1.
La fachada luce hojarascas yfiligranas del Renacimiento; la torre, cuadrilátera, se perfila con suchapitel puntiagudo y gris en la diafanidad del cielo azul
2.
…; el dracma extraviado ha sido repuestoen los tesoros del rey, y la perla luce nuevamente, sacada
3.
el cieloes más transparente, y que el sol luce con claridad más nueva; ofrécesele alos ojos una
4.
—No; pues á éstos les luce poco la tal alimentación
5.
—Pero a veces, señora, cuando más luce el poeta, es cuando la
6.
vean; una vez sentada no se luce el vestido; los fashionables suben y bajan a los
7.
luce en la procesión, cuando marche en ella entre losdemás señores del Ayuntamiento
8.
La torre, en laclaridad, luce en el cielo negro como un
9.
pobrecito siempre estátrabajando; pero bien le luce
10.
luce Mefistófeles en el Fausto en el acto de laserenata
11.
punta de Cay luce, y a los pescadores decaña haciendo ejercicio de paciencia
12.
Entre las casas de a lo largo del muelle de Cay luce, antes, comoahora, había algunos
13.
Y el de la industria mas campea y luce
14.
adornos, marca latransición del gótico al plateresco, y luce
15.
Después de servir el café en el salón del piano, y de ofrecer polvorones, alfajores, turrones y peladillas en una bandeja de plata, sin mirar el brillo de la medalla que luce en la solapa el padre de don Fernando ni el de los pendientes de su madre, se retira a la cocina y guarda el pavo que ha sobrado en una tartera
16.
Sin embargo, las opciones que existen para captar y transformar la energía del Sol en energía eléctrica son demasiado caras para implementarlas a gran escala y, fundamentalmente, sólo son funcionales cuando luce el Sol
17.
La plaza Mayor es de planta triangular y casi toda porticada; en la fachada del ayuntamiento luce el solitario león rampante de los Silva, que estuvo antes en la arruinada puerta de la Fuente
18.
En Tabladillo sólo quedan dos parejas que no se hablan, y en Alique no les luce mayormente el pelo; a estos pueblos, a veces, los medio salva el cariño de sus naturales, que vuelven a pasar algunos días por el verano y se traen siempre a algún amigo
19.
La antigua casa de los Illanes es de muy aristocrática traza y en su fachada luce el escudo de un caballero calatravo; por aquí se ven bastantes casas nobles y solemnes
20.
La iglesia de San Juan Bautista luce unos hierros de muy fina y elegante traza; en un confesionario, una mocita arrodillada enseña las corvas mientras se acusa de haber tenido malos pensamientos
21.
De pie frente al atril y la multitud, Suárez luce traje oscuro, camisa blanca y corbata de lunares; tiene setenta años y, pese a que su cuerpo conserva vestigios de su prestancia de tenista y de su porte de bailarín de verbena, los aparenta, el pelo entretejido de blanco, las generosas entradas, la piel moteada por las manchas de la vejez
22.
Si no, dígame: ¿hay mayor contento que ver, como si dijésemos: aquí ahora se muestra delante de nosotros un gran lago de pez hirviendo a borbollones, y que andan nadando y cruzando por él muchas serpientes, culebras y lagartos, y otros muchos géneros de animales feroces y espantables, y que del medio del lago sale una voz tristísima que dice: ''Tú, caballero, quienquiera que seas, que el temeroso lago estás mirando, si quieres alcanzar el bien que debajo destas negras aguas se encubre, muestra el valor de tu fuerte pecho y arrójate en mitad de su negro y encendido licor; porque si así no lo haces, no serás digno de ver las altas maravillas que en sí encierran y contienen los siete castillos de las siete fadas que debajo desta negregura yacen?'' ¿Y que, apenas el caballero no ha acabado de oír la voz temerosa, cuando, sin entrar más en cuentas consigo, sin ponerse a considerar el peligro a que se pone, y aun sin despojarse de la pesadumbre de sus fuertes armas, encomendándose a Dios y a su señora, se arroja en mitad del bullente lago, y, cuando no se cata ni sabe dónde ha de parar, se halla entre unos floridos campos, con quien los Elíseos no tienen que ver en ninguna cosa? Allí le parece que el cielo es más transparente, y que el sol luce con claridad más nueva; ofrécesele a los ojos una apacible floresta de tan verdes y frondosos árboles compuesta, que alegra a la vista su verdura, y entretiene los oídos el dulce y no aprendido canto de los pequeños, infinitos y pintados pajarillos que por los intricados ramos van cruzando
23.
Luce una de esas corbatas de lazo, vaqueros y una camisa con esos botones nacarados que imitan perlas
24.
los amores de un día cuando el sol luce fuera
25.
Antes consistía la inocencia en el desconocimiento del mal; ahora, en plena edad de paradojas, suele ir unido el estado de inocencia al conocimiento de todos los males y a la ignorancia del bien, del bien que luce poco y se esconde, como todo lo que está en minoría
26.
Reed es un experto tallador de madera; Carr luce el mostacho de manillar más simpático del mundo
27.
Es una cincuentona provocativa, mujer de cuerpo galeón -quilla alta, barrigona, amplia de popa, rostro de mascarón de proa- que luce un escote maduro, pero aún turgente, y una flor en la oreja
28.
En el cabello luce un copihue, la flor roja de los bosques, que crece en el aire, gota de sangre de la Madre Tierra, regalo de Caupolicán, quien trepó al árbol más alto para traérsela
29.
En su rostro luce una mensur{280} de la que está muy orgulloso
30.
En cualquier momento se encenderían las luces en el «Henry Luce» y sus sorprendidos habitantes saldrían por las escotillas
31.
Entonces se abrió lentamente la compuerta del «Henry Luce»
32.
En el ámbito de Madrid, que es lugar grande, pero lugar al fin, corrían ya malignas especies; mas la murmuración andaba todavía muy desorientada, y como toda ruindad de pensamiento tiende aquí a envilecerse más y más revistiéndose de ruindad política, los comentaristas, que veían a Rafaela vestida de seda, dijeron: «¡Cómo le luce la jefatura política a ese buey cansino de Milagro!
33.
la luna luce en el cielo
34.
La izquierda luce un anillo con bella esmeralda, regalo personal del emperador Napoleón cuando Villavicencio estuvo con la escuadra francoespañola en Brest, antes de lo de Trafalgar, del secuestro del rey, de la guerra con Francia y de que todo se fuera al diablo
35.
-El brillo aparente de un objeto que luce en el firmamento
36.
Sobre todo Janet, con el cuerpo que luce
37.
recordando el punto cuscurrante que su escudero sabía darle al cochinillo, se enterneció y le rodó un lagrimón hasta la barba, pero como era sanguíneo y colorado, trocó desfallecimiento melancólico por bufido iracundo y, saltando como una fiera, dio con la mesa en tierra al tiempo que, a voces, requería la espada y las espuelas y mandaba al cabo de puertas tocar la trompeta y convocar a la mesnada, "que a estos cabrones del turbante los expulsamos de España como luce el sol y me llamo Pelayo"
38.
Había tenido que hacerlo de prisa y corriendo después de que Klara, la chica con la que compartía piso en el Bronx -que trabajaba de portera en un sex shop del Soho y que debía de medir dos metros de ancho por dos de largo- se enrollara con una «bailarina exótica» (así es como llaman en Nueva York a las strippers), la cual, intimidada por la presencia de Sonia en casa (imponente presencia, debo puntualizar, pues Sonia luce orgullosamente un cuerpo que le permitiría de sobra vivir del baile exótico o de cualquier tipo de profesión en la que tuviera que exhibirlo -y de ahí el sobrenombre de «Slender Sonia»-, pero no lo hace porque además de guapa es lo suficientemente inteligente como para saber buscarse los garbanzos de otras maneras), se dedicó a hacerle la vida imposible a la compañera de piso de su novia mediante trucos tan antiguos pero tan efectivos como hacer desaparecer sistemáticamente los mensajes en el contestador que venían de parte de la agencia Magnum -para la que Sonia trabajaba-, usar su carísima crema hidratante y dejar el bote abierto en la encimera del lavabo o acabar con sus reservas de crema suavizante -también ridículamente cara- para lavarse su abundante melena -teñidísima y permanentadísima, como corresponde a cualquier bailarina exótica que se precie-
39.
gracia en ti luce aun antes de estar muerto
40.
¡Tu recuerdo en mí luce como una custodia!
41.
(una de las más antiguas y rayadas grabaciones de la voz humana hechas alguna vez, es la del mismísimo Lord Tennyson leyendo este poema, y la impresión de una declamación fantasmal a lo largo de un oscuro túnel desde las profundidades del pasado luce como tenebrosamente apropiado)
42.
Pero todo ello luce diferente desde un punto de vista religioso
43.
–Sí, en efecto -confirma un policía, indicando el monumental letrero que luce sobre la entrada-
44.
Cuando un día aparezco con un nuevo peinado, todos me miran con cara de desaprobación, y puedo estar segura de que alguien me preguntará qué estrella de cine se luce con semejante «coiffure»
45.
Pocos días más tarde yo también vi el documental Luce con el discurso y reconocía las muecas descritas por mi tío, incluido el rápido restregamiento de la nariz
46.
"El zorrastrón cumplido, que es de natural saludable y de artificial afable (y un sí es no es acolchado), luce sus esferas tersas y voluntariosas en señal de gratitud al mirón, que todo, —hasta las miradas de quienes van de paso—, ayuda a redondear las situaciones"
47.
Luce un conjunto de tonalidades azules; el pantalón, oscuro, y la camiseta, azul cielo
48.
Luce la faldita amarilla con grandes bolsillos verdes y la blusa sin mangas de color azafrán estampada con espigas y amapolas desvaídas, el bolso de plexiglás rojo y larga correa colgado del hombro, los cabellos de paje recogidos en la nuca con una goma, las gafotas de sol de montura blanca, el rebelde flequillo cabalgando su frente y la boina roja ladeada sobre la oreja
49.
Hacia la una de la mañana, los invitados empezaron a marcharse y el anfitrión me rogó que acompañara a mistress Luce a su casa
50.
Luce dio un respingo ante la estupidez de la frase, pero tal vez fue sólo cosa de mi imaginación
51.
Luce estaba plantada en el centro de un parterre y yo, como de costumbre, encaramado en un farol
52.
Lleva torcido el enorme y costoso sombrero y sobre su cuerpo desnudo no luce más que unas largas medias rosas y una chaqueta de frac de caballero
53.
El espía del gobierno no es nada más que un espía, un animalito desdeñoso que se da aires de importancia y que va vestido con un traje blanco y luce un anillo con un diamante
54.
Si no, dígame: ¿Hay mayor contento que ver, como si dijésemos, aquí ahora se muestra delante de nosotros un gran lago de pez hirviendo a borbollones, y que andan nadando y cruzando por él muchas serpientes, culebras y lagartos, y otros muchos géneros de animales feroces y espantables, y que del medio del lago sale una voz tristísima que dice: «Tú, caballero, quienquiera que seas, que el temeroso lago estás mirando, si quieres alcanzar el bien que debajo destas negras aguas se encubre, muestra el valor de tu fuerte pecho y arrójate en mitad de su negro y encendido licor; porque si así no lo haces, no serás digno de ver las altas maravillas que en sí encierran y contienen los siete castillos de las siete fadas que debajo desta negrura yacen»? ;Y que apenas el caballero no ha acabado de oír la voz temerosa, cuando, sin entrar en más cuentas consigo, sin ponerse a considerar el peligro a que se pone, y aun sin despojarse de la pesadumbre de sus fuertes armas, encomendándose a Dios y a su señora, se arroja en mitad del bullente lago, y cuando no se cata ni sabe dónde ha de parar, se halla entre unos floridos campos, con quien los Elíseos no tienen que ver en ninguna cosa? Allí le parece que el cielo es más transparente, y que el sol luce con claridad más nueva; ofrécesele a los ojos una apacible floresta de tan verdes y frondosos árboles compuesta, que alegra a la vista su verdura y entretiene los oídos el dulce y no aprendido canto de los pequeños, infinitos y pintados pajarillos que por los intrincados ramos van cruzando
55.
Diciembre y enero se consideran allí meses de verano, porque es el único período del año en que el sol luce unas pocas horas en lo alto de un blanco y metálico cielo
56.
El hierro acanalado de las fábricas de conservas luce cual si fuese de platino o peltre viejo
57.
Luce usted un bronceado muy bonito
58.
Usted es joven, alto, simpático, luce un bonito bronceado, es una persona lógica
59.
Mike luce bien por primera vez desde que todos se reunieron para ese horrible almuerzo
60.
Pero, por dentro, luce un sol
61.
Yo usaría pino, o quizá ciprés, para los postigos; pero debería ser algo de las tierras bajas, de donde luce el sol
62.
La invocación adecuada, leída por el Sumo Monarca mientras luce el Anillo del Poder, llama a los dragones
63.
Luce el sol
64.
Tío Felipe es militar retirado con el grado de general de División y luce gafas ahumadas y un bigotillo muy parecido al mío, aunque dudo que él se lo dejara en memoria de Errol Flynn
65.
Y en el jardín, en los acantilados por donde Angélica con paso vigoroso luce sus apropiados outfits escoceses, hace buena temperatura: una como calidez humectante -el termómetro ha subido varios grados- que no casa con el ahora excesivo calor de la mansión donde todo el mundo sigue encendiendo chimeneas y sentándose en torno a camillas con braseros eléctricos y de alguna manera tiritando a contrapelo de Angélica que con gusto se pasearía por la casa en camisón o en shorts
66.
