1.
respira en cada uno de los hálitos que la señora Diosa de la
2.
entrar en él se respira paz yrecogimiento, y el visitante se siente
3.
la espesaniebla que cubria las campiñas, con cuánto regocijo se respira el airefresco de la atmósfera, y el
4.
la dificultad que tiene pararespirar, puesto que sólo respira fuera
5.
En lasráfagas parece como que respira
6.
Se respira una atmósferasórdida, en la cual se asfixian todos
7.
nutre o respira en el medio ambiente,cumple la voluntad de los más o de los
8.
Por un momento parece que el orden serestablece y la pobre ciudad respira;
9.
que respira, al sol que lo calienta, ydebe exigir la posesión de la
10.
formación del carácterdel hombre el ambiente que respira,
11.
El aire que se respira en talguarida es acre y fétido
12.
elllanto es el aura que la mujer respira en los alcázares, como si Diosquisiese castigar el vicio del fausto
13.
formas, el gusto arquitectural, las buenas tradiciones conservadas, la severidad de los estilos, la lujosa construccion, el aire imponente que respira, todo el conjunto así como los detalles, sorprenden y admiran
14.
He ahí, dije en mi interior, un ser que respira tranquilidad, saludy bienestar
15.
[14] Su proximidad al Estrecho, lo caudaloso de su río,y la benignidad y salud que se respira en sus
16.
Respira por la piel
17.
Don Alejandro respira con profundidad, absorto, intentando prolongar el instante agradable
18.
son el cóncavo espacio donde el hombre respira
19.
Normalmente se encargan de controlar la zona destinada a los respiradores de metano en las estaciones del Pacto, dado que por el momento y que se haya sabido son la única especie que respira metano interesada en hacerlo
20.
¡Qué bien recita su papel! ¡Admirable! La criada dice que en esta casa se respira una influencia malsana
21.
Respira uno tranquilamente cuando se está seguro
22.
Espira y dóblate hasta donde puedas, apoya las palmas en el suelo, respira de nuevo
23.
Respira y dóblate hacia atrás, mirando al cielo
24.
Respira desde el fondo de la garganta
25.
El salón es una pieza en que se respira desde luego ese perfume que no da el dinero sino el buen gusto, es decir, el talento
26.
Se respira un aire de seguridad y equilibrio invernizo
27.
—No tiene pulso y no respira
28.
Aquí se respira muerte; el silencio de los sepulcros reina en Platerías, en San Felipe y en la Puerta del Sol
29.
Respira su olor, su sabor: el olor, el sabor del tabaco
30.
Sola admiró todo lo que allí había que admirar, la sabiduría y la paciencia de aquellos menudos animalillos que así pregonaban con su manera de criar la sabiduría maravillosa y el poder del Criador, el cual en todas partes donde algo respira ha puesto un bosquejo de la familia humana
31.
La facilidad con que respira y las fuerzas que recobra son para mí un sentido favorable en las enigmáticas rayas de la escritura del Destino
32.
Reprimiendo el impulso de seguir corriendo, el comisario se detiene, respira hondo y reflexiona
33.
Coge el arma con las dos manos, respira hondo, siente que todo él tiembla de miedo, esfuerzo y tensión
34.
Respira profundamente y procura calmarte
35.
El aliento les humea, y de vez en cuando Lucy respira hondo y resopla
36.
Tiene que amar el Plan; para él ha de ser su vida y el aire que respira
37.
Ester pudo escribirse en fecha tan tardía, como el 130 aC, y respira el aire nacionalista que podía esperarse en ese período en que los judíos vivían de nuevo en un reino independiente tras haber sufrido una etapa de persecuciones crueles
38.
En cuanto lo ve, Bill aprieta los puños, en un intento de dominarse En el aire se respira cierta tensión Jonas se acerca haciendo gala de su encanto y simpatía
39.
El grupo lanza vítores y en el ambiente se respira cierto alivio
40.
Niego con la cabeza y vuelvo a centrar toda mi atención en Charlotte, que respira agitadamente
41.
Lorian respira hondo y sus hombros se ensanchan y alzan bajo la capa plateada mientras desprende una gran energía
42.
Respira con dificultad y jadea
43.
Parece que no respira bien, ¿sabes? Tiene la respiración bastante peor que ayer
44.
Fuma tres paquetes al día de cigarrillos sin filtro, le cuesta trabajo andar, respira con dificultad y tiene las arterias cada vez más llenas de colesterol
45.
Le parece extraordinario, incluso en la ordinaria realidad de la experiencia, tener los pies sobre la tierra, sentir cómo sus pulmones se contraen y se expanden con el aire que respira, saber que si pone un pie frente al otro será capaz de caminar desde donde está hacia donde quiere ir
46.
respira tanto amor, que todo el mundo
47.
Sari se recobra, respira hondo y menea la cabeza con tristeza
48.
Puedo oír cómo respira
49.
Si se respira con fuerza sobre él, como hicieron la señora Charles, Collins y los demás cuando lo inspeccionaban, vuelve a
50.
Néstor se vuelve a la figura que, de rodillas, las palmas de la mano en el suelo y la cabeza hundida entre ambos brazos, respira con dificultad
51.
Caminan más tiesos y la piel de los hombros se relaja y respira
52.
Si el pez respira en el aire, cae muerto, no hay supervivientes, y su vida de playboy ha terminado
53.
Y cuando, finalmente, uno de ellos, delgaducho, con gafas, siempre leyendo, que no juega nunca en el gimnasio con los chicos, respira el aire y continúa respirando, y muy pronto está haciendo el Nautilus tres veces por semana en las Fuentes de De Funiack y se va a jugar a los bolos con los schvartzers
54.
«Tenga lo que tenga, no me respira en la cara», pensó
55.
–Cierra los ojos y respira
56.
–Vive y respira en un nuevo nivel existencial -le había dicho Jared-
57.
Pin respira a fondo para el final de la canción
58.
Pero para pensar en el aire que se respira, es necesario que la asfixia le apriete a uno la garganta
59.
Y en ese constante ir y venir, volvemos a España, donde tampoco se respira un ambiente agradable
60.
Una ciudad donde se respira a fondo y se goza en libertad, donde cada uno ama según su propio ser y no según programas ajenos
61.
Mercedes respira como si no supiera: despacio, irregular, buscando
62.
Masinisa, desarmado, asido por brazos y piernas, deja de gritar, pero sólo la furia y el odio fluyen por sus venas, mientras respira con vehemencia
63.
Vuelvo al cuarto de las cabras y compruebo que Camel respira
64.
40 En la cámara se respira alivio
65.
Deng niega el diálogo a los estudiantes, los manifestantes empiezan una huelga de hambre, la plaza de la Paz Celestial se convierte en el núcleo de un ajetreo semejante a una gran fiesta popular, se respira una atmósfera de cambio, de la transformación tan deseada, una suerte de happening que Hongbing desea ver con sus propios ojos
66.
¡Tu padre es como el mismo diablo, eso es! ¡Es lo que se respira en cada rincón de su casa! ¡El espíritu del mal! Y cuando un cristiano intenta pronunciar la palabra de Dios en ese lugar, lo arrojan a la nieve
67.
–Lo estás haciendo bien; respira -dijo la alguacil de expresión dura
68.
Le divierte el modo teatral con que ella pone los ojos en blanco y respira hondo
69.
Habla un poco, y no respira con demasiada dificultad
70.
Respira de ellos y le acarician la piel
71.
–Qué paz se respira aquí -dijo
72.
Un hombre del llano respira mal en las altas montañas, se siente inestable
73.
Una hormiga respira a través de orificios en los lados de su cuerpo
74.
Mario mantuvo su mirada en los ojos de ella y durante medio minuto intentó que su cerebro lo dotara de las informaciones mínimas para sobrevivir el trauma que lo oprimía: quién soy, dónde estoy, cómo se respira, cómo se habla
75.
—No respira —dijo, y siguió—: No le late el corazón y en su costado
76.
Julián, por su parte, hallaba en la manera de ser de la mariscala un modelo casi acabado de esa calma patricia que respira corrección y finura de modales y es inaccesible a las emociones vivas
77.
El espíritu que duerme en el mineral, respira en los vegetales, se mueve en el animal y alcanza su más alto desarrollo en el hombre es la Mente Universal, y esto nos conviene para atravesar el abismo entre ser y el hacer, la teoría y la práctica, demostrando nuestro entendimiento del dominio que nos ha sido dado
78.
Respira hondo y grita con decisión: «¡Socorro!»
79.
—De acuerdo —dice Goto Dengo, y respira bien hondo
80.
Root respira con rapidez
81.
Randy aprieta bien los labios y respira largamente por la nariz
82.
El doctor Lecter respira varias veces con la cabeza reclinada en el respaldo
83.
Siéntate en el suelo y respira hondo, a intervalos regulares
84.
En la cocina tropieza con la mesa y respira hondo
85.
—Sólo es el hedor que se respira en este sitio, Slanter
86.
Ninguno de los dos respira de forma entrecortada, ni siquiera sudan
87.
El comandante del Gran París respira con dificultad
88.
Quizás esto tenga algo que ver con la velocidad, la mayor velocidad del barco, y con el aire de satisfacción que se respira a bordo, un aire fresco y (pese a la contradicción) cálido
89.
La proa (creo que debería decir tajamar) arroja una cortina de espuma a sotavento con cada cabeceo acompasado, y se respira un ambiente de alegría a bordo
90.
La casa alquilada por Tyler en Paper Street es un ser vivo y húmedo debido a toda la gente que respira y suda en su interior
91.
Aquí se respira demasiada Asia en el aire, no en vano esto está saturado de tipos de la Mongolia moscovita
92.
¡Por el amor de Dios, Harry, abre los ojos y respira!
93.
«Creador de cuanto existe», «Padre nutricio de cuanto respira»
94.
¡Engañoso bosque de invierno en el silencio atravesado por el vuelo de un búho! ¡Noche tierna, sé nuestro refugio! Lentamente allá abajo respira el mar, murmura en sueños
95.
Este cuerpo respira
96.
Por fin Lucia respira hondo y cierra los ojos
97.
Todo en él respira inteligencia y autoridad, tiene un humor tranquilo y un gran orgullo
98.
A juzgar por el ambiente que se respira en el despacho ministerial, el café de la mañana tiene un aire festivo
1.
Se respiraba una serenidad resplandeciente que extraía
2.
Todo en el a respiraba sensualidad y clase, mucha clase
3.
Respiraba con un alivio impaciente
4.
Y la atmósfera de pasión que ella respiraba en casa de las
5.
Al caer la tarde se respiraba allí, por las magnolias y los
6.
buscar con ansiosa inspiración en el seco aire una partícula de agua, bebía y respiraba oleadas de
7.
mañana y esplendenteclaridad del sol, todo respiraba alegría
8.
Respiraba con dificultad y
9.
pecho delicadoque respiraba dentro de una mala habitación y se
10.
lasolemnidad del día, y se respiraba en toda la casa un ambiente especial,una atmósfera pura y
11.
y laenvolvían en una atmósfera de amor, que ella respiraba con embriaguez
12.
respiraba en diez días
13.
Respiraba con dificultad el aire puro, después de su permanencia enaquel antro
14.
nohabía peligro, respiraba con delicia, dejaba el espíritu en unasomnolencia moral que la tenía
15.
La conversión no podía ser máscompleta, pues si respiraba, no daba señales el redondo y levantadoseno, de agitación ni de perceptible movimiento
16.
respiraba la cándida credulidadde los siglos aficionados a
17.
doncellas anémicas; pero en aquel punto respiraba con tal desahogopor haber encontrado una
18.
el retablo abajo; las vestiduras de lasimágenes parecían harapos; todo respiraba el mayor
19.
fisonomista para comprender que aquella casa respiraba paz,bienestar y una conciencia tranquila
20.
respiraba honradez por todos sus poros,se ocupaba en contar los
21.
respiraba Doña Paca sin permiso de la tirana, quien para los
22.
y una nación que nomucho antes había respiraba sólo fiereza,
23.
Todo esto respiraba un sentimiento
24.
ni expresivo, pero respiraba modestiay candor: llamábale en el comienzo «apreciable
25.
Pasaron algunos días y una tarde en que con mi amigo respiraba lafresca brisa, sentados en la espaciosa azotea de su casa, pasópor la calle una procesión en la que todos los alumbrantes eranmuy viejos
26.
De hecho, compartía su cuerpo, veía con sus ojos, respiraba con sus trémulas inspiraciones
27.
El corazón le batía con fuerza y respiraba entrecortadamente
28.
