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    Verwenden Sie „visitar“ in einem Satz

    visitar Beispielsätze

    visita


    visitaba


    visitaban


    visitabas


    visitado


    visitamos


    visitan


    visitando


    visitar


    visitas


    visito


    visitábamos


    visité


    1. ¿porque visita el padre al hijo? ¿Qué hace la diferencia para alterar el orden de los factores de la visita?


    2. Observa la presencia de un hermoso loro verde gigante, dice le visita todas las noches a su habitación


    3. Esta tarde haremos una visita al museo del Prado


    4. No lo soporto! No soy el tipo de medidas a medias! Entonces buscan dinero en efectivo en el primer mes, y decido hacer la enfermedad: fui a los hospital y, culpando a temblores severos durante las horas de trabajo y fuertes dolores de cabeza, estos síntomas que no pueden ser verificados por el equipo específico, me parece a mí que me des un certificado médico a exentos de trabajo durante veinte días sin tener que permanecer en su casa para una posible visita


    5. en cada visita, de detenía a comer


    6. Tal vez por eso la visita de los hijos a la casa grande tenía el tiempo


    7. Nos hemos extendido un poco sobre estas tradiciones, teniendo en cuenta que los Incas y los Aztecas igualmente mencionan en la6 suyas la visita de un personaje muy similar, conocido por los primeros como Vira Cocha, y por los segundos, como Quezaltcoalt


    8. Lo grande, lo verdaderamente sublime,consiste en las consideraciones á que presta materia esta visita


    9. ¿Estaba viendo las consecuencias de su visita y las batallas con los robots de seguridad en el planeta? Sus sistemas de vigilancia pueden ser de los más modernos, pero su fuerza de seguridad robot tenía muchos defectos y debilidades


    10. Una mañana, dos días después de la visita de Ido, Blas avisó que en elrecibimiento estaba el hombre aquel de los pelos tiesos

    11. Una visita al Cuarto Estado


    12. Turbose un poco ante la visita: «Pasen las señoras


    13. Y sucondición de dama se probaba en que después de haber hecho todo loposible, en la primera parte de la visita, por mostrar cierta severidadde principios, juzgó en la segunda que venía bien caerse un poco dellado de la indulgencia


    14. La visita de Jacinta fue omitida discretamente


    15. había visita de inspección, y la creciente pobreza yopresión del pueblo, todo se refleja


    16. desagrado en la visita deMuñoz


    17. entretanta visita y con la obligación de pagarlas una a una, y


    18. laexplicación de mi visita a aquella hora


    19. antipática y ordinaria que la visitaba con frecuencia,y las niñas, huyendo de tal visita, pasaron al


    20. A las once, otra visita, Don Antonio Cuadros y su mujer, con la ropa delas grandes

    21. acompañar ala señora en la visita a los templos y lucir de paso sobre el pecho lasrecién frotadas


    22. Y la visita la hicieron una mañana que Tónica no tenía trabajo y sunovio pudo abandonar Las


    23. desaparecieron por la tarde, cuando recibió la visita de suhermano


    24. Volvió en sí alanuncio de la visita de un


    25. hízomedurante el almuerzo una visita, y con esta ocasión


    26. para quecomprenda el lector la razón de la extraña visita que


    27. del Conde! Porque, en resumen, bien pudo haber entrado,sentarse y hacerle una visita


    28. quiera que ya de la visita tenían anuncio lasautoridades y algunas personas de


    29. Después, cuando van de visita, dejan en los respaldos de lossillones y


    30. la visita de los Reyes Católicos, en 1477, durantela cual tuvo lugar el nacimiento del

    31. En 23 de Julio, en la visita que hizo á la iglesia de San Andrés de estaciudad don


    32. Obispo, que andaba en visita en las inmediatas ciudades, se llegue á estas inmediaciones, y que con su


    33. La visita había desaparecido


    34. visita en casa de su padre,que era el que más escupía por el colmillo en Villafría en punto


    35. que estaba en el locutorio enuna doble visita con mi prima y con don Francisco de


    36. giraban la visita en el hospital a la hora reglamentaria


    37. tratóde prolongar la visita y, mirando hacia el cuarto de los


    38. mitad de su visita álos talleres, acometía su recuerdo la duda de


    39. de visita y se habíapaseado con Pepita por el jardín, siempre


    40. visita al palacio deLas Arenas

    41. Había terminado la visita á la casa de San Ignacio


    42. visita de sudirector, rezaba el Vía Crucis en los claustros, comía


    43. divertía trayendo a cada visita algunasplantas con la intención de dejarlo arrasado,


    44. Entró en lacasa y, como quien la visita por curiosidad, larecorrió toda, escudriñó hasta


    45. visita de la Inquisición seevitaría


    46. estando al lado de un su enamorado, la visita de otroenamorado


    47. —Pues bien, el objeto de mi visita ya debes suponerlo


    48. En el que el Padre de los Maestros visita al Hombre-Montaña


    49. Gillespie aceptó con gusto la visita


    50. Y fué explicando á Gillespie sus gestiones para conseguir estaautorización y el motivo de que el gobierno hubiese fijado para dos díasdespués la visita del Hombre-Montaña á la capital














































    1. el padre anciano visitaba su hijo al hotel


    2. “Cuando Barry Goldwater no visitó el estado de Oregon durante las primarias presidenciales republicanas en 1964, el gobernador Nelson Rockefeller le echó esto en cara con una campaña publicitaria en la que se señalaba que a Rockefeller le importaban todos y por eso los visitaba


    3. Ellala visitaba casi todos los días, y eran muy contados los en que lasacaba para comer en casa, pero solas las dos a la mesa


    4. Carlos se guardaran consideracionesexcepcionales en el viaje referido: su cronista consigna que ponían álas señoras linternas de hierro mientras se acostaban, después de locual el capitán del navío visitaba los lugares y no quedaba más lumbreque en los faroles de popa; una linterna en la cámara del Rey; otra enla de la infanta doña Leonor, su hermana; la de la bitácora y la delcastillo de popa


    5. Tenía don Eugenio un amigo antiguo que todos los días visitaba latienda, y por profesar a


    6. antipática y ordinaria que la visitaba con frecuencia,y las niñas, huyendo de tal visita, pasaron al


    7. Undía, visitaba con cuidado la Montaña


    8. »Hacía algunos meses que el conde de Pópoli visitaba con frecuencia alos señores


    9. quienes visitaba y encontró allí á don Rodrigo, que tambiénfrecuentaba el trato de las


    10. Ahora no… por el noviazgo; peroantes… bien visitaba D

    11. Bilbao,sabiendo que su mujer visitaba con frecuencia la casa de


    12. Cuando la visitaba, veía en él al


    13. el Malo visitaba a las altashoras de la noche


    14. mientrasla luna visitaba a Eudimion en su encantadora gruta y


    15. El héroe visitaba con frecuencia la escuela de Dora, lanzando discursosá los niños, en los que


    16. visitaba le preguntó cuántas cancioneshabía hecho en ese


    17. Una tarde mientras visitaba la casa de Senior, Bob me puso en estado de trance donde me


    18. con permiso del médico visitaba también y teníabastantes igualas, era quien asistía a la


    19. La amistad de las tres viejas se interrumpió con la desgracia, y sólo devez en cuando las visitaba,


    20. El las visitaba, les proporcionaba algún trabajo

    21. , que la visitaba todas lasnoches, en compañía de una guitarra; y era este amante un ser creado


    22. acostaban, después de locual el capitán del navío visitaba los


    23. De Pas visitaba a menudo a la Regenta, y estaba encantado de losprogresos que la piedad más


    24. Le visitaba por las mañanas en


    25. de esa ciudad delParaguay, visitaba los pueblos de su diócesis,


    26. vozde que la visitaba un mozo, empleado de la Municipalidad


    27. Fiel a la estimación que a Doña Franciscadebía, la visitaba


    28. hiperbóreas,mientras no las visitaba algún viajero curioso y les quitaba todo suhechizo


    29. riquísima, que la visitaba confrecuencia, y en cada visita la


    30. porNavidad, les visitaba en sus indisposiciones uno de los médicosasalariados de la

