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    Используйте «estrechar» в предложении

    estrechar примеры предложений

    estrecha


    estrechaba


    estrechaban


    estrechado


    estrechamos


    estrechan


    estrechando


    estrechar


    estrechas


    estrecho


    estreché


    1. Otros muchos, que en esta estrecha vía


    2. Laborioso, paciente y muy erudito, proponía comomodelos únicos, dignos de imitación, las obras clásicas de la antigüedady de los franceses, insistiendo en la necesidad de escribir conclaridad, pureza, elegancia y corrección; sostuvo con Bodmer largos añoscontinuas y acres polémicas literarias, porque este decidido partidariode Milton y Shakespeare miraba la crítica de Gottsched como pobre,dañosa y estrecha, creyendo que la imaginación del poeta debía campearmás libremente, dando la preferencia al fondo de sus obras sin cuidarsede su forma


    3. convenía, una casa áspera, más bien estrecha, y algo desvencijada, con un jardín de


    4. Se trataba de una carretera estrecha, delimitada a ambos lados por


    5. ahí que la relación entre privacidad y ley sea estrecha y haya


    6. Pero si consideramos que los aconteceres históricos, como los movimientos telúricos, se dan sólo cuando las circunstancias los propician, hemos de convenir en que éstos deben ocurrir en un momento dado, y su preparación y desarrollo guardan siempre estrecha relación con el medio y las condiciones de los actores


    7. [15] No ignoro que otros dan distinto significado á este lema,y entre ellos Ponz si mal no me acuerdo, diciendo algunos que TANTOMONTA, es una abreviatura del lema tanto monta, monta tanto Isabel comoFernando: aludiendo sin duda á la estrecha union de estos dos espososque procedieron con tal acuerdo en el gobierno de sus estados


    8. una figura que tiene que ver de manera estrecha con el uso del po-


    9. malhadado rey: una estrecha ventana que dominaba los páramos y el mar y en el suelo una trampa que se abría sobre la curva de la escalera


    10. - Sobre todo, parece importante que la investigación política de la socialización sea sacada de su estrecha limitación generacional, ya que el rápido cambio político y social hace que el adulto también se transforme en un individuo en permanente socialización política, y que los medios tapan con informaciones e interpretaciones, contra lo que cada vez puede movilizar menos preconceptos

    11. A) Ello, sin duda, tendría estrecha relación con un interesante aserto visionario de Rubin, cuando afirma que: “En la Norteamérica contemporánea (1975), el abismo entre demandas electoralmente expresadas y la habilidad del gobierno para responder efectivamente ha crecido


    12. En las campañas electorales federales de la posguerra muy pocas veces se ha logrado realizar estrategias de personalización en estrecha conexión con concepciones política


    13. Hubo, así, en el Valle Central, una estrecha relación entre la formación de un mercado de capitales, el surgimiento de la propiedad capitalista del suelo y la mercantilización de la fuerza de trabajo


    14. Tenía la frente estrecha, y de ella hacia atrás, en dos bandasno muy lisas, el cabello negro, que en dos trenzas copiosas, veteadas deuna cinta roja, llevaba recogida en cerquillo, como una corona, sobre loalto de la cabeza


    15. Cristina y su madre nos esperaban, en efecto, y juntosnos dirigimos á casa de la tía de Fernando, que estabasituada en la plaza del pueblo, haciendo esquina á unacalle estrecha y sombría, en la que, sin saber por qué,entré con una profunda tristeza


    16. Guarda Una Relación Muy Estrecha, Precisa, Con


    17. es su estrecha colaboración en proyectos internacionales contra la clonación humana


    18. Aunque entre tono y frecuencia existe una muy estrecha relación, no se refieren al


    19. lasfuerzas á su disposicion, está en la estrecha obligacion de


    20. estrecha union y conformidad recíproca en la tierna efusion

    21. por la dependencia forzosa que los estrecha al órden yseguridad


    22. pidiéndome estrecha cuenta por elabandono de que en medio de


    23. muy obscuro del color; estrecha la frente; altoel cráneo; salientes los pómulos; la barba escasa,


    24. la estrecha yperdurable levita, puesto en las rodillas el gran pañuelo de algodón, decolor


    25. hasta la estrecha cavidad de latumba, impide en ella todo sueño


    26. deslustrados en costuras yrodilleras y el pañuelo anudado a las sienes como una estrecha


    27. los que tienen en su casa gran patio conancho portalón y los que entran por estrecha escalerilla o


    28. Este prior tenía muy estrecha conciencia y se andaba con gran tiento ypulso en lo


    29. Subieronambos por una estrecha y larga escalera de


    30. Gopa le estrecha en sus

    31. á una misma familia, viviendoen la mas estrecha fraternidad: así, por ejemplo, cuando hay alguno


    32. pronunciacion; pero algunas palabras de sudialecto y del de los Chapacuras, cuya estrecha analogía no


    33. se reputaban por muyfelices á pesar de la estrecha dependencia en que vivieron


    34. independencia á la estrecha union queparece reinar entre ellos


    35. — Tan estrecha bien podía ser —respondió nuestro don Quijote—, pero tannecesaria en el


    36. que se alcanzan con ella; y séque la senda de la virtud es muy estrecha, y el camino del vicio,


    37. que es algo estrecha, venía asalir por ella un alcalde de corte con dos alguaciles delante, y, así


    38. Zuzie, Bettina, el abate y Juan vivieron con la misma vida, enla más estrecha y


    39. penetrar en lagruta y seguir junto á la corriente, una estrecha y resbaladiza cornisapor la cual se puede


    40. levantan á derecha é izquierda del arroyo, seaproximan unas á otras, y sólo están separadas por una estrecha fisura,por la cual se desliza el agua rugiendo

    41. El alcaide se metió por una estrecha puerta y por una escaleraobscura


    42. viandante,y en una calle estrecha y atestada de lodose encuentra Eugenio con un caballo que


    43. Engracia,conocedora de la estrecha amistad que existía entre él


    44. tras una nube estrecha y larga,sonando el estruendoso fragor de


    45. lanzando un silbido quevibró agudo y penetrante en la estrecha


    46. Nuestra organizacióntrabaja en estrecha colaboración con el WELL, que se dedica a estostemas


    47. que más admiraba y á adoptar en la forma estrecha ydeficiente que podía los usos de


    48. oscuro como el cielo de Andalucía: lafrente un poco estrecha, como la de las estatuas


    49. nuestro camino a lo largo de una senda estrecha y tortuosa,que se extendía hasta el


    50. de agua cruzan la estrecha llanura, y aunque el corte de loscerros











































    1. El timón era recto, de pala ancha que se estrechaba hacia la partesuperior con dos escalones


    2. interés deFelipe, le dio las gracias mientras le estrechaba la


    3. Esta amistad, que se estrechaba por encima del mostrador, iba siendo unanecesidad para los


    4. revelaba para Dorotea en elardor febril de sus manos, que estrechaba una de las


    5. estrechaba, dió orden demarchar, pero lentamente, al paso de los


    6. la rosa y vencedoras de laazucena; y en tanto la estrechaba las


    7. de la obra que tenía entre las manos, como del restodel mundo; lo estrechaba contra


