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    Verwenden Sie „clavete“ in einem Satz

    clavete Beispielsätze

    clavete


    1. claveteaban la parte del cuerpo que quisieras, desde dos mil pesetas para un piercing


    2. JuanAntonio había claveteado las flores de trapo al borde de los lienzos dedamasco, formando como un marco


    3. calañés mugriento, haciendotemblar el piso con los zapatones claveteados


    4. sombrero de alasamplísimas y zapatos claveteados; en la nariz, las imprescindibles


    5. atrás y hacia adelante haciendo ruido con sus fuertes yclaveteados zapatos


    6. Allá se oía el ruido de los zapatos claveteados de Jacinto que sealejaba


    7. parecía claveteado como un mueble


    8. cuando la luz solar se dilataba enlas alturas y empezaban a clavetear el cielo las


    9. claveteadas que brillaban en posición vertical junto al


    10. Á los pocos minutos parábamos ante la maciza y claveteadapuerta del convento

    11. Las pesadas hojas de una puerta profusamente claveteada rechinaron ensus goznes, quedando á la vista el interior del santuario


    12. —¿Lo ve usted? —dijo Poirot con una sonrisa, al inclinarse sobre el cuadro para examinar la impresión de la bota claveteada del jardinero—


    13. En uno de ellos hay multitud de impresiones de sus grandes botas claveteadas


    14. Abrió la puerta, que gruñó como perro al que le pisan el rabo, y se dirigió a un gran arcón de tapa curva de madera de palo de rosa claveteado con remaches de latón dorado que, lleno de polvo, descansaba en un rincón


    15. El hombre tenía puesto un sobretodo de lana de tres cuartos de largo, pantalones de pana y botas claveteadas


    16. El jefe de policía acompañó al presidente de regreso a su limusina y la comitiva cruzó a toda velocidad las puertas de la prisión, antes incluso de que se hubiera claveteado la tapa del ataúd


    17. La segunda llamada la contestó una chica que replicó: -¿Se refiere a esa cosa que está claveteada en la pared, por encima de la barra?


    18. A mano derecha, la escalera nada monumental conducía en dos tramos al piso primero; una mampara de hule claveteado daba ingreso al templo


    19. Los operarios clavetean la cubierta


    20. Lucían una estrambótica combinación de prendas: ceñidos leotardos, botas altas y chaquetas afganas, las chicas, y chalecos de cuero claveteados y gorras del Afrika Korps, los chicos

    21. Recuerdos de aquellas mañanas de mayo en que las botas claveteadas de los pelotones de ejecución resonaban al marchar desde el cuartel hasta la cárcel en la oscuridad que precede al amanecer


    22. De la loma descendían las pequeñas huellas de los pies descalzos del Nini junto a las de las enormes botazas claveteadas del Furtivo y las ingrávidas de la perra


    23. —Me encuentro bien —replicó Teddy, pero para ir desde el cerebro hasta la lengua esas palabras tuvieron que bajar por una escalera claveteada


    24. Juan Antonio había claveteado las flores de trapo al borde de los lienzos de damasco, formando como un marco


    25. La habitación del torreón tenía una gruesa puerta de roble, claveteada, pero


    26. La expresión de sus ojos claveteados era ilegible


    27. Final del pasadizo subterráneo: la madera vieja y claveteada de un baúl, iluminada por la linterna, taponaba la salida por el otro lado


    28. Los legionarios cruzaron la puerta con un retumbo de pasos y el ruido áspero de sus botas claveteadas resonó en la mampostería curva de la entrada


    29. En la explanada, mi sombra, subida en la carreta, claveteaba la última tabla lateral


    30. Se detuvo, escupió en la acera y golpeó encima con su bota claveteada-

    31. Casavieja había intentado practicar algún que otro movimiento de pies para no perder la práctica, por así decirlo, pero un golpe accidental en el tobillo asestado por una de las gruesas botas con suela claveteada de Tata había puesto fin a eso


    32. El cinturón era romano o griego, muy ajustado sobre un faldellín formado por tiras de cuero claveteado; y debajo de todo lo demás, iba envuelto en tiras de tela que le cubrían piernas y pies y se extendían hasta las muñecas


