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    Verwenden Sie „dunas“ in einem Satz

    dunas Beispielsätze

    dunas


    1. quien llenara de polvo, grúas y camiones, ese lugar, que sepultara las dunas con poliedros de


    2. Llegado a lo alto de las dunas, me volví un instante


    3. En 30 de Enero de 1774 salió de las Dunas, creyéndose que iba á Bostonen América, el navío de


    4. disciplina, y nuestrosvalientes tercios son vencidos en las Dunas, en Ostende,en el


    5. las dunas es un tanto medical, emanación suave de


    6. fatigan, cual sucede conlas interminables dunas de arena ó los


    7. Luego, la hija dela estancia palideció de cólera mirando hacia las dunas, detrás de lascuales había desaparecido el norteamericano


    8. dominándola en toda la extensión y limitando elarenal, hay como una cornisa de dunas de treinta


    9. barranco abierto entre las dunas Sorguiñ-Erreca(el arroyo de las Brujas), se hincha, se agranda y


    10. Había una cueva pequeña en las dunas con

    11. Junto al mar, dunas dearena blanca,


    12. dunas que el viento levantaba y deshacía


    13. Cuesta de los Perros hasta lo alto de las dunas, yavanzo por entre los maizales


    14. península abandonada por el agua, en lasmarismas; cerca estaban las dunas, cuyos amarillos


    15. dunas le dejaban abierto a los vientos delNorte y del Noroeste, y restos de un bosque le rodeaban


    16. Las casas quedaban justo detrás de donde empezaban las cortaderas y las dunas: tablones grises, bordes blancos, puertas y ventanas que permanecerían cerradas todo el invierno


    17. Caminó entre las dunas y las cortaderas con toda tranquilidad, levantando la arena con los pies


    18. Ella tomo una última mirada de ida a las dunas y a los peleadores Moore


    19. En ese instante oí en la oscuridad la voz de una mujer, detrás de las dunas:


    20. Con la alegría y la impresión de que algo nuevo y grave era inminente, nos volvimos a Rota Allí seguimos, tranquilos, trabajando, tumbados en las dunas, recorriendo descalzos las orillas, bien lejos de las preocupaciones electorales que traían hirviendo a toda España

    21. Un explorador perdido entre las dunas del Sahara probablemente no se encontraría anímicamente más confuso y abatido de lo que se encontraba el beduino Alí Bahar perdido en el corazón de la ciudad de Los Ángeles, que parecía haberse convertido en la mayor cárcel que jamás construyeran los hombres


    22. En la distancia las dunas dibujaban la forma de su cuerpo desnudo y hacia ellas marchaba decidido a dar la vuelta completa a un mundo que ahora ya sabía redondo, consciente de que en algún punto de tan gigantesca esfera su mujer y su hijo le estaban aguardando


    23. El amanecer le sorprendió muy lejos ya de las dunas, que no eran más que una leve y sinuosa línea en el horizonte, y calculó que en esos momentos los soldados se estarían poniendo en movimiento


    24. Luego, cada pareja se perdía en la oscuridad, a buscar en las dunas, sobre la blanda arena y la blanca "gandurah" extendida sobre ella, la satisfacción a los deseos expresados en la palma de la mano


    25. No permitirá que los camellos marchen en fila, con lo que dejan un sendero visible, sino de cuatro en fondo, por lo que sus patas no habrán profundizado en la dura arena de esas dunas


    26. El targuí se puso en pie y se alejó despacio hacia las dunas, seguido por todas las miradas y un silencioso respeto, pues, como por arte de magia, la alegría de la fiesta había desaparecido y nadie pareció reparar en que uno de los corderos se estaba quemando


    27. Obedeció pese a que la arena ardiente le quemaba la planta de los pies y avanzó en silencio, con la cabeza gacha y sin mirar a nadie, hasta el nacimiento de las dunas