Tenía horribles laceraciones en el cuello y respiraba con dificultad, pero sobreviviría
29.
Respiraba trabajosamente y los brazos se movían con rapidez a mis costados impulsándome hacia adelante
30.
Para entonces, pasados los gritos y el tiroteo inicial de los asaltantes y el pánico y el estupor de los parlamentarios, los periodistas y los invitados que ocupaban el hemiciclo, en el interior del Congreso se respiraba un aire enrarecido de pesadilla, o así lo recuerdan muchos de los que permanecían allí, casi como si la sesión de investidura del nuevo presidente del gobierno continuara desarrollándose en una dimensión distinta, o como si apenas minúsculos detalles espantosos o ridículos la alteraran, volviéndola sutilmente irreal
31.
En el despacho del señor Bradley se respiraba una atmósfera de consulta médica
32.
Dócil, el tío daba la vuelta, respiraba un poco y echaba a nadar con la misma seguridad que tenía en tierra firme
33.
El paisaje cambiaba, se volvía más rocoso, el roble reemplazaba al naranjo, y el trencito respiraba cada vez más agitado y soltaba grandes chorros de vapor
34.
Ahora Jacques respiraba mejor
35.
Y él, que había querido escapar del país sin nombre, de la multitud y de una familia sin nombre, pero en quien alguien, obstinadamente, reclamaba sin cesar la oscuridad y el anonimato, formaba parte también de la tribu, marchaba ciegamente en la noche junto al viejo médico que respiraba a su derecha, escuchando la música que llegaba a oleadas de la plaza, viendo otra vez el semblante duro e impenetrable de los árabes alrededor de los quioscos, la risa y la cara voluntariosa de Veillard, volvía a ver también con una dulzura y una pena que le encogían el corazón el rostro agónico de su madre cuando la explosión, caminando en la noche de los años por la tierra del olvido, en la que cada uno era el primer hombre, donde él mismo había tenido que criarse solo, sin padre, sin haber conocido nunca esos momentos en que el padre llama al hijo cuando éste ha llegado a la edad de escuchar, para confiarle el secreto de la familia, o una antigua pena, o la experiencia de su vida, esos momentos en que incluso el ridículo y odioso Polonio se agranda de pronto al hablar a Laertes, y él llegó a los dieciséis años, después a los veinte y nadie le habló y hubo de aprender solo, crecer solo, en fuerza, en potencia, encontrar solo su moral y su verdad, nacer por fin como hombre para después nacer otra vez en un nacimiento más duro, el que consiste en nacer para los otros, para las mujeres, como todos los hombres de ese país donde, uno por uno, trataban de aprender a vivir sin raíces y sin fe y donde todos juntos hoy, arriesgando el anonimato definitivo y la pérdida de las únicas huellas sagradas de su paso por esa tierra: las lápidas ilegibles que la noche cubría ya en el cementerio, debían enseñar a los otros a nacer, al inmenso tropel de los conquistadores ya eliminados que los habían precedido en aquella tierra y cuya fraternidad de raza y de destino habían de reconocer ahora
36.
Aquella noche en él, sí, aquellas raíces oscuras y enmarañadas que lo ataban a esa tierra espléndida y aterradora, a sus días ardientes y a sus noches rápidas que embargaban el alma, y que había sido como una segunda vida, más verdadera quizá bajo las apariencias cotidianas de la primera y cuya historia estaba hecha de una serie de deseos oscuros y de sensaciones poderosas e indescriptibles, el olor de las escuelas, de las caballerizas del barrio, de la lejía en las manos de su madre, de los jazmines y la madreselva en los barrios altos, de las páginas del diccionario y de los libros devorados, y el olor agrio de los retretes de su casa o de la quincallería, el de las grandes aulas frías, donde a veces entraba solo, antes o después de las clases, el calor de sus compañeros preferidos, el olor a lana caliente y a deyecciones que arrastraba Didier, o el del agua de colonia con que la madre de Marconi, el alto, lo rociaba abundantemente y que le daba ganas, en el banco de su clase, de acercarse todavía más a su amigo, el perfume del lápiz de labios que Pierre había robado a una de sus tías y que olían entre ellos, perturbados e inquietos como los perros que entran en una casa donde ha pasado una hembra perseguida, imaginando que la mujer era ese bloque de perfume dulzón de bergamota y crema que, en el mundo brutal de gritos, transpiración y polvo, les traía la revelación de un universo refinado{178} y delicado, con su indecible seducción, del que ni siquiera las groserías que lanzaban a propósito del lápiz de labios llegaba a defenderlos, y el amor de los cuerpos desde su más tierna infancia, de su belleza, que le hacía reír de felicidad en las playas, de su tibieza, que lo atraía constantemente, sin idea precisa, animalmente, no para poseerlos, cosa que no sabía hacer, sino simplemente para entrar en su irradiación, apoyar su hombro contra el hombro del compañero y casi desfallecer cuando la mano de una mujer en un tranvía atestado tocaba durante un momento la suya, el deseo, sí, de vivir, de vivir aún más, de mezclarse a lo que de más cálido tenía la tierra, lo que sin saberlo esperaba de su madre y que no obtenía o tal vez no se atrevía a obtener y que encontraba en el perro Brillant cuando se tendía junto a él al sol y respiraba su fuerte olor a pelos, o en los olores más fuertes o más animales en los que el calor terrible de la vida se conservaba, pese a todo, para él, y del que no podía prescindir
37.
Un amigo de la familia había logrado escapar de la muerte gracias a que sus hijos acudieron al depósito para recoger el cadáver y advirtieron que aún respiraba
38.
¿El sinuoso Mickey, que respiraba maldad por todos sus poros, había convencido a Tara de que era un caballero?
39.
— El hombre a quien te refieres se llamaba Damiens y se ejecutó todo a la luz del sol, en las calles de París; y lo más notable en la gran multitud que lo presenció, fue el gran número de damas de calidad que estuvieron atentas hasta el final, hasta el final, Jaime, que se prolongó hasta el crepúsculo, cuando el desgraciado había ya perdido las dos piernas y un brazo, y aun respiraba
40.
Todo en esta encantadora morada respiraba la mayor tranquilidad y el más completo sosiego, desde los gorjeos de los pájaros hasta la sonrisa de los dueños de la casa
41.
Una ligera espuma cubría sus labios y apenas respiraba
42.
Experimentó una extraña sensación de alivio ante la atmósfera doméstica que se respiraba en el cuarto
43.
Parecía nervioso y disgustado y respiraba profundamente
44.
Tenía la cara sonrojada y respiraba con precipitación
45.
La tranquilidad que se respiraba en el interior de la casa de la señorita Waynflete alivió la tensión de los momentos pasados en el coche, mientras Lucas le refería lo que sabía
46.
Pandú, como si hubiera comprendido que la salvación de su amo dependía del silencio, se mantenía inmóvil y casi no respiraba
47.
Respiraba con dificultad
48.
No fue una gran pasión, pero se ajustaba al ambiente de cretonas y porcelana que se respiraba en el saloncito de lady Mary
49.
—Un descubrimiento asombroso —repetía Brandok, que respiraba a pleno pulmón el aire helado y sin embargo vivificante del océano—
50.
Respiraba con alguna agitación y dijo:
51.
Acudieron los demás y vieron, en efecto, a Moira, que parecía muerta, pero no tardaron en descubrir que respiraba ligeramente
52.
No respondieron, pero oí que alguien respiraba al otro lado de la línea
53.
Respiraba agítadamente, y la piel le ardía, bañada de sudor
54.
Respiraba como un fuelle porque estaba nervioso
55.
El Teniente Juan de Dios Ramírez tocó el pecho de la joven y tal vez comprobó que aún respiraba
56.
Sus brazos estaban marcados por las agujas y las sondas, respiraba apenas, tenía los ojos cerrados y a través de sus párpados se traslucían sombras oscuras
57.
Respiraba entrecortadamente, y cada exhalación parecía el estertor de la muerte
58.
El hombre respiraba agitadamente mientras los ojos se le salían de las órbitas, pues al parecer comprendía que le estaban perdonando la vida
59.
Las ventanas no se podían abrir, se respiraba aire de máquinas y un sistema de luces disimuladas en los techos creaba la ilusión de un eterno día polar
60.
Comprobé que respiraba tranquila, pero la desolación le nublaba los ojos y seguía llorando, callada y tenaz
61.
Jaime decía que era una lástima que el aire fuera gratis, porque sacó la cuenta que Nicolás respiraba la mitad que una persona normal, aunque eso no parecía afectarlo en absoluto
62.
Cuando ambos se hubieron retirado, el hidalgo se sentó en el catre junto a su fiel amigo y le retuvo la sarmentosa mano; el rostro hasta hacía un instante crispado, respiraba paz
63.
A la llegada y a pesar de la ayuda recibida, el hombre sudaba copiosamente, estaba pálido como la muerte y respiraba con dificultad
64.
Los tiempos que vivían, el clima de incertidumbre que respiraba la ciudad y las dudas de Esther hacían que los amantes debatieran en interminables conversaciones las decisiones que iban tomando en tardes sucesivas
65.
En cada paso que daba, Ignacio Fernández Salgado sentía que le sudaban las manos, y golpes alternativos de frío y de calor a lo largo de la espalda, las piernas cada vez un poco más huecas, la sangre huyendo de su rostro helado, pero en cada paso, también, escuchaba el jadeo de Raquel, que respiraba con la boca abierta, y notaba la presión de sus dedos, que se hundían en su brazo derecho como si pretendieran perforarlo, y sabía que estaba temblando, lo sabía, y eso bastaba para sostenerle
66.
El clima que se respiraba era denso; muchos irresolutos, viendo las ganancias obtenidas por los asaltantes de la noche anterior, intentaban introducirse en la judería saltándose el control de la tropa, bien fuere usando del soborno bien entrando subrepticiamente por los fallos que hubiere en la muralla producidos por el asalto del día anterior
67.
Dogin respiraba ahora más tranquilo
68.
Y le dolía el costado izquierdo cada vez que respiraba, porque acababan de pegarle una patada
69.
Era cierto: respiraba pausadamente y en su rostro no había huellas de traspiración
70.
Se llevó una mano al corazón, respiraba con ansiedad
71.
Respiraba pesadamente y cada inspiración le empujaba a los labios una burbuja de sangre
72.
Respiraba con bastante facilidad aire normal, y no pasaría al combinado
73.
En casa, durante la purificación, sólo se respiraba paz
74.
Tenía los ojos fijos en Ramsey, que estaba al final del pasillo, y respiraba con esfuerzo
75.
Estaba terrriblemente pálido y respiraba con dificultad
76.
El funcionario frunció el entrecejo con expresión de desagrado mientras Blythe respiraba hondo sin apartar el teléfono y decidía a qué sociedad benéfica donaba el precio de su entrada
77.
¡Gary, tú eres el elegido! ¡Eres un semidiós! ¡Cristo vive en ti, gracias a tu sufrimiento y tu sacrificio! – Respiraba trabajosamente y gemía
78.
Los ojos se le querían saltar de las irritadas órbitas; respiraba con ardiente resoplido y el aspecto de su cara era el de un delirante
79.
Y atravesamos calles bordeadas de palacios con columnatas de alabastro y jardines donde el aire que se respiraba era de leche y los arroyos de aguas embalsamadas
80.
La crispación se respiraba en las calles de Caracas
81.
Aún no podía el hombre valerse; pero respiraba mejor, señal de que se le iban calafateando los deteriorados bofes, y todos los días, a la hora de más calor, le sacaban a cubierta en una silleta, y allí le dejaban parloteando con sus compañeros
82.
El soldado herido respiraba estertorosamente, entre sollozos
83.
Con movimiento velocísimo, pues corrían el riesgo de que se rehicieran los de Ciudad Rodrigo y volviesen con mayores bríos, Miranda le quitó al General la espada, y viendo que aún respiraba, hizo ademán de rematarle
84.
Don Wifredo lo veía en las caras, lo respiraba en el aire, por el cual pasó una corriente ciclónica, y la corriente giraba y pasaba de nuevo, aumentando en intensidad a cada vuelta
85.
En aquel antro se respiraba, con los densos olores, el malestar social, ineducación agravada por la clásica pobreza hispana
86.
Se respiraba resentimiento por parte de los seres espirituales
87.
Una multitud de gorriones escondidos entre el jazmín y la buganvilla acallaban con sus trinos cualquier sonido perturbador de la quietud que allí se respiraba
88.