Los estores estaban echados en casi todas las ventanas, de suerte que la atmósfera del estudio era fresca y obscura, excepto en una parte de la habitación, donde la claridad del día ponía en la pared su decoración brillante y pasajera; no había abierta mías que una ventanita rectangular encuadrada de madreselvas, y por la que se veía una franja de jardín y al fondo una calle; de modo que el ambiente del estudio era, en su mayor parte, sombrío, transparente y compacto en su masa, pero húmedo y brillante en los rompientes, donde la luz le servía de engaste, como bloque de cristal de roca tallado y pulimentado a trechos, que se irisa y luce como un espejo
67.
Un amigo le enseñó un par de ellos a alguien que trabaja en la editorial Luce, la que publica libros de arte, y se han mostrado interesados por los dibujos
68.
Y por la manía de la gente que habla de la belleza masculina e ignora la inversión: “-Y además da gusto verlo tocar; luce como nadie en un concierto; tiene hermosos cabellos y actitudes distinguidas; su cabeza es encantadora y parece un violinista de retrato”
69.
En seguida aprendió sus nombres: Leni, Laurence y Luce
70.
Laurence, morena con los ojos diamantinos y con ojeras, y Luce, sofisticada hasta la punta de las uñas, resultaban también, cada una en su género, criaturas tentadoras
71.
Luce ya el sol en todo su esplendor cuando se inicia la vida en el hotel de Santa Marina
72.
Mary la había despreciado y al instante que el cuerpo de Cissy Luce había abandonado la casa, aquel pedazo de yeso había acabado en el garaje
73.
Tiempo que luce el sol sin nubes
74.
Pero recuerda que Clare Boothe Luce era mucho, mucho mayor que las Ya-yás
75.
Y que las Ya-yás se quieren, a diferencia de esas pécoras que describe Luce
76.
Porqué luce las serpientes
77.
Al menos, el que los dirige lleva los brazos al aire y luce unas marcas iguales a las que según se cuenta tiene el lord Dragón
78.
Luce, tú que eres la mar de intelectual, necesito un consejo
79.
–Debe andar por los cuarenta -dijo Luce
80.
No se les escapa que Priyanka, radiante, luce el espléndido sari hecho con el algodón que su abuelo Nehru hiló en la cárcel
81.
Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga
82.
Bueno, Tom Luce es el idóneo para hacerlo
83.
Me dirijo hacia la zona de espera y me siento frente a una señora de mediana edad, que luce una abundante y enmarañada melena morena, y un enorme collar de ámbar
84.
Una noche conocí a Henry Luce, y en un aparteconsiderablemente prolongado me informó que conocía a mi padre
85.
El señor Luce tenía pelo blanco y enormes y pobladas cejas negras
86.
Llegan a decirle que el pabellón que afirma defender no es el mismo de Los Pozos y Juncal, porque ahora luce cuatro bonetes rojos y el lema de la muerte
87.
Cornejo y Siles, envejecidos, le estrechan la mano sin ganas de insistir porque ya ni siquiera la lástima es posible: Claudio luce arrogante y la sonrisa del victorioso brilla en su piel
1.
lucen ciertas catedrales, el cual permanece inalterable ocurra lo que ocurra, así no pude
2.
Lucen los dos sus inocentes galas,
3.
trajes y demás riquezas y esplendores que en el de Vienahay y se lucen
4.
Que lucen mucho en la estación florida
5.
lenguaje; losotros se lucen tal vez con abundantes y selectasnoticias, pero á la mejor ocasion dan
6.
como los brillantes para las modistillas,que cuando los lucen
7.
Limpias y brillantes lucen á los
8.
Se dan conferencias, se lucen trajes de Armani, se toma uno algún café con el presidente
9.
Hasta los niños varones van uniformados y en fila, siguiendo los tiempos que corren, con equipo completo de oficial según la profesión o el capricho de sus padres, incluidas casacas, espadines y sombreros con escarapelas rojas que, a la última moda, lucen el monograma FVII, por el rey Fernando
10.
En las mujeres de clase baja son de latón dorado; pero los de éstas son de oro y de brillantes, como los que lucen sus señores esposos en los chalecos
11.
Al principio casi todo entraba en el lote: el día y la noche, la Luna y el Sol, las estrellas que lucen en el firmamento, los planetas, la influencia de las fases lunares (en las mareas, en la floración, en el ciclo menstrual de las mujeres), el grano que se pudre y la espiga que germina, la sucesión de las estaciones, ahora calor, ahora frío, ahora viento y lluvia
12.
Y todos estaban identificados con el distintivo que lucen los coches oficiales
13.
A medida que el mundo rota, los objetos que lucen grandes, porque están cerca—montañas, árboles y edificios, el mismo suelo—todos se mueven en exacta sincronía el uno con el otro y con el observador; en relación a los cuerpos celestiales como el Sol y las estrellas
14.
La mayoría lucen el emblema de la compañía y son propiedad de árabes ricos
15.
«Arriba» significa aquí el soberano, pero también el cielo; y el «pecho sin estrellas» es aquel en el que no lucen todavía las condecoraciones
16.
Los seguidores de Gobred siguen llevando la cruz en el pecho y, por tanto, se les conoce como los Delanteros, mientras que los seguidores de Bohun lucen la cruz en la espalda y se les llama Posteriores
17.
"A veces, los soponcios y los patatuses, y los vapores y los sopitipandos y los teleles de las damas querenciosas a lo que, sin ofender, pudiera llamarse tauromaquia doméstica, vienen de que no lucen la conciencia tranquila del todo"
18.
–«Hay noches -dijo- en las que el viento no mueve el aire y las estrellas del firmamento lucen con todo su esplendor en torno a la brillante luna; noches en que las cumbres de las montañas, los cabos y los desfiladeros quedan a la vista a la vez que las infinitas profundidades del cielo se abren al firmamento
19.
En la del Louvre no figuran; en la de Chéramy sólo lo lleva la Virgen, mientras que en la londinense todos los personajes lo lucen
20.
Mattel afirmó que lo habían hecho porque cada vez más hombres, y no sólo los gays, lucen pendientes hoy en día
21.
Por supuesto, la prensa alternativa y los analistas queer no lo vieron así, y de hecho Mattel no se atrevió a pronunciar la palabra 'gay' hasta que no se vieron forzados a hacerlo por estos círculos, que, además, afirmaron que el anillo que Ken llevaba colgado del cuello no era un simple anillo, sino que había sido fabricado a imagen y semejanza de los anillos para el pene que muchos gays lucen en el cuello cuando salen a los clubes y discotecas de ligue, y que tendrá un uso más práctico al final de la noche, una vez que encuentren a alguien con quien poder utilizarlo
22.
) ¡Hermosa noche, tibia y serena, de las que ponen a Villalonga fuera de sí! ¡Cómo lucen las estrellas! ¡Qué diría esa inmensidad de mundos si fuesen a contarle que aquí, en el nuestro, un gusanillo insignificante llamado mujer quiso a un hombre en vez de querer a otro! Si el espacio infinito se pudiera reír, cómo se reiría de las bobadas que aquí nos revuelven y trastornan!
23.
Ya en la casa de Temple Villas, abrió la cancela y le franqueó el paso al perro: "Tienes razón, papá, hasta por la noche lucen los rosales de la señora O'Leary"
24.
Se sentía bastante inseguro con respecto a su talento sin necesidad de verlo disminuido por aquella remilgada alusión a sus "piezas", como si fuese un niño al que lucen ante las vecinas a la hora del té
25.
Esto quizá se deba, en parte, a que, en el lejano sur, las mujeres libres de los Pueblos del Carro lucen anillos de nariz; o tal vez a que el orificio no se nota; no lo sé
26.
Desde las puertas de la estancia, abiertas de par en par, se acercaban ahora cuatro figuras: Ottar, que había acompañado a Forkbeard a la asamblea, dos de sus hombres, con lanzas, y, entre ellos, vestida con ricas vestiduras de encubrimiento, con velo y capucha, como las que se lucen en el sur, la figura de una joven
27.
Los Cachorros visten chaqueta verde, con el emblema del Jabalí Blanco de Gawyn; aquellos que lucharon contra sus maestros en Tar Valon lucen un alfiler de plata, en forma de torre, prendido en el cuello de la chaqueta
28.
Veinte años viviendo con gente cruda, con tipos que lucen cicatrices y gastan navaja, que miran de perfil como los gallos, que son muy machos pero que en caso de necesidad dan por culo a cualquiera
29.
Abultados racimos azul oscuro lucen entre una confusión de hojas, los viñadores revientan la uva bajo sus píes desnudos en los lagares de piedra y se mantienen en equilibrio agarrándose a las correas que penden del techo
30.
Las mujeres, por el contrario, lucen variedad de colores desde el agresivo bermellón al sepia
1.
DIOS ha querido, meses después, darme inmerecidas luces, y discernimientos sobre esta visión
2.
DC/ mi determinación nace del claro panorama que observo, las luces que DIOS apropia a mi entendimiento, que es igual al entendimiento de cualquier persona; pero recuerda hermano, que la ceguera humana esta invadida por las alteraciones del hombre sobre la creación, que nublan su mente, turban su espíritu y no permiten ver mas allí de tus narices
3.
Al entrar en la venta vio, iluminados por la rojiza llama del hogar ylas amarillentas luces de un velón, los arrieros y mozos de muías quedescansaban en torno de la lumbre, jugando con barajas abarquilladas ysebosas, apurando vasos de vino
4.
»Pusieron al cuerpo el interior humilde atavío de difunto, y después levistieron como si estuviera vivo, como se acostumbra a hacer con losCaballeros de Órdenes Militares: puesto el manto capitular con la roxainsignia en el pecho, el sombrero, espada, botas y espuelas; y de estaforma estuvo aquella noche puesto encima de su misma cama en una salaenlutada; y a los lados algunos blandones con hachas, y otras luces enel altar donde estaba un Santo Cristo, hasta el sabado, que mudaron elcuerpo a un ataúd, aforrado en terciopelo liso negro, tachonado yguarnecido con pasamanos de oro, y encima una Cruz de la mismaguarnición, la clavazon, y cantoneras doradas y con dos llaves: hastaque llegando la noche, y dando a todos luto sus tinieblas, le conduxerona su último descanso, en la Parroquia de San Juan Bautista, donde lerecibieron los Caballeros Ayudas de Cámara de su Magestad, y le llevaronhasta el túmulo que estaba prevenido en medio de la capilla mayor;encima de la tumba fue colocado el cuerpo: a los dos lados había doceblandones de plata con hachas, y mucho número de luces
5.
(El sábado, día 10 de Mayo de 1534, se decretó la orden ó providenciasiguiente, por común acuerdo de los presentes y de los mandatarios delos enfermos: «Aunque nuestros mayores, ya por piedad, ya para excitarla devoción del pueblo, hubiesen dispuesto que cada canónigo al ingresaren esta corporación, se obligase por orden de antigüedad en la fiesta dela Pascua de Resurrección de Jesucristo, nuestro Redentor, á representaren esta iglesia gerundense y horas matutinas lo que vulgarmente sedenomina Las tres Marías; como ha probado la experiencia, que aúncuando este espectáculo se introdujera para solemnizar el culto delSeñor y para alabarlo y honrarlo, se había después convertido en desdoroy ofensa suya, y que se perturbaba el oficio divino en gran manera, yredundaba en descrédito y daño de su iglesia; el cabildo de dichaiglesia, teniendo en consideración estas razones, y deseando extirpar deraíz toda deshonestidad, todo abuso y toda mancha, decretó y ordenó, queacabada la verbeta comiencen las tres Marías, vestidas de negro comode costumbre, á cantar los versos que se han cantado de ordinario en lapuerta, en que se canta la invitación, y que vayan cantando al altarmayor, en donde estará preparado un catafalco con muchas luces, y allíel tendero con su esposa é hijo y el mercader con su esposa, los cualesno entren hasta haberse acabado la tercera lectura, y allí se representela petición del ungüento para ungir el sacratísimo cuerpo de Jesús,según es costumbre
6.
Candelilla: Quedar viendo ~s: Quedar viendo luces generalmente por un golpe recibido, quedar viendo estrellas
7.
En el dia pueden guiar las marchas aun los mas escasos de luces, de losque concurrieron á dicha expedicion
8.
Con las primeras luces del alba, abrí la cancela de mi jardín
9.
alrededor de la mesa y una nebulosa de luces terminada en cuerno, más allá del cual se
10.
evoluciones de los murciélagos alrededor de las luces y la portentosa impavidez de los
11.
Las luces no tardaron en apagarse y me sentí mucho
12.
Entramos en una habitación bastante bien parada, limpia, holgada, con luces
13.
permaneciéramos encerrados en nuestras habitaciones con todas las luces apagadas
14.
Entré en mi holgada habitación, seguí el consejo de Tyjanov y no encendí luces puesto que,
15.
marido con las luces apagadas y el gorro de dormir bien encasquetado
16.
tuve que agotar los ralos conocimientos que obraban en mi poder acerca de las luces y las
17.
pues le sobraban luces para ello, mientras que Julián con su
18.
algunas luces se ven todavía encendidas en las casas de los
19.
puente, las luces iluminaban la feria
20.
Luces de neón,
21.
