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    Verwenden Sie „percibir“ in einem Satz

    percibir Beispielsätze

    percibe


    perciben


    percibes


    percibido


    percibiendo


    percibimos


    percibir


    percibo


    percibí


    percibía


    percibíamos


    percibían


    percibías


    percibís


    1. El autor percibe en su niñez una dama caminante, recorre su habitación en círculo de forma ansiosa, un día se calma y desaparece tranquila y en paz


    2. El autor, observa que los perros SI parecen percibir la sensación de llegada o retorno de quien fue de viaje en la visión, pero nunca percibe la llegada de un espíritu


    3. sensación de viajar a través de un túnel oscuro, al final del cual se percibe una luz


    4. bebe en gestación, puesto que ya esta ligado a él un espíritu que percibe y siente,


    5. inseparables, por lo que percibe la forma en que la sociedad


    6. También aquí se percibe claramente la posición media que ocupa la radio entre los otros dos medios de comunicación de masas


    7. Solamente percibe que son los demás los que actúan en su contra


    8. es inseparable de la conciencia humana que la percibe y se relaciona con ella


    9. En este caso, cualquier situación adversa se percibe


    10. ¿Qué diríamos nosotros si el abastecedor decárceles, despues de haberse apoderado por intrigas de lacontrata, dejase luego languidecer á sus presos en la anemia,dándoles todo lo rancio y pasado, y se escusase despues diciendoque no conviene que los presos tengan buena salud, porque la buenasalud trae alegres pensamientos, porque la alegría mejora alhombre, y el hombre no debe mejorar porque le conviene al abastecedorque haya muchos criminales? ¿Qué diríamos sidespues el gobierno y el abastecedor se coaligasen porque de los diezó doce cuartos que percibe por cada criminal el uno, recibecinco el otro?

    11. La presencia de la música, y no cualquier tipo de música, se percibe en centros


    12. vez no percibe la unidad soberana; tal vezno es hondo en él el sentimiento moral, tal


    13. Percibe en unos segundos lo que percibe el mismo guía


    14. que percibe el guía explorador quien escoge una corriente


    15. el tiempo y percibe que tiene completo control para decidir


    16. atendido, y por el que se percibe, sin embargo, underecho de peage, seria muy fácil mantenerlo en un


    17. un puerto y percibe el perfume de países lejanos ymisteriosos, contemplando los


    18. individuo percibe la ciencia


    19. ] Hay pues en toda percepcion una union del ser que percibe conla cosa percibida; cuando esta


    20. cuál es el orígen de las ideas, nociones, ócomo se las quiera llamar, que el hombre percibe en su alma, y que su

    21. Compárese esta lentitud á la rapidez con que el oido percibe todo linajede sonidos en las combinaciones musicales, las infinitas


    22. presenteen todas partes, percibe las cosas por su presencia inmediata en todo elespacio donde ellas


    23. percibe las imágenes cuando estánformadas; y en el universo no considera las cosas como si


    24. alma percibe lo que pasa en el cuerpo


    25. La razon por la cual Dios lo percibe todo, no es su simple presencia,sino su operacion; porque conserva las cosas por una operacion queproduce continuamente lo que en ellas hay de perfeccion y de bondad;pero no


    26. Lo mismo debe decirse del alma en su pequeñaesfera; percibe las imágenes á las cuales está presente, y no podriapercibirlas sin estarlo; pero la percepcion no la tiene por su simplepresencia, sino porque es una sustancia viviente


    27. laposibilidad, un órden de cosas que existen á un mismo tiempo, en cuantoexisten juntas, sin entrar en sus maneras de existir: y cuando se venmuchas cosas juntas, se percibe este órden entre ellas


    28. momento que se las compara, y se supone en el espírituun acto por el cual percibe la diferencia,


    29. ser sensible las compara, y que percibe sus relaciones de identidad ódistincion, de semejanza ó


    30. Con el acto intelectual se percibe la relacion queentre sí tienen esos objetos de la

    31. cual percibe lasdiferencias de tiempo, la mayor ó menor viveza de las sensaciones, suenlace mas


    32. nuestra inteligencia particular: cadacual las percibe sin pensar en los otros, ni aun en sí mismo


    33. ] Cuando el entendimiento percibe el ser {180}en sí mismo, no puedeconsiderar que haya ó nó


    34. ] El entendimiento percibe el ser; y esta es una condicionindispensable para todas sus


    35. los ojos de la ciencia, sino en cuanto hayun ser inteligente que percibe las formas que resultan de


    36. el entendimiento percibe; así la idea nosparece mas clara, porque tiene delante una


    37. relacion de las cosasreunidas; el entendimiento las percibe como tales, y solo entonces tieneidea


    38. punto que hace necesaria la unidad de lapercepcion y del sujeto que percibe


    39. percibe en la comparacion


    40. maneras: en particular, en cuanto Sortes óPlaton percibe que {178} tiene alma intelectual, por lo

    41. se percibe en este casobajo la forma de la representacion, y solo entonces es alguna cosa,un


    42. objeto; bajo esta forma la conciencia percibe un substratum que es, bien que sin conciencia real, y


    43. lo que es lo mismo, por el dinero que percibe el autor


    44. 14 Mas el hombre animal no percibe las cosas [que son] del Espíritu de Dios,porque le son locura: y no las


    45. 14 Mas el hombre animal no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios:porque le son locura: y no las


    46. podía sentir la agitación de su carne, como el delfín en el océano percibe toda la vibración alegre de las


    47. FlorSilvestre: Lo que quiere decir es que lo percibe y debo reconocer que estoy de acuerdo con ella


    48. En su habla, apenas se percibe el acento extranjero


    49. La materializan en una belleza jocosa, y en forma de luz, que uno percibe con claridad cuando llega en bicicleta a su esquina de la calle la noche en que no están, así pasan de largo los coches, sin historia, y los semáforos dan cuenta de un tiempo sin pasión —los escaparates de las tiendas están ciegos, reflejando la oscuridad


    50. Cuervo percibe el dolor de mi voz y tiende su mano hacia la mía














































    1. ED/ ¿ pero porque, ellos ven, perciben y sienten, esa modernidad como bella, un paraíso reflejado ante sus ojos ?


    2. El autor, observa una cierta atracción de percepción en los gatos, los gatos son muy perceptivos, los perros un poco miedosos y distraídos, los gatos SI perciben, sienten y perciben, es algo muy disimulado, pero siente que algo perciben los gaticos


    3. Las ego-emociones y los ego-sentimientos, aunque se perciben en el cuerpo


    4. El Diccionario Electoral, al explicar el término "manipulación" política -que parece ya intrínseco al proceso electoral-, señala que en éste se da una interrelación que califica así: "En este caso la educación podríamos calificarla de "maquiavélica con un sentido crítico y hasta peyorativo: los dominados están siendo engatusados, conducidos por quienes no perciben como conductores, y hacia situaciones de cuyos alcances no tienen ni deben tener conciencia


    5. manera como nuestros sentidos perciben la frecuencia de sus vibraciones, es decir, el movimiento incesante


    6. Algunas personas, cuando conocen a otra, perciben claramente su energía, incluso antes de cruzar


    7. como la Presencia, el estado interior en el cual se perciben las palabras de esta página y se convierten en


    8. notar mayor cantidad, lossilfos nos ganan; penetran con sus sentidos, y ven y perciben


    9. Sucédeles con frecuenciaá los que perciben con mucha


    10. enamorados y perciben entodo lo que les rodea una nueva vida

    11. los pasos del criado son los únicosruidos que á menudo se perciben en el espacioso


    12. perciben mutuamente y sus burbujas de conciencia se unen en una más grande


    13. másdelicados, sutiles y aéreos, aun los que más bien por el espíritu quepor el cuerpo se perciben,


    14. Se perciben ciertos ruidos anormales en el acto de la respiracion, entreotros, el


    15. —Si, tal como dice el señor Jefferson, el señor Gaskell y la señora Jefferson tienen cubiertas sus necesidades y perciben una buena renta, no es probable que se metieran a cometer un asesinato tan brutal —alegó Harper


    16. Sin tocarse, el hombre y la mujer perciben el olor y el calor del otro, las formas secretas de sus cuerpos en el acto de la entrega y del placer, las texturas de la piel y el cabello aún desconocidas; imaginan caricias nuevas, jamás antes experimentadas por nadie, caricias íntimas y atrevidas que inventarán sólo para ellos


    17. A través del tejido de la cavidad, se perciben las contracciones del músculo cardíaco, débiles e irregulares


    18. Solo se perciben los movimientos helados de este agente


    19. Las intersecciones se perciben sólo cuando se está sobre ellas


    20. Tuve una de esas premoniciones que los niños tienen a menudo, momentos en los que perciben que las cosas están a punto de desvanecerse

    21. En efecto, las personas que experimentan las sensaciones en el diafragma sienten ahí el dolor, lo mismo que los que las perciben por la cabeza sienten dolores cerebrales