    31. Carmen visitaba a Carlos diariamente en la cárcel donde estaba cumpliendo su condena


    32. Según Morán, Suárez colmaba de atenciones a quienes necesitaba cautivar, visitaba con cualquier excusa sus casas y sus despachos, se desvelaba por ganarse a sus familiares y, manejando datos de primera mano acerca de las interioridades del poder y de las corruptelas y flaquezas de quienes lo ejercían, traía y llevaba noticias, chismorreos y rumores que lo volvían un informador valiosísimo y le abrían paso en su escalada


    33. Poco después de conocer al Príncipe -y en parte debido al empeño de éste-, fue nombrado director general de Radiotelevisión Española; en ese cargo permaneció cuatro años a lo largo de los cuales sirvió con beligerante fidelidad la causa de la monarquía, pero ésta fue además una etapa importante en su vida política porque en ella descubrió la potencia novísima de la televisión para configurar la realidad y porque empezó a sentir la cercanía y el hálito auténtico del poder ya preparar su asalto al gobierno: visitaba con mucha frecuencia la Zarzuela, donde le entregaba al Príncipe las grabaciones de sus viajes y actos protocolarios que emitían de forma regular los informativos de la primera cadena, despachaba cada semana con el almirante Carrero en la sede de Presidencia, en Castellana 3, donde era acogido afectuosamente y donde recibía orientaciones ideológicas e instrucciones concretas que aplicaba sin titubeos, cultivaba con mimo a los militares -que lo condecoraron por la generosidad con que acogía cualquier propuesta del ejército- e incluso a los servicios de inteligencia, con cuyo jefe, el futuro coronel golpista José Ignacio San Martín, llegó a entablar una cierta amistad


    34. Kokorin y yo estudiábamos juntos el mismo curso en la universidad, y también él visitaba la casa de Amalia


    35. Durante todo un periodo, un tal señor Antoine, que Ernest conocía vagamente, vendedor de pescado en el mercado, de origen maltés, bastante guapo, alto y delgado, y que usaba siempre una especie de extraño bombín oscuro, al mismo tiempo que un pañuelo de cuadros anudado al cuello, metido dentro de la camisa, visitaba regularmente la casa, al caer la tarde, antes de la cena


    36. Era la primera vez que yo visitaba una de aquellas casas


    37. Yo visitaba a menudo la zona del laboratorio


    38. Deambulé por casa nervioso, deseando que los viernes fueran los días en que Rafa visitaba su despacho para hacer otras gestiones


    39. Logré convencerle por fin de que no padecía enfermedad contagiosa alguna; de que visitaba Rhodesia con las intenciones más puras del mundo e incluso satisfice su curiosidad hasta el punto de darle mi nombre y apellido y decirle cuál era mi lugar de nacimiento


    40. El Benefactor mantuvo a Marcia oculta en una de sus propiedades, donde la visitaba a diario

    41. Resistía las truculentas cenas con que lo agasajaban sus partidarios en cada ciudad, pueblo y aldea que visitaba, fingiendo el apetito de un preso, a pesar de que sus tripas de anciano ya no estaban para esos sobresaltos


    42. Creo que la leyenda de tu fantasma comenzó cuando mi madre, que nos visitaba un par de veces al año y se quedaba varias semanas, porque el viaje desde Santiago a San Francisco es una travesía de Marco Polo que no puede hacerse a la ligera, dijo que por las noches escuchaba ruidos, como si arrastraran muebles


    43. Después supe que por sugerencia de Frederick Williams, quien ejercía gran influencia sobre cada uno de los miembros de esa casa, me legó en vida la parte que le correspondía de la herencia familiar, a salvo en varias cuentas bancarias y acciones de la Bolsa, ante la frustración de un sacerdote que lo visitaba a diario con la esperanza de obtener algo para la iglesia


    44. Los pormenores de la operación se llevaron a cabo en la sacristía de las Adoratrices, donde seguían ocultos, y en el exterior todo se pudo organizar gracias a la inapreciable ayuda del padre Poelchau, que los visitaba todos los días antes de decir su misa para las hermanas


    45. Se preguntó por qué nunca lo visitaba ninguna de las hermosas concubinas que vivían en el edificio


    46. De pronto apareció, procedente de la otra habitación, cuya existencia ella conocía pero no podía ver, un joven que algunas veces visitaba el despacho, incluso cuando Lapecora no estaba


    47. Cada ciudad que visitaba se encontraba en un conflicto en lo relativo al mobiliario de dicho alojamiento y a la alimentación de dicho huésped


    48. El congreso coincidía con la temporada de vacaciones y hubiese sido una lástima desperdiciar esa ocasión, pues Jan no visitaba Londres desde la niñez


    49. Allí pude conocer también al excelentísimo embajador señor Lars Grudberg y a su esposa Gunnel, y a la ministra de Democracia, Integración e Igualdad de Género de Suecia Mona Shalin, que visitaba Madrid aquellos días para asistir a las conferencias sobre prostitución


    50. como años antes escuché las conversaciones de mi madre y del que la visitaba las tardes en que mi padre se quedaba en el cuartel, susurrando, muy juntos, en la sala, y aceché por la cortina y los vi besarse, vi a mi madre inclinada hacia el rubio y besarlo,












































    1. Los habitantes de la Antigua Grecia visitaban al


    2. Mientras las señoras visitaban la casa y recibían álos numerosos amigos que acudieron al saber su llegada,Fernando, que se había obstinado en no subir al pisosuperior, me llamó, me hizo sentar á su lado, y empezóla prometida historia en estos términos:


    3. bromistas que visitaban por la noche elestablecimiento para jugar a la brisca con el principal; y


    4. Curas, frailes y hasta el señor obispo los visitaban,


    5. visitaban las casas de losricos y no podían esperar los pobres


    6. la atención detodos los hombres que visitaban el claustro alto


    7. amor y unesmero que conmovía a los amigos que los visitaban


    8. nocturnos que lo visitaban en el colegio, entoncestemblaba la casa; buscaba la


    9. había pedido en SanPedro, a la hora en que visitaban los monumentos los oficiales de


    10. Los raros viajeros que visitaban el país venían á admirar estapoblación en ruinas, semejante á las ciudades históricas y muertasdel mundo

    11. Después visitaban los enfermos y hacían con ellos todos los


    12. Y los reyes del Perú con losmás principales dél visitaban este


    13. Pero como todos los viajeros que visitaban la tal


    14. Me refiero a las que de vez en cuando me visitaban para revivir el día en que, del brazo de Junot y junto a Josefina, alguien en la calle me había increpado gritando: «¡Viva Nuestra Señora de Septiembre!»


    15. Yan y Yong le visitaban con frecuencia acompañados por algunos miembros de su departamento que sentían compasión por él y habían sido también sometidos a asambleas de denuncia por el grupo de la señora Shau


    16. Recuerdo que en Venezuela mis amigos, algunos de ellos profesionales que trabajaban con las más sofisticadas computadoras, visitaban discretamente las tiendas de santería para adquirir amuletos de buena suerte, protección contra el mal de ojo y pócimas con diferentes propósitos sentimentales


    17. Aparte de algunas doctoras de la Cruz Roja y misioneras evangélicas que visitaban los campamentos de refugiados, casi todas enjutas como madera seca, el joven sólo había visto mujeres con el rostro descubierto después de los quince años, cuando salió por primera vez del lugar donde creció


    18. Antes de la guerra se visitaban a menudo y, como los viajes eran largos, cada encuentro duraba semanas y servía para fortalecer lazos y la lengua mapudungu, contar historias, bailar, beber, acordar nuevos matrimonios


    19. Las muevas tumbas dieron un aire festivo al humilde camposanto y plantaron hileras de abedules para que dieran sombra a los que visitaban a sus muertos


    20. Su barba había crecido hirsuta y desordenada y su ropa estaba asquerosa; las ratas por la noche y los piojos y otros parásitos durante el día lo visitaban con asiduidad

    21. Llegados a aquel punto el carcelero hizo una cómica reverencia inclinando su cerviz ante el bachiller y con un acento y unas maneras que querían ser las del chambelán cuando introducía en el salón del trono ante el rey a los nobles que lo visitaban, exclamó:


    22. Daba gusto ir con él a las recepciones, llevarle consigo en las excursiones turísticas con las que agasajaba a los militares de alto rango que visitaban la ciudad, porque todo el mundo quedaba encantado con el ingenio de aquel muchacho que parecía tener recursos para triunfar en cualquier situación


