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    Verwenden Sie „preferir“ in einem Satz

    preferir Beispielsätze

    preferido


    preferimos


    preferir


    preferí


    prefería


    preferíamos


    preferían


    preferías


    preferís


    prefiere


    prefieren


    prefieres


    prefiero


    prefiriendo


    1. ¿He hecho bien? ¿He hecho mal? ¿Por qué noexperimento la dulzura inefable que dejan las resoluciones honradas? Mehe vencido: mi voluntad, domando los impulsos torpes, ha preferido a lahipocresía la sinceridad


    2. disculpó por haber preferido un lugar tan cutre, alegando razones de seguridad


    3. Por eso he preferido un


    4. anotación más reciente de su blog preferido


    5. La planicie de Chamberí, desde los Pozos y Santa Bárbara hasta más alláde Cuatro Caminos, es el sitio preferido de las órdenes nuevas


    6. Él también ha preferido la gloria antes que hacer crecer una relación de amor con una mujer


    7. No cabía duda de que era él el pretendiente preferido, y era


    8. Hubiera preferido saber quehabía muerto


    9. prestan mayor valor a que el galán se hayaenamorado de ella, pues que la ha preferido entre


    10. El hubiera preferido una condición humilde, afanosa, conpadres legítimos, á la

    11. ennoblecerle con todo lo que es belloen el mundo, he preferido


    12. Era Schubert, con sus melancólicas romanzas, el músico preferido; ladominaba en


    13. Pero no era esta innovacion mi objeto principal; sino el manifestar laconfusion de ideas que hay en este punto cuando se examina si elprincipio que contiene la legitimidad del criterio de la evidenciadebe ser considerado ó nó como fundamental y preferido al


    14. En el fondo de su corazón, habría preferido que Huberto le


    15. Hubiera preferido para aquella empresa un cieloen que sólo brillasen las


    16. sihubiera preferido las insolencias del malagueño


    17. en el alma aquella solicitud doméstica, pero en lo que tocabaa él hubiera preferido que las cosas


    18. , era el preferido por Elena en susconversaciones


    19. Un sillón de junco, que era el preferido por Celinda, estaba volcadoen el suelo


    20. del color preferido, se consigue uniformar en este a todoel

    21. —Sí, hubiera preferido no ponerla al corriente de lo


    22. Cada cual ocupó en ella supuesto respectivo, es decir, doña Rosa con su hijo preferido a un lado,las tres hijas de esa señora al otro, y don Cándido y el mayordomo enlas opuestas cabeceras de la mesa


    23. Hay muchos hombres aquien no podría querer por más picada que estuviese con el preferido demi corazón


    24. Él lahubiera preferido de la Leche y Buen Parto, pero


    25. las naciones que lo han gustado, dejase de ser preferido enEspaña al que jeneralmente se


    26. preferido viajar con un lobo


    27. Delaberge en su interior decíase que hubiera preferido


    28. preferido del Topero, porque tenía algunosbienes que le faltaban


    29. Valdés, elmejor estudiante de la clase, el preferido de monsieur


    30. La piel y las membranas mucosas son el sitio preferido de la accion dela

    31. Aunque hubiera preferido no creerlas, su clarividencia le impedía rechazar la dosis de verosimilitud que tales aseveraciones contenían


    32. El canal de radio preferido en la comunicación interestelar con otras civilizaciones técnicas está próximo a una frecuencia de 1420 millones de hertz, marcada por una línea espectral de radio del hidrógeno, el átomo más abundante del universo


    33. Pero lo cierto era que hubiese preferido estar en el Zaporozhet


    34. Mi preferido se llama Pacha


    35. Por la mañana, Carmeli, según había anunciado, no se presentó ni llamó luego para contar cómo le había ido con su médico de pago, y yo había preferido salir a comer, muy temprano para ahorrarme la siempre un poco vergonzosa incomodidad de hacerlo solo en medio de mesas ocupadas por parejas y familias, en un bistró que hay cerca de la entrada de la urbanización


    36. El amante más dispuesto a arrostrar los peligros, es el preferido siempre


    37. La anciana señora parecía tan interesada que la supuse aficionada a leer el Libro de los Sueños de Napoleón, que fue el preferido de mi vieja niñera


    38. Tommy se tendió en su sillón preferido, un poco gastado por el uso, pero tan cómodo como siempre


    39. Daniel, su preferido, le había cogido la mochila, pese a sus protestas, pero de todos modos tenía que redoblar el paso para seguir a la altura del grupo, y el aire afilado de la mañana le quemaba los pulmones


    40. Era pueril pensar en influir en sus decisiones —sobre todo una decisión como aquella— poniéndose su vestido preferido y recurriendo a perfumes y elaborados peinados

    41. Por eso he preferido interrogarte personalmente


    42. El que tenía más posibilidades de ser querido era el profesor de letras, a quien los niños veían con más frecuencia que a los otros y, en efecto, en casi todas las clases era el preferido de Jacques y de Pierre,{136} pero sin poder apoyarse en él, pues no los conocía y, una vez terminada la clase, se retiraba a una vida desconocida, y ellos también, de vuelta en ese país lejano donde no había ninguna posibilidad de que se instalara un profesor de liceo, tanto que nunca encontraban a nadie en el tranvía, ni a profesores ni a alumnos, al menos en los rojos, que iban a los barrios de abajo (el C


    43. En materia de juegos, el fútbol era el preferido, y Jacques descubrió, desde los primeros recreos, la que sería su pasión de tantos años


    44. Al fin y a la postre, había preferido complacer a unos sacerdotes corrompidos y a una masa fácil de manipular y el resultado había sido que un hombre inocente e indefenso había terminado en una cruz


    45. No nos abandona, pero ha preferido convertirse en el más miserable y desamparado de los seres porque es la única forma que tiene de lavar en vida sus pecados y evitar la perdición eterna el día de su muerte


    46. Urco Capac le apreciaba por su prudencia y su modestia, aunque hubiese preferido que participase más activamente en las decisiones del Consejo, ya que las raras veces que salía de su abstracción, sus juicios solían ser plenamente acertados


    47. Al declarar sus intenciones de hacerlo provocó serias divergencias entre los Buscadores Veteranos, la mayoría de los cuales habría preferido abandonar inmediatamente ese planeta


    48. – Habría preferido tener a Chur en el puente pero Tully necesitaba vigilancia, los kif andaban sueltos por el sistema y el tiempo estaba en su contra; no era un buen momento para ir recorriendo los pasillos


    49. Hubiese preferido cazar en las colinas, era otra clase de matanza: una muerte limpia


    50. Si hubieran estado al otro lado de Mkks, habría preferido morir antes que permitir algo así














































    1. En la revista Punto Final, en 1972 Augusto escribió: "La derecha odia a Canal 9 porque damos preferencia a las noticias y posiciones de los diversos sectores del pueblo, porque atacamos sin clemencia al imperialismo y no titubeamos en usar un lenguaje duro contra la reacción; porque preferimos darle tribuna a la señora de la Junta de Vecinos antes que reproducir una declaración de un personero de la derecha…»


    2. Eso es lo que cuesta poner buena cara al mal tiempo y por ello preferimos siempre la mentira inconsciente: mentir con decisión es muy complicado y cuesta esfuerzo


    3. - Preferimos jugárnosla en un combate


    4. – Preferimos esperar y ver si recibimos noticias de nuestro agente


    5. Preferimos minimizar nuestras actuaciones


    6. Para una estancia de quince días, el gobierno peruano no exige vacunación alguna; pero nosotros preferimos que tengáis al día la vacunación de tétanos y de hepatitis A y B


    7. Preferimos identificarnos con pequeñas y fácilmente aislables fracciones de la cultura total


    8. Preferimos que los goblins se vayan en paz


    9. En realidad, casi preferimos jugar en el suelo


    10. Baste con decir que preferimos mantenernos al margen

    11. Pero decía que los hombres gustan de matar violentando los cuerpos desde fuera, mientras que las mujeres preferimos la destrucción interior, que es más sutil


    12. Y un amable gracias-pero-no… Papá, preferimos hacerlo solos


    13. Este tipo de cosas preferimos resolverlas amigablemente


    14. Preferimos elegir una sola vez, o aceptar la configuración por defecto que nos dan las compañías de software, y dejar las cosas tranquilas