    22. Los niños perciben rápidamente hasta las diferencias más pequeñas y más triviales


    23. Otro inconveniente de los canguros es su movilidad y su habilidad para saltar cercados: si uno invierte en fomentar la reproducción de una población de canguros en su propiedad, y si los canguros que uno tiene perciben algún tipo de aliciente para marcharse (como, por ejemplo, que esté lloviendo en algún otro lugar), la valiosa cabaña de canguros que uno tuviera podría acabar a cincuenta kilómetros, en la propiedad de alguna otra persona


    24. Resulta curioso que se vinieran abajo cuando se enfrentaban precisamente a las condiciones que estaban preparados para sortear… Tan pronto como los integrantes o los administradores de una sociedad compleja perciben que una fuente esencial de recursos se está deteriorando, parece de todo punto razonable suponer que se adoptarían medidas encaminadas a resolver la situación


    25. Las empresas madereras perciben acertadamente que, una vez que han pagado por la concesión, velan mejor por sus propios intereses talando el bosque con toda la rapidez que puedan, y entonces reniegan de las cláusulas de replantación y se marchan


    26. Los fracasos en parte irracionales en la tentativa de tratar siquiera de resolver los problemas que se perciben se derivan a menudo de choques entre motivos a corto y largo plazo en el seno de un mismo individuo


    27. La renuncia no proviene de una derrota anticipada sino del advenimiento de una edad, como la de los Príncipes del Cuento de los Reinos lejanos, que es también la que tienen los protagonistas de esta historia, en la que se perciben ambiguamente los sentimientos más contradictorios, las emociones y sensaciones más inexpresables, de modo que la incomprensión resta razones a la vida y encamina la muerte, pues de una edad crucial se trata


    28. De lo expuesto se sigue que la doctrina filosófica acerca del movimiento no implica la existencia de un espacio absoluto, distinto del que perciben los sentidos y que está en relación con los cuerpos; el cual no puede existir fuera de la mente, por las razones que adujimos para probar lo mismo sobre los demás objetos del sentido


    29. Sólo Él es el que, «sosteniendo todas las cosas con la palabra de su poder», permite la comunicación entre los espíritus, en virtud de la cual éstos se perciben mutuamente


    30. A veces, los padres y los hermanos sólo perciben el problema de la paciente, pero hay que tener en cuenta que por lo general la hija enferma está mostrando de una manera evidente los conflictos, no siempre obvios, que hay en la familia

    31. Sea en el cielo o en la tierra, perciben una vibración o una energía característica de sus seres amados


    32. Acaso, en su interior, perciben cierta falsedad


    33. Diríase que en esta constante del relato se perciben reminiscencias de un tema clásico de la literatura tradicional, registrado con la referencia T332 en el Índice de Stith Thompson: Un hombre es tentado por un demonio en forma de mujer


    34. ¿No tienen discernimiento? ¿No tienen oídos? ¿No perciben la adulteración, la ranciedad?


    35. Al margen de que el desarrollo de estas dos ideas —propietarios y no propietarios y alteración de los patrones del reconocimiento social— exigiría un análisis de mucha mayor profundidad, lo cierto es que, al menos en mi experiencia, se perciben con la suficiente nitidez como para darnos cuenta de que algo está sucediendo en la sociedad española


    36. Tienen implantes ampliados que perciben con mayor resolución y a mayor distancia, y van a diversos lugares interesantes para que los demás puedan ver lo que está sucediendo en ellos


    37. Los meditadores perciben, piensan y experimentan el mundo de manera diferente


    38. En política -¿en qué actividad no es igual?– la fe en lo que se defiende proporciona determinación, seguridad y éxito, porque los que te escuchan creen en lo que les dices solo si perciben que tú crees lo que dices


    39. La muerte huye derrotada, y los ojos, cegados por las sombras, perciben como un rayo de luz


    40. Igual que cualquier hombre puede ver a otro, los perros perciben su olor

    41. Siempre lo hacen cuando perciben un insulto


    42. Pero sus embates son tan extremadamente suaves que ni siquiera los perciben quienes los están sufriendo


    43. Los campesinos recogen alegremente las últimas hileras, hablando de lo que harán y de las juergas que se correrán en la Feria de la Siega, pero perciben en el viento toda la antigua tristeza otoñal; la desaparición del año que se les escapa como el agua de una corriente tal como todos ellos saben muy bien aunque nadie lo diga


    44. —El punto a destacar está relacionado con la percepción, y cómo partes diferentes del mundo, almas diferentes, perciben todas las otras partes, las otras almas


    45. Algunos perciben su curiosidad y se


    46. Lo que está claro es que mis mónadas, en cierto sentido, perciben Titán, Júpiter y el Sol, al doctor Waterhouse, a los caballos que nos llevan a Berlín, aquellos establos y todo lo demás


    47. —Se sigue inevitablemente de todo lo anterior, ¿no? Y por tanto, resumiendo, parece que las mónadas perciben, piensan y actúan


    48. Siempre pensé que la única precognición que se podía extraer de ellos era el conocimiento del estado de salud del soñante, pues los síntomas que no se perciben durante la vigilia penetran en la conciencia cuando ésta se relaja durante la noche


    49. –El zarapito real y el común tienen algunas semejanzas, y los dos tienen dos alas, pero los buenos observadores perciben la diferencia que hay entre ellos


    50. Están divididos en tres categorías, según la cantidad que perciben por la lidia, pero hay más banderilleros que ocasiones de torear, y un matador puede conseguirlos al precio que se le antoje, si es lo suficientemente miserable, haciéndoles firmar un recibo por una cantidad igual a una parte de lo que tienen que cobrar, de manera que pueda retenerles esa suma en el momento de pagarles





















    1. —También tú, Angélica, percibes una cierta hostilidad en los comentarios de mi hijo Fernando?


    2. –Estás confundiendo el amor que percibes con el amor que alguien siente por un hermano


    3. Me gusta porque al beberlo percibes el sabor de la tierra


    4. ¿No percibes ya el olor de los mataderos y de los figones del espíritu? ¿No exhala esta ciudad el vaho del espíritu muerto en el matadero?


    5. –¿Ah, no? ¿No percibes la expresión de devoción que posiblemente tienen cuando se entregan a tu cuchillo? Me cuesta creerlo


    6. ¿no percibes el potencial oculto?


    7. Aparece frecuentemente en los medios de comunicación, la solicitan en numerosas conferencias, ha recibido varios premios, y está considerada una de las personas más carismáticas del MIT; pero cuando conversas con ella sólo transmite humildad, honestidad, una profunda vocación por su labor, y percibes esa calma y satisfacción que produce hacer un trabajo bien hecho, del que se siente orgullosa, y que contribuye a avanzar hacia un mundo mejor


    8. –También tú, Angélica, percibes una cierta hostilidad en los comentarios de mi hijo Fernando?


    9. ¿no percibes el potencial oculto? Cohen sacó una gran cerilla amarillenta de su bolsa de tabaco, miró un momento a Wert y luego, con deliberación, la encendió en su nariz fosilizada


    10. »Yo percibo los sentimientos de Victoria de la misma manera que tú percibes la luz de los soles

    11. Pprque no ves a la otra persona como un virus, la ves como una persona, y la percibes además bien; de todas formas, yo tuve muy claro, desde el momento en el que supe que estaba infectado, que ese error no lo iba a repetir con otra persona, que si tenía relaciones sexuales, iban a ser seguras; que la inconsciencia o la temeridad que yo tuve, por amor, pues que no la volvería a repetir


    1. velos de sombra, en las estancias y los parajes de los sueños, hubiera percibido el fin de este


    2. diferencia entre riesgo percibido y riesgo real


    3. sometidos y el control percibido


    4. Mas lo percibido no es esto;lo percibido es comun á todas las


    5. El espacio percibido ó sentido, es eneste caso la extension misma sentida


    6. de lo percibido en elespacio,


    7. abarcan todo elmundo sensible en cuanto es percibido en la representacion del espacio;las


    8. Los presidiarios habían percibido también el bosque y lo


    9. haverlas percibido el Receptordifuncto en n


    10. También había percibido

    11. Algunos llegaban incluso a decir que Hitler había percibido la cuestión judía en «un contexto visionario», en términos de propaganda, y que no había depositado ningún interés personal en el desarrollo de las distintas etapas de la política antijudía


    12. Pero mientras, hasta entonces, sólo había percibido lo absurdo del espectáculo, ahora le gustaba verlo: continuamente allí, a todas las horas del día, en el ejercicio de una especie de lúcida pasión, los jugadores se instalaban naturalmente en la interminable y exaltante duración de su espera


    13. Había percibido la determinación del policía


    14. El mundo real exterior fue percibido


    15. Sentado en una silla delante de una de las chimeneas del café, para pensar en ellos más a gusto, caí gradualmente desde las consideraciones de su felicidad en la contemplación del rastro que iban dejando los carbones ardientes, y pensado, al verlos despedazarse y cambiar, en las principales vicisitudes y separaciones que habían sucedido desde que yo había dejado Inglaterra, hacía tres años, y pensaba también en los muchos fuegos de leña que había percibido y que, al consumirse en ardientes cenizas y confundirse en plumado montón sobre la tierra, me parecían la imagen de mis esperanzas muertas


    16. Pero había comprendido lo que estaban haciendo: había percibido cuál era la intención de aquella mascarada y se daba cuenta de que no todo en ella era divertido