    8. cadáver negro,purulento, en plena fermentación, que estrechaba


    9. Don Diego lamiraba con complacencia cuando estrechaba entre sus brazos a


    10. estrechaba el círculo de susoperaciones alrededor de Juana

    11. El círculoen que le tenían se estrechaba cada vez más; el desdichado joven


    12. El timón era recto, de pala ancha que se estrechaba hacia la


    13. Quintanar, en cambio, leabría los brazos y le estrechaba con efusión, cada día más


    14. A medida que se acercaban a la iglesia delSanto Ángel Custodio, que, como sabe el lector habanero, se hallasentada en la planicie de la Peñapobre, se estrechaba más la vía a causadel declive y del golpe de gentes de ambos sexos, de todos colores ycondiciones que llevaban la misma dirección


    15. El horizonte se estrechaba de


    16. estrechaba contra ély le apretaba la mano y de vez en cuando la


    17. Más arriba el sendero se estrechaba, por lo que ya no era posible subir con el animal


    18. Continuaba mudo y sin conocimiento, como el cofre, que era lo único que daba algo de expresión a su fisonomía, por el cuidado celoso con que lo estrechaba


    19. La señora Danglars se había levantado y estaba en pie delante del procurador del rey, cuyas manos estrechaba entre las suyas con ademán amenazador


    20. Cogióle entonces una mano mientras estrechaba la de su hijo, y mirándole exclamó:

    21. Se encontró en sus brazos y él la estrechaba con emoción, la besaba, tartamudeando palabras incoherentes


    22. Mientras estrechaba la


    23. Poirot había abierto la puerta y contestado afablemente a la pregunta de sus ojos agonizantes: «Sí, señora —dijo—, se lo traigo:» Se había apartado a un lado, y yo, saliendo de la habitación, vi el gesto de Mary cuando su marido la estrechaba entre sus brazos


    24. No estaban, sin embargo, en condiciones para esquivar la persecución a causa de la extraordinaria velocidad del «Bangalore», que estrechaba de cerca a la nave enemiga


    25. Luego, apartando bruscamente la mano que el barón estrechaba entre las suyas, entró presurosa en su palacio


    26. El ingeniero estrechaba las manos, sonreía, elogiaba: -Tierra de jóvenes bonitas…


    27. El "coronel" estrechaba la mano del adversario, sentándose en un cómodo sillón, pero rehusaba el licor, el aguardiente y el cigarro ofrecidos:


    28. Mientras estrechaba la mano de Jimmy, Gibson sintió otra vez un irresistible deseo de revelarle su identidad para despedirlo como a su hijo, cualesquiera que fueran las consecuencias


    29. Las paredes estaban ahora más juntas y el camino se estrechaba


    30. Le encantaba cuando su madre estrechaba la cintura o recortaba una manga

    31. Malespina no necesitaba de mí, mientras que Marcial, casi considerado como muerto, estrechaba con su helada mano la mía, diciéndome: «Gabriel, no me abandones»


    32. ¿Pero a qué vienen estas consideraciones hechas ante la hoguera del rencor? Aunque me daba lástima del relojito, y lo estrechaba contra mi pecho escuchando su latido que iba a extinguirse, arrojelo al fin, y las mil piezas de su máquina ingeniosa repercutieron sobre el suelo


    33. -Bien sé yo que no eres ladrón -me dijo Santorcaz en Madrid, cuando me ponían en la cuerda que estrechaba en cordial apretón las cuarenta manos de los insurgentes-; pero eres un vil soplón y entrometido, a quien es preciso poner a cien leguas de Madrid


    34. Al caer en los brazos del vagabundo, y cuando este la estrechaba con amante ardor en ellos, Sola gimió dolorosamente y se echó a llorar, diciendo:


    35. Marissa lo estrechaba con más fuerza, pero al mismo tiempo sollozaba menos e iba recobrando el ritmo normal de la respiración


    36. El pasillo se estrechaba como un embudo hasta adquirir proporciones humanas y en su extremo final, frente a una balaustradilla que daba al vacío, vi la espalda de un templario con la cabeza sometida al yelmo y cubierto por el largo manto blanco con la gran cruz bermeja de extremos ensanchados


    37. Consistía éste en un tubo largo que se estrechaba hacia uno de los extremos y que, cuando se soplaba por el extremo ancho, producía un chorro de aire en el extremo apuntado


    38. Por la noche, junto al fuego, Jondalar comenzó a confeccionar un par de muletas para Guban, mientras Ayla estrechaba sus relaciones con Yorga y le explicaba la forma de preparar una medicina contra el dolor


    39. Aunque fueran lo mismo, no pensó en la vagina, sino que la parte superior redondeada le recordaba el canal del nacimiento, que se estrechaba hacia la extensión más baja de la región anal


    40. El túnel se estrechaba un poco, y Langdon caminó más despacio

    41. Le estrechaba la mano como si fuera un huésped bien recibido, y luego, con cierta torpeza, pero con evidente buena voluntad, se quedaba un momento por allí haciendo observaciones sobre el tiempo antes de subir al piso de arriba y retirarse a su habitación


    42. Barent fue más que afable mientras le estrechaba la mano en señal de bienvenida, cogiendo el codo del productor en un abrazo de político


    43. Saul rodó sintiendo que el aire y la energía salían violentamente de su cuerpo; intentó caer sobre las rodillas mientras su vista se nublaba y se estrechaba en un largo túnel oscuro por el que avanzaba Luhar


    44. Pero supo que a él no le importaba cuando, una vez solos, la estrechaba contra sí y sus pupilas brillaban carentes de remordimientos


    45. Sentía el cuerpo de la mujer que lo estrechaba, y las manos de ella, ligeras, entre sus cabellos


    46. Le volvía a ver, le escuchaba, le estrechaba con los dos brazos; y los latidos del corazón, que la golpeaban bajo el pecho como grandes golpes de ariete, se aceleraban sin parar, a intervalos desiguales


    47. los pequeños «cangrejos»–aferradas a los pezones, o la pinza más grande que estrechaba entre sus dientes la punta del pene


    48. Del fondo del vestíbulo, que se estrechaba hasta iniciar un pasillo, venía un aroma que delataba la cocina


    49. Pasaron entre muchas casillas, en una de las cuales vio Karl a uno de los muchachos que había sido admitido ya y que estrechaba, agradecido, la mano a los señores que allí estaban


    50. Se lo devolvían; lo estrechaba entre sus brazos, lo besaba por todas partes y añadía después: «Estos son sus ojos, su boca; ¿cuándo la volveré a ver? Sor Ágata, dígale que la quiero; píntele bien mi estado; dígale que muero














































    1. maloliente, se estrechaban al cuerpo y lo apretaban


    2. venir en años sucesivos, otras y otras órdenes, bandos ydisposiciones que estrechaban


    3. Las dos mujeres se estrechaban en un abrazo mudo, como si


    4. que estrechaban las mías con fraternalcordialidad la realidad de


    5. El millonario y el caudillo de los pobres se estrechaban


    6. Se estrechaban las manos, se


    7. «¡Adiós! ¡adiós!» Se estrechaban las manos, se


    8. Habían llegado a la puerta y se estrechaban la mano


    9. Las paredes, que rezumaban humedad, se estrechaban al punto que, extendiendo los brazos, un hombre de regular tamaño podía avanzar tocando ambos lados


    10. Vio muchas escaleras dentro de la casa, amplias escaleras al principio, que se estrechaban y retorcían a medida que ella iba subiendo, hasta que, en lo más alto, no eran más que pequeños huecos y rendijas en los muros que sólo un niño podría ver y por los que sólo un niño podría meterse