    33. Encontró a Rashid en el cobertizo de las herramientas, claveteando una tabla de madera


    34. ¡Plaza de la República! Me lancé escalones arriba, a punto de resbalara cada paso en aquellos peldaños claveteados, entreviendo crujías de desnudos muros, con la doble alineación de los petates y de los equipos


    35. Imaginó que era una adaptación de los dispositivos claveteados que la Resistencia utilizó contra los coches militares alemanes


    36. Acción de clavetear


    37. Este mar era negro y estaba claveteado de puntos brillantes, cada uno de los cuales podía ser lo mismo una estrella que la luz del enemigo al acecho


    38. Un día de 1943, tras una semana de confusión que casi llegó a rozar la desintegración, durante la cual quienes entraban en la biblioteca siempre la encontraban en trance de cerrar apresuradamente el cajón de su mesa y echarle la llave (de tal modo que las matronas, esposas de banqueros y médicos y abogados, habiendo estado alguna de ellas en la misma clase de la vieja escuela, quienes iban y venían por las tardes con ejemplares de Forever Amber y con los volúmenes de Thorne Smith cuidadosamente envueltos en las hojas de los periódicos de Memphis y de Jackson para ocultarlos de miradas ajenas, creyeron que quizá había perdido la cabeza), cerró y echó la llave a la puerta de la biblioteca a media tarde y con el bolso estrechamente apretado bajo el brazo y con dos manchas febriles producto de su resolución en sus habitualmente pálidas mejillas, entró en el almacén de ferretería donde Jason IV se había iniciado como dependiente y donde ahora poseía su propio negocio de compraventa de algodón, atravesando aquella tenebrosa cueva en la que únicamente entraban los hombres —una cueva atestada y empapelada y estalagmitada de arados y discos y ronzales y ballestillas y yugos y zapatos baratos y linimento para caballos y harina y melaza, tenebrosa no porque mostrase los bienes que contenía sino que más bien los escondía puesto que quienes proveían a los agricultores de Mississippi o al menos a los agricultores negros a cambio de una parte de la cosecha no deseaban, hasta que la cosecha estuviese recogida y su valor aproximadamente computado, mostrarles lo que podrían aprender a desear sino solamente proveerlos ante una demanda específica de lo que no podían dejar de necesitar— y a grandes pasos entró hasta el fondo del dominio particular de Jason: un recinto cercado por una verja atiborrada de estantes y casilleros que guardaban recetas de ginebra y libros de cuentas y claveteadas muestras de algodón almacenando polvo y telarañas, fétido por la mezcla de olor a queso y queroseno y grasa de arneses y la tremenda estufa de hierro sobre la cual se había escupido tabaco mascado durante casi cien años, y hasta el elevado mostrador inclinado tras el que se encontraba Jason y, sin volver a mirar al hombre con mono que paulatinamente había dejado de hablar e incluso de mascar al entrar ella, con una especie de desesperado desánimo abrió el bolso y desmañadamente sacó una cosa y la extendió sobre el mostrador y permaneció estremecida y jadeante mientras Jason la miraba —una fotografía, una lámina en colores obviamente recortada de una revista ilustrada— una fotografía rebosante de lujo y dinero y de sol —un fondo de Cannebiére con montañas y palmeras y cipreses y el mar, un automóvil deportivo descapotable cromado caro y potente, sin sombrero el rostro de la mujer enmarcado por un pañuelo caro y un abrigo de piel de foca, sin edad y hermoso, frío sereno y maldito; un hombre esbelto de mediana edad a su lado con medallas y herretes de general del alto estado mayor alemán— y la solterona bibliotecaria de color ratón estremecida y despavorida ante su propia temeridad, con la mirada fija en el estéril solterón en el que terminaba aquella larga fila de hombres que habían albergado algo de decencia y orgullo incluso después de que su integridad hubiese comenzado a fallar y el orgullo se hubo convertido casi en autoconmiseración: desde el expatriado que había huido de su lugar de origen con poco más que su vida aunque negándose todavía a aceptar la derrota, pasando por el hombre que dos veces se jugó la vida y su buen nombre y por dos veces perdió y también declinó aceptarlo, y el que con solamente un pequeño e inteligente caballo como instrumento vengó a sus desheredados padre y abuelo y consiguió un reino, y el gallardo y brillante gobernador y el general que aunque fracasó dirigiendo en la batalla a hombres gallardos y valientes al menos también se jugó la vida con el fracaso, hasta el culto dipsómano que vendió el final de su patrimonio no para comprar bebida sino para dar a uno de sus descendientes la mejor oportunidad en la vida que pudo ocurrírsele