    17. No cabía duda de que había percibido lo que flotaba en el ambiente pero no estaba muy seguro de qué se trataba


    18. Algunas personas habían percibido su talento y le habían señalado el camino a seguir


    19. Había percibido unos sonidos muy familiares en el vestíbulo


    20. Tendrías que haber percibido las intenciones de Trevor

    21. En alguna ocasión, al liberar a nobles y plebeyos de sus ataduras, había percibido un grito de angustia, como si les hubiera arrancado algo precioso


    22. Es posible que la hermana-gata haya percibido la declaración oral de amor de este agente


    23. En verdad, no podía quejarse del trato que recibía, frío pero correcto, aunque en más de una ocasión había percibido la mirada sarcástica de Berenguer, el moreno de los gemelos de los condes


    24. Seis semanas atrás, había atrapado a David Greengold porque el judío no había percibido el truco de la “falsa bandera” ni siquiera cuando éste lo mordió en el culo -bueno, en la nuca, pensó Mohamed recordando el momento con una leve sonrisa


    25. Y todavía me gusta menos lo que he percibido en la palpación


    26. No se trataba de la existencia de vestidos de mujer sino del perfume que de ellos emanaba, el mismo que había percibido, sólo que más vagamente, en la vieja fábrica al abrir el bolso que encontró


    27. Interrumpió la frase porque había percibido en el interior de su cerebro el chirrido de los engranajes a causa del repentino frenazo


    28. Pero había percibido la preocupación del joven y sentido una involuntaria emoción


    29. Y entonces, mientras seguíamos sentados muy juntos y en silencio, con el fuego como única fuente de sonidos o movimientos en toda la estancia, me vino a la mente el nombre Matalobos con la misma claridad con que lo habría percibido si alguien lo hubiera pronunciado


    30. Al levantarme había percibido en mi pecho una intensa opresión, poco menos que irresistible

    31. Este sí, me dije, es el verdadero tema profundo del cielo, ¡cómo no lo había percibido antes!…


    32. Si era así, llamaría la atención en un local como Cathode Ray's y teniendo en cuenta la paranoia que había percibido durante la conversación telefónica, le extrañaba que hubiera elegido la cafetería para la cita


    33. Velajada tomó la decisión cuya proximidad había percibido, y hacerlo la dejó fría


    34. Sus ojos no se habían desviado, pero había percibido de algún modo la absorta atención de los otros dos


    35. Y si bien la idea detrás de los bloques era crear apartamentos sin distinción de clase en una sociedad sin clases, Microyan fue percibido como viviendas idóneas para la clase media, aunque es cierto que el término «clase media» no significa mucho en un país donde la mayoría de los habitantes lo ha perdido todo y donde la situación social ha empeorado en general


    36. Había el mismo olor rancio que yo había percibido en el Salón de Baile


    37. Habría podido jurar que había percibido movimiento


    38. Me pregunté si no habría percibido un parecido de familia con Effing, si algo en la forma en que Barber me miró en aquel momento no me habría recordado a su padre


    39. Cualquier otro oficial, suboficial, cabo de mar, marinero o marine bajo las órdenes de Crozier habría percibido el mensaje y se habría retirado de la sala Grande haciendo una profunda reverencia, pero Bridgens parecía no hacer caso de la irritación del comandante de su expedición


    40. Goodsir lo había percibido muchas otras veces

    41. –¿Alguien ha percibido el menor pulso? – preguntó


    42. Viggie comenzó a retorcerse, tal vez porque había percibido el miedo en las extremidades tensas de Michelle


    43. Había percibido las expresiones entre líneas, los momentos en que ella bajaba la guardia y la tristeza y la frustración que sentía eran evidentes


    44. Al saber que no había percibido ninguna fuerza, Einstein vio inmediatamente que la "gravitación" en una región suficientemente pequeña del espacio-tiempo, puede ser reemplazada por una aceleración del sistema de referencia del observador (el obrero que cayó)


    45. Dionisia, que había percibido el gesto, tenía la impresión de que Luisa protegía a su amiga con su quietud y su silencio, de los que parecía emanar la desconcertante autoridad que la Muda tenía sobre las otras presas de la escalera


    46. El artesano también había percibido mi tono


    47. Pues bien, en vista de la actuación del Iscariote, entiendo que éste consideró -o trató de considerar ante los sanedritas- que la entrega de su Maestro encajaba de lleno en lo que podríamos denominar una «venta» o «transacción comercio» por la que, incluso, había percibido una compensación económica


    48. Fuese lo que fuese que mi cuerpo estaba haciendo, él lo había percibido


    49. ¡El oficial de segunda Dieter Shenninngerh ha percibido en el sonar los ecos de las hélices de un navio americano!


    50. Todo el mundo ha leído a Jules Verne y ha percibido esa fuerza prodigiosa con que nos hace soñar











































    1. percibiendo la serenidad y el bienestar que exhala la naturaleza cuando no se halla perturbada


    2. percibiendo el balcón entreabierto, selanzó hacia él


    3. con gozo indecible, percibiendo enlos labios el mismo grato sabor que algunos santos


    4. héroe! ¡Qué impresión deorgullo y de seguridad cuando se abrazaba á él, percibiendo la


    5. El Ingeniero, percibiendo al través de las negras antiparras unapareja detenida ante


    6. la escalera y percibiendo en medio de aquel ruido


    7. Mac-Kinley, entonces abrieron los ojos, á la referida luz dela verdad, percibiendo con


    8. atados entre remotas raíces, percibiendo la vida a través de un largo beso, cansados de emanaciones de


    9. —Soy una gran admiradora de sus películas —insistió Nora, percibiendo un flanco débil—


    10. Pero, cuando se retiró, no pudo por menos de adquirir conciencia de la presencia de su mujer, y día a día fue percibiendo con mayor intensidad su resentimiento y su desaprobación

    11. Mis padres continuaban percibiendo sus salarios todos los meses a pesar de que el sistema del Partido se encontraba paralizado y no podían acudir al trabajo


    12. Mientras estaba allí mirando los montones de maletas y libros y percibiendo el olor de las cuadras (que para siempre estará asociado en mi memoria con aquella mañana), una procesión de los más terribles pensamientos empezó a desfilar por mi cerebro


    13. Tuve tiempo, antes de que apareciera Peggotty, de pensar con más indulgencia en aquella debilidad, mientras contaba los latidos del péndulo del reloj, percibiendo cada vez más la solemnidad del silencio que reinaba a mi alrededor


    14. Pyanfar puso la mano en el hombro de Tully, percibiendo entonces lo fría que estaba su piel y dándose cuenta, por primera vez, de que siempre encorvaba el cuerpo al sentarse, Tully se puso en pie, temblando levemente


    15. Percibiendo la tensión que reinaba en la mesa, papá se giró hacia mí


    16. Se entretuvo conversando con el cabo de guardia, dio unas vueltas para asegurarse de que todo estaba en orden y luego fue a sentarse bajo el alero de las caballerizas a fumar sus ásperos cigarrillos negros, percibiendo la brisa tibia de la estación, el olor lejano de los espinos en flor y el otro dominante del estiércol fresco de los caballos


    17. Pero a continuación se me ocurre practicar sexo oral con ella (hay gente que siguen percibiendo sensaciones y oyendo minutos e incluso horas después de su muerte) para que sienta en sus últimos momentos de vida la calma de una dicha saludable y pacífica


    18. Percibiendo la tensión de mi abrazo, se apartó y se llevó las manos a las orejas


    19. Webster se detuvo en el umbral, percibiendo en la amarga sequedad del aire, la humedad de la piedra


    20. Pero aún así seguía percibiendo su luz, pues ésta había penetrado en él y cada vez brillaba con mayor fuerza, casi cegándole ahora

    21. –¿Qué pasa? – preguntó el jefe de internos, percibiendo la ansiedad en la voz


    22. Percibiendo lo caliente que estaba, Charlie ahuecó las manos y las fue acercando al objeto por ambos lados


    23. Cuando le contaron sobre la invitación, la señora Dashwood, convencida de que tal salida podría significar muchas diversiones para sus dos hijas y percibiendo a través de todas las cariñosas atenciones de Marianne cuán ilusionada estaba con el viaje, no quiso ni oír que rehusaran el ofrecimiento por causa de ella; insistió en que aceptaran de inmediato y comenzó a imaginar, con su habitual alegría, las diversas ventajas que para todas ellas resultarían de esta separación


    24. Percibiendo el olor del bourbon, Maynard sacudió la cabeza, en señal de negación


    25. Al menos, los que habitualmente venía percibiendo


    26. Sigo percibiendo la realidad


    27. Y este azorado investigador, percibiendo el peso del sutil e implacable examen, hizo lo que pudo


    28. Y con el crepúsculo -rendido y percibiendo el olor de la derrota- fui a recluirme en la soledad de la habitación


    29. El oficial asintió y Shannon comenzó a guardar sus cosas, percibiendo a su espalda la retirada de los soldados


    30. La esposa caníbal, embarazada, olió el brazo de su marido, inocentemente al principio, percibiendo su rastro de sudor y polvo