    23. Cuando mucho, visitaban a los "coroneles" más poderosos, dueños de la mayor extensión de tierra y del mayor número de plantas de cacao


    24. Como siempre le ocurría en Bellisima, Scot se sintió deslumbrado ante la inmensa convulsión de la tierra que diera origen al valle y, al igual que todos los que visitaban aquella plataforma, se asombró una vez más ante la enormidad del riesgo, trabajo y capital necesarios para encontrar el campo petrolífero, seleccionar su emplazamiento, construir la plataforma y luego perforar los miles de metros necesarios para que los pozos resultasen rentables


    25. En la Tierra de la Cumbre del Mundo existía la superstición de que, por la noche, los espíritus visitaban los lechos de hombres, mujeres y niños que estuviesen durmiendo, con fines buenos o malvados y esos sueños eran las historias que luego susurraban


    26. Miembros de ETA o el IRA habían visitado sus campos de entrenamiento anteriormente y, como se descubriría más tarde, en esa ocasión visitaban el campamento de las FARC varios revolucionarios mexicanos, que murieron en el ataque


    27. Como no conseguía salir las amigas me visitaban después del almuerzo, ocupaban los sofás, traían sillas del pasillo y del comedor, y conversaban en un tono más agudo que el habitual, de súbito optimistas y alegres y llenas de planes de futuro que me incluían, y yo las imaginaba respirando hondo en el rellano como actores a punto de entrar al escenario para una pequeña comedia de felicidad y esperanza que ninguna de nosotras poseía, ansiosas con su propio sufrimiento, con su propia vida, y, como en edad estaban muy cerca de mí, interrogándose sobre la forma que la muerte elegiría para arrastrarlas consigo, implorando Dios mío un cáncer no, como si Dios se tomase el trabajo de confeccionar agonías personales a la manera de los sastres que confeccionan ropa a medida, en vez de barrernos con un gesto distraído como insectos incómodos


    28. Algunas tardes subían al piso alto y visitaban a distintas personas, con lo que Doña Leandra se distraía y animaba; su familia iba notando en ella menos inapetencia; relataba con interés las magnificencias que en Palacio veía, y mostrábase en extremo cariñosa con su amiga y compañera


    29. El realismo y la crudeza del resto de las imágenes eran los responsables de que los que visitaban la celda sólo apreciaran el sufrimiento de los personajes retratados y no se dieran cuenta de la verdadera intención de los trabajos


    30. Los rumores hablaban de que le visitaban individuos de otras nacionalidades que venían buscando las joyas que el forense confeccionaba y de las que no rendía cuentas a la autoridad competente

    31. Las mujeres no visitaban los espacios donde trabajaban los hombres; los hombres se mantenían a distancia de las áreas reservadas a las actividades femeninas; y a menudo los proyectos de trabajo se realizaban allí donde convenía en su momento


    32. varios años y que los habitantes de Arqua visitaban todos bién: Hinaura)


    33. Los cinturones y las pulidas insignias brillaban como las joyas de las europeas que visitaban los campos de batalla cerca de Hugjao antes de la guerra


    34. Pero el 17 de mayo, cuando visitaban el edificio reservado para ellos, un intenso ataque aéreo forzó al rey y a sus compañeros a refugiarse en trincheras de abrigo


    35. Ahora nadie venía a verlos, pues Justino se había fugado a Rouen, donde se empleó en una tienda de ultramarinos, y los hijos del boticario visitaban cada vez menos a la niña, sin que el señor Homais se preocupase, teniendo en cuenta la diferen'cia de sus condiciones sociales, por prolongar la intimidad


    36. Casi todos los que visitaban la clínica de reposo lo hacían durante el día


    37. Algunos propietarios de fábricas textiles también visitaban al doctor Duarte


    38. Muchos arqueólogos piensan que era de menos de cinco mil habitantes, y que esas edificaciones enormes tenían pocos ocupantes permanentes, salvo unos pocos sacerdotes, y que solo de forma estacional las visitaban los campesinos en la época de los rituales


    39. llamaremos el Escuadrón Supremo: se vieron rehabilitadas en los cuentos como espíritus mayores y benévolos que visitaban a Belicia de cuando en cuando para brindarle sus inestimables consejos sobre la escuela y la vida en general


    40. Amigos y parientes lo visitaban y con exagerada sonrisa le repetían que lo hallaban muy bien

    41. En este viaje, una de sus escalas era Ix, en otros tiempos una parada rutinaria para los viajeros de Caladan que visitaban a sus aliados del planeta industrial


    42. Mis padres le visitaban sólo una vez al año, la semana de Pascua


    43. Lo que había en la tienda eran baratijas, souvenirs para los viajeros que visitaban Egipto atraídos por su historia milenaria y la magia de las gentes que alzaron las pirámides en la meseta de Giza


    44. Los señores de los caballos se ponían ropas lujosas y ricos perfumes cuando visitaban las Ciudades Libres, pero a cielo abierto mantenían las viejas costumbres


    45. La mitad de los hombres del Castillo Negro visitaban Villa Topo de tiempo en tiempo para buscar tesoros escondidos en el burdel, Jon lo sabía, pero no deshonraría a Ygritte equiparándola a las rameras de Villa Topo


    46. Eso era lo que decían siempre los americanos cuando visitaban Toronto


    47. Sus ojos no eran como los de los pederastas que visitaban el palacio y apenas oían las canciones de Ansset mientras miraban su cuerpo


    48. La tía Zeliha hablaba un inglés de la calle, entretejido de modismos y argot, que practicaba casi todos los días con los extranjeros que visitaban su estudio de tatuaje, mientras que la tía Cevriye hablaba el inglés académico, orientado hacia la gramática y congelado en el tiempo, que se enseñaba en los institutos y solo en los institutos


    49. Eran las dueñas del cotarro elegante, las que recibían incienso de aquella espiritada juventud masculina, con chaquet y hongo, las que asombraban al pueblo presentándose en los Toros (dos veces al año) con mantilla blanca, las que pedían para los pobres en la catedral el Jueves Santo, las que visitaban al Obispo, las que daban el tono y recibían constantemente el homenaje tácito de la imitación


    50. La Dama de la Isla y el Rey de los Sueños, cuando visitaban cada cual a su manera las mentes de los durmientes, solían expresarse de una forma enigmática y confusa



































    1. –Pero en lugar de hacerlo la visitabas con frecuencia


    2. —¿Y lo descubriste mientras visitabas a los estudiosos en la escuela de Rand?


    1. Desde el año 1990 y hasta el 2014, he visitado más de (250) veces esa linda población pequeña, no es ciudad, pero es muy bonita, siempre adornada y de calles estrechas en piedra, con balcones en sus casas tipo colonial y grandes plazas de esparcimiento


    2. pisado, el que roba en una tienda que jamás he visitado, el


    3. ya fal ecido, pero todavía valía la pena ser visitado


    4. cuadraba el hecho de que alguien lo hubiese avisado de que Eloísa había visitado a


    5. pintoresca y sana, al decir de los que lahabían visitado, y decidió


    6. visitado porun gran número de caballeros y cuando volvía de la


    7. de Asís que había visitado con su amigo el canónigo, granadmirador del santo de la


    8. sucorteza ruda y á su sencilla educación, visitado la corte


    9. Aquellos de mis lectores que hayan visitado el país del


    10. Había visitado lapequeña ciudad de provincia en cuyo

    11. Él creía que los Reptilianos y Grises habían visitado la tierra en


    12. — Reyes que han visitado la


    13. tenían puestos los ojos en su casa; losciviles la habían visitado muchas veces


    14. los reyes le habrían visitado en sutugurio; las gentes piadosas, en la hora de su muerte,


    15. visitado con su familia


    16. Febrer había visitado elconvento con un


    17. un fantasma en la casa flotanteque ella había visitado en dos


    18. representaba treinta, hubiera visitado tan amenudo las


    19. Él había visitado más de una vez el


    20. 68 Bendito el Señor Dios de Israel que ha visitado y hecho redencion á supueblo