    11. Sarah observó cómo los dos hombres más importantes de su vida se estrechaban la mano ante la red y luego se dirigían hacia la puerta; su padre rodeaba los hombros sudorosos de su yerno con el brazo en un gesto condescendiente


    12. Kinnear se acercó a Lyle y lo sujetó por el brazo a la vez que se estrechaban la mano y le lanzaba su rápido guiño, un gesto que decía «confianza, solidaridad, decisión»


    13. –Casi -reconoció Hamilton, mientras se estrechaban la mano cordialmente-


    14. Bipa retrocedió un poco más, mientras los seres de hielo estrechaban el círculo


    15. Se quedaban abrazados y escuchaban el golpeteo de las gotas de lluvia en la cubierta, se estrechaban el uno contra el otro y se contaban historias


    16. Sus fuerzas se estrechaban en torno a Brunete y dentro había, sí, muchos soldados nuestros, pero nosotros ya emprendíamos el contraataque para impedir otros avances y para romper la tenaza que habían formado para cercar a los nuestros


    17. Estrechaban su relación entre ellos; se intercambiaban confidencias entre ellos


    18. Entretanto, los agentes me rodeaban y me hacían preguntas, me estrechaban la mano y sonreían


    19. Vio que los ojos del otro se estrechaban al reconocerlo


    20. Sentía sus brazos fuertes que la estrechaban, para siempre, y eso le bastaba

    21. Gente que ella apenas conocía le estrechaban las manos y le decían que había sido un placer conocerla


    22. Los troncos de los castaños se estrechaban en la niebla alabastrina y en las mal afamadas escaleras de piedra que había debajo de la iglesia se acurrucaban dos palomas ateridas


    23. Magda llevaba una camisa de hombre abierta en el cuello, con bolsillos sobre los pechos, y los pantalones de combate caqui estrechaban sus esbeltas caderas


    24. Los muslos de ella le estrechaban la cintura


    25. Vastos hervidores, manchados de negro por el humo, se estrechaban para convertirse en tubos serpentinos de cobre batido, cubierto con gotas de soldadura y crispado con fértiles incrustaciones de cristales químicos


    26. Conocía al ejército turco con exactitud, y aun contando con la extensividad que le proporcionaban los aeroplanos, los cañones y los trenes blindados (que estrechaban la amplitud del campo de batalla), seguía pareciéndome que necesitarían establecer un puesto fortificado cada cuatro millas cuadradas, y cada puesto no podía contar con menos de veinte hombres


    27. Hombres blancos, juiciosos y paternales, estrechaban manos, recibían agradecimientos y se retiraban cojeando a su soledad, de la que los habían sacado con halagos tan sólo para esa ocasión especial


    28. Las jóvenes se despidieron mientras Diego y Carlos se estrechaban las manos con fuerza


    29. Mientras se estrechaban la mano, el padre Rivadesella los contempló, y le pareció que en algo se asemejaban, si bien en algo mucho mayor diferían


    30. En ocasiones, los túneles se estrechaban, y sólo quedaba espacio para permitir el paso de un elfo oscuro a la vez

    31. Guillem vio cómo se estrechaban las manos por encima de la mesa, los dos en pie, en silencio, procurando torpemente esconder sus sentimientos durante un apretón que se prolongó una eternidad


    32. Mientras avanzaba hacia la alambrada, Collins observó que losdos hombres –uno de ellos con uniforme militar y el otro vistiendo camiseta y pantalones vaqueros–se estrechaban la mano y se separaban


    33. La gente se apiñó alrededor de ellos, estrechaban sus manos y les mostraban su admiración


    34. El tipo delgado regresó a su sitio junto a la puerta mientras los tres hombres se estrechaban la mano al estilo de la Tierras Fronterizas, agarrándose por el antebrazo


    35. Ahora las concubinas estaban más cerca, estrechaban el círculo, rozaban ya sus cuerpos, el del emperador y el de su huésped


    36. Los monjes y los canteros se estrechaban las manos y se felicitaban mutuamente


    37. Todos se pusieron de pie, y Haller se cuadró mientras los dos oficiales superiores se estrechaban las manos


    38. Pero delante los Pasos se estrechaban


    39. ¡Los alemanes son vuestros amigos! ¡Las tierras árabes para los hombres árabes! ¡Expulsad a los ingleses y a los judíos sus protegidos! En muchos centros importantes de El Cairo, de Bagdad y de Siria, los árabes estrechaban la mano en señal de amistad a los alemanes


    1. Yo la hubiera estrechado entre mis brazos, la hubiera


    2. y a "estrechado por el infortunio


    3. hubiera estrechado contra su corazón


    4. árbol que el joven con tan profundapasión había estrechado


    5. Los horizontes de identificación se han ensanchado en Europa occidental, pero de hecho se han estrechado en Estados Unidos y la ex Unión Soviética


    6. Los carabineros habían estrechado filas y le ordenaron, con un altoparlante, detenerse, depositar la bandera en el suelo y avanzar con las manos en la nuca


    7. Empero, ¿quién no ha estrechado entre sus brazos un esqueleto,


    8. Una vez que se hubieron estrechado las manos y tomado un jerez, se sentaron en el jardín


    9. Éste, cuando se hubieron estrechado calurosamente la mano, preguntó, antes que nada, por el resto de sus compañeros de expedición


    10. En la puerta del hospital había estrechado efusivamente la mano del juez,

    11. Le he estrechado la mano algunas veces


    12. —¡Válgame Dios! ¿Tanto han estrechado ya el cerco en su investigación?


    13. Para entonces, el Mossad había estrechado sus lazos con la OSE


    14. El se la estrechó exactamente con la cortés presión que huesos tan pequeños exigían, pero de la misma forma que si le hubiera estrechado la mano a un hombre


    15. En cuanto se han estrechado la mano, Baxter dice:


    16. He estrechado su mano, y quienes me conocen saben lo que eso significa para mí


    17. Deberían haber estado acostados hacía largo rato, pero su padre o su madre deseaban a toda costa poder decir más tarde que el gran vicepresidente los había abrazado o que habían estrechado la mano del que había hecho tanto en defensa de la Causa


    18. Durante todo ese tiempo unos brazos fuertes y cálidos habían estrechado a David


    19. —Sí —contestó ella, y si él la hubiera estrechado en sus brazos en aquel momento, le hubiera permitido hacerlo y que se fueran a tomar viento las consecuencias


    20. Habían intercambiado nombres y se habían estrechado la mano y ahora este podía encontrar a Maddox en cualquier punto del universo, en cualquier lugar entre el Cielo y el Infierno

    21. El rey había estrechado la mano de una fémina declarada


    22. Le recordó a Stephen cómo se habían estrechado los lazos de amistad entre ellos, la pena que él sentía al pensar en la posibilidad de una guerra entre Inglaterra y Estados Unidos, su apoyo a la lucha por la libertad de Irlanda, Cataluña, Grecia y todos los países donde la libertad estuviera amenazada, su aversión a la práctica de los ingleses de reclutar forzosamente marineros norteamericanos y su amabilidad con los balleneros norteamericanos en la isla Desolación y añadió que éstos le tenían gran estima


    23. Tampoco lo hizo León, aunque Chris podía ver que estaba intentando aceptarlo; era obvio que el policía y Claire habían estrechado relaciones


    24. León dudó, luego asintió con la cabeza, ruborizándose y haciendo que Chris se preguntara hasta qué punto exactamente habían estrechado las relaciones su hermana y León