    31. Riven agarra el extremo inferior del abrigo de la mujer y, de un tirón, percibiendo e! olor a carne quemada, le cubre la cabeza hasta privar de oxígeno a las llamas


    32. A Valeska se le había metido en la cabeza que seguía percibiendo el olor de Halina por toda la casa


    33. Chelsea estaba a su lado con el morro levantado, percibiendo también la diferencia


    34. Arthur sintió que las oleadas de dolor se debilitaban, aunque seguía percibiendo la palpitación sorda y pesada


    35. En ese instante, de pie en la cima del Capitolio, percibiendo a su alrededor la calidez de los rayos del sol, Robert Langdon sintió que una poderosa


    36. Analizando la trama, fuimos percibiendo en ella otros elementos de juicio más consistentes, como la presencia de motivos de la narrativa tradicional y sutiles paralelismos con cuentos populares muy antiguos


    37. Shepsenuré disfrutaba de ello percibiendo sensaciones largo tiempo olvidadas


    38. Es más que probable que algunos miembros del Consejo Ejecutivo del Banco de España estuvieran percibiendo que algo extraño podía encontrarse detrás de esta celeridad en las reuniones de dicho órgano, en la insistencia en tratar el tema Banesto cuando solo se disponía de «comentarios» y «manifestaciones de criterio» por parte de la Inspección


    39. Percibiendo con toda claridad la presencia del enano, aunque sin poder fijar los ojos en su objetivo, el gólem decapitado arremetió contra Bruenor pero erró el golpe


    40. Mantuve largas miradas con algunas de ellas, percibiendo con gusto que yo no pasaba desapercibido para las que más me agradaban, y aguardé, siguiendo ese juego durante un rato, a que llegara un momento favorable para acercarme más a ellas

    41. —Nos ha pasado a todos —lo tranquilizó Arthur, percibiendo la frustración


    42. Percibiendo que decía la verdad, y recordando a Dino, el paje, Piero bajó la espada


    43. Pasó el edificio de los Baños y giró a la izquierda, entrando en un oscuro callejón, percibiendo casi al instante la silueta de una puerta medio abierta por la que se coló


    44. Percibiendo el resplandor de la locura suicida en mi mirada, Méliès juzga inútil cualquier discusión


    45. –No lo sé -dijo Missy, percibiendo las emanaciones de compasión y lástima que surgían de él, a todas luces con una salud de hierro-


    46. –¿Deprisa? – repito, percibiendo que el malestar corre en ambas direcciones-


    47. Quizá percibiendo mi escepticismo ante una amnesia tan conveniente, empezó a mostrarse frío y distante, diciendo que sabía muy poco sobre el proceso de hibernación en sí: «La esencia básica de tal estado es que durante él duermo… lo cual no me parece una condición ideal para hacer observaciones científicas»


    48. —No me esperaba lo que estoy percibiendo


    49. Dee abrió las aletas de la nariz, percibiendo el hedor a serpiente


    50. Con ampulosos ademanes, entregó el animal a su nuevo dueño, y el perro, percibiendo que había encontrado un amo permanente, permaneció junto a Tim, le lamió la mano, se frotó contra sus piernas y levantó hacia él sus oscuros ojos desbordantes de afecto








































    1. En el caso de Brasil, hoy percibimos que la mayor parte de los


    2. Percibimos el sabor en diferentes puntos del paladar; referimos elsonido y el olor á puntos distintos en el espacio: y todo esto envuelvela idea de extension


    3. percibimos la identidad afirmamos


    4. ] Cuando percibimos el no ser, es verdad que lo percibimos conrelacion al ser; y que no es


    5. Cuando percibimos una


    6. prescindimos de los particulares quenos la han suministrado; en la numeracion, percibimos la


    7. las exclusiones es la delprincipio de contradiccion; al percibir el tiempo, percibimos lasucesion;


    8. Los objetos quenosotros percibimos son mudables; de suerte que ni en


    9. percibimos de la misma manera que los objetosde las demás intuiciones; pero le percibimos con


    10. percibimos el rumor de los voraces dientes

    11. ) Las longitudes de onda más cortas, las que apreciamos como luz violeta y azul, se dispersan con mayor eficacia que las más largas, las que percibimos como luz naranja y roja


    12. Percibimos el hálito del día y de la noche, como el lento batir de alas blancas y negras de inmensos cóndores, y sólo podemos medir la duración de ese batir de alas con referencia a los movimientos de los cuerpos estelares, pero, ¿cuánto tiempo necesitan éstos para cumplir sus revoluciones?


    13. Percibimos unas cuantas palabras de su entrecortado discurso: «


    14. Percibimos el ruido de una llave al girar en su cerradura


    15. Percibimos de nuevo a nuestra vieja amiga, la presencia, y esta vez se movía por el Sena, al otro lado de la isla y en dirección a la Rive Gauche


    16. Percibimos las diferentes longitudes de onda como sonidos de tono diferente


    17. Eliseo y yo, enfundados en nuestros trajes espaciales, percibimos cómo nuestros corazones aceleraban su frecuencia, hasta el umbral de las 150 pulsaciones


    18. Si algo que percibimos provoca en nosotros una emoción dolorosa, podemos inconscientemente eliminar o negar esa percepción con el fin de evitar un dolor insoportable, aun cuando las consecuencias prácticas de ignorar la percepción puedan resultar en última instancia desastrosas


    19. Todas nuestras ideas, sensaciones o cosas que percibimos, sea cualquiera el nombre que les demos, son evidentemente inactivas, esto es, no hay en ellas actividad o potencia alguna


    20. Aunque a nivel microscópico el granito es discreto, granuloso y desigual, nuestros dedos no pueden detectar esas variaciones a pequeña escala y percibimos una superficie perfectamente lisa

    21. Pero ciertamente se da el caso de que algunas decisiones tomadas por los físicos teóricos se basan en un sentido estético, un sentido de cuáles son las teorías que tienen una elegancia y una belleza en sus estructuras y están en correspondencia con el mundo que percibimos


    22. Pero hace más que eso: la experiencia establece el marco dentro del cual analizamos e interpretamos lo que percibimos


    23. Cuando llegábamos al límite sur de la ciudad, percibimos un ruido a través del suelo musgoso


    24. Percibimos que Sandman maneja el escándalo, pero no el peligro en sí


    25. –Si lo tomas de esta manera… -dijo Porta, enviando una llama por encima de la cabeza de Heide, y a tan poca distancia que percibimos el olor a cabellos quemados


    26. A cada momento alzaba la vista – que en mi cuarto de París no se sentía incomodada por los objetos exteriores, como no se sentía incomodada por mis propias pupilas, porque no eran aquellas cosas sino anejos de mis órganos, una ampliación de mi persona– hacia el techo sobrealzado de aquella torre de lo alto del hotel que escogiera mi abuela para habitación mía; y hasta regiones más íntimas que las de la vista y del oído, hasta esa región en que percibimos la calidad de los olores, casi en el interior de mí mismo, hasta mis últimas trincheras, lanzaba sus ataques el olor a petiveria, y yo les oponía, no sin cansarme, la respuesta inútil e incesante del alarmado resoplar


    27. El talento es el producto vivo de cierta complexión moral en la que faltar generalmente muchas cualidades y en que predomina una sensibilidad, algunas de cuyas otras manifestaciones que no percibimos en un libro pueden hacerse sentir con bastante fuerza en el curso de la existencia, por ejemplo tales curiosidades, tales fantasías, el deseo de ir aquí o allá por gusto, y no con miras al acrecentamiento, al sostenimiento, o para el simple funcionamiento de las relaciones mundanas


    28. Pero en el momento mismo en que está hablando, en que está hablando de otra cosa bajo la cual hay lo que no dice, percibimos instantáneamente la mentira y se agudizan nuestros celos, porque notamos la mentira y no llegamos a saber la verdad


    29. Lo que afecta a esos seres lo percibimos de una manera contemplativa, podemos deplorarlo en términos adecuados que dan a los demás la idea de nuestro corazón, pero no lo sentimos


    30. Un acento, ese acento de Vinteuil, separado del acento de los demás músicos por una diferencia mucho mayor que la que percibimos entre la voz de dos personas, hasta entre el balido y el grito de dos especies animales; una verdadera diferencia la que había entre el pensamiento de este o del otro músico y las eternas investigaciones de Vinteuil, la pregunta que se planteó bajo tantas formas, su habitual especulación, pero tan exenta de las formas analíticas del razonamiento como si se ejerciera en el mundo de los ángeles, de suerte que podemos medir su profundidad, pero no traducirla al lenguaje humano, como no pueden hacerlo los espíritus desencarnados cuando, evocados por un medium, los interroga éste sobre los secretos de la muerte

    31. –No comprendes lo que acabo de insinuarte, y es porque las mujeres percibimos mejor esas cosas que los hombres -dijo Helena


    32. Distinción con que por medio de los sentidos, y más especialmente de la vista y del oído, percibimos las sensaciones, y por medio de la inteligencia, las ideas


    33. —Hay un argumento, no muy diferente del que tú y yo percibimos, en el que se han ido a explorar la nave