Entonces ¿por qué respiraba? Al anestesista se le aceleró el pulso; para él, manejar la anestesia era como estar de pie en una cornisa segura, pero estrecha, al borde de un precipicio
89.
Tad aclaró que los trajes estaban llenos de aire limpio, de presión positiva, de modo que nunca se respiraba el aire del laboratorio propiamente dicho
90.
Se respiraba un ambiente festivo
91.
Si bien ni con un esfuerzo de imaginación la reunión podía definirse como alegre, al menos no se respiraba tanta tensión
92.
Talo Krafar, del clan de Jurig Denatte, respiraba entrecortadamente
93.
Los años en la organización en que los sentimientos y la compasión se habían visto sistemáticamente atacados, esos años no habían podido con el día a día, con la realidad que se respiraba en el Segundo Ejército
94.
Con las mandíbulas encajadas, agarraba el volante con fuerza y respiraba trabajosamente
95.
El aire me refrescó la cara, pero el resto de mi persona siguió sufriendo porque el traje que llevaba puesto no respiraba
96.
El corazón no me latía con normalidad y me di cuenta de que respiraba muy superficialmente
97.
Éste se balanceaba en la silla y respiraba superficialmente
98.
Incluso la exclamación «¡Oh, demonios!» respiraba encanto, escrita por el transcriptor
1.
«Alcistas», que respiraban satisfacción por
2.
por la paz igual que ambas respiraban, cuálfuera la que se había
3.
puente, donde algunos noctámbulos, con el sombreroen la mano, respiraban con
4.
a su lado; sus pulmones no respiraban más que el aire queella había respirado
5.
Las muchachas, enrojecidas por la digestión, respiraban con
6.
Respiraban los pechos otro
7.
Los hombres respiraban unos momentosen la cubierta y
8.
Ellas respiraban conansiedad,
9.
los había vestido elinvierno; las entrañas del suelo respiraban un
10.
Las conocía por el aire de suficiencia que respiraban, por la
11.
Él decía que todos los que respiraban el aire mediante un hálito de vida todos los que vivían sobre la tierra firme murieron el arca de Noé es la tierra de Israel Auschwitz es un acontecimiento fundador en eso estábamos de acuerdo
12.
Cuando por fin pudieron librarse de él, descubrieron que estaban exhaustos: les dolían los brazos y respiraban entrecortadamente
13.
Respiraban desbocadamente, pero más allá sólo se escuchaba el rumor del agua corriendo, en alguna parte, y no había ya rastro de los aullidos de los muertos
14.
Apenas respiraban a medida que se acercaban a la entrada de sus aposentos, que también eran los de Fitt
15.
En la iglesia hay una instalación de altavoces muy moderna; antes los curas se subían al púlpito Y se hacían oír a voces, respiraban hondo y pregonaban la verdad redentora apoyándose en los pulmones; ahora ya no es así, ahora los curas tienen que ayudarse de la técnica porque los crían con pelargón, ahora ya no es corno antes y usan micrófono
16.
{141} A las siete se soltaba la riada de alumnos del liceo, la carrera en grupos ruidosos por la Rue Bab-Azoun con todas las tiendas iluminadas; las aceras atestadas bajo los soportales les obligaban a correr a veces por la calzada entre los rieles, hasta que aparecía un tranvía y les empujaba a refugiarse bajo los soportales y por fin se abría la plaza del Gobierno iluminada por los quioscos y los tenderetes de los comerciantes árabes, con sus lámparas de acetileno, cuyo olor los niños respiraban con deleite
17.
No había nada raro en la presencia de los knnn dado que esa raza iba donde quería, sin prestar atención a las disputas de las especies que respiraban oxígeno
18.
Dioses, por el momento los empleados de la sala de control que respiraban oxígeno guardaban silencio mientras en el comunicador se oía el parloteo sibilante de los tc'a
19.
Ahora iban de un lado a otro como flechas enloquecidas, por los sectores que respiraban metano y dejaban de pronto un objeto en un lugar, fuera el que fuese, para salir a toda velocidad con lo que deseaban, que podía ser cualquier cosa
20.
Y protegían a los demás, a los residentes que respiraban oxígeno, mediante la inmunidad que les otorgaba su locura
21.
En el puente, los ciento veinte tripulantes no respiraban, concentrados en la joven, que seguía retrocediendo, y en el puño del Corsario, que amenazaba al catalán
22.
Se hubiera dicho que aquellos cien hombres ya no respiraban
23.
Ambos respiraban agitados, ardientes, suspendidos en su propio espacio, en su propio tiempo
24.
Aquellos transeúntes que habían huido y las personas que abandonaron sus vehículos, respiraban de nuevo, dando gracias a Dios por Su intervención y regresando en manadas
25.
El contraste horriblemente burlesco entre los nombres de las fétidas callejuelas por donde respiraban los dos instrumentos más activos del poder judicial y político, no establecían diferencia esencial entre ellos, porque ambos eran igualmente patibularios
26.
Las aberturas para la boca estaban manchadas de saliva y respiraban a bocanadas rápidas y superficiales
27.
Habría que preguntarse cómo era posible hasta el hecho mismo de posar la mirada en aquel fragmento del apocalipsis; y pese a ello hay que imaginarse que en aquel paisaje se despertaron millones de hombres, durante días, y meses, y años; y eso debería llevarnos a intuir el horror inenarrable que debió de paralizarlos, en todos y cada uno de los instantes de su lucha, más allá de cualquier límite tolerable, hasta llevarlos, tal vez, a considerar hasta qué punto la muerte individual, la menuda muerte de un hombre, su muerte, era al fin y al cabo un incidente accesorio, casi una consecuencia natural, dado que ellos estaban en la muerte desde hacía ya tiempo, la respiraban desde hacía una eternidad y, en definitiva, estaban contagiados por ella ya antes de haber sido por ella golpeados, como llegó a pensar Ultimo, en el frente, descubriendo que en otro lugar la muerte sería un acontecimiento, pero allí era en cambio una enfermedad, de la que resultaba inimaginable curarse
28.
Me describió cómo dictaban, rápido, con los ojos semicerrados, y breves ademanes; cómo despachaban, sólo con el dedo índice y sin decir una palabra, a los quejosos sirvientes, que en esos instantes sonreían felices mientras respiraban dificultosamente, o cómo encontraban un pasaje importante en sus libros, llamaban la atención sobre él con una palmada y los demás acudían presurosos, estorbándose mutuamente debido a la estrechez del pasillo, y alargaban los cuellos para poder verlo
29.
Sus cabellos estaban cubiertos de él y cuando respiraban, la harina recubría sus lenguas
30.
Las bélicas notas de la diana, resonando alegremente entre el fragor seco de las últimas detonaciones, hicieron lanzar gritos de entusiasmo a los soldados, extenuados y anhelantes, que respiraban con dificultad un aire azufrado y espeso
31.
En la habitación se respiraban emociones que amenazaban con descontrolarse
32.
Cuando me pareció que mis pulmones respiraban fuego, supe que no podría mantener durante mucho más tiempo aquella interferencia
33.
Esta vez exageró hasta tal punto que nadie se explicó cómo habían logrado sobrevivir los habitantes del antro a la atmósfera pútrida que respiraban
34.
Se trataba de la decisión lógica, pues Lelio era el tribuno de más experiencia y veteranía y, en el fondo, todos respiraban más tranquilos desde que parecía que el general y Lelio habían restablecido la excelente relación previa a su discusión de Baecula
35.
Los gladiadores gemían de nuevo, respiraban con ansia, combatían con rabia, hasta que Prisco, por un instante sólo, pero suficiente ante alguien tan experto como Vero, perdió levemente el equilibrio por la cojera de su pierna derecha
36.
El aire que respiraban era hediondo, asfixiante
37.
Lynn quedó fascinada y dejó fascinados a los visitantes con el universo en forma de disco que hacía las veces de techo, con sus cientos de metros de diámetro, sus astilleros, en los que esperaban los transbordadores lunares y se construían naves espaciales interplanetarias, donde los robots, con esmerada laboriosidad, cruzaban el vacío a toda prisa, mientras los paneles solares respiraban la luz del sol para que la estación, durante las horas en que estaba bajo la sombra de la Tierra, pudiera alimentarse de lo que antes había sido envasado en conserva
38.
Los pasajeros respiraban con la nariz cubierta por un pañuelo mojado, y sobre las cabezas el viento tejía una telaraña
39.
Eran sólo los heridos que aún respiraban
40.
La columna de mulos siguió serpenteando por la vereda unos mil metros más y cuando se agrupaban o se detenían podían verse otras secciones del convoy en distintos toboganes, grupos de ocho y diez mulas, mirando ahora a un lado ahora a otro, cada cual con la cola roída por la que iba detrás y el mercurio palpitando pesadamente dentro de los matraces de gutapercha como si contuvieran bestias secretas, cosas a pares que se agitaban y respiraban inquietas dentro de los panzudos talegos
41.
A su alrededor, oyó que los demás respiraban, alguien se movía
42.
Los oyentes cuadris habían dejado de agitarse, incluso respiraban más despacio
43.
El otro día, al lavárselas, me pareció que respiraban
44.
Al pasar por delante del dormitorio principal, cuya puerta permanecía abierta, asomó la cabeza y vio al otro lado de la cama de matrimonio, en actitud acechante, un galán de la misma familia que el suyo del que colgaban unos pantalones de hombre que según la apreciación de Holgado respiraban mal por la bragueta
45.
Los dos se callaron, respiraban con dificultad, sus alientos se confundían
46.
El suelo pintado, los tiestos de flores en la ventana, el reloj de péndulo en la pared respiraban una calma provinciana
47.
Sí, pero uno de los que respiraban estaba detrás del sofá
48.
Daniel y los otros pocos peatones de Holborn se refugiaban en las entradas y respiraban a través de los pañuelos cuando se cruzaban con esos carros
49.
Traidor era aquel aire fresco, ¿qué ocurría durante la noche para que el aire siempre fuera nuevo por las mañanas? ¿Cuál era esa perpetua redención? ¿Y por qué los que lo respiraban no eran redimidos?
50.
Los heridos respiraban con dificultad, y de vez en cuando hacían oír un quejido entrecortado
51.
Pero en cuanto volvía verlos en la casa de citas, utilizados por aquellas mujeres, se me aparecieron todas las virtudes que se respiraban en la habitación de mi tía, allá en Combray, martirizadas por aquel contacto cruel a que yo las entregué indefensas
52.
Eran muñecos mudos que apenas respiraban
53.
Pero les costó más trabajo, se pusieron de rodillas y se tiraban al suelo con los brazos abiertos, respiraban como animales y sudaban
54.
Dudó antes de llevar el pie al estribo; jinete y caballo respiraban aceleradamente
55.
A algunos les faltaban brazos o piernas, otros respiraban a través de máscaras
56.
Respiraban con esfuerzo y parecían agotados, a punto de desplomarse, pero cuando se transmitió la orden de que habría un descanso de quince minutos, ninguno de ellos pareció alegrarse
57.
Sus pulmones respiraban dificultosamente mientras trataba de mantener el paso del resto del grupo
58.
La radiación estaría por todas partes, en el aire que respiraban, en los alimentos que comían y en el agua que corría desde el lago hasta la bomba de la cocina
59.
Respiraban con dificultad y tosían por culpa del humo
60.
Cuando las dos dejaron de llorar y respiraban con normalidad, dijo:
61.
Todos los reunidos parecieron contener la respiración… Incluso los Seres Sin Rostro, si es que realmente respiraban
62.
Todos, viejos y niños, hombres y mujeres, respiraban el contento del vivir, esa alegría franca que no conocemos los que hemos nacido y vivido en un mundo artificioso, todo sequedad y formas afectadas
63.
Siempre se aseguraba de arrancar los ojos mientras las víctimas aún respiraban
64.
Al cabo de veinticuatro horas, hubo una protesta masiva, con amenaza de violencia, de los mismos trabajadores, los hombres que manipulaban, respiraban y se impregnaban de las toxinas que estaban matándolos, para exigir que se mantuvieran abiertas las fábricas
65.
Aquel perfume de harapo lo respiraban muchas mujeres hermosas, unas fuertes, esbeltas, otras delicadas, dulces, pero todas mal vestidas, mal lavadas las más, mal peinadas algunas
66.
Unos sacerdotes flacos, representados como reptiles con atuendos ornamentales, maldecían el aire de la superficie y a cuantos seres lo respiraban; y en una terrible escena final se veía a un hombre de aspecto primitivo -quizá un pionero de la antigua Irem, la Ciudad de los Pilares-, en el momento de ser despedazado por los miembros de la raza anterior
1.