    21. Juan Bautista de Zea visitado la Reducción de


    22. piadosa he visitado, y allí, con los corazones fuertes, en presencia de Dios, y resueltos á crear un pueblo, pronunciaron el siguiente juramento:


    23. Sólo una pincelada apenas visible fluctuó en el enrarecido aire como recordatorio de que la encarnación del Mal había visitado a un mortal


    24. La negociacion con el propietario no habia sido larga; esa misma manana le habia visitado el notario y se habian puesto de acuerdo en 19500 libras


    25. Me dijo que no estaba dispuesto a que nadie pusiera sus manos en la casa, que antes que permitir que esos ridículos chupatintas del gobierno se la quitaran para convertirla en un lugar para ser visitado por los turistas, le pegaria fuego y la reduciría a cenizas


    26. El Padre Isidro sabía perfectamente dónde estaban instalados los generadores que mantenían la electricidad en todo el complejo porque él ya había visitado Carranque en el pasado, hacía algunos años


    27. —Me han visitado tan sólo las personas que yo podía esperar: el lechero, el empleado de la fábrica de gas, para tomar lectura del contador, una mujer que me preguntó qué medicinas y cosméticos usaba, un hombre que me pidió que le firmara una petición para pedir al Gobierno la abolición de las armas nucleares, una señora con una suscripción de ayuda a los ciegos


    28. Como los españoles de Mahón, de los que descendía la madre de Jacques, o aquellos alsacianos que en el 71 rechazaron el dominio alemán y optaron por Francia, y recibieron las tierras de los insurrectos del 71, muertos o prisioneros, refractarios que ocupaban el lugar todavía caliente de los rebeldes, perseguidos-perseguidores que habían engendrado a su padre, y cuarenta años más tarde, llegaba a esos lugares con el mismo aire sombrío y obstinado, enteramente vuelto hacia el futuro, como los que no aman su pasado y reniegan de él, emigrante también como todos los que vivían y habían vivido en aquellas tierras sin dejar huellas, salvo en las lápidas gastadas y verdosas de los pequeños cementerios coloniales semejantes al que, tras la partida de Veillard, Jacques había visitado con el viejo médico


    29. Meg, que había visitado las tiendas por la tarde y comprado "una muselina azul muy bonita", descubrió, después de cortar el vestido, que no se podía lavar, lo cual la decepcionó


    30. No se supo si había visitado a alguien o si anduvo errante por las calles

    31. Todas las hadas le han visitado en su nacimiento


    32. conoce por haberlo visitado


    33. Momentos después entró Rodrigo, sorprendido, porque yo nunca lo había visitado en su casa


    34. Fleitas, que había visitado una ingente cantidad de nobles casas y distinguía rápidamente lo auténtico de lo artificial, se dio cuenta al punto de que allí no ocurría lo que en muchas de las mansiones de la Corte, que querían aparentar lo que no eran: las maderas, los objetos que ornaban los anaqueles, las armas de los plafones, todo rezumaba autenticidad, riqueza, austeridad y buen gusto


    35. Pero se me ha ocurrido una idea y le he preguntado a qué distancia se encontraba la Mann de la última tienda que Francesca había visitado


    36. Esta mañana me ha visitado una delegación enviada por el gobernador


    37. Podría haber visitado una gran cantidad de sistemas estelares


    38. La Reserva era algo entre un vasto laboratorio biológico y un parque nacional, visitado todos los años por miles de personas


    39. Desconocía lo que le esperaba en aquel lugar, pero confiaba en la sabiduría de quien se lo había recomendado: aquel amigo yogui que había visitado en el barrio indio de Garmendia antes de iniciar su viaje


    40. Poco antes, los miembros de la hermandad habían visitado al capitán Buller y le habían dado los dos nombres

    41. Entre ellos está el tío Candiola, que varias veces ha visitado estos días el campo francés, y desde anoche se pasó al enemigo


    42. Y un día le dijo a Feliz-Bella: "Hija mía, la fecundidad no ha visitado aún tus caderas juveniles


    43. Si el bastardo engreído hubiera visitado aquella prisión florentina seguro que habría cambiado de opinión


    44. No era lego en arqueología el buen aragonés, y sentía verdadera pasión por el estilo llamado románico y su elegante austeridad: en tiempos más felices había visitado con entusiasmo de artista los monasterios de Veruela y San Juan de Peña; conocía el de Rueda como [182] su propia casa, y todo lo románico y gótico del siglo XIII que encierran las ilustres villas y ciudades de Aragón


    45. Miembros de ETA o el IRA habían visitado sus campos de entrenamiento anteriormente y, como se descubriría más tarde, en esa ocasión visitaban el campamento de las FARC varios revolucionarios mexicanos, que murieron en el ataque


    46. He disfrutado de dos días en el campo, en los alrededores de Ewell, un rincón de Surrey que no había visitado hasta ahora


    47. Por fin deambulé hasta el estudio de mi padre, la única estancia que aún no había visitado


    48. No era Tavira, y el hecho de que los maniquíes me hubiesen seguido (pero ¿cómo?, pero ¿utilizando qué medio?, pero ¿obedeciendo a quién?) hasta la frontera con China, me hizo entrar a la tienda de vestidos de novia en busca de pistas que me aclarasen acerca de las intenciones de las criaturas del escaparate, que permanecían vueltas a la calle con una indiferencia simulada, ofreciendo las tocas de encaje al despacho de notario de la travesía, visitado por multitud de rollos de papel en busca de una bendición de sellos, y di con decenas de mejillas lustrosas que me contemplaban con una simpatía engañosa, provistas de nardos de fieltro que saturaban la habitación con corolas postizas


    49. Si he visitado con anterioridad esa parte del mundo y establecido una buena relación con la policía local, quizá dé a conocer mi presencia, pero incluso en ese caso es mejor esperar a que sean ellos los que me inviten a ayudarles


    50. Lo mismo hizo por carta al cónsul, que le había visitado en el palacio













































    1. webs visitamos y cuáles nos gustan, como en del


    2. Sorsogon tiene buen caserío, siendo de notar la iglesia y convento,habitado, en la época que visitamos el pueblo, por un cura indígenade notable ilustración


    3. Calilayan cuando lo visitamos dependía de Pitogo, hoy es pueblo,y en el superior decreto que mandaba su creación, se varió aquelnombre por el de Unisan


    4. Pero, a pesar de todo, Ana, debes saber que todos comentan nuestra amistad con Hilaria, la frecuencia con que la visitamos, el mucho tiempo que pasamos con ella


    5. Su padre le hablaba siempre en inglés por lo que, si bien de­be de haberlo olvidado un poco durante el último mes, que ha pasado en esa horrible vivienda que visitamos brevemente, si­gue teniendo una hermosa pronunciación


    6. —En la residencia que visitamos, una de las internas le, dijo unas palabras


    7. Visitamos el lugar en coche


    8. –No, el hombre que visitamos en la cárcel no era Taplow, era un impostor –


    9. -Ha sido fascinante, visitamos el centro de la muerte y el de generación, así como la casa de Arak y Sufa


    10. El alcaide, que había alegado una indisposición el día en que Marino y yo visitamos la penitenciaría, era un hombre pequeño, de facciones toscas y una abundante cabellera gris

    11. —¿Todavía tienes las llaves del almacén que visitamos?