    34. Mientras yacíamos en nuestras literas, angustiados, percibimos sólo dos golpes secos muy suaves al dispararse los misiles


    1. El autor, observa que los perros SI parecen percibir la sensación de llegada o retorno de quien fue de viaje en la visión, pero nunca percibe la llegada de un espíritu


    2. los incunables de los anaqueles, los cuadros, los retazos de la capital que se podían percibir a


    3. No pude percibir bien el paso del tiempo pero calculo que el taxi estaría circulando


    4. Dunia estableció una comparación con el contraste que pudo percibir entre los dos viajes


    5. Agucé el oído para intentar percibir el efecto


    6. percibir a toda la guardia al completo como Alá los trajo al mundo, ciertamente, había un


    7. percibirlo que los primitivos y sufren al percibir su ausencia


    8. percibir emociones, que generalmente son sólo una respuesta a un estímulo de


    9. más abierto a percibir el amor de los demás hacia él, y más abierto a dar el amor que


    10. Un maravilloso espectáculo mira a los ojos: dos columnas de agua se dividieron para formar un pasillo largo y el piso se compone de miríadas de algas y arena bien mezclados entre ellos, descendió diagonalmente hasta la profundidad que el ojo humano no llegan a percibir

    11. Me concentro y terminar de percibir su llamado al diálogo, les pido que, por lo tanto, siempre telepáticamente, ya que puede producir electricidad


    12. mismo pueda percibir su existencia


    13. para percibir la singularidad, no entiende que aprender es siempre


    14. Es en la manera de percibir los olores, las caricias o


    15. percibir en el contexto el desplazamiento correcto


    16. Así, los periodistas pueden percibir las características de la victoria de un candidato en el proceso de convención partidista como indicativa de


    17. energía correspondiente a su estado interior, y la mayoría de las personas lo pueden percibir, aunque su


    18. considerablemente la capacidad para percibir el campo de energía de la otra persona


    19. No son los pensamientos los que le interesan sino el acto mismo de percibir


    20. percibir los actores políticos como agentes dinámicos que operan en la interrelación entre estructuras y

    21. hicieron percibir que si nos quedamos prisioneros en las dimensiones institucionales de la política, no


    22. seremos capaces de percibir la dinámica de los antagonismos sociales y también los embates que


    23. percibir y con una presión sonora de baja intensidad para el oído humano en un


    24. percibir el secreto de laidea en el rumor musical de las palabras


    25. Bach, un oyente apasionado encuentra el modo de percibir y de intuir este proceso por entero como así también cada pasaje del entero proceso


    26. aprender a percibir el cambio de situación en el flujo del


    27. percibir las colosalesfiguras esculpidas y pintadas en las


    28. deun sauce, se intentaría en vano percibir el murmullo de la villa deArles, de la que se ve, con sólo ponerse en pie, sus arcadas romanas ytorres sarracenas


    29. percibir los vagos y poéticos pensamientos quecruzaban por su


    30. percibir que seabría el balcón del cuarto

    31. hubiesede percibir el producto de sus esfuerzos


    32. Mario creía percibir el olor del incienso


    33. creyó percibir un día, al través de la puertade un salón, en que la


    34. víboras huyen de mis pies al percibir el olor deeste cuero


    35. percibir en vagorosa indecisión las peñas y losarbustos


    36. Discurren sin percibir que discurren, y las consecuencias quesacan suelen ser


    37. Es necesario esforzarse en percibir con toda claridad lo que son loshechos de conciencia, lo que es su testimonio; pues sin esto esimposible adelantar un paso en la investigacion del primer principiode los conocimientos humanos


    38. Como quiera, es cierto que el percibir la extension pertenece de unamanera particular á la vista y al tacto


    39. ] ¿Por qué un ser uno, ha de contener la representacion de lamultiplicidad; y un ser inextenso, la de la extension? Esto equivale áplantear el problema de la inteligencia; que por lo mismo que esinteligencia, es una y simple, y capaz de percibir la multiplicidad y lacomposicion


    40. dependeúnicamente de la manera de percibir del sujeto en su relacion con elobjeto dado, este objeto

    41. El entendimiento nopuede percibir nada[1] y el sentido no


    42. los seres, no se limita á percibir los que tieneen su alrededor y que forman como la atmósfera en


    43. que puede percibir, o con las que puede interactuar


    44. entendimiento, para percibir los objetosbajo la razon general de ente ó de existencia, tan pronto


    45. percibir la relacion de estos, se veprecisada á echar mano de la unidad de forma


    46. Por el contrario; quiera percibir la sucesion, diferenciade instantes; es necesario


    47. vision sola, ó la audicionsola, bastaria una de ellas para percibir el tiempo, lo que es


    48. las exclusiones es la delprincipio de contradiccion; al percibir el tiempo, percibimos lasucesion;


    49. sepercibe esta relacion es uno, y por tanto la accion de percibir esesencialmente una, á pesar de


    50. percibir una cosa; el quererla; el actoimperativo de la voluntad para emplear los medios que














































    1. cuanto á los motivos de su desesperación,concretamente yo los ignoro; pero los percibo de cierta manera


    2. la razón y causa de todasmis acciones, y no las percibo bien para exponerlas


    3. Entiendo perfectamente que lo hiciera por mi padre, pero, ahora que me he distanciado un poco de aquellos acontecimientos del pasado, siento, percibo, que también lo hizo un poco por mí, por el hijo del hombre al que amaba


    4. Lo sorprendente es que -ahora que nunca me preocupa la hora- percibo a mi vez los distintos valores de los lapsos, la dilatación de algunas mañanas, la parsimoniosa elaboración de un crepúsculo, atónito ante todo lo que cabe en ciertos tiempos de esta sinfonía que estamos leyendo al revés, de derecha a izquierda, contra la clave de sol, retrocediendo hacia los compases del Génesis


    5. —No percibo peligro en ellos —dijo Obi-Wan


    6. Sí, sí: ya percibo sus vocecitas más dulces, más musicales que cuantos sones hay en la Naturaleza


    7. Percibo su atención, curiosas y serias, como la luz del sol en la piel


    8. Sólo percibo que las cosas


    9. Todo tiene el toque del impudor aristocrático, gracias al cual percibo la fabulosa vida de los H


    10. Están esperando una explicación y percibo que la esperan de él

    11. Percibo los latidos de su corazón, sus pulmones, que se expanden al respirar, su piel bajo mi tacto


    12. —Cuando el Bhelliom se mueve en diagonal lo percibo de manera diferente de cuando lo hace en línea recta —explicó Flauta


    13. "¡Ah!" rechaza el escéptico, «quizá yo no necesite usar el lenguaje del tiempo en movimiento, pero ésa es la forma en que percibo el mundo, ésa es mi sensación psicológica del tiempo: lo siento pasar»


    14. que percibo (hombres y mujeres confabulados en una tradición de


    15. No, no hablo con mi vecino de estas cosas, pero a menudo debo pensar en ellas cuando estoy sentado frente a él, típico perro viejo, o cuando hundo el hocico en su pelaje y percibo el hedor característico que tienen las pieles desolladas


    16. —Debe de serlo para ella, esto es seguro —me dijo, con aquel seco resentimiento que percibo en las voces de la gente que intuye una imposición


    17. Cuando llego, Maudie se pregunta, a veces con verdadero sufrimiento y horror ante su condición de suciedad y hedor, ¿estará hoy de buen humor? Lo percibo, y le digo:


    18. “No percibo el punto de la historia,”Kaye dijo


    19. percibo el olor


    20. Después de toda esta casuística, solo quedaba imputar percibo de pagos ilegales

    21. Percibo la pesadumbre en su voz


    22. Cuando, al fin, abre la boca, percibo en su voz una ansiedad insólita en él


    23. Algo ha ocurrido, no sé si relacionado conmigo, algo más que la punzada o el vahído habitual y pasajero; creo que aún percibo, flotando desde siempre y para siempre en mi cálida burbuja, la brusca alteración de la luz y del flujo de la sangre, un cambio de ritmo en la respiración de la gestante y en el pulso sosegado de la tarde


    24. -Pero Leonera no es muy grande, según percibo -objetó el Comandante-


    25. Percibo que ella lo advierte


    26. Percibo mi reflejo en el cristal


    27. Aún ahora percibo cansancio en ellas


    28. Percibo la sorpresa de mi madre, por las interferencias que oigo mientras aguardo su respuesta


    29. Tras unos minutos de hojear imágenes de villas, percibo la presencia de una nariz que reposa en el brazo del sofá


    30. Me proyecto y percibo su presencia, y capto gran determinación, mucha disciplina

    31. Percibo el triunfo en su rostro


    32. Ya has encontrado algo (lo percibo), porque veo que la suciedad del Cenagal de la Desesperación te ha tocado; pero ese Cenagal es el comienzo de los pesares que afligen a los que siguen ese camino; ¡escúchame, soy mayor que tú!