    15. Vosotros queréis, en lo posible, eliminar el sufrimiento -y no hay ningún «en lo posible» más loco que ése -; ¿y nosotros? – ¡parece cabalmente que nosotros preferimos que el sufrimiento sea más grande y peor que lo ha sido nunca! El bienestar, tal como vosotros lo entendéis – ¡eso no es, desde luego, una meta, eso a nosotros nos parece un final! Un estado que enseguida vuelve ridículo y despreciable al hombre, – ¡que hace desear el ocaso de éste! La disciplina del sufrimiento, del gran sufrimiento – ¿no sabéis que únicamente esa disciplina es la que ha creado hasta ahora todas las elevaciones del hombre? Aquella tensión del alma en la infelicidad, que es la que le inculca su fortaleza, los estremecimientos del alma ante el espectáculo de la gran ruina, su inventiva y valentía en el soportar, perseverar, interpretar, aprovechar la desgracia, así como toda la profundidad, misterio, máscara, espíritu, argucia, grandeza que le han sido donados al alma: – ¿no le han sido donados bajo sufrimientos, bajo la disciplina del gran sufrimiento? Criatura y creador están unidos en el hombre: en el hombre hay materia, fragmento, exceso, fango, basura, sinsentido, caos; pero en el hombre hay también un creador, un escultor, dureza de martillo, dioses-espectadores y séptimo día: – ¿entendéis esa antítesis? ¿Y que vuestra compasión se dirige a la «criatura en el hombre», a aquello que tiene que ser configurado, quebrado, forjado, arrancado, quemado, abrasado, purificado, a aquello que necesariamente tiene que sufrir y que debe sufrir? Y nuestra compasión


    16. Aunque nuestra colaboración musical progresaba despacio, nuestra amistad se estrechó y pronto preferimos una relación sentimental a una laboral


    17. ” Nosotros, ¿no es verdad, Babal? —dijo el señor de Guermantes dirigiéndose al de Bréauté—, preferimos: Les rendezvous de noble compagnie se donnent tous en ce charmant sejour


    18. Preferimos mantener a un tercio de la población a base de lo que producen los campos


    19. A ese ser, a esa mujer a la que no diremos que nos ama, pero que nos fastidia, preferimos la compañía de cualquiera otra sin su encanto, ni su atractivo ni su ingenio


    20. 24 Preferimos dejar la expresión Tableau (literalmente: cuadro), que se refiere a una

    21. Somos gente normal y corriente, y por eso preferimos arriesgarnos y confiar en ese diez por ciento de posibilidades de vivir»


    22. Los científicos preferimos evitar las aproximaciones


    23. Preferimos que las mujeres paguen la mitad al irse, al menos durante un tiempo


    24. (En ocasiones nosotros mismos llevamos moscas en un frasco y provocamos la acción, pero en general preferimos esperar que las condiciones se den por casualidad


    25. “Preferimos el balazo marxista al abrazo derechista”, había escrito algún joven pesimista en una fachada triste


    1. preferir sexualmente a los varones heterosexuales y mantienen excelentes relaciones


    2. para preferir los riosYaguarey y el que encabeza con él, pues ambos son conocidos, caudalososy


    3. guerra, lareina puede preferir un grupo de beligerantes y el rey otro


    4. pasado por laimaginación que Ventura puede preferir un trasto


    5. las impulsabaa preferir los sombreros de Madrid a losque hacía Rita, la sombrerera de


    6. preferir lagarantía exclusiva de los Estados Unidos


    7. filósofo, que parece preferir lainconsecuencia ó la oscuridad del lenguaje, á los fatales corolarios


    8. Su carácterreceloso y sórdido le hacía preferir siempre el trabajo al descanso


    9. podido preferir y elegir una de las tres


    10. a preferir supropia voluntad y su propia conveniencia a las de

    11. Creo haber acertadoal preferir los facsímiles ejecutados sobre zinc


    12. Puede condicionarse a las ratas a preferir un tipo determinado de pareja por medio de un estímulo, como por ejemplo, que miembros del sexo opuesto huelan a limón


    13. Conocía esos hábitos de llevar el dinero prendido del cinturón, de bailar danzas de pareja suelta, de preferir los instrumentos de plectro, de echar los gallos a pelear, de armar grandes borracheras en torno a un asado


    14. –Su señora va a preferir éste; es un artículo muy superior, un color precioso, sobrio y elegante a la vez -dijo extendiendo un chal gris muy abrigado y echándolo sobre los hombros de Jo


    15. -¿No tiene usted ningún motivo para preferir en el extranjero mejor que en Inglaterra?


    16. Mire que preferir dejar la conferencia por un circo, por ese circo vagabundo…


    17. Era un sentimiento del linaje de la envidia, Andrés; pero mucho, muchísimo más fuerte; era el egoísmo llevado al extremo de preferir la conservación propia a la existencia de todo el resto de la humana familia; era una aspiración brutal a aislarme en el centro del planeta devastado, arrojando a todos los demás al abismo, para quedarme solo con mi hija; era un vivísimo deseo de cortar todas las manos que quisieran asirse a la tabla en que los dos flotábamos sobre las embravecidas olas


    18. Tales dificultades obligáronme a preferir en casi todas las novelas de la segunda serie la narración libre, y como en ellas la acción pasa de los campos de batalla y de las plazas sitiadas a los palenques políticos y al gran teatro de la vida común, resulta más movimiento, más novela, y por tanto, un interés mayor


    19. «Yo le alabo a usted, señor capellán, el gusto de preferir la religión a la guerra


    20. ¿Qué quiere decir eso de rebuscar y exprimir las plantas para comerciar con su jugo? Pues es codicia, es preferir lo humano a lo divino, y lo menudo a lo grande

    21. Si me estaban siguiendo, o bien había despistado a mi perseguidor o el que me seguía era lo bastante experto en el juego para preferir perder al objetivo a evitar quedar expuesto


    22. Pero estas dos explicaciones, aunque inversas, ¿no explicaban el mismo hecho? ¿Había alguna razón para preferir la explicación de Lavoisier a la de Stahl? Sí, la había, porque la teoría de Lavoisier sobre la transferencia de gas podía explicar los cambios de peso durante la combustión


    23. La mayoría de los lectores podría preferir mayor claridad en el orden


    24. Naturalmente, los hombres deberían preferir la cantidad correcta de grasa: demasiado poca podría ser un presagio de fracaso en la lactancia, pero demasiada podría señalar dificultades para caminar, pobre capacidad de obtención de alimentos o muerte prematura por diabetes


    25. Había dicho a Julia que regresaría; que dejaba dinero para que le hiciesen de comer, porque en la fonda del pueblo le daban todo muy escaso, y no le atendían, por preferir a los oficiales superiores


    26. El Ministerio suele preferir ser conservador en sus operaciones financieras


    27. Vivía en su nueva casa de La Manga, dueña absoluta de su destino, con un marido que volvería a preferir entre todos los hombres del mundo si hubiera tenido que escoger otra vez, con un hijo que prolongaba la tradición de la estirpe en la Escuela de Medicina, y una hija tan parecida a ella cuando tenía su edad, que a veces la perturbaba la impresión de sentirse repetida


    28. Y, en aquellos Tiempos Duros, cuando tantos morían de hambre y sin gloria, un hombre tenía todavía más razón para preferir morir por la espada o por el cuchillo de sacrificio


    29. El señor Beasley pareció quedar sumamente complacido con tal respuesta y a continuación procedió a contar con todo detalle por qué en el transcurso del tiempo había empezado a preferir los vinos sudafricanos a los franceses


    30. Por eso la gente suele preferir a los segundones efectistas tanto entre los jinetes como entre los cantantes

    31. Otros, en cambio, después de haberlo escuchado, se alejaban contristados, convencidos de que era un tránsfuga o un mentecato y más que nunca decididos a no hacerle caso y cumplir el milenario proverbio que exhorta a preferir un mal ya conocido que un bien no experimentado


    32. Educado y habiendo vivido en pequeños y amenos valles recorridos por los céfiros corteses de los «por favor», «te agradecería», «ten la bondad» y «has sido muy amable», el príncipe ahora, cuando charlaba con don Calogero, se encontraba, en cambio, al descubierto en una landa azotada por secos vientos, y con todo y preferir en lo más hondo de su corazón las quebradas de los montes, no podía dejar de admirar el ímpetu de aquellas corrientes de aire que de los acebos y cedros de Donnafugata arrancaba arpegios nunca oídos


    33. decirlo, pero, aparte de esto, Spurgeon vivía solo en su isla, y en raras ocasiones llegaba incluso a preferir esta soledad


    34. Si, por ejemplo, un praefectus fabrum del ejército busca diez mil camisas de cota de malla, diez mil cascos, diez mil espadas y puñales y diez mil lanzas, ¿no va a preferir dirigirse a una localidad en la que le baste con ir de una fundición a otra, en lugar de tener que perder el tiempo buscándolas en sitios muy distintos? ¿Y no le resultará más fácil al propietario de una pequeña fundición de diez libertos y diez esclavos, por ejemplo, vender lo que produce sin tener que pregonar los artículos por toda la ciudad, teniendo ya de antemano asegurados los clientes?