    12. Pero lo que sí le digo es que en las intersecciones de estas líneas de fuerza, donde esta… como quiera llamarla, los chinos la denominan el «aliento del dragón»…, donde esta energía pulsante está en su cénit, el hombre primitivo erigió sus templos y lugares sagrados, sobre los cuales ahora se alzan las iglesias cristianas que visitamos hoy


    13. Visitamos las pirámides de Teotihuacán y la plaza de Tlatelolco, donde en 1968 hubo una masacre que conmovió a todos los países de América Latina


    14. Visitamos los gimnasios y seleccionamos a un grupo de jóvenes atletas, fuertes y de gran presencia física, que se encargarían de la protección personal


    15. Ocultas bajo el burka, visitamos en su casa a una de las coordinadoras de los cursos de alfabetización, que nos explica su funcionamiento:


    16. A algunos les conocemos del día que visitamos a sus familias


    17. Visitamos juntos lo que hay para ver en Alejandría: el Faro, el mausoleo de Alejandro, el de Marco Antonio donde Cleopatra triunfa eternamente sobre Octavio, y no olvidamos los templos, los talleres, las fábricas y aun el barrio de los embalsamadores


    18. Lo visitamos primero


    19. —Si lo recuerdas, cuando visitamos el Aural te conté que era una explotación Ainari, de los tiempos en que el emperador Minos llegó hasta estas tierras


    20. Y las ciudades con astilleros y los puertos que visitamos se benefician

    21. Ayer por la noche visitamos aquel terrible lugar


    1. (Parece los adultos visitan a sus hijos jóvenes fallecidos con antelación a ellos y los jóvenes fallecidos posterior al adulto, hacen la visita-normal)


    2. Me visitan con frecuencia, acompañadas de un señor de edad, que me hace mil caricias


    3. los inglesesque visitan las Andalucías, los cuales tienen empeño


    4. visitan alos presos que caen enfermos


    5. también en todos los días del año quemutuamente se visitan con


    6. El Paris moral, del cual se ocupan muy poco los que le visitan una vez, es un Paris sombrío y terrible,


    7. Aconsejo á los que visitan Paris que se detengan con frecuencia delante del Louvre, hay mucho que


    8. Ella y su marido tienen caballos en un establo de París, para cuando visitan la capital francesa


    9. (Más adelante el estilo se asienta un poco, y el libro empieza a contar cosas que realmente se necesita saber, como el hecho de que el planeta Bethselamin, fabulosamente hermoso, está ahora tan preocupado por la erosión acumulada de diez mil millones de turistas que lo visitan al año, que cualquier desproporción entre la cantidad de alimento que se ingiere y la cantidad que se excreta mientras se está en el planeta, se elimina quirúrgicamente del peso del cuerpo en el momento de la marcha del visitante: de manera que siempre que uno vaya al lavabo, es muy importante que le den un recibo


    10. Los amigos los visitan

    11. —Son viajeros que visitan el Coliseo


    12. Sus alumnos, sus amigos y sus hijos lo visitan a dia-rio y se turnan para describirle lo que han contemplado: un paisaje, una escena, un rostro, un efecto de luz


    13. La mayoría de los que visitan las plantas transformadores salen bastante pálidos y agitados, y hay muchos que se desmayan»


    14. Lord Gray le dio las gracias, pero sin imitarle ni en el tono ni en los movimientos, diferenciándose en esto de la mayor parte de los ingleses que visitan las Andalucías, los cuales tienen empeño en hablar y vestir como la gente del país


    15. Ahora, cuando las personas que me visitan en mi enfermedad conversan conmigo, optimistas y llenas de proyectos de futuro que me incluyen, se me ocurre que es sábado hace treinta o cuarenta años, que estoy en Ericeira, que el automóvil de mis padres se aleja, con los faros encendidos, y siento el abandono y el terror de antaño, y, en el instante en que los faros se evaporaron en la gasolinera y yo decidí llamar a Benfica, mi sobrino se acuclilló en un banquito como hacía en la pensión de la plaza del garaje, a veinte o treinta metros de la playa, cuando los hermanos salían hacia la pista de patinaje y él se acercaba a mí ahuyentando el miedo a encontrarse sin más niños en el hotel, salvo una pequeña rubia llamada Julieta que jugaba en el patio de la parte trasera y perseguía a las gallinas de la encargada de la pensión tirándoles pedazos de ladrillo


    16. Apenas queda nada de ellos, Están en una zona muy pobre y peligrosa y sólo los visitan algunos Yang-kwei curiosos debido a que, en el centro de lo que debió de ser un hermoso lago, hay una isla con un establecimiento donde se puede tomar el té


    17. Qué duda cabe de que la concordia resultante contribuiría a la edificación de los peregrinos que visitan las dos presuntas reliquias


    18. Si estas astronaves fantasma visitan la Tierra con deliberación y por algún motivo racional, debe de ser porque la Tierra les interesa


    19. Unos misioneros los visitan de vez en cuando y, hace unos años, enseñaron al jefe y a otros miembros de la tribu algo de español


    20. visitan hombres a los que llamamos "funcionarios informales",

    21. En ellos apuntan el nombre exacto de las URL (las direcciones) de las páginas web que visitan, los nombres del software que buscan, cosas relacionadas con otros hackers que quieren localizar y cualquier cosa que les pueda ser de ayuda


    22. –Yo no voy con chicas que visitan el establo -dijo


    23. Pienso en ellos estos días en que los veteranos de las Brigadas Internacionales visitan España, viejitos que bajan de los autocares con el puño en alto


    24. –Los oficiales visitan la corte del Prestans cuando reciben su nombramiento, sabes


    25. Ahora, con la televisión, la presencia fisica de los hombres políticos es algo cercano y familiar; sus caras, agrandadas en el televisor, visitan cotidianamente las casas de los ciudadanos privados; cualquiera puede, tranquilamente instalado en su sillón, relajado, escrutar el más mínimo movimiento de los rasgos, el batir de los párpados incomodados por la luz de los reflectores, los labios nerviosamente humedecidos entre una palabra y la otra… En las convulsiones de la agonía, especialmente, el rostro, ya muy conocido por haber sido encuadrado muchas veces en ocasiones solemnes o festivas, en posturas oratorias o en desfiles, se expresa cabalmente: en ese momento, más que en ningún otro, es cuando el simple ciudadano siente suyo al gobernante, algo que le pertenece para siempre


    26. El general Vicente Rojo y el jefe del Ejército del Ebro, Juan Modesto, le visitan para conocer la situación de su sector


    27. Al otro lado de las trincheras, otros corresponsales de prensa visitan el frente


    28. Los obreros de la CNT visitan esos días el frente


    29. Su superioridad sobre las demás polinesias no puede dejar de atraer la atención de los que visitan los grupos de islas más importantes del Pacífico


    30. –Es normal -repuso con expresión victoriosa-, puesto que no pertenecen al monasterio y sólo los iniciados las visitan

    31. No es más la misma, no se visitan, no logran hablar


    32. Los europeos de ideas progresistas que visitan Cuba no son muy capaces de analizar con objetividad la situación de la isla porque lo hacen con unos prejuicios que deforman la visión de la realidad


    33. ¿Os visitan los djinni?


    34. Pocos viajeros visitan la casa


    35. Ninguna de las personas que visitan esa iglesia han oído esos registros en acción, pero ahora Waterhouse los está usando muy bien, disparando acordes potentes como salvas desde los poderosos cañones del acorazado Iowa


    36. los primos que están aquí y ellos la visitan, pero no considera ninguno como posible pareja


    37. El Proceedings es conocido en todos los círculos académicos, y los hombres del Isaac Newton, por borrachines que puedan mostrarse en ocasiones, cuentan con recomendaciones del Gobierno, del Ministerio de Asuntos Exteriores y de universidades de todos aquellos países que visitan


    38. Usted estaba hablando sobre qué felices son todos porque los vampiros los visitan, o algo así


    39. Me daba cuenta de todo lo que hay de real en la obra de Wagner, al ver esos temas insistentes y fugaces que visitan un acto, que no se alejan sino para volver, y, lejanos a veces, adormecidos, desprendidos casi, en otros momentos, sin dejar de ser vagos, son tan apremiantes y tan próximos, tan internos, tan orgánicos que dijérase la reincidencia de una neuralgia más que de un motivo


    40. —El señor Gruer nos visitó ayer por medio de su imagen tridimensional; pues bien, los solarianos se visitan con frecuencia por este medio, pero no en persona

    41. Vagan sobre las olas, visitan ciudades extrañas buscando un mundo de riquezas, todos igualmente seguros de lograrlas; pero la visión de un hombre pierde el momento afortunado, otro encuentra la fortuna en su regazo


    42. La casa anterior se volvió un santuario tan concurrido, que lo visitan hasta los presidenciables en campaña electoral


    43. Poco después, los masones visitan a Lamartine cuya audiencia es, por aquel entonces, bastante considerable


    44. Las puertas del mundo se abren cuando llegan a la Kártnerstrasse, una calle de comercios de lujo, que los del extrarradio visitan a lo sumo dos veces al año, pegándose contra sus muros para evitar que la masa, que se dirige hacia las famosas pastelerías, los aplaste