    33. —Hermano Norman, percibo que representa un continuo ejemplo de industria para los que le rodean y sienten la tentación de las falsas promesas de la pereza


    34. En la naturaleza percibo dos categorías de acciones: mecánicas y vegetales


    35. –Aquí también percibo algo -comentó en el pasillo, entre los dos dormitorios de arriba


    36. Percibo su roce junto a los pies


    37. Percibo radiaciones de radar y de gravedad


    38. Percibo en usted cierta apatía contra la libertad de categorías, contra el absoluto


    39. Al aproximarnos al mostrador de recepción, advierto que los pacientes están limpios y bien atendidos, pero eso no compensa la tristeza que percibo al mirarlos a los ojos


    40. Mientras alcanzo el pestillo, la puerta es sacudida violentamente, y percibo una nauseabunda vaharada de aire fétido que parece filtrarse por los intersticios de la puerta

    41. No tengo el don de la curación, y no puedo diagnosticar, pero sí percibo ciertas cosas


    42. —No comprendo por qué ahora percibo un deseo de llevar mi mano en duro contacto con su cara —dijo la Srta


    43. Suponga usted que yo vendo cien mil ejemplares de una novela a unas tres mil pesetas, operación de la que yo percibo por término medio el diez por ciento


    44. Yo carezco de ella, pero tal vez por esta razón la percibo más intensamente en otros


    45. Ya flotan por el albergue los maitines de las monjas y percibo los pasos de Siete por Tres, que entra a su medio lado del cuarto


    46. —No, no es eso lo que percibo en tu cara


    47. No es una afirmación científica, pero los percibo


    48. –No percibo el olor de la sangre


    49. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga


    50. Es curioso, pero si alguien me mira cuando estoy de espaldas, lo percibo, y supe que en aquel momento ella me estaba mirando



    1. procurarme una mínima raja, a través de la cual percibí a Milos, sentado en la misma cama,


    2. Al entrar en la trastienda, percibí una densa expectación llenando el ámbito de la sala como


    3. Cuando ya se veía el mar, percibí la esquina de la


    4. Percibí una cierta agitación en el patio


    5. la enajenación de mis sentidos, percibí el ruido que hacíauna puerta al abrirse


    6. Por primera vez entonces percibí con completa claridad la idea de lapatria, y mi corazón


    7. De pronto percibí ruido y altercados en alguna parte del patio


    8. Percibí de pronto la claridad del día y mis pulmones se llenaron de aire puro


    9. Apenas acababa de pronunciar el nombre cuando percibí a mi lado la respiración de varias personas


    10. Pero entonces percibí la actividad de otro cerebro en el interior del edificio

    11. Entonces percibí a lo lejos tres pequeños resplandores que volaban en nuestra dirección


    12. —Porque recuerdo que percibí el aroma cuando estábamos hablando del completo derrumbamiento del Plan Quinquenal de Stalin


    13. No percibí en ellos ningún cambio


    14. —Eso es una tontería, claro —dijo el otro—, pero esa fue la sensación que percibí


    15. Repetí las palabras de mi amigo y percibí una exclamación:


    16. Percibí cierta timidez en esa receta y, aprovechando un descuido suyo, agregué otro gran puñado de hierbas y salpiqué unos cuantos aliños en polvo


    17. Estaba seguro de que era eso lo que Angélica quería decirme, lo que me iba a decir, pero cuando pronunció mi nombre, secándose todavía las manos en una toalla de papel blanco que sus dedos iban tiñendo de rosa, percibí en su voz la pequeña angustia de las confesiones difíciles


    18. Luego distinguí entre las sombras un bulto que andaba cautelosamente, después los perros gruñeron, pero volvieron a callarse, el bulto se dirigió por el lado en que yo estaba, y se detuvo y percibí que me hacían con los labios:


    19. Pero yo percibí, aunque no lo comprendí de inmediato, el sonido que emite una extensión cuando se levanta el auricular


    20. Aunque Peter Kurth respondiera de manera afirmativa, percibí con claridad el disgusto en su voz:

    21. Por un instante percibí desaprobación en su voz, pero en seguida retomó un tono profesional:


    22. Percibí de forma penetrante su desamparo, sus años de soledad doliente por lo que había perdido, el miedo a que se le debilitara la vista, el pulso, la razón, a que se le debilitara la esperanza


    23. Y en ese momento percibí toda mi tristeza, todo cuanto me separaba de los demás


    24. Percibí que en la torre había un mortal y, aunque no había llegado a la puerta de la cámara exterior, pude escuchar sus pensamientos


    25. Percibí su desagrado, y, pese a ello, vi que abrían la boca y ensanchaban los pulmones como si lo quisieran devorar


    26. Noté el peso misterioso de su convicción, percibí su tristeza


    27. Por primera vez, percibí una comunicación en imágenes surgiendo de él y noté que me había permitido verlas porque no estaba seguro de la respuesta


    28. Percibí el olor a comida que exhalaban las altas chimeneas


    29. Percibí el olor del río


    30. En el silencio que emanaba la serena y antigua estatua no percibí el menor sonido

    31. Percibí el eco de sus pasos sobre los adoquines


    32. Percibí el murmullo de las fuentes


    33. El río exhalaba su particular sonido; percibí el eco ronco de los barcos que estaban amarrados en el puerto, incluso el leve murmullo del agua


    34. Como recién llegado evidentemente soy objeto de un mayor interés que los huéspedes conocidos, pero percibí el peligro que esto entrañaba


    35. Al llegar al corredor de cristales que daba vuelta a todo el patio, percibí con claridad los objetos, por la mucha luz de la luna que allí penetraba


    36. Vi una gran puerta tachonada que se c erraba detrás de mí y percibí un hedor que me ha perseguido toda la vida: el olor que desprenden los cuerpos sucios, las letrinas a rebosar y las mugrientas celdas, el sello de presentación de cualquier prisión


    37. «De pronto, percibí al otro lado del foso el brillo de una lámpara sombreada


    38. percibí el olor del mar


    39. Y sé que fue una sensación tan pura, tan de sacrificio total, que la percibí, no como algo nuevo, sino como algo muy antiguo, instintivo, que no se aprende, que nos traspasa a través de los siglos, y que empezó con la primera criatura que se situó entre el peligro y otra criatura para la cual experimentó un sentimiento poderoso aunque inexplicable; una sensación indiscutiblemente profunda y apremiante, aunque todavía sin nombre


    40. Percibí la tensión de Noreen al otro lado de la línea

    41. Me volví hacia Lucy, que no tenía nada que decir, y percibí su angustia en un pequeño detalle: se había puesto las gafas, cuando no las necesitaba salvo para operar con el ordenador


    42. Se incorporó y percibí su orgullo


    43. Justo cuando estaba llegando al final (Las circunstancias del momento eran demasiado abrumadoras; fue incapaz de remontar con la mirada la o cura extensión del tiempo…) percibí la primera vaharada de queroseno, que entraba por una ventana al fondo de la casa


    44. Pude verle brevemente, mientras mantenía la mano en la portezuela del automóvil y levantaba la cabeza; percibí el leve resplandor de su sonrisa bajo el ala del sombrero, una sonrisa confiada, impaciente y un poco divertida


    45. No fue una simple cuestión de cobardía, y yo lo percibí claramente, de inmediato -testificaría el capitán-, mirando a los ojos a mis soldados, en ese instante que imponía la prisa de una decisión, y viendo con qué simplicidad salían de la trinchera para observar, arrastrando el mosquetón por el suelo


    46. Fue en aquel momento cuando percibí los extraños golpes en el casco exterior del navío


    47. Percibí su angustia incluso en la oscuridad


    48. Percibí que la timidez podía con mi informante y decidí que había llegado la hora de largarme


    49. Pasara lo que pasase en el resto de la casa, percibí angustiosas señales de daños tanto en los marcos de las puertas como en el buen humor de Petronio, pero me vi obligado a ignorar los gritos del exterior porque en los bordes de la tina empezaba a bullir el líquido del pescado


    50. En cuanto los amos partieron percibí corrientes subterráneas de resentimiento entre los esclavos












































    1. desde el mismo instante que tome las llaves del candado en mis manos, para abrir la puerta del patio para bajar limones, SUPE, sabia, sentía, y percibía estar viviendo un instante YA vivido


    2. así, se percibía bien el empuje y la holgura que proporcionan los cuatro tubos de escape,


    3. Y yo percibía el roce de tus dedos escarbando la tierra y el


    4. dentro de ti percibía bien el vértigo de la caída, la oscuridad y el silencio del abismo


    5. embargo, nada más entrar en la caja de la escalera, se percibía un rectángulo iluminado al


    6. murmullo de los soldados en la cocina, no se percibía el menor ruido, por lejano que fuese


    7. No se percibía el menor movimiento


    8. pesar de lo cual, en los bares y terrazas se percibía cierta animación cosmopolita


    9. En cambio, lo que yo percibía en


    10. percibía otro ruido que elchirriar de las ruedas y el de la lluvia

    11. nubes y el boceto de lasaguas, la percibía en los azulados frescos delos muros


    12. completo que hasta se percibía el aleteo delos pájaros al


    13. se percibía con claridad


    14. En lo máshondo se percibía uno mayor que los otros,


    15. cuando á través de larejilla percibía el olor agrio de las mantillas


    16. Áveces se percibía un ruido leve y sordo entre las ramas, y


    17. con acento tembloroso, en el cual se percibía al mismotiempo cierta ferocidad:


