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    Используйте «detener» в предложении

    detener примеры предложений

    detenemos


    detener


    detengo


    detenido


    deteniendo


    detenéis


    detenía


    deteníamos


    detenían


    detiene


    detienen


    detienes


    detuve


    1. río, nos detenemos un momento en una estación,volvemos a


    2. Por medio de esta visión clara de las cosas nos oponemos a la emoción naciente, así como detenemos el vibrar de un vaso tocándole con el dedo


    3. –¿Qué quiere que hagamos con ellos? ¿Los detenemos?


    4. Podemos hacerlo, si nos detenemos a considerar que cuando dos cuerpos se atraen por la gravitación, esa atracción es en dos sentidos


    5. –Si no les detenemos -continuaba el más informado-, dentro de poco estarán en casa durmiendo con nuestras mujeres


    6. Entramos en ella y nos detenemos de repente


    7. Cuando nos detenemos ante la entrada de su casa, en Politía, Tsolakis está sentado en la terraza


    8. 10 de mayo: llegada la noche, nos detenemos para establecer el campamento bajo unos enormes árboles


    9. Estupefactos, nos detenemos en el umbral: las cuerdas que ataban al prisionero están en el suelo


    10. Nos detenemos frente a una enorme puerta de doble hoja y el conductor abre la portezuela del coche

    11. No usamos la crujiente escalera; no nos detenemos a escuchar junto a la puerta; no tomamos el picaporte y lo hacemos girar; no abrimos la puerta del altillo


    12. Bajamos y nos detenemos un momento en recepción


    1. Iba pasando con los dedos las hojas de un libro, puesta en ellas lavista descuidadamente, como si el pensamiento y la voluntad estuvieranmuy lejos de aquellas páginas, que no bastaban a detener el vuelocaprichoso de sus antojos femeniles


    2. para detener ese espectáculo lamentable


    3. precaución de detener el ascensor un par de pisos antes y alcanzar el nuestro, con todo sigilo,


    4. detener su extensión en primer término


    5. Necesitamos detener el


    6. Detener el aire, y deslizarlo en las almohadas


    7. Sin embargo, sus permanentes vacilaciones no le permitieron tomar medidas oportunas para detener el paso de los patriotas hacia el interior


    8. El tiempo de levantarse por la mañana; dique para detener el agua


    9. Ya se sabe que la juventud ha detener sus trapicheos; pero los


    10. objetos que no habían detener aplicación por el momento

    11. En suma vos lo cuento por vos non detener,


    12. Vy muchas en la tienda; mas por vos non detener


    13. Solo envié tipos de órdenes para detener todos los ataques y


    14. de este tribunal del orden detener y enviar a toda la sección


    15. detener su desplazamiento en el flujo de tiempo de su


    16. mísera resignación esla tuya? Tú sola puedes detener al


    17. , entre dos zanjones que las aguas habian hecho: y para estar allí mas seguros, y detener algun poco al


    18. seimaginaba que, por grandes maestros que le hubiesen curado, no dejaría detener el rostro y


    19. porque jamás me desamparó la esperanza detener libertad; y cuando en lo que fabricaba, pensaba


    20. los cuales, oyendo y no entendiendo aquellassandeces, se pusieron con sus varas a detener el

    21. decíales la manera que habían detener para llevarlos y servirlos, y no paraba un


    22. al autor que por mí no tienenecesidad de detener la función


    23. las puertas de las Ursulinas secerraron para detener al


    24. A la ciencia, á la ley, tocan detener tamaña decadencia


    25. el que más pueda serlo; pero me jacto detener una buena condición, que me


    26. apoderó de mí una curiosa repugnancia, y, aun cuandofelizmente pude detener el


    27. una barbaridad y una injusticia que, aun en caso detener Seturas alguna razón, se emplease ésta en


    28. el caso de que la difunta hubieratratado de detener al Príncipe a


    29. rencor detener que abandonar la felicidad que se prometía con


    30. Aragon, dijo al tiempo que se partia,cuando sus ruegos y razones no le pudieron detener, que el Infante

    31. Salió Berenguer de Entenza el primero á caballo, y desarmado con solauna azcona montera, como persona de mas autoridad, á detener los suyos,y


    32. gentes han detener una mesa regular y estar cómodos todos los días del año es


    33. de un cuerpo bien nutrido, intimó la orden de detener a losilusos viajeros


    34. con el símbolo de Júpiter de alguna manera estaban tratando de detener el abuso de niños


    35. Alguna compensación ha detener lo


    36. Juan, pálido hasta en los labios, había tratado de detener al


    37. quieran detener larueda de la vida


    38. El nombre de Salvatierra pareció detener en lo alto las


    39. que le mandaban clavar el cuchillo al hijo, cosa detener


    40. agolparon á la imaginación, lehicieron detener un buen rato fija la vista en el militar

    41. qué no han detener nuestras boleras y otras tonadas del país el


    42. Creyó en una pesadilla y trató de detener y comprimir las ideas confusasque habían


    43. razón el viejo: cuando uno ha cumplido su deber, ¿por qué ha detener miedo? ¡Dios es


    44. gentes han detener una mesa regular, y estar cómodos{138-1} todos los días del año,es


    45. que era imposible detener eltorrente, que la humanidad seguía su


    46. Saludó sin detener el paso, con una reverencia que juzgaba


    47. había detener su castillo, como los otros?


    48. Los capitanes dieronuna explicación sin detener el paso


    49. postradísimos, olvidada la ruda querella que acababa detener lugar entre ellos, se


    50. en la soledad, sin el tormento detener que velar por la














































    1. Pero no me detengo en detalles, me preparo para


    2. Me detengo un momento


    3. - De acuerdo, me detengo ahora mismo en esa posición


    4. detengo con fruición debajo de un árbol, porqueespero que aquel


    5. líneas de ómnibus que hacen el servicio entre la ciudad y los arrabales: yo me detengo á hacer mencion de


    6. Detengo por unos segundos este diálogo para explicar que soy de esas personas en apariencia muy abiertas, pero que nunca hablan de sí mismas


    7. Me detengo ante la vitrina de una galería de pintura, en que se exhiben ídolos difuntos, vaciados de sentido por no tener adoradores presentes, cuyos rostros enigmáticos o terribles eran los que interrogaban muchos pintores de hoy para hallar el secreto de una elocuencia perdida -con la misma añoranza de energías instintivas que hacía buscar a numerosos compositores de mi generación, en el abuso de los instrumentos de batería, la fuerza elemental de los ritmos primitivos-