    45. LOS DE TORVALDSLAND VISITAN EL CAMPAMENTO DE LOS KURII


    46. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga


    47. La gran sociedad de San Petersburgo es, en rigor, un círculo en el que todos se conocen y se visitan mutuamente


    48. Aquellos que frecuentaban su divan lo han abandonado al enterarse de su desgracia, sólo Jayyám y los oficiales de la guardia nizamiyya lo visitan


    49. Y no creas que sienta a su mesa a cualquier conde; algunos no pasan del pasillo… También los escritores lo visitan


    1. Leeds con ciertagravedad: visitando una vez la gran pirámide de Khufu, faraon dela cuarta dinastía, dí con un sarcófago de granitorojo, en un aposento olvidado


    2. Todas las tardes pasaba horas enteras visitando lasobras del


    3. El duque de Tornos siguió visitando de vez en cuando la casa


    4. Pero yo, en los últimos años, he ido de ciudad en ciudad visitando losclubs de hombres y otras asociaciones secretas del «partido masculista»


    5. cantaban la gloriade los Westfalia; visitando el panteón en que


    6. Iba de un lado a otro visitando a losamigos, haciéndose visible en las


    7. Uno de ellos gustaba de relatar su última excursión por lasestribaciones de los Andes del Sur, visitando los lagos mássolitarios


    8. visitando, charlando, recorriendotodas las partes del coloso desde las cocinas a los


    9. esto á ser empleado en unaoficina flotante, visitando los mismos


    10. Tòni, pasólos días en tierra, visitando la ciudad

    11. cumplimiento de lasentencia visitando á muchos de sus colegas


    12. Visitando los que por los Incas son enviados las provincias,


    13. visitando las provincias, nunca enninguna dejaron de hablar en


    14. caminó por lo deCollasuyo, visitando sus guarniciones y tambos


    15. En efecto, el inspector iba visitando una tras otra las prisiones, calabozos y subterráneos


    16. —¿Qué es lo que te propones visitando la habitación de ese individuo?


    17. Durante tres días Holker y sus amigos permanecieron en la colonia polar realizando excursiones por los alrededores con el trineo del hotel, visitando varias casas de los anarquistas y algún iglú esquimal, a pesar del frío excesivo que reinaba al aire libre y la profunda oscuridad que se espesaba en los desolados bancos de hielo de las regiones polares


    18. Los tres exploradores, en vez de dirigirse directamente hacia la fuente de fuego, dieron la vuelta, visitando los lugares que quedaban en sombra, las grietas, los rincones, los montones de rocas, todos los sitios que podían haber servido de escondite


    19. «¿A quién se le hubiera ocurrido que yo acabaría visitando el hogar de los elfos?», se preguntó Eragon


    20. Simón se había pasado la tarde anterior, luego de la visita de Myriam y acompañado de Seis, cuya envergadura le facilitaba mucho las cosas en aquellos ambientes, visitando figones, tugurios y lugares de encuentro, sobre todo en aquellos locales donde la clientela era de la más baja condición y particularmente en el barrio del Compás, por si a sus oídos llegaba alguna noticia que le aportara luz sobre el lugar o la circunstancia del rapto del hijo de su amada

    21. Decidió aliviar su inquietud visitando al mayor Whittaker


    22. Y le seguí visitando, hasta que pasados diez días, recuperó las fuerzas y pudo levantarse como de costumbre


    23. Y recorrió aquel primer día toda la ciudad, visitando a los jeiques de los barrios y a los jefes de las calles


    24. -Volvió a aparecer en Gibraltar, visitando la casa del judío Benoltas, que dio dinero para la sublevación de Alicante -continuó Lozano, hojeando los papeles-


    25. Y continuaron viviendo de tal suerte, a diario visitando tan pronto un sitio como otro, y durmiendo de noche juntos, de la manera consabida, y así en el transcurso de cuatro meses


    26. Con algo de espontaneidad por su parte, y con no poca docilidad a los mandatos de Ibero, Rafaelita se portó muy bien en aquella [168] ocasión, visitando diariamente a su amigo enfermo, asistiéndole con exquisitos cuidados y consolándole con su presencia


    27. De vuelta a Venecia, pasó el resto del día en los museos y visitando iglesias


    28. Con Eulogia iba alguna vez de tiendas; acompañábala también Ansúrez, que, harto ya de verse mal señalado por servir al impopular Chico, se había despedido, y no tenía más ocupación que vagar por calles, visitando amigos, o arrimándose a los corrillos de este y el otro mentidero


    29. Después de fijarme en r la dirección que tomaba el doctor, me he pasado el día visitando todos los pueblos que hay por ese lado de Cambridge y cambiando comentarios con taberneros y otras agencias locales de noticias


    30. Francisco estuvo visitando enfermos toda la jornada y no había hablado con el deán

    31. Aquella noche, Mitton había estado visitando a unos amigos en Hammersmith y disponía de una coartada perfecta


    32. Antes de embarcar habíamos paseado otro largo rato por las calles rectas y empinadas de la ciudad nueva, visitando el puerto de Marsamucetto, que está por el lado de poniente, y los albergues o cuarteles famosos de Aragón y de Castilla, este último con su bella escalinata; que en la ciudad cada uno tiene su albergue según las siete lenguas, pues así las llaman ellos, en que se reparten los caballeros de la Orden: los citados Aragón y Castilla —que son de nación española—, Auvernia, Provenza y Francia —las tres de nación francesa—, Italia y Alemania


    33. Visitando, con su mejor sonrisa de escualo madrugador, un par de sitios donde la conciencia poco tranquila y la necesidad de estar a buenas con la autoridad competente aflojaron las bolsas sin mucha resistencia


    34. Una vez hecho todo esto, Basilio volvió triunfante a través de Grecia, visitando la antigua Atenas y entrando en Constantinopla saludado como Basilio Bulgaroktonos, «el matador de búlgaros»


    35. Hércules y Lincoln aprovecharon la mañana visitando al señor Sookias, uno de los líderes armenios de la zona


    36. -Mi madre -dijo el cockney- estuvo en el cementerio aquella tarde visitando otra tumba


    37. Aunque estaba muy ocupada preparándose para el nuevo curso escolar, visitando a antiguas compañeras de clase y haciendo malabarismos con las atenciones de varios jóvenes, durante el resto del verano siempre se las arregló para pasar un momento por la tienda a primera hora de la tarde y ver cómo le iba a Hector


    38. Este buen viejo hacía una vida de familia, visitando unas veces a los Ragon, otras a su sobrina, otras al juez Popinot, o a Joseph Lebas, o a los Matifat


    39. En invierno había mucho trabajo, pero cuando llegaba la buena estación, apenas había que hacer y me pasaba la vida visitando a algunos amigos, cuidando de la huerta y pescando en el río desde un árbol que inclinaba su tronco hacia la superficie del agua


    40. Visitando las bibliotecas con regularidad, se mantenía al corriente de los acontecimientos, leyendo todos los diarios recibidos desde el Times de Londres a las revistas locales de Göttingen

    41. Dos o tres años más tarde, visitando Heidelberg, Weierstrass supo de labios de Bunsen, un terrible solterón, que Sonja era "una mujer peligrosa"


    42. Visitando el salón de los autómatas; haciendo mover aquellos personajes sin cuerpo, atrapados en vitrinas a la espera de la moneda para jugar a estar vivos treinta segundos; la Moños, el payaso


    43. Varios simpatizantes de la causa fueron visitando La Roche-Gu-yon, que se convirtió en un «oasis» para los integrantes de aquella resistencia


    44. 15 Blumentritt telefoneó a La Roche-Guyon para hablar con Kluge, pero le dijeron que éste se encontraba visitando el frente en Normandía


    45. ¿En verdad el ser humano puede “volar”, con la sola ayuda de su cerebro, “visitando” física y realmente los más lejanos y recónditos parajes del planeta…, o de otros astros? ¿Córno conjugar la lógica con esas “transportaciones mentales, capces de llevarle a uno al domicilio de un desconocidoy, lo que resulta más asombroso” hacerle ver” la distribución del mobiliario o la decoración de las paredes? ¿Es que la mente humana disfruta de la casi mágica capacidad de “visualizar” a una persona desconocida, con la sola invocación de su nombre y apellidos y lugar de residencia? Estos y otros “ejercicios”, a cual más fascinante e increíble, habían sido practicados, como digo, por quien esto escribe