    18. ello[197]; con todo, lo que percibía enFrancia, junto con las liberalidades del Condede Essex,


    19. nunca hubieseesperado,—cuando percibía en ella el eco


    20. unaasociación de ideas, cuya lógica no percibía, se puso a hacer

    21. Percibía las palpitaciones del


    22. Y en el patio enlosado y en el corral, abierto a una pálida luna reciénnacida, se percibía un rumor cauteloso y tétrico, como de cipresalmecido por un hálito de muerte…


    23. al sueldo que él percibía


    24. olfato quien lo percibía o su imaginación


    25. percibía el motivo de susacciones, la finalidad de este continuo


    26. su aparejo, en el que no percibía el más leve movimiento


    27. movimientos de rotación del ojo, apenas percibía las imágeneslaterales


    28. perfume delicado que alentrar se percibía, bien claramente anunciaban el sexo y la


    29. reales tributos, los que percibía su religión,quien señalaba los


    30. vivimos,porque percibía claramente que la invasión y

    31. paredes de ladrillo, sonaba la música y se percibía larespiración de la muchedumbre,


    32. Del mismo modo percibía Inés ahora un burbujeo terrestre y monstruos terrestres que se encogían hasta tomar forma en el aire y en las fosas cortadas a pico


    33. Percibía los sonidos como un perro y siempre contestaba de mala manera a todo el mundo


    34. Mientras tanto, el renegado había prendido sus pupilas de la esfera para, penetrando el cristal, examinar algo o a alguien que sólo él percibía


    35. Es muy simple, respondió la cara, moviendo los delgados labios de acuerdo con las palabras que yo percibía a mi alrededor


    36. Después del cuarto de Ada, el pasillo acababa con un armario al fondo: lo abrí, se percibía aún, fuerte, el olor de alcanfor, y había, en buen orden, sábanas bordadas, mantas y una colcha


    37. Causa cierta perplejidad observar cuan diferente se percibía entonces, (y a veces nos parece que todavía hoy ocurre algo similar), la naturaleza de tales acontecimientos


    38. El calor y el esplendor de su cuerpo lo habían hechizado, pero lo que más le atraía era aquel misterio que percibía en ella: contenida pero elegante en sus gestos, atenta y precisa en el hablar, Idalin le parecía rodeada de un aura impenetrable


    39. Y ese movimiento ciego que nunca había cesado, que experimentaba aún ahora, fuego negro enterrado en él como uno de esos fuegos apagados en la superficie pero que en el interior siguen ardiendo, desplazando las fisuras y las torpes agitaciones vegetales, de suerte que la superficie fangosa tiene los mismos movimientos que la turba de los pantanos, y de esas ondulaciones espesas e insensibles seguían naciendo en él, día tras día, los más violentos y terribles de sus deseos, así como sus angustias desérticas, sus nostalgias más fecundas, sus bruscas exigencias de desnudez y sobriedad, su aspiración a no ser nada, sí, ese movimiento oscuro a lo largo de todos estos años estaba de acuerdo con aquel inmenso país que lo rodeaba, cuyo peso, siendo niño, había sentido, con el inmenso mar delante, y detrás ese espacio interminable de montañas, mesetas y desierto que llamaban el interior, y, entre ambos, el peligro permanente del que nadie hablaba porque parecía natural, pero que Jacques percibía cuando, en la pequeña finca de Birmandreis, con sus habitaciones abovedadas y sus paredes encaladas, la tía recorría los cuartos en el momento de acostarse para ver si estaban bien corridos los cerrojos de los postigos de gruesa madera maciza, país donde se sentía como si allí lo hubieran arrojado, como si fuera el primer habitante o el primer conquistador, desembarcando allí donde todavía reinaba la ley de la fuerza y la justicia estaba hecha para castigar implacablemente lo que las costumbres no habían podido evitar, y alrededor aquellos hombres atrayentes e inquietantes, cercanos y alejados, con los que uno se codeaba a lo largo del día, y a veces nacía la amistad o la camaradería, pero al caer la noche se retiraban a sus casas desconocidas, donde no se entraba nunca, parapetados con sus mujeres, a las que jamás se veía, o si se las veía en la calle, no se sabía quiénes eran, con el velo cubriendo la mitad del rostro y los hermosos ojos sensuales y dulces por encima de la tela blanca, y eran tan numerosos en los barrios donde estaban concentrados, tan numerosos, que simplemente por su cantidad, aunque resignados y cansados, hacían planear una amenaza invisible que se husmeaba en el aire de las calles ciertas noches en que estallaba una pelea entre un francés y un árabe, de la misma manera que hubiera estallado entre dos franceses o entre dos árabes, pero no era recibida de la misma manera, y los árabes del barrio, con sus monos de un azul desteñido o sus chilabas miserables, se acercaban lentamente, desde todas partes, con un movimiento continuo, hasta que la masa poco a poco aglutinada expulsaba de su espesor, sin violencia, por el movimiento mismo que lo reunía, a los pocos franceses atraídos por algunos testigos de la pelea, y el francés que luchaba, retrocediendo, se encontraba de pronto frente a su adversario y a una multitud de rostros sombríos y cerrados que le hubieran despojado de todo su coraje si justamente no se hubiese criado en ese país y no supiera que sólo el coraje permitía vivir en él, y entonces hacía frente a esa multitud amenazadora y que, no obstante, no amenazaba a nadie salvo con su presencia, y el movimiento que no podía evitar, y la mayor parte del tiempo eran ellos los que sujetaban al árabe que luchaba con furia y embriaguez, para que se marchase antes de que llegaran los guardias, que se presentaban al poco de llamarlos, y se llevaban sin discusión a los adversarios, que pasaban maltrechos bajo las ventanas de Jacques, rumbo a la comisaría


    40. El sueldo del nivel 26 -el más bajo- era una vigésima parte del salario que se percibía en el nivel más alto

    41. Y apareció de pronto a su lado, nacido de la nada, silencioso pese a los cuatro cargados camellos que le seguían sin un rumor siquiera, como si se hubieran contagiado de su amo o les espantase el hecho, que su instinto percibía, de que habían penetrado en un mausoleo


    42. En la casa había más licántropos, los percibía, y todos se pusieron en estado de alerta al escuchar las palabras de Tray Dawson


    43. Se trataba de un misterio que sólo Gregory percibía


    44. Hacía ya mucho tiempo que no se percibía luz en el cuarto del portero


    45. Y también percibía claramente cómo se dispersaban y desaparecían los restos de otros regimientos y de todo el ejército, después de haber vuelto de la guerra


    46. Se percibía un extraño acento en los dos cuadros que representaban a Cristo conversando; sobre todo en el último de ellos, en el que el Mediador dialogaba con Lázaro


    47. Tal vez percibía la oscuridad del crepúsculo que comenzaba


    48. La señora Perenna fue llamada a cónclave y aunque estaba dispuesta a resistir todo lo que pudiera, no tuvo más remedio que admitir que se percibía cierto olor


    49. ¡Con qué claridad percibía a través de la distancia la excitación y el apremio que David ponía en sus palabras!


    50. Solilach apuntó nuevamente el anteojo en dirección al buque cuya arboladura ya se percibía perfectamente, pues se hallaba a menos de siete millas














































    1. En la ruta sólo se escuchaba el motor del vehículo y a veces la voz de mi madre leyendo; al acampar percibíamos el crepitar de la leña en el fuego, el cucharón en la olla, las lecciones escolares, breves diálogos, la risa de mi hermana jugando con Olga, el ladrido de Oliver


    2. El rey poco la había cuidado los últimos meses en el afecto, pues lo sucedido con don Carlos le afligía en demasía, y por mucho que lo intentara disimular, los que estábamos cerca de ellos lo percibíamos sin dificultad


    3. ¡Ay!, otras criaturas inferiores, que el hombre ha adiestrado para la caza de esos animales misteriosos a que no puede perseguir, en el fondo de sí mismo, nos traían cruelmente todos los días una cifra de albúmina, débil, pero suficientemente constante para que también ella pareciese hallarse en relación con algún estado persistente que no percibíamos nos otros


    4. Aquella mañana había ante mí, ante Albertina (mucho más que el claro sol del día), ese medio que no vemos, pero a través del cual, traslúcido y cambiante, percibíamos: yo, sus actos; ella, la importancia de su propia vida; es decir, esas creencias invisibles, pero no más asimilables a un puro vacío de lo que lo es el aire que nos rodea; crean en torno a nosotros una atmósfera variable, excelente a veces, y respirable con frecuencia, y merecerían ser observadas y anotadas con tanto cuidado como la temperatura, la presión barométrica, la estación, pues nuestros días tienen su originalidad física y moral


    5. Percibíamos una confusión de luces parpadeantes y sombras que brincaban


    6. El hombre de la barba rubia hablaba con voz suave, que no percibíamos sino en su tono, aplicando pequeños golpes con la palma de la mano en el revés de la de su compañero, que tenía el brazo izquierdo indolentemente extendido a lo largo de la mesa