-Respiración artificial, me parecía que no respirabas
2.
Las puertas del coche cerraban herméticamente y Trip solía decir que en su coche se podía volar a gran altura porque respirabas todo el humo que se quedaba dentro
3.
Había oído que cuando aspirabas, respirabas una diminuta e insignificante porción de toda la gente que había vivido en el mundo, pero concluyó que no había la menor necesidad de hacerlo de golpe
1.
pero reparé en que no lograba recordar cuándo fue la última vez que había respirado en mi
2.
lamuerte en ese instante, porque habéis respirado una
3.
respirado el olor de las encinas calentadas por un solclaro
4.
a su lado; sus pulmones no respiraban más que el aire queella había respirado
5.
Muyenvanecido de haber respirado el aire de una
6.
expansivo de lacapital, y lo había respirado como los pulmones respiran el aire en
7.
—Porque son los que ha respirado en su juventud
8.
En los túneles calientes de las calles había respirado el aire envenenado, se había acurrucado en la paja contaminada del fonduk
9.
¡Lo que le gustaría tener unas cuantas más de aquellas astas portadoras de muerte! Si la mujer abandonara su tarea un instante, él se descolgaría hasta el suelo, cogería un puñado de flechas y estaría de vuelta en el árbol antes de que la mujer hubiese respirado tres veces
10.
Pero la educación de Salonina y el ambiente que había respirado eran diferentes: casi toda su vida se desenvolvió en la Urbe, y su padre, el senador Salustiano, era un hombre de edad avanzada que, aun teniendo convicciones semejantes a las de Decio, casi se había desentendido de sus hijos, absorbido por sus múltiples ocupaciones y confiado en su joven esposa, una alocada y novelera griega que había conocido siendo gobernador de Tracia
11.
Era evidente que la guerra implicaba la muerte, pero el suelo siempre se estremecía bajo los pies de una persona cuando le llegaba a alguien que había vivido y respirado tan cerca
12.
Cuatro veces había cambiado de carretón, había sufrido el calor y las moscas, respirado polvo en lugar de aire, dormido en colchones llenos de pulgas en posadas camineras y soportado decenas de controles militares
13.
Darío la seguía por el pasillo, atónito, mientras observaba la decoración de la vivienda, las fotos, el suelo de parquet, los cuadros a juego con el tono de las paredes… ¡Era la casa en la que había vivido su adorada Alejandra! ¡Por fin se encontraba en el mismo lugar en el que ella había respirado, comido, dormido y soñado! Intentó contener las emociones que le asaltaban
14.
Por la noche los constructores de la balsa habían vuelto a sus casas, habían respirado el aroma del hogar, sentido el calor en torno al brasero, oído los improperios y las risas de sus mujeres
15.
Al llegar la noche se agazapan en las tiendas, al abrigo de los muros de nieve levantados contra la dirección del viento para proteger a los animales, y a la mañana siguiente reemprenden la marcha monótona, silenciosamente, a través del viento glacial, de aquel aire virgen que después de incontables milenios es respirado por primera vez por los pulmones del hombre
16.
Por lo demás, ¿cómo no había de haberme parecido que su comedor, su galería obscura con muebles de peluche rojo, que podía entrever algunas veces por la ventana de nuestra cocina, poseían el encanto misterioso del barrio de Saint-Germain, que formaban parte de él de una manera esencial, que se hallaban geográficamente situados en él, si el ser recibido en aquel comedor era haber ido al barrio de Saint-Germain, haber respirado su atmósfera, puesto que todos aquellos que, antes de ir a la mesa, se sentaban al lado de la señora de Guermantes en el canapé de cuero de la galería, eran del barrio de Saint-Germain? Sin duda en otro sitio que no fuese el barrio, en ciertas recepciones podía verse a veces, majestuosamente entronizado en medio del vulgo de los elegantes, uno de esos hombres que no son más que nombres y que cobran alternativamente, cuando uno trata de representárselos, el aspecto de un torneo o de una selva patrimonial
17.
Sí, si el recuerdo, gracias al olvido, no ha podido contraer ningún lazo, echar ningún eslabón entre él y el minuto presente; si ha permanecido en su lugar, en su fecha; si ha guardado las distancias, el aislamiento en el seno de un valle o en la punta de un monte, nos hace respirar de pronto un aire nuevo, precisamente porque es un aire que respiramos en otro tiempo, ese aire más puro que los poetas han intentado en vano hacer reinar en el paraíso y que sólo podría dar esa sensación profunda de renovación si lo hubiéramos respirado ya, pues los verdaderos paraísos son los paraísos que hemos perdido
18.
En aquel perfume de la belleza no respirado, no depurado en su seno, no expandido sobre sus huellas, en aquel perfume expatriado de aurora, de cultivo y de mundo, había todas las melancolías de las nostalgias, de la ausencia y de la juventud»
19.
Varios de los miembros más jóvenes de su equipo eran freaks de los ordenadores hasta la médula, licenciados que habían vivido y respirado la informática desde la cuna
20.
Estaba a unas sesenta manzanas de su casa y las recorrió todas apenas consciente de haber respirado siquiera durante el trayecto
21.
El pobrecillo debe haber respirado esa cosa más tiempo que los demás
22.
No acertaba a comprender la causa de ello; pero era sin duda que su alma no había podido precaverse contra el alborozo expansivo de la capital, y lo había respirado como los pulmones respiran el aire en que los demás viven
23.
De que él creía haber respirado minerales y sustancias químicas trabajando para De Cal y que ello era la causa de
1.
la vigorosavegetación de la tierra fría, pues respiramos una
2.
–Hakkikt, puede que las hani lleven poco tiempo en el espacio, pero la política es el aire que respiramos
3.
De esta forma, la comida que ingerimos y el aire que respiramos son un don directo del Sol
4.
Si pudiera, cobraría hasta por el aire que respiramos
5.
Respiramos hondo, cruzamos los dedos, empezamos a subir las escaleras (había nueve escalones de piedra que llevaban hasta la puerta, todos ellos agrietados y cubiertos de moho) y entramos
6.
Salvar los bosques, las truchas, los alces… y sobre todo cosas como los ríos y el aire que respiramos
7.
Podemos vivir con más abundancia cada vez que respiramos, si respiramos conscientemente con esa intención
8.
Nos dicen que "en Él vivimos y nos movemos y tenemos nuestro ser," y nos dicen que "Él" es Espíritu, y también que "Él" es Amor, de modo que cada vez que respiramos, respiramos esta vida, este amor, y este espíritu
9.
Cada vez que respiramos llenamos nuestros pulmones de aire y al mismo tiempo vitalizamos nuestro cuerpo con este Éter Pránico que es la Vida misma, de modo que tenemos la oportunidad de hacer una conexión consciente con Toda la Vida, Toda la Inteligencia y Toda la Sustancia
10.
Sí, si el recuerdo, gracias al olvido, no ha podido contraer ningún lazo, echar ningún eslabón entre él y el minuto presente; si ha permanecido en su lugar, en su fecha; si ha guardado las distancias, el aislamiento en el seno de un valle o en la punta de un monte, nos hace respirar de pronto un aire nuevo, precisamente porque es un aire que respiramos en otro tiempo, ese aire más puro que los poetas han intentado en vano hacer reinar en el paraíso y que sólo podría dar esa sensación profunda de renovación si lo hubiéramos respirado ya, pues los verdaderos paraísos son los paraísos que hemos perdido
1.
—Defectos que se maman con la leche, que se respiran en elseno de las familias
2.
y los pulmones, no habituados aesa sensación exquisita, respiran
3.
tranquilidad encantadora de la naturaleza y alos que respiran el
4.
expansivo de lacapital, y lo había respirado como los pulmones respiran el aire en
5.
respiran bienestar y decencia
6.
Todo elplácido sosiego que respiran las
7.
Pero unos y otras se hallan animados de deseos, de pasiones, tan vivas como el aire que respiran, tan ardientes como el sol que ilumina aquellas regiones
8.
Los tc'a respiran metano y son naturales de Oh’a’o’o’o
9.
la piedad sólo respiran el aroma de la
10.
Pues yo las he leído y sé que respiran odio a los patriotas, al Rey y a la sacrosanta religión
11.
Después de hojear El Censor General y El Conciso —uno servil y otro liberal, para ver cómo respiran hoy tirios y troyanos— bebiendo un pocillo en el café del Correo, y de afeitarse con un barbero de la calle Comedias sin pagar un cobre, como de costumbre, el comisario hizo un recorrido fructífero por los pastos habituales
12.
Son como fantasmas y dan vueltas sin hacer ruido, Son como fantasmas que dan vueltas muy lentamente sin hacer el más mínimo ruido, Son como fantasmas de colores que dan vueltas muy lentamente rozando la tierra del suelo sin hacer el más mínimo ruido, salvo una especie de respiración, Como fantasmas de colores que respiran sin hacer el más mínimo ruido, mientras dan vueltas muy lentamente rozando la tierra, Fantasmas de colores que dan vueltas muy lentamente, rozando la tierra, sin hacer el más mínimo ruido, salvo una especie de respiración regular, Dan vueltas en silencio muy lentamente respirando la tierra, sin hacer el más mínimo ruido, salvo una especie de respiración
13.
–Algunos eran suficientemente elásticos para ajustarse a lo que había sucedido, siendo capaces de moverse entre la gente ordinaria con sorprendente rapidez; otro punto raro es que estos nuevos cuerpos respiran oxígeno y pueden consumir los alimentos ordinarios, aunque para ello se requieren algunos elementos guía
14.
Ellos se han subido el cuello del abrigo y respiran con satisfacción el aire fresco de la noche
15.
Los pies rotos de Baedecker rozan las ramas superiores y las flores de combustible en llamas, sus pulmones respiran vapor y calor
16.
Rusty y Twitch vuelven corriendo desde el grupo de vehículos, se desploman delante de uno de los ventiladores y respiran con grandes y convulsivas inhalaciones
17.
Es decir, la presión del aire que respiran en esa cámara es la mitad que en la Burbuja
18.
el mar es un alma inmensa que respiran y beben y viven
19.
De noche me cubro con ellos y me siento menos sola, esas cosas todavía tienen vida, respiran, emanan calor
20.
Hans Castorp comprendía, pues, que en ese cuerpo vivo —en el equilibrio misterioso de su estructura—, alimentado de sangre, recorrido por los nervios, las venas, las arterias, los vasos capilares, bañado por la linfa, con su armazón interior de piezas huecas provistas de una médula grasa de huesos planos, largos o cortos que habían consolidado —con ayuda de sales calcáreas y gelatina— su sustancia primitiva, el jugo nuclear, para soportarle, con cápsulas y cavidades lubricadas, con tendones, cartílagos y articulaciones, con sus más de doscientos músculos, sus órganos centrales sirviendo a la nutrición, la respiración, la percepción y la emisión, con sus membranas protectoras, sus cavidades serosas, sus glándulas de abundantes secreciones, su complejo juego de conductos y hendiduras internas, que desbordaba por las aberturas del cuerpo en la naturaleza exterior, que ese Yo era una unidad viva de una especie superior y alejada de la de esos seres tan sencillos que respiran, se alimentan e incluso piensan con toda la superficie de su cuerpo; comprendía que estaba hecho de miríadas de organismos minúsculos que habían tenido su origen en uno solo de entre ellos —multiplicándose, desdoblándose sin parar, organizándose, diferenciándose—, desarrollados aisladamente, haciendo nacer formas que eran la condición y el efecto de su nacimiento
21.
La situación se va haciendo insoportable para los diputados, tanto, que respiran cuando, el 5 de noviembre, inesperadamente, aparecen los ministros de la Guerra y de Marina y piden la palabra en el acto
22.
Sus ojos relucieron como los de Latude en la pieza que se llama Latude o Treinta y cinco años de cautiverio, y su pecho aspiró el aire marino con esa dilatación que tan bien señaló Beethoven en Fidelio cuando sus prisioneros respiran por fin “ese aire que revive”
23.
Ahora que Wozniak y Jobs se han ido, esos accionistas respiran aliviados»
24.
—¿Quiere decir que esos hombres grises no respiran? —preguntó el español con cierta ferocidad retratada en su semblante
25.
—Tampoco las plantas disponen de pulmones ni branquias y respiran sin embargo
26.
Se respiran en el aire pero no se expresan y desaparecen como por encanto en las situaciones de peligro
27.
No hay ninguna división rígida entre los animales que respiran en el agua y los que respiran en el aire
28.