    35. Mientras que otros, siguiendo las más extravagantes fantasías, creen firmemente que existe gente en el mundo con gusto tan depravado para preferir infinitamente un solo bocado de came humana a un buen asado de vaca y un pudín de ciruelas


    36. La ola de rebelión que sigue, y quizá la agitación general del país en el curso de los años 1842-1843 hacen preferir en 1844 el régimen pensilvano del aislamiento absoluto, elogiado por Demetz, Blouet y Tocqueville


    37. Igualar a Dios en la ciencia, preferir la cultura y la inteligencia a la imbecilidad de los obedientes son otros tantos pecados mortales


    38. En el lado creativo están los hombres que pasan su tiempo en laboratorios, o sobre microscopios y telescopios, de lado a lado están los hombres que dominan el mundo comercial, político, y científico; en el lado negativo están los hombres que pasan su tiempo investigando antecedentes legales, hombres que confunden la teología para la religión, los estadistas que yerran por derecho, y todos los millones que parecen preferir lo precedente al progreso, que eternamente están mirando hacia atrás en vez de adelante, quienes solamente ven el mundo externo, pero no saben nada del mundo interior


    39. No, más bien debió preferir guardar silencio y perderse en algún lugar remoto sin nombre, llevándose sus recuerdos


    40. y determinar lo que solía preferir en el pasado; pero había un campo en el que, como mínimo, era su

    41. Shakir me daba la impresión de preferir los arranques de energía antes que el esfuerzo sostenido; pero había equilibrio y sagacidad tras sus locas maneras


    42. No obstante, a medida que los años se convierten en siglos, descubren que sienten nostalgia de un lugar en el que nunca estuvieron; y comienzan a preferir los climas septentrionales, mientras Draco se enrosca entre la Osa Mayor y la Menor, cada vez más cerca de los fríos polares


    43. ¿Quién iba a preferir un poni a todo el universo? Era mucho más interesante y no había que lavarlo a conciencia una vez por semana


    44. Como por su instinto de mujer apreciaba en los hombres determinadas cualidades de sensibilidad, que se le hubieran escapado a su amante o que lo hubieran hecho reír, sabía distinguir y preferir en seguida de entre todos los demás al amigo de Saint–Loup que le tenía verdadero afecto


    45. En el matrimonio de Cambremer, por ejemplo, la duquesa, de haber vivido entonces en ese medio, hubiera decretado que la señora de Cambremer era estúpida, y, en cambio, que la persona interesante, mal conocida, deliciosa, relegada al silencio por una mujer charlatana, con valer mil veces más que ella, era el marqués, y hubiera sentido al declarar esto la misma índole de aplacamiento refrigerador que el crítico que, al cabo de setenta años que viene admirándose de Hernani, confiesa preferir a esta obra el Lion Amoureux


    46. No sólo había visto a Bellini, a Winterhalter, a los arquitectos jesuitas, a un ebanista de la Restauración pasar a ocupar el puesto de unos genios de quienes se decía que estaban cansados ya, simplemente porque los ociosos intelectuales se habían cansado de ellos, como están siempre cansados y son mudadizos los neurasténicos: había visto preferir en Sainte-Beuve sucesivamente al crítico y al poeta, y renegar de Musset en cuanto a sus versos, salvo algunas obrillas harto insignificantes


    47. ” La “tormenta de aplausos” se lleva a rastras las últimas resistencias del lector de sentido común, que encuentra ofensiva para la Cámara, monstruosa, una manera de proceder que en sí misma es insignificante; si a mano viene, un hecho normal, por ejemplo: querer hacer pagar a los ricos más que a los pobres, proyectar luz sobre una iniquidad, preferir la paz a la guerra, le parecerá escandaloso y verá con ello una ofensa a ciertos principios en que no había pensado, en efecto, que no están inscriptos en el corazón del hombre, pero que impresionan vigorosamente merced a las aclamaciones que desencadenan y a las compactas mayorías que reúnen


    48. Y puede permitirse preferir un sendero a media costa que conduce al curato de Meudon o a la Ermita de Ferney, a igual distancia del valle de los Lobos, donde René cumplía soberbiamente los deberes de un pontificado sin mansedumbre, y las Jardie, donde Honorato de Balzac, azuzado por los oficiales de justicia no dejaba de cacografiar para una polaca, como abnegado apóstol de la jerigonza”


    49. El caso es que, durante mucho tiempo, pude dudar entre todas, que mi elección se paseaba de una a otra, y cuando creía preferir a una, bastaba que me hiciera esperar, que no quisiera verme, para sentir por ella un comienzo de amor


    50. Esta constante aberración de la crítica es tal que un escritor debería casi preferir ser juzgado por el gran público (si éste no fuera incapaz de darse cuenta ni siquiera de lo que un artista ha intentado en un orden de investigaciones que le es desconocido)















    1. Antes de entrar en cualquier sitio, preferí caminar un poco más hasta la plaza que


    2. Preferí no dejar el coche en el interior del aparcamiento


    3. preferí los arrabales, los callejones sombríos, lasmárgenes pintorescas del Pedregoso o las


    4. varios amigos, y a la noche comí en casa deDoney, pues preferí cenar aquí antes que


    5. Yo preferí emplearlo en otra


    6. Preferí hacer un gesto afirmativo


    7. Una vez acabado el acto, preferí no comentar con Barras mis impresiones, no me pareció oportuno; bastaba con ver su cara para comprobar que estaba furioso


    8. Preferí optar, a tientas, por la otra vía


    9. Siendo yo tan temerosa del dolor físico no encuentro la razón por la que preferí someterme a la intervención con plena lucidez


    10. No pensé que se tratara de algo contra mí, ni mucho menos, siempre conté con su confianza y su estima, simplemente deduje que deseaban estar solos y preferí comunicarme con ellos por teléfono y por carta

    11. Taladré un agujero en la pared del baño para verla desnuda, pero eso me ponía en tal estado de turbación, que preferí volver a tapiarlo con argamasa


    12. —¿Qué? —Fernando me miraba con los ojos muy abiertos, y en ellos una luz de alarma que preferí ignorar—


    13. Y como yo no estaba seguro de la eficacia de las virtudes de aquel Azufre rojo, preferí recoger las piedras preciosas y las perlas


    14. Preferí no revelar que todos los años mandaba dinero a ACTMAD y que me consideraba una ardiente defensora de la organización


    15. Quería entrevistarme acerca del homicidio de Susan, y preferí no hablar con él


    16. Dejé Black Mountain la mañana siguiente, que era lunes, y Wesley quiso acompañarme pero preferí ir sola


    17. Yo siempre preferí la iglesia, como lo sigo haciendo


    18. Pero, como digo, la oscuridad era tan densa que preferí posponer para el día siguiente un más exhaustivo reconocimiento del terreno y de cuanto formaba aquel huerto, propiedad del viejo Simón, «el leproso»


    19. Por eso preferí ponerme en contacto con mis colegas extranjeros antes de efectuar investigaciones a través de los ministros de Asuntos Exteriores


    20. Podía haber dado aviso en la comisaría unos momentos antes si me hubiese vuelto en aquella dirección, pero preferí no correr el riesgo

    21. Preferí traérselo antes de husmear en su cuenta de correo electrónico


    22. Al punto comprendí que era una eximia jinete, y debo confesar que preferí el camino a las zarzas y zanjas por las que ella avanzaba con tanta facilidad


    23. No volví directamente, preferí hacer un poco de ejercicio para calmar los nervios


    24. Allí la tensión era todavía más acusada, por lo que preferí evitar la ciudad durante algún tiempo


    25. Preferí volver a mis largas vigilias, a mis vacilaciones de siempre, a mis circunloquios, a mi propia imaginación


    26. – Me asombraba que semejante personaje estuviera enamorado de Midori, pero preferí callar


    27. ¡Ni hablar de ello! Preferí robar la de un paracaidista dormido


    28. Era tan desagradable el escaso aire que penetraba por las escotillas cuando caminaba por la cubierta baja que preferí hacer las rondas matinales antes de desayunar, pues olía a cerrado, un olor fétido y desagradable el que impera ahí abajo, pese a mis mangueras de ventilación


    29. Había decidido un cambio, en vez de mis caracolas preferí llevar mi tarro de lombrices a casa de la señorita Maricela


    30. –Precisamente porque alcancé ese conocimiento fue por lo que preferí vivir entre los indios

    31. Puestos a elegir con quien habérselas a la hora, a veces insoslayable, de tratar con gente que hace el mal, preferí siempre a aquellos capaces de no acogerse más que a su propia responsabilidad


    32. Preferí no tocar la ventana izquierda de la nariz, hacia donde se había inclinado el tabique, pero raspé con el dedo la costra de sangre e intenté introducir la uña en el orificio derecho para extraer parte de la masa negruzca que taponaba el caño


    33. Pero no me convenció, y preferí no invitarla


    34. Preferí invertir el orden y empezar por el destierro de los reyes


    35. Con todo, preferí no hablar del incidente; ya que no había tenido valor ni poder para impedirlo, me hubiera dolido demasiado, si hablaba bien de la víctima, hacer que se asemejasen a las satisfacciones de la crueldad los sentimientos que animaban a los verdugos de la debutante


    36. –Porque, a fin de cuentas, preferí esto – contestó el Interventor -


    37. Durante unos segundos pensé en correr y alcanzarlos, los vi entrar en un jardín protegido por setos cortados en forma de pórtico, pero preferí reflexionar unos instantes


    38. –Te estaba esperando fuera, pero llegué adelantado -se disculpó- y preferí entrar un momento, parece que perdí la noción del tiempo