    25. Antes, cuando se habían encontrado con Tariq en la puerta, Zalmai había estrechado la pelota contra su pecho y se había metido el pulgar en la boca, cosa que sólo hacía ya cuando tenía miedo


    26. Su hermano Jean acababa llegar y la había estrechado entre sus brazos


    27. Utilizando antiguos mapas topográficos, y siguiendo los movimientos de los seres con las redes, habían estrechado su búsqueda al cuadrante sudeste, una zona de unos veinte kilómetros cuadrados sobre el río


    28. Parecía todavía más pequeño, como si los árboles y la maleza hubieran estrechado el cerco mientras dormía


    29. Como si hubieran estrechado el cerco con sigilo


    30. –Sí -contestó ella, y si él la hubiera estrechado en sus brazos en aquel momento, le hubiera permitido hacerlo y que se fueran a tomar viento las consecuencias

    31. Había besado sus labios, la había estrechado entre sus brazos


    32. Don Álvaro había estrechado la mano de la Regenta que no la había retirado tan pronto como debiera; «¡aunque no fuese más que por estar viéndolos él!»


    33. Pensé en todas las otras manos que habían estrechado con fervor y con esperanza, y me dije que ahora no tenían nada, más que el rastro de la tinta, el callo de la pluma en el mayor de la derecha, alguna magulladura, alguna pequeña cicatriz y el laberinto de cruces epidérmicas, que componen la creación más delicada de formas, proporciones; entrecruzamientos y dibujos


    34. No, la acusación habría recaído sobre quien la hubiese levantado, no podía haber nadie que la formulara, la consternación de los demás habría borrado de la faz de la tierra al desgraciado que se hubiese atrevido a afirmar tal cosa, y la sensibilidad de los demás habría estrechado tu mano, porque aquella terrible desgracia inhumana te habría ocurrido realmente a ti, porque la trágica casualidad había matado a tu mejor amigo con tus propias manos… Ésa era la situación


    1. Nos estrechamos las manos


    2. Lo traté una vez, sólo fui uno entre otros veinte que le estrechamos la mano


    3. Ésa era la clave… Y estrechamos el cerco


    4. Tom y yo nos estrechamos la mano; con los otros intercambié un frío saludo con la cabeza, y desaparecieron al trote, camino abajo, entre el follaje de agosto, en el momento en que Gatsby salía por la puerta principal con el sombrero y un abrigo ligero en la mano


    5. —Me ha explicado Ellis Howard que está colaborando con ellos en una investigación —dijo cuando nos estrechamos las manos—


    6. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga


    7. En el andén, nos estrechamos las manos y dijimos «Hasta la vista»


    8. Igual que aquel otro día, estrechamos las manos con fuerza durante largo rato


    9. Podemos estrechamos un poco en el asiento


    10. Luego estrechamos nuestras manos y regresamos a la Custodia

    11. Juntos descendimos al mundo de los juicios imaginarios y estrechamos nuestra relación entre informes judiciales e investigaciones policiales


    1. Por ejemplo, la mayoría de los analistas de encuestas políticas estrechan el rango de los individuos cuyas opiniones analizan, a aquellos que son votantes en potencia, basándose, en su frecuencia de votos, en el pasado


    2. gases expansivos cierran o estrechan el corredor abierto entre


    3. y se estrechan las manos


    4. Se estrechan, se enlazan; el uno resbala y se cae; se oye el crujido deun hueso que se rompe, y las imprecaciones reemplazan a la risa


    5. los cuerposvestidos y malolientes se buscan y se estrechan


    6. acercan alcompañero, se estrechan, se refriegan contra él, y el


    7. se estrechan, de gritos queexpresan la sorpresa del reconocimiento; cuádruple


    8. —¿Qué queréis? ¡Esas mujeres, el diablo que las comprenda! Os dan la mano, os la estrechan, os hablan al oído, hacen que las acompañéis a su casa; con la cuarta parte de ese modo de tratar a un hombre, una parisiense perdería pronto su reputación


    9. Así que llegan a un acuerdo sobre el sueldo, el horario y demás cuestiones laborales, y luego se estrechan la mano para cerrar el trato


    10. Luego los patios se estrechan, las edificaciones se aproximan, los setos desaparecen; un haz de helechos se balancea bajo una ventana en la punta de un mango de escoba; hay la forja de un herrador y luego un carpintero de carros con dos o tres ejemplares nuevos fuera invadiendo la carretera

    11. Ambos, el emperador y el presidente, acaban de dirigirse con paso rápido el uno hacia el otro y se estrechan las manos


    12. Pero esas paredes se estrechan tan rápido que me encuentro en el último cuarto y ahí en el rincón está la trampa, sobre la cual debo pasar


    13. Sus ojos singulares se acercan y estrechan el círculo alrededor mío, sus murmuraciones multiplicadas por la bóvedas


    14. Finalmente escribió: «Hoy en día se estrechan cada vez más las relaciones entre personas de muchos países y culturas diferentes


    15. El viejo y el joven se dirigen una sonrisa cómplice y se estrechan las manos


    16. ¿No sabes que las amas de casa estrechan sus relaciones en la cocina?


    17. Se estrechan las manos y, mientras intento permanecer en un discreto segundo plano, me fijo en que me mira con una ceja arqueada, como preguntándose quién soy


    18. Su creencia fundamental tiene que ser cabalmente la de que a la sociedad no le es lícito existir para sí misma, sino sólo como infraestructura y andamiaje, apoyándose sobre los cuales sea capaz una especie selecta de seres de elevarse hacia su tarea superior y, en general, hacia un ser superior: a semejanza de esas plantas trepadoras de Java, ávidas de sol se las llama sipó matador -, las cuales estrechan con sus brazos una encina todo el tiempo necesario y todas las veces necesarias hasta que, finalmente, muy por encima de ella, pero apoyadas en ella, pueden desplegar su corona a plena luz y exhibir su felicidad


    19. Estrechan más que lazos,


    20. Y los dos estrechan contra su costado una pesada cartera

    21. Cornejo y Siles, envejecidos, le estrechan la mano sin ganas de insistir porque ya ni siquiera la lástima es posible: Claudio luce arrogante y la sonrisa del victorioso brilla en su piel


    1. aquelespacio alargó don Juan ambas manos, estrechando entre


    2. cogiendo y estrechando una mano de don Jorge, a pesar de losesfuerzos que


    3. indica que su órbita se va estrechando


    4. Don Rosendo fué estrechando con emoción las manos de sus


    5. —Sí, por cierto, querido Cristián, exclamó Marenval estrechando lasmanos del joven


    6. estrechando la capital con una cintura de construccionesflamantes; y en cambio una


    7. Y estrechando su mano con un franco apretón de amistad, entró en elcarruaje, con


    8. Y estrechando a sir Evandale entre sus brazos, lo cubrió de


    9. —Ya sé por qué lloras tanto—dijo el ciego estrechando las manos de sucompañera—


    10. apretando a la hija de sus entrañas conun abrazo y estrechando con la otra mano la del

    11. Hízole entrar en la sala, y estrechando sus manos con


    12. Dio un suspiro, y estrechando luego entre sus manos las de Sola, queestaban frías, sin duda


    13. Siguieron estrechando disimuladamente el cerco


    14. Al fundarse una familia se imponen nuevos deberes, estrechando el vínculo conyugal y haciendo más necesaria todavía la cooperación de los esposos en la búsqueda del bien colectivo