    46. Ella y su secreto permanecieron diez días más en la desierta metrópoli visitando los lugares que llegaría a conocer tan bien pocos días más tarde


    47. Al recibir la carta que le enviara Shannon, había pasado varios días visitando tres de las principales empresas de cartas de navegación, en Leadenhall Street, y había comprado en lotes separados cartas de toda la costa africana desde Casablanca hasta la Ciudad del Cabo


    48. Las islas remotas acaban más deforestadas que las islas con vecinos próximos, seguramente porque era más probable que los isleños se quedaran en su hogar haciendo cosas que tenían impacto sobre su medio ambiente antes que gastar tiempo y energías visitando otras islas con las que comerciar, a las que asaltar o en las que establecerse


    49. Muchas de las casas eran sólo residencias de temporada, pues sus dueños estaban fuera visitando cualquier otro rincón del Imperio Final


    50. Recordé un episodio de la vida de este joven, cuando intenté ampliar mis conocimientos del mundo clásico visitando las comunidades clandestinas que había en los desiertos y las cuevas del sur de Palestina y del norte de Egipto









































    1. Él hotel, estaba lleno de muchas personas, todos hacían fila en el primer piso, para pedir las llevas de la habitación de los pisos superiores, para poder visitar sus familiares


    2. Solicita las llaves de la habitación para visitar su hijo


    3. comida su autorización para visitar la casa en su totalidad y pretendía que tal petición


    4. Estos majestuosos animales de gran calma en el racionamiento de agua, me recordaban, no sé por qué, el circo que jóvenes, después de muchas vicisitudes, me ha encantado visitar


    5. Las señoras queprotegían la casa sosteniéndola con cuotas en metálico o donativos, eranadmitidas a visitar el interior del convento cuando quisieren; y enciertos días solemnes se hacía limpieza general y se ponía toda la casacomo una plata, sin desfigurarla ni ocultar las necesidades de ella,para que las protectoras vieran bien a qué orden de cosas debían aplicarsu generosidad


    6. ¿Qué caballerín, de los elegantes de la ciudad, no estaba aquellamañana, con un ramo de flores en el ojal, saludando a las damas y niñasdesde su caballo? Los estudiantes, no, esos no estaban por las calles,aunque en los balcones tenían a sus hermanas y a sus novias: losestudiantes estaban en la procesión, vestidos de negro, y entreadmirados y envidiosos de los muertos a quienes iban a visitar, porqueestos, al fin, ya habían muerto en defensa de su patria, pero ellostodavía no: y saludaban a sus hermanas y novias en los balcones, como sise despidieran de ellas


    7. Despues se les lleva decasa en casa á visitar á los parientes para el besamanos;allí tienen que bailar, cantar y decir todas las gracias quesepan, tengan ó no humor, esten ó no incómodos ensus atavíos, con los pellizcos y las reprensiones de siemprecuando hacen alguna de las suyas


    8. Irene, queá la tarde se fué á visitar á Cpn


    9. ó enella se despiertan, al visitar la referida Exposición ó al hojear ellibro que la


    10. Bokassa va a visitar al Papa, a los reyes y a los jefes de estado y todos lo reciben con los debidos honores

    11. antiguasamistades que no habían cesado de visitar la casa de la


    12. a visitar las estaciones, turbando el generalsilencio con el arrastre acompasado de sus pies e


    13. La afición de don Juan a visitar almonedas, comprándolo todo con tal quefuese barato, había


    14. Su Excelencia y apreciable familia estaban en esta población, he querido visitar a mi antigua y


    15. —Esta predisposición de usted—dijo el Marqués—a visitar las Cortes europeas me indica que se


    16. Sera interesante visitar en


    17. Y se dió el caso, que aunque lo esperaban, no fué á visitar la Catedral,dejando


    18. pié, y enromería, a visitar a un santo ermitaño que vivía en


    19. El ermitaño que iban a visitar era un varón muy penitente


    20. encargado por el gobierno á visitar laprovincia de Moxos, para estirpar en ella los abusos religiosos

    21. haevitado la destruccion de las misiones de Moxos; así, al visitar yo laprovincia en 1832, hallé, con otros


    22. visitar ni continuar las casas de los amigoscasados de la misma manera que cuando eran solteros;


    23. España muchos dellos, cadaaño, a visitar los santuarios della, que los tienen por sus Indias, y


    24. había prometido visitar el distrito; laselecciones se venían encima, y el tal D


    25. Los señores del pueblo se apresuran a visitar al forastero y a ponerse asus órdenes; y así lo


    26. la traía en el corazón cuando vinode Madrid, con pretexto de visitar a sus electores


    27. —Todo el día lo empleamos en visitar el castillo, las caballerizas,


    28. La estacion se adelanta, espreciso todavía visitar otras ciudades, acudir á losbaños,


    29. Comprendiendo que sin visitar por sí mismo las


    30. Comenzó a visitar las

    31. presentaban para venira visitar a su hermana en el cabildo; yo


    32. abandonaba sus viviendas para visitar ciertotemplo de las inmediaciones


    33. de visitar San Marcos y el Palacio del Dux y ambular porlas


    34. visitar á sumadre, quien la recibió en la escalera y la echó los brazos al


    35. y cuando se obtiene, es con el fin único de visitar a lafamilia


    36. visitar los lugares de la escena, oírlas revelaciones de los cómplices, las deposiciones


    37. preocupaciónmoral, había resuelto visitar por segunda vez las


    38. disposiciones; tengo la intención de volver a visitar


    39. dejede visitar a esas mujeres, y todos trataremos en el pueblo de hacerolvidar que usted las ha


    40. indumentaria se creyeron en el casode visitar las tabernas como sus maestros,

    41. las costas del Norte,aprovechando el viaje para visitar Loyola y


    42. visitar a los presos que hay enellas


    43. los curiosos que van a visitar elpalacio del príncipe de Orange,


    44. visitar las iglesias; y, casi siempre, unahora antes del toque de oraciones, sin más que


    45. legusta quedarse en casa cuando Fernanda va a pasar la tarde con suhermana y visitar


    46. la ocurrencia de visitar al P


    47. Noera ya hora de visitar el convento; lo


    48. Isidro, al visitar la casa del Mosco, ya no se detenía en la viviendade su abuela


    49. deseo de visitar el interior de latorre, creció entonces


    50. visitar a los señores, se enterase de cómoseguía el enfermo, y se lo escribiera a correo













































    1. En los días que siguieron a la boda, Lotario, debido al festejo por el acontecimiento, estuvo frecuentando el hogar formado por la pareja, como acostumbraba a hacerlo antes del matri; pero, pasado el tiempo de celebraciones, dejó sus visitas, para evitar las habladurías y así cuidar la honra de los recién casados y, además, por parecerle en este caso que el que se casa quiere casa


    2. general, pero en especial de esa plaza, a causa de la cual las visitas particulares suelen acabar,


    3. Al fin y al cabo, nunca recibía visitas en casa, a los


    4. En su desaliento, sus visitas irán espaciándose


    5. en los que recibía visitas de rostros amables, sin continuidad


    6. Las mismas visitas de amigos desaparecieron en las noches silenciosas que sólo turbaba el paso de las patrullas


    7. En una de tales visitas, tuvo una sorpresa que le heló el corazón


    8. recomendaciones de visitas sociales y


    9. computadoras de los chicos sus visitas


    10. Mucho agradecía la desdichada joven aquellas visitas

    11. Estas familias se distinguen entre las que tienen vínculos transnacionales relativamente consolidados (en términos de remesas, comunicación y visitas periódicas) frente a las que tienen una alta inestabilidad en estos vínculos y las que están en proceso de reunificación


    12. Regresaba a escondidas y cuando podía a León y por visitas que a mi madre y a mí, nos parecían demasiado cortas


    13. en Peleches para el anochecer, tanhartos se vieron de visitas y


    14. hasta entretenida latarea de pagar las visitas que debía entre las


    15. En éstas y otras, se acabaron las visitas, y los señores de


    16. reciben en invierno las visitas en torno delhogar, donde arde un monte de encina o de