    8. Me detengo a la entrada y veo que Martin habla con un cámara y señala a Leon, que es el cantante solista de los English Prices y está fumando un pitillo y empuñando una pistola de juguete en una mano, y en la otra tiene un espejito en el que se retoca el pelo


    9. Me detengo en Tower Records y compro un par de cintas, luego entro en el Hughes que está abierto las veinticuatro horas en la esquina de Beverly con Doheny y compro muchos filetes por si la semana que viene no me apetece salir porque la carne cruda está bien aunque el jugo sea demasiado líquido y no lo bastante salado


    10. Me detengo, me vuelvo

    11. Yo me detengo en un solar vacío, cincuenta metros más allá


    12. Una vez fuera, me detengo y miro con el rabillo del ojo


    13. –Horatio Adams, os detengo en nombre de Dios y de la Congregación por el crimen de diabolismo y brujería


    14. Carl Muller, os detengo en nombre de Dios y de la Congregación por el crimen de diabolismo y brujería


    15. Cuando está a punto de levantar la tapa del cesto de mimbre, lo agarro de la túnica y lo detengo justo a tiempo


    16. Yo soy como ellos: para encontrar oro, no me detengo ante nada


    17. Mi miedo es que si me detengo en la esquina me den una limosna


    18. Si no me detengo a mirar ninguno de esos programas es porque el programa que busco es otro, y yo sé que existe, y estoy seguro de que no es ninguno de éstos, y que éstos los transmiten sólo para inducir a engaño y desanimar a quien, como yo, está convencido de que el programa que cuenta es el otro


    19. Me detengo, corro al bar, compro un puñado de fichas, marco el afijo telefónico de B, el número de Y


    20. Oigo un roce entre la hierba alta y me detengo a investigar

    21. Me detengo en el quicio de la puerta, con la mirada perdida en la ventana del estrecho pasillo


    22. Me detengo y giro hacia el asombrado ocupante de una de las literas


    23. –¿Y bien? – caigo en la cuenta de que estoy jugueteando con mi anillo de compromiso y me detengo en seco-


    24. Me detengo en el umbral de la puerta, luego llamo y, mientras lo hago, me doy cuenta de que la puerta está entreabierta


    25. Me detengo para recobrar el aliento, mirando a mi alrededor a todos los juguetes por los que ha pagado y que ni una sola vez ha disfrutado con su hijo


    26. –Sí, claro, debería estar en la mesa de… -Me detengo porque la mujer se va sin decir ni gracias, dejándome a mitad de frase


    27. Me detengo ante la puerta de casa de Lucy, me pongo una mano en el corazón para calmarme un poco y toco el timbre


    28. Me subo al coche decidida, tan decidida a que lo nuestro funcione que me olvido de llorar, me concentro en conducir por las calles de Londres hasta que, finalmente, me detengo delante de la casa de Nick


    29. Me vuelvo y veo a un hombre arrastrándose por la carretera, y me detengo de golpe, asombrado por una imagen tan mundana después de un encuentro tan trascendental


    30. –Le detengo sin detenerle

    31. Me detengo en cuanto escucho con claridad las palabras de David


    32. Me detengo durante un segundo frente a la casa y miro directamente hacia la puerta de hierro distante


    33. Me detengo en mitad de la acera, del todo sobrecogida


    34. Me detengo y apago la sed con el agua de la cantimplora


    35. Detengo la lupa en la parte superior del pie izquierdo, donde hay un grupo de manchas rojas brillantes


    36. Acelero el paso y me detengo ante la puerta de la habitación, que acababa de cerrarse


    37. Bajo las escaleras y me detengo en los servicios a darle una buena rascada al culo


    38. Es el más importante de la zona y siempre me detengo en él


    39. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga


    40. De camino a la puerta me detengo en el recibidor para mirarme en el espejo (camiseta: River Island; falda: French Connection; medias: Pretty Polly Velvets; zapatos: Ravel) y cojo el abrigo (rebajas de House of Fraser)

    41. » Me detengo, busco un folleto sobre planes de pensiones y lo hojeo rápidamente, como si estuviese buscando una información crucial


    42. —Me detengo y me froto la nariz


    43. Llego al puente y me detengo a unos metros de él


    1. está enterado de las calidades de los demas puertos que se hanreconocido en toda la costa: mas no obstante conviene hacer memoria deaquellos en que se ha detenido mas tiempo la inspeccion de loscomisionados y de otros sugetos


    2. La idea de que se había detenido el tiempo para siempre me hizo un poco de gracia,


    3. Fue detenido en el


    4. hasta que las aspas no se hubieron detenido del todo


    5. Un perro, detenido en la esquina, miraba la escena con ojos de agua, que aliviaban


    6. El detenido examen de las provisiones, que, afortunadamente


    7. pero es tan poca la diferencia, que no merece la penade un detenido exâmen


    8. Era éste unviejo pozo inconcluso, cuyos trabajos se habían detenido a los catorcemetros sobre el fondo de piedra, y que


    9. dejacion de su oficio, pero que era detenido por las lágrimas del Monarca: y que finalmente, con los


    10. los dos sobredichos españoles, y que en ellos estaba detenido en rehenes

    11. El enemigo entretanto estuvo detenido los cuatro dias siguientes en el pago ó estancia, dicha


    12. escudos de oro, para él y para el leonero, en recompensade lo que por mí se han detenido


    13. El hombre que había entrado se había detenido y no hablaba


    14. Una alambicada cavilación había detenido á Clara en dar el sí á D


    15. largorato: el dueño del puesto junto al cual se habían detenido,


    16. cuantoaveriguó que el joven detenido era hijo de un antiguo


    17. que la enfermedad sehabía detenido en sus progresos; pero ayer,


    18. Así es el mar: parécese á un gran animal detenido en ese


    19. El hortera, a quien los guardas del Retiro habían detenido, no negó loque su


    20. El artista, detenido en los comienzos de su discurso,la miró alejarse con sorpresa

    21. El gigante se había detenido alllegar al puerto, y la muchedumbre que le seguía se detuvo igualmente


    22. Se había, pues, detenido en la esquina de la calle de San


    23. había detenido todo aquel tiempoen las tranquilas regiones del


    24. tienda y, con riesgo inminente de la vida, había detenido loscaballos del carruaje en