    1. Eljardín estaba oscuro, desierto; no se percibían más ruidos que el caercontinuo de la lluvia sobre los enarenados paseos y las alegresrisotadas de la murmuración de la servidumbre que comía reunida en unacocina de la planta baja


    2. siluetas delos cercanos mojones se percibían ya; eran las cinco y


    3. árboles y las montañas que se percibían al través delos cristales


    4. con susojos inmóviles, que sólo percibían la silueta de los


    5. Bajo los toldos se percibían leves


    6. percibían en suscabezas un torbellino glacial, inesperado, que


    7. La fama actual de la posada El Ultimo Hogar resultaba más extraordinaria si se tenía en cuenta su reputación bajo el gobierno de los anteriores propietarios, un matrimonio de Enanos de las Colinas cuyo carácter agrio parecía transmitirse a todo, desde la cerveza hasta la atmósfera, por lo general inhospitalaria, que los viajeros percibían al momento de entrar en el establecimiento; por no hablar de los olores que salían de la cocina, que habrían molestado a un enano gully… Bueno, no tanto, pero casi


    8. Con los funcionarios que percibían las pensiones de jubilación destinadas a los judíos que habían sido enviados a los campos de concentración


    9. Lo curioso era que al pisar el escalón embrujado no percibían cambio ninguno


    10. La lucha por la defensa del Canal 9 fue asumida también por vastos sectores de los trabajadores de los medios de prensa, que percibían las deficiencias de la política comunicacional del gobierno de la Unidad Popular y el exitoso trabajo ideológico desarrollado por la oposición a través de los medios que controlaba

    11. Se percibían en el aire las fuertes comidas de invierno, la húmeda lana de los abrigos, el olor denso de los guantes, calcetines y gorras de punto puestos a secar sobre radiadores que despedían calor polvoriento


    12. Ahora se percibían otros olores en el ambiente: colonia, patatas fritas y cuero húmedo


    13. En la terraza se percibían pasos


    14. Los circunstantes percibían su tensión


    15. Alonso de Molina y su familia, se habían convertido en «su» familia, y resultaba evidente que le preocupaba casi tanto como al español la seguridad y el bienestar de las mujeres, por lo que juntos constituían un extraño y harapiento grupo cada vez más escuálido, terriblemente desorientado y huérfano desde el momento en que el «Runa» les había abandonado para siempre y no percibían su reconfortante presencia aunque tan sólo fuera en la distancia


    16. También añadí que quizá no era razonable que los registradores, que percibían al año sueldos que ascendían a ocho o nueve mil libras, sin hablar de los pagos extraordinarios, no estuvieran obligados a gastarse parte de este dinero en procurarse un lugar seguro donde depositar aquellos documentos preciosos que todo el mundo, en todas las clases de la sociedad, estaba obligado, quieras que no, a confiarles


    17. Se trataba en verdad de una falsa creencia, pues las hermanas percibían los objetos tal como eran


    18. Los trabajadores mahen iban y venían dejando oír ocasionalmente algún roce de pies descalzos, mientras por los pasillos de la cubierta inferior, se percibían fugaces visiones de cuerpos negros y marrones llevando los artículos requeridos por los técnicos


    19. Quizá percibían sus pensamientos


    20. Sobre la toldilla se percibían los pesados pasos de los centinelas, en los entrepuentes; los puntales crujían y por las bandas oíase cómo resbalaba el agua

    21. Aquí y allá se percibían algunas piezas de oro que los evadidos no se cuidaron, sin duda, de recoger


    22. Los miembros del grupo de San Martín percibían una gratificación que oscilaba entre las 5


    23. Percibían la atracción ejercida por Atenas, aun cuando fuera a través de Roma y del recuerdo de la época de Alejandro, y les inquietaba el temor y la superstición absoluta impuestos por el Pentateuco


    24. Algunos percibían el mundo de un modo tan distinto que sus mentes se abalanzaban hacia él precisamente por sus diferencias


    25. De los cuatro puntos cardinales llegaban jóvenes tras ideas nuevas que aún no tenían nombre, pero se percibían en el aire como pulsaciones de un tambor en sordina


    26. Los profesores no se daban por aludidos de ese terremoto; enfrascados en sus pequeñas rivalidades y su burocracia no percibían la gravedad de lo que estaba ocurriendo


    27. Aun así, Eragon pensó que los elfos percibían algo de los eldunarís, y los sorprendió varias veces mirando en dirección al lugar donde se encontraban, aunque no supieran de qué se trataba


    28. Añadiéndose al boquete principal entre los anillos interiores y exteriores, había por lo menos otras cincuenta subdivisiones o linderos, donde se percibían distintos cambios en la brillantez del gigantesco halo del planeta


    29. Los juegos de armas siguieron de una manera tan ruda que se percibían en toda la ciudad


    30. Luego, recelosas, miraban desde el zaguán obscuro; otras se asomaban a los cuadrados ventanuchos, que eran ojos y oídos por donde las recatadas viviendas percibían las imágenes y ruidos que del mundo externo llegaban a la Villa

    31. El ruido de la maquinaria era mucho más fuerte de lo que recordaba, y las vibraciones se percibían en el suelo


    32. En un testimonio algo posterior al del bórdeles, hacia 530, es decir, se aseguraba que en la piedra de marras se percibían claramente los hoyuelos marcados por las rodillas de Jesús


    33. El político fue la aniquilación de una minoría conversa, emparentada con la nobleza, que frenaba el absolutismo real; el económico, las saneadas sumas que el rey y la propia Inquisición percibían de las confiscaciones; el social, porque la desgracia del odiado converso satisfacía al pueblo llano


    34. A pesar de las quejas tradicionales que se producían a causa de tales pruebas (que eran sádicas, que eran artificiales y que, de alguna manera, los sujetos percibían que las situaciones no eran reales), Johnson adquirió considerable información sobre el estrés que en esos grupos causaba la ansiedad


    35. Pero sólo percibían el halo de tres clases de luz distintas, mezclándose entre sí: la del río, la del cielo y la del sol


    36. No sabes muy bien si los demás lo percibían, pero además de ser Nadia Comaneci, eras santa


    37. Los campesinos chinos de la década de 1920 percibían un contraste similar cuando comparaban los inconvenientes de ser explotados por dos tipos de señores de la guerra distintos


    38. Si percibían que los daños medioambientales afectaban a sus tierras y sus fuentes de alimento, desbaratarían el proyecto y lo cerrarían, como hicieron en Bougainville (véase más abajo la exposición de este caso)


    39. reconducido, una desgracia física y moral en la que se percibían la adversidad y la aflicción


    40. A lo cual respondo que, conociendo los hombres que percibían ideas de Jas cuales no eran creadores (pues no procedían de su interior ni dependían de las operaciones de su voluntad), supusieron que dichas ideas, objeto de su percepción, existían con independencia de la mente y fuera de ella, sin barruntar siquiera la contradicción que implicaba semejante modo de pensar

    41. Percibían su desesperación; varios de ellos parecían descontentos


    42. El Parque Cementerio parecía sacado de una película: estaba cubierto por una leve bruma que daba la sensación de que los detalles se percibían con mayor nitidez


    43. A la del gabinete de deliberaciones, porque de ahí se percibían fragmentos de la audiencia, frases y respuestas de testigos, finales de párrafo de los discursos de los defensores y de los del ministerio público, trozos del proceso que leía el secretario con gangoso y monótono diapasón de clérigo


    44. No todas las personas en Tenochtitlan se daban cuenta de cómo dependía de los intrépidos mercaderes viajeros toda la prosperidad mexica, pues mucha gente se resentía de la legítima utilidad que los mercaderes percibían por la prosperidad que brindaban


    45. Algunas veces Belwar utilizaba la luz del broche; otras veces los amigos caminaban en la oscuridad si percibían la presencia de algún peligro en la zona


    46. Estaba claro que los actores percibían que allí se estaba generando un enfrentamiento cuyas dimensiones desconocían y, con la natural prevención de quien ha recibido muchos golpes en la vida, se pusieron a buen recaudo tras la tramoya de la escena, a la espera de que la gente o bien apaciguase o bien decidiera abandonar el teatro


    47. Algunos de sus oficiales percibían todo aquel trasiego como un esfuerzo innecesario y un nuevo retraso de la invasión de África, pero Publio desconfiaba de todos


    48. Los integrantes del equipo de Katia estaban junto a ella; percibían el nerviosismo de su jefa y estaban alerta, aunque no preocupados: ya habían trabajado antes con ella y sabían que Katia siempre estaba nerviosa justo antes de entrar en el meollo de la misión


    49. Se percibían por todas partes unas inmensas ganas de vivir


    50. La noche se cernía sobre la mitad del Pacífico, y las luces de la civilización ya no se percibían desde aquella altura geoestacionaria








































    1. ) (pero, no obstante, percibías lacompasión que había en su amor


    2. celos y la agresividad que percibías por


    1. Vosotros, en cambio, los percibís en el aire


    Weitere Beispiele zeigen

    percibir in English

    earn make perceive <i>[formal]</i> discern detect notice

    Synonyme für "percibir"

    recoger recaudar ingresar recolectar embolsar recibir notar advertir percatarse apreciar establecer descubrir comprender discernir interpretar penetrar alcanzar intuir