degema, Onitsha, Lagos
99.
Cuando los alemanes se lanzan al ataque, perforan el frente en el extremo de la línea Maginot y avanzan por el agujero de Sedán sin encontrar resistencia, hay un momento en que el generalísimo ve que ha llegado la hora fatal de la lucha y en su orden del día a los ejércitos da la consigna inexorable de que todo hombre tiene que hacerse matar en su puesto
1.
el brillo mate de la plata y por fin los iconos y las gentes avanzando a su antojo en grupos
2.
Cuatro hombres dentro de un coche, entorpeciendo la circulación, avanzando a paso de yunta
3.
Avanzando un poco más a lo largo del pasillo, una exquisita representación de una relación carnal, atrae mi atención, aquí la sucesión de escenas es directamente proporcional a la frecuencia normal que cada pareja tiene en la realización del acto amatorio en todo el curso de su vida, una pequeña sol naciente forma la base para estas escenas, que se suceden frenéticamente en una primera etapa, y disipe a medida que suben; un sol detrás de una colina, se establece de tal vitalidad y representa el límite extremo del fresco
4.
conforme vaya avanzando la investigación, profundizamos todo lo que quieras
5.
Iban bien – pensaba-, avanzando con los diez carros en fi la y con las diez mulas, los cincuenta mulatos y toda la esperanza del mundo en su cabeza
6.
GLBTT, avanzando hacia una sociedad que pueda eliminar la discriminación:
7.
Fue a preguntar, pero el señor Cuadros le atajóponiéndose en pie y avanzando con los
8.
avanzando en mi convalecencia, y en pocos días me hallé ya con fuerzas suficientes para
9.
Según las manecillas del reloj iban avanzando despacito,
10.
Vio con esto el cielo abierto don Baltasar, y avanzando viento
11.
voy avanzando enedad, me encuentro rodeada cada día de una
12.
tras un momento de vacilaciones,seguimos avanzando y
13.
PATROS ( avanzando con precaución)
14.
avanzando siempre con una rapidez que measombraba
15.
acompañan, y que deja en lugar conveniente cerca de la casa deTilo, avanzando él
16.
Rocambole se detuvo en el dintel de la puerta, y avanzando la
17.
Moore, encontró á los guerrilleros y les hizo retroceder haciaValladolid; de allí siguieron avanzando hacia el Norte y llegaron hastaAstorga
18.
—le contesté, y avanzando sobre el espacio del balcón hasta elrincón en
19.
Todos estaban de rodillas, apoyados en las manos, avanzando la cabeza lomismo
20.
continuaron avanzando hacia los parapetos conlos fusiles al hombro y las filas de
21.
Quedó todo en silencio, y el trineo siguió avanzando por el valletortuoso durante un
22.
Y avanzando como energúmenohacia el quejoso, preguntaba con voz
23.
encuentro con los grupos que regresabanal pueblo, siguieron avanzando lejos del río, por donde empezaba áelevarse el terreno, formando la pendiente de la altiplanicie pampera
24.
Y fué avanzando con lentitud por los caminos de la estancia
25.
avanzando los cuatro con cautela,estudiando el camino
26.
Perdimos de vista el Pez Volador, y fuimos avanzando hacia tierra
27.
aparecían otros subidos en bancos y sillas, avanzando lascabezas
28.
filas múltiples según elvapor iba avanzando
29.
Ulises lanzó esta exclamación avanzando el cuello
30.
Quiso afirmar su humildad avanzando hacia él los labios con
31.
Se hizo insinuante y seductora, avanzando las manos sobre los
32.
Avanzando por lo alto del cerro que limita las minas del lado dePoniente, habían llegado a
33.
avanzando hasta la orilla del mar
34.
avanzando donSabas con mesurado andar, la mirada puesta en el
35.
sedesperezaba sobre el plumón de las nubes, avanzando el rostro entre dosaleros
36.
A impulsos de su rabia, tendió el busto sobre la mesa, avanzando losbrazos y
37.
—No, abajo—replicó él avanzando hacia la puerta
38.
Briones mandó a los tiradores de la vanguardia preparasen sus armas yfueran avanzando despacio en
39.
Algunos jóvenes venían avanzando con miradas eléctricas y disparadas hacia todas las direcciones,
40.
Para ellos aquellas aniquilaciones habían sido un motivo de grave preocupación, pasaron por momentos de peligro, pero habían triunfado y gracias a su esfuerzo no habría ninguna otra amenaza de estatificación para los habitantes del Sistema Solar que desde el trampolín de Nekya podrían seguir avanzando en su conquista por los mundos habitables de los espacios siderales
41.