Los insectos no tienen pulmones y respiran por medio de pequeños tubos que bombean aire a través de su cuerpo
29.
Se niegan a sí mismos las más mínimas libertades, que los norteamericanos encuentran tan naturales como el aire que respiran
30.
Cada tanto se despiertan, respiran una vez por el agujero y siguen con la siesta
31.
Y resulta claro que puede crearse la semejanza de una voz sin la respiración de aire, como en el caso de otros animales que no respiran, pero que según se dice crean sonidos, lo mismo que ciertos otros instrumentos, como dice Aristóteles en de Anima
32.
No acertaba a comprender la causa de ello; pero era sin duda que su alma no había podido precaverse contra el alborozo expansivo de la capital, y lo había respirado como los pulmones respiran el aire en que los demás viven
33.
Opálka ha muerto pero Bublík y Kubiš todavía respiran
1.
lasinclinaciones y hasta de los caprichos de tu hija, respirando
2.
—El del Barandal del cielo—dijo Asunción, respirando con alegría
3.
juntoal bote, respirando apenas, fijé los ojos en el punto donde
4.
respirando aún la atmósfera aristocrática de lossalones de Viena,
5.
respirando alegremente el aire de loscampos, viendo la vida en
6.
libre, a través de loscaminos, respirando un ambiente tibio bajo
7.
bastante ñoños de suniñez, que yo escuchaba con aparente atención, respirando, al
8.
Subieron después las escalerillas, respirando con deleite al
9.
este sudario, respirando con la satisfacción del que despierta de
10.
pies delRedentor, respirando ansiosamente y con cierta opresión, y sentía latiren sus
11.
navegaremos en alta mar respirando el aire de lalibertad y de la
12.
1 Y SAULO, respirando aun amenazas y muerte contra los discípulos del Señor,
13.
que andan poresas calles de Dios respirando ciencia y saber
14.
—¡No, no es verdad! —le dijo D’Agosta en las narices, respirando con fuerza por la indignación
15.
Me sumergí en las veredas polvorientas, bulliciosas, respirando con delicia el aire de la primavera
16.
Se detuvo en el umbral de la puerta, respirando con dificultad
17.
La puerta vidriera se oscureció y apareció Nevile, respirando con cierta agitación
18.
—el señor Cole se inclinó sobre ella, respirando fuerte, y con ojos que parecían los de un loco— al Profeta Elías, que descendía del cielo montado en un carro de fuego
19.
La puerta se abrió y apareció un soldado en el umbral respirando con fuerza
20.
Permanecieron mil años así abrazados, hasta que lentamente se alejaron las alucinaciones y él regresó a la habitación, para descubrirse vivo a pesar de todo, respirando, latiendo, con el peso de ella sobre su cuerpo, la cabeza de ella descansando en su pecho, los brazos y las piernas de ella sobre los suyos, dos huérfanos aterrados
21.
Se detuvo, respirando con dificultad, y se secó la cara machacada con el borde de la manga
22.
Permanecieron estrechamente unidos en tranquilo reposo, descubriendo el amor en plenitud, respirando y palpitando al unísono hasta que la intimidad renovó su deseo
23.
Todavía era de noche cuando Eragon se incorporó de golpe en la cama respirando agitado
24.
Una vez completada la tarea, Eragon se recostó en Saphira, respirando con dificultad, pero notó que el corazón de la dragona latía a un ritmo normal
25.
Respirando lentamente, Eragon se preparó para usar la magia
26.
Sin pensar en los riesgos que la habitación próxima podía contener, los tres amigos se precipitaron fuera del corredor, cayendo unos encima de otros, ahogados, respirando a todo pulmón y tratando de sacudirse el polvo adherido a la ropa
27.
Se alejó y desapareció entre los pinos, respirando hondo el fresco aire de la noche
28.
Cuando Esteban Trueba se dio cuenta que a sus espaldas circulaban los coetáneos y los epónimos respirando por el ombligo y quitándose la ropa a la menor invitación, perdió la paciencia y los echó amenazándolos con el bastón y con la policía
29.
Tyrone estaba en la puerta de la casa de Bella, respirando hondo, procurando tranquilizarse
30.
Se despertó de la pesadilla respirando con agitación y bañado en sudor y pidió mentalmente perdón a Livia por habérsela imaginado tan obscena en su sueño
31.
Estaba a punto de estallar, y temiendo decir algo que no debiera, el pobre señor Goon se montó en su bicicleta y se alejó por la empinada avenida, respirando con tanta dificultad, que pudieron oírle hasta que llegó a la puerta de la cocina
32.
Estaba en su hogar, mirando otra vez la chispeante luz de su propio sol, respirando aquel aire, el primero que había entrado en sus pulmones
33.
—¡Es una suerte! —dijo el vampiro respirando aliviado
34.
Parecía un pez que hubiese estado respirando aire y de pronto lo descubriera
35.
El señor Jomberg, respirando con dificultad por sus problemas del corazón y el enfisema, vestido para la ocasión con un vaquero desgastado y una camisa de franela en que destacaban los rojos y los negros, con los pulgares metidos en los bolsillos, un montañero campechano, dijo con sabiduría popular:
36.
-El del Barandal del cielo -dijo Asunción respirando con alegría
37.
Cuando George se levantaba de su silla para ir al otro cuarto, Harry no lo seguía y permanecía estirado junto a la rendija respirando el aire fresco que entraba por las ventanas
38.
En un cochecillo derrengado partieron antes de mediodía hacia Tafalla, y sin entrar en esta ciudad siguieron a Estella por Larraga y Oteiza, con calor sofocante, respirando un aire seco y polvoroso
39.
Como no conseguía salir las amigas me visitaban después del almuerzo, ocupaban los sofás, traían sillas del pasillo y del comedor, y conversaban en un tono más agudo que el habitual, de súbito optimistas y alegres y llenas de planes de futuro que me incluían, y yo las imaginaba respirando hondo en el rellano como actores a punto de entrar al escenario para una pequeña comedia de felicidad y esperanza que ninguna de nosotras poseía, ansiosas con su propio sufrimiento, con su propia vida, y, como en edad estaban muy cerca de mí, interrogándose sobre la forma que la muerte elegiría para arrastrarlas consigo, implorando Dios mío un cáncer no, como si Dios se tomase el trabajo de confeccionar agonías personales a la manera de los sastres que confeccionan ropa a medida, en vez de barrernos con un gesto distraído como insectos incómodos
40.
Secando sus lágrimas y respirando con menos opresión, señal de alivio de su duelo, la infeliz señora decía: «Es el Destino, hija, o hablando con cristiandad, es Dios, que no quiere que veamos a nuestra tierra, sin duda porque no nos conviene
41.
–Estoy esperando algo que llega con el crepúsculo antes de que enciendas las velas -dijo con un susurro y respirando con dificultad-
42.
Los cuerpos de ambos se estremecieron al unísono y él se quedó quieto encima de Jasmine, respirando en el hueco que había entre el cuello y el hombro de ella
43.
El animal, a diferencia de su beligerancia previa, no se resistió, sino que permaneció inmóvil sobre la palma de la mano respirando entrecortadamente
44.
Estaba boca arriba, desnuda, la cabeza hacia atrás sobre la almohada manchada de sangre ya seca, respirando con suavidad por la boca entreabierta
45.
Hice lo que me decía, respirando lentamente mientras me cubría los párpados
46.
–Si Frankie es el asesino -dije respirando hondo-, no acierto a comprender qué relación puede haber entre Sparacino; y los homicidios
47.
El agente se levantó, respirando por la boca como para evitar el hedor
48.
500 de la densidad del aire que estamos respirando
49.
Se detienen y se apoyan en los bastones, respirando el aire puro y observando la tormenta de nieve que envuelve las montañas que tienen a la derecha, a poco más de un kilómetro, y casi a la misma altitud
50.
Incluso bajo el agua tiene que producirse la respiración y, por eso, se acaba respirando el líquido y ahogándose
51.
Norman estaba respirando pesadamente, tratando de recuperar el aliento
52.
Se retiraron de mala gana, y el desconocido, respirando con dificultad, con la ropa rasgada y la frente magullada, fue puesto en pie
53.
Se sentó pesadamente sobre la cubierta, respirando con dificultad
54.
Bill y Jo se miran, respirando con dificultad, debido a la tensión de los momentos vividos
55.
Luchaba para escalar la pared de ladrillo y se deslizó por una grieta, respirando con dificultad
56.
Pitt se puso en pie y se encaminó hacia la portilla abierta, respirando profundamente para depurarse los pulmones del humo de los cigarrillos de Denver
57.
Ayla subió tras la trémula luz apoyándose en las pulidas rocas y respirando hondo hasta llegar al lado de la mujer
58.
Respirando con dificultad, se dirigió al cuarto de estar mientras Gunnarstranda se quitaba las botas
59.
Hay que estar en las calles, respirando el mismo aire que los demás
60.
Ahora estábamos en el desierto, caminando bajo un cielo sin nubes, respirando un aire suave que olía a enebro
61.
Más tarde, mientras él permanecía exhausto, con los ojos cerrados, respirando con fuerza, volvía a encender la luz, tomaba el libro y continuaba su lectura
62.
Las dos motas de color normalmente apagadas de las mejillas de la señorita Vavasour estaban encendidas, mientras que Bollo, que parecía hincharse hasta alcanzar proporciones más grandes bajo los efectos neumáticos de una creciente indignación, miraba a su amiga desde el otro lado de la mesa con una inmutable sonrisa de rana, respirando en rápidos jadeos levemente oclusivos
63.
Caminaban lentamente, respirando niebla
64.
Son como fantasmas y dan vueltas sin hacer ruido, Son como fantasmas que dan vueltas muy lentamente sin hacer el más mínimo ruido, Son como fantasmas de colores que dan vueltas muy lentamente rozando la tierra del suelo sin hacer el más mínimo ruido, salvo una especie de respiración, Como fantasmas de colores que respiran sin hacer el más mínimo ruido, mientras dan vueltas muy lentamente rozando la tierra, Fantasmas de colores que dan vueltas muy lentamente, rozando la tierra, sin hacer el más mínimo ruido, salvo una especie de respiración regular, Dan vueltas en silencio muy lentamente respirando la tierra, sin hacer el más mínimo ruido, salvo una especie de respiración
65.
Permaneció de pie en el centro de la sala, respirando entrecortadamente, y observó al hombre apaleado deslizarse por la pared y caer al suelo
66.
Respirando apenas, Thorn se quedó petrificado mientras el sonido se hacía más intenso y los ojos lo miraban fijamente
67.
Respirando con dificultad, caminaba al azar por pequeños callejones, huyendo de la furia que lo perseguía
68.
Se abrió entera hacia él, un punto paranoico, respirando cual si la meciera una corriente transversal de agotamiento y de necesidad, vacíos sus ojos de intención
69.
–Escogiste un buen lugar -dijo Lavinia, sonriendo enigmática, respirando el aire fresco de la noche, mientras miraba las flores de loto en la piscina y el puente donde pasarían las debutantes
70.
Por fin, respirando fuerte a medida que la excitación lo embargaba, Gillette llegó
71.
Antony se enderezó, todavía respirando con dificultad
72.
Entonces se quedó simplemente allí, en las escaleras de concreto, respirando con dificultad
73.
Todavía respirando con dificultad por la carrera, Kevin se quedó boca abajo y ocultó el rostro en la hierba
74.
Por eso no han podido sacarme de aquí los muchos amigos que tengo en Madrid; por eso vivo en la dulce compañía de mis leales paisanos y de mis libros, respirando sin cesar esta salutífera atmósfera de honradez, que se va poco a poco reduciendo en nuestra España, y sólo existe en las humildes y cristianas ciudades que con las emanaciones de sus virtudes saben conservarla
75.
Respirando deliberadamente por la nariz, Kevin se acercó a la puerta trasera, sin apartar la vista de las tablas, de las rendijas entre ellas, buscando una señal de movimiento
76.
Y el hombrón se detuvo con un puño en el estómago, respirando agitadamente
77.
Avanzó por el andén, respirando con delicia el aire tibio, impregnado de emanaciones vegeta-les, con ligero olor de tierra humedecida por el riego
78.
Dijo el nombre de él muchas veces seguidas, con la cara hundida en su cuello: Ismaíl, Ismaíl, Ismaíl…, con una entonación que no tenía nada de dulce, sino que era como la voz de los mineros cuando se buscan en una galería después de un derrumbe, con una ebriedad cada vez más creciente, respirando cada uno el aliento del otro, desvaneciéndose ya sin ninguna posibilidad de contención
79.