    15. Tanar y Stellara estaban agazapados en la popa, con el brazo del hombre estrechando protectoramente a la muchacha hacia sí


    16. Es cuestión de ir estrechando las cosas


    17. Y en aquel rincón perdido del barrio donde se apretaban los unos a los otros, las dos mujeres estrechando a los niños contra sus cuerpos, la luz escasa en el pavimento como untado por las lluvias recientes, el largo resbalar de los autos en el suelo húmedo, los tranvías que pasaban cada tanto, sonoros e iluminados, llenos de viajeros alegres e indiferentes a esa escena de otro mundo, grababan en el corazón aterrado de Jacques una imagen que hasta entonces había sobrevivido a todas las otras: la imagen dulzona e insistente de ese barrio en el que había reinado todo el día con inocencia y avidez, pero que con el paso de las horas producía un sonido misterioso e inquietante, cuando sus calles empezaban [a] poblarse de sombras o más bien cuando una sola sombra anónima, señalada por unos pasos sordos y un ruido confuso de voces, surgía a veces, inundada de gloria sangrienta en la luz roja de un globo de farmacia, y el niño, presa de súbita angustia, corría a la casa miserable para encontrar a los suyos


    18. El círculo se iba estrechando


    19. estrechando unas formas en silencio,


    20. —¡Vos, conde! —exclamó el joven con un movimiento, expresión más que de otra cosa de alegría, y estrechando entre sus dos manos la de Montecristo

    21. —Buenos días —contestó Tuppence, estrechando la mano que le tendió su interlocutora—


    22. En un espacio que estaba casi libre de árboles vieron a un mono gigantesco que huía rápidamente, estrechando entre sus brazos velludos a la pobre muchacha


    23. —Bienvenidos —respondió el señor Hibert, estrechando las manos de los huéspedes—


    24. -¿Se sigue estrechando el conducto?


    25. –No hables así de fuerte, patrón –recomendó Kammamuri, estrechando el cuello del tigre


    26. El pirata se volvió, estrechando a su prometida con- - tra su pecho, y se encontró frente a Yáñez, que le señalaba un punto luminoso que corría por el mar


    27. -¡Ya vienen! -dijo la princesa, estrechando fuertemente el brazo del barón, que estaba a su lado


    28. Los evangélicos intentaron poner a salvo sus instrumentos musicales y el Padre Cirilo se metió bajo la mesa estrechando el rosario de Santa Gemita y clamando en voz alta la protección del Señor de los Ejércitos


    29. –Vaya con Dios -lo despidió el anciano, estrechando su mano con energía, antes de que José iniciara el gesto de besarle el anillo


    30. Doña Juana asumió la defensa de la religión católica estrechando la vigilancia de la pureza de la fe

    31. El cañón se fue estrechando de manera sobrecogedora


    32. El sendero se fue estrechando hasta que prácticamente desapareció


    33. Tablas, que había dado ya algunos pasos hacia San Millán se detuvo, mientras el guipuzcoano, estrechando con el más vivo afecto la mano de su amigo, lo dijo estas palabras:


    34. Dio un suspiro, y estrechando luego entre sus manos las de Sola, que estaban frías, sin duda porque todo el calor se recogió en su corazón alborozado, dijo Cordero estas palabras:


    35. El presidente Zerimski sonríe y saluda mientras avanza a través de la atestada Cámara hasta el atril, estrechando las manos que se le tienden


    36. Florentina regresó a Londres estrechando el sobre


    37. Los hombres que estaban más capacitados en los cinco botes se pusieron a tirar, y cuando era necesario, a empujar con pértigas entre los bordes de hielo que se iban estrechando, y el hombre más sano a la proa iba cortando con las piquetas y empujando con los bicheros, y así durante dieciocho horas


    38. –Tío, lo comprendo -dijo Birotteau vivamente emocionado y estrechando las manos del austero anciano


    39. –Buen corazón y mal negociante, no has de perder mi estimación -dijo el juez estrechando la mano de su sobrino-


    40. —¡Mi hijo! —exclamó con orgullo, estrechando a Hettar en un emocionado abrazo

    41. –¿Qué puedo hacer por ustedes? – se ofreció, estrechando la mano a Schell-


    42. dijo estrechando la mano al joven y mirándole con expresión de lástima profunda


    43. El cerco se ha ido estrechando en torno a ellos y temen que alguno de los que están ya detenidos confiese o, peor aún, que algún traidor los delate


    44. —¡El anillo! ¡Se está estrechando!


    45. Cogió con las manos los dos extremos de la corbata y se puso a tirar de ellos en direcciones opuestas, estrechando el lazo alrededor del cuello de Serena


    46. Los ocho seres saltaron de los pedestales todos a una y lo rodearon en un círculo que fueron estrechando —cual el nudo corredizo de una horca— con la expeditiva rapidez y la agilidad de un depredador


    47. –Encantado de conocerla -dijo Javier estrechando su mano pequeña y fina entre las suyas


    48. –Hombre respetable, dice Sanders, estrechando las manos del conde ¡cuánto os debo! Los servicios que os dignáis hacernos serán tanto mas apreciados cuanto más desinteresados son y os cuestan un sacrificio… ¡Ah, senador! Es el más alto grado de generosidad humana; tan bella acción debería valeros un templo en este siglo en que todas las virtudes son tan raras


    49. Las mujeres volvieron a gritar estrechando a sus hijos y los soldados y marineros abandonaron su tarea y huyeron precipitadamente hacia la popa


    50. —¿Dónde está el paciente? —pregunta estrechando los ojos y recorriendo el interior







































    1. Cuando apareció en la puerta, con los brazos abiertos,fue Moreno a dejarse estrechar en ellos


    2. responderle,y después de estrechar en silencio y con muestra de


    3. Juanito, poco a poco, había logrado estrechar sus relaciones con Tónica


    4. estrechar el corazon, apartar del tratode los hombres, formar modales ásperos y groseros,y


    5. a estrechar la desgracia


    6. Después que todos fueron a estrechar la mano,del maestrante, formose un grupo


    7. estrechar la mano del conde volvió la cabezahacia otro lado, fingiendo distracción; se


    8. estrechar contra su corazón a la virgen


    9. debe estrechar al panteismo en todas sustransformaciones; quien así lo haga conseguirá lo


    10. vapor, ansioso cada uno de ser elprimero en estrechar la

    11. juro a Dios que al estrechar la de Chiscoentre las mías, latió mi


    12. poseído al estrechar las manos de unaspersonas de quienes


    13. Se lanzó a estrechar en sus brazos la cabeza de su esposa; pero esta lerecibió con los puños,


    14. Este presentimiento le animó a estrechar el asedio al monarca


    15. Suárez se sobrepuso a aquel doble contratiempo porque para cuando ocurrió ya se sentía demasiado seguro de sí mismo y de contar con la confianza del Príncipe como para dejarse derrotar por la adversidad, así que dedicó aquel paréntesis en su ascensión política a hacer dinero con negocios dudosos, convencido con razón de que era imposible prosperar políticamente en el franquismo sin gozar de una cierta fortuna personal («No soy ministro porque ni vivo en Puerta de Hierro ni estudié en el Pilar», dijo alguna vez en aquellos años); también lo dedicó a estrechar su relación con Fernández Miranda -y, a través de él, con el Príncipe- y a organizar la Unión del Pueblo Español (UDPE), una asociación política creada en la estela del mínimo impulso liberalizador promovido por el sustituto del almirante Carrero al frente del gobierno, Carlos Arias Navarro, e integrada por ex ministros de Franco y por jóvenes cuadros del régimen como el propio Suárez