El resto de las luces de la casa
22.
Del ocaso anaranjado de la tarde, me envía un puñado de luces
23.
Trazando afuera, en la ventana, un despojo de luces cenicientas
24.
Era de noche, pero las luces de la autobomba, el clamor de las ambulancias y la
25.
dos personas y el televisor machacando los sonidos y las luces de esa pelea
26.
La situación contrastaba, a todas luces, con la imperante en el período 1800-1823, caracterizada por la supremacía de Cartago
27.
Es correcto que, al calor de la transición hacia el capitalismo, el acceso a la ley no se desvaneció; pero fue, a todas luces, limitado y encare-cido
28.
Pero ni la pasión por la media, ni el orgullo de hacer una cada día,alcanzaron arrancarla de sus tristes meditaciones en el silencio y lasoledad de su casa, y se atrevió a pretender de su marido que lapusieran una silla en un rincón de la droguería, detrás del mostrador yjunto al atril que allí había para los apuntes provisionales (pues elescritorio estaba en la trastienda, con luces a un patio)
29.
La magnolia, nuestra antigua conocida oyó, a las últimas luces de latarde, el final de esta conversación congojosa
30.
amortiguarse las luces y quedar el público en misteriosa penumbra,á fin de que la luz
31.
deslumbramiento de las luces, contribuían para enervarle
32.
del corredor y con luces a la plaza, el gran salón: la mejorpieza
33.
el estado angustioso y a todas luces lamentable en que salióde la
34.
Las luces, losconvidados, el salón, todo
35.
luces, y Véspero, elamado Véspero, bañaba la vega en apacible y misteriosa claridad
36.
luces de los hachones;las sombras que al titilar de las flamas bailaban en las pilastras unadanza
37.
el altar estaba adornado con rosas blancas; queresplandecía iluminado con centenares de luces; y
38.
El cielo menguaba en luces, y una apacible
39.
Los árboles me parecían espectros; las luces de las chozas cirios queardían delante de
40.
se baila, mientras arriba, en unahabitación con luces verdes, guardada y vigilada como antro
41.
ambiente del salón, caldeado por mil luces, y elapasionamiento de los diálogos
42.
estallaban luces de colores en todas lasesquinas, y entre el perfume del incienso, el agudo
43.
algunas luces? Pues allí están los rusos y los austriacos
44.
Las luces del altar, al reflejarse en los oropeles de un luengo cortinón
45.
luces, porque los militares son tan legos en esto de tratados
46.
culto, el canto delórgano, el resplandor de las luces, el misterioso recato de lasimágenes; todo esto me enternecía y agitaba hasta los posos del alma, ytanto más en la medida que iba entendiendo el latín
47.
; claridad, luz de luces, luz que ilumina los sentidos,rutilante luz auroral…, veía en presencia la imagen de Angustias, yexclamaba, con San Ambrosio:
48.
frente hacia laciudad, principiaron a brillar ante él las luces, y un
49.
Las luces de unas pocas tabernas y casas de juego brillaban
50.
¿Por qué se apagan las luces?
51.
primeras luces del nuevodía comenzaban á iluminar el cielo
52.
político haya fondo y reinen alguna vezlas luces
53.
congran elevación, buenas luces y buena ventilación, y más que todo esto,muchos
54.
crucificado, y enotras la de la Santísima Virgen, con mas de doscientas luces, en unsilencio y compostura
55.
que, en competencia de las preciosaspiedras y de las luces de cuatro hachas que en la sala
56.
venir el carro lleno de infinitas luces, se podía bien divisar ydiscernir todo lo que en él venía
57.
Poco después entraban en ella muchos hombres con luces
58.
—Cerrad el postigo, señora, y después traed las luces
59.
ruidoespantoso; que habiéndose levantado ha visto elresplandor de algunas luces en partes del
60.
operaciones, si no careciesende las luces de la química
61.
ciencia de las luces que le suministran otras,quizas de un órden totalmente distinto; pero
62.
de«apafogones», y se notaban en ellos algunas luces y algún
63.
percibió un millón de luces de todos colores que alprincipio
64.
camino de Labargaformas blancas, con luces en la cabeza,
65.
Apagábanse enla parte alta de la ría las luces de los anguleros,
66.
Una batería oculta de luces eléctricas iluminaba estaexhibición
67.
luces y flores, mientras existían en elmundo terribles enemigos,
68.
multiplicidad de las luces recordaban magnificenciassiderales
69.
del nuevoarte de luces y de su aplicación en beneficio del
70.
Luces fosforescentes ondulan ó
71.
En ese mundosemi-obscuro, mundo de luces dudosas y
72.
Las luces del patio vacilan un
73.
las luces y que se iluminase también el salón donde se habíacolocado el escenario
74.
Cuando acudieron con luces, en el suelo, en el montón que
75.
mortuorio en que, rodeadade luces y flores, dormía la princesa
76.
de las luces, elrelumbrar de las joyas y el chisporroteo de las
77.
decarreras, y bajo la claridad de las luces eléctricas, que ocultas
78.
Cuando las luces del puerto empezaron á borrarse en la obscuridad,Jaramillo, considerándose
79.
cuales llevaban las luces de que he hablado ylos otros tres o
80.
Henzar, y en la obscuridadbrillaban las luces de una habitación
81.
donde las movibles llamas proyectaban extrañassombras y luces en los puntos
82.
También ponen luces a los niños muertos
83.
del bosque, el cielo está cubierto demiriadas de luces de colores,
84.
Por todos lados las luces eléctricasmarcaban el sitio de los barcos anclados y un viento
85.
pescados de fuego, las luces de las casasribereñas y los farolillos de los curiosos que
86.
losmismos que tan lejos están de mis luces y de mi educación; y salvas lasdistancias, sucedíame lo que al
87.
hombresde luces el año 1825, que la sala de representantes contaba con seisoradores
88.
desparramados por toda la tierra, y con elconcurso de todas las luces de todos, hará el
89.
proponía hacer proyectar los rayos de las luces de suPrensa hasta el otro lado de los
90.
relucían alresplandor de las luces de las tiendas, el rápido y
91.
sol, a flor deagua se encendían luces, las de los faros, con
92.
nadie, en el siglo de las luces, una de las cosas sobreque está más fijada la pública
93.
porquequiere pasar por hombre de luces, pero en cambio cree en chalanes y enmozas,
94.
ejemplo: prosperidad, ilustración, justicia,regeneración, siglo, luces, responsabilidad,
95.
para que enciendan las luces y me dejen ir, pero todo lo que conseguí fue la risa como respuesta
96.
Luego se encendieron las luces y pude ver que estaba en un sótano
97.
Había luces de lectura sobre las mesas, pero la mayor parte de la
1.
Porque sinesa condición, hubiera lucido el doble
2.
, el calzado se mantienefresco y lucido eternamente
3.
de 1692, debió atraer la atenciónde los sevillanos por su lucido acompañamiento, sus
4.
su crecimiento durante la estacion deseca, desenvuelve un tierno y lucido follage con el fomento de
5.
Enrique había lucido, en sentir de susoyentes, una elocuencia
6.
jóvenes del pueblo, y haría lucido papel en los salones
7.
las órdenes inmediatas deNeuville un lucido batallón compuesto
8.
La levita que lleva usted puestabien vale la seda que mi hija ha lucido hoy y que
9.
gobierno de Milán se dignó autorizar el Auto en lo más lucido de sunobilísima
10.
con el cariño de un coleccionador los trajes de aficionado quehabía lucido en mejores tiempos
11.
Losplatos habrían lucido como
12.
A la salida de Cifuentes queda la picota, solemne y bien conservada y cuidada, hasta tiene un jardincito todo alrededor; una pareja de alemanes se saca fotografías recíprocamente y en variadas poses y después se va en moto, camino de Gárgoles, salen a toda pastilla y haciendo un ruido infernal que pronto cesa, parece que van a apagar un fuego; ella era rubita y algo desgalichada y él tampoco llamaba demasiado la atención por lo lucido, con el casco tenían los dos más apariencia
13.
No he desempeñado un lucido papel, ciertamente
14.
Los «jefes de vara» daban las últimas órdenes pretendiendo que su «paso» fuera el más lucido de la procesión
15.
Pero en lo que más se ha lucido el hombre ha sido en tender hábilmente los hilos de la intriga que ha dado en tierra con nuestro bonísimo Mendizábal
16.
Sucedíanse los batallones, que se iban escalonando en los pueblos del valle hasta Villasante; la división de Alaix llegó la primera, con numerosa caballería y trenes de batir; siguió la de Oraa, y, por fin, una tarde vieron llegar, con su lucido Estado Mayor al General en Jefe del ejército del Norte, Don Baldomero Espartero, que se alojó en el Palacio del Condestable
17.
En retirada iban hacia su vivienda Quilino(9) y Muno, atravesando por frente a los arcos de la parroquial de Santa María, cuando vieron salir de esta una luenga procesión con estandartes y cruces, seguidas de imágenes, y un concurso inmenso de fieles de ambos sexos, sin que faltaran cantores y un lucido cleriguicio
18.
Bruno, que ni a tiros quería soltar el lucido papel de anfitrión, mandó traer vino y puros de a dos reales; rechazó Bretón el exceso de bebida, protestando de su templanza, ya que hacerlo no podía de la de los demás; festejaron Maturana y Milagro la esplendidez del conterráneo de D
19.
Habríale gustado dar convoy a la Reina y a su hermanita; pero casi todo el camino fueron una o dos jornadas por delante, con su lucido acompañamiento de damas, caballerizos, escolta y numerosísima servidumbre
20.
Seguían don Diego y su hija en el coche llamado de San Francisco, y tras ellos lucido
21.
A los seis días de esta descansada vida llegó el Rey, con séquito militar y civil no muy lucido
22.
El uniforme de Brodrig era majestuoso; cuidadosamente cortado y lucido con el mismo esmero
23.
Y, sin embargo, en las ventanas del escaparate había como cinco o seis versiones del ¿vestido? en diferentes colores, como si el hecho de que un culo latino y famoso lo hubiera lucido significase que todo Nueva York debía imitarlo
24.
Bajo las bóvedas del cual tanta pompa había lucido
25.
Ocurrió incluso el caso de que varias joyas de la familia, que la madre y la hermana habían lucido entusiasmadas en reuniones y fiestas, hubieron de ser vendidas, según se enteró Gregorio por la noche por la conversación acerca del precio conseguido
26.
May Fielding había llegado ya con su madre, una mujercita vieja, gruñona, de faz malhumorada, que gracias a haber conservado una cintura flexible como un junco, tenía fama de haber lucido durante su juventud uno de los talles más distinguidos de su época
27.
Se dio la vuelta alejándose del hechicero que estaba en el colmo de la furia, por el papel poco lucido que había desempeñado ante sus fieles
28.
En la esquina superior izquierda de cada página aparecía dibujado el escudo que había lucido cada hermano en el momento en que fue elegido, coloreado con tonos vivos
29.
Ella misma continuó quitándose los peines, agujas y aderezos del complejo peinado que había lucido durante la velada
30.
–Hace tan sólo veinte años que la Corona permitió la reconstrucción de la ciudad -prosiguió, ahuyentando los fantasmas-, por eso sus casas tienen este aspecto tan lucido, al igual que las de la judería
31.
Si nos dirigimos presurosas en lucido enjambre hacia el mar Egeo, todo placer nos caerá en suerte
32.
Iba muy consentido en su papel de portador de cinta, pensando que si él no la llevase, el entierro no sería, ni con mucho, tan lucido
33.
La Dísir, que tan sólo unos minutos antes había lucido una armadura de malla prístina, intentaba cruzar a zancadas el muro de llamas, que ya había empezado a perder intensidad
34.
Volvía a llevar el pelo recogido en una cola y en el perchero colgaba el abrigo largo de cuero que había lucido la primera vez en el aeropuerto
35.
El maestro, siempre severo, se hizo más irascible y tiránico que nunca, pues tenía gran empeño en que la clase hiciera un lucido papel el día de los exámenes
36.
Con el ruido de los tambores ahogaron las voces de los sucesivos centinelas españoles sorprendidos y, en lucido desfile entraron, sujetaron el puente para permitir el paso de los demás y… quedó en sus manos la fortaleza
37.
Aquí, aunque sea en un villorrio de provincias, encontraréis apasionados de la música; lo mejor de su tiempo, lo más lucido de su dinero, no van a parar a las sesiones de música de cámara, a las reuniones en que se habla de música, sino al café en que se encuentran unos con otros entre deleitantes y en que se codea uno con los músicos de la orquesta
38.
No teníamos sitio aquí, donde me parece, sin embargo, que hubiera lucido mejor que en casa de Gilberto
39.
La linterna estaba en buen estado, las lámparas en su lugar, provistas de las mechas y el aceite con que las dejaron el día en que por última vez habían lucido
40.
Estaban deseando quedarse levantadas hasta muy tarde, comiendo bocadillos, bebiendo vasos de leche fría y repasando los detalles de todo lo que la gente había lucido, dicho, hecho y con quién había bailado cada cual
41.
El cultivado Rufo Quinto Curcio le concede un discurso breve y lucido en el que alienta a sus amigos para que lo operen
42.
que hace un análisis lucido de la situación: para el
43.
En la iglesia parroquial de Ago en Ognissanti, edificio en el que solo entraba de buen grado cuando corría la voz de que alguna gran cortesana acudía allí a exhibir sus encantos, la feligresía juraba que toda esa noche la severa Madonna de Giotto había lucido una sonrisa en la cara
44.