    39. —¡Cállate, estúpido! —rugió mientras se soltaba el cinturón de cuero claveteado y dejaba caer la funda de su espada


    40. De esos que te hacen llorar muy seguido para que no lleguen a helársete las lágrimas, estirándote las mejillas y tensándote los labios, y lo único que te mantiene caliente es la imagen de las botas claveteadas del Sexto Ejército de Hitler desplazando al suelo el calor de los cuerpos

    41. Desdicha grande fue la de nacer en la católica España a lo largo de siglos de persecución implacable! Ojalá nuestras madres nos hubieran cagado a mil leguas de ella, en tierras otomanas o de negros bozales! Allí hubiéramos crecido libres y lozanos, sin que nadie se metiera en nuestras vidas ni nos aterrorizara con castigos y amenazas! Cuántas veces vimos desfilar enjauladas a nuestras hermanas camino del quemadero! Cualquier gesto o descuido podían delatarnos y conducirnos a las mazmorras del Santo Oficio, debíamos obrar con sigilo, temblábamos de gozo y terror entre las piernas de quienes ofrecían lo suyo a la voracidad enloquecida de nuestros labios, quizás alguien nos había espiado e iría a denunciarnos, qué desgracia nos acechaba tras los breves instantes de fervor y de dicha? Nos sabíamos condenadas y la certeza de nuestra fugacidad nos empujaba a afrontar temerariamente el peligro, el Archimandrita en el que reencarnó Fray Bugeo nos protegió a la sombra de su convento, aquí no encontraréis mujeres sino hombres que huyen de ellas, componen fratrías y visten faldas, los que no corren tras las mozas de la cantina ni solicitan a las devotas en el confesionario se encargarán de vosotras y aliviarán vuestras ansias, éste es el único puerto seguro en nuestros tiempos de iniquidad y miseria, disfrazaos de monaguillos o monjes, vivid entre falsos castrati, fingid gran devoción a Nuestra Señora y afinad el canto en la iglesia, no puedo ofreceros más, extremad la prudencia, cien mil ojos y oídos fiscalizan nuestros actos, registran dichos y movimientos, graban el menor suspiro, ni el KGB ni la CIA han inventado nada, el Gran Inquisidor de estos reinos vela por su quietud y de todo tiene constancia, no confiéis en ningún amante ni amigo, sometidos a tormento podrían traicionaros, acampamos en un universo de fieras, quien no devora acaba por ser devorado a fuerza de envilecernos asumíamos el reto, invocábamos al demonio y sus obras de carne, celebrábamos aquelarres y coyundas bestiales, nos hacíamos encular junto a los altares por los matones más brutos del hampa, escupíamos su espesa lechada en los cálices, la consagrábamos y consumíamos con la misma unción de los Divinos Misterios las obleas eran nuestros preservativos! el odio y aversión del vulgo a las de nuestra especie nos servía de estímulo, instigaba a trastocar sus sacrosantos principios, convertía la abyección en delicia exaltada sangre, esperma, mierda, esputos, meadas, cubrían las ricas alfombras de la iglesia ante la mirada vacía de sus Vírgenes y santos de palo inventábamos ritos y ceremonias bárbaros, coronábamos con flores a los sementales más alanceadores, los proclamábamos Vicarios de Cristo en la Tierra, exprimíamos hasta la última gota del sagrado licor de sus vergas en noches inolvidables que evocábamos con místico rapto mientras prendían fuego a las piras y nos reducían a materia de hoguera entonces bendecíamos la crudeza del destino y la gloria de nuestra audacia, nadie nos puede arrebatar una furia y ardor que se renuevan en el decurso de los siglos, muertas hoy y renacidas mañana, sujetas a la gravitación de una absorbente vorágine, éramos, somos, las Santas Mariconas del Señor listas para todos los desafíos y asechanzas, las devotas del Niño de las Bolas y su Vara de Nardo, hemos