La muchacha aplaudió entusiasmada mientras el mago seguía avanzando ante los espectadores con el entrecejo fruncido, como si le hubiera desilusionado lo que había descubierto
42.
Detrás iban los tres restantes, avanzando a trompicones entre raíces, escombros e inquietantes sombras
43.
—¿Puede uno hacer más preguntas a las lagartijas mientras va avanzando en la visión?
44.
El corredor permanecía a oscuras, sin señal aparente de movimiento, aunque el muchacho comprendió que la sombra podía estar avanzando en aquella dirección sin que pudieran advertido
45.
Luego el aparato giró sobre su eje varias veces y terminó avanzando de lado, en suave aceleración, hacia los edificios de la derecha
46.
Luego siguieron avanzando a trompicones hacia delante
47.
Mientras hablaban habían seguido avanzando lentamente, cuando de repente, a lo lejos, por encima de ellos, Tanar distinguió una débil luminosidad
48.
Entonces se vieron separados por los guardias y continuaron avanzando lenta y trabajosamente a través de interminables y fatigosas millas
49.
No se vía nada excepto el estrecho paso por el que habían estado avanzando y la cuesta de la colina al otro lado
50.
Avanzando en fila de a uno, los dos Jedi y sus pádawan marchaban hacia el centro del campo de batalla
51.
Sí, había vivido así entre los juegos del mar, del viento, de la calle, bajo el peso del verano y las lluvias intensas del breve invierno, sin padre, sin tradición transmitida, pero habiendo hallado durante un año, justo en el momento preciso, un padre, y avanzando a través de los seres y las cosas [ ],[177] en el conocimiento que iba adquiriendo para fabricar algo que se parecía a una conducta (suficiente en ese momento, dadas las circunstancias que se le presentaban, insuficiente más tarde frente al cáncer del mundo) y para crearse su propia tradición
52.
Según la madrugada iba avanzando, la gente fue desapareciendo de la alcoba, y mis hermanos, fatigados, rotos los ojos por el llanto y el sueño, también se retiraron, quedándose dormidos en cualquier silla o sofá de la casa
53.
Calculó la velocidad que podría alcanzar un ejército con caballos y rápida infantería avanzando por aquellas perfectas vías de penetración hacia el corazón mismo del Imperio, y llegó a la conclusión de que los incas, concentrados en su afán conquistador, habían olvidado por completo el más elemental sentido de la defensa
54.
Salió así, implacable y avanzando con los brazos cruzados ante el general, que le esperaba y que retrocedió espantado hasta encontrar una mesa, en la que se apoyó
55.
La Hasatso seguía avanzando lentamente hacia el interior del sistema
56.
El grupo de naves seguía avanzando: la Luna Creciente iba en primer lugar, dirigiéndose hacia los confines del sistema, con su escolta mahe a bastante distancia y un torrente enloquecido de knnn cerrando el desfile
57.
Y los knnn… los knnn seguían avanzando como un torrente enloquecido, acelerando cada vez más, un poco separados del curso de la Orgullo
58.
Pyanfar señaló hacia el muelle y Dientes-de-oro fue en esa dirección con su séquito detrás, como un gigantesco organismo de oscuro pelaje que iba avanzando hacia la entrada
59.
Iban avanzando tan rápido como podían por entre los escombros que se hallaban al borde del sistema
60.
Los caballos siguieron avanzando por los sinuosos y
61.
Los minutos continuaron avanzando entre una lluvia que no sabía de descansos, en el interior de una tormenta que me rodeaba
62.
De las indagaciones que llevo efectuadas se deduce que no hemos estado avanzando en la dirección más conveniente
63.
Tommy cruzó Regent's Park, avanzando luego por varias calles en las que no había estado desde hacía algunos años
64.
Esta siguió avanzando en el interior de la casa absorta en sus reflexiones
65.
Entró Horbury, avanzando con deferente suavidad
66.
-Ustedes perdonen -dijo Sugden, avanzando y echando a un lado a las señoras
67.
Tras haber recolectado los deliciosos ham, o mangos, los dos hombres continuaron avanzando por la selva, pues deseaban cazar algún animal comestible antes de regresar a la playa
68.
El hindú tomó las dos pistolas del capitán, y se internó en la selva, avanzando con gran precaución y mirando a derecha , izquierda, para no perder alguna ocasión propicia
69.
De vez en cuando miraba hacia el mar, y cuando la nave desapareció ante su vista espoleó rabiosamente a su corcel, avanzando a todo galope
70.