Encendió un cigarro y, cómoda por primera vez en todo el día, paseó por la habitación respirando hondo
80.
La señora Jacob estaba en casa con las persianas echadas, respirando un silencio ensordecedor, un vacío inmenso que ya nada volvería a llenar
81.
Respirando con dificultad, Johanson miró el simulador, la consola de control, las mesas de trabajo
82.
Tubal y Sebastián pudieron distinguir el cuerpo de un hombre metido en la cama, recostado sobre la almohada, respirando con extrema dificultad
83.
Roy Baty apareció en la puerta, respirando con fuerza, con expresión de triunfo
84.
Sentado en un taburete, un ascensorista uniformado, respirando aburrimiento, manejaba el mando y les miraba con indiferencia
85.
Parecía que el cuerpo, respirando, hubiera formado montón con ellos a lo largo de un proceso impalpable, un continuo de sibilantes inspiraciones y espiraciones ya cesadas
86.
La prueba le satisfacía, la madre y la hermana, que habían observado todo con impaciencia, comenzaban a sonreír respirando profundamente
87.
Jadeando, respirando entrecortadamente, Hamilton y Laws llegaron a la alegre salvación del pasillo superior
88.
Pero el transporte progresa, lo logro en poco tiempo, el laberinto ha sido superado, respirando a mis anchas salgo a una verdadera galería, empujo el botín a través de un conducto de comunicación, hacia una galería principal, creada especialmente para esto, que conduce en pronunciado declive hasta la plaza fuerte
89.
Y cuando, finalmente, uno de ellos, delgaducho, con gafas, siempre leyendo, que no juega nunca en el gimnasio con los chicos, respira el aire y continúa respirando, y muy pronto está haciendo el Nautilus tres veces por semana en las Fuentes de De Funiack y se va a jugar a los bolos con los schvartzers
90.
En cuanto a esta teoría sobre el pez, tiene sólo un pequeño problema -y Dios no permita que esto les detenga aunque este problema hace todo el asunto imposible-, ya que ocurre que toda esta práctica de estar respirando aire no llega a ninguna parte con una velocidad absolutamente máxima
91.
Estaba tumbada sobre la cama, encima de las sábanas, respirando profundamente con la boca abierta como haría un pez
92.
Se desabrochó el cinturón para subir con el nivel del agua, luchando por seguir respirando
93.
Los dos chicos emergieron junto a la balsa y salieron del agua, respirando con fuerza
94.
Por fin consiguió sacar medio cuerpo fuera y luego las piernas, y quedó tumbado al lado del agujero, respirando con alivio
95.
Kit salió y se quedó un momento en las rocas, al viento, respirando profundamente
96.
Se tendieron sobre unas mantas y cerraron los ojos, respirando el aire apacible
97.
Miró el sol con los ojos entornados, respirando con dificultad
98.
Se les podía oír respirando aprisa; luego, más lentamente…
99.
Las extrañas líneas retorcidas bajo la piel de Hrathen emitieron un extraño fulgor mientras el gyorn levantaba a Dilaf del suelo, que se rebullía y se agitaba respirando entrecortadamente
100.
sí, oía a alguien respirando en la tienda
1.
Salí un minuto a respirar el aire fresco del jardín, el cual rebosaba de trinos de los más
2.
ajustar su vibración, y esto les resulta tan penoso como lo es para vosotros el respirar
3.
Yo y mis temas son vida libre en el mar, no funcionan, pero jugamos y no tenemos problemas; nuestra agua amigo, nos da para comer y el aire para respirar
4.
"Ver"- continúa-"nuestro cuerpo, aunque similar a la de la tierra, ha cambiado a nivel celular; nuestro sistema vascular produce constantemente, cuando estamos en el agua, una especie de aura invisible que nos protege de la enorme presión a la que estamos sometidos, y que de lo contrario nos va a matar instantáneamente a estas profundidades; tenga en cuenta que sin este aura, nuestro cuerpo debe soportar el equivalente de miles de millones de kilogramos! Y además hemos sido proporcionados por la madre naturaleza por un órgano extra en su pecho, debajo de los costos, entre los pulmones y el corazón, que nos permite respirar agua y derivar de él toda la energía que necesitamos
5.
Con rayos láser preparará su lado y gradualmente presentarle dérmicas pequeñas partes de la célula viva que solo se soldará con autógena en uno, que le permite respirar en el aire como el agua lentamente y transformar cada átomo en su cuerpo por lo que es similar a una esponja y además producirá desde su sistema vascular el aura que le protegerá contra la presión de agua enorme
6.
Mis dedos tienen ese sentimiento carne tan fresca y delicada, y me explicó mi mente repensar todo: a los átomos, células, ultrasonido, respirar en el agua
7.
Me tumbé en el suelo y respirar profundamente para compensar esto ocurrió con el oxígeno mala circulación
8.
La crema empieza a hacer efecto y poco a poco esa sensación de vacío es llenado por algo que no puedo definir; es casi una sensación similar a cuando se forma una burbuja gástrica en la digestión de la prevención en el pecho; la diferencia, sin embargo, radica en el hecho de yo no tengo dificultades para respirar y, de hecho puedo respirar más profundamente que nunca lo había hecho
9.
Interrumpimos la reina que había desde entonces miramos presumida, me ofrece su mano, diciendo: "Ahora usted tiene que tratar de nadar y respirar en el agua, debe convertirse definitivamente uno de nosotros
10.
Yo trate de respirar, tosiendo un poco, pero finalmente puedo: la respiración! Me convertí en un habitante del mar
11.
En el tiempo se podía respirar
12.
Note la sensación de respirar
13.
hacerla respirar esencias, lo cual erabuena prueba de que el aire
14.
en la casa ynecesitaba respirar el aire libre
15.
aliento de las selvas, el pavoroso respirar de losbosques
16.
hacia Enrique, le hacía respirar un pomo de sales y le prodigabalos más tiernos
17.
¡Estrecharla en sus brazos, respirar el perfume de sus cabellos!
18.
Al travésde la puerta oía el respirar puro y sereno de los niños, y
19.
Al respirar se mascabanflores
20.
¡Quiero respirar un poco
21.
Sofocados al cabo y con deseo de respirar el aire libre salieron (losque se hallaban
22.
detenerse un instantepara respirar en esta atmósfera de horno, se
23.
rejasherrumbrosas; por su boca parecían respirar los canalones y lasgárgolas la rancia humedad
24.
partes, pueden respirar á gusto los viajeros ypensar, sin angustia personal, en sus antecesores, menos
25.
respirar por unmomento el aire puro
26.
podredumbres, respirar en la atmósferafría, casi viscosa, de los subterráneos en que el delirio
27.
Ni aun podía respirar
28.
necesitaban los negros para respirar en la bodega;estudiaba el mar, y, según se decía, estaba
29.
—Te burlas, pero el respirar el mismo aire que tú, era también ladicha
30.
abandonaban elbaile por un momento para respirar en la
31.
En esto cesó la danza, y las diferentes parejas de bailarines,deshaciendo la formación, corrieron las unas a ocupar sus asientos en lasala y cuartos, las otras a respirar el aire libre de los corredores
32.
y bien apercibidos,en acecho y sin respirar, en las tinieblas del
33.
muy abiertos yacopiando el aire para respirar, hasta con las
34.
silencio se oían a la vez el respirar estertoroso yagitado del
35.
todo su mal radicaba en el estómago, y que sipudiera respirar
36.
pulsacion de las carótidas, grande dificultad de 200 respirar al cambiar de posicion,
37.
usarle en este último concepto, se lequemaba y se hacia respirar el humo á los
38.
Cuando se ha exhalado todo el aire, es posible aún respirar un poco
39.
Esto es lo que se denomina «viabilidad», y depende en parte de la capacidad de respirar
40.
Sencillamente, los pulmones no están desarrollados y el feto no puede respirar —por muy perfeccionado que fuese el pulmón artificial de que se le dotase— hasta cerca de la vigésimo cuarta semana, hacia el comienzo del sexto mes
41.
Esas ciudades, al menos, uno las ve vivir, las oye respirar a través de los pasillos de sus habitaciones de obreros
42.
Unos y otros van allí a respirar el aire libre y a tranquilizar el ánimo después de noches agitadas
43.
Se metió en el tabuco y Ceferina permaneció despierta, con los ojos abiertos, oyendo el respirar del niño y del perro echados junto a la chimenea apagada
44.
Era alto, grueso, de movimientos pesados, acostumbrado a respirar hondo cuando la situación lo requería
45.
Por suerte, Erast Petrovich recordó en ese instante las instrucciones del brahmán hindú Chandra Johnson, el que enseñaba a respirar y vivir de una manera correcta y sana
46.
Pero la tía Marguerite había muerto, tan bella y siempre tan bien vestida, demasiado coqueta, decían, y ella no se había equivocado, pues la diabetes la inmovilizó en un sillón, y empezó a hincharse en el apartamento abandonado y a ponerse enorme y tan abotargada que le faltaba el aliento, tan fea que asustaba, rodeada de sus hijas y de su hijo cojo, que era zapatero, y que con el corazón encogido acechaba el momento en que su madre no pudiera respirar
47.
Enviaría una carta a Nerón informándole de que estaba enfermo y necesitaba respirar el aire del campo para recuperarme
48.
Una expresión emparentada con la del terror resplandeció en los ojos de Barris y vi que por un momento dejaba de respirar
49.
Con la excepción de respirar y de ingerir la comida, dependía de los demás prácticamente para todo
50.
Y pasé de estar de pie junto a la ventana de mi habitación, contemplando un pedazo informe de plástico, a encontrarme sentada en el suelo, con la mirada fija en los tablones de madera pintada del suelo y esforzándome por respirar
51.
El olor que rodeaba el edificio estaba intensificándose hasta tal punto que empezaba a costarme respirar
52.
Observé entonces que, aunque continuaba sonriendo, había palidecido de pronto y parecía respirar con dificultad
53.
Por la noche, hora en que los habitantes del barrio de San Antonio salían de sus casas y se sentaban delante de las puertas, para respirar un poco, la señora Defarge, con su labor en la mano, solía ir de puerta en puerta y de grupo en grupo
54.
Susana, después de la partida de Muriel quedó tan agitada, que no se encontraba bien de ningún modo, y ya recorría la habitación, ya se sentaba, ya abría la puerta para respirar el aire exterior
55.
Los dos hombres se alejaron, y Morrel, que necesitaba respirar, sacó la cabeza del enramado, y la luna iluminó aquel rostro tan pálido, que más bien parecía el de un fantasma
56.
El aire olía mal y resultaba difícil respirar
57.
La tensión impuesta por la gravedad era considerable y le resultaba difícil respirar
58.
La opresión en la garganta me impide respirar
59.
Intento no respirar
60.
Pero tenía que resignarse a respirar en el seno de aquella pestilente atmósfera mientras estuviese en aquel cuarto
61.
Salió al pasillo para respirar un poco de aire
62.
Y sin respirar, completó sus presentaciones—
63.
El Barón miraba a Zuleik con abatimiento, con los ojos dilatados, sin respirar
64.
Aquí esa divina muchacha viene a respirar el aire embalsamado de las lilas en flor, aquí viene a cantar las dulces canciones de su país nativo, y aquí me juró amor eterno
65.
En el momento en que volvían a salir a la superficie para respirar, oyeron una voz que gritaba:
66.
Aquel humo tan nocivo le impedía respirar
67.
Los europeos levantaron sus armas, dispuestos a tomar puntería y hacer fuego, cuando los cocodrilos, de común acuerdo, se sumergieron en el agua, sin dejar fuera más que los orificios para poder respirar
68.
Ella misma se dio un par de puñetazos en los costados, con lo cual recuperó la capacidad de respirar
69.
Angie se puso de pie de un salto, sin poder respirar, con la sensación de llevar una locomotora en el pecho
70.
Eragon se estremeció al respirar y se esforzó en abrir los ojos
71.
Eragon, inclinando el cuerpo hacia delante y apoyando las manos en las rodillas para respirar, respondió:
72.
Al cabo de poco, ya había dejado de respirar
73.
Me hace bien respirar el aire puro de las montañas, decía mientras aspiraba el humo negro de su tabaco
74.
A los pocos días yo sentía que me ahogaba, no lograba respirar bien, tenía un sofoco perpetuo, cosquillas en las manos y los pies, un sudor de adrenalina
75.
¡Cómete una antena! ¿Estás cansado? ¡Cómete un ojo! ¿Quién necesita hidromiel cuando tienes baba de caracol…? —Se reía tan fuerte que le resultó imposible seguir, y cayó de rodillas mientras jadeaba intentando respirar, con el rostro cubierto de lágrimas de la risa
76.