Se las veía duras y sin punta, marrones y muertas, mientras que poco antes habían lucido mágicos destellos rojos, como si tuvieran vida propia
45.
Sus ojos no dejaban de contemplar el desolado Legar, mientras mentalmente se imaginaba al Rey Dragón soñando con el rostro que en una ocasión había lucido en un mundo que ahora le estaba vedado para siempre…, que él mismo se había vedado para siempre
46.
No había lucido barba desde hacía decenios
1.
trajeado, luciendo uno de esos modelos de gafas con vocación de hacerse olvidar, dotados con
2.
contoneándose delante de nosotros, luciendo unas larguísimas y bien moldeadas piernas, pues
3.
Había días en que pasaba varios minutos observando su cuerpo desnudo luciendo las laceraciones del látigo, junto con su collar metálico y la chapa de identificación:
4.
conquistadores, continuó luciendo entre los muzárabes ó pueblocristiano vencido, y
5.
unos a caballo, luciendo el potro rijoso y bienenjaezado, el pantalón ceñido, el sombrero
6.
hasta las tres de la tarde, y los rancheros, muy vestidos delimpio, luciendo la camisa planchada y
7.
pero con ciertoaire de vetustez, luciendo en sus traseras, cual partida de bautismo, lafecha de
8.
atención de la embobada muchedumbre: unos defrac, luciendo condecoraciones raras; otros con
9.
pendones, luciendo todos sus oficiales lasmejores galas y preseas: de algunos de ellos
10.
dechula, y lo hizo con mucha gracia y desparpajo, luciendo un
11.
luciendo, al quitársela,el cuerpo del vestido, liso y rojo muy
12.
Pasó el día de San Juan gastando largo y tendido y luciendo, aunque el calor hacía trinar los
13.
cabecita para que bajase ysubiese los párpados, abriese la boca y sacase la lengua, luciendo
14.
en la cabeza, luciendo así el primor y lapulcritud de su peinado y dejando ver lo bien plantada
15.
ellos, la columna enemiga, que se componía de unostres mil hombres, luciendo
16.
En los ojos de ésta seguía luciendo elmismo fuego malicioso
17.
habían convenido a la tendée, luciendo el tío Manolo susaptitudes prodigiosas en el
18.
admiración a las pobresmujeres; él luciendo sus brillantes y pronto a sacar el
19.
por las mujeres, luciendo en La Campana, cuandoiba a Sevilla, su calañés de
20.
Y la botica se puso, luciendo en el mostrador cuatro redomas
21.
viendo, la astuta cortesana se ofrecia á los espectadores con eltraje muy escotado, luciendo la espalda y el
22.
pendía,en el abandono del sueño, descalza de guante también, luciendo en eldedo meñique la
23.
Esta se encontraba en escena luciendo un primorosomanto
24.
tallable, luciendo principalmentesu habilidad en el cuerno del carabao cimarrón, haciendo
25.
las cruzadas luciendo undescomunal morrión de la milicia nacional, traído por un
26.
La niebla se había disipado y la gente del pueblo había salido a pasear por la calle mayor luciendo su ropa de fiesta
27.
Pero también ahí ignoraba hasta qué punto estaba predispuesto a llegar hasta ese último refugio, esa inexpugnable ciudadela, ese mundo en el que soñadores ancianos, tocados con el shtreimel, luciendo largas barbas y vistiendo oscuras levitas, arrastraban de la mano una caterva de hijos, hermanos y hermanas nacidos con nueve meses de diferencia; un pueblo hierático, de paso apresurado y rostros similares, pálidos y enmarcados por largos bucles en espiral; un palacio insólito en el que brillaban la seda y el terciopelo, un lugar anticuado en el que se movían, al mismo compás de los personajes del siglo xviii, muchachas con pañoleta y mujeres que llevaban peluca y sombrero, con los hombros cubiertos por chales, las piernas ocultas bajo largas faldas y los tobillos aprisionados por medias de lana
28.
Y Jaime recordará una fotografía de Hortensia luciendo esos mismos pendientes y con un niño en brazos
29.
Transcurrida casi una hora, Ben y Sheere emergieron a la luz del día con el semblante impenetrable y luciendo una extraña calma
30.
De sol a sol nos escoltaron los guacamayos fastuosos y las cotorras rosadas, con el tucán de grave mirar, luciendo su peto de esmalte verdeamarillo, su pico mal soldado a la cabeza -el pájaro teológico que nos ha gritado: ¡Dios te ve!, a la hora del crepúsculo, cuando los malos pensamientos mejor solicitan al hombre-
31.
Aunque la charla trivial discurría más animadamente en aquella reunión que en la anterior, los conspiradores seguían luciendo sus preocupaciones como si fueran joyas
32.
Me refería a los dioses de la fertilidad, que por lo visto son demasiado traviesos puesto que se complacen en preñar a la pobre muchacha que preferiría casarse luciendo las blancas sandalias de la virginidad, mientras se niegan a escuchar a quien con más fervor se lo suplica —¡Se me antoja una chiquillada, y ordeno que no se siga adelante con semejante tontería! El Incario necesita hombres que el día de mañana gobiernen y lo engrandezcan
33.
A media tarde habían dejado atrás las nieves eternas e iniciaban ya su apresurada marcha por la negra llanura, cuando vieron llegar hacia ellos un hombre que corría desalentado luciendo en la cabeza la roja cinta de los chasquis imperiales
34.
en el cielo luciendo como dolor largamente sufrido
35.
A su lado, luciendo un traje nuevo, se hallaba, con la sonrisa en los labios, el conde Andrés Cavalcanti, el respetuoso hijo que ya conocen también nuestros lectores
36.
Regresó de un viaje de una noche a Chicago luciendo un corte reciente
37.
El viejo tenía los bolsillos llenos de calientes tesoros que cuidaba con celo: imágenes desteñidas de muchachas en flor, tarjetas color sepia donde se insinuaban un seno apenas velado, una pierna atrevida luciendo una liga de cintas y encajes
38.
Andaba la muchacha en estos trajines cuando divisó, en lo alto de la cucaña que remataba el palomar, a un palomo que la miraba arrogante, no queriendo compartir sus caricias con las demás y luciendo orgulloso en su pata derecha una cucarda{112}bicolor; la muchacha lo reconoció al punto y le habló con un cariño especial
39.
Por eso, despreciando el acuerdo que habían hecho de verse solamente en la Torre, de noche, cuando todo durmiera, despreciando el pueblo y sus gentes, los ojos de los veraneantes – los ojos de los curiosos y los de la maledicencia-, Sibila se había llegado a la cabaña a las cinco, cuando sabía que Daniel acababa su trabajo, con un globo de sol luciendo en el cielo
40.
en Roma y Florencia; las frecuentes apariciones de Miriam en Vogue luciendo trajes de Chanel; la pomposidad de sus familias y su obsesión por la palabra que es la clave de la alta sociedad: todo debe ser «divertido»
41.
Pero tras pasar unos instantes con la vista perdida en el bar y luciendo un enorme orificio en mitad de la frente, se le doblaron las rodillas y se desplomó de espaldas
42.
De Rafaela no supo más sino que la habían visto sola, por la calle de Alcalá abajo, luciendo un twine de todo lujo, guarnecido de pieles, y que en el teatro del Circo había llamado la atención en un palco, con elegantísimo vestido, en compañía de las manchegas
43.
Un caballerito oficial llamado Marchesi, que era el jefe de Parada, les franqueó la puerta del Príncipe, y dentro estaban en el ajo algunos gentileshombres, como el Marqués [46] de San Carlos y el conde de Requena, los cuales se pusieron a las órdenes de los sublevados, en traje de paisano el primero, el segundo luciendo su bordado casacón
44.
Por eso, despreciando el acuerdo que habían hecho de verse solamente en la Torre, de noche, cuando todo durmiera, despreciando el pueblo y sus gentes, los ojos de los veraneantes — los ojos de los curiosos y los de la maledicencia—, Sibila se había llegado a la cabaña a las cinco, cuando sabía que Daniel acababa su trabajo, con un globo de sol luciendo en el cielo
45.
Hablaba sonriendo y luciendo una dentadura poderosa, los dientes apretados unos contra otros, la boca cerrada, los labios forzados en la amplia abertura que dejaba al aire las encías, la sonrisa eterna
46.
También diputados de San Felipe Neri, emigrados más o menos solventes, oficiales de las milicias locales o militares españoles e ingleses luciendo plumeros, cordones y charreteras
47.
Sin embargo, la imagen espeluznante que apareció ante nuestros ojos no era algo para lo que hubiéramos podido estar preparados de ninguna manera: millones de huesos humanos esparcidos por el suelo de la sala, esqueletos amontonados en incontables pilas que se perdían en la distancia, cuerpos descarnados que se acumulaban contra las paredes luciendo aún viejos trozos de vestidos, joyas o adornos para el cabello
48.
Atendía a los clientes luciendo sus tirantes de seda negra
49.
Los hermanos se parecían física y moralmente: más bien altos, con la nariz flamígera, aguda y un tanto respingona, el labio superior levantado en su media parte dejando asomar unos incisivos agudos, la tez blanca en contraste con el apéndice nasal; el uno peinado como cepillo, el otro con largas crenchas morenas partidas sobre la frente estrecha; un tanto flamencos en el vestir, muy cuidadosos del lustre de sus botas, las manos anchas, los dedos cortos, las uñas limpias; luciendo camisas blancas abotonadas, sin corbata, tocados de gorras claras, y muy fumadores
50.
No era casualidad que pasaran por delante de nuestros escaparates en los que se exhibían elegantes maniquíes luciendo faldas de color verde, alpargatas rosa, monederos azules con broches formados por dos ranas doradas unidas en un beso
51.
Entró con paso decidido, luciendo una barba blanca como la nieve que le llegaba a la cintura y vestido con el uniforme marrón claro de los soldados confederados
52.
Ante la puerta se hallaba de guardia un soldado vestido con uniforme verde y luciendo una larga barba del mismo color
53.
Los gendarmes del pueblo, luciendo sus uniformes de gala, tuvieron que apartar a la multitud que arrojaba flores a los tanques Cromwell y ofrecían sidra y mantequilla a modo de regalo a los ingleses
54.
Venía el alba cuando Agletrudis apareció en la entrada de Engelthal, luciendo una sonrisa tan cargada de schadenfreude que parecía imposible que encajara en la cara de una monja
55.
Dice que miren, no se lo pierdan, el cielo está precioso, lleno de pescados plateados que navegan por el azul, agitando sus colas en el aire y luciendo entre las nubes la platería de sus escamas
56.
Había conocido al novio de su amiga, que era un capitán segundo del Quinto Regimiento, un gentil mozo de bigotes retorcidos a lo mosquetero, de dormán ajustado, luciendo marcialmente el brillo de plata de los botones y del acero del sable y de los relucientes y argentinos acicates… ¡Oh! ¡Así debían ser los príncipes de los cuentos!
57.
Llegaron a uno de los hermosos arcos semicirculares y se pararon allí, las cuatro linternas luciendo brillantemente en una gran habitación subterránea
58.
Tim iba con ellos luciendo unos pegotes de cal en el pelo
59.
—¡Silencio! —dijeron los otros cuatro, pues en ese momento Aslan se detuvo y se paró ante ellos, luciendo tan majestuoso que se sintieron felices dentro del temor que les inspiraba, y temerosos dentro de la alegría que los embargaba
60.
Elegantes damas luciendo modelos de Chanel o de Dior; enjoyadas señoras acompañadas por atildados caballeros; miembros de la aristocracia egipcia, tocados con sus inconfundibles tarbushes, pero con indumentaria occidental
61.
Sentí rabia al ver al vanidoso de Prisco, sobre su gran camello blanco, coronado de laureles y luciendo una poco reglamentaria capa de seda verde que ondeaba espectacularmente al viento
62.
Hombres de todos los tamaños y formas, con atuendos y equipamiento diverso, pero siempre luciendo el halcón
63.
Aún luciendo el magnífico atuendo elegido para impresionar al señor de Prato, Piero regresó a la villa un día antes de lo previsto, ansioso por ver a Bianca
64.
El vigilante de la torre había informado de que se acercaba un ejército, luciendo los pendones de Agostino Bandelli
65.
Decébalo no podía evitar cabalgar luciendo una amplia sonrisa en el rostro
66.
De pronto, los dos niños levantaron la vista y se vieron rodeados por una docena de guerreros ataviados con las más terribles armaduras y luciendo armas, corazas y escudos de todo tipo
67.
Iba muy ceñida, luciendo sus caducos encantos
68.
A veces un policía, abrigado con su capa y luciendo gorra de visera, se paseaba ostentosamente y la conversación de los extranjeros se detenía para admirar su vanidad
69.
Ella encogió los hombros, luciendo un poco tímida
70.
Ahora, recién salido de la ducha y luciendo su kimono, abrió el armario y arrastró la mesa con el
71.
En la pantalla la señora Sherman se para frente al espejo luciendo el gran sombrero
72.
La cosa comenzó con muy buenos auspicios, poco después de las once, con Wolfe tras su escritorio y Rosa en el sillón de cuero rojo, luciendo un atrevido vestido de rayón color cereza
73.
Sin contar el escándalo que provocó Ken luciendo pendientes, como un intento para cambiar la imagen del aburrido 'Adonis' para adaptarla a la moda masculina más 'in'
74.