    28. Triste resultaba, ¡y trágico!, que un "gri-gri" se enamorara de alguien, pues resultaba inútil en ese caso intentar escapar al confín del universo, enterrarse en la más profunda de las dunas, o atravesar a pie el infierno de Tikdabra


    29. Aire fresco barriendo las dunas de arena, recorrer el campo con los palos a cuestas, un golpe limpio de salida, un golpe corto de aproximación al hoyo


    30. Ya había recorrido casi un kilómetro cuando oyó desde las dunas un nuevo ladrido, pero esta vez más fuerte

    31. La expedición se puso en camino y, atravesando las dunas, se adentró en la llanura, precedida por el griego, cuyos ojos parecían ser de gato


    32. El árabe de las dunas no se parece al del interior


    33. –-Sí, claro que sí--replicó Mahmoud siempre sonriendo--, pero antes queremos mostrarle las dunas


    34. Me senté con las piernas recogidas como un indio, cerré los ojos y durante unos segundos dejé vagar la mente por las dunas de un desierto blanco, como siempre hago para inventar un cuento


    35. Se arrastraba de rodillas un trecho sobre las ardientes arenas, pero finalmente quedaba tendido en la inmensidad de aquellas dunas lívidas, con las aves de rapiña revoloteando en círculos sobre su cuerpo inerte


    36. Pero sus documentos eran una prueba irrefutable de que aquel cadáver azul y triste era Jean de Satigny que no murió de fiebre en las dunas doradas de una pesadilla de infancia, sino simplemente de una apoplejía al cruzar la calle en su vejez


    37. Bajaron rápidamente y, poniéndose las mochilas, se encaminaron hacia las dunas


    38. Mikhail dijo que aquél era uno de los pocos lugares del mundo en el que las dunas cantaban


    39. Dos me ayudó a vestirme, bajamos las dunas que hablaban entre sí, montamos y volvimos al campamento improvisado


    40. y las dunas, ¿cómo no hablar de las dunas en las que aullaba por la tarde un alboroto de perros?,

    41. Los vecinos de arriba, a quienes sus manejos de ave intrigaban hasta el punto de olvidarse de detestarlo, lo encontraron en medio de las coles, un sábado de Pentecostés, conversando con criaturas invisibles en un lenguaje lunar, y mi tía se topaba a veces con él a saltitos en la rotonda, cerca de la cervecería de los caracoles y de las ensaladas de pulpo, indiferente al tráfico, tropezando con las fachadas en fugas de perdiz que lo obligaban a regresar a casa, cubierto de tintura y de papel celo, hasta caer en el banco del huerto con la resignación de los ángeles baldados, así que el lunes por la mañana se ponía el sombrero tirolés, se proveía del paraguas y de la cartera y tomaba el autobús hacia la Secretaría de Estado como tomó el tren ese julio fatídico del año pasado en el que mi tía decidió que fuésemos a Esposende, Ana, a visitar a mis abuelos, de modo que viajamos horas y horas a lo largo de un paisaje de pinos y dunas, y hasta la madrugada siguiente no llegamos a una villa a la vera del mar, con nubes que rozaban las olas, los sauces llorones y las jaras de la margen, y dimos con la tienda de telas de mi abuelo, con las persianas cerradas, en uno de los extremos de la plaza,


    42. Mi hermana María Teresa me dijo que se sentía el Tajo en la casa de Queluz, y que nuestra madre la llevaba a veces al Guincho donde un faro latía en las rocas, azulando la noche con una pupila que se abría y cerraba al iluminar los árboles, las dunas y un haz de sombras que se desplazaba despacio, sembrado de escamas