Por temor a ser alcanzados por sus camaradas, muchos de los cuales continuaban a nado, remaban con desesperación, avanzando con extraordinaria rapidez y pasando a todas las chalupas, incluso a la de la duquesa
71.
El rey de los pescadores empuñó la barra del timón que hasta entonces había tenido uno de los marineros y dirigió el «Bangalore» hacia los bancos, avanzando con extremada prudencia por no sufrir la suerte experimentada por la nave inglesa
72.
Prosiguió avanzando cautelosamente y lanzó una maldición cuando una esquina de la mesa de la cocina se le incrustó en los riñones
73.
Continuaron avanzando, llevando siempre al niño para sustraerlo a los pinchazos de las espinas, y doblando las ramas que obstruían el paso
74.
Por un canal abierto entre los bancos y los mangles pasó la chalupa, avanzando lentamente para no embarrancar
75.
—La puerta de la calle estaba abierta —observó, avanzando hacia la mesa—; conque me tomé la libertad de entrar
76.
Luego los dacoitas se deslizaron entre las altas hierbas avanzando hacia los primeros soldados que se encontraban á trescientos metros de la puerta
77.
Los dacoitas estaban a cincuenta pasos de allí y continuaban avanzando
78.
Se habían puesto en camino, avanzando con precaución, y con armas en la mano por temor a algún ataque imprevisto
79.
El Condor, que seguía avanzando a ciento diez kilómetros por hora, entraba otra vez al Estado de Nueva York pasando por Ulmina, de modestas proporciones cien años antes, y ahora enorme
80.
La ciudad flotante, mientras tanto, seguía avanzando, pasando por el amplísimo canal existente entre la Gran Canaria y la isla de Puerto Ventura, con el grave peligro de chocar contra los innumerables peñascos que habían surgido después de la erupción del Tenerife
81.
-¿Que no está la canoa? - dijo el doctor, avanzando hacia ellos mientras un frío sudor le corría por la frente-
82.
Avanzando lentamente, con toda suerte de precauciones y después de haber atravesado numerosos barrancos que quizá sirvieron en otros tiempos de lecho a algún torrente, al cabo de media hora llegaron a la extremidad opuesta del lago
83.
El tigre se lanzó fuera de las cañas, avanzando con rapidez fulminante tras el paquidermo, el cual se apresuró a presentar sus colmillos
84.
Mientras Sandokán y sus hombres se lanzaban en medio de la espesura, Yáñez encendió un cigarrillo y se encaminó hacia el jardín, avanzando con paso tranquilo, como si en vez de una exploración volviese de un paseo
85.
A las diez, las ocho galeras venecianas abandonaron la ensenada, avanzando resueltamente al encuentro de las mahometanas
86.
Los que llevaban el féretro siguieron avanzando entre los incontables filos, agudos como navajas
87.
Avanzando por la oscura aldea, buscó a Sloan en el perímetro interior del muro de árboles
88.
Se levantó con lentitud, mirando con gran atención a las ramas de los árboles cercanos, después siguió avanzando, y su cuerpo todo quedó a la vista
89.
Luego los dos siguieron avanzando
90.
El siguiente soldado consiguió dispararle una flecha antes de que él continuara avanzando
91.
La calle por la que estaban avanzando terminaba en un cruce con otros cinco callejones
92.
Con el dorso de la mano, apartó un colgajo de líquenes amarillos, avanzando cautelosamente
93.
Y los vardenos seguían avanzando cada vez más hacia el interior de Urû’baen
94.
Los cascos sin fin, los obuses inspirados, las ametralladoras de campo, los cañones de asedio y los nobles tanques de batalla se extienden desde un horizonte hasta el opuesto, siempre avanzando, no hay enemigo capaz de resistirse a este Estado
95.
Al momento siguiente, la misión requiere que el agente-yo se aventure debajo de la mesa familiar, avanzando sobre las manos y las rodillas
96.
Se colocó en la cola de los que entraban en el patio y fue avanzando despacio sin apartar la mano de su escarcela
97.
De súbito sintió a su alrededor una granizada de balas y comprendió que no podía seguir avanzando, debía buscar resguardo
98.
Los viajeros entraron entre las vallas metálicas y Stefan fue avanzando a la altura de ellos, pero por el exterior de las mismas
99.
La muchacha fue avanzando trabajosamente arrastrando con el pie una maleta, con una gran bolsa sujeta mediante una cincha de cuero a su hombro derecho; su bolso, en la otra mano junto a su neceser y su boina, en precario equilibrio sobre sus cortos cabellos
100.