    39. Pero mi humor era probablemente visible en la actitud de indiferencia y disgusto que preferí adoptar


    40. Delante, varios lagos me impedían el paso: en vez de volver hacia la calzada, preferí circunvalarlos y tomar la dirección del canal, por la zona en la que iba antes, hacía ya mucho, a rondar de noche en busca de placer

    41. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga


    42. Yo preferí mostrarme cauto


    43. Después de un momento de descanso en las orillas del Vinicapara, y de una visita a la población del cacique, este último me prometió llevarme al pie de la montaña por un rodeo; pero, en vista de las numerosas dificultades que se presentaban, preferí volver a la desembocadura del Cumaná, donde los caciques de los alrededores vinieron a traerme diferentes regalos consistentes en productos raros del país»


    44. Yo preferí emplearlo en otra cosa»


    45. Yo preferí no creer que se refería al peligro


    46. Por eso preferí callar


    47. Gabo: Tardé un poco más de lo que hubiese deseado porque estaba con los exámenes de fin de carrera y preferí no interferir con preocupaciones


    1. Mientras que Néstor prefería el cine y la tranquilidad en


    2. esas cosas y prefería tener la casa hecha un desastre, antes de tener que estar


    3. Héctor prefería comer en el José


    4. Pero las excursiones que prefería Nieves eran las que hacía a


    5. El tío prefería quedarse en la mesa


    6. deánimo, prefería descansar en la idea de que allí estaba


    7. acompañante prefería estar al descubierto,tener anchuras, ver a lo lejos y sentir


    8. Trajanoque prefería el leve y sutil sonido de las perlas


    9. cuantopodía, monopolizar la palabra y prefería el diálogo en que todoshablasen


    10. instrumento de Lerma, y no lerompió porque prefería un enemigo de quien podía

    11. Prefería la vida estúpida y


    12. que arroban la imaginación, prefería esasleyendas de audaces


    13. No obstante,había quien la prefería a Presentación


    14. Prefería pasar la tardesumiéndome en el estudio, para no pensar en nuestra situación


    15. prefería cualquiercosa a la contemplación de tales vergüenzas


    16. a la que siempre lloraré, la prefería a todas lasflores


    17. Prefería los films en que aparecen señoraselegantes y todos los hombres van vestidos de frac


    18. En los cafés jugaba al billar ó al dominó, aunque prefería el papel deespectador, con el santo fin de


    19. Por eso prefería los viajes á la Habana


    20. Prefería verlo en relaciones con una mujer de mundo, que perdido entrelos

    21. Prefería la realidad: aquel silencio de lacatedral que le envolvía en una dulce caricia; la calma


    22. que prefería el sueño á la comida, erapreciso hacerle el gusto, con lo cual se iría acostumbrando á


    23. Los días de fiesta, el escudero prefería pasarlos en su propia covacha,jugando a los


    24. cumplía sólo en las partes ypor el tiempo que a su esposa le parecían bien; si ella prefería


    25. Ana veía en los pormenores de la vida de beata mil motivos derepugnancia; pero prefería


    26. Prefería pasearpor el tablado, haciendo


    27. prefería pasarlas por alto, estaban en pugna con las ideaspropias; «al fin no en balde habían


    28. Benítez era joven, pero prefería hacerla digestión sentado y fumando un buen


    29. Prefería marchar á pie ó emplear los mismosmedios de locomoción de la gente poco adinerada


    30. humillarse tanto y perder tan en absoluto sudignidad, la Bringas prefería que su

    31. La sociedad meticulosa de la época prefería la desgracia de sus


    32. Acaso en el fondo prefería estar solo para llorar a susqueridas


    33. gesto decansancio: prefería quedarse en su camarote


    34. Prefería inspirar la envidia que había


    35. losparientes, prefería bajar al salón, a pesar de su


    36. Antes quepasar solo el resto de la tarde, prefería la


    37. Entre sus escaparates acuáticos prefería el marcado con el


    38. la prefería trabajosa y miserable a la cómoda sujeción delasilo


    39. declaró que no estaba por lasala roja y que prefería el


    40. Miguel prefería estasvisitas por representación

    41. No; prefería a Gallardo, que era untorero


    42. prefería a las funciones más solemnes y magníficas


    43. fuesennecesarias dentro del estómago y acaso sí perjudiciales, prefería porregla general el uso


    44. anunciado que prefería una tarima y aun el duro suelo


    45. ledejaran solo, pues para vivir entre espías o traidores, prefería estarsolo con el leal y


    46. Pilar prefería el manantial


    47. curativos, dejando las sobas cuandoel paciente prefería las hierbas


    48. Pero continuamente posponía la escritura, en parte porque prefería estar de pie y no sentada ante el escritorio, y en parte porque no conseguía establecer el proceso en su mente con la suficiente claridad para volcarlo en palabras


    49. Ella prefería trabajar con los pinceles que ella ya le


    50. Kitiara prefería dormir en su improvisado cuarto del sobrado, aunque estaba lejos de la lumbre














































    1. Anuncié a todo el mundo que tenía la intención de escalar junto con mi padre, que era sordomudo, y que preferíamos sumarnos a un grupo experimentado


    2. Pero lo que preferíamos era recorrer el interior de la casa y contemplar los cuadros


    3. Queríamos toda la publicidad y apoyo posibles, pero preferíamos hacer las cosas con calma y de acuerdo con nuestros gustos


    4. Para ir a Afganistán necesitábamos una intérprete y preferíamos, si era posible, que fuera una mujer


    5. De los hijos preferíamos no hablar, porque cada vez que los mencionábamos crecía un abismo entre los dos; yo andaba triste y él huraño


    1. Todos ellosevitaban deliberadamente lo popular, y preferían la poesía erudita, locual explica que encontremos en sus obras pobres sentencias y prosáicossilogismos, en vez de la expresión espontánea del sentimiento, ymanoseadas frases en vez de verdadera pasión


    2. legendaria frialdad de la sangre rusa hasta el punto de que preferían acordarse una pausa para


    3. entonces preferían pasarla juntos en el chalet


    4. vivos deseosde ir al baile, preferían permanecer en casa aquebrantar los principios


    5. Malvina con los de su tertulia preferían elbillar


    6. Hasta preferían esto á la escuela,orgullosos de la precoz independencia que su


    7. disposición, los reyes preferían viviren estos cuartos, por estar dentro de la catedral, cerca de


    8. ydesinteresados caballeros de San Juan preferían ya las comodidades desus palacios á


    9. cuerpos, y lo preferían, con toda suastrosidad, a las ropas usadas que fuesen mejores


    10. movimiento, órdenes confusas, broma, vacilaciones, unos quese quedaban y de repente preferían

    11. Preferían loshércules silenciosos, las


    12. primer lugar en todo lo que ejecutaban, y así preferían


    13. hombres muy maduros: los mozos preferían lastertulias de


    14. Preferían los dos verse por la


    15. en general preferían lucirse en el palco de laEmpresa, de Emma, que estaba al lado de la


    16. cantores la preferían para susnidos, que las rosas se ponían en


    17. Los constructores artesanales preferían las formas simples, no por motivos estéticos o utilitarios, sino, justamente, para simplificar las cosas


    18. A Barriss y a Anakin no les preocupaban en absoluto tales mundanerías, y preferían dejar los detalles del encuentro a sus Maestros


    19. Muchas familias no lograban sostener aquel maratón, y preferían alquilar a plañideras profesionales para que realizaran el trabajo


    20. Resultaba difícil explicarle a alguien que usaba a diario una pequeña piscina, que las princesas europeas preferían los perfumes y afeites al agua corriente, y que con frecuencia utilizaban pelucas para ocultar sus liendres y piojos

    21. Hacia el final de aquella larga jornada, los hombres descubrieron que preferían la inmovilidad


    22. Algunas personas preferían ver el acontecimiento en vivo


    23. Los egipcios preferían las profesiones de sacerdotes o escribas, conformándose con llevar u organizar alguna oficina burocrática que pudiesen transmitir a sus hijos


    24. La verdad es que, especialmente en los primeros tiempos, muy raramente proclamaban los artistas su vocación: preferían enmascararse bajo títulos como el de sumo sacerdote de Ptah


    25. En cuanto al acusado, muchos recordaban haberle visto tan amable, apuesto y liberal, que preferían creer que se había urdido contra él alguna trama por parte de alguno de aquellos enemigos que encuentran en el mundo las personas extraordinariamente ricas, y que poseen los medios de hacer el bien o el mal de un modo maravilloso


    26. Sus padres preferían el J


    27. Unas veces preferían la variedad de hoja verde y brillante; otras les daba por la hoja moteada


    28. Carmaux y Van Stiller, que preferían las botellas a aquella endiablada gimnasia, se metieron en un ángulo del salón, en el cual había mesas provistas de variados vinos de España


    29. Adivinaba la cara de las personas por la forma de caminar y por los zapatos; los hispanos usaban rojos con tacón, los negros y mulatos preferían amarillos puntiagudos, los chinos eran de pies pequeños, los blancos tenían las puntas levantadas y los tacos gastados