    43. Me acordé de su madre con la máquina de pedal arrimada a la ventana, me acordé del murmullo de los tilos, me acordé de la sopa que la vieja comía mientras seguía remendando, de los hilos que se le enmarañaban en el pelo, y el hijo, acercándose a mí, Hola niña, y yo ¿Por qué motivo no me dibujaste el mar?, mi hermano Fernando dormía en la habitación, desde que cortaron las trepadoras sobraba luz en el jardín, un silencio diferente moraba en los arbustos, la ausencia de la palmera ensanchaba el horizonte, viviendas de tejados de pizarra, casas de la Rua Emilia das Neves y de la Estrada de Benfica hasta los castillitos de Portas y el barrio de negros en Damaia, lo que quedaba del Colegio Lusitano transformado en taller de tonelero y refugio de mendigos, con perchas sepultadas en la hierba, el cañaveral del riachuelo, atascado de basura, junto a las vías del tren donde ningún tren pasaba y donde el cadáver del mozo de cordel se pudrió semanas y semanas, Hola niña, y yo No me has dibujado el mar porque el mar no existe, qué mentira el mar, has escondido las olas con los dedos y has hecho galerías y girasoles y mariposas, un mirlo se posó en lo alto de la jaula en la que la zorra se extendiera con el hocico pegado al cazo, La pequeña se ve enseguida que no es mi hija, no insistas, gritó mi padre en el despacho, yo debería acabar con ella y contigo, y sollozos, y bofetadas, y más gritos, y mi hermano Jorge Padre tiene esas cosas, ya le conoces las manías, y él Claro que el mar no es mentira, niña, soy yo que no sabía explicarlo, si tuviese un lapicero te lo mostraría, nuestra madre me trajo la comida con un chichón en la frente y la mejilla herida, dejó la bandeja encima de la cama, bajó las escaleras sin hacerme una caricia, sin besarme, y yo ¿Nuestra madre no es mi madre, Jorge?, el cadáver del mozo de cordel se había dilatado hasta el punto de reventar la camisa, fueron los alumnos de la escuela quienes dieron con él descomponiéndose, y mi padre La pequeña no sale de aquí, exijo que no salga de aquí, exijo que nadie la vea, que nadie piense, que nadie hable, el mirlo alzó el vuelo desde la jaula y yo Si nuestra madre no es mi madre no tengo madre ni padre, puse un aria de ópera en el gramófono y él agarró un lápiz y empezó a garabatear una playa en la pared, dunas, peñascos, toldos de bañistas, paquebotes, y yo, en cuanto comenzó a cantar el tenor después de los violines, El mar es verde, tienes que pintarlo de verde, y mi hermano Jorge Aunque no fueses de ellos serías mi hermana, hermanita,