    16. Para conseguir este objetivo fundamental había que conseguir otro objetivo fundamental: terminar con la carrera política de Adolfo Suárez que era el primer responsable de aquel estado de cosas; luego había que terminar con aquel estado de cosas: había que terminar con el riesgo de un golpe duro y antimonárquico, había que terminar con el terrorismo, había que terminar con el Estado de las Autonomías o ponerlo entre paréntesis o rebajar sus pretensiones y afianzar el sentimiento nacional, había que terminar con la crisis económica, había que terminar con una política internacional que irritaba a Estados Unidos porque distanciaba a España del bloque occidental, había que estrechar en todos los ámbitos los márgenes de tolerancia, había que darle una lección a la clase política y había que devolverle la confianza perdida al país


    17. Y no sería bastante disculpa desto decir que el principal intento que las repúblicas bien ordenadas tienen, permitiendo que se hagan públicas comedias, es para entretener la comunidad con alguna honesta recreación, y divertirla a veces de los malos humores que suele engendrar la ociosidad; y que, pues éste se consigue con cualquier comedia, buena o mala, no hay para qué poner leyes, ni estrechar a los que las componen y representan a que las hagan como debían hacerse, pues, como he dicho, con cualquiera se consigue lo que con ellas se pretende


    18. A través de las ovaciones de la multitud, Valerio llegó al porticado, donde los notables se agruparon a su alrededor, por lo que tuvo que estrechar muchas manos


    19. De pronto, un acontecimiento sensacional me llevó nuevamente a estrechar filas con los amigos: la compañía de don Fernando Díaz de Mendoza -de luto aún por la muerte de doña María Guerrero- anunciaba el estreno de Sinrazón, primera obra dramática de Ignacio Sánchez Mejías


    20. -El caballero que ha muerto aquí antes que usted viniese —dijo mistress Crupp-, pues bien, se había enamorado… de una criada, y al momento hizo estrechar todos sus chalecos, para que no se notara lo hinchado que estaba por la bebida

    21. ¡Ah maravilla lúcida de estrechar en los brazos


    22. Después de estrechar la mano del doctor que, orgulloso de sí mismo estaba a su lado y la del señor Lorry que, jadeante, se había abierto paso por entre la multitud, y después de besar a la pequeña Lucía y de abrazar a la buena señorita Pross, tomó a la esposa en sus brazos y se la llevó a sus habitaciones


    23. Al estrechar su mano sintió el mismo malestar irracional que la invadiera al tomar la libreta


    24. Brom se llevó el índice a los labios y se acercó a estrechar la mano del hombre


    25. Había tenido la visión del bar desierto, sin parroquianos, de los amigos negándose a estrechar su mano, de las risas de mofa, de los golpecitos en las espaldas de Tonico, felicitándolo, mientras se burlaban de Nacib


    26. El fracaso de aquel trabajador tan inteligente como honrado, produjo verdadera consternación en la familia, y les movió más a todos a estrechar la piña o fraternal agrupación, así para ir a la conquista de la fortuna como para defenderse de la adversidad


    27. Al girarme para estrechar la mano del policía, descubrí a sus dos compañeros


    28. Mittel se detuvo para estrechar unas cuantas manos, pero finalmente entró a través de una puerta cristalera en lo que parecía una sala de estar o algún tipo de zona mirador


    29. Accedió Topete a partir para Cartagena, y lo hizo casi sin articular palabra; asintió, más que con la voz, con el gesto y un palmetazo en el hombro de Serrano, mirando al General herido, a quien no podía estrechar ninguna de las dos manos


    30. El aludido se pasó las manos por la cabeza, y se echó a reír entre azarado y divertido, mientras ella volvía a estrechar el collar entre sus dedos

    31. Quiso limitar el poder temporal del papa y no cesó hasta trasladar la Santa Sede a Aviñón, poniendo al frente de la iglesia a Clemente V Suprimió la orden del Temple en 1314 y quiso, en alguna ocasión, estrechar sus lazos con Castilla


    32. Eso me sirvió, en cambio, para estrechar relación con el mogataz, que seguía —ahora no como buena boya, sino con soldada de cuatro escudos al mes— a bordo de la Mulata, donde ambos compartíamos el mismo rancho; y donde ya habíamos tenido ocasión de pelear juntos, aunque por corto espacio, durante la captura de una de las presas: un sambequín de albaneses y turcos que encontramos cuando hacíamos descubierta a levante de la isla de Milo; y que por estar metido en el canal de Argentera, con peligro de que nuestra galera diese en un seco, tomamos al abordaje con el esquife


    33. Había algo forzado en su modo de levantarse de la mecedora para estrechar la mano del señor Reed


    34. Y Andrew, sonriendo, extendió la mano para estrechar la del presidente


    35. En todo lo demás divergen, aunque es posible que compartan un sector de la clientela, lo que, lejos de resolverse en competencia desleal, podría contribuir a estrechar lazos de hermandad entre las dos formaciones


    36. Y a fuerza de repetir así, con la voz aguda, cada vez más aguda, parecía cambiar la noche en pandereta negra con sonajas de oro, estrechar en el viento manos de amigos invisibles y traer al titiritero del Portal con los personajes de sus pantomimas a enzoguillarle la garganta de cosquillas para que se carcajeara


    37. Margrave dejó el hacha, despidió al guardia con un gesto y se acercó para estrechar las manos de los recién llegados


    38. El capitán Benwick era muy atento con Ana y, unidos por las angustias pasadas durante el día, ella sentía inclinación hacia él y hasta cierta satisfacción ante el pensamiento de que ésta era quizás una ocasión de estrechar su conocimiento


    39. Auster alargó la mano para estrechar la suya y Quinn se dio cuenta de que todavía tenía el yoyó


    40. —¡Por supuesto, Rundorig! —exclamó Garion y se acercó a estrechar la mano de su amigo

    41. Los condujo a través de la calzada de mármol hacia la isla del lago, y una vez allí, tras estrechar la mano del viejo con afecto, se dirigió a él en la lengua gutural de los ulgos


    42. Pues bien, en cuanto uno subía, vestido elegantemente, no hacía más que estrechar manos, desde el principio hasta el final


    43. Empezaron a estrechar el círculo antes de que hubiera acabado de hablar


    44. cantaba al oso de agua que lo había de estrechar;


    45. Una pequeña banda de músicos atacó una polca, mientras Thorn y el grupo de dignatarios se acercaron a la cadena que servía de protección, para estrechar las manos de las personas que estaban del otro lado y que se esforzaban por tener ese honor


    46. Mientras caminaba a lo largo de la cadena hizo lo posible por estrechar cada una de las ansiosas manos, e incluso se inclinó para recibir un beso


    47. Tras los primeros días en que procuré estrechar mi amistad con el animal, procedí a ocultarme


    48. Los dos mercenarios se alejaron después de estrechar la mano del marino


    49. Cuando apareció en la puerta, con los brazos abiertos, fue Moreno a dejarse estrechar en ellos


    50. Leslie extendió el brazo para estrechar la mano de él, pero él no le prestó atención sino que cogió una de las acuarelas que Leslie acababa de pintar












