    30. Las extravagancias intelectuales de su familia y su amistad con el ascensorista de la biblioteca le desarrollaron la curiosidad; en un lugar donde los hombres apenas leían la página deportiva de los periódicos y las mujeres preferían los chismes de artistas de Hollywood, él había leído por orden alfabético a los más notables pensadores desde Aristóteles hasta Zoroastro

    31. Algunos nunca dejaban el monasterio, porque preferían seguir los pasos de sus maestros, los lamas


    32. A los dragones más grandes y viejos les gustaban en especial estas cuevas, puesto que a menudo preferían la soledad y, además, vivir por encima del nivel de la cuenca les hacía más fácil levantar el vuelo


    33. Preferían las monedas, que al menos pesaban en los bolsillos, sonaban sobre el mostrador y brillaban, como dinero de verdad


    34. Al igual que él, estaban agotados tras todo lo que había sucedido en aquella jornada, y era evidente que preferían observar y escuchar que participar activamente en la conversación que estaba a punto de iniciarse


    35. Todos, sin excepción, preferían tratar con mi madre, que era tan joven como las suyas, muy rubia y apacible en apariencia, pero aquella tarde aprendieron que Julio Carrión era un hombre extraordinario, y esa condición se reveló con una intensidad que nunca habían sospechado cuando me acomodó en el asiento trasero y, antes de coger el volante, se quedó de pie junto a la puerta, les miró, les sonrió y les dio las gracias por haber ayudado a su hijo


    36. Las cortinas y las tapicerías del mobiliario se renovaban rara vez, con lo cual cobraban pronto un aire gastado, destartalado: casas de buen gusto que daban la impresión de estar habitadas por personas que tenían siempre prisa, gente poco casera que preferían dejar las casas como estaban, en vez de tenerlas que cuidar


    37. Como de costumbre, se deleitaban en cuánto sabían en comparación con los que no estaban dentro, y preferían mantener las cosas así


    38. Mustafá y Rafi no, pues, tras breve reflexión, decidieron que preferían oír el ruido,


    39. Otras damas de la aristocracia habrían optado por ir en litera, sobre todo con aquel tiempo, pero ellas eran Julias y preferían caminar, facilitando su tránsito por las Fauces Suburae los dos hijos de Decumio, que abrían paso en la espesa capa de nieve arrastrando los pies


    40. La mayoría de las mujeres comentaban que preferían la personalidad al aspecto, igual que lo afirmaban los nombres; sin embargo, las apariencias ganaban siempre

    41. Los escasos transeuntes desparejados a los que interrogó le dijeron que ellos preferían vivir solos y que nunca habían querido tener compañía permanente


    42. Los cristianos también preferían percibir tributos del moro en lugar de arrebatarle sus tierras


    43. Por supuesto, los cristianos no ignoraban que las tierras musulmanas eran más fértiles que las suyas, pero preferían explotarlas indirectamente, a través de los impuestos o parias


    44. Parte de esta carne, y no siempre los mejores bocados, alcanzaba al siguiente nivel de la escala social, el de las clases medias, que preferían no averiguar de qué estaba hecho el salchichón cuando algún vendedor ambulante se les acercaba en los alrededores del mercado y les susurraba: "Tengo embutidos recién llegados de la sierra, caballero; son de pueblo, señora: de toda confianza"


    45. Las vocales no se indicaban, y como los israelitas posteriores preferían no usar el nombre por razones supersticiosas, no se sabe con certidumbre cuáles eran las vocales


    46. Mandaban los ulemas que no estaban interesados en potenciar el turismo; al contrario, preferían que viniera el menor número posible de extranjeros al país


    47. Otros animales, por ejemplo los caballos, vieron disminuir su número al reducirse el medio que ellos preferían


    48. Aunque los caballos estaban acostumbrados a permanecer expuestos a los elementos naturales y generalmente lo preferían, Whinney y Corredor se habían criado entre la gente y estaban acostumbrados a compartir las habitaciones humanas, e incluso los ambientes ahumados


    49. La gran diversidad de la vegetación atraía a muchas especies de animales pacedores y ramoneadores que en sus migraciones estacionales preferían clases o partes específicas de diferentes tipos de hierbas y plantas con hojas


    50. En otras épocas se dividían en grupos más reducidos, a veces no mucho mayores que una familia extensa, pero generalmente preferían juntarse en manadas de tamaño considerable










































    1. –He intentado decírtelo muchas veces, pero tú preferías aceptar la visión ingenua de esos pisaverdes que te rodean y que se dicen tan «avanzados»


    2. –¿Por qué tienes aquí tantas cosas? Habría imaginado que preferías trabajar en casa


    3. Y, recordando que de todos los coches preferías el Rolls, había encargado uno


    1. podremosseguir viviendo en el castillo, si no preferís tener una


    2. ¿O preferís cobrar por estar sentado?


    3. —¿No preferís creer en los demonios?


    4. Pero si preferís una invitación, en este mismo momento os estoy invitando —dijo Rufus afablemente


    5. acaso preferís pasar la noche a este lado del río?


    6. El primer individuo o grupo que nos dé la situación de su planeta recibirá un billón de dólares platino, válidos en toda la Galaxia, o si preferís, el equivalente de la suma en vuestra moneda


    7. —¿Acaso preferís un ataque directo y de inmediato, Myrelle Sedai? —Habríase dicho que le preguntaba si prefería el té amargo o dulce—


    1. En cualquier caso, que decida el espíritu qué prefiere, el sufrimiento


    2. La orilla o borde que si lo prefiere, es cubierto de guijarros redondos y bien pulido


    3. Nosotros en cambio, es natural y como he dicho, no encontramos la más mínima vergüenza para exteriorizar; mi amigo y su mujer de pelo rubio prefiere masoquismo y desató estos instintos al ser azotado por aquellos de nosotros siente la necesidad en lugar de la violencia


    4. Prefiere la posibilidad de alcanzar el cielo, con el


    5. (3) El especialista alemán en campañas electorales Peter Radunski, al referirse a estudios comparativos sobre campañas (cuyo campo es Inglaterra, Francia y Bélgica), concluye que el observador interesado prefiere seguir las campañas por televisión porque: “


    6. que hay algo dentro de usted que prefiere tener la razón en lugar de estar en paz?


    7. ¡Cabesang Tales está abajo y me haacompañado hasta aquí! Vuelvo á repetirle,¿viene usted con nosotros ó prefiere esponerse álos resentimientos de los míos? En los momentos graves, declararseneutro es esponerse á las iras de ambos partidos enemigos


    8. —Creo que Elena prefiere los rubios


    9. bien con los suyos, prefiere vivir casi solo enaquella casa, contando sus miles de duros y


    10. Dios prefiere a los pecadoresarrepentidos

    11. Gales, ni cabria entre ellos un cabellode mujer ( Paula, chica dueña, cual las prefiere él), porque


    12. La «planchadora», por el contrario, prefiere


    13. indispensable emplear un añoentero en la ida y vuelta de estas espediciones, se prefiere llevardirectamente


    14. crecientes devastadoras; razon por laque se le prefiere aun á pesar de los saltos que suele tener en


    15. el amante que prefiere amar, aun sincorrespondencia, a que se desprenda y aparte el amor de su


    16. laregion de las sensaciones, que prefiere al goce eldeber


    17. experimentado confrecuencia, cuando se prefiere a la pompa


    18. atrasada aún y prefiere lo burdo a lo fino? ¿Oconsistirá esto en que el


    19. que prefiere que se la designe aún con elnombre de albergo, en vez del moderno de


    20. El gobernador prefiere las onzas; Cullen esentregado a

    21. ¿Le prefiere Laura? Pues todo su


    22. ¿Yusted prefiere mejor


    23. Tiene alma de luchador y prefiere


    24. miserable que prefiere seguir gimiendo, cual una lobahambrienta por los caminos,


    25. En fin, estoy como un reloj, que es la expresiónque usted prefiere


    26. hombre entendido yde buen juicio prefiere su honra a todo el dinero del mundo


    27. prefiere quedarse al ladode su hermana, diciendo que los


    28. Los defectos del tabaco en un pais de jeneral consumo sonbien conocidos del público, y porque los conoce, es porque seretrae lo posible de su compra, y prefiere malo por malo el


    29. cavilación, si lo prefiere así, era la que le


    30. En los casos rebeldes ó mas graves, se prefiere el hidroclorato ó el acetato al

    31. —¿Que lo prefiere a qué?