    17. mayorsolicitud aún que en las anteriores visitas de la vida


    18. Quien más murmuraba contra tales visitas era don Juan, el hermanoaustero, huraño y de


    19. Eran los días de la mamá; iban a tener visitas yhabía que estar presentables, para que las amigas,


    20. de la casa;pero cuando él no está entran como visitas los corredores jóvenes, todala pollería de la

    21. visitas, unas veces por la tarde y otras por lanoche, que la hacía aquel cincuentón; pero no


    22. sobre las visitas á los conventos de España, publicados porULYSSE ROBERT en el tomo XX, p


    23. naufraga la virtud por la torpemurmuración de las visitas y el


    24. menudeara las visitas, sino que entre el desasosiego quelas


    25. Don Juan anda mientras tanto aburriéndose en visitas y sin


    26. acortó las visitas, quejándosede pesadez en el estómago


    27. cuando yo estabaclavado por la gota en mi sillón, ella hacía las visitas sola, tan


    28. lo ha enseñado; pues durante las visitas que hacen juntosa los pobres, Bettina lo


    29. de que le anunciemos las visitas, sino de que dejemos entrar atodo el mundo


    30. —Tengo entendido, Andrés, que visitas con harta frecuencia la

    31. Me han dichoademás que el motivo de estas visitas es una de las


    32. ella, en las Hijas de María óen el salón de visitas de los padres


    33. los pecadosde siempre, murmuraciones en las visitas, mentiras


    34. Los cambios de tarjetas, las visitas, las felicitaciones, las


    35. En las primeras visitas que hacemos á la playa, la impresión


    36. Cuantos habían leído lahistoria del país estaban enterados de cómo era esta máquina primitivade medir el tiempo que todos los colosos traían en sus visitas


    37. Transcurrieron varios días de trabajo, de cansancio y de hambre, sin queel coloso recibiese nuevas visitas


    38. porél y lo mostraba con preferencia a las visitas que recibíamos


    39. mientrasla mujer se queda en su salón tocando el piano y recibiendo visitas


    40. Esas visitas a Florencia, de tarde en tarde, era probable que lashiciera cuando lo

    41. que las constantes visitas de el Ceco al monasterio capuchino,han despertado el


    42. Reconocí que en esas frecuentes visitas y conferencias debía habersetramado el


    43. la frecuencia de las visitas del


    44. El Libertador, en una de sus visitas al Salto, encontrándose


    45. En visitas, reclamaciones y banquetes,aparte de los quehaceres del cargo oficial,


    46. recibe un gran número de visitas


    47. En una de sus visitas a Orión, trabó conocimiento con Juana


    48. Hacia las tres de la tarde comenzaron a desfilar las visitas


    49. admiración de las gentes; en susfrecuentes visitas diocesanas


    50. atención de sus visitas los pobres enfermos yencarcelados a














































    1. por los seres que ella visito en su realidad, la RC10001, tal


    2. Cada vez que visito la «National Gallery» me quedo con la boca abierta


    3. Yo tam-bién lo visito a menudo


    4. Por la mañana, después de los rezos y abluciones, salgo a recorrer la ciudad; visito una tras otra mis tres casas alquiladas, para saber si las abandonan sus habitantes; si alguno de ellos, al huir, ha dejado la puerta mal cerrada; si en los pasadizos de las calles hay hacinamiento de paja y estiércol


    5. En general la situación de los negocios es tan mala que, a veces, cuando me desocupo un rato de la oficina, tomo la cartera de muestras y visito personalmente a los clientes


    6. Casi la mitad de las casas que visito los tienen actualmente


    7. Yo los visito a menudo, cuando voy a Bera por hilo


    8. Y cuando visito otra ciudad, otra casa, puedo abrir el libro, leer la frase y contar el cuento


    9. En el ejercicio de mis funciones, visito a diario las dependencias de la nave para conocer de cerca los padecimientos de la tripulación y del pasaje y paliarlos cuando es posible, y cuando no es posible, para levantar con mi presencia la moral de todas las personas a mi cargo


    10. Cuando visito un museo siento que los cuadros me pertenecen, los hago míos con la contemplación

    11. Es la primera vez que visito Tidworth


    12. Visito a todos nuestros usuarios una vez por mes


    13. —Por lo general no visito los bancos de los remeros —dijo ella


    14. Pero hay otro pasaje en Exodo, xx: "Yo soy Jehová tu dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padre sobre los hijos sobre los terceros y sobre los cuartos, a los que me aborrecen"


    1. Recuerdo que en una ocasión, mientras visitábamos una casa muy antigua en Louisiana


    2. Mientras visitábamos la cárcel


    3. Visitábamos con frecuencia el almacén de madera acompañados por el maestro carpintero, Shiro, quien parecía estar labrado con el mismo material que tanto amaba


    1. Algo más despacio visité el Palacio de Felipe II, ó bien la


    2. Las vi cuando visité la casa después del incendio


    3. Cuando la sensación no hizo sino aumentar, visité al médico y descubrí que estaba embarazada


    4. Cuando visité la Asamblea antes de salir de Ciudad de El Cabo, escuché a un caballero entrecano, de bigote lacio, que se parecía una barbaridad a la Tortuga de Alicia en el País de las Maravillas


    5. Cuando visité aquel lugar descubrí que la supuesta gruta de los Patriarcas o cueva de Machpela contaba con accesos independientes y lugares de oración separados para los dos grupos en liza que reclamaban el derecho a conmemorar esta atrocidad en su propio nombre


    6. Al principio los visité con frecuencia, pero pronto me di cuenta que en mi presencia mantenían una cordialidad algo forzada, muy diferente a la bienvenida calurosa que antes me prodigaban


    7. Era hermana de la Caridad en la Casa Central; allí la visité; pero ¡cuán mudada estaba! Hermosa todavía, pero con una palidez de muerta


    8. Todavía se les guardaba luto cuando yo visité por primera vez la sede de la CSB


    9. Le visité una vez


    10. Sylvester confiesa que "pude darme cuenta de los sentimientos de Briggs en su entrevista con Napier cuando recientemente visité a Poincaré [1854-1912] en su gallinero aéreo de la calle Gay-Lussac… En presencia de ese poderoso depósito de fuerza intelectual, mi lengua se negó a cumplir su oficio, y hubo de pasar cierto tiempo (quizá fueron dos o tres minutos) antes de que me formara una idea de sus juveniles rasgos externos y me encontrara en condiciones de hablar"

    11. El 27 de junio visité a mi viejo amigo, Alva Griest, que estaba enfermo y en cama


    12. La visité y, como algo natural, como algo escrito desde mucho antes de nuestros nacimientos, nos entregamos en cuerpo y alma


    13. Esta mañana visité a Aquilino en la Residencia de Suboficiales


    14. La primera vez que visité Australia, hace cuarenta años, muchos propietarios de tierras australianas respondían a las críticas de que estaban deteriorando la tierra para futuras generaciones o causando daños a otras personas diciendo sencillamente: “Es mi parcela y tengo perfecto derecho a hacer lo que me venga en gana”


    15. Entre las muchas iniciativas privadas innovadoras existentes en Australia para afrontar los problemas medioambientales, hay varias que descubrí cuando visité una antigua propiedad agrícola y ganadera de casi 1


    16. Por ejemplo, en 1976 visité la isla de Rennell en et archipiélago de las Salomón, situada en el cinturón de ciclones del Pacífico suroccidental


    17. En cierta ocasión visité Génova


    18. Visité al físico que había atendido a las personas de mi casa por mucho tiempo, un hombre en el cual podía confiar, y sin vacilar, a petición mía, me dio una poción sobre la cual juraba que podía confiar totalmente


    19. La visité en la misma celda de los condenados a muerte


    20. Visité la calle de esa pequeña ciudad con el hombre todavía en los brazos de Hans Hubermann

    21. —Y así es, mas visité una vez Cartagena de Indias y me pareció un lugar encantador


    22. Visité la exposición hace unas horas


    23. —Puede que no lo recuerde, pero nos conocimos hace un par de años cuando visité las excavaciones


    24. Hasta tenían lugar en varias de las bibliotecas que visité


    25. —Mi principal objetivo fue, desde el principio, la localización de la cripta que visité en 1982 y que después debió ser sepúltada en las reformas


    26. Realicé algo muy semejante a lo que hizo