    1. Desde el año 1990 y hasta el 2014, he visitado más de (250) veces esa linda población pequeña, no es ciudad, pero es muy bonita, siempre adornada y de calles estrechas en piedra, con balcones en sus casas tipo colonial y grandes plazas de esparcimiento


    2. indicándome las direcciones; a veces las callejuelas eran tan estrechas que apenas cabía el


    3. Comedores, a algunos de los cuales se accedía a través de estrechas y empinadas


    4. Las calles son estrechas, empedradas, sin aceras, decasas bajas y blancas


    5. construídas con toda seguridad y atención para elinterior, y donde las calles estrechas


    6. los requisitos que las estrechas Ordenanzas disponían y entonces ya estaba la fiesta en


    7. estrechas y que entonces vuelven suconvexidad hacia oriente


    8. Y se cerró en estocadas estrechas, obligando al contrarioá repararse con cuidado


    9. lloviendo, y el zumbar del viento pesadoy fuerte á lo largo de las estrechas calles


    10. aquel punto de lacarretera y tomar por callejuelas estrechas y

    11. duda, más estrechas relaciones que el masculino con lasfuerzas magnéticas que obran


    12. ciudad, con sus calles estrechas, tortuosas ypintorescas


    13. sólollevaba un sombrerito de paja, de alas estrechas


    14. Por las estrechas calles de laisla corría la


    15. Fuéronse retirando y defendiendo en las torres estrechas de las calles,y


    16. entrar en aquellas calles estrechas, al abrirla puerta de sus casitas, se penetra en la


    17. Las calles de Teruel son por lo general estrechas, tortuosas


    18. estableció unaamistad regular y de las más estrechas, entre


    19. En las calles del pueblo, estrechas, tortuosas y de avanzados


    20. relaciones con Melchor fueron menos estrechas

    21. Luego en la sociedadsiguieron manteniendo relaciones estrechas,


    22. estrechas y tortuosas calles de la ciudad, camino delpalenque; bien quisiera yo romper


    23. calles son tan estrechas, los carruajesno pueden correr en Sevilla, so pena de


    24. puestos exteriores de las estrechas aceras


    25. Cerca de la casa del señor Vicente, en las estrechas calles de losbarrios bajos, el mal


    26. cerebros las tímidas y estrechas apreciaciones del viejomundo


    27. Cercas de palos largas y estrechas limitaban estas zanjas


    28. conrazón, estrechas, torcidas y mal empedradas las calles, fangoso el piso,húmedas las paredes,


    29. ferretería situada en una delas calles húmedas, estrechas y


    30. loslados, bajas y estrechas; todas ellas enjalbegadas en otro tiempo, muylejano,

    31. misterio y sostenía relaciones estrechas con lajunta central, a la que obedecía, y


    32. [38]en el cargo de aforadores, sirvan al casoá la renta cuando sea necesario; pero esta medida sola no llenael objeto en la forma establecida, porque viven entre los cosecheros,están con ellos en estrechas relaciones, y no puede de este modoconseguirse el fin de procurar evitar fraudes;


    33. estrechas, laspasiones que encierran los palacios y los


    34. campos de cultivo, los telares y los consumidoresen más estrechas relaciones; y como el capital


    35. estrechas entre el «paso» enorme y las paredes, pero con los ojosfijos en los de la


    36. Un hombre, por estrechas que fuesensus relaciones con la señorita Körner, jamás


    37. sombrero calado hasta lasorejas, y con un frac cuyas estrechas puntas van golpeando sobre lostalones


    38. chocarrera decoracion: las lunetas pobres y estrechas


    39. El Sungay, con sus innumerables precipicios, sus estrechas cortadasrevestidas de musgos y helechos, su vegetación virgen, los panoramasque se admiran desde sus pintorescas mesetas, el rumor de arroyos


    40. En las estrechas calles, los peatones andaban por las aceras y saltaban de un lado a otro cada vez que pasaba un coche, o eran los vehículos los que subían a las aceras para evitar atropellarlos

    41. llevaban largas y estrechas túnicas,


    42. Para llegar al templo había que recorrer una serie de calles estrechas en las que se alineaban los tenderetes ambulantes, al estilo japonés antiguo


    43. El compromiso de matrimonio inicia toda una vida de unión íntima, toda una obra de desarrollo moral que el casamiento debería continuar, no sólo con las miras estrechas del egoísmo familiar sino con amplio espíritu de solidaridad social


    44. No hay árboles porque las calles son demasiado mal trazadas y demasiado estrechas


    45. Jack se dio cuenta de que tenía los senos pequeños y erguidos, y las caderas estrechas


    46. Algo se estaba abriendo camino en las estrechas cañerías


    47. Lo que desde luego llamó mi atención fue la limpieza general, la hermosura de la campiña y el buen cultivo, la solidez de la comida, la buena conservación de las carretas y de los coches de posta, la facilidad de los pagos, la rapidez del trote de los caballos de tiro, la construcción de las poblaciones que se hallan entre Dover y Londres, como Canterbury y Rochester, ciudades muy populosas, extraordinariamente largas y estrechas


    48. Me sentí muy cómoda, a pesar de que allí se oía mucho menos inglés que en Calais; las calles son estrechas, pintorescas y tranquilas y muchas palabras útiles, como hotel o restaurante, son idénticas a las inglesas, por lo que una no se siente analfabeta cuando pasa ante los rótulos; además, claro está, en esta ocasión me acompaña todo un caballerete francesito que, a pesar de sus pocos años, viene muy serio en nuestra ayuda cada vez que nos faltan las palabras necesarias para ha­cernos entender


    49. -Paréceme, señor caballero andante, que vuestra merced ha profesado una de las más estrechas profesiones que hay en la tierra, y tengo para mí que aun la de los frailes cartujos no es tan estrecha


    50. Pronto, las calles angostas y estrechas de Roma se convirtieron en inesperados tiros por los que las llamas devoradoras corrían a mayor velocidad que las mujeres, los niños y los ancianos














































    1. Y que su ingenio era esencialmente dramático, se revela en eldesarrollo de la acción, que, corriendo por estrecho cauce, se ve librede episodios, que retarden su curso, y en las pinceladas enérgicas, conque distingue á los caracteres


    2. Cada día, sin embargo, se hace sentir más la necesidad de aumentar elrepertorio de los teatros madrileños, creciendo rápidamente la corte enpoblación y bienestar; la afición á este linaje de espectáculos, mayortambién cada día, contribuyó no poco á ello; y por último, lo que es másimportante, y lo que exigió más enérgicamente la satisfacción de eseplacer, fué el estrecho lazo que unía á los teatros con ciertosestablecimientos benéficos, casi convirtiendo la asistencia á estosespectáculos en un deber religioso


    3. al estrecho grupo de individuos que ocupaban puestos clave en los negocios y en la mafia del


    4. en torno al príncipe Moshin es demasiado estrecho


    5. Hace buen base para el paso estrecho, una enorme medusa, animal compuesto por 95% de agua y se caracteriza por una gran cantidad que tiene un solo orificio, la boca, que se abre a la cavidad gastrovascular


    6. Gris echó un vistazo en un armario estrecho


    7. al que resulta estrecho el odre de una regla


    8. La inexistencia de la abogacía fue, a la larga, beneficiosa: el que cada persona pudiera ser su propio abogado o nombrar como tal a otra, con indiferencia de su ocupación, permitía un acceso a la ley ágil, barato y directo y un control personal y estrecho de la marcha del litigio