    44. y yo le apreté la manga con fuerza creyendo que tal vez podríamos partir todavía y no podíamos, con qué dificultad se curvan las espaldas, con qué dificultad los brazos, con qué dificultad las piernas se mueven, en el sitio de la Estrada Militar no hay soldados marchando con un oficial y un tambor al frente, sino chabolas de negros y gitanos, de gitanos y de negros, sin una luz salvo la de los dientes y la de la baba de los perros tan enclenques como ellos, barracas con trozos de cartón, con tablas, con duelas de barricas, con maderas de andamios, mujeres descalzas calentando cazos en las piedras, niños con rostros como charcos, cieguitos, aun en septiembre un lodazal de lluvia, pobres de vosotras que habréis de entrar a la iglesia (y yo encerrada en el ataúd) y al empujar la antepuerta las llamas de los cirios se inclinarán trémulas hacia vuestro luto que dura lo que una misa y un entierro y habréis de mediros, indecisas, ¿A cuál de nosotras le tocará, Manuela?, ¿A cuál de nosotras le tocará, Luisa?, el cementerio lleno de maridos que no esperaron, que no esperan, ¿Oyes la tormenta?, no es que yo tenga miedo, tú sabes que no tengo miedo, de qué sirve tener miedo, pero habla conmigo, pero quédate ahí un rato, pero no cuelgues todavía, en Ericeira encendía la salamandra al atardecer, el viento en los pinos me aterraba, por la ventana de la sala la colina bajaba hacia las dunas y la arena brillaba, las olas me rompían los huesos en la muralla, mis sobrinos seguían en bicicleta hacia el agua que la bandera roja prohibía, había un café desierto, con grandes letras pálidas, en la cima del farallón, nadie frecuentaba aún la playa de Sao Lourenço, sólo habitada por raras gaviotas, ningún veraneante, ninguna sombrilla, ningún bañista, adolescentes lejos de sus padres saltando por las rocas, y ellas proyectando partidas de canasta, proyectando excursiones a Sicilia, a Yugoslavia, a Leningrado, a Egipto, ¿No te parece, Maria Antonia?, y yo que sí con la cabeza, imaginando un autobús de visitas que tejen por Europa, Sicilia claro, Yugoslavia claro, Leningrado claro, tiene un museo estupendo, Egipto, las pirámides, la Esfinge, y por qué no una excursión a Benfica, y por qué no una excursión a lo que fuimos, bodas, procesiones, bailes de carnaval, partidos de hockey, el lobo de Alsacia de mi padre, encerrado y soltando aullidos, en una jaula, y después de salir las visitas, con sus Sicilias y sus museos, mi sobrino, de espaldas a mí, observando el mercado nuevo, Si la tía no quiere ponerse en tratamiento de quimioterapia no se pondrá, no se preocupe, y yo a él ¿Cuánto tiempo, hijo mío?, y él, cambiando los cacharros de posición, No lo sé, y entonces lo vi sentado en la Quinta do Jacinto, bajo un nogal seco, él, que vivió en Londres, que trabajó en Londres, que tenía ocho canales de televisión y una criada española, ni de la existencia de la Quinta do Jacinto sabía, viviendas con dalias mustias en el otero de Alcántara, el borracho que irrumpía en la sala de costura asegurando Yo vuelo, la modista que lo amenazaba con la plancha y después, ya más calmada, La niña disculpe pero es por culpa de estas cosas y otras más que tengo el corazón hecho una pena, y mi sobrino, con la cartera en las rodillas, en espera de la noche para entrar en casa como yo espero el día para entrar en la muerte porque, no sabiendo gran cosa, sé que moriré de día, durante las primeras horas del día, con un vecino médico, llamado con tal urgencia que ni tiempo tuvo de peinarse, que me auscultó el corazón parado pensando que lo oía cuando lo que realmente oía era el cangilón del ascensor, y conmigo morirán los personajes de este libro al que llamarán novela, que en mi cabeza, poblada de un pavor del que no hablo, tengo escrito y que, según el orden natural de las cosas, alguien, un año cualquiera, repetirá por mí del mismo modo que Benfica se ha de repetir en estas calles y fincas sin destino, y yo, sin arrugas ni canas, cogeré la manguera y regaré, por la tarde, mi jardín, y la palmera de Correios crecerá de nuevo antes que la casa de mis padres y que el molino de zinc pidiendo viento, y mi hermana, viuda también y sin el pecho izquierdo, amputada del pecho por un cáncer, un cáncer como el mío, un cáncer, un cáncer, No es que yo tenga miedo a las tormentas, hay pararrayos por todas partes y además de qué sirve tener miedo, pero no cuelgues todavía,


    45. Por los alrededores apenas si se veían algunos cantos rodados, un puñado de cactus y unas cuantas dunas


    46. Testigo: Pues estaba sentado entre unas dunas en la playa del Primer encuentro y entonces vi a dos personas que caminaban por la playa, un hombre y una mujer


    47. Salía cada mañana, con la primitiva luz del alba, a cantar en la playa dorada y a bailar sobre sus dunas con unos cascabeles prendidos de los tobillos y unas cintas en las muñecas


    48. Los arroyuelos que habían cortado las terrazas a cierta altura se habían convertido en lechos fluviales profundos entre las dunas movedizas de tierra arenosa


    49. El sol bajaba por el suroeste, lanzando las complejas sombras del acueducto más allá de las dunas


    50. La luz horizontal transformó sus sombras en gigantes sobre las dunas almenadas














































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