    25. Sus lágrimas se habían detenido, su mirada expresaba el


    26. Otra vez, en lamontaña, se habían detenido delante de la


    27. Paríslos preparativos para escapar después del golpe;pero fué detenido con uno de los


    28. Me he detenido distinguiendo en mi descripción a la trapera entre todoslos demás


    29. ] Me he detenido en la explicacion del problema de lainteligibilidad, porque en mi concepto es poco menos importante que elde la inteligencia, por mas que no se le vea tratado cual merece enlas obras


    30. que la enfermedad parecíahaberse detenido y que aquella dichosa suspensión de una

    31. Al partir sus compañeros se había detenido en un recodo del


    32. La marquesa, que se había detenido en el umbral,


    33. Basta razonar en calma y decir: "¿No havenido? Se habrá detenido casualmente


    34. Era un detenido de causa, y loscamaradas


    35. Tan detenido como el examen gráfico ha sido el de los


    36. Por el examen detenido se deduce el método racional de


    37. Andrés, detenido en medio del corredor, perseguía a la joven con unamirada estuosa y voraz, y las señoras de la casa, asomadas unas a cadapuerta, atisbaban procaces y malignas


    38. después de un detenido trabajo de comparación entra lasdistintas clases de papel y un


    39. sus últimos rincones al comprador detenido en lacalle


    40. Su buque está detenido en el puerto por una avería;

    41. Lanzó una maldición al verse detenido


    42. El detenido fue puesto en libertad, y más tarde, se jactaba del


    43. Al día siguiente supo que se le había detenido en Palencia y


    44. de un detenido estudio


    45. Desde la vertiente en que se había detenido, el inspector


    46. Lucas se hubiera detenido pocas horas más en aquella


    47. cuando hacemos un examen detenido de las rentas públicas


    48. dirigiéndosea abrir la tranquera, ante la que se había detenido


    49. había detenido delante del cuadro empezado por Mauricio antes de su partida y miraba con


    50. Detenido en ella














































    1. irrumpiendo en mi estómago y deteniendo los latidos en mi pecho


    2. entraba á caballo y andaba en medio del jurado en cap y el Gobernadorque iban cubiertos; el jurado en cap iba deteniendo el caballo para queel de S


    3. —¡Aquí!—exclamó Mauricio, deteniendo el caballo


    4. Carmen, conlord Gray, el cual, deteniendo la velocidad de su


    5. A lo cual, mansamente, deteniendo el Diablo la carreta, respondió:


    6. viajerasdescendieron, deteniendo sus miradas, no sin cierto asombro, en el


    7. turcos; como fueran{125}un poco en la mar, él se iba deteniendo poralargarlos más


    8. Deteniendo a intervalos el curso de las imágenes, Ramiro rebuscabatodavía el


    9. Después le vio muchas mañanas deteniendo a las criadas en lasinmediaciones de los


    10. Vagaban hasta las doce por las inmediaciones del mercado, deteniendo alas criadas,

    11. El bárbaro mozo se calmó de repente, deteniendo el trueno de su voz antela imagen seductora de la niña


    12. deteniendo á veces lamirada en algunos de los centenares de


    13. 1 Y DESPUES de estas cosas ví cuatro ángeles que estaban sobre los cuatroángulos de la tierra, deteniendo


    14. calle de Sagunto, enTondo, embargando los aparatos y deteniendo al oficial señorReyna en la


    15. Entonces comenzaron las investigaciones; recorrieron los alrededores, deteniendo a las mujeres que pasaban, pero sin resultado


    16. El otro obedeció deteniendo el jeep, y alzando la mano para que la tanqueta que les seguía se detuviera a su vez


    17. Deteniendo el coche, se apeó y subió por el camino hasta la puerta delantera


    18. Rhunón se agachó delante de la mena y acarició la marcada superficie, deteniendo los dedos en los trozos metálicos que llenaban la piedra


    19. Deteniendo sus pasos, el diablo Tony flexiona las dos piernas y desploma ambas rodillas a los pies de la gran estatua


    20. Los judíos, aterrorizados y corriendo como conejos asustados perseguidos por podencos, se habían refugiado en las sinagogas, atrancado las puertas para impedir que el populacho pudiera profanar sus templos mancillando sus sagrados símbolos para lo cual intentaban ocultar sus menorás y sus torás en los sitios más inverosímiles, en la vana esperanza de que, en cualquier momento, aparecieran hombres del rey deteniendo aquel aquelarre

    21. La chica lo miraba, deteniendo especialmente su atención en los gemelos y la videocámara


    22. -Es gente muy sociable -dijo el conductor, deteniendo el vehículo-


    23. Un cuarto de hora después tropezaba en la muralla, frente al Carmen, con lord Gray, el cual, deteniendo la velocidad de su paso, me habló así:


    24. Una mujer furiosa adelantose por entre los caballos y deteniendo enérgicamente por la brida el del general, exclamó más bien rugiendo que hablando:


    25. El montacargas se estaba deteniendo


    26. Y deteniendo a un joven espigado, pulcro, bien afeitadito, vestido con esmero y elegancia, que de un cercano grupo se desprendía, le dijo: «Querido Juan, ven acá


    27. El escáner lateral estaba un poco mejor, con menos ruido electrónico, pero los datos eran difíciles de interpretar, la brumosa imagen indicaba que el submarino se estaba deteniendo sobre una enorme extensión perfectamente plana


    28. –Parece que se cumplieron tus deseos -dijo Jake, deteniendo el coche junto a la acera opuesta, enfrente del hotel


    29. La tarde del 11 de septiembre, un alambre de cobre se rompió en Minnesota, deteniendo las cintas elevadoras de un granero en cierta pequeña estación de la «Taggart Transcontinental»


    30. Algunos distritos se levantaron en ciega rebelión, deteniendo a los funcionarios locales, expulsando a los agentes de Washington y matando a los recaudadores de impuestos

    31. Halliday aún estaba en el techo del vehículo, deteniendo al radioperador, quien estaba a punto de bajar a tierra


    32. —Tú, ven aquí —le dijo en el tono más insultante posible, deteniendo el caballo justo delante del sorprendido mercader—


    33. En rápida sucesión, los coches, con los faros apuntando a Owain y el Príncipe, se fueron deteniendo junto a una ladera alejada


    34. ¡Señor! Se está deteniendo


    35. El dolor lo golpeó como un enorme bloque de piedra, deteniendo su ascenso, y su mente retrocedió en agonía


    36. Aquel movimiento se fue deteniendo poco a poco hasta que se quedaron inmóviles


    37. No les perseguí, y cuando se dieron cuenta de ello poco a poco se fueron deteniendo y volviéndose hacia mí


    38. En la puerta, dos guerreros conectados con la casa estaban deteniendo a un hombre corpulento al que Tarzán reconoció incluso de lejos: era Phobeg