Fue avanzando en medio de la corriente humana que en el mismo sentido se iba desplazando lentamente, como la lava de un volcán, y que la conducía inexorablemente hacia la cola formada frente a una garita verde en la que de lejos podía observar a dos uniformados policías de ferrocarriles pidiendo, tras los cristales, las respectivas documentaciones que los pasajeros iban depositando sucesivamente en una bandeja de latón acanalado ubicada bajo la ventanilla y que ellos a su vez, una vez inspeccionadas someramente en tanto hablaban y sonreían, depositaban de nuevo
1.
avanzar sin provocar el dolor en sus semejantes e incluso en ellos mismos
2.
cuenta de que el mismo vehículo había dado la vuelta y se había puesto a avanzar, con la
3.
los suboficiales, comenzaron a avanzar, presumiblemente cada una de ellas hacia un punto
4.
trata de un mensaje bueno y útil, que llega al corazón y sirve para avanzar en el
5.
constante evolución que necesitan de encarnaciones en el mundo físico para avanzar
6.
Existen muchos espíritus que han decidido dar el paso de avanzar y por
7.
respecto a lo que ha podido avanzar de una encarnación a otra, ya que el nivel
8.
sirve para avanzar en el sentir y el amar
9.
para conseguirlo, y retener a los que quieren avanzar, incluso los lazos de sangre,
10.
lo que sufren por no querer avanzar
11.
bienintencionado y con voluntad de avanzar, si no supera los miedos puede quedarse
12.
oportunidad de intentar mejorarlos y de avanzar así en el proceso de eliminación del
13.
¿Respondo con esto a tu duda de si el hecho de avanzar
14.
avanzar en la protección de nuestra privacidad tenemos una
15.
avanzar por una curva se da de bruces con el enemigo
16.
vez asentada en la aceptación de toda incertidumbre, avanzar junto con el tiempo
17.
Avanzar hacia las vísceras
18.
nerse fiel a su empresa de conquista y avanzar en la producción del
19.
licos que permitan avanzar en la reconstrucción del tejido afectivo
20.
En consecuencia, la manipulación, o más bien quien la lleva a cabo, aborrece el discernimiento y la capacidad de investigación o descubrimiento de quienes domina, y a quienes ve como pasivos instrumentos para avanzar en sus propósitos, como meras piezas de un frío y calculado juego de ajedrez al servicio de supuestos "fines superiores"
21.
luego avanzar por el arrecife y embestir a Dupont y a Vedel por la espalda, mientras Castaños,
22.
Es preciso avanzar en todode una manera progresiva, y paso a
23.
la galaxia, logrando avanzar en todos los frentes pero al llegar
24.
net, resume lasituación en enero de 2007: "Tengo la impresión de que estamos viviendoun periodo 'flotante', situado entre los tiempos heroicos, en los quese trataba de avanzar esperando a que la tecnología nos alcanzara, y elfuturo, en el que la anchura de banda muy alta liberará fuerzas que aúnno se han desencadenado
25.
notable engrandecimiento del estado: pero, para entraren este detal, era necesario avanzar al todo
26.
alcanzaba con su espada á uno y otrolado de la habitación, y no les dejaba avanzar
27.
—¡Por las rocas de la Carniola! ¡tardas bastante tú también!—exclamóviendo la segunda escampavía destacarse del horizonte y avanzar conrapidez—
28.
avanzar en el camino[Pg 304]del bien
29.
avanzar hacia la Línea, cesa la brisa vivificadoray el aire se
30.
Pero apenas intentó avanzar hacia el interior del puerto, uno de losbuques de guerra que le vigilaban forzó sus máquinas para cortarle elpaso, colocándose ante él
31.
avanzar unidos en la paz y en el progreso
32.
que nos permitirían avanzar en la dirección centrípeta, hacia lo que David Icke llama la Unidad
33.
ante los grupos desoldados, haciendo avanzar a sus dos
34.
No pudo avanzar más, y se sentó en el hueco de una puerta
35.
Ladentición del niño no podía avanzar, por
36.
Comenzó a avanzar, en dirección a la cuadra del baño, hurgoneando lasombra con
37.
Y las mujeres eran las primeras en avanzar, en agarrarse a las puntasdel féretro,
38.
poder avanzar cuanto anhelaba, buscando el agujero angosto,queriendo antes destrozar en él sus
39.
Robledo acababa describiendo su arribo—cuando los caballos ya nopodían avanzar más—á un pozo de
40.
vegetación que allí flotan en elmar se habían acumulado en la proa y no dejaban avanzar a El
41.
Quiso avanzar Fernando en su carrera, ir destinado a una
42.
Lasseñoras debían avanzar con los ojos vendados,
43.
Ella fue la primera en avanzar por el pasadizo, explorando sus
44.
El Goethe, al avanzar, rompía en mil pedazos
45.
al avanzar la cabeza fuera de la borda seconvencían los
46.
recuerdo de las yuntas dela estancia, que se negaban á avanzar
47.
una firmevoluntad de avanzar, pero traicionados en sus deseos
48.
Al verle avanzar por el campo de la ejecución con paso
49.
que los oficiales pudiesen avanzar sinbajadas y subidas, unos
50.
avanzar hacia el reptilrunruneando y extendiendo sus manos, lo
51.
avanzar entre dos hileras de cirios, sudando bajoel peso del
52.
han cesado los esfuerzos ante elconvencimiento de no poder avanzar más en esta senda de
53.
Pasado un momento, empezaron a avanzar con pasos cautelosos, inclinados y escudriñando a su alrededor
54.
Jane y yo repasábamos los datos en un intento de avanzar en la investigación
55.
–¿Entrar en la profecía? – había preguntado con amargura, al avanzar por las tierras de pastoreo como un monstruo, trepando con torpeza por encima de las vallas mientras desde las distantes casas de campo le llegaban los furiosos ladridos de los perros-
56.
Es esencial que pueda consultar ese manuscrito, porque creo que estoy en condiciones de descifrarlo, y eso nos permitiría avanzar mucho en la investigación
57.
Pitágoras y Platón, al reconocer que el Cosmos es cognoscible y que hay una estructura matemática subyacente en la naturaleza, hicieron avanzar mucho la causa de la ciencia
58.
Es imposible avanzar más —dijo Stellara
59.
El tren pitó dos veces y empezó a avanzar resoplando
60.
Debo mejorar la mente y estudiar de veras para mantener siempre vivas mis enseñanzas, sobre todo con las alumnas mayores, que no cesan de avanzar muy deprisa en sus estudios
61.
«Para llegar a la cumbre, se debe avanzar paso a paso
62.
También allí, en medio de la gente, debía aguantarse para no ceder al impulso de alargar un brazo y buscar el contacto físico con ella, que parecía avanzar entre el gentío sin ver nada, con la cabeza ligeramente inclinada hacia delante y el aire absorto de quien mira más hacia dentro que hacia fuera de sí mismo
63.
Mientras atravesaba la calle tambaleándose, vio avanzar entre los paseantes y en su dirección una lujosa litera cubierta sostenida por ocho musculosos eslavos vestidos con ligeros peplos purpúreos, precedidos por un gigantesco guía libio y por dos jóvenes esclavos dálmatas
64.
Pocos días después del sermón, Rieux, que comentaba este acontecimiento con Grand, yendo hacia los arrabales, chocó en la oscuridad con un hombre que se bamboleaba delante de él sin decidirse a avanzar
65.
De pronto, en las calles desiertas y caldeadas se veían avanzar, anunciados primero por el ruido de las herraduras en el empedrado, guardias montados que pasaban entre dos filas de ventanas cerradas
66.
Le fue necesario encontrar a Cottard en casa de Rieux para avanzar un poco
67.
Había únicamente que empezar a avanzar en las tinieblas, un poco a ciegas, y procurar hacer el bien
68.
Intentó correr, pero sólo logró avanzar un par de cientos de metros antes de que los soldados japoneses la capturaran y se la llevaran a rastras
69.
Pese a ir vestida con el cortavientos, pantalones y calcetines, en el instante en que empecé a avanzar entre las plantas, comencé a moquear
70.
(tenía la loca idea de salir de la trinchera y avanzar hacia las ametralladoras hasta que me mataran
71.
Los nuevos amigos intercambiaron una sonrisa e hicieron avanzar a su rehén a buen paso hacia el este y hacia las respuestas que los esperaban allí
72.
Eso estaba bien, pero él no sabía avanzar con cautela, ni sentía amor por los insectos, que no prestaban atención a los elfos pero que zumbaban alrededor de sus cabellos cobrizos, y había algo en el aire del bosque que le causaba alergia; le picaba la nariz y se sentía incómodo, como si fuera a estornudar en cualquier momento
73.
Pero, al avanzar, tanto en lo temporal como en lo espacial, encontrábase uno con más y más círculos en movimiento
74.
Avanzar con demasiada rapidez
75.
Sus conclusiones no nos han hecho avanzar mucho en la encuesta
76.
Retrocedí mentalmente a un momento determinado —la tensión de esperar en la oscuridad—, aguardando la orden de avanzar
77.
Saltaron a la barca que era la mayor de todas y los remeros la hicieron avanzar ofreciendo la popa a la corriente
78.
Al verlos avanzar con sus fusiles, el brujo huyó precipitadamente con los tocadores de flauta, pero el Corsario no permitió que sus hombres hicieran fuego; no quería ser el primero en iniciar la lucha
79.
Los otros levantaban el tronco y lo apartaban a un lado, a fin de que la litera del maharajá pudiese avanzar libremente
80.
Hacia el septentrión se veían numerosos puntos brillantes avanzar entre las altas hierbas, distinguiéndose una masa oscura que aumentaba de volumen constantemente
81.
Empezó a avanzar hacia la puerta de una manera tan vacilante que me acerqué a él para ayudarle
82.
—Puedes avanzar —-le dijo Sun-Pao en malayo, lengua que conocía muy bien y que sabía que era la que hablaban los isleños de Pulo Cóndor
83.
El pirata había dejado atrás a la vieja Man-Sciú, bajo la vigilancia de uno de los bandidos y había dado a los otros la orden de avanzar
84.
Cuando les vio echados detrás de los matorrales y de los peñascos en que desaparecía el declive de la colina, dio orden de avanzar, arrastrándose, protegiéndose con un fuego graneado
85.
Durante unos segundos quedó sujeto por la mitad del cuerpo, sin poder avanzar ni retroceder, hasta que consiguió librarse los brazos y agitó inesperadamente las piernas
86.
Tremal-Naik descendió a la mayor y dio orden de avanzar en el mayor silencio
87.
Mientras los tres hombres batallaban en las tinieblas sin atreverse a avanzar un paso, Carmaux había, por fin, encontrado las antorchas pero no al plantador, que había aprovechado la ocasión de huir, y encendió una
88.
En su noche de bodas vio avanzar en su dirección a un vejete tembloroso con una bata de franela, abierta, y algo imprevisto bajo el ombligo
89.
Viéndola avanzar, los marineros de la fragata se habían refugiado precipitadamente en el castillo, que era la parte más alta y menos expuesta
90.
Los guardias la vieron aparecer por la esquina y adivinaron sus intenciones, pero tenían órdenes precisas, así es que cruzaron sus rifles delante de ella y cuando quiso avanzar, observada por una muchedumbre expectante, la tomaron por los brazos para impedírselo
91.
El señor Albani y el marinero se habían detenido detrás del tronco de un colosal durión, no atreviéndose a avanzar sin saber antes qué clase de enemigo era el que tenían enfrente
92.
El león estaba por avanzar hacia el árbol cuando se sintió un leve crujido de ramas aplastadas
93.
Vio a la periodista y su inseparable compañero, el de la cámara fotográfica, avanzar por el patio ignorando los ladridos
94.
Apenas había despuntado el día cuando los filibusteros, armados tan sólo de pistolas y sables de abordaje, comenzaban a avanzar bajo la dirección de Laurent y de Grammont
95.
Viéndolos avanzar, los españoles suspendieron por un momento el fuego; vacilaban en exterminar a tanto infeliz
96.
Ya habían cortado más de la mitad, cuando vieron al oso dejar su puesto y avanzar lentamente hacia la orilla
97.
Intentó avanzar entre las cañas, y reconoció que el islote debía de estar formado por un conglomerado de raíces y ramas detenidas allí por cualquier obstáculo, y que se habían entrelazado fuertemente a modo de una de esas almadías que con frecuencia se ven en el lago de México
98.
Intentó avanzar algunos pasos con la idea de espantarle; pero el singular animal no dejó su puesto y continuó sus movimientos y reverencias
99.
Iban a retirarse, cuando vieron encenderse en la plaza algunos haces de leña y avanzar un oficial que llevaba en la punta de la espada un banderín
100.
A partir de ese momento, los vardenos encontraron muy poca resistencia, así que pudieron avanzar rápidamente por el centro de la ciudad en dirección al enorme palacio de Lord Halstead
1.
Avanzas resuelto por los pasillos de mi palacio deteniéndote apenas los segundos necesarios para contemplar las pinturas de los Reyes Católicos, para beber un vaso de agua cristalina, para tocar con la yema de los dedos el azogue de los espejos
2.
Avanzas en medio del sueño por pasillos y salas de piedra desnuda
3.
En sus brazos te aguarda la paz, el calor, y en esa esperanza avanzas, sorteas cajas llenas de recuerdos que nadie volverá a mirar, maletas con ropa vieja que alguien olvidó o no quiso tirar a la basura, y de vez en cuando la llamas, a tu princesa, ¿dónde estás?, dices con el cuerpo aterido de frío, haciendo castañetear los dientes, justo en medio del túnel, sonriendo en la oscuridad, tal vez por primera vez sin miedo, sin ánimo de provocar miedo, animoso, exultante, lleno de vida, tanteando en la oscuridad, abriendo puertas, cruzando pasillos que te acercan a las lágrimas, en la oscuridad, guiándote únicamente por la necesidad que tu cuerpo tiene de otro cuerpo, cayendo y levantándote, y por fin llegas a la cámara central, y por fin me ves y gritas
4.
Para hacer este ejercicio más exigente, verás que mis programas progresan en este movimiento mientras avanzas por los niveles, incorporando el movimiento de tus brazos rectos detrás de tu cabeza
5.
Y luego avanzas por las estribaciones de los Alpes hacia Otago
6.
No basta con reaccionar de inmediato; tienes que reaccionar mientras avanzas
7.
Es lo que tiene el viajar en el tiempo…, siempre avanzas, incluso cuando regresas
8.
Sala los trozos de congrio y dejálos escurrir mientras avanzas con la receta
1.
por el otro lado de la pared, avanzo con lentitud en su dirección
2.
Vacila ante el ojo de mi memoria a una distancia fija, siempre levemente desenfocada, reculando exactamente a la misma velocidad que yo avanzo
3.
Empujo con todas mis fuerzas, avanzo con efecto, pero me parece que con demasiada lentitud; para ir más aprisa tiro hacia atrás una parte de las masas de carne y me escurro por encima y a través de ellas
4.
Avanzo hasta arriba y escucho
5.
Es cierto que me he sentado al volante para llegar a su casa lo antes posible, pero cuanto más avanzo más cuenta me doy de que el momento de la llegada no es el verdadero fin de mi carrera
6.
Avanzo unos pasos y me siento tras el escritorio
7.
Avanzo a grandes zancadas hacia la tienda principal
8.
Cuanto más avanzo en el caso, más incógnitas encuentro
9.
Ya lo he dejado atrás en el pasillo, por el que avanzo dando tumbos
10.
Lo puso en marcha y avanzo lentamente hacia el exterior
11.
Ubico allí, junto al muro, al tío Jacques; le prohíbo que se mueva, y yo, aprovechando que una nube oculta en ese momento la luna, avanzo hasta ponerme frente a la ventana, pero fuera del cuadrado de luz que proyecta; porque la ventana está entreabierta
1.
Después de eso, mientras avanzábamos en silencio, comencé a tener una sensación de
2.
—¿Qué vas a hacer con un ampli? —le pregunté, alzando la voz para hacerme oír por encima del bullicio general, a medida que avanzábamos a trompicones por la carretera en dirección a la ciudad—
3.
Mientras íbamos hacia Londres, uno de los secretarios de Mandeville enarboló el estandarte con las armas de Inglaterra y así todos y cada uno sabíamos que avanzábamos en nombre del rey
4.
»-Por cierto, Mortimer -le dije mientras avanzábamos a saltos por aquel camino tan desigual-, supongo que serán muy pocas las personas de la zona que usted no conozca
5.
Los abundantes juncos y las exuberantes y viscosas plantas acuáticas despedían olor a putrefacción y nos lanzaban a la cara densos vapores miasmáticos, mientras que al menor paso en falso nos hundíamos hasta el muslo en el oscuro fango tembloroso que, a varios metros a la redonda, se estremecía en suaves ondulaciones bajo nuestros pies, tiraba con tenacidad de nuestros talones mientras avanzábamos y, cada vez que nos hundíamos en él, se transformaba en una mano malévola que quería llevarnos hacia aquellas horribles profundidades: tal era la intensidad y la decisión del abrazo con que nos sujetaba
6.
Yo, por supuesto, lo intenté con todas mis fuerzas en varios momentos de aquel eterno recorrido por los dichosos puentes pero cada vez que un insecto volador se me cruzaba por delante perdía toda la concentración y notaba que mis pasos se volvían inestables y que, con las manos, zarandeaba sin querer la pasarela por la que avanzábamos
7.
Mientras avanzábamos por el pasillo, Marino se introdujo la mano en el bolsillo posterior de los pantalones y extrajo el billetero
8.
–Y yo sólo te lo recuerdo, por si acaso -me murmuró al oído mientras avanzábamos por el pasillo del avión
9.
«Cuanto más avanzábamos», escribiría, «más maravilloso era el ánimo de los franceses, para los que
10.
Sin embargo, directamente desde abajo, mientras avanzábamos por encima de la calle, una corriente de calor pasaba por nuestro lado, parcialmente desviada por la V que formaba la inclinación del letrero
11.
Por unos breves instantes, mientras avanzábamos por la calle Beekman, frente a las ruinas que en algunos sitios ya se hallaban cubiertas de nieve, me sentí abrumado por la tristeza
12.
Cuando avanzábamos nuevamente por el corredor, Pilato se situó a mi altura, haciendo un solo pero elocuente comentario:
13.
Mientras avanzábamos por el sendero de la entrada, Matthew comentó que las explicaciones, al igual que los medicamentos, son más fáciles de tragar si se las acompaña con algo líquido
14.
Lentamente recorrimos toda la casa hasta la puerta trasera, y fuimos apagando las luces según avanzábamos
15.
Mientras avanzábamos lentamente en dirección a Tjanath, nuestros ojos exploraban continuamente el cielo en todas direcciones
16.
Mientras avanzábamos hacia el norte mirábamos atrás de vez en cuando; ahora vi que los tres hombres se levantaban y bajaban la colina acercándose a los cuerpos de sus amigos; al hacerlo, nos dimos cuenta de que eran mujeres y estaban desarmadas
17.
A medida que avanzábamos hacia Roma, lo que al principio parecía una absurda y pretenciosa revuelta de suboficiales fue cobrando entidad al unirse algunos generales
18.
Pero no podía contener la risa y la oímos toser, atragantada, mientras avanzábamos por el pasillo en dirección al estudio
19.
Me pareció asustada, y que a toda costa quería apartarse de la dirección en la que avanzábamos
20.
Para el mediodía habíamos cruzado ya las dunas, tras una afortunada marcha en zigzag subiendo y bajando por sus ondulaciones, y avanzábamos por la más llana planicie
21.
Al aproximarnos a ellos, reducíamos un poco la velocidad y avanzábamos iluminando el suelo con grandes precauciones
22.
Asomados por las escotillas abiertas, avanzábamos entre los pequeños arbustos; después, por el lecho de un río lleno de agua estancada y de barro pestilente
23.
Mientras nosotros en Kwantung avanzábamos en guerra contra los latifundistas, la izquierda del KMT quería un movimiento lento y pasivo que apoyara el esfuerzo militar, y la línea dominante en el PCCH era conciliar con el KMT y frenaba la extensión de nuestras propuestas a otras regiones para asegurar la alianza nacionalista-comunista
24.
–Supongo que siempre queda el negocio bancario -dijo, precediéndome mientras avanzábamos a través de los montones de muebles depositados en el Salón de las Palmeras-
25.
También advertimos que la variación disminuía uniformemente a medida que avanzábamos y, lo que era aún más sorprendente, que la temperatura del aire, y después la del agua, se hacían más suaves
26.
El tráfico era fluido, pero poco antes del desvío a La-Guardia empezó la retención y mientras avanzábamos a duras penas me dijo:
27.
Mientras avanzábamos, recordaba los planes que en mi primera juventud había elaborado cuidadosamente contra el gran Mitrídates, padre de mi actual antagonista, y cómo el gobernador de la provincia de aquella época los había despreciado por considerarlos la obra de un joven petimetre, de un estratega aficionado, que haría mejor en ocuparse de escribir epigramas griegos que de mandar tropas
28.
La multitud se fue reduciendo a medida que avanzábamos hacia el este y por fin desapareció
29.
A la una y media pasábamos ante el cabo Chicken y avanzábamos, 108
30.
Mientras avanzábamos hacia la mesa, Elijah se dirigió a mí en un susurro
31.
Técnicamente ya estábamos «bajo peso» [3], puesto que avanzábamos lentamente hacia el colapsar de Puerta Estelar, a gravedad uno
32.
Me encontraba con una patrulla a pocos kilómetros del campamento con mi pelotón; éramos media docena, y avanzábamos a duras penas entre los arbustos
33.
Al pasar a pie por los pueblos y ciudades pequeñas -algo que ocurría con relativa frecuencia-, cantábamos esas canciones, mientras avanzábamos en filas de tres, como soldados
34.
Cuanto más avanzábamos más templado se hacía el ambiente, con lo que no tardamos en desabrocharnos las prendas de más abrigo
35.
Mi alteración y mi desazón, a medida que avanzábamos por ese pasillo natural, mal alumbrado por las lámparas de aceite, fue aumentando a cada paso