    9. Que la ciencia es muy larga, el tiempo estrecho, Y


    10. más estrecho con la totalidad que los seres humanos, pudieron presentir la llegada del tsunami mucho antes

    11. También hay un vínculo estrecho entre el


    12. Hombre Llamado Tarik Cruzó El Estrecho de Gibraltar En El Año 711 EC), Córdoba


    13. La pelvis ósea articulada se divide en dos porciones: una superior, la pelvis mayor y otra inferior, la pelvis menor; entre las dos, se halla el estrecho superior de la pelvis


    14. · El estrecho superior en su mitad correspondiente


    15. quetengo un entendimiento estrecho y limitado, lo que podrá ser


    16. meencuentra el entendimiento estrecho y limitado


    17. en lo más espeso del bosque y el sendero eraallí estrecho, dejé a


    18. El cuarto encuentro se realiza en el estrecho de Mesina donde Escila se lanza como un rayo sobre la nave de Ulises y con sus seis cabezas devora de una sola vez a seis de sus compañeros


    19. en lopresente, los resultados del espíritu estrecho y la cultura


    20. estrecho ascetismo, una tentación del error y unasirte engañosa

    21. en el estrecho pescante delantero, y con los pies sobre lasvaras,


    22. El sendero era estrecho y dificultoso; hacia elmediodía,


    23. mitad del de las Cántigas, pues es como un jarrón anchode base y más estrecho por el otro extremo, en la


    24. Observaciones extraidas de los viages que al Estrecho de Magallanes hanegecutado en diferentes años


    25. fondo en dicho puerto en 15 brazas, bienentendido que en la costa del N del Estrecho es preciso


    26. En la costa meridional del Estrecho hay un cabo y una bahía grande: sepuede anclar en esta á lo mas al


    27. , y mas alláde él habitan otras muchas naciones hasta el Estrecho, no por la costadel mar, que es tierra


    28. el Estrecho de Magallanes y la costaPatagónica entre dicho estrecho y las poblaciones españolas, con


    29. desde los 23°-½ delatitud al estrecho de San Xavier


    30. frecuentísimo y estrecho en que estaba con todoslos iniciados

    31. Cuando el tiempo es hermoso, el calor que reina á eso del medio dia enel estrecho callegon formado por los


    32. hace que se reunan en un estrecho las aguasde los tres canales, entre la estremidad de las rocas y la


    33. entre el Riode la Plata y el estrecho


    34. confines del Perú hastael estrecho de Magallanes, y se dividen en diferentes naciones


    35. abajo del estrecho de Magallanes, donde terminanpor el sur con los españoles de Mendoza, San


    36. estrecho de Magallanes: por el poniente lindan con losGuilliches, que habitan las costas de


    37. viven cerca del mar,sobre los dos lados del Estrecho, y se hacen muchas veces la guerra unosá


    38. Porrudos, y á este brazo estrecho llaman el canal deChané


    39. dadivoso, que fue privarse de la hacienda, sin la cual el mismoAlejandro pareciera estrecho


    40. labios de don Juan, cuya voz entraba por aquel estrecho

    41. el pequeño sendero y se lanza conentusiasmo por el estrecho espacio abierto entre sus bordes


    42. A causa de la extrema variedad delas condiciones del suelo, el estrecho barranco es bastante más


    43. En ella las aguas no se extiendensobre un ancho espacio para precipitarse luego al azar; se reúnen, alcontrario, para lanzarse en masa compacta por el estrecho paso abiertoentre dos


    44. un profundo arroyo separado del mar porun estrecho banco de arena, contra el que se estrellan las olas


    45. mesa, y abriendouna puerta de servicio, se encontró en un estrecho corredor,pasado el


    46. Terminada la escalera, atravesaron un espacio que debíaser estrecho, porque el traje


    47. Toda mi ambición era salir de aquel estrecho valle, encerradoentre el mar y las


    48. Bien con estrecho, cariñoso nudo,


    49. indicaron que,por lo estrecho de la escalera, era casi imposible


    50. izquierda y a dos leguas de lapoblación un camino estrecho y










































    1. pequeña y callosa, que estreché un momento en la mía


    2. Le estreché la mano a Kristen, y a Remy, un gesto que ambos consideraron extraño, y abrí la puerta


    3. Mientras los demás se dirigían hacia la puerta, estreché la mano de Tertis y le dije: -Haré todo lo que pueda


    4. Y diciendo esto, estreché convulsivamente una de sus manos entre las mías, y quise apretarla contra mi corazón


    5. El sudor le perlaba la frente, y la mano que estreché también estaba húmeda


    6. Estreché sus hermosas manos entre las mías


    7. Estreché de nuevo la mano de Mannion, pero esta vez me sobresalté al notar su mortal frialdad, y me percaté de la extraña alteración de su talante


    8. Le estreché la mano, proponiéndome, mentalmente, renunciar a mi secretaría, mientras le daba las gracias por su invitación


    9. Pero mi mayor consuelo fue la amistad que desde los primeros días contraje y estreché con dos mozuelos de mi edad, reducidos a la sujeción del colegio con un fin penitenciario


    10. Corté mi conversación bilingüe con las viejas, y estreché la poderosa mano de don Juan Ruiz, felicitándole por el arte exquisito con que en su misa hermanaba la brevedad con la edificación

    11. Estreché la mano de Art


    12. Le estreché la mano y la desperté de la desesperación


    13. La rodeé con un brazo y la estreché con fuerza


    14. me presentó como Fulano-el-amigo-de-Antonio, estreché dos manos arrugadas, miré al fin dos rostros fatigados (graves, no tristes) y dejé que mis ojos cedieran a su voluntad natural


    15. Hice el esfuerzo habitual y estreché las manos del arqueólogo y de la doctora mientras Marta terminaba con las presentaciones


    16. Lo prometí, estreché manos, besé mejillas y labios, admiré y cosquilleé a bebés, y justo cuando empezaba a pensar en las ganas que tenía de sentarme en algún sitio, advertí que estaban colocando filas de sillas mirando en el mismo sentido


    17. Y cuando al fin comprendí que realmente era Debbie, ¡la estreché entre mis brazos y la abracé tan fuerte que estuve a punto de desmayarme otra vez!


    18. Les estreché las manos a todos ellos y les dije que por supuesto que lo haría


    19. —Devi me tendió la mano por encima de la mesa y se la estreché


    20. Después de haber respondido lo mejor que pude a su alborozo, estreché la mano del duque de Châtellerault, con el que ya me había encontrado en casa de la señora de Villeparisis, de la cual me dijo que era una buena pieza

    21. Saludé con la cabeza y le estreché la mano


    22. Se la estreché y saludé a Crowe con un leve movimiento de la cabeza


    23. No se la estreché


    24. Le estreché la mano


    25. La tomé, lo obligué a girarla y la estreché


    26. Saludé a ambos policías con un movimiento de cabeza y estreché la mano del jefe


    27. La estreché y estaba húmeda


    28. Tomé la mano de Keira y la estreché entre las mías, era mi manera de suplicarle que lo dejara proseguir su relato


    29. Salté hacia Ignacio y lo estreché en un abrazo tembloroso


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    estrechar in English

    constrict shake grip

    Синонимы для "estrechar"

    ceñir rodear abrazar abarcar constreñir condensar