    32. Las más de las personas cumplen su deber sólo con visible esfuerzo, de tan mal talante que aquel por quien se sacrifican prefiere prescindir de tal manifestación de simpatía


    33. Satur lleva gafas de intelectual y prefiere que le llamen anticuario a chamarilero, eso es cuestión de gustos


    34. 2º Si alguna persona lo duda, no tengo el más mínimo inconveniente en presentarle un certificado médico o si prefiere, en comprobarlos personalmente


    35. El adiestrador Joel Silverman, que siempre prefiere un acercamiento positivo si puede elegir, nos dice: «No hay ninguna forma agradable de lidiar con la agresión depredadora


    36. Si prefiere trabajar con correa, puede colocar los dedos entre sus hombros y la correa y entonces hacer un ligero movimiento hacia abajo con la correa para comunicarle la dirección en la que quiere que vaya


    37. un tipejo japonés se volvió, y me dijo nariz con nariz: «¿a quién prefiere?», ni siquiera tenía programa


    38. –Él prefiere pasar solo una o dos noches, señor Stackpole


    39. Prefiere creer en el bien y no en el mal


    40. Y si hay alguno al que no le gusta el café, dice que le sienta mal al estómago y que prefiere tomar manzanilla

    41. , o si se prefiere, guardar silencio


    42. Si el profesor Wanstead prefiere esperar en la sala de abajo, lo llamaremos inmediatamente si es necesario


    43. Me parece que él prefiere a su fábrica


    44. La deidad prefiere a los ciudadanos que cometen equivocaciones


    45. Entre quedarse con algo y quedarse sin nada, todo el mundo prefiere quedarse con algo


    46. Pablo prefiere esperar su maleta antes de ir al hotel


    47. Pero ahora el asunto se plantea de otro modo: ahora ha asimilado esa ocurrencia, la ha hecho suya, y a riesgo incluso de pasar incómodo una larga temporada por falta de servicio, prefiere que se vayan


    48. Antonio prefiere no considerar la posibilidad de que uno de los dos, o los dos, se hayan despeñado y caído al mar


    49. Cada uno come lo que prefiere, está muy bien


    50. Lo sospecha, pero prefiere no darse por enterado














































    1. Dice,por último, que los hombres ilustrados prefieren la comedia moderna,porque su forma es más artística y más variados sus argumentos


    2. Que si estaba preparado el virreinato de la Nueva Granada para obtener su libertad o no; que si lo acaecido el 20 de julio fue una revolución o una contrarrevolución, es cosa que bien puede seguir apasionando a quienes más dados a la elucubración que a la realidad, prefieren estimarlos no como en verdad ocurrieron tales hechos, sino como a su juicio han debido producirse


    3. Prueba: Precisamente con miras a este último diagnóstico, Chaffee, Ward y Tipton ironizan sobre aquellos investigadores que prefieren creer en sus propias suposiciones y no en las informaciones que les brindan las personas sobre sí


    4. Los políticos que lo prefieren dirige sus recursos hacia los ciudadanos que quizá votan por decisión propia, en lugar de estimular a un mayor número para que participen en el proceso político


    5. F) En lugar de enfrentarse a estos problemas, los candidatos prefieren reservar esa independencia para ellos mismos


    6. Prefieren la fuga


    7. prefieren á los extrangeros, de quien setienen por mas seguros


    8. las que de momento prefieren no enviar más expediciones ya


    9. mismoscriminales prefieren la cárcel y la horca al peso de su secreto


    10. los salones, prefieren conquistar un puesto en lasactividades intelectuales del país

    11. Con esto secontentan las gentes y prefieren estas vulgaridades al señorial


    12. amantes de su independencia primitiva, prefieren elestado salvage, y jamas han querido comunicarse


    13. de susluchas con el mar, prefieren la tierra, no tan aguerrida y


    14. Los que quieren pescar,tienen un río y un lago; los que prefieren la caza pueden cazar en


    15. prefieren continuar la antigua farsa,diciendo: «Yo el rey, por la gracia de Dios


    16. deleite artístico, atraída por el olor de lahembra; prefieren estos


    17. Al rancho metódico prefieren la guiropa en la alegría de las


    18. amaban, esos corazones fieles prefieren vivir,envejecer y morir


    19. un lobo prefieren la de un perro encadenado asu caseta, porque le tienen miedo al


    20. otros padres ciegos que prefieren entregar sus hijas a lospeligros del mundo a dejarlas

    21. albedrío; no se van con el ladrón y me dejanporque le prefieren,


    22. aventajaba mucho la madre a la hija, y en el color también, paralos que prefieren las


    23. Tambiénlos borrachos dicen que prefieren el licor,


    24. prefieren el libro conlujosa encuademación!


    25. Madre dice que prefieren a una que sea sensible


    26. –William, hay quienes prefieren reivindicar como suyo al padre del bardo


    27. Pero la experimentación científica es trabajo manual, trabajo del cual los propietarios de esclavos prefieren mantenerse alejados; pero los únicos que disponen de ocio para dedicarse a la ciencia son los propietarios de esclavos, llamados cortésmente gentil hombres en algunas sociedades


    28. Aquellos que así lo prefieren todavía viven en sus cuevas, pero ya hay muchos que se construyen casa similares a las nuestras


    29. Algunos, como el virtuoso Robespierre, prefieren como compañeros de escena las ratas y la miseria


    30. Cualquier hora es buena para matar, según la historia reciente, aunque los uniformados prefieren el comienzo del día

    31. Prefieren este presente al presente de los hacedores de Apocalipsis


    32. —Me parece que Megan está en la edad en que las muchachas prefieren divertirse


    33. Y las lumbreras de nuestra embajada prefieren explicarse en francés, así que no tengo a nadie con quien darme este gusto


    34. Algunos adiestradores y propietarios aún prefieren usar la orden «atrás», así que pedí a mi colega Martin Deeley, director ejecutivo de la Asociación Internacional de Profesionales Caninos, consejo sobre cómo enseñar ese comportamiento


    35. En cuanto a los clubs, normalmente se prefieren directores que sean miembros de A


    36. Perseo la decapitó, aunque muchos prefieren pensar que Medusa murió al verse en el espejo


    37. No quieren que las pille fumando en la cocina de las enfermeras, prefieren estar de palique en el pasillo moviendo algún carrito de aquí para allá


    38. ¿qué es lo que prefieren los policías?


    39. Les disgusta el lujo, prefieren la austeridad y desconfían de las riquezas


    40. Sé que hay un par de personas que prefieren regresar a Londres

    41. No obstante, a los malayos y también a los javaneses les gusta glotonamente ese inmundo plato y lo prefieren a los pollos y a las suculentas chuletas de babirusa


    42. Estos simios, que los indígenas llaman metas, mías y también mafias, habitan en lo más espeso de los bosques, y prefieren las regiones más bien bajas y húmedas


    43. Los franceses, obsesionados con la buena vida, no hablan de dinero o de política en la mesa, aunque tal vez lo hagan en la cama, prefieren opinar sobre los guisos y los vinos o simplemente disfrutar de su cena en silencio


    44. En Asia prefieren los de mono, en América los de toro, en otras partes los de cordero y macho cabrío


    45. Suponía que si no se conocieran desde la niñez, jamás se habría enamorado de él y posiblemente ni siquiera hubieran tenido ocasión de encontrarse, porque los militares viven en círculos cerrados y prefieren casarse con hijas de sus superiores o hermanas de sus compañeros, educadas para novias inocentes y esposas fieles, aunque no siempre las cosas resultaran así


    46. Las mujeres prefieren pasar hambre con tal de comprar un par de aretes como éstos


    47. De acuerdo con el afamado mariscal de campo, todos los miembros adultos sin excepción de Estados Unidos prefieren por encima de todo las relaciones sexuales con niños


    48. Siempre que sea posible, prefieren el espionaje de efectivos sobre el terreno al espionaje electrónico


    49. —Mal que me pese, y como vuecencia ya debe de saber, nuestros jóvenes más brillantes prefieren labrarse un porvenir en el Ejército, la Armada o la Iglesia


    50. —Bueno —se defendió el padre—, debes admitir que la mayoría de las chicas prefieren llevar bonitos vestidos a trepar a los árboles y ensuciarse












































    1. Si prefieres las armas de fuego


    2. Prefieres la chata a la estatua; y lachata es una obra de la Naturaleza


    3. Prefieres la góndola al tiburón,porque la góndola es obra del hombre


    4. Cuando mi amor al del zagal prefieres


    5. —Ahora que sabes un poco más sobre la yerba del diablo y el humito, puedes decir con más claridad a cuál de los dos prefieres —dijo don Juan


    6. –Ahora, querida mía, ¿cuáles son los tuyos? ¿Lo amas lo bastante para esperar hasta que pueda mantener un hogar para ti, o prefieres estar libre por el presente?


    7. Pero ¿acaso los prefieres como aliados?


    8. pero si prefieres el cuento del Jardín del Edén, considera que ése es el castigo de la raza humana por haber mordido el fruto del conocimiento


    9. —¿No prefieres montar un poco a caballo? ¿En el hall, que está fresco?


    10. Nuestro intelecto, nuestra alma si lo prefieres, no reside en la carne mientras ésta se pudre lentamente

    11. ¿Vas a rendirte, Lestat? ¿O no es cierto, más bien, que antes prefieres combatir la sed con este tormento infernal que morir y dejar de sentir? Al menos, sientes el deseo de la sangre, de una sangre cálida y deliciosa llenando todo tu ser


    12. Tengo la sensación de que prefieres la comodidad del JumboTron


    13. —¿Y cuál de ellos prefieres? ¿El de Dante?