El chofer detuvo el autobús y los pasajeros nos llevamos las manos al pecho, sin atrevernos a respirar durante los breves segundos que duró el sortilegio antes de esfumarse suavemente
77.
Dos guardias entraron a callar al enfermo y lo encontraron con una granada en cada mano y tal determinación en los ojos, que no se atrevieron a respirar
78.
El humo de la paja ardiente cubrió la ciudad, apenas podíamos respirar, nos ardían los ojos
79.
El doctor Blue quiere decir que alguien ha dejado de respirar
80.
Podía mantenerse casi tres minutos sin respirar y estaba dispuesto a realizar esa hazaña cada vez que alguien se lo pedía, lo que ocurría con frecuencia
81.
Un aire suave y tibio salió por los dos agujeros, demostración fehaciente de que el invento funcionaba y de que la muchacha podía respirar sin impedimento alguno
82.
Quince minutos después ardía todo el edificio y adentro no se podía respirar por las bombas y el humo
83.
Tenía clara su fuga, el carro de alfalfa, su ardid para poder respirar, la buena mujer del mesón, los arrieros y el desafortunado episodio con don Martín de Rojo, que ella creía que, a Dios gracias, no la había reconocido; todos aparecían en su mente nítidos y diáfanos, pero en llegando a Benavente todo se confundía y sólo recordaba que estaba comiendo algo y fue atacada por dos o tres hombres, luego un sonido de cascos de caballos y finalmente un silencio y la nada
84.
Estar juntos nos resulta tan natural como respirar y la pasión sexual dio paso a encuentros más reposados y tiernos
85.
La mujer con un rápido movimiento hizo desaparecer la bolsa en el hondo bolsillo de su saya y pareció respirar aliviada
86.
Cuando eso ocurriera, Raquel comprendería por qué se había enamorado del nieto de aquella mujer, por qué no había amado nunca a otro hombre como lo amaba a él, aquella imprescindible determinación de disolverse en su cuerpo que le resultaba tan necesaria como el impulso de respirar, de beber cuando tenía sed, de dormir cuando tenía sueño
87.
Cuando salió a la calle, recibió la cuchillada del viento helado de la sierra como una caricia, y volvió a respirar
88.
Las gentes caminaban con trapos colocados sobre el rostro, ya fuere para poder respirar mejor o por mejor mantener el incógnito
89.
El silencio se podía sentir en el agitado respirar de alguno de los presentes
90.
¡Pronto, indiferentes o enemigos, para que se pueda respirar un poco!
91.
Resultaba ya difícil respirar; la presión debía haber bajado a la mitad de la normal
92.
provisto de poca energía, nada había del oxígeno libre que permitía que los animales de la Tierra vivieran según una serie de explosiones continuas, desde el instante en que comenzaban a respirar, al nacer
93.
No se esfuercen, retengan la respiración hasta que les sea molesto y después vuelvan a respirar normalmente
94.
Jaskier, cruzando las manos sobre el pecho, ni siquiera se atrevía a respirar
95.
Singh se permitió el lujo de respirar: Kali había llegado hasta su aproximación máxima, y se estaba retirando
96.
Yació aplastada contra la tierra bajo el enebro, intentando respirar sin ruido
97.
Esto no tenia importancia, ya que los modelos podían "respirar" a través de varios orificios
98.
Si podía respirar sin la ayuda de aparatos, mucho mejor
99.
El aire era denso y pesado, pero podía respirar sin dificultad
100.
–¡Respira! ¡Arvid, tienes que respirar! – Elin susurraba con la esperanza de que su desesperación no se oyera
1.
Lo recogieron del suelo entre varios y lo recostaron moribundo en un sofá, con su hermosa cabeza de príncipe árabe sobre el regazo de Paulina del Valle, quien para darle ánimo le repetía: «No te mueras, Fe-liciano, mira que a las viudas no las convida nadie… ¡Respira, hombre! Si respiras, te prometo que hoy sin falta le quito el pestillo a la puerta de mi pieza
2.
¿Tú sabes cómo respiras cuando duermes? No
3.
¡porque en el Infierno respiras, no puedes aguantar la respiración! Llamas que te penetran por la boca, por la garganta, por los pulmones
4.
Estarás bien si respiras por la nariz -cuando aumentó la presión en la boca de Hannah, dejó por fin de resistirse
5.
Hay otras cosas que son tan imprescindibles como el aire que respiras
6.
Era demasiado grande para estar en una habitación un pequeña en la que ni siquiera podía respiras
7.
¿Quién quiere ser oficial? ¡Ni siquiera sargento! Respiras el mismo aire que ellos ¿no? Y comes lo mismo
1.
—Bien puede vuestra grandeza vivir, de hoy en adelante, libre de esa mal nacida criatura, quien con la ayuda de Dios, de la Virgen de Torcoroma, de la fuerza de mi brazo y con el favor de aquella por quien yo vivo y respiro, puse fuera de combate en un santiamén, cumpliendo con mi promesa dada a su alteza
2.
La rutina se reinicia: los papeles de mi escritorio son muchos, los clientes en el mostrador no me dio respiro y tengo la impresión de que se han vuelto aún más grosero que antes
3.
respiro hondo y dijo, ¿quieren que los
4.
hasta quitarle el respiro
5.
Se paga por el agua, el arte, la salud, los niños, el pelo, los insectos, los animales, las platas, sólo espero que al aire que respiro no le pongan costo
6.
pues, con el ayuda del altoDios y con el favor de aquella por quien yo vivo y respiro, tan bien la
7.
siempre y fértil en intrigas,aprovechó un momento de respiro en el baile para dirigirse
8.
Cobró con esto Salvador un asomo de tranquilidad y un respiro en elanhelo con que llegaba a la casona, siempre que a ello se atrevía
9.
agradeció en el almatambién y respiro a sus anchas
10.
parecía mal para hacer un altode respiro
11.
Por muy bien que le cayera Menzies, y por mucho que le agradeciera aquel respiro en la monotonía, necesitaba reposar
12.
Mis ojos están en los peces y mis oídos con el trino de los pájaros, y por la noche respiro el aroma de la madreselva
13.
El cuerpo de la mujer se adhería ahora al suyo y aquella boca entreabierta parecía rendirse a cada respiro
14.
Sin respiro, corrí al Casón, aquel precioso palacete del rey Felipe IV, en la calle Alfonso XII, frente a los jardines del Buen Retiro
15.
a esa dulce sensación de que el respiro se acaba
16.
Cierro los ojos, respiro más despacio, pronuncio las palabras de la recreación
17.
Cuando desaparece, respiro al fin
18.
Y diciendo esto, la buena mujer se tomó un respiro, en lo que la imitaron Charles y Emily
19.
Carmen era su preferida, pero no ambicionaba para ella un destino diferente al de las niñas sumisas de su aldea en Zacatecas; en cambio trabajaba sin respiro para educar a sus cuatro hijos varones, en quienes había puesto esperanzas desproporcionadas, y deseaba verlos elevados muy por encima de sus humildes abuelos y de sí mismo
20.
Pero la Televisora Nacional no les dio respiro a los pacientes espectadores y de inmediato lanzó al aire mi novela, que en un arrebato sentimental llamé Bolero, como homenaje a esas canciones que alimentaron las horas de mi niñez y me sirvieron de fundamento para tantos cuentos
21.
Respiro con la nariz y extiendo la lengua hacia la salvación
22.
Poco se sabía sobre la situación de las filas de la vanguardia, donde aparentemente ya se había iniciado la batalla, eso obligó a la tropa agotada a continuar sin un respiro
23.
La breve pausa, mien-tras se organizaban las filas, le dio un momento de respiro; se dejó caer al suelo, con la frente en tierra, acezando, tembloroso, las manos aga-rrotadas en su arma
24.
Sin un respiro, le retuvo la boca en la suya y no se movió
25.
Los ocupantes podrían retroceder tras los mamparos de presión, pero eso sólo les daría un respiro temporal, porque el aire comenzaría a enrarecerse inmediatamente
26.
Dejo la aspiradora en el suelo, respiro hondo, me inclino y apoyo las manos sobre las rodillas
27.
En ese caso, las Cortes, después de este respiro que ahora se dan, están dispuestas a poner en ejecución el artículo 187 de la Constitución
28.
Se había apoderado del campamento de Escato en el Velinus, lo había fortificado perfectamente con todos los hombres de que disponía y se dedicaba a entrenar sin respiro a sus tropas, mientras los días pasaban y Cepio se reconcomía ante la imposibilidad de invadir las tierras de los marsos
29.
José profetizaba se cumplió puntualmente a poco de tomar respiro la Reina Madre en el Real Palacio; mas la salida de González se motivó oficialmente en el desacuerdo del Ministro de Hacienda con nuestro Embajador en Roma, el cual ofreció a la Santa Sede que haríamos tabla rasa de la Desamortización
30.
Aquella noche se tomaron los dos un breve respiro
31.
Intercedió noblemente con las opulentas casas de banca para que me dieran mayor respiro, y llevándome de tienda en tienda, di con mi persona en la de doña María de la Cabeza, que precisamente, ¡oh felicísima casualidad!, necesitaba un chico que supiera llevar cuentas
32.
Sin dar le un respiro, tiró de ella en dirección contraria mientras se excusaba por el descuido
33.
Los galeotes encadenados habían sufrido recia carnicería, y los vizcaínos del capitán Machín de Gorostiola, ahumados de pólvora y con la mirada perdida en el vacío, aprovechaban el respiro para descansar y rehacerse cuanto podían
34.
La importación de harina norteamericana —tiene millar y medio de barriles en los almacenes del puerto— ha dado un importante respiro a la casa Palma e Hijos en los últimos tiempos
35.
El Asía Occidental ganó un respiro y los Estados pequeños pudieron establecerse de manera independiente
36.
Saber que ese hombre no podía hablar con nadie le había dado un respiro
37.
No pudo impedir la pérdida de Gela y Camarina, pero reconoció la necesidad de un respiro, por lo que firmó un tratado con Cartago en 405 a
38.
¿Qué opinará Isabel? Dejo de pensar en ello y respiro hondo para calmarme
39.
Respiro hondo y se lo cuento lentamente
40.
Habían agradecido el respiro, pero estaban preparados para volver y contemplaban ilusionados la perspectiva de ver a las personas que amaban
41.
El primer día había insistido, en contra de las relativas objeciones del teniente Gore y del señor Des Voeux, en hacer su turno a la hora de arrastrar el trineo, permitiendo que uno de los cinco hombres de la tripulación destinados a hacerlo se tomara un respiro y caminara a un lado tranquilamente
42.
Con esto no solucionaban nada, por supuesto, pero al menos le daban un respiro a la gente, una posibilidad de juntar fuerzas para seguir
43.
Los productores de cobre, como sabe muy bien, se encuentran hoy en una situación tan difícil, que aquel caballero tuvo que ofrecer algo muy valioso con el fin de obtener un favor determinado: un «auxilio de urgencia» que suspendió algunas de las directrices, otorgándole unos instantes de respiro
44.
Se tomó un respiro apoyándose en la puerta
45.
–¿Cuáles son las últimas noticias de meteorología? ¿Hay alguna esperanza de un respiro en el tiempo? Symington se encogió de hombros
46.
No entero, pero le gustaba el final, cuando decía: mueren los amantes en el mismo respiro
47.
Mueren los amantes en el mismo respiro
48.
La velada juntos les había proporcionado un necesario respiro de la presión alternada con el aburrimiento en que se había convertido su vida
49.
¡El Tiempo! El pertenece, a los corredores sin respiro,
50.
Intentó apoyar las manos en el fondo y presionar con fuerza para separar los hombros del fondo del ataúd y darle un respiro a su cuello
51.
Es el juicio final; hay fuego real, existe un tormento real, tortura real, y continúa por siempre por lo que no hay un respiro en él”
52.
Tal y como presumía, y con el consiguiente respiro por mi parte, no llegué a cruzarme con un solo caminante
53.
Y mi delicada salud agradeció aquel respiro
54.
—Deseosa de tener un respiro de todos los Clermont por un momento; corrí escaleras arriba
55.
Respiro bien, y el bulto de la garganta se me sube a los ojos
56.
Pero todavía te queda un tiempo de respiro
57.
Se limita a hacer un pequeño respiro, un pequeño jadeo, un pequeño intento y vuelve en seguida al océano, a Cuidados Intensivos tocando su banjo y cantando baladas sobre sus alegres momentos en la tierra
58.