{29}Ya lo vimos en el capítulo anterior con el ejemplo de uno de los últimos modelos de Ken, el novio de Barbie, luciendo lo que Mattel reconocía como una estética queer
75.
Rodeando a pie el edificio principal de la oficina, de estilo mitad japonés y mitad occidental, y siguiendo más allá de su parte trasera, llegaron, bajo el sombrío follaje de un alcanforero, a divisar un edificio techado con tejas españolas y luciendo paredes blancas
76.
Luego George se adelantó, extendiendo la mano en gesto amistoso y luciendo una amplia sonrisa
77.
En cierto modo, la visión del Gran Bulp, de pie, encima de un dragón muerto, luciendo una expresión complacida y arrogante y creyendo realmente que él, en persona, había matado a la gran bestia, era un poco más de lo que Verden Brillo de Hoja realmente estaba dispuesta a soportar
78.
—¡Vaya la carita que va luciendo con los machucones! —dijo el sargento
79.
Tardo un mes en recuperarse, y volvió de nuevo a la guerra, luciendo cicatrices aún frescas que se unían a las antiguas
80.
Tom se sintió inmediatamente atormentado por el prurito de beber y jurar, y el deseo se hizo tan irresistible que sólo la esperanza de que se ofreciera ocasión para exhibirse luciendo la banda roja evitó que abandonase la Orden
81.
¡Pasarlo bien! —explicó el galán, con su gran sonrisa seductora y luciendo los dientes
82.
Vestía de manera improvisa (casi siempre llevaba los calcetines desparejados, y algunos aseguraban que lo habían visto acudir a una recepción con el Rey luciendo un zapato de cada color)
83.
El farol, colocado en el extremo de un palo, fue introducido en la excavación y siguió luciendo con un brillo inalterable
84.
Los muebles del vestíbulo habían sido retirados y éste brillaba bajo un derroche de iluminación, luciendo en todo su esplendor la abundancia de macetas y flores
85.
Era la señora Rosmerta, que corría hacia ellos por la oscura calle luciendo sus elegantes zapatillas de tacón y una bata de seda con dragones bordados
86.
En ese preciso instante, la profesora Umbridge entró en el aula luciendo su lazo de terciopelo negro y su típica expresión de suficiencia
87.
Al acercarse a la altura de la feria, una delegación salió a su encuentro, diez o doce mujeres vestidas con faldas y blusas y luciendo mucho oro, plata y marfil; y un número igual de hombres con ropas en los colores pardos de los cadin'sor sólo que desarmados a excepción de un cuchillo en el cinturón, que en casi todos los casos eran más pequeños que el que Rhuarc llevaba
88.
Allí, en el sector de su propio Ajah, donde deberían sentirse seguras, parecían inseguras y desconfiadas incluso con la servidumbre que trajinaba de aquí para allá luciendo la Llama de Tar Valon en la pechera
89.
Nisao Dachen, vestida con un traje de montar de corte sencillo y color broncíneo, esperaba debajo del toldillo de una de las tiendas, como para dar la bienvenida a unas invitadas, con Sarin Hoigan a su lado, éste luciendo la capa de color verde oliva tan frecuente entre los Gaidin
90.
Ese día no había movimiento comercial en las calles y los canales, aunque al parecer unas cuantas tiendas estaban abiertas —además de todas las tabernas y posadas, por supuesto—, pero, aquí y allí, una carreta se abría paso entre la multitud o una barcaza impulsada por pértigas se deslizaba por los canales sirviendo de soporte a una plataforma, en la que jóvenes de ambos sexos posaban con llamativas máscaras de aves que les tapaban completamente la cabeza, algunas de ellas luciendo crestas que en ocasiones alcanzaban más de tres palmos de altura, y movían las largas alas de tal manera que los restantes disfraces sólo se vislumbraban durante un fugaz momento
91.
Por las calles pasaban hombres pavoneándose con arrogancia, a menudo cubiertos sólo con chalecos raídos, sin camisa, luciendo grandes aros de latón en las orejas y anillos del mismo metal con cristales de colores engastados, y uno o dos cuchillos metidos bajo el cinturón
92.
Los habitantes del pueblo se asomaban a las ventanas y salían a los pórticos para ver a los treinta jinetes de blancas capas montados en sus caballos y luciendo petos y cotas de malla
93.
Luciendo el níveo delantal como si fuese un ropaje oficial de su cargo y blandiendo una cuchara de madera de mango largo para gobernar sus dominios, Enid era la mujer más oronda que Mat había visto en su vida
94.
El río de gente que fluía en dirección contraria estaba compuesto en su mayoría por seanchan, soldados en filas ordenadas con su armadura segmentada y rayas pintadas, y yelmos que semejaban cabezas de enormes insectos, algunos marchando a pie y otros a caballo, nobles que siempre iban montados, luciendo capas ornamentadas, trajes de montar de pliegues y velos de encaje, o pantalones amplísimos y chaquetas largas
1.
cuando de pronto el rabino -dispuesto a lucir el suyo- con gesto ampuloso
2.
-Así puedes lucir tu cuerpo y las marcas sobre el mismo
3.
Un día, enla misa, el gobernadorcillo de los naturales que se sentaba en el bancoderecho y era estremadamente flaco, tuvo la ocurrencia de poner unapierna sobre otra, adoptando una posicion nonchalant paraaparentar más muslos y lucir sus hermosas botinas; el del gremiode mestizos que se sentaba en el banco opuesto, como teníajuanetes y no podía cruzar las piernas por ser muy grueso ypanzudo, adoptó la postura de separar mucho las piernas parasacar su abdómen encerrado en un chaleco sin pliegues, adornadocon una hermosa cadena de oro y brillantes
4.
lucir susanta resignación y su conformidad cristiana, compitiendo con Job yhasta
5.
Y vio lucir en el
6.
dosjóvenes hablaron mucho de los trajes que habían de lucir, y
7.
Luisa, para lucir sus lindas manos, se compuso el peinado, afirmando lashorquillas con la
8.
acompañar ala señora en la visita a los templos y lucir de paso sobre el pecho lasrecién frotadas
9.
ropería; orgullosos de lucir el bonete con pluma y tirarde la espada cuando lo requería el
10.
El Mercado le atraía los domingos en las primeras horas de la mañana, eiba a lucir sus arreos
11.
En cuanto a lasdos mamas, pensaban lucir obscuros trajes de seda, con
12.
cuerpos ha dominadosiempre, por lo común, la vanidad de lucir
13.
Pero al instante volvieron a lucir
14.
espesas, flotantestapaban su disco, pero al instante volvía a lucir
15.
lucir sus conocimientos en las ciencias naturales
16.
Dijeron, sí, que era más aptopara lucir en los salones de la corte el faustode su
17.
Gustaba ella de lucir por todos estilos y de dar a sus salones ciertotinte de sabiduría y
18.
entendía y le había descrito, o sea la combinaciónde la amistad, del aprecio, del anhelo de lucir
19.
y de miinclinación irresistible a lucir las prendas de que me dotó el cielo y adar con ellas a los
20.
a las investigaciones de Cristina,que Juanita iba a lucir aquel día un maravilloso traje de lo más a
21.
hacerleolvidar el deseo de lucir sus invenciones
22.
ellos nomás saben lucir su habilidad en las ferias con el garrote
23.
que podía lucir su ciencia
24.
Querían laspobrecillas lucir en la Concha y en la Zurriola
25.
casándose con caballeros, para lucir losmismos adornos
26.
ronda a las muchachas, y se afeitan con esmero ytratan de lucir sus prendas físicas—cuidó algo
27.
traba amojicones por la cosa más insignificante, para lucir en presencia suyael arrojo
28.
quiso tomar parte en lasjustas y lucir en ellas una empresa significativa de los
29.
Colón pudo pues volver aCastilla a lucir su descubrimiento y a que
30.
mí nunca hadejado de lucir, porque lo llevo en el corazón
31.
caudales de usted, habían de lucir al fin y alcabo en beneficio de
32.
podrían ir los jueves y domingos a lucir sus gracias, enhiestasen sus sillones con almohadón, a la
33.
gasas, todo su empeñoconsistía en lucir aquellas partes menos sensibles a la injuriosa accióndel
34.
Al través de los vidrios y visillos de las ventanas se veían lucir lasestrellas;
35.
hiciese la vida de las bañistas del gran tono, que ocupabanel día entero en lucir trajes y
36.
piano trozos de música clásica, y las francesasasían de los cabellos la ocasión de lucir
37.
vistiendo los trajes de más lujoque habían de lucir en la comedia
38.
Las compradoras las usaron para lucir maniquíes y decorar
39.
Sobre el pelo, que ahora llevaba corto y rizado a lo Tito (lástima me dio sacrificar mi larga melena de antaño, pero la moda romana era lo que hacía furor entonces), tenía pensado lucir un bello gorro frigio escarlata con borde de piel
40.
Si a esto unimos la moda criolla en el vestir, con suaves muselinas transparentes y sensuales así como esclavas de oro para lucir tanto en las muñecas como en los tobillos, puede decirse que la inspiración martiniquesa de Rose hizo mucho por mejorar el aspecto físico de todas nosotras, las recién salidas del infierno
41.
Toklas, como los llamo yo y ya los llama también Felipe, no se habían quedado atrás en lo de lucir alhajón tremebundo para ponerle una guinda de lujo cegador al casual sport
42.
André -o sea, Alice-, un poco más masculina, había elegido un prehistórico uniforme de jinete, o de amazona, que le quedaba como un guante, hay que reconocerlo, pero la bufanda con los colores de la bandera de España se la había atado a la cintura, para poder lucir en todo su esplendor una gargantilla de oro blanco y topacios que, según explicó, había comprado como inversión y para airearla sólo entre íntimos y en ocasiones muy especiales
43.
Vamos, Puyol, decía ella también todo el tiempo, el que tiene que venir desde atrás como un jabato es Puyol, como contra los alemanes, un gol de furia española es lo que necesitamos, y Constance Bennett le elogió entusiasmada su sabiduría balompédica, Adela, hija, qué puesta estás, y Adela Ruano, madre de ocho hijos, todos varones, y abuela de quince nietos surtidos, casada con un constructor que se había salvado por los pelos de la catástrofe, según le murmuró Marita Castells al oído a Felipe, explicó resignadamente que a ella los hijos que le quedaban en casa la tenían al tanto de todo lo de la selección española, y que para una vez que podía lucir sus saberes no iba a quedarse muda como Jane Güiman, con jota, así lo dijo, o sea, Jane Wyman, en Belinda
44.
—¿Cuál es el cometido del joven Sigfrido? ¿Qué hace aparte de lucir el tipo y besar la mano de su protectora?
45.
Nuestro mozo se empeña en lucir un poblado bigote que, no obstante, aparece escuálido - Poirot se mesó su magnífico bigote -
46.
Parecía curada de su estado de sonambulismo perenne y hasta tuvo el ánimo para comprarse ropa elegante; sin embargo, no alcanzó a lucir su nuevo ajuar, porque el señor Guevara sufrió un ataque fulminante y murió sentado en el comedor, con la cuchara de sopa en la mano
47.
Los terratenientes y administradores de las haciendas se juntaban para vigilar el trabajo, lucir sus caballos de fina sangre con aperos de pura plata y beber
48.
Dado su escaso éxito con la marihuana y para darse aires, Gregory se acostumbró a lucir un cigarrillo pegado en los labios, copiando a los villanos del cine
49.
El chambelán anunció la llegada a la mitad de la actuación de los cómicos y todo el mundo se dispuso a jugar con el incógnito de los antifaces hasta el momento de pasar a los comedores; la orquesta anunció el penúltimo baile, que por cierto era un rugiero (¡cómo me he acordado de vos cuando me decíais que la danza era más importante que la espada en infinidad de ocasiones!), y yo me dispuse a lucir las habilidades que aprendí de monsieur de Lagarteare
50.
Sus ojos se fueron acostumbrando a la media luz reinante y entonces fue cuando lo vio, sentado en un pequeño taburete al fondo: desbordándolo con la inmensa humanidad de su persona, se veía a un joven gigante de bondadosa y cohibida sonrisa, ojos garzos, pelo rubio y piel desusadamente blanca para la que acostumbraban a lucir los pobladores de aquellos parajes, vestido con unas ajustadas calzas y una corta casaca que le llegaba a media pierna, y calzaba sus pies con unos inmensos zuecos, que lo observaba con curiosidad
51.
Tiempo habrá, Dios no lo quiera, de lucir tocados de viuda
52.
Era un ayudante del señor coronel que procuraba en la sala lucir sus talentos musicales delante de la solterona
53.
Volvió a lucir el sol
54.
Por supuesto, no había atisbos de la indumentaria formal que había sido obligatoria a bordo de los palacios flotantes del Atlántico del Norte, pero, por lo general, se hacían algunos intentos por lucir novedades en el vestir
55.
Supongo que debió de ser un alivio para él lucir una prenda limpia
56.
Ya en el trance de dar forma legal a la renuncia, el Gobierno se aplicó a endilgar del mejor modo posible la página histórica, para que los venideros tiempos no tuvieran nada que decir en punto a formalidades, y allí hubo de lucir todo su talento el que luego adquirió fama imperecedera, D
57.
Ya próximos a este ameno lugar, me [151] sorprendió mucho no ver lucir entre los verdes viñedos las dos sombrillas rojas de que me habló Gracia en su carta
58.