    39. Cocoton dijo tímidamente y deteniendo el aliento: «¿Tene


    40. El Portavoz alzó las manos, deteniendo sus murmullos

    41. Yo corté las cuerdas del puente de barcos de Tesino deteniendo su avance en el norte de Italia, yo sobrevivía las cargas de su caballería en Trebia y a las de su infantería en Cannae y rescaté dos legiones de aquella funesta masacre


    42. —Galba ha gobernado en Aquitania y en África en el pasado, y sirvió bien en Germania deteniendo a los bárbaros en tiempos de Calígula


    43. Éste perdió el equilibrio y cayó de rodillas, deteniendo su caída completa al apoyarse con una mano en el pedestal de la estatua


    44. —Los jefes del pretorio se han rebelado contra el emperador y andan interrogando, deteniendo y ejecutando a aquellos que consideran que intervinieron en la conjura contra Domiciano


    45. El corazón del caballo se va deteniendo y los chorros pierden fuerza


    46. En particular, bajo este último aspecto, nos corresponde denunciar la intromisión de la PIDE/DGS (que ha sido directamente dirigida por el ministro y el subsecretario de Estado del Ejército), deteniendo a camaradas y, al menos en un caso, forzando la entrada a puntapiés, cuando aún no eran las cinco de la mañana, en la casa de un camarada, maltratando, física, moral y psíquicamente a su mujer y a sus hijos y efectuando un registro domiciliario sin mandato legal


    47. Se partió en dos en un terreno llano, de un modo definitivo y banal, deteniendo el vehículo abruptamente y obligándolo a describir un semicírculo


    48. -se sienta, deteniendo las manos en el aire con los ojos cerrados


    49. deteniendo el Sol y la Luna durante «casi un día»


    50. Parecía que se estaba deteniendo




























    1. —¡Imbéciles! ¡Hoy me detenéis a mí y mañana seréis más carnaza para esta guerra! —Nevio luchaba por zafarse de los fuertes brazos de los dos triunviros que lo arrastraban hacia la puerta


    2. –¡Imbéciles! ¡Hoy me detenéis a mí y mañana seréis más carnaza para esta guerra! – Nevio luchaba por zafarse de los fuertes brazos de los dos triunviros que lo arrastraban hacia la puerta


    1. se detenía en la contemplación del mirlo que se hallaba al otro extremo de la bóveda vegetal,


    2. Puesto que no era una audición en directo, la grabación se detenía ahí


    3. en cada visita, de detenía a comer


    4. ángulo donde se detenía Roberto


    5. contenía la respiración y Ella se detenía


    6. ¿Por qué no entró?¿Qué temor la detenía? La alcoba estaba casi a oscuras, pues apenasllegaba a ella la claridad de la lámpara encendida en la sala


    7. vez en cuando,una elegante muchacha se detenía en mitad del


    8. Cuando el ejército se detenía, eclipsábanse en apariencia todos los


    9. de susdicharachos y sus risas, se detenía ante una puerta, sobre


    10. se detenía, y como un niño,

    11. interjección y se detenía atomar aliento; porque el tránsito,


    12. del alma habían salido a los ojos;se detenía, quedaba inerte; la


    13. Era el público que salía del mitin y se detenía ante los


    14. cuantosencontraba detenía con guiño misterioso, y metiéndoseen el portal más


    15. el bodegón como fuera de sí,y en él reparaba, y se detenía


    16. champagne en lasmanos; se detenía junto a los que tenían la


    17. detenía en el bordede las pestañas, asustada de los estragos que


    18. Iba á añadir «por usted», pero se detenía mirando á la pomposa generala


    19. Cada cuarto de hora me detenía en la puerta de ranchos


    20. día empezaba a clarear), el tren se detenía enUtica; mi

    21. pero un escrúpulo bien natural le detenía


    22. la antesala, si bien don Paco, desdeñadoy despedido, no se detenía a hablar con ella y pasaba de


    23. que el jefese detenía, agrupáronse en torno de él, con la mirada


    24. Se detenía el señorito


    25. Se detenía ante la capilla de Santiago, mirando a través


    26. vistazo a la dela Sala Capitular y se detenía ante la Virgen del Sagrario


    27. Aquí se detenía el Diario de un loco de Bedlam


    28. cabello y le detenía la circulación de lasangre


    29. De vez en cuando se detenía un instante, daba unapretón de manos, y cambiando con el conocido que


    30. Isidro, al visitar la casa del Mosco, ya no se detenía en la viviendade su abuela

    31. detenía, y apoyandoun codo en una mano, se llevaba la otra a la frente, partida por


    32. Frantz Materne se detenía algunas veces, dirigía una


    33. Ahora la pluma corría menos, se detenía en los perfiles


    34. y otras se detenía de pronto,haciendo rayas y figuras en la tierra ó círculos en el aire,


    35. abría de repente la puerta de la oficina para regañar a losculpables y se detenía


    36. Cuando iba al cementerio o a la iglesia se detenía siempre en el Correopara


    37. Liette pasaba largamente la inspección y se detenía en los menoresdetalles, muy


    38. ruede la Pompe, pero se detenía en mitad del camino,


    39. detenía el profesor, recordando queesta nación era una aliada,


    40. detenía en su arrastre con vacilaciones demiedo, pronto á

    41. osando pequeñosatrevimientos; pero se detenía en el


    42. Apenas se detenía en la puerta de la cocina, apoyando un codo


    43. Detenía repentinamente sulengua, con una expresión de


    44. detenía ante el tocador, abría losfrascos, palpaba las cortinas y hasta entraba en la


    45. A las ocho en punto se detenía la berlina de Elena delante de


    46. Pero en medio de su discurso se detenía, mirando a la proa, fruncía lascejas, se


    47. escrupuloso y descontentadizo en el arreglode su persona, detenía su movimiento de


    48. Era el «aviso», un rudo pastor que se detenía ante lasventas y las casas iluminadas,


    49. Mientras se detenía delante de la obra de construcción, saltó y ató su bicicleta,


    50. En primavera y verano se detenía a charlar con los campesinos que labraban las tierras












































    1. Nos deteníamos a veces en pueblos apacibles, de pocas ventanas abiertas, rodeados por una vegetación cada vez más tropical