Cada tanto, un viento racheado y fresco soliviantaba el paso de los caballos, que comenzaban a trotar, y daba un respiro, pues el calor agobiaba
59.
El público rió, un breve respiro después de la tensión y el aburrimiento
60.
Continuaba el martilleo contra la puerta, pero al menos lo bastante lejos como para permitirles disfrutar de un breve respiro
61.
La señora Burrows se encontraba en la sala de estar de Humphrey House, una residencia que pretendía ser un lugar de recuperación, o «un respiro de nuestras preocupaciones cotidianas», si se hacía caso del folleto
62.
Pero sólo fue un respiro
63.
La reanudación de aquellas incursiones volvió a aterrorizar a los negros de tal suerte que, a no ser porque entre una y otra existía un mes de respiro, durante el cual los indígenas contaban con la esperanza de que cada incursión hubiera sido la última, pronto hubieran abandonado también la flamante aldea recién construida
64.
La Gran Guerra de 1914 fue un respiro para Zhukov quien fue reclutado en 1915 al cumplir 19 años
65.
Allí, una vez más, en el combate cuerpo a cuerpo, los jinetes de Graco se veían impotentes para conseguir herir a sus enemigos que, sin cejar un solo instante, sin darles un solo segundo de respiro, golpeaban y golpeaban con fuerza brutal, rasgando, cortando, hiriendo y matando sin cesar
66.
—Y alzó las manos en señal de que parecía pedir un respiro, una tregua
67.
Publio dirigía a aquel grupo de distinguidos mandatarios romanos con celeridad, sin darles respiro
68.
Respiro un par de veces antes de volverme y mirarla
69.
El conflicto de Ficóbriga no estaba más que suspendido; había tomado un respiro para estallar con más fuerza, al modo que el colérico detiene la voz y el brazo antes de descargar el golpe
70.
Habían vivido tanto tiempo bajo su sombra que tenerla aquí por fin les proporcionaba un respiro a su interminable ansiedad
71.
Apenas respiro; mi voz tiembla, se me corta
72.
De regreso, trabajó intensamente, a menudo sin tomarse ni un respiro semanal
73.
En el trabajo oficial apenas le concedían un respiro
74.
En la mayoría de los casos, el sujeto se viene abajo precisamente en esos momentos de respiro
75.
Respiro hondo, me doy unas palmaditas en las mejillas, me seco los ojos y trato de recomponerme por Coco
76.
Cabel tomó un respiro y frunció el ceño en la oscuridad
77.
Ya teníamos otro mes de respiro
78.
Se habían detenido a tomar un poco de respiro sobre el estrecho camino, con los pies apenas tan largos como ancho era el camino, pero Gaynor había seguido caminando incansablemente, aparentemente ajeno a la profundidad y escarpadura de la garganta
79.
Sólo respiro porque tú lo quieres
80.
Se sentó con un respiro de alivio en el asiento de atrás y dio al chófer la dirección de la casa de su padre
81.
– Los invitados estallaron en aplausos y ovaciones-o Tomémonos un respiro -dijo el subastador, con prudencia
82.
Es esencial percibir el desánimo y el desmoronamiento de los adversarios, y superarlos sin dejarlos siquiera un momento de respiro
83.
Apenas tuvieron un poco de respiro, los atenienses no pensaron absolutamente en poner en orden las alquerías y los cultivos que los campesinos habían abandonado para refugiarse en la ciudad huyendo de los invasores
84.
Concluyó comparando la actual purga con la eliminación hitleriana de los diputados comunistas una vez que llegó a la Cancillería y esto pareció dar a los republicanos de izquierda un cierto respiro
85.
Al final, tuve un momento de respiro, que aproveché para quitarme el barro de los pies con las manos y, así, me salvé
86.
Me apoyo en la pared y respiro lentamente, en silencio, fijando la atención en un punto del espacio, ante mis ojos
87.
Me tomé un momento de respiro, soportando a duras penas la oleada de culpabilidad que recorría todo mi ser, pero con el rabillo del ojo vi que Edward inclinaba la cabeza hacia mí con gesto de reflexión
88.
Jos, cansado pero demasiado preocupado por Tolk como para tomarse un respiro, iba de un lado a otro del pabellón médico
89.
Quizá los alemanes les den un respiro
90.
Ansiaba un respiro
91.
En el respiro entre guerras desarrolló un plan para ganar la próxima destruyendo la moneda de Inglaterra
92.
Respiro hondo conforme surgen los rostros de los once tributos muertos y voy contándolos con los dedos
93.
En lo que se refiere a Robert Schumann, que tomaba todo en serio y a quien desde el principio se lo tomó también en serio – es el último que ha fundado una escuela: ¿no se considera hoy entre nosotros como una felicidad, como un respiro de alivio, como una liberación el hecho de que precisamente ese romanticismo schumanniano esté superado? Schumann, refugiado en la «Suiza sajona»- de su alma, hecho a medias a la manera de Werther y a medias a la manera de Jean Paul, ¡ciertamente, no a la de Beethoven!, ¡ciertamente, no a la de Byron! – su música sobre el Manfredo es un desacierto y un malentendido que llegan hasta la injusticia -, Schumann, con su gusto, que en el fondo era un gusto pequeño (es decir, una tendencia peligrosa, doblemente peligrosa entre alemanes, hacia el tranquilo lirismo y la borrachera del sentimiento), un hombre que constantemente se hace a un lado, que se encoge y se retrae tímidamente, un noble alfeñique que se regodeaba en una felicidad y un dolor meramente anónimos, una especie de muchacha y de poli me tangere [no me toques] desde el comienzo: este Schumann no fue ya en música más que un acontecimiento alemán, y no un acontecimiento europeo, como lo fue Beethoven, como lo había sido, en medida aún más amplia, Mozart, – con él la música alemana corrió su máximo peligro de perder la voz para expresar el alma de Europa y de rebajarse a ser mera patriotería
94.
Había innumerables camiones de gran tonelaje que parecían estar tomándose un respiro, hombro con hombro, igual que ganado
95.
Un instante de respiro
96.
Fue un respiro: había dejado de odiarme a mí misma
97.
Respiro muy hondo, me humedezco los labios con la lengua y por fin lo logro
98.
Cuando el ingeniero más antiguo sea un hombre que entró en la Academia siendo un quinceañero, podremos permitirnos un respiro y considerar que hemos resuelto el problema
1.
No los ayudé a sobrellevar la angustia de esos primeros años, al contrario, mi mal humor enrarecía el aire que respirábamos
1.
Yo respiré ansioso y gateé detrás de él, y con un chillido de alivio dejé que me bañase la claridad del patio
2.
Respiré profundamente y expulsé el aire con fuerza, esperando que de algún modo disminuyera la tensión que flotaba en el ambiente, de potencia comparable a la de una bomba atómica
3.
Respiré hondo y me sumergí en las aguas de la falsedad
4.
Me hice espacio, respiré
5.
En la mañana del tercer día logré encontrar un sendero que iba a parar hasta lugares conocidos, y respiré cuando distinguí la torre de la iglesia, el caserío del pueblo y los jardines que lo rodean
6.
Respiré hondo, apagué la luz y salí del lavabo
7.
Me volví hacia el agua y respiré hondo-
8.
Respiré hondo un par de veces y adopté de nuevo la fachada maternal a la que todas se aferraban con fuerza
9.
Alejandro Sanz respiró aliviado cuando la seguridad del Concierto por la Paz se llevó al exaltado que había irrumpido en el escenario, pero yo respiré mucho más aliviado que Sanz, al saber que la alusión al infiltrado Salas era solo una coincidencia
10.
Hice girar la llave y respiré profundamente
11.
No respiré tranquilo hasta que la hube subido al piso de arriba y guardado bajo llave en el escritorio de mi gabinete
12.
Algo se aflojó con aquellas gestiones el dogal que me apretaba el pescuezo; respiré un poco, y por derivaciones naturales hice conocimiento con un vejete gracioso y pío, que llamaban Plácido Estupiñá, corredor de dependientes de comercio, el cual me exhortó a dejar la pluma por la vara de medir, y la literatura por la contabilidad mercantil
13.
Por un lado, respiré tranquila ya que al menos contaría con dos espías en sus filas, por el otro, me sentí dolida ante su comentario
14.
Respiré larga y profundamente, y sentí que se iniciaba la lenta recuperación, un proceso cíclico que ha continuado a lo largo de los años y que en cada ocasión ha dejado atrás, oxidándose, una parte de mi ser, de mi armadura
15.
Respiré hondo, fui decidido hacia él y me apoyé en la pared a su lado
16.
Arrojé la americana sobre una silla y me senté a un lado de la cama y respiré hondo aquel aire rancio y deshabitado, y tuve la impresión de haber estado viajando durante mucho tiempo, quizá años, y haber llegado por fin al destino al que, sin saberlo, había estado destinado desde el principio, y donde debía quedarme, siendo, por el momento, el único lugar posible, el único refugio posible para mí
17.
Yo, sinceramente, respiré aliviado
18.
«Gracias», respiré en silencio
19.
Pero respiré aliviado y resolví que me quedaría en Sana'a una buena temporada
20.
–Explícate, Stefan -dijo ella, y respiré más tranquila al comprobar que desviaba su atención de mí
21.
– Respiré hondo-
22.
Respiré hondo, reuní todo el poder que tenía y la empujé para entrar
23.
Apreté los labios y respiré por la nariz
24.
Respiré hondo y subí las escaleras del edificio con el cubo y la fregona, abrí las puertas y entré
25.
Respiré hondo, sintiendo un aumento súbito de vigor en los brazos y en los hombros y una tensión en el bajo vientre
26.
Respiré hondo y me quedé de pie en medio de la habitación
27.
Yo respiré hondo, aguantando las lágrimas, e hice un esfuerzo por recordar que me estaba jugando el trabajo
28.
Respiré hondo mientras sopesaba mi respuesta
29.
Respiré una vez y el cuchillo aún estaba ahí arriba, quieto en el aire, apuntando amenazadoramente hacia la mano
30.
Respiré otra vez y no se había movido
31.
Con ambas manos en las caderas me desperecé, alcé la vista y respiré hondo
32.
Pero cuando volví a la superficie, abrí los ojos y respiré en silencio, la música ya había cesado
33.
¿Qué opina usted, señor profesor? Respiré hondo, arrastré mi conciencia hasta el mundo real
34.
Respiré aliviado cuando Charlie lo compró
35.
” Yo respiré fuerte y con dificultad
36.
"Mordido," respiré con dificultad, y él me examinó horrorizado, con manos y ojos buscando marcas de mordiscos
37.
Aunque pensaba tirarle encima todos los problemas a Sam en cuanto entrara por la puerta trasera del bar, respiré profundamente y le pregunté por su madre
38.
Cuando se cerró la puerta, respiré profundamente
39.
Respiré hondo y me dispuse a cantar algo, pero no se me ocurrió ninguna melodía
40.
Abatí el asiento hacia atrás, puse las piernas sobre el volante y respiré con calma
41.
Respiré hondo, arrastré mi conciencia hasta el mundo real
42.
del roc y respiré profundamente aire de verdad
43.
Respiré hondo y me concentré en relajarme
44.
Y entonces, ¡gracias a Dios! me volví a encontrar en la superficie, y respiré
45.
Respiré hondo, lo tomé por la cintura y lo bajé de la roca, mientras Rowan sostenía en sus manitas el león y el cachorro de león de juguete
46.
Respiré hasta llenarme los pulmones de aire
47.
Respiré un par de veces hasta llenar los pulmones y entré en la despensa
48.
Respiré un par de veces para relajarme, hice girar el pomo y entré en la habitación
49.
Escuché la llave girar en el cerrojo y respiré hondo
50.
Rápidamente giré la cabeza hacia la izquierda, tensé el arco, respiré hondo y solté el cordón trenzado con hilos de seda
51.
Respiré hondo: «Eso es lo que siempre dije
52.
Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga
53.
Me acuclillé en la acera y, con la cabeza entre las manos, respiré a pleno pulmón para recobrar el aliento
54.
Respiré profundamente, dejando que la oscuridad de los Kikuta me envolviese por completo, y salí corriendo por el suelo de ruiseñor
55.
Desaparecieron por el pasillo hacia la puerta de atrás, y mientras se marchaban respiré hondo, contento de que los ataques despiadados e injustificados contra mi persona hubieran terminado
56.
Me di cuenta de que estaba conteniendo el aliento, y respiré
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Abrí los puños y respiré hondo