Solicitaba permiso para lucir su nueva condecoración en las ocasiones en que se especificara en la esquina inferior derecha de la invitación que debían llevarse medallas y condecoraciones
59.
Entre los diputados que escuchaban al orador vi a Gonzalo Morón, que a todo atiende, de todo habla y en todo ha de lucir su ingenio fecundo; Sánchez Silva, que no pierde ripio en las cuestiones de Hacienda; Madoz, que entró poco antes que yo, y D
60.
En todas las casas ricas se limpiaba el polvo a las maletas, y las señoras cuidaban de los complicados equipos que habían de lucir en las casas de baños y en las playas del Norte
61.
Todos llevaban el pelo recogido en un moño, iban descalzos y estaban desnudos salvo por un faldellín corto que les dejaba lucir la gran musculatura del pecho, los brazos y las piernas, dándoles aspecto de acróbatas o luchadores
62.
En un principio, los asistentes aportaban comestibles ya preparados con los que celebraban una cena de hermandad y de paso permitían a las devotas lucir sus habilidades culinarias
63.
Tampoco sabía que la playa del Postiguet fue el escenario de los primeros amores de tu abuela con un veraneante madrileño -amores que se frustraron cuando conoció a su segundo novio, que acabó siendo su cuñado (pero ésa es otra historia, que diría Moustache)-, un romance de lo más inocente ya que un bando del alcalde ordenaba expresamente que los bañistas llevasen albornoz fuera del agua y prohibía los juegos en la playa, y que debía cumplirse a rajatabla so pena de condena, como el arresto de quince días que sufrió una mujer por lucir «un traje de baño inmoral»
64.
No hay ningún motivo en el mundo por el que el señor Edward y Lucy no deban casarse; estoy segura de que la señora Ferrars puede permitirse velar muy bien por su hijo; y aunque Lucy personalmente casi no tiene nada, sabe mejor que nadie cómo sacar el mayor provecho de cualquier cosa; y yo diría que si la señora Ferrars le asignara aunque fueran quinientas libras anuales, podría hacerlas lucir lo mismo que otra persona haría con ochocientas
65.
que el llegar y el lucir es todo en uno,
66.
Se dice que Gounod le dio lecciones de canto, y con frecuencia pudo lucir su voz en las reuniones
67.
De pronto, aquella cómica expresión que alguna vez susurró en mis oídos una dama distinguida, tú eres La Esperanza Blanca del Perú, cobró un sentido casi profético, pues los contornos de mi nariz y mi lengua solían lucir matices blanquecinos
68.
(Me habría gustado lucir una indumentaria más atractiva, pero mi banquero me había aconsejado que durante aquel año no me prodigara con mi presupuesto
69.
Aquí está un ejemplo inventado, para mostrar como podría lucir una teoría de selección grupal sobre la religión
70.
Si añadimos a esto el enfermizo y progresivo empeño de mi esposa por lucir nuevos vestidos y alternar en restaurantes, fiestas y teatros, es comprensible que, a cada mudanza, fuera yo quien se viera obligado a tirar del carro de los muebles
71.
No… carne y hueso, con detalles musculares y de articulaciones… No, debe ser una estatua…, porque un cuerpo humano, muerto o en estado de animación suspendido, no podría lucir tan… vivo
72.
El hombre admiraba fervientemente a los gallardos jóvenes de la SS, y deseaba con todas sus fuerzas poder ver un día a su hijo lucir el distintivo negro y plata de la Schutz Staffel
73.
Unas llamas vivísimas iluminaron la escena, los contornos todos del palacio y la misma escalera por la que Tarzán iba subiendo ahora; luego las llamas murieron con la misma rapidez con que habían empezado a lucir
74.
Pero no era ni el pelo ni los trajes lo que los hacía lucir tan distintos de lo que eran antes
75.
Varias jóvenes (y no tan jóvenes), vestidas con conjuntos vaporosos y transparentes, que dejaban escaso margen a la imaginación, sentadas en sofás, en torno a mesitas, o encaramadas acrobáticamente a los taburetes del bar para mejor lucir las piernas, dirigieron miradas de falsa voracidad a los recién llegados
76.
Que tal idea tenía que ver con un proyecto de publicidad tipo americano en la piel (fueron las palabras que empleó), que varias amigas suyas estarían dispuestas a lucir con tatuajes, incluso en zonas íntimas del cuerpo que no hay por qué precisar aquí y ahora (fueron sus palabras), siempre y cuando el concesionario de Lucky en España estuviera dispuesto a pagar
77.
Ésa era la mano donde Aníbal debía lucir los anillos consulares arrebatados a los cónsules de Roma durante sus años de guerra sin cuartel
78.
E incluso Publio decidió salir de incógnito, sin lucir una toga púrpura que lo delatara o el paludamentum militar que le correspondía
79.
Que no quería más que tocar para los reyes y los presidentes y lucir el palmito mientras yo me quedaba en Palma cuidando de los niños…
80.
Si hubiera podido lucir trajes regios habría podido sentarse en el trono de un reino poderoso, en la tierra de los aqueos
81.
–Sí, es evidente, pero puedes lucir esas heridas con el mismo orgullo con que albergas las del corazón
82.
Pero…, y a los ojos de Marjorie Midden aquél era un «pero» sumamente importante…, se esmeraba en pulir su lenguaje día a día y cuidaba mucho su aspecto, hasta el punto de llevar siempre chaleco y lucir un reloj de bolsillo
83.
Cuando los coches de la prensa llegaron a la intersección, ya habían pasado a Ruth Rottecombe, con los ojos vendados, al Volvo; la metieron en el maletero, donde la sujetaban dos robustas mujeres que se habían quitado las batas blancas y volvían a lucir sus uniformes de policía; la ambulancia torció a la derecha, en dirección a Blocester, con la sirena puesta y a toda mecha
84.
A sus caballos les faltaban las veinticuatro campanillas que todo tiro apropiado de «Conestogas» debería lucir, y los desocupados clientes de la fonda salieron a la acera para presenciar aquella extraña llegada
85.
Ella corrió hacia el espejo y se puso la cofia, metiéndose los cabellos bajo el ala para lucir los pendientes, y se anudó las cintas bajo la barbilla
86.
Comenzó Azaña con su acostumbrada fanfarronería, afirmando una vez más que quien inspiraba el desorden era la derecha y sus «profecías»: «Yo no me quiero lucir sirviendo de ángel custodio a nadie
87.
Esa misma mañana, un poco antes, alrededor de un quince por ciento de la población debía de lucir brazalete azul de «solidaridad»; al atardecer de ese miércoles de octubre, la cifra se doblará
88.
Todos los años, Akhila y su madre esperaban que ascendieran a Appa, que le subieran el sueldo y así él podría por fin lucir una sonrisa en la cara y Amma tendría más dinero para gastar
89.
Su cabello había dejado de lucir solo unas cuantas canas en las sienes; era todo plateado
90.
–Por todos los diablos -dijo en voz baja el forense-, ¿cuándo volverá a lucir el sol?
91.
Me había gustado y había admirado al Coronel Flood durante nuestra breve relación, así que quería lucir apropiada en su servicio funerario, sobre todo después de los comentarios de Alcide
92.
Contaba cómo, al despertar, veía lucir los ojos de los lobos por encima de la nieve, semejantes a estrellas
93.
Los velos límpidos de la lluvia caían: aparecía un mar, era el mar del sur, de un azul profundo, y saturado, brillante de luces de plata; una bahía maravillosa, abierta en una costa de una pendiente ligera, medio cercada de cadenas de montañas de un azul cada vez más mate, sembrada de islas, en donde surgían palmeras, y sobre las cuales se veían lucir pequeñas casas blancas entre bosques de cipreses
94.
Volvió al ataque en ese momento, mientras que Marina tenía las defensas bajas y se retorcía de risa sobre la cama, cuando le había propuesto lucir para la fiesta de los Jonquera su vestido rojo comprado en Venecia
95.
Mary siempre tendría el cabello de un castaño mate y siempre lo llevaría alborotado por el viento, en lugar de lucir los tirabuzones que estaban de moda
96.
Era español, ostentaba un sonoro apellido de hidalgo, y tenía razonable derecho a lucir un escudo de armas
97.
el orgullo y el privilegio de lucir en sus placas
1.
dos cortes que lucía en ambas mejillas
2.
almacenes como los demás, sólo que el techo lucía unos magníficos artesonados y en las
3.
Durante su permanencia en Ocaña, el Libertador se hospedó en casa de la familia Jácome, una de las más respetables de la localidad, donde conoció una agraciada y joven esclava de nombre Lucía León
4.
La familia Jácome no puso reparos en las relaciones que tuvo Bolívar con Lucía
5.
Como puede anotarse, se trata de una declaración que pone en duda en par te la verdad de lo dicho por la guerrillera de Bretaña, pero su valor testimonial en inmenso, y sus afirmaciones fueron ratificadas por las religiosas Sor Lucía Jonnis, Eufracia Benoit, Catalina Mauliot y Mariana Scribes, a cuyo cargo estaba la casa de Los Incurables
6.
Lucía M: En realidad me ha hecho gracia tu comentario, jeje
7.
Lucía M: Ahora estoy con Los Brincos obsesionada :P
8.
Lucía M: Sí, exactamente
9.
En estas ocasiones era algo más expresiva depalabra y de gesto; pero con los muebles y las ropas y los cachivachesde la cocina, porque no quedaban a su gusto, o porque se lucía en algode ello su trabajo, o pensando en la criada, o en el amo, o en elotro, que, a su juicio, rompían o manchaban
10.
De estas pesadumbres públicas venían hablando el de la barbalarga, el anciano de rostro triste, y Juan Jerez, cuando este, ligadodesde niño por amores a su prima Lucía, se entró por el zaguán debaldosas de mármol pulido espaciosas y blancas como sus pensamientos
11.
Lucía, como una flor que el sol encorva sobre su tallo débil cuandoesplende en todo su fuego el mediodía; que como toda naturalezasubyugadora necesitaba ser subyugada; que de un modo confuso eimpaciente, y sin aquel orden y humildad que revelan la fuerzaverdadera, amaba lo extraordinario y poderoso, y gustaba de los caballosdesalados, de los ascensos por la montaña, de las noches de tempestad yde los troncos abatidos; Lucía, que, niña aun, cuando parecía que lasobremesa de personas mayores en los gratos almuerzos de domingo debíafatigarle, olvidaba los juegos de su edad, y el coger las flores deljardín, y el ver andar en parejas por el agua clara de la fuente lospececillos de plata y de oro, y el peinar las plumas blandas de suúltimo sombrero, por escuchar, hundida en su silla, con los ojosbrillantes y abiertos, aquellas aladas palabras, grandes como águilas,que Juan reprimía siempre delante de gente extraña o común, pero dejabasalir a caudales de sus labios, como lanzas adornadas de cintas y deflores, apenas se sentía, cual pájaro perseguido en su nido caliente,entre almas buenas que le escuchaban con amor; Lucía, en quien un deseose clavaba como en los peces se clavan los anzuelos, y de tener querenunciar a algún deseo, quedaba rota y sangrando, como cuando elanzuelo se le retira queda la carne del pez; Lucía que, con suencarnizado pensamiento, había poblado el cielo que miraba, y losflorales cuyas hojas gustaba de quebrar, y las paredes de la casa en quelo escribía con lápices de colores, y el pavimento a que con los brazoscaídos sobre los de su mecedora solía quedarse mirando largamente; deaquel nombre adorado de Juan Jerez, que en todas partes por donde mirabale resplandecía, porque ella lo fijaba en todas partes con su voluntad ysu mirada como los obreros de la fábrica de Eibar, en España, embutenlos hilos de plata y de oro sobre la lámina negra del hierro esmerilado;Lucía, que cuando veía entrar a Juan, sentía resonar en su pecho unascomo arpas que tuviesen alas, y abrirse en el aire, grandes como soles,unas rosas azules, ribeteadas de negro, y cada vez que lo veía salir, letendía con desdén la mano fría, colérica de que se fuese, y no podíahablarle, porque se le llenaban de lágrimas los ojos; Lucía, en quienlas flores de la edad escondían la lava candente que como las vetas demetales preciosos en las minas le culebreaban en el pecho; Lucía, quepadecía de amarle, y le amaba irrevocablemente, y era bella a los ojosde Juan Jerez, puesto que era pura, sintió una noche, una noche de susanto, en que antes de salir para el teatro se abandonaba a suspensamientos con una mano puesta sobre el mármol del espejo, que JuanJerez, lisonjeado por aquella magnífica tristeza, daba un beso, largo yblando, en su otra mano
12.
Toda la habitación le pareció a Lucía llena deflores; del cristal del espejo creyó ver salir llamas; cerró los ojos,como se cierran siempre en todo instante de dicha suprema, tal como sila felicidad tuviese también su pudor, y para que no cayese en tierra,los mismos brazos de Juan tuvieron delicadamente que servir de apoyo aaquel cuerpo envuelto en tules blancos, de que en aquella hora denacimiento parecía brotar luz
13.
Pero Juan aquella noche se acostó triste,y Lucía misma, que amaneció junto a la ventana en su vestido de tules,abrigados los hombros en una aérea nube azul, se sentía, aromada como unvaso de perfumes, pero seria y recelosa
14.
Seguía Lucía con ojos inquietos la fisonomía de Juan, profundamenteinteresado en lo que, en uno de esos momentos de explicación de símismos que gustan de tener los que llevan algo en sí y se sienten morir,iba diciendo Ana
15.