    14. De todas formas, si prefieres dar la rueda de prensa porque así te quedas más tranquilo, quiero que antes revisemos juntos lo que vas a decir y las posibles preguntas que te pueden llegar a hacer los periodistas


    15. –Estoy segura de que prefieres esa historia -dijo Beth-


    16. –Tú prefieres venderlos a la policía


    17. —Muy bien, en la ignorancia, si lo prefieres


    18. Si prefieres creer que mi presencia aquí y ahora es resultado directo de la comunicación de McKechnie, gozas de entera libertad, Lyle


    19. Podemos hablar fuera, si lo prefieres


    20. — ¿Y tú cuál prefieres?

    21. ¿O prefieres contarnos con pelos y señales, sitio por sitio, todo lo que hiciste esta noche?


    22. ¿Vienes conmigo, o prefieres subir a contarles lo de Wendy?


    23. La verdad es que lo prefieres


    24. ¿Qué prefieres? ¿El dinero o la reincorporación?


    25. Pero ¿qué haces, ser descabellado? exclamó K, y se dio una palmada en la frente, ¿acaso no tienen prioridad ante todo los asuntos de Klamm? ¿Tienes el cargo superior de un mensajero y lo ejerces con tal desvergüenza? ¿A quién le preocupa el trabajo de tu padre? Klamm espera noticias y tú, en vez de precipitarte a llevárselas, prefieres sacar la porquería del establo


    26. Pero si prefieres devolvérmelos, como te dije, yo encantado


    27. Prefieres revolearte en el barro antes que aspirar a lo más alto


    28. –Si lo prefieres -dijo el hombre mono-, te dejo en libertad ahora, pero ¿qué harás sola en la ungla? Seguro que te encontrará un león o un leopardo, y aunque no fuera así, tal vez nunca encuentres el camino para regresar a tu aldea, porque no sabes en qué dirección te llevó el kavuru mientras estabas inconsciente


    29. —Tienes edad suficiente para elegir a cuál de las hijas de Lord Walder prefieres sin la ayuda de tu madre, Robb


    30. —De los bardos, ¿cuál prefieres?

    31. —Bueno, ese agujero en la tierra, si prefieres


    32. ¿Aceptas, Lucio Elio, el nombramiento como gobernador de la provincia imperial Tarraconensis o prefieres que le diga al emperador que desprecias su generosidad y que prefieres seguir aliado con una familia de tan dudosa lealtad imperial? ¿Aceptas o no? Dame sólo una palabra como respuesta


    33. –Tienes edad suficiente para elegir a cuál de las hijas de Lord Walder prefieres sin la ayuda de tu madre, Robb


    34. –De los bardos, ¿cuál prefieres?


    35. –¿Te gustaría otra selección grabada, o prefieres conectar con una emisión actual?


    36. O, si prefieres un precedente menos elevado, el viaje de Lenin a Rusia en un vagón de tren sellado


    37. Le prefieres a él antes que a mí


    38. Había una hoja de papel encima del escritorio; César la miró fugazmente y dijo: -He redactado un pacto legal como es debido para el compromiso matrimonial de tu hijo y mi hija -dijo-, pero si lo prefieres podemos dejar el asunto en un terreno más informal durante una temporada, por lo menos hasta que Bruto lleve algún tiempo como hombre adulto


    39. Prefieres vivir y cazar solo


    40. Tú también lo prefieres, ¿no?

    41. Una filosofía, si lo prefieres


    42. –¿Y sin embargo, prefieres vivir según las viejas tradiciones de subsistencia?


    43. –Si prefieres inclinarte por la inseminación artificial, puedo ponerte en contacto con dos elementos estupendos que trabajan para Curtiss, quienes tendrán el semen a tu disposición en el momento en que lo desees


    44. 0 si lo prefieres en chileno: ni cagando


    45. –¿Te gustan los perros, verdad, Scarlett? ¿Los prefieres en la perrera o en el pesebre?


    46. –¿Cuál de ellas prefieres? – dije con una sonrisa


    47. —¿Y si resulta que creo que el coronel Barbara, o el señor Barbara, si lo prefieres, está mejor capacitado para gestionar la situación en un momento de crisis?


    48. –Creo que tú prefieres la hamburguesa completa, ¿no? – dijo Avitu, sacando una de la bolsa junto con una cucharilla de plástico y un recipiente con crema de queso


    49. Es una prueba de lo que has avanzado en esas costumbres estrafalarias, que prefieres usar una poción esotérica de África


    50. –Si prefieres pensar eso… -se quedó mirándola en silencio, con actitud inflexible






























    1. me conoces, tengo el gusto por el detalle y prefiero hablar en un recinto protegido, aquí sé que


    2. cazar la liebre en la serranía de Cazorla, lo que hago algunas veces con gusto, pero prefiero


    3. Prefiero las duchas


    4. —Si son todas por el estilo, ¡gracias! contestóSinang; prefiero las modernas


    5. Fernandez! cuando me encuentro ante unapersona que estimo y respeto, prefiero ser el acusado á ser elacusador, prefiero defenderme á ofender


    6. Sí, yo no soy militar, y los años van apagando el pocofuego de mi sangre, pero así como me dejaría hacerpedazos por defender la integridad de España contra un invasoretrangero ó contra las veleidadesinjustificadas de sus provincias, así tambien le aseguroá usted que me pondría del lado de los filipinosoprimidos, ¡porque antes prefiero sucumbir por los derechoshollados de la humanidad que triunfar con los intereses egoistas de unanacion aun cuando esta nacion se llamase como se llamaEspaña!


    7. —¡Hijo! ¡Defectos de la educación antigua! Pero, mira: prefiero milveces estos abogados que


    8. desea, y prefiero un tormento sin fin, con talde que viva en


    9. Prefiero los Scott a los Gallard en Longueval


    10. conversación va á tener algo de un duelo ámuerte; mas prefiero intervenir en él, ser cómplice en el delito devuestro espantoso diálogo, á que sucedan cosas peores

    11. prefiero que sea una de ellas la que melleve


    12. aceptados,autorizados, mas, prefiero entresacar la respuesta de


    13. —Pues entre las dos ofertas prefiero la de usted, señor mío


    14. —¡Qué calor tan sofocante! Prefiero los días de sol; ¿y usted?


    15. cuyo castigo prefiero yo que seencomiende a la ley, a los tribunales y a la


    16. —Pues entonces prefiero el lote que le ha tocado a ésta ensuerte—declaró de una


    17. Prefiero estar aquí,en esta soledad de muerte, en este


    18. Pero prefiero aquel punto


    19. preocupación niagitación; prefiero las dos composiciones de


    20. En farsas americanas, prefiero las dislocaciones y elbango de los

    21. —No hables, lo prefiero


    22. Prefiero los dones de talento o de cuna, y no


    23. Prefiero esto que el papel: es


    24. —Pues sí, lo prefiero a todos los demás, porque baila el


    25. historia llegue a hablar de él, pero yo prefiero mimesa en el


    26. y antipático es el día! Prefiero la noche, tapadora ydiscreta


    27. por la noche que por el día, y paracalentarme prefiero el cok, que no ocasiona tabardillos…


    28. faz de demonio; prefiero la insolenciadesnuda de un bárbaro abominable, abortado por el infierno, á


    29. mí sé decir que prefiero vivir en el monteá servir á un criado del rey


    30. —Pues á mi vez prefiero la astilla de las puertas del templo, dijo porsu parte Simón,

    31. bellos en las novelas;pero yo prefiero con mucho un buen


    32. como decía, al cómplice lotraspasaba; sí, prefiero esto; la pistola es del drama moderno,


    33. Mire usted, prefiero elinvierno con todas sus borrascas y su agua eterna


    34. Yo prefiero los libros de meditación


    35. —Al contrario; prefiero esa caza a cualquiera otra


    36. Prefiero a los míos; y desde que sé que el talseñor desea


    37. Por eso prefiero


    38. ° Pues yo con todo el pueblo me prefiero


    39. Pero prefiero la tuya porque


    40. Prefiero un palacio con

    41. Probarle que la prefiero


    42. Prefiero – y con mucho – leer el original con ciertadificultad antes que una traducción mediocre


    43. Que al mesmo Marte en el valor prefiero


    44. Pues yo con todo el pueblo me prefiero


    45. Me apresuro á protestar contra la deduccion que pudiera hacerse suponiendo que en política yo prefiero el


    46. cuidando cerdos? Prefiero la guerra


    47. Entre robar en el camino,o robar con el libro de cuentas, prefiero a los que roban en el camino


    48. Prefiero a los que critican los montos en su recibo de luz


    49. Lo prefiero a quedarme aquí


    50. Prefiero que se halle completamente inerme hasta que volvamos a la Tierra














































    1. hadispuesto, prefiriendo abrir un camino que, empezando en Concepcion ytirando al este,


    2. unestablecimiento en el Yaguarí, prefiriendo la proteccion de un terrenoinútil, y descuidando lo