sufrido mil muertes y no nos amedrantan los zarpazos del monstruo de las dos sílabas, descendíamos a las simas del Pozo de la Mina y nos dejábamos azotar por verdugos encapuchados, eran inquisidores?, gerifaltes nazis? Incubos revestidos de la parafernalia de las sex-shops neoyorquinas?, los zurriagazos restallaban en nuestras espaldas, nos revolcábamos con beatitud inmunda en los charcos de orina, allí no cabían sonrisas ni humor, sólo gravedad litúrgica, preceptiva de enardecida pasión, misterios de gozo y dolor, crudo afán de martirio, usted mismo nos vio, con cautela o cobardía de mirón, en la época de sus cursos en la universidad vecina, trabados en piña en el cerco de premuras y ahíncos, hasta el día en que topó con un denso e inquietante silencio y de escalera en escalera, túnel en túnel, aposento en aposento, asistió al espectáculo de la gehena, no ya de los mares de luz oscuridad fuego agua nieve y hielo, sino el de cadáveres y cadáveres maniatados, con grillos en los pies y collarines claveteados en el cuello, sujetos entre sí con cadenas, colgados de garfios de carnicero, inmovilizados para siempre en sus éxtasis por el índice conminatorio del pajarraco, debemos recordárselo? usted nos dejó allí, en aquel despiadado abismo, pero nosotras transmigramos y reaparecimos en el círculo de amigas del Archimandrita, de su odiado e inseparable pére de Trennes fuimos las gasolinas de mayo del 68 y desfilamos por los bulevares con nuestros perifollos del Folies Bergére y cabelleras llameantes, abrazamos con efusión todas las causas extremas y radicales, seguimos a Genet y sus Panteras Negras de Chicago o Seattle, coreamos con kurdos, beréberes y canacos consignas revolucionarias e independentistas, rechazamos las tentativas de normalización de nuestro movimiento y su inserción insidiosa en guetos, abjuramos solemnemente de cualquier principio o regla de respetabilidad nauseabunda somos, escúchenos bien, las Santas Mariconas, Hermanas del Perpetuo Socorro, Hijas de la Mala Leche y de Todas las Sangres Mezcladas y lo seremos hasta el fin de los tiempos mientras perdure la llamada especie humana o, mejor dicho, inhumana, ¿no cree? ya sé qué pregunta quiere hacerme, a mí, el fámulo importado de las remotas islas, sobre mi insulso traje de oblato, la adivino en el temblor impaciente de sus labios y la malicia abrigada en sus pupilas, y le responderé antes de que nos despidamos y le dejemos a solas con su asendereado libro por provocación, mi querido San Juan de Barbes! para dar una última vuelta al rizo y cumplir con el papel de garbanzo blanco en mi universo de garbanzos negrísimos!, voy con mi compañera al baile de máscaras animado por la Orquesta Nacional de su barrio, allí arderemos todas las gasolinas y corearemos nuestra consigna, derriére notre cul, la plage, y acabada la fiesta y con la aprobación expresa del bendito arzobispo de Viena y del cardenal romano que, según Millenari, hizo voto perpetuo de homosexualidad, celebraremos una clamorosa sentada frente a la Prelatura Apostólica con nuestros abanicos, penachos, plumas, lentejuelas, collares, minifaldas, tetas de goma, pichas gigantes, para exigir la canonización inmediata de Monseñor en razón de su vida y escritos cuajados de testimonios de santidad irrefutable si quiere acompañarnos, le reservaremos un billete de avión!


    42. Las botas claveteadas le desgarraron la carne de la cara


    43. Nadie se me acerca -¡a Dios gracias!– y a las siete de la mañana salgo sola a caminar por las sierras con unos viejos zapatos claveteados y un querido sweater de Hillcrist que me ha acompañado desde mi temporada -hélas!- en Davos y en Sanary


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    clavete in English