Se puso en pie Lucía con un movimiento que pareció un salto; y Juan alzódel suelo, para devolvérselo, el pañuelo, roto
16.
—Y ante todo, Lucía y Sol, dense un beso
17.
Lucía, como que quería defenderla de la directora, queentraba ya en el salón con su paso pomposo
18.
Con su propio pañuelo secó Lucía la sangre, y de brazo las dos entraronen la sala
19.
Lucía también estaba hermosa
20.
En la mujer, Lucía, como que es la hermosura mayor que se conoce,creemos los poetas hallar como un perfume natural todas las excelenciasdel espíritu; por eso los poetas se apegan con tal ardor a las mujeres aquienes aman, sobre todo a la primera a quien quieren de veras, que noes casi nunca la primera a quien han creído querer, por eso cuando creenque algún acto pueril o inconsiderado las desfigura, o imaginan ellosalguna frivolidad o impureza, se ponen fuera de sí, y sienten unosdolores mortales, y tratan a su amante con la indignación con que setrata a los ladrones y a los traidores, porque como en su mente lashicieran depositarias de todas las grandezas y claridades que apetecen,cuando creen ver que no las tienen, les parece que han estadousurpándoles y engañándoles con maldad refinada, y creen que sederrumban como un monte roto, por la tierra, y mueren aunque siganviviendo, abrazados a las hojas caídas de su rosa blanca
21.
Los poetas segundones, los tenientes y alféreces; de lapoesía, los poetas falsificados, siguen su camino por el mundo besandoen venganza cuantos labios se les ofrecen, con los suyos, rojos yhúmedos en lo que se ve, ¡pero en lo que no se ve tintos de veneno!Vamos, Lucía, me estás poniendo hoy muy hablador
22.
Tú no lodices, ¿verdad? Es que en cuanto estoy algún tiempo cerca de ti, de tique nadie ha manchado, de ti en quien nadie ha puesto los labiosimpuros, de ti en quien mido yo como la carne de todas mis ideas y comouna almohada de estrellas donde reclino, cuando nadie me ve, la cabezacansada, estas cosas extrañas, Lucía, me vienen a los labios tannaturalmente que lo falso sería no recordarlas
23.
—Tú me perdonas, Juan—dijo Lucía antes de que hubieran pasado algunosmomentos, bajos los ojos y la voz, como pecador contrito que pidehumildemente la absolución de su pecado—
24.
—No, no era nadie: Juan Jerez, en el balcón de Lucía
25.
—¡Sol, Lucía, vengan!—dijo acercándose a ellas una de sus amigas quesalía del cuarto de Ana precipitadamente—
26.
Ve, Lucía, ve, yo creo que Ana se muere
27.
Adela yPedro Real, Lucía y Juan, y Ana y Sol
28.
Y Sol miró a Lucía de tan linda manera, que no bien Ana se quedó comodormida, se acercó Lucía a Sol, la tomó por el talle cariñosamente, yuna vez en su cuarto, empezó a vaciar con ademanes casi febriles suscajas y gavetas
29.
¡A Juan que, suponiéndola apenada, no bien acabó con cuanta prisa pudosu empeño en el pueblo de los indios volvió a la ciudad, y de allí,aprovechando la noche por sorprender a Lucía con la luz de la mañana,emprendió sin descansar el camino de la finca a caballo y de prisa!
30.
Lucía oyó esto, que hizo que le zumbasen las sienes y le pareciese quecaía por tierra: Lucía, que sin ruido había abierto la puerta de sucuarto, y había venido hasta la de la sala, para oír lo que hablaban, enpuntillas
31.
—No, Lucía, yo no quiero
32.
La señorita Ivonne se empeñaba en inculcar a Lucía nociones
33.
Y de vez en cuando se refería a Lucía, pero hablando en
34.
Lucía le hicieracomprender el mutuo interés que tenían Adriana
35.
Luego, terminada la función, aparecían Charito y Lucía
36.
Lucía la tomó aparte para que pudieran hablar Julio y Muñoz,
37.
Cuando ambas volvían al salón, Lucía confesó encantada:
38.
—¡Cómo debe quererla, el pobre! murmuró Lucía al oído de
39.
conversación deCharito y Lucía, en el saloncito contiguo
40.
Pero Lucía y Charito hablaban en voz
41.
que con infantilcoquetería lucía en los cabellos
42.
ellafingía componer una planta que lucía en el pretil hermosos ramilletesde encendida, flores
43.
viéndolas tan elegantes y risueñas, especialmente lamamá, que lucía brillantes en pecho, orejas y
44.
Santorcaz lucía su prodigiosa habilidad en el no gastar, logrando siempre que se le sirviese bien
45.
adornos que el embajador FraxecueraRocuyemon lucía y los personajes que le
46.
Así, pues, estabadescontado que la presentación de Carmen y Lucía
47.
del cincuenta, de lasformaciones en que lucía el gallardo cuerpo,
48.
La amiga de Lucía vivía en la casa inmediata
49.
convenida, en punto de las nueve ymedia, pronta ya Lucía para salir y con su tío al lado, gritó desde elpatio, al pie del muro:
50.
Lucía dijo á su amiga la indisposición de su madre, y que su tío elComendador, recién llegado de
51.
Carlos y Lucía se adelantaron y
52.
Mientras el Comendador y Lucía tenían el diálogo de que acabamos de darcuenta, Clara había entrado en el cuarto de su madre
53.
En su lugar ha venido con nosotras el tío de Lucía
54.
De esta suerte se pasaron diez días, que á don Carlos, á Lucía y alComendador parecieron diez siglos,
55.
La voz llegó, en efecto, porque enmedio de la conversación sintieron Lucía y el Comendador el ruido de
56.
Lucía, prevaliéndose del permiso y animada con lo poco de turbación queen su tío advirtió, expuso así una de sus hipótesis:
57.
Lucía leyó comosigue:
58.
La carta á Lucía era laseñal alarmante que Clara daba de aquel estado
59.
laspuertas de su casa para Lucía, y consintió en que Clara volviese á salircon ella de paseo, aun á pesar del Comendador
60.
Con Lucía era Clara más expansiva, y Lucía seguía siéndolo siempre conel Comendador
61.
Las nuevas que Lucía le daba eran en substancia siempre las mismas, sibien más inquietantes cada vez
62.
El Comendador y Lucía escribieron con la misma fecha á D
63.
joven, elegante y lindo, que venía confrecuencia á la casa, y que cuchicheaba siempre con Lucía,
64.
En esto, Lucía, que había visto entrar al padre, asomó la rubia y lindacabeza á la puerta, que había quedado entornada, y dijo con dulceansiedad
65.
Clara y Lucía, y las dejó solas
66.
Poco después de la conversación entre Clara y Lucía, de que acabamos dedar cuenta, visitaron á la enferma los dos médicos mejores de laciudad
67.
Todo aquel día permaneció Lucía al lado de Clara, auxiliándola en susfaenas y cuidados; pero ya no era
68.
Lucía sacó á Clara fuera de la alcoba, sosteniéndola por debajo de losbrazos y tirando de ella
69.
Jacinto acudió entonces á donde estaba Clara, que Lucía habíarecostado en un sofá
70.
Su hija y Lucía la habían cuidado, la habían velado con el mayor cariñoy esmero
71.
Fadriquehallaba disparatado y hasta absurdo enseñar las matemáticas á unasobrina tan guapa, tan alegre y graciosa; y, por el contrario, si setrataba de flores, Lucía quería que le explicase su tío lo que era lavida y lo que era el organismo, y aquí el Comendador hallaba que nohabía ciencia que respondiese á las matemáticas y que explicase algo
72.
Sin querer se encumbraba entonces á una filosofía primera y fundamental,y Lucía le escuchaba embebecida, y, como vulgarmente se dice,
73.
En suma, Lucía se iba haciendo una sabia
74.
Lucía gustaba mucho de los pájaros, y, merced
75.
Los novios hablaban á Lucía con cierto retintín de su excesivo amor á laciencia
76.
En fin, aunque el Comendador y Lucía no se hubieran dado, ni hubieranquerido darse cuenta de lo que les
77.
El Comendador y Lucía, á pesar de la diferencia de edad, estabanperdidamente enamorados el uno del otro
78.
de cuatromillones, valían más de mil en la poética y generosa mente de Lucía
79.
Todo esto lo decía Lucía con mil rodeos y disimulos; pero el Comendador,si bien lo comprendía, juzgaba
80.
En esta situación se hallaban Lucía y el Comendador la noche en que secelebró la boda de Clara y de D
81.
Lucía permaneció al lado de Clara hasta más tarde
82.
Y Lucía suspiró de nuevo
83.
Lucía no contestó palabra
84.
Cuando supo Clara que Lucía y el Comendador habían decidido casarse, sealegró en extremo
85.
La crucecita de oro que la niña lucía en el
86.
pendientes que lucía y regalárselosa Engracia, pero le parecieron
87.
cuando al fin lucía para su amor el sol de la esperanza,
88.
las tierras ligeras y arenosas que bordean elbosque, pero, Lucía,
89.
en el barrio de Santa Lucía, la huerta de Noriega; en la cualhuerta había un juego de bolos, y el cual
90.
Dirían que yo lucía precioso en él
91.
que se deleita en su obra, siempre me impidieron desear, en eljuicio de Lucía, la menor
92.
misma edad que Lucía
93.
penetraría Lucía en miconciencia y leería lo que allí pasaba
94.
Hace ya más de un año que Lucía tomó el velo y se encerró para siempreen el claustro
95.
en mi pensamiento la mística heroicidad y eldesprendimiento de Lucía; pero mi obstinado amor
96.
verdor eincesantes cosechas que él recordaba; lucía el sol con
97.
Detrás de ella lucía el retablodel altar mayor su majestuosa fábrica de un dorado
98.
Fuera del templo aún lucía el sol
99.
se ahuecaban con la ampulosidad de un miriñaque, ysobre las tocas lucía una corona enorme
100.
un coselete que lucía como el fuego, y un casco con la visera
1.
Después de nuestra experiencia carcelaria, todas las que habíamos pasado por semejante trance lucíamos cabellos cortos o muy poco vistosos, ya fuera a causa de la sarna o con ánimo de curar la proliferación de piojos y chinches que se habían convertido en nuestros indeseados huéspedes
2.
Desde las murallas observábamos algunos guerreros, con manifiesta sorpresa, ya que Mantar y yo lucíamos aún el peinado y atavío zanis
1.
El pueblo se limitaba a ver pasar el cortejo integrado por los funcionarios del Estado y los militares que, ufanos, lucían sus condecoraciones, bajo los arcos de triunfo adornados con abundantes gajos de laurel, sin prorrumpir en las espontáneas aclamaciones de otros tiempos
2.
seda y el pañuelo deflores, que tanto lucían en los bailes de la huerta
3.
lucían cosas buenas y sólidas, que pasabandocenas de años en los roperos sin que hubiera polilla
4.
que en torno suyo lucían
5.
mayores se rizaban el bigote y lucían lassortijas
6.
un rostro de pergamino en que lucían dos ojos azules,claros y
7.
Y yo recordaría cómo lucían los monos en el zoológico y estaría de acuerdo con ella
8.
Vetusta, y hasta los que habíannacido y crecido en el pueblo y no lucían más que un barniz de la
9.
labizarría de lo llamativo, lucían el verde y ámbar brasileños, de
10.
lucían un traje pintoresco que hacía recordar laindumentaria
11.
prácticaNina, que se renovaban en su mente y en ella lucían
12.
seda cubriendo las espaldas, y descubierta lacabeza, donde lucían abundantes y lustrosos
13.
artes antiguas; admiraron lasvitrinas en cuyo seno oscuro lucían con suaves
14.
aquel velo espeso y ardiente de su aflicción, que sobre lapersona de Rosalía lucían
15.
entre aquel revoltijo de piel polvorosa, lucían los ojos de pescado, dentro de un cerco de
16.
Ambos lucían ancho pantalón blanco y chaqueta azul con banda roja, botas altas y, en la cabeza, el característico sombrero revolucionario en pico con la escarapela tricolor
17.
Tenían cuatro ojos en las redondas caras y, en contraste con los suubatar, lucían unas largas orejas que se elevaban ligeramente en la parte superior
18.
Todos lucían un brazalete negro y una flor blanca prendida sobre el pecho, y sus rostros mostraban una expresión apesadumbrada
19.
Lucían aún en el cielo las últimas estrellas de la noche
20.
Al desviarse por un angosto sendero aparecieron extensos trigales que en esa época lucían como una verde pelusa sobre los campos
21.
Uno tenía un casco de explorador adornado con unas plumas, una camiseta y sandalias de plástico, los otros llevaban el torso desnudo y estaban descalzos; lucían tiras de piel de leopardo atadas en los bíceps o en torno a la cabeza y cicatrices rituales en las mejillas y brazos
22.
Sorprendida, notó que las demás lucían sus barrigas con orgullo y hasta parecían contentas
23.
En el segundo piso estaba el dormitorio del ministro, una sala amplia con una cama tallada con ángeles mofletudos, el artesonado del techo tenía un siglo de existencia, las alfombras habían sido traídas del Oriente, las paredes lucían santos coloniales de Quito y de Lima y una colección de fotografías de él mismo en compañía de diversos dignatarios
24.
