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    Используйте «charlar» в предложении

    charlar примеры предложений

    charla


    charlaba


    charlaban


    charlabas


    charlado


    charlamos


    charlan


    charlando


    charlar


    charlas


    charlo


    charlábamos


    charlé


    1. El mayor desconcierto, era escuchar la charla entre las dos mujeres sin inmutarse sobre mi desesperación


    2. Y pude entender este evento, en la charla informal con aquel joven fallecido


    3. » Mientras daesta amorosa serenata á su amada Isabel, la hija del molinero, y losperros y gatos forman el coro ladrando y mayando, prosiguen los criadosen su charla, y al fin oye de los labios de su dama la respuestafavorable que aguardaba


    4. En esta charla iban don Quijote y su escudero cuando vio don Quijote que venía por el mismo camino una polvareda del carajo y, al verla, se le metió que adentro venía un ejército de hombres armados hasta los dientes, por lo cual le dijo a Güicho Panza:


    5. que existe un suficiente numero de personas interesadas en escuchar una charla


    6. Sin embargo, en los salones bogotanos se pelean ahora la presencia de los dos empolvados y acicalados caballeros, quienes con sus galanas maneras, su charla fina, sus trajes elegantes, sus gustos y hasta su manera novedosa de bailar la contradanza y el minué, dejan boquiabiertas a las damas y un tanto envidiosos a los varones


    7. El otroJosé estaba muy aturdido con la bárbara charla del grande hombre, el másdesgraciado de los héroes y el más desconocido de los mártires


    8. Como al principio era su charla frívola y degacetilla, todos se reían y el Pater estaba en sus glorias


    9. Charla en el diván


    10. Y desdeñando la conversación cortó la hebra de su charla

    11. ojos, nuestra charla inacabable


    12. juegos, y por las noches me acompaña con su charla, demanera


    13. hombres; el que se mata a estudiar en silencio, se quedaatrás, y el que charla, sigue


    14. ¿Qué diablos quieren decir la carta deFunes, y luego la charla del médico?


    15. Con este notición se puso término a la charla, así porque era ya tarde,como porque los


    16. charla ybromea, y él la imita lo mejor que puede


    17. La charla de éstos sólo llegaba á la


    18. Arno; la esencia de lasflores vagaba en el ambiente, y las risas e incesante charla


    19. La indiscreción de un empleado ó la charla deun


    20. Y apresuradamente, queriendo desviar con su charla el curso de laconversación, que

    21. cuatro horas desonora charla


    22. sangre, él se había sentado en la sala de estar de su mansión y había tenido una agradable charla


    23. efecto, charla en esos propios instantes amás y mejor en amor y


    24. La charla de los jóvenes en voz baja era


    25. Cansado de la charla de


    26. Elfondo de su charla era constantemente adulador


    27. Por la tarde, después de aligerada yrefrescada el alma con larga e íntima charla, ambas se trasladaron encoche a San Pascual, rezaron allí una estación al


    28. Clementina llegó a la sala cuando más enfrascados estaban en la charla


    29. Maltrana escuchaba con mal disimulada impaciencia la charla de la vieja


    30. Adivinando el ingeniero que la molestaba consu charla, fué en

    31. con charla pintoresca la pasión dinástica de Bringas, y pedíapara los generales, no una


    32. la charla, y que sólo unade ellas puede presentar el carácter de la


    33. realidad, a pesar de su expresión lánguida,tenía en su charla la volubilidad de un


    34. Se acabó la interminable charla que zumbaba en los oídos de la jovenempleada; se


    35. Y en esta charla surgía a cada momento el elogio del marido,


    36. Por supuesto, durante ese tiempo novio lo que pasaba, no oyó ni entendió la charla del maestro Uribe


    37. la alegre charla con que entretenían su espera en


    38. en un edén con su charla insinuante y graciosa la tertulia quese había formado para


    39. de lascortinas, la charla incesante y las sonoras carcajadas de los jóvenesllenaban la


    40. unaagradable conversación, que degeneró en charla bullanguera

    41. En alegre charla se dirigieron todos hacia la escalinata y


    42. porenterado y tan bien se las arregló con su charla graciosa,


    43. El tiempo transcurría, la charla fue


    44. terminase la charla yde quedarse sola; pero el ama estaba en


    45. dejadollevar de la charla del poeta y le había reído los chistes


    46. encantado su graciosa charla y admiraba su espíritu a la


    47. torera,aguantaba silenciosa esta charla en un extremo de la habitación


    48. basta de charla; el público se impacienta, y lomejor que pueden hacer


    49. El almuerzo prosiguió en el mismo tonocordial, alegrado por la charla de Sardiola, por el


    50. –¿Ves tú?, cuando miro a los otros -dijo en el tono habitual de su charla con ella-, a mis hermanos, por ejemplo, bueno, no lo comprendo, me parece que están perdiendo el tiempo










































    1. Él se dejaba querer, yapenas tomaba parte en la tertulia, como no fuera con los silogismos quementalmente hacía sobre todo lo que allí se charlaba


    2. Charlaba la anciana, y yo, más atento a la joven quea la


    3. La gente charlaba formando corrillos delantede las puertas


    4. Mientras así charlaba con todos los que se le acercaban, una


    5. con su anteojo el combate, mientras charlaba y reíacon sus


    6. que acostumbraba, el tabernerolo charlaba á todo el mundo; que habiendo en una ocasión añadido


    7. único que, en su inconsciencia de hombredistraído, no se percataba de la situación, y charlaba


    8. La doncella, mientras le recogía el pelo, charlaba por los codos


    9. Elenita charlaba por los codos con el pollo Lisardo


    10. En un mismo día charlaba

    11. charlaba de política por los codos, se leíanpapeles de Madrid, y se enmendaba la plana a todos


    12. prohibidos; se bebía café, se vaciaban botellas y se charlaba de lolindo


    13. Cuando el niño tuvo un año, hora tras hora registrada con una muesca al ponerse el sol y al amanecer, charlaba con los pájaros y llamaba a Ne-Kâ el ganso salvaje, que llamaba a su vez al niño desde el cielo:


    14. Distinguieron la amazacotada silueta de un tambo ante cuya puerta charlaba un grupo de soldados, por lo que se vieron obligados a dar un enorme rodeo ante la desesperación de Sangay Chimé


    15. En el paseo, Peggy charlaba en ruso sobre el estado de las boyas y se quejaba de que los mapas de las corrientes necesitaban ser actualizados