    2. Cuando nos deteníamos delante del establecimiento, un hombre estaba poniendo el letrero de CERRADO en la puerta


    3. Nos deteníamos con frecuencia para guarecernos bajo la sombra de algún arbusto y recobrar el ánimo


    4. Mientras nos deteníamos y aparcábamos, bajó a abrir la puerta de la señorita Hush


    5. Pero recuerdo que Barnabás y yo, durante los fatigosos viajes que también fueron humillantes, pues con frecuencia nos encontrábamos con carros que venían de cosechar y cuyos tripulantes callaban ante nosotros y desviaban la mirada, ni siquiera podíamos dejar de hablar de nuestras preocupaciones y de nuestros planes, a veces quedábamos tan sumidos en nuestra conversación que nos deteníamos y mi padre se veía obligado a llamarnos la atención para recordarnos nuestro deber


    6. —Tenían que vernos desde Palermo aquí, cuando nos deteníamos en las paradas de posta para el cambio de caballos


    7. Nos deteníamos de vez en cuando junto a la carretera, en lugares sombreados para estirar las piernas, comer algo y escuchar el viento y el canto de los pájaros: los trinos agudos y líquidos de las alondras, los graznidos más penetrantes de los halcones y las omnipresentes águilas de la estepa, dos de las cuales aparecían siempre suspendidas en el cielo cada vez que uno alzaba la vista


    8. No fue fácil conseguir mujeres obesas y atractivas dispuestas a hacer el ridículo sobre un escenario; con el director nos colocamos en una esquina concurrida del centro y a cada señora rubicunda que veíamos pasar la deteníamos para preguntarle si deseaba ser actriz


    9. El trabajo lo era todo, de la mañana a la noche, hiciera el tiempo que hiciera, sin descanso, con guardianes que nos golpeaban con vergajos, las vergas endurecidas de los toros, si nos deteníamos en nuestra actividad


    10. —De repente, dejábamos de disparar, a lo mejor los malos huían o los deteníamos, pero cuando aquello paraba era una liberación

    1. se detenían en el punto mismode abrirse el corazón


    2. Algunos se detenían sonriendo al oír el canto tristón y apagado, queparecía salirle de los


    3. se detenían enla calle sorprendidos por el estentóreo ruido


    4. curiosos que le rodeaban cuando se detenían áechar sus tonadas ante la puerta de


    5. gradual de las alturas que detenían las nubes de lluvia y denieve, la dirección distinta que los vientos


    6. detenían en la superficie horizontal de losmares y se levanta en la atmósfera, por donde viaja como viajaba


    7. «Hoy que la civilización, rotas las cortapisas que detenían


    8. detenían á descansar por unmomento, dejando en el suelo los


    9. asordando á los viajeros, loscuales se detenían con frecuencia á tomar aliento


    10. se detenían, colocaban el canasto en tierra, se sentabansobre él y

    11. Pero aquí se detenían las deducciones de Cristián


    12. detenían ante la casa de la señora Chermidy


    13. encantadora, que todos se detenían paraadmirar la flexibilidad y


    14. Mil escrúpulos la detenían; si hubiera estado cierta de que su


    15. Los hombres detenían el


    16. campos,sus centenares de trabajadores que se detenían en el


    17. detenían un momento en el jardín


    18. sus armas vieron con sorpresa que susenemigos se detenían, blandiendo lanzas y


    19. detenían indecisos al ver en los puestos y en las puertas de lastiendas camas de todas


    20. y ora uno, ora otro,se detenían de improviso en su yantar, dejaban caer el tenedor

    21. pueblo y de lasestancias próximas que se detenían en la puerta


    22. Desembocaban por ella el coche del general Vives con su escolta de acaballo, todos a galope tendido; y mientras, para abrir campo, losdragones del piquete interrumpían el movimiento de los quitrines deambas filas, en el paseo, entre los cuales se hallaba el de O'Reilly;dos flanqueadores con sable desnudo detenían y arrollaban a los quepretendían entrar o salir por la puerta del Monserrate, antes que suexcelencia el Capitán General


    23. detenían con verdadera complacencia en la blanquísima


    24. iluminaban las aceras y los rostros de los transeúntesque se detenían a mirar los


    25. proximidad del célebretorero, y detenían el paso, alineándose en el borde de la acera


    26. que detenían el paso en las aceras


    27. Los pájaros pasaban cantando junto á ella; las mariposas se detenían, mirandola con


    28. Personas a las que los gendarmes detenían y se llevaban en un jeep


    29. El pueblo gritaba su desolación, su miedo a la miseria y al porvenir, y los soldados, aterrorizados ante la cólera del hombre hambriento, detenían y golpeaban


    30. Mientras los atacantes se aproximaban, se detenían ocasionalmente en cualquier sitio que les ofreciera un asidero suficiente para ponerse en pie y arrojar lanzas y flechas a los defensores que estaban situados por encima de ellos

    31. se detenían en la plaza del Gobierno, se [ ][137] al liceo por abajo


    32. El grupo fue con paso rápido hacia la puerta, en tanto que algunos de sus miembros se detenían unos instantes para coger armas


    33. El kif frenó el paso hasta detenerse y alzó los ojos hacia ella mientras sus seguidores se detenían también a su alrededor


    34. Sin embargo, los paseantes se detenían al oír su voz, con la que amenazaba como si se encontrara encima de uña nube tormentosa, con el juicio final


    35. todavía no se detenían


    36. Un cuarto de hora después se detenían bajo el cobertizo de la estación europea que se encontraba al otro lado de la ciudad


    37. -Mueve las piernas, hermano mío -dijo Yáñez, mientras los soldados se detenían en torno a su jefe


    38. La travesía del bosque se efectuó sin dificultad, y unos minutos después los jinetes se detenían en la ribera del Keliff


    39. Se detenían de tiempo en tiempo, pues se les figuraba oír entre los silbidos del aire la voz del desgraciado compañero; enseguida volvían a indagar, llegando hasta la línea de los rompientes


    40. Pero ¿qué importaba? Las dos naves no se detenían por eso; antes bien, corrían una contra otra, impacientes por destruirse y abandonar sus despojos al abismo

    41. Los guardias, todavía bajo el efecto del vino de palma, hacían su ronda trastabillando, se detenían a fumar cuando les venía en gana y al cruzarse se detenían a conversar


    42. Algunos jóvenes del pueblo o los chóferes de los camiones, que se detenían a beber una cerveza, me decían cosas, pero Riad Halabí los espantaba como un padre celoso