Las paredes, blanqueadas a la cal o pintadas con azul de añil, lucían desnudas, pero por todas partes había santos de bulto e imágenes del Cristo crucificado
25.
El logotipo y las letras de la institución lucían serigrafiadas a sus costados y por el momento habían resultado un cómodo salvoconducto
26.
Lucían colores otoñales: las fanerógamas en los bosques mixtos de Georgia exhibían tonos anaranjados, amarillos y rojos, entre los pinos de hoja perenne
27.
Cogidos de la mano, jadeantes y a tientas, fueron buscando alguna salida o agujero liberador; palpaban con urgencia las paredes, que ahora lucían pulcramente blancas como si nunca hubiesen albergado aquel magistral sueño cromático
28.
Norden y Hilton, por el contrario, lucían el atuendo con bastante gracia; Mackay y Scott no lo lograban por completo, y a Bradley, por lo visto, le importaba un comino
29.
Pandora se encontraba en un vestuario de hombres lleno de vapor y sólo llevaba puesto un suspensorio blanco y elástico, pero no tenía ningún bulto en la entrepierna, a diferencia de las demás personas que había en el vestuario, musculosos hombres empapados en sudor y que lucían abultados suspensorios
30.
Con estas joyas del arte nacional contrastaban notoriamente los muebles recién introducidos por el gusto neoclásico de la Revolución francesa, y no puedo detenerme a describiros las formas griegas, los grupos mitológicos, las figuras de Hora o de Nereida o de Hermes que sobre los relojes, al pie de los candelabros y en las asas de los vasos de flores, lucían sus académicas actitudes
31.
Aquella tarde incluso me alegró la idea de ser uno más entre todos aquellos niños ensotanados que lucían hermosas becas azules portadoras de un aro, también azul, y se tocaban con bonetes emborlados y relucientes
32.
Lucían los mecheros de gas como funerarias antorchas
33.
En oscuros restaurantes buscaba la compañía de otros oficiales, a media paga, que conservaban con veneración, en el bolsillo del pecho, las ajadas pero gloriosas cocardas tricolores, y lucían en sus viejas chaquetas los botones con el águila imperial prohibida, resistiéndose al cambio prescrito bajo el pretexto de que su pobreza no les permitía el gasto
34.
Las camas lucían cobertores estampados
35.
Para delicia de Kim, algunos de los árboles lucían el matiz de su esplendor otoñal y los campos que rodeaban el castillo formaban una espléndida capa de vara de oro silvestre
36.
Tan sólo algunos lucían en sus uniformes el escudo de la llama, propio de los Arrasapuentes
37.
El joyero, de rostro chupado y nariz aguileña, se apoyaba en el mostrador, y sus manos callosas lucían cicatrices grises, parecidas a las pisadas de un cuervo en el fango
38.
Las manos de Olvido lucían la blancura de la muerte
39.
La mayoría lucían una salud titánica hasta el fin de sus días, ensombrecida, únicamente en algunas generaciones, por una miserable incontinencia urinaria
40.
Aquí llevaron a los hombres que lucían una barba demasiada corta, a las mujeres que habían caminado por la calle en compañía de hombres que no eran sus parientes, que habían caminado solas o que estaban maquilladas debajo de la burka
41.
No tenía los dientes delanteros muy bien colocados y tampoco lucían tan blancos como sus uñas
42.
Thorpe! —Cual el investigador en un examen policial, la cámara fue pasando de un rostro a otro; todos aparecían macilentos a causa del miedo, de la evasión, la desesperación, la incertidumbre, el autodesprecio y la culpabilidad—: ¡Jefe principal de la Legislatura nacional, míster Lucían Phelps!… ¡Míster Wesley Mouch!… ¡Míster Thompson! —La cámara se detuvo en este último, quien dedicó una amplia sonrisa a la nación, y luego se volvió, mirando fuera de la pantalla hacia su izquierda, con aire de triunfante expectación—
43.
Lucían sus mejores ropas, las cuales apenas lograban ocultar el desbocado latir de su corazón
44.
A pesar de su evidente suspicacia, los guardias permitieron la entrada a los caballeros de la Iglesia, que, ataviados con sus armaduras de ceremonia, lucían expresiones de inexorable arrojo en los rostros
45.
Al contrario que los untuosos comerciantes, los soldados eran combatientes profesionales de rostros endurecidos que lucían corazas lustrosas y cascos emplumados
46.
La mayoría estaban ya ocupadas, mientras otras lucían letreros de "reservado"
47.
Sus facciones lucían desfiguradas y extrañas bajo la media de nylon
48.
En torno al pedestal lucían unos cuantos rosales
49.
Lucían una estrambótica combinación de prendas: ceñidos leotardos, botas altas y chaquetas afganas, las chicas, y chalecos de cuero claveteados y gorras del Afrika Korps, los chicos
50.
En los hombros lucían la insignia escarlata de Transportes Red Ltda
51.
Las dos hojas que le quedaban lucían el encabezamiento del hotel Bosna
52.
En la parte del corredor que había de recorrer el Viático, mandó que se pusieran las niñas que lucían pañuelo de talle, y como no tuvieran velas, ordenó que se les diesen
53.
Las manos habían quedado depositadas frente a él y el brillo de las sortijas acentuaba la atracción, como si los raros zafiros que lucían fuesen los causantes de la azulada atmósfera que diluía el fulgor de una incierta profundidad" marina
54.
Luego llegaron pajes que lucían lujosas libreas con la insignia de las casas de Barcelona y Aragón y las demás provincias y reinos que tenían representación aquel día
55.
Porque Antonia, a los veinte años, cuando Esteban apareció, bien vestido y con dinero en el bolsillo, creyó que, definitivamente, la vida era justa; desde hacía algún tiempo había comenzado a rondarle la idea de que era una novia de guerra, una de aquellas mujeres melancólicas que lucían luto por el novio y debían esforzarse en rehuir la mirada del resto de los hombres ansiosos
56.
Iban vestidos de negro, con el pelo engominado y lucían un surtido de piercings; estaba claro que encajar con la población local no era prioritario para ellos
57.
Al principio, Cal pensó que el brillo indefinido que lucían los muros de ambos lados se debía a la humedad, pero después comprendió que estaba pasando entre enormes tarros de cristal
58.
Su indumentaria era variada, pero todos lucían un brazalete con un brillante emblema: una W y una V superpuestas, por Willamette Valley
59.
Las naves descendían a toda velocidad, y sus cascos todavía lucían el color rojo vivo ocasionado por la fricción cuando tocaban el suelo
60.
En el pecho y en la espalda lucían en color rojo el emblema de su amo
61.
Los esclavos de segunda generación de los que lucían túnicas verdes tenían un emblema similar, pues habían nacido en la ciudad y en consecuencia se les consideraba parte de ella
62.
En muñecas y codos, lucían extraños brazaletes
63.
Y en otras partes del cuerpo lucían otros adornos raros
64.
Su luz se reflejaba en las pulidas cotas de malla de los nobles caballeros y en las picas y las hachas de batalla de los soldados, resaltando los alegres colores de los atuendos femeninos que lucían las mujeres reunidas en la tribuna que había al pie de la muralla interior
65.
Pero de no ser por esos detalles, y por las cruces que lucían a la espalda, podrían haber sido perfectamente caballeros del príncipe Gobred
66.
Las carpas lucían los gallardetes propios del rango, y se veía una gran actividad alrededor de ellas
67.
Junto a la chimenea se sentaban tres que lucían el emblema del corcel rojo de los Bracken, y había un grupo numeroso con las cotas de mallas de acero azulado y las capas gris plateado
68.
ornatriz: Esclava encargada del aseo personal de su señora, lo que implicaba el maquillaje y, sobre todo, la elaboración de los complejos peinados que lucían algunas patricias romanas y, en particular, las emperatrices
69.
Luego, más abajo, Paolo, el primogénito, con ceñidos pantalones de piel blanca en el momento de disponerse a montar un brioso caballo de cuello arqueado y ojos resplandecientes; tíos y tías diversos no mejor identificados, lucían grandes alhajas o señalaban, dolientes, el busto de un amado muerto
70.
Lucían túnicas de paño y algodón decoradas con colores muy vivos, sobre las que vestían aljubas de seda que se agitaban al viento como si pudieran volar
71.
todos los barrios lucían sus mejores galas y las campanas de sus iglesias repicaban sin descanso
72.
Hubo un murmullo general de asentimiento, y Volemak notó, mirando en torno, que la mayoría lucían pensativos, y muchos conmovidos, tal vez más contagiados por las emociones de Volemak que por la narración misma, pero al menos algo los había tocado
73.
Una legión de horribles, cientos de ellos, medio desnudos o ataviados con trajes áticos o bíblicos o de un vestuario de pesadilla, con pieles de animales y con sedas y trozos de uniforme que aún tenían rastros de la sangre de sus anteriores dueños, capas de dragones asesinados, casacas del cuerpo de caballería con galones y alamares, uno con sombrero de copa y uno con un paraguas y uno más con medias blancas y un velo de novia sucio de sangre y varios con tocados de plumas de grulla o cascos de cuero en verde que lucían cornamentas de toro o de búfalo y uno con una levita puesta del revés y aparte de eso desnudo y uno con armadura de conquistador español, muy mellados el peto y las hombreras por antiguos golpes de maza o sable hechos en otro país por hombres cuyos huesos eran ya puro polvo, y muchos con sus trenzas empalmadas con pelo de otras bestias y arrastrando por el suelo y las orejas y colas de sus caballos adornadas con pedazos de tela de vistosos colores y uno que montaba un caballo con la cabeza pintada totalmente de escarlata y todos los jinetes grotescos y chillones con la cara embadurnada como un grupo de payasos a caballo, cómicos y letales, aullando en una lengua bárbara y lanzándose sobre ellos como una horda venida de un infierno más terrible aún que la tierra de azufre de cristiana creencia, dando alaridos y envueltos en humo como esos seres vaporosos de las regiones incognoscibles donde el ojo se extravía y el labio vibra y babea
74.
No era tanto por el peio rojo o dorado que muchos de ellos lucían, ni por los ojos azules o verdes; muchos romanos impecablemente romanos eran muy rubios
75.
El segundo día de los juegos, todas las estatuas de César de la ciudad lucían estrellas doradas en la frente
76.
Tenía los dedos largos y afilados, y unas uñas que, para sorpresa de Margery, lucían una manicura sutil y muy profesional
77.
Las mujeres lucían vestidos elegantes y joyas, y Cordelia las estudió con interés para luego volverse hacia Vorpatril
78.
A The Middenhall comenzaron a llegar, una tras otra, mujeres demasiado exuberantes, algunas de las cuales ni haciendo un gran esfuerzo de imaginación podían ser consideradas blancas; viajaban siempre en coches descubiertos, de forma que su presencia no podía pasar inadvertida, y lucían sus sobrados encantos por los prados o, como en la ocasión más memorable de todas, bañándose desnudas en el lago durante una fiesta campestre a la que fue invitado el obispo de Twixt, quien en el colmo del despiste, decidió aceptar
79.
Las placas con los nombres que lucían los buzones particulares eran extrañas
80.
, con algunas marcas diferentes de las que lucían mi primer anillo de obispo
81.
De esta manera, las damas de la ciudad podían presumir del precio que les diera la gana cuando lucían sus compras más recientes
82.
Detrás de los cristales, sus ojos lucían agudos y pensativos… pero cargados de dudas, según le pareció a Bill
83.
Ambos lucían los brazaletes azules que se habían extendido por todo el pueblo y que a Henry le ponían la piel de gallina
84.
Sobre su cabeza lucían con tristeza mortecinas constelaciones, y por la boca del abismo surgían las formidables raíces de la anchurosa tierra y del mar estéril
85.
Esperaba verla con las mejillas encendidas por el entusiasmo o el miedo, pero había algo en el color que lucían, un entusiasmo, que le incomodaba
86.
Enfrente de mí estaban las luces amarillas del panel de control; las estrellas lucían rojas por una de las ventanas laterales, azules por la otra
87.
Algunos lucían símbolos, pintados sobre el gris con trazos delgados
88.
Muchos de los compartimientos lucían lazos y certificados
89.
Los tejados de Ankh-Morpork estaban siempre llenos de gárgolas, pero ahora lucían también un buen número de caras humanas
90.
Todos los presentes lucían sonrisas de oreja a oreja
91.
Dos lucían los Cuernos, y una la corona séptuple
92.
Allí recibió a sus invitados, que lucían sus mejores uniformes: los marineros sus chaquetas azules, los soldados sus chaquetas color escarlata
93.
Todos los rostros lucían en su expresión la mezcla de diversos sentimientos
94.
Entre las jóvenes había unas doce que eran alegres, hermosas, lucían muchos tatuajes, hablaban y reían mucho y eran curiosas y amables, aunque era obvio que no consideraban a Jack y a Stephen atractivos
95.
Les encantaba estar elegantes, y muchos, además de adornarse con cintas y bordados de arriba abajo, lucían varios tatuajes
96.
Se reunió con los oficiales y guardiamarinas, y también con los integrantes de la segunda guardia que aún lucían camisón y se cubrían con la chaqueta
97.
Luego pasaron diez minutos sin que entrara ni saliera nadie y Corrales empezó a cansarse, a tal punto que dejó de repartir a todo el que pasaba y empezó a entregar una octavilla sólo de vez en cuando, en especial a las mujeres, sobre todo a las menores de cuarenta, y con clara preferencia por las que lucían escote