    3. prefiriendo la poesía de la fe a las impurezas del tálamo


    4. Por eso desprecia la más eminente posición universitaria denuestro país, prefiriendo vivir con un hombre amado, en cariñosaservidumbre, adivinando sus deseos para cumplirlos y dejándose despojarde los derechos de superioridad que le confirió, por ser mujer, nuestravictoria revolucionaria


    5. se hizo sordaá sus quejas, prefiriendo al castigo de los culpados, dejar abierta lallaga


    6. prefiriendo los reproches del marido al desprecio dela mujer


    7. prefiriendo siempre,por la ley de gravitación social, a los


    8. de él concuerdas, prefiriendo esta incomodidad a la humillación


    9. por la pérdida de sangre, subió sobrecubierta al despuntar el día, prefiriendo que lo


    10. esto sedecidía a huir, prefiriendo a los paseos superiores,

    11. complicación pasional, prefiriendo unavida vegetativa y


    12. prefiriendo la cota de malla cubierta de escamas, quese dilata y


    13. solos, prefiriendo lanavegación suelta y astuta á la marcha en


    14. mantenerla factoría, prefiriendo siempre aquellas que ofreciesen


    15. prefiriendo subir hacia laestación, como salida más cómoda y


    16. pasión por la vidaregular se manifestaba también prefiriendo lo útil a lo brillante,


    17. nos trasladamosal andén de la Estación, prefiriendo


    18. Pero los familiares habían cerrado la puerta prefiriendo quedarse cara a cara con la peste a una separación de la que no conocían el final


    19. Pintarrajeados, provocativos, escandalosos y con excesiva frecuencia irreverentes, los siervos de Pachacamac parecían estar siempre fuera de lugar entre los severos muros de palacio, y el simple hecho de que se negaran a inclinar la cabeza en su presencia, prefiriendo mirarle directamente a los ojos, le producía una extraña desazón a la que nunca había logrado acostumbrarse


    20. No era en manera alguna un lugar de moda, pero aun entre la gente agradable que allí había las chicas hicieron pocos amigos, prefiriendo estar juntas todo el tiempo y viviendo la una para la otra

    21. No quiso abandonar Londres ni un solo día, prefiriendo estar al pie del cañón en caso de ocurrir algo


    22. -¡Eh, parece que todavía lo tienes a pecho a tu capitán! ¡Y que sigues prefiriendo el oficio de negrero!


    23. Unos corrían, arrojándose en las acequias por no poder saltarlas, otros se entregaban a discreción, soltando las armas, algunos se defendían con heroísmo, dejándose matar [65] antes que rendirse, y por último no faltaron unos pocos que, encerrándose dentro de un horno de ladrillos cargado de ramas secas y de leña, le pegaron fuego, prefiriendo morir asados a caer prisioneros


    24. Ochenta mil cadáveres se unieron a los treinta mil de ambrones en las orillas del río Ars, pues muy pocos teutones optaron por conservar la vida, prefiriendo morir sin mella de su orgullo y de su honor


    25. Pero sus templados corazones, insensibles al miedo, querían ampararse de los accidentes espantables de la Naturaleza, para recorrer mayor espacio, prefiriendo los senderos escabrosos e inaccesibles


    26. En la Biblioteca, carpetas para escribir y [119] leer, estantería de estas que se estilan en las casas burguesas para guardar libros que no se leen nunca: allí se leía, sí; pero los libros tenían cierto aire de no querer dejarse leer, prefiriendo su cómodo resguardo entre cristales


    27. El kan de kanes y sus príncipes recibían a los visitantes en aquellos palacios, pero le resultó un consuelo saber que seguían prefiriendo 231


    28. Peter Richerson y Robert Boyd enfatizan el punto, en el título de su valioso y profundo libro, No Sólo Mediante los Genes, aunque ellos dan razones para no adoptar la palabra “meme”; prefiriendo en vez: “variantes culturales”


    29. Prefiriendo la escalera al ascensor, empezó a subir a buen paso


    30. infeliz, prefiriendo la libertad en la ignominia a una esclavitud insoportable, se escapa de la casa, y se echa otra vez a la calle, como en sus peores tiempos

    31. Por tanto, aunque los noruegos llegaron a Groenlandia prefiriendo las vacas antes que las ovejas, y a estas últimas antes que a las cabras, la idoneidad de todos estos animales bajo las condiciones de Groenlandia seguía esa secuencia en orden contrario


    32. A menudo continúan prefiriendo los objetivos a corto plazo, y también a menudo emprenden iniciativas absurdas tanto a corto como a largo plazo


    33. Pero el criado parece sentirse especialmente responsable del barrido, se advierte que cuando se le aproxima el chico, intenta agarrar mejor la escoba con sus manos temblorosas, prefiriendo quedarse inmóvil y dejar de barrer para poder concentrar toda la atención en la posesión del adminículo


    34. ¿Acaso no busca la polilla nocturna, el pobre animal, cuando llega el día, un rincón silencioso y allí se aplana, prefiriendo desaparecer, siendo infeliz por no poder lograrlo? K, en cambio, se había situado allí donde era más visible y si pudiera mediante esa acción impedir que amaneciera, lo haría


    35. Pero con aquel sofocante calor, a pesar de la comodidad del aire acondicionado, el padre provincial, fray Carlos Ruiz, continuaba prefiriendo el frescor de las piedras y las losas del viejo edificio


    36. De todos modos, sigo prefiriendo efectuar mi propia grabación


    37. Prefiriendo cualquier suerte, por dura que fuera, a la que le esperaba si caía en poder de Skruk, Jana volvió de nuevo sobre sus pasos, y corrió en dirección al valle, perseguida por los hombres de Pheli


    38. Pero dígame, ¿cuál de sus soldados profesionales rehusaría con cualquier excusa tomar parte en una batalla, prefiriendo las obligaciones tediosas del cuartel? Por lo menos nuestros guerreros tenían el estímulo de saber que, si morían combatiendo o en un altar extraño, ganarían la gratitud di; la gente por haber complacido a los dioses, así como también merecerían de éstos el regalo de una vida de bienaventuranza en el más allá


    39. El resto del pequeño khalasar de Dany permanecía bajo cubierta, prefiriendo la compañía de sus nerviosas cabalgaduras al horripilante mundo sin tierra en torno a las naves


    40. Apenas había pisado tierra navarra, prefiriendo vivir en París y delegando amplios poderes en gobernadores, oficiales y reformadores que lo mantenían informado y, de paso, hacían y deshacían a su antojo

    41. Fue una matanza que jamás se olvidaría en los anales de los pueblos del desierto, que se enterarían de lo sucedido de boca de quienes huyeron aquella misma noche de Quarzhasaat, prefiriendo arrojarse al desierto sin agua antes que enfrentarse al demonio blanco y rugiente, montado en un caballo Baraudi, que galopaba arriba y abajo por las encantadoras calles de la ciudad, enseñándoles a todos el precio de la complacencia y de la crueldad más insensata


    42. El presidente solicitó entonces los votos de quienes rechazaban las leyes de Lord Baltimore, prefiriendo las creadas por ellos mismos


    43. Pero desde el punto de vista científico y didáctico, fue ciertamente el primero que separó la Medicina de la religión, prefiriendo anclarla en la filosofía, que desgraciadamente no es menos peligrosa


    44. En realidad Hoag casi nunca la tomaba, prefiriendo reservar el paladar para la exquisitez de los buenos vinos, pero en ese momento habría aceptado incluso ginebra sintética o agua de un pozo si Randall se la hubiera ofrecido


    45. Y, quizá lo peor de todo, el hombre que tenía la posibilidad de otorgarle una subvención de cuatro millones de dólares no le había dado su voto de confianza, prefiriendo ser atendido por una de sus profesoras jóvenes


    46. «Sigo prefiriendo la casa de Sherlock Holmes», recordó que había dicho en una ocasión


    47. El último, deshaciéndose de su casco y cargando hacia lo más denso de las filas cesarianas, siguió conscientemente el ejemplo de su padre, prefiriendo la muerte a la esclavitud


    48. Pero la rechazó, prefiriendo permanecer afuera, y nos sentamos al aire libre, en la terraza del hotel


    49. 32 Por otra parte, puede separarse íntegramente el aspecto del señor de Charlus del hecho de que los hijos, que no siempre conservan el parecido paterno, aun sin ser invertidos y prefiriendo a las mujeres, consumen en su rostro la Profanación de su madre


    50. Pero es difícil determinar el punto exacto a que puede llegar el éxito del bluff; si el uno va demasiado lejos, el otro, que hasta entonces había cedido, se adelanta a su vez; el primero, no sabiendo cambiar de método, habituado a la idea de que aparentar que no se teme la ruptura es la mejor manera de evitarla (lo que yo hice aquella noche con Albertina), y, además, prefiriendo por orgullo sucumbir antes que ceder, persevera en su amenaza hasta el momento en que ya nadie puede retroceder
















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    querer anteponer escoger optar distinguir favorecer señalar mimar proteger defender seleccionar