    43. Entró más y más en la Araucanía sin encontrar partidas numerosas de indígenas, sólo grupos dispersos, cuyos ataques sorpresivos y fulminantes cansaban a sus soldados pero no los detenían, estaban acostumbrados a enfrentarse a enemigos cien veces más numerosos


    44. Si todo marchaba y no había novedad, el hecho era irrelevante, y si lo detenían y no podía evitarlo entonces gastaría el cargador y la última bala la reservaría para él


    45. Media hora después penetraban en el pueblo y se detenían en la plaza


    46. Un nuevo hombre caminó hacia ellos, mientras los otros vehículos subutilitarios se detenían y sus pasajeros descendían


    47. Stephen sintió cómo las nubes detenían su marcha, cómo los montes dormidos se estremecían y murmuraban, cómo los velos de fría niebla danzaban


    48. Incluso sus tripulaciones raramente se detenían a pensar que estaban haciendo un servicio de centinelas, como los vigías que patrullaban las ventosas murallas de Troya tres mil anos atrás


    49. Los oficiales se detenían los unos a los otros y mencionaban su respectivo linaje


    50. Los jefes nos detenían diciendo: [204]














































    1. La sensación que tengo al principio es muy malo: me parece estar atravesado por una espada, que me retuerzo y se detiene en el pecho; el punto directamente ofendido por el láser que puede sentir que se queme, pero resistir y evitar recurrir a mover a toda mi fuerza de voluntad


    2. " - "No importa que usted mantenga oculto mi presencia"-replica siempre se detiene en sus tres patas "que no quieren que ni yo ni mi astronave puede ver


    3. Sin embargo, eso no detiene a los certificadores


    4. La shoá 6acompasa el retroceso de la grúa, que se detiene el


    5. Un féretro se detiene un momento ante la tumba de Matías y antes de


    6. presencia siempre posible que detiene al tiempo y desafía a la muerte


    7. cuando se detiene la luz


    8. comprobarlo, en eso se detiene,


    9. Son momentos en los que la historia se detiene, suspirando, y el tiempo se vuelve pastoso y plúmbeo


    10. El sol, cuando llega a lo más alto, se detiene arrogante y nos infl ama los sentidos

    11. Conducir en un gran almacén el camión se detiene a una parada delante de una larga línea de robots de servicio


    12. Hace exactamente tres horas después de que los militares habían dejado el vehículo auto se detiene y vuelve a la puerta del almacén


    13. Mientras espera, mientras escucha a alguien, mientras se detiene a admirar el cielo, un árbol, una


    14. En la calle de Barrionuevo, se detiene enla puerta de una tienda donde hay piezas de tela desenvueltas y colgadashaciendo ondas


    15. Déjase ir porla calle Imperial, y se detiene frente al portal del Fiel Contraste aoír un pianito que está tocando una música muy preciosa


    16. Era el 10 de abril, día glorioso dos veces en los anales dela historia cubana, cuando se echaron al mar esos hombres magníficos; yel 11, a pocas millas de la costa, detiene el vapor que los conducía sumarcha, bajan la escala, echan al agua uno de sus botes y en él seinstalan los seis expedicionarios «con gran carga de parque y un sacocon queso y galletas»


    17. Y cuando el tren se detiene de pronto ante una estación solitaria, oigo,en el profundo reposo de la llanura, el tric-trac del telégrafo, sonoroy presuroso


    18. astrónomo que anuncia la aparición de uncometa y no le detiene, que anuncia un


    19. cuandoestamos juntos, una delicadeza pudorosa detiene en sus


    20. Hállase en una isla atormentado por fuertes pesares, en el palacio de la ninfa Calipso, que por fuerza lo detiene

    21. El vapor se detiene de vez en cuando juntoa un pontón, a la izquierda o a la


    22. Nhara se detiene una vez más en el tribunal del orden del


    23. que le interese y se detiene en uno en concreto en el


    24. de su realidad con mucha aceleración y si no se detiene en


    25. - Bien, Nhara Rhuen, se detiene en el momento


    26. Nhara se detiene en eso momentos y reconoce lo mejor


    27. Estatropa de músicos, seguida por el pueblo, se detiene á hacer oraciondelante de las capillas que adornan


    28. algo, practica los más bajos oficios;quien no se detiene ni ante lo más alto, ni ante lo


    29. crepuscular en los que elpensamiento se detiene ante las


    30. pasar por la puerta se detiene un momento parajugar con los

    31. Juan se detiene en el umbral; se apoya contra una de las hojas


    32. Y como Juan da un paso para abrir la puerta, lo detiene por el


    33. mirada no se detiene ennadie; pero busca algo en las filas de la


    34. El campo del tiro, donde se detiene el cortejo, se encuentra en


    35. Y, cuando el carruaje se detiene, no espera que la portezuela se


    36. pero derepente se detiene petrificado, con los brazos caídos


    37. Juan ha abierto la puerta sin ruido y se detiene detrás del


    38. Se detiene al otro lado de la presa


    39. Cuando el carruaje se detiene, reconozco a Lotario en el grupo


    40. lector no se detiene mucho en los capítulos sobre París

    41. detiene, ráfagas frescas comienzan a acariciar elrostro, y la


    42. elcazador que detiene a Manfredo cuando tiene ya un pie en el


    43. fiacres, carruajes delujo, todo vehículo se detiene en el acto y


    44. El paso detiene entonces


    45. una mano poderosa que detiene las ruedas de la administración


    46. los cuerpos, llega hasta la altura que sudensidad le permite, y se detiene en ella; no


    47. mi existencia, laduda se detiene, no puede llegar á tal punto, encuentra una


    48. unpunto en que se detiene la inteligencia humana; todas las aparienciasindican que no hay mas relacion


    49. se detiene en la superficie de las cosas, y nofatiga al discípulo


    50. indiferencia no se extiende, porel contrario, se detiene, y se














































    1. a laoficina árabe para hacer que le curen, y siemprelo detienen en el patio para


    2. alegressobre los árboles, y se detienen un momento llenos de admiracion, parabrincar y hacer en seguida


    3. medio diase detienen otra vez por una hora para comer, y navegan en seguida hastala noche


    4. detienen para proveerse de camisas, haciendoresonar todo un bosque por algunos instantes con el


    5. descubre!" Por el pobre todos pasan los ojos como decorrida, y en el rico los detienen; y si el tal


    6. Como tal vez las nieves detienen y con la misma detención prestan másbrío a la virtud


    7. detienen por las orillas, otrosse ensanchan por el impulso de la corriente, y se curvan


    8. De los vapores que esos árboles detienen se forma


    9. Los torpes miembros del otro se detienen en su movimiento, se


    10. trompeteando; uno tras otro; loslandós se detienen al borde de la

    11. del muro y os detienen con lafalsa sonrisa que inspira una


    12. afluencia del tráfico hace imposible el tránsito, se detienen y


    13. —Ya sé lo que quierenestas bribonas cuando detienen á una; que no van sino á meterle la


    14. queárboles y arbustos se detienen ante él, como se pararían ante unamuralla de hielo


    15. Los diez mil genios detienen el vuelo allípara contemplar la tierra y las ciudades de los


    16. reunidas detienen el paso de unelefante y muchas menudencias


    17. acumulativas detienen la marcha de unanación


    18. Allí donde se detienen seincrustan, y la pesada


    19. detienen en los pueblos los días que quieren,facilitándoles


    20. injusticia de los hombres, que detienen la verdad con injusticia:

    21. injusticia de los hombres que detienen la verdad con injusticia:


    22. vanllegando de la cocina con un rumor lento, ojos de susto, gesto demisterio, y se detienen sobre el


    23. De tiempo en tiempo se detienen, y sobre lasolas crestadas de espuma


    24. Golpean a los estudiantes, los detienen y los meten en la cárcel


    25. Siempre acaban bajando por los acantilados hasta esta playa y se detienen para mirar al mar; luego, vuelven la vista hacia el lago


    26. –Pero los trenes de pasajeros ya no se detienen en Galen, ¿verdad?


    27. Pero los trenes de pasajeros ya no se detienen en la estación de Galen… La calle terminaba en un pequeño círculo, cerrado con un muro bajo de piedra; yo lo traspuse y seguí corriendo


    28. Además, y por primera vez, a esos apuntes empieza a faltarles objetividad y se detienen en consideraciones personales


    29. soy esa nube ingrávida que detienen las hojas,


    30. Los dioses se detienen donde quieren detenerse, la casualidad no es más fuerte que ellos, y ellos son por el contrario los que sujetan la suerte

    31. —¡Ni que decir tiene! —exclamó Danglars—, aunque en realidad, las gentes que detienen y aprisionan deberían al menos alimentar a los prisioneros


    32. Ya ve usted, Gaitskill, cuando uno llega a viejo, nuestros pensamientos se detienen con frecuencia en los días y en los amigos de la juventud


    33. Los andamaneses son nómades, y no se detienen más de un día en el mismo lugar


    34. Cuando están irritados no se detienen ante nada y cargan enloquecidos, con la cabeza baja y el cuerno hacia adelante


    35. Los pies del hermano perro-puerco se detienen y se posicionan en situación adyacente a la delegada de Haití para decirle:


    36. –¿Y si sólo lo detienen por veinticuatro horas? Razones de seguridad, alguna mierda por el estilo


    37. En cuanto se detienen por falta de impulso, son asaltadas por millares de ratones hambrientos que las devoran, ratones que él había visto, recorriendo rápidamente en manadas los sótanos de algún Palacio de Justicia llenos a rebosar de carpetas


    38. Nos detienen tan sólo porque el gobernador no se halla en situación de poder ser llevado en un carro de municiones


    39. -Ellos se detienen mucho en los pueblos -me dije-


    40. Hay cortes de electricidad; los trenes se detienen; los ancianos mueren congelados en sus casas

    41. Sólo los trenes más lentos se detienen en su estación; hay allí tan poco que hacer que el jefe de estación y el mozo de maletas cultivan flores en el apeadero y amaestran loros en las ventanas de la sala de espera


    42. Cuando llegó a la cafetería vacía de la planta treinta y nueve, Anna vio que a los sobrecargados bomberos se habían unido los funcionarios de la autoridad portuaria y los policías de la unidad de servicios de emergencia, los más populares de Nueva York porque solo se ocupan de operaciones de seguridad y rescate y no ponen multas de aparcamiento ni detienen


    43. Llegamos a la puerta y tratamos de entrar, pero los centinelas nos detienen con sus grandes espadas y nos gritan: «¡Atrás!»


    44. ¿Cree que detienen a la gente por cantar demasiado alto en la iglesia?


    45. Algunas mujeres acompañadas de sus maridos, todas con rosarios y misalitos encuadernados con nácar o piel fina, se detienen frente a la confitería


    46. No se detienen a pensar si los fines perseguidos representan algo que ellos, ellos mismos, desean


    47. Sin embargo, cuando, en medio de esta actividad frenética, se detienen a pensar, hay una pregunta que puede surgir en su espíritu: Si consigo este nuevo empleo, si compro un coche mejor, si realizo este viaje


    48. Al enfriarse el vidrio, los iones se van moviendo cada vez más despacio hasta que se detienen del todo, conservando en adelante la posición que tenían en ese momento


    49. Se detienen y se apoyan en los bastones, respirando el aire puro y observando la tormenta de nieve que envuelve las montañas que tienen a la derecha, a poco más de un kilómetro, y casi a la misma altitud


    50. Los cazadores de tornados se detienen en la gasolinera














































    1. Porqué el infame curso no detienes?


    2. Tú te detienes en determinado límite, el que es suficiente para tus investigaciones


    3. –Si te detienes a pensarlo, eres igual que ellos, Sarah -le dije con sorna señalando a los chicos con la cabeza


    4. –Si él es tan horrible, ¿Por qué no lo detienes? le preguntó ella con desesperación


    5. Te detienes un buen rato delante del telefonillo hasta que decides apretar el botón


    6. Es imposible comprender un proceso si lo detienes


    7. –Te detienes allí y caminas diez pasos


    8. –Al cruzar el paso de peatones, lo detienes


    9. Porqué no eres un poco amable y te detienes a pensar en lo siguiente: ¿qué haría tu bien si no existiera el mal y qué aspecto tendría la tierra si desaparecieran las sombras? Los hombres y los objetos producen sombras


    10. —¿Con qué derecho detienes esta procesión sagrada? Jesús señaló desdeñosamente a los cambistas y comerciantes, que ahora habían cesado en sus peleas y le miraban con la boca abierta

    11. –Si te detienes a pensar en ello –dijo–, puedes apostar que, después del Encendido, el porcentaje de personas que van a entregarse al placer del follaje será el más alto de toda la historia de la humanidad


    12. —En ese caso, ¿por qué no lo detienes?