    16. De pie tras la barra, Dieter Schloss charlaba con Caspar Hausorn


    17. Luego me dieron vino, obligándome a beberlo, y yo mientras más bebía más charlaba, diciendo atroces disparates y frases graciosas, hasta que me quedé como un cuerpo muerto


    18. ) El abogado, que hasta entonces no había tenido que sufrir ninguna de las opiniones de Arnold, pareció contento de escucharle, mientras Deirdre charlaba con Joan acerca de cómo esperaba encontrar una vajilla nueva en una de las islas


    19. Lo que recordaba del video, en cambio, era un Ivanov que se bajaba sin ganas del auto, entraba apresurado en el edificio, charlaba sobre perros con un vecino, subía en el ascensor con sombría determinación y echaba una mirada de despedida a la cámara de seguridad antes de bajar


    20. Me apartaba de una conversación, y un momento después me veía rodeado por otro grupo de gente que charlaba de lo mismo pero en términos diferentes

    21. Me erguí y observé el coche mientras bajaba por la calle, hasta la esquina antes de la escuela, donde Grace charlaba con dos amigas


    22. Un matemático aficionado, pensando agradar al anciano compañero charlaba de algunas cosas referentes al concepto geométrico de infinito


    23. De ordinario no le pagaba el servicio, porque, según la Columba, el dinero en el bolsillo de los rapaces sólo servía para maliciarles; se conformaba con darle de merendar una pastilla de chocolate y un pedazo de pan y, luego, charlaba con él a distancia, junto al arcén del pozo, y así que el niño marchaba la invadía una sensación de desasosiego, como un picor inconcreto que iba extendiéndose por todo el cuerpo


    24. Charlaba imperturbablemente con Olivia, no permitiéndole que se diera cuenta del gran peligro en que se hallaban


    25. Lo que más la reconfortaba era llegar a casa de sus amigos, donde recibía el cariño, las atenciones, los mimos que le brindaban, y especialmente cuando charlaba con ellos, atendiendo sus consejos, que le llegaban como un bálsamo en ese tiempo de repetidos golpes y heridas


    26. Charlaba animado, aunque algo bebido, sobre Dios y el mundo y tenía una opinión sobre cualquier tema


    27. Karen charlaba con las otras mujeres


    28. Educado y habiendo vivido en pequeños y amenos valles recorridos por los céfiros corteses de los «por favor», «te agradecería», «ten la bondad» y «has sido muy amable», el príncipe ahora, cuando charlaba con don Calogero, se encontraba, en cambio, al descubierto en una landa azotada por secos vientos, y con todo y preferir en lo más hondo de su corazón las quebradas de los montes, no podía dejar de admirar el ímpetu de aquellas corrientes de aire que de los acebos y cedros de Donnafugata arrancaba arpegios nunca oídos


    29. Filisto le seguía tratando de mantener el paso y de camino charlaba con Léptines


    30. Fuera, en el patio, Barrese fumaba el último pitillo antes de entrar y charlaba con Lucio

    31. Mientras esperaban a que el embajador atendiera a una visita previa, Phil charlaba sobre su casa y sobre su peripecia para llegar a China


    32. A veces charlaba apasionadamente con sus hombros, donde, según aseguraba ella, se sentaban dos yinn invisibles con los pies colgando


    33. Se charlaba, era inevitable, sobre la caza del día, sobre las persecuciones, las presas cobradas y las casi perdidas, la destreza de los caballos, el coraje de los perros y la astucia de las presas


    34. so de cerveza mientras yo charlaba con cara de sueño


    35. ¡Era entonces el capitán Butler aquel hombre con el que la viuda del pobre Charles charlaba! ¡Y Charles había muerto apenas hacía un año!


    36. A Víktor Pávlovich le asaltaba una extraña sensación mientras charlaba con Chepizhin: sentía alivio hablando de los acontecimientos angustiosos de su vida


    37. » Y volvió al desierto, a los oasis de palmerales, donde los jefes de las tribus nómadas la recibían en sus tiendas, le enseñaban sus harenes y ella como en su casa, charlaba con las mujeres beduinas, bebía café amargo y leche de camella


    38. Cuando acababa de despachar esos asuntos, Myú charlaba un rato con Sumire y luego se iba


    39. Dentro, Bill se giraba expectante hacia la puerta, sentado en el sofá mientras charlaba con la abuela


    40. Mientras elegía los vestidos, charlaba con la señora

    41. Cada noche me ponía la corbata, iba a los locales, charlaba con los clientes de siempre, escuchaba las opiniones y quejas del personal, hacía un pequeño regalo a las empleadas el día de su cumpleaños


    42. Para matar el tiempo Matt observaba a los infantes de marina del espacio y charlaba con los suboficiales


    43. También hoy, mientras charlaba con la chica, he caído en la cuenta de que lo sabía


    44. Hans Castorp charlaba, tomaba aires de afectación, se expresaba con rebuscamiento, tenía una voz agradablemente timbrada, y logró al fin que madame Chauchat se volviese hacia él, que procuraba llamar la atención hablando, y que le mirase a la cara, pero sólo por un instante, pues ocurrió que sus «ojos de Pribislav» resbalaron rápidamente a lo largo de Hans Castorp, que se hallaba sentado y con las piernas cruzadas, y le miró con una expresión de indiferencia tan intencionada que casi parecía desprecio, exactamente desprecio


    45. En suma, cuando se encontraba sentado allí, y charlaba con el barbero que hacía su obra después que el tiempo había realizado la suya —o también cuando se hallaba de pie junto a la puerta del balcón y cortaba sus uñas con unas tijeritas y limas sacadas de un bonito estuche de terciopelo—, se sentía presa, de pronto, de una especie de espanto en el que se mezclaba un singular placer; de cierto vértigo que mezclaba el aturdimiento con la confusión y la ilusión, con una impotencia para distinguir el «todavía» y el «de nuevo», cuya mezcla y coincidencia producían el «siempre» y el «para siempre» situados fuera del tiempo


    46. El viejo camión de Berg estaba aparcado junto a la puerta de entrada y el casero estaba apoyado contra el vehículo, fumando una pipa a la par que charlaba con su cuñado


    47. Marge charlaba de cosas sin importancia y soltaba risitas de colegiala traviesa, pues se le había roto una tira del sujetador y tenía que sostenerlo en su lugar con la mano


    48. El taxi les esperaba, y el conductor charlaba y se reía con el tipo flaco de la camisa blanca


    49. Cuando entré en la cabina, mi abuela había llamado ya; entré en la cabina, la línea estaba tornada, charlaba alguien que sin duda no sabía que no había nadie que le respondiese cuando yo acerqué a mí el receptor, y el trozo de madera se puso a hablar como Polichinela; lo hice callar, lo mismo que en el guiñol, volviendo a ponerlo en su sitio; pero, como Polichinela, desde el punto en que lo acercaba de nuevo a mí reanudaba su cháchara


    50. La recepción consistía en que, al salir del comedor, la princesa se sentaba en un canapé, delante de una gran mesa redonda; charlaba con dos de las mujeres más importantes que habían cenado en su casa aquella noche, o bien echaba una ojeada a algún magazine, jugaba a las cartas (o fingía jugar, siguiendo una costumbre cortesana alemana), ya haciendo un solitario, ya tomando de compañero verdadero o supuesto a algún personaje de nota























    1. niños jugaban todavía en tropel, las madres charlaban en corros, algunas parejas ocupaban


    2. Generalmente las Aliaga charlaban con volubilidad,


    3. En el atrio charlaban grupos de mujeres con niños de pecho


    4. Allí, a la sombra de losahuehuetes, charlaban y reían


    5. calma,mientras los picos carpinteros charlaban sobre sus


    6. Al pasar junto á dos comadres que charlaban en una esquina,oyó las siguientes


    7. charlaban amigablemente loscentinelas de una y otra parte:


    8. conde y Pedro charlaban de las ocurrencias de la caza


    9. maestría, mientras los demás charlaban de toros y toreros


    10. Bringasestaba en la oficina, charlaban a sus anchas, desahogando cada cual a sumodo

    11. charlaban a más y mejor a pesar de las llamadas al ordendel principal, un poco


    12. la estancia en butaquitas y sillasvolantes charlaban las señoras


    13. los billetes deentrada charlaban a la puerta


    14. Undía, recién casado su padre, charlaban las dos amigas


    15. charlaban envoz alta, levantando la cabeza para mirar a las damas de los palcos


    16. cuádruple mechero; los mozos charlaban sentados en losrincones, o conducían perezosamente a


    17. Después de cenar, ella y Patric se sentaban, por lo general con los brazos enlazados, y charlaban disfrutando de la atención que les brindaba Strathcoe


    18. Sonreían y se abrazaban, y charlaban sobre lo que habían escuchado comentando todos los detalles en cada pausa


    19. En la sala de reuniones todos charlaban animadamente, salvo Bob y Nerea, sentados en puntos diametralmente opuestos y separados por el resto del personal


    20. El marqués, Virginia y Bundle, la noche del martes, treinta horas después de la sensacional desaparición de Anthony, charlaban en la biblioteca

    21. El cielo brillaba, azul y plata; los pájaros charlaban, y parecía que eran los mismos árboles los que estaban charlando


    22. Eran alegres y ruidosos, chocaban los jarros de cerveza, se reían con gusto y charlaban a gritos


    23. Mientras charlaban, el Corsario elegía el camino, orientándose con la brújula


    24. Charlaban, jugaban a las cartas


    25. De vez en cuando, Livia y François charlaban encerrados en el interior de una esfera invisible de complicidad, de la que él estaba totalmente excluido


    26. Los chiquillos corrían alrededor, discutiendo a voz en grito y algunas mujeres charlaban junto a una esquina


    27. Pasearme por la plazuela de Santa Ana, fingiendo que miraba las tiendas, pero prestando disimulada y perspicua atención a lo que se decía en los corrillos allí formados por cómicos o saltarines, y cuidando de pescar al vuelo lo que charlaban los de la Cruz en contra de los del Príncipe


    28. Charlaban juntos y de repente dejó de verlo; la reina dijo a los de su acompañamiento:


    29. Comandante Candela, los vascos y algunos manifestantes de nuestro grupo charlaban animadamente sobre los logros de Chávez, las misiones sociales, y los paralelismos y diferencias del socialismo venezolano y el socialismo en Cuba


    30. Se abrieron paso por entre los grupos que charlaban y subieron la gran escalera

    31. –Perdón -dijo sobresaltando a dos mujeres que charlaban en el despacho de las enfermeras-, ¿no están por aquí ninguno de los médicos del CCE?


    32. Cuatro soldados arrellanados ante la puerta observaban a los transeúntes con escaso interés mientras charlaban


    33. Unas pocas madres charlaban entre ellas o prestaban atención a sus retoños


    34. Tres jóvenes judíos charlaban animosamente


    35. Meredith y Garvin charlaban con ellos; todos se levantaron


    36. Los turistas paseaban, las monjas charlaban junto a los mojones de piedra que delimitaban el centro de la plaza, una chica daba de comer a las palomas en la base del obelisco


    37. Durante los días siguientes, las sombrías estancias de la ciudadela se llenaron de color con la presencia de visitantes y representantes oficiales que iban de un lado a otro mientras charlaban, cotilleaban y cerraban tratos en rincones apartados


    38. Mientras iban limpiando, charlaban


    39. Los oficiales de las distintas compañías charlaban sobre su botín por el teléfono de campaña


    40. A las puertas de la barbería, Rodan y Asiaco levantaron sus cuerpos de gladiadores del banco en el que habían estado sentados mientras charlaban, pero en seguida volvieron a tomar asiento

    41. Mientras Jebel seguía disponiendo la formación, los hombres charlaban con Tarik y los botes araña seguían internándose en la noche


    42. En una de las habitaciones había varias personas reunidas que charlaban animadamente, sentadas sobre las camas; en otra, de un piso superior, una pareja hacia el amor de forma convulsiva contra el cristal


    43. Unos hombres charlaban enérgicamente alrededor de una mesa


    44. Un poco más allá, ante al taller de cubierta, varios marineros se habían acomodado sobre el gran cajón de las escobillas y charlaban animadamente


    45. Charlaban sobre las condiciones de trabajo en el sector de máxima seguridad


    46. Charlaban otra vez, con una animación renovada


    47. Al día siguiente por la tarde, cuando todavía estaba sentado con Pepa y charlaban sobre lo sucedido durante el día, Rashid le preguntó qué haría en su ausencia


    48. Como bienvenida ofrecía un vino a todos los visitantes, que por regla general se lo bebían, aunque no tenía ningún toque especial, mientras charlaban un poco antes de entrar en las negociaciones


    49. Se sentaron al sol y mientras comían, charlaban animadamente


    50. La decisión se tomaba mucho más allá de las mujeres, mucho más allá del cuartito inverosímil donde charlaban







































    1. Esta tarde, ¿por qué crees que me separé de ti en San Roque, cuando charlabas con tus amigas? Fue que me pareció ver entre el gentío de la feria


    1. desabrimiento cuando Villa ledijo que por la tarde había charlado un rato con aquélla


    2. susconsortes por haber charlado de sobra en las declaraciones


    3. Después de haber charlado mucho, entraron con Doña Flora en la iglesiadel Carmen, y allí,


    4. Se separaron después de haber charlado unos minutos sobre la música en general y las composiciones para piano en particular


    5. Habíamos charlado un par de veces y también nos sentamos juntas en el autocar en algunas ocasiones


    6. —¡Oh, no! Antes de encontrarnos aquí, yo había charlado con ellos un par de veces, no más


    7. La cumbre despoblada de aquella colina siempre le había parecido un lugar excelente para construir un castillo, algo de lo que habían charlado largamente cuando eran más jóvenes


    8. Habíamos hecho el amor, charlado, vuelto a hacer el amor, y no sé muy bien cuándo acabaron fallándonos las fuerzas


    9. Así se lo comentó Evelyn a Amber Orley, con la que Chambers apenas había charlado hasta el momento


    10. Aquello no le sonaba bien; cuando Nicolas había charlado con ellos en Londres sobre el poder de los recuerdos de la Bruja daba la impresión de estar tan seguro de sus palabras que incluso parecía un poco asustado

    11. De no haber estado ustedes, habrían charlado como cotorras


    12. Mientras yo trabajaba en mis fósiles en la mesa del comedor, oía a Mary pedir una y otra vez a Margaret en la habitación contigua que describiera los bailes, lo que llevaba puesto el coronel Birch, cómo eran sus andares y su contacto, de qué habían charlado


    13. Justo tres semanas atrás había visitado Boston y charlado de nuevo con Esther Duflo, una de las directoras del J-PAL


    14. Me lo encuentro de vez en cuando en las fiestas, pero no había charlado mucho con él desde que lo conocí


    15. En cuanto a haberse alabado de haberme sido presentado, de haber charlado conmigo, de conocerme un poco, de haber conseguido casi sin solicitación el poder ser algún día mi protegido, me parece, por el contrario, muy natural e inteligente que lo haya hecho usted


    16. Luego me dejó y corrió hacia la puerta, para que nadie se molestara por ella, para demostrarme que si no había charlado conmigo era porque tenía prisa, para recuperar el minuto perdido en estrecharme la mano y llegar puntual a la residencia de la reina de España, que iba a merendar sola con ella


    17. He charlado con dos hombres que afirman haber visto a una mujer con un mechón blanco en la sien izquierda


    18. Hemos charlado juntos durante muchas horas a lo largo de los diferentes viajes a Galicia y por él conocí todo tipo de anécdotas, como, por ejemplo, aquella ocasión en que incluyó una encuesta en su página web en tomo a las soluciones que se podría dar al problema de la inmigración ilegal


    19. Era el momento en que Ricky, los años anteriores, habría disfrutado de una ducha caliente y luego habría charlado con su mujer sobre cosas corrientes de su vida: alguna fase especialmente difícil de un paciente en su caso, un cliente que no podía salir de un aprieto en el de ella


    20. Levin refirió a su cuñado lo que había dicho a Katavasov sobre los rumores que circulaban en San Petersburgo y, después de haber charlado de otras cuestiones políticas, le contó su encuentro con Metrov y su impresión de la conferencia, cosa que despertó en el otro un extraordinario interés

    1. la luz encendida, y charlamos de lo queocurre en el buque


    2. Alquilamos una habitación en el mugriento motel Chinchinagua y charlamos con el encargado


    3. Mientras charlamos, Ibrahim saca de un cajón unas cintas de vídeo VHS (no tiene DVD) y me muestra algunas grabaciones de aquellos conflictos, en los que la resistencia palestina luchaba por las calles de Belén contra las patrullas israelíes que estaban tomando la ciudad


    4. También charlamos sobre los periodistas de Al Jazeera condenados, con o sin juicio previo, por su supuesta relación con Al Qaida:


    5. Charlamos un poco, le pregunté su nombre y, tras dudar un delicioso instante rozándose los labios con un diminuto abanico, me lo dijo


    6. Charlamos una eternidad y perdemos la noción del tiempo


    7. Tomamos unos bocadillos y vino caliente -de pie, puesto que no había ni una mesa libre-, y charlamos por encima del griterío,


    8. Por supuesto, charlamos durante un rato, bastante largo, según comprobé con sorpresa


    9. Jugamos con Moffie, nos divertimos, charlamos y finalmente nos encaminamos hacia la puerta del amplio almacén


    10. Charlamos de vez en cuando

    11. Charlamos un rato


    12. Fuimos a un pequeño bar y charlamos mientras tomábamos algo


    13. Por lo que sé, las conexiones podrían estar difummándose mientras charlamos aquí sentados


    14. Charlamos un rato y entonces me di cuenta de que estaban saliendo del salón las últimas personas que quedaban


    15. Charlamos con toda libertad, aunque los trabajadores se mostraban en general evasivos respecto a su trabajo


    16. Charlamos hasta tarde


    17. Gracias a esa escala, inmensamente ampliada, en que vemos las cosas, por pequeñas que sean, en cuyo círculo comemos, charlamos, vivimos nuestra vida real; gracias a ese formidable aumento que sufren y que hace que el resto ausente del mundo no pueda luchar con ellas y adquiera, a su lado, la inconsistencia de un sueño, había empezado a interesarme por las diversas personalidades del cuartel, por los oficiales que encontraba en el patio cuando iba a ver a Saint-Loup, o, si estaba despierto, cuando el regimiento pasaba por debajo de mis ventanas


    18. ¿Pero de dónde has salido? ¡El mundo no está parado! —y señalando un café que había a la sombra de una siniestra cárcel, agregó—: Vamos allí a beber algo mientras charlamos un poco


    19. Por la tarde, tomamos el té y charlamos; le hablé de mi trabajo, y también de Héléne, y me preguntó si me había acostado con ella y si la quería, y yo no supe qué contestarle; me preguntó por qué no me casaba con ella y seguí sin saber qué contestarle; y, por fin, me preguntó: «¿Es por mí por lo que no te has acostado con ella y no te casas?», y yo, avergonzado, seguí con la mirada gacha y perdida en los dibujos geométricos de la alfombra


    20. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga

    21. Charlamos un rato y luego me dijo que tenía una reunión a las doce y que me dejaría en la tienda, pero antes de irnos quería entrar un momento al lavabo


    1. En torno del pilar charlan las mozas que vienen por agua, cada cual consu cantarillo, y suelen


    2. peseta, y todos esos señores que charlan enMadrid votan nuevas contribuciones y siempre


    3. La única ocasión en que producen algún sonido es cuando comen, y entonces charlan entre ellos con gruñidos altos, como un ronroneo, que les hincha la garganta, o con una serie de gorjeos como los de los pájaros, maullidos como los de los gatos, resuellos de cerdo, silbidos de serpiente


    4. Mientras los caballeros se quedan de pie, encienden cigarros, dan tormento a la cuerda del reloj, saludan a conocidos y miran a otras señoras que pasan, ellas ocupan una mesa libre, piden refrescos con pastelillos y charlan de sus cosas: bodas, partos, bautizos, entierros


    5. Mientras nos dirigimos al parque, charlan animadamente


    6. ¡Y cómo charlan con él los letones del campo! Bien, Kilgas se alimenta normalmente, dos paquetes al mes, está sonrosado y como si no estuviera en un campo de concentración


    7. La frase siguiente dejará claro que quien habla, la persona que «sabe», es una niña que imita a las negras adultas que charlan en los porches o en los jardines traseros del vecindario


    8. Los poetas jóvenes que charlan


    9. Durante la semana se ven el uno en casa del otro, charlan de cualquier cosa, sin una alusión a lo que ha ocurrido, exactamente como si nada hubiesen hecho ni debieran volver a hacer nada, salvo, en sus relaciones, un poco de frialdad, de ironía, de irritabilidad y de rencor, a veces de odio


    1. Las bocas delas tiendas, abiertas entre tanto colgajo, dejaban ver el interior deellas tan abigarrado como la parte externa, los horteras de bruces en elmostrador, o vareando telas, o charlando


    2. estarse en loscafés charlando como un necio, pasaba los días y gran parte de lasnoches en los


    3. charlando en los cafés y metiendo bullapor las calles, ni


    4. La madre y la hija siguieron charlando en el mismo rincón


    5. Charlando con él mataba las horasque aun faltaban para el


    6. paraguas, charlando envoz alta al través de las calles solitarias y


    7. charlando por las calles,lo general es que tengas que quedarte


    8. pasaba sentado en elescaño de la cocina charlando con la


    9. Gómez, ManuelAntonio y los demás que seguían charlando dela niña expósita


    10. preocupacionesdel pudor, charlando entre ellas, pellizcándose y

    11. en lasaceras, los chicos jugando, las mujeres charlando


    12. Bajaron la escalera cogidas por la cintura, charlando como cotorras


    13. charlando en el Ateneo y enlos cafés del porvenir de la juventud, de la decadencia de


    14. visitando, charlando, recorriendotodas las partes del coloso desde las cocinas a los


    15. con oír misa sólo los domingos, casidesde la puerta, charlando de política con D


    16. Aquellos bigardos se pasaban la vidacon un fusil al hombro, charlando


    17. viejas y algunas chicas que nohabían logrado emparejarse, seguían charlando con las


    18. uncigarro, les entretiene un rato charlando y ya los tiene usted


    19. era imposible a elladisimular su alegría, y luego se estaban charlando horas y más horas,siempre


    20. y gorro de borla, charlando enlenguaje vivo sobre el asunto del día, que era la muerte del Rey y

    21. Los tres clientes y el camarero estaban charlando, pero nosotros no nos unimos a la conversación


    22. En el momento de doblar hacia los Campos Elíseos, mandó parar, y un joven alto se separó de un grupo donde estaba charlando y fue a charlar con ella


    23. Los dos se perdieron por un recodo, charlando animadamente


    24. Debajo del mismo estaban sentadas unas veinte personas ante largas mesas de secoya, comiendo y charlando


    25. Habían llegado a la casilla de los botes y estuvieron charlando recostados en su pared


    26. Yo me retiré y entretuve la espera charlando con dos ayudantes de campo que los acompañaban


    27. La siguiente vez que vi a mi padre, éste estaba sentado en la cama charlando con mi madre, Yan y Yong


    28. Un pasajero con quien había estado charlando señaló en dirección a un afluente que se unía al Yangtzé en aquel mismo punto y me relató una historia


    29. Usted tampoco sabe que la noche en que yo le encontré, y en que estuvimos charlando en aquella habitación, allá abajo, Martha estaba escuchando en la puerta


    30. El cielo brillaba, azul y plata; los pájaros charlaban, y parecía que eran los mismos árboles los que estaban charlando

    31. plateada y plomiza-, dos hermanos acababan de encontrarse y estaban charlando


    32. Tracy, Diane y yo entrábamos juntas en el instituto el lunes por la mañana, charlando sobre Morgan y Tyson


    33. Tommy y su anfitrión permanecieron en el porche, charlando; arreglando otra partida de golf para el próximo sábado


    34. íbamos charlando y nos entreteníamos mirando las flores


    35. – ¡Ya se encuentran en el paraíso charlando con las huríes!


    36. Entre ellos el viejo thug distinguió a un hombre que estaba charlando con un joven cadete


    37. Los marineros estaban todos en cubierta y miraban distraídamente la corriente, charlando o fumando


    38. El oficial de cuarto paseaba por el puente de mando charlando con el maestro armero


    39. Cuando se separaron, deambuló por Farthen Dûr charlando con Saphira


    40. —A Jacobo no se le da bien esto de tener que hablar entendido como una actividad distinta del hablar de negocios en la oficina o ir charlando en casa de unas cosas y de otras al paso de la vida

    41. Durante las vacaciones, entre segundo y tercer curso, pasaron horas charlando del que por entonces era su tema preferido


    42. ) Los soldados correspondieron con un poco de té muy dulce y lechoso, y pronto estaban charlando con él amigablemente


    43. Se pasaron dos horas charlando en la galería


    44. ¡Pero en aquel momento «regresaban sus compañeros»! Entraron en la tienda charlando animadamente


    45. En el vestíbulo de la entrada del apartamento cuatro enfermeros estaban charlando junto a una camilla plegable, esperando que les llamaran para poder llevarse los cuerpos


    46. Estaban charlando y no se dieron cuenta de mi presencia


    47. Y así fue charlando Marry por todo el camino hasta la escalera, y casi tuvo que subir en brazos a la otra los cinco escalones que las separaban del ascensor


    48. Sentí a la gente que estaba recogida en su casa, durmiendo, y oí a los soldados que montaban guardia, charlando en su cuartel detrás del foro


    49. Las mujeres lloraban, charlando por lo bajo


    50. -¡Fuego! ¡muerte! ¡sangre! ¡canallas! -tales son las palabras con que puedo indicar, por lo poco que entendía, aquella algazara de la indignación inglesa, que mugía en torno mío, un concierto de articulaciones guturales, un graznido al mismo tiempo discorde y sublime como de mil celestiales loros y cotorras charlando a la vez











































    1. Luego habrá más tiempo para charlar


    2. sangre; era ordinario, y su mayor placer consistíaen charlar con las criadas


    3. indio y sepusieron a charlar, cuando apareció, como a una


    4. para charlar, según vocablo de supredilecta devoción


    5. vacas y á charlar animadamente con los doszagalones que las conducían, haciéndoles


    6. timidez su apetito de charlar, rompió elsilencio de esta


    7. leer La Correspondencia, hacercigarrillos y charlar


    8. Poco a poco, con las visitas y el largo charlar


    9. dejando; se pusieron a charlar conanimación, trincando a la vez de lo lindo


    10. referentes a adquisiciones, matizaban el charlar loco deaquel día

    11. se le entraba en el dormitorio a fumar uncigarro y charlar


    12. charlar por los codos,dirigiendo pullas muy saladas a todos los presentes, que las


    13. Pasamos la tarde en charlar y disputar


    14. también tenía especialgusto en charlar con ella, pues algo (no


    15. sentar a sulado en un diván y comenzó a charlar perdiéndose en


    16. atodo el mundo cuando está de humor y se pone a charlar


    17. charlar en elescritorio con los amigos y discutir con míster


    18. La señora de este, con su charlar meloso ysus


    19. vida, y el charlar decosas de gobierno la más regalada comidilla de su travieso


    20. En primavera y verano se detenía a charlar con los campesinos que labraban las tierras

    21. Incluso cuando no había otros clientes, Otik se ponía a charlar con ella


    22. Fourier le invitó a casa para charlar un rato


    23. Marguerite recogió la bolsa y, volviéndose, se puso a charlar con el duque


    24. En el momento de doblar hacia los Campos Elíseos, mandó parar, y un joven alto se separó de un grupo donde estaba charlando y fue a charlar con ella


    25. Sí; lo he mandado a comprar bombones para que pudiéramos charlar solos un instante


    26. – Tenía el pensamiento ocupado en un millón de cosas y no me apetecía charlar con ella


    27. Cuando callé, empezó a charlar de esto y de lo otro, como si buscara una vía de entrada


    28. Había salido a charlar con los otros


    29. —La verdad es que quería charlar con usted un rato cuando haya ocasión para ello


    30. Los tranvías rojos esperaban, cargados hasta reventar, mientras que por la mañana eran los menos frecuentados y a veces se quedaban en el estribo de las jardineras, cosa prohibida y tolerada a la vez, hasta que algunos viajeros se apeaban en una parada y los niños se hundían entonces en la masa humana, pero no podían charlar, reducidos a usar lentamente los codos y el cuerpo para llegar a una de las barandillas desde las que podía verse el puerto oscuro, donde los grandes transatlánticos punteados de luz parecían, en la noche del mar y del cielo, esqueletos de edificios incendiados en los que todavía ardieran todas las brasas

    31. Cada vez que alguno de mis compañeros entraba en la estancia, dejaba inmediatamente el libro y me ponía a charlar con él llena de turbación


    32. Enseguida se pusieron a charlar y se levantaron para irse en cuanto terminaron sus bebidas


    33. pues sí, me gustaría charlar con él


    34. —Entré en el coche inmediato, en el de Atenas, a charlar con mi compañero


    35. Augusto estaba encantado del interés de Poirot y muy bien dispuesto a charlar


    36. Y empezó a charlar alegremente


    37. Me gusta charlar con Gladys, eso es todo


    38. —Pienso visitar el club de los pensionistas para charlar con ellos


    39. Mientras los dos compañeros se ponían a charlar con los mahuts, interrogándoles sobre la edad de los elefantes y sus caracteres, el francés había sacado de la faltriquera una botellita de cristal que contenía un líquido rojizo, y una lanceta, acanalada, finísima, con la punta muy aguzada


    40. Era una ocasión en que resultaba difícil charlar de inconsecuencias

    41. Y Saphira estuvo más que contenta de sentarse en su lecho y charlar sobre Glaedr mientras él examinaba los misterios de la bañera de los elfos


    42. Mientras el muchacho estuvo recuperándose de la paliza que le prodigaron aquellos desalmados, Diego se acostumbró a visitarlo en su cámara y a charlar con él en circunstancias que cada vez eran más frecuentes y en ratos que en cada ocasión se alargaban más; luego se dio cuenta de que esperaba con impaciencia la oportunidad de subir a hacerle compañía


    43. Dejemos esto, ya curaré a usted del platonismo que le esté secando; hablemos de la primita, que fue lo primero que se ofreció a mi imaginación cuando comenzamos a charlar


    44. —Motivo de más para que me tome la licencia de charlar con uno de los pocos amigos que me quedan y en el que puedo confiar —repuso Almodis


    45. Y éste es uno de los encantos de conversar sin una finalidad determinada, sólo por el gusto de charlar


    46. A Martha no le gustaba charlar en ningún idioma, a menos que fuera con las altas esferas


    47. Se telefoneaban los martes y se iban a charlar un rato al café Albanese


    48. Strange los había ayudado actuando de mediador entre monsieur Minervois y su casero, al que había inducido a adoptar una actitud más comprensiva hacia el carácter y la situación del grabador, y enviando a Jeremy Johns a todas las tabernas de los alrededores a beber ginebra y charlar con los naturales del lugar para comunicarles que esos franceses eran protegidos de uno de los dos magos de Inglaterra


    49. Yo creo que le encantaría charlar con vosotros


    50. Fatty, acababa de llegar; su madre le había dejado allí de regreso, pues de paso se detuvo a charlar un rato con la señora Hilton














































    1. En sus charlas hacía alegres castillos en el aire, soñando con días tranquilos, con una salud ya recuperada, rodeado por el afecto de gentes amigas y en el goce de un idílico ambiente de amor y fortuna


    2. ahí los hombres en sus charlas y chismorreos?…


    3. —¡Hombre, hombre!—dijo Entrambasaguas:—¿también tú charlas en los


    4. y por lasnoches, engañando las dos su tristeza con charlas y


    5. –Creo, sir Galen, que… el momento de las charlas amenas ha pasado -anunció el namer con frialdad y un asomo de enojo en la voz


    6. Con pasión asistirá en su brigada a las charlas políticas nocturnas


    7. El salto a través del hiperespacio duraría varias jornadas, así que dispusieron de tiempo sobrado para las charlas ociosas


    8. Involucrado, quizás, en tareas más importantes, poco participaba de las charlas sobre la coyuntura


    9. Estaban Alberto Gamboa (*) «el Gato», director de Clarín, muy torturado; Héctor Rogers, dibujante de La Nación, muy flaco, con su eterna corbata de humita, hombre mayor, frágil, muy enfermo a consecuencia de los brutales golpes (ya fallecido); Francisco Javier Neira, del Ministerio del Trabajo (ya fallecido); Mario Céspedes (*), historiador y profesor de la Escuela de Periodismo; Franklin Quevedo (*), director de la radio de la UTE; Sergio Gutiérrez Patri; Ibar Aybar (*); Oscar Waiss, de La Nación; Rolando Carrasco (*), director de la Radio Recabarren; Jaime Castillo (*), de la misma radio; Manuel Cabieses (*), director de Punto Final, quien apareció en el primer bando de los buscados y fue detenido en la calle junto a José Carrasco, pero a éste lo dejaron libre, por no figurar en el bando; Ricardo Rojas, de Aquí Está, revista de corte policial; Ramiro Sepúlveda, de la radio Magallanes; Rodrigo Rojas, de La Moneda; Víctor Albornoz, Carlos Munizaga, Luís Henríquez (*), Federico Quilodrán (*); Carlos Naudón de la Sotta (*), comentarista internacional de TV Nacional y de la revista Mensaje (ya fallecido), quien, en otra forma de seguir ejerciendo el oficio, nos daba charlas sobre la situación internacional en los camarines del estadio: recuerdo una sobre el conflicto palestino


    10. El agobiante silencio del patio, alborotado siempre a aquella hora por las charlas de los soldados antes de que llegaran los grandes calores, le obligó a saltar del camastro, calzarse los pantalones, y aproximarse a la ventana

    11. Era muy mal estudiante, y solía darme largas y solemnes charlas acerca de las últimas incidencias de la Revolución Cultural, las «gloriosas tareas de los obreros-campesinos-soldados» y la necesidad de alcanzar la «reforma del pensamiento»


    12. Y se sucedieron muchas charlas de las dos hermanas, que no fueron inútiles, particularmente porque dos de los argumentos más fuertes que poseía Meg eran los chiquitos, a quien Jo adoraba


    13. Pero la labor de persuadir a los musulmanes de a pie para que abandonaran el Partido del Congreso y se unieran a la separatista «Liga Musulmana» fue mucho más fácil gracias a las prolongadas charlas de Gandhi sobre el hinduismo y a las ostentosas y largas horas que dedicaba a prácticas cultuales y a ocuparse de su rueca


    14. Se turnaron para vivir allí o al menos para asistir a las reuniones espirituales, las charlas culturales y las tertulias sociales, casi toda la gente importante del país, incluso el Poeta, que años más tarde fue considerado el mejor del siglo y traducido a todos los idiomas conocidos de la tierra, en cuyas rodillas Alba se sentó muchas veces, sin sospechar que un día caminaría detrás de su féretro con un ramo de claveles ensangrentados en la mano, entre dos filas de ametralladoras


    15. En estas charlas andaban cuando, terminado el refrigerio, partió Curro hacia el bosque a cumplir su cometido y las dos muchachas, tras recoger en un cesto todos los enseres sucios, lo hicieron hacia el riachuelo con el fin de lavarlos, sujetando el capazo una por cada asa


    16. Por las charlas que había mantenido en la cocina con una de las muchachas, dedujo que su intuición no la había engañado sobre la actividad que allí se llevaba a cabo, pero su imaginación se había quedado corta


    17. Entraron en el almacén donde iniciaron unas charlas cordiales sobre el trayecto a bordo y las condiciones climatológicas del mar


    18. Al cabo de varios meses y después de intensas charlas con el abogado Nicolosi, Cristina hace una tercera declaración y se retracta de todo lo dicho anteriormente


    19. de que tienes razón, y que a todo este asunto lo impulsaron las charlas que mantuve con el profe Ted


    20. A veces encuentras gente con la que puedes estar callada sin tener la sensación de que necesitas rellenar el silencio con charlas insustanciales

    21. El padre Joseph Cocucci, cuyas cartas y charlas sobre teología han sido una gran inspiración


    22. De vez en cuando, Tom Lochart y los otros miembros de la base daban charlas allí, aunque más bien se trataba de sesiones de preguntas y respuestas, en parte por mantener las buenas relaciones y también para tener algo en qué distraerse cuando no estaban volando


    23. El camino se nos hizo corto con estas charlas, y por mi parte no sentía cansancio cuando divisamos las primeras casas de Vallecas


    24. Como siempre, Abel fue el primero en pasar por Aduana, y una vez él y George se veían sentados en el compartimiento trasero del Cadillac de la compañía, no solía perder el tiempo en charlas


    25. Así, las tardes de charlas con los amigos y las madrugadas forzosas, la alegría de los niños y el pesimismo de los abuelos, porque muchos eran los que se sentían como Parkinson estragados delante de tanta magnificencia y bullicio y era cuando echaban de menos un buen estornudo, el látigo hirviente de una cachetada, una buena afeitada, los placeres privados y secretos de las evacuaciones corporales, así como otros extrañaban los ruidos de los martillos que nunca cesan en los barrios populosos, los motores de gasolina, los ladridos de los perros, el piafar de los caballos, los cantos de los gallos en el amanecer, el latir conjunto de los corazones enamorados, tantas cosas que se quedaron atrás, tachadas de imperfectas, y que ahora nos hacían una falta que acaso ni los ángeles, en su aislamiento perfecto, serían capaces de apreciar


    26. En nuestras charlas, tuve el gusto de oír de su boca las apreciaciones más exactas de la realidad política en aquellos días


    27. Has olvidado nuestras charlas sobre la negación


    28. Hablar en demasía se consideraba casi un signo de pecado, por lo que estaban prohibidas las charlas ociosas y aquellas que pudieran derivar en situaciones jocosas o de regocijo por causa de asuntos triviales y mundanos


    29. Los predicadores del evangelio de la ciencia usaron, en concordancia con los nuevos tiempos, forma de libros y artículos de divulgación y sobre todo conferencias y charlas radiofónicas


    30. Dentro se podía oír el bullicio de la fiesta, el típico repicar de los vasos, las charlas y las risas

    31. Las meriendas del pueblo se hicieron aburridas, se quedó vacilante la taza de café con leche, defraudada la loncha de tocino; los ancianos acudieron a la iglesia a la hora de la catequesis de la primera comunión, y los niños, ilusionados con la galleta sagrada, a unas charlas para sobrellevar cristianamente la viudedad


    32. Luego Bane recordó sus interminables charlas con Blackthorne


    33. Sin embargo, los jueces no tenían que decidir sobre las cuestiones éticas y morales que aparecían en charlas de café y pincho de tortilla, sino sobre la legalidad de la normativa propuesta


    34. La primera plana de los periódicos lucía en las playas plagadas de sombrillas, en los corrillos vecinales y en las charlas de bar


    35. Jim había gozado de sus eruditas charlas sobre el buque de pasajeros Berengaria, y se alegraba de poder pagar la deuda


    36. Por las mañanas, escuchando las charlas del puerto, se enteró de que, a consecuencia de los armamentos que se habían emprendido en Nantes, el oro había doblado de precio, y que habían llegado a Angers numerosos especuladores con intención de comprar


    37. Siempre lo había sabido pese a las constantes charlas de Maguire sobre el rearme moral, sobre el cariño que tenía a sus niños, su obsesión por la caballerosidad del arte bonsai


    38. en charlas íntimas sobre la rama particular de filosofía moral tan amada por Cauchy


    39. Las charlas que estaban teniendo lugar se detuvieron cuando Benison entró en la sala


    40. páginas de la revista un resumen de las charlas

    41. charlas dispersas que continuaban


    42. El sacerdote era consciente de su poca experiencia en charlas con jóvenes


    43. Sin embargo, no disminuyeron en tiempo ni en calidad sus charlas conmigo


    44. El silencio del teatro tras él terminó con un curioso estruendo, seguido de los murmullos de una muchedumbre y las charlas de muchas voces


    45. –Continuad con vuestras charlas


    46. Cinco alumnos —Dámaso Berbel, Coronado Basquier Tobías, Ángel María Decot, Pelayo Abengozar y Onésimo Calvo-Rubio— que eran los cinco jóvenes sacerdotes sevillanos que gozaron desde el principio de la confianza y el estímulo del catedrático con el que habían compartido largas charlas nocturnas en su biblioteca privada, y una tutoría inolvidable en apasionantes trabajos de investigación oficial y en apasionadas indagaciones personales por las que accedieron a un universo hasta entonces prohibido e inimaginado


    47. El lenguaje telefónico es menos tolerante con la creación artística y – por lo demás – muchos guionistas soltaban la carcajada en medio de las charlas, provocando cierta perplejidad en el cliente


    48. Los profesores universitarios, los sociólogos, y los pisaverdes se declararon partidarios de Gómez Re y sus sucesores, y lo nombraban a cada párrafo en sus charlas y peroraciones


    49. Se enteraba de los noviazgos y de las rupturas por las charlas de la tata, que se olvidaba de él con extraordinaria facilidad


    50. Las charlas con el abuelo le recordaban la desagradable despedida del director de la residencia









































    1. Siempre junto a las flores, me complazco en mirarlas; charlo con ellas a la luz de la luna, y constantemente soy su camarada


    2. Será mejor que se ocupe de recomponerlo mientras yo charlo un poco con este buen camarada


    1. Jason parecía encantado en la cama con su taza de café con azúcar, y se acomodó entre los almohadones mientras charlábamos


    2. Mientras charlábamos, el joven agente conducía con pericia entre el tranco neoyorquino


    3. Por mutuo acuerdo viajábamos en dirección sudoeste mientras charlábamos sobre nuestro posible destino


    4. Cada día, cuando nos veíamos, charlábamos, jugábamos al fútbol


    5. Charlábamos entonces, creo que fue durante un paseo, sobre la enfermedad y la estupidez, cuya coincidencia consideraba usted paradójica, y esto era debido a su estima hacia la enfermedad


    6. –Recuerdo que el doctor Sisterson lo mencionó cuando charlábamos sobre el capítulo del doctor Sheldrick


    7. El maer se bebió una taza de infusión mientras charlábamos, mirándome en silencio desde la cama


    8. Roberto, al llegar; me había advertido ya que había mucha niebla; pero ésta, mientras charlábamos, no había cesado de hacerse más espesa


    9. Demonios, si al menos lo hubiera visto durante la travesía, tal vez me hubiera dicho algo mientras charlábamos


    10. Y era como si mi hermana estuviera enfrente de mí, comiendo con la misma calma, como si flotara su hermosa sonrisa; estábamos sentados uno enfrente del otro y, entre los dos, estaba su marido, en la cabecera de la mesa, en su silla de ruedas, y charlábamos amistosamente; mi hermana hablaba con voz dulce y clara, y Von Üxküll con tono cordial, con esa rigidez y esa severidad que parecía no dar nunca de lado, pero sin perder la exquisita amabilidad del aristócrata de pura cepa, sin hacer que me sintiera nunca violento; y, entre aquella luz cálida y temblorosa, veía y oía a la perfección nuestra charla, y tenía ocupada la mente en ella mientras comía y me acababa la botella de aquel burdeos aterciopelado, opulento, fabuloso

    1. Charlé media hora en la botica de Meconio


    2. Por las escaleras me encontré al coronel Blunden y charlé un rato con él, no sé exactamente de qué


    3. Charlé sobre patrística griega con un joven que estaba redactando una tesis doctoral y me pregunté cómo tanta juventud podía malograrse de esa manera al servicio de la nada


    4. Charlé con él y le dije que a mi marido le encantan las gominolas negras, y él dijo que a su hija le gustan también, compró las gominolas y se marchó


    5. Charlé mucho rato con Kraus, había servido varios años en Rusia, hasta que lo hirieron gravemente en Kursk, en donde consiguió salir por los pelos de su panzer en llamas; tras la convalecencia, lo destinaron al distrito SS Sudeste, en Breslau, y acabó en el estado mayor de Schmauser


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    charlar in English

    prate <i>[arch.]</i> twaddle <i>[informal]</i> twattle <i>[informal]</i> chatter chatter away chatter on chat

    Синонимы для "charlar"

    dialogar parlamentar platicar discutir entrevistarse parlotear chacharear