    13. ¡Hasta tu propio padre la canta sin saberlo, o quizá sabiéndolo pero sin quererla escuchar! ¡Y tú, pobrecita, como los sagrados pasos de las procesiones, te detienes en tu vía crucis ante esta terrible saeta!»


    14. Desde allí continúas hacia la costa sur y después te detienes en un lugar que se llama Apollo Bay


    15. Tú también te detienes en medio de los arbustos, te paralizas, tú también, el cazador


    1. A las tres llegué al rio Atuel, donde me detuve todo él; y deallí despachè una partida de 55 hombres, los 5 para recorrer el campo, ylos otros para sostenerlos en caso necesario


    2. Pasé rápidamente las primeras páginas y me detuve en la información


    3. Llegado ante el parapeto del paseo marítimo, me detuve para escrutar la porción de arena y


    4. Hoy, antes deentrar en su cuarto, me detuve un


    5. Me detuve en el camino del suicidio


    6. Me detuve en el puente


    7. En este parage me detuve hasta la una para las dos de la tarde,en que marché y llegué al citado


    8. Pasé, la puerta del palco estaba abierta, y me detuve enloquecido


    9. Detuve el movimiento a laGiralda, pesé los Toros


    10. sin saber por qué, me detuve en la puerta de uncinema, sintiendo deseos de entrar

    11. salto el declive y cayendoen lo hondo del camino detuve mi


    12. Undía que la niebla tenía poco espesor, me detuve lleno de admiración anteun árbol gigantesco, que se


    13. Cuando pasaba por el puente de los Santos Padres me detuve


    14. Justo en la puerta me detuve esta vez


    15. casa, entré en el jardín, puse el pieen el primer escalón de la puerta y allí me detuve, porque


    16. Su voz me sonó familiar, por lo que me detuve en seco y miré con ojos estrechos hacia la monumental hoguera


    17. Me detuve un instante frente al estanque alrededor del cual se alzaban los árboles secos, inmóviles, impávidos


    18. Mientras colocaba la saeta con la mano derecha me detuve y giré sobre mis talones


    19. Con el cuerpo algo adolorido salí de la churuata, miré, y me detuve estupefacto, con la boca llena de exclamaciones que nada podían por librarme de mi asombro


    20. Estaba a mitad del proceso de sentarme, pero me detuve sin terminar de hacerlo ante una declaración tan amenazadora como esa

    21. No me detuve


    22. Al pasar otra vez por delante de la puerta de Hawberk, vi que trabajaba todavía en la armadura, pero no me detuve, y saliendo a la calle de Bleecker, seguí por ella hasta Wooster, esquivé los terrenos de la Cámara Letal y cruzando el parque de Washington, fui directamente a los cuartos que ocupaba en el Benedick


    23. Una tranquila tarde estaba yo recorriendo solo la casa examinando curiosidades, examinando extraños rincones, encontrando confituras y cigarros en extravagantes escondrijos, y por fin me detuve en el cuarto de baño


    24. Me detuve en seco


    25. Y es que en cuanto me detuve a tomar aliento llegué a la conclusión de que me había perdido, y es aquél un laberinto de árboles y lianas en el que resulta imposible encontrar la salida


    26. Detuve a los animales


    27. Recuerdo sobre todo a un joven latonero ambulante lo recuerdo con su mochila y su rejuela; le acompañaba una mujer, y me miró de un modo tan terrible y me gritó de tal modo que me acercara, que me detuve y me volví a mirarle


    28. De camino a la habitación de las niñas, me detuve un instante a escuchar: no quería interrumpir conversaciones delicadas, imaginando todo lo que tendrían que contarse


    29. Detuve el coche en un pequeño camino saliente, en las afueras


    30. Me detuve durante unos segundos en el rellano, con la llave introducida en la cerradura, intentando escuchar la esperanza

    31. Me detuve con la intención de volver, pero sólo fue eso: una intención


    32. Me detuve junto a la puerta


    33. —Con objeto de que hiciera usted lo que estaba dispuesto a llevar a cabo cuando yo lo detuve


    34. Me detuve inconscientemente unos momentos frente a la puerta


    35. Una vez, detuve el corazón de un hombre con la palabra thrysta


    36. No me detuve a pedirles permiso, simplemente los hice a un lado de un empujón y levanté la pesada tranca con una sola mano, ayudada por Juan de Málaga


    37. Avancé por el pasillo, me detuve a la puerta de la biblioteca y me encontré mirándole mientras él seguía su trabajo


    38. Me detuve a frotarme los brazos con las manos


    39. Sabiéndome oculta, me detuve a escuchar; sabía que, por alguna extraña razón, las mujeres soltaban sus lenguas en los lavaderos


    40. Me detuve de nuevo

    41. Los gruesos neumáticos se agarraron al asfalto, y cuando estuve lejos de la boca del túnel me detuve por completo


    42. Me detuve un momento y observé


    43. Me detuve al borde de la acera para dejar pasar un coche y, sin pensar lo que hacía, levanté la vista a las ventanas de la casa; en el acto me ensordeció un furioso remolino de aguas heladas y profundas, el corazón me dio un salto en el pecho y se desplomó hundiéndose en el fondo de un pozo, un terror sin nombre y sin forma me dejó atónita


    44. Aparqué al lado y detuve el motor


    45. Pero me detuve al llegar a la puerta principal


    46. Me detuve en el hueco de la puerta


    47. Me asomé a la biblioteca, miré en los lavabos, y cuando tuve la seguridad de que todo el mundo estaba a salvo, eché a correr por el pasillo y abrí de un empujón las puertas de la entrada, donde me detuve un momento a recuperar el aliento


    48. Ya en la acera, me detuve un momento y observé las farolas de gas situadas a intervalos considerables a lo largo de las calles estrechas y oscuras


    49. Me detuve un instante en el despacho de Fielding


    50. Me detuve a decirle lindezas a un potrillo y a su madre, y los dos me miraron con unos enormes ojos pardos













































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    detener in English

    arrest take into custody apprehend <i>[formal]</i> capture run in <i>[informal]</i> pull in drag in quit stop pick up hold up delay detain halt <i>[formal]</i> intercept

    Синонимы для "detener"

    estancar demorar atrasar dilatar parar paralizar interrumpir arrestar apresar encarcelar prender aprehender frenar dificultar estorbar entorpecer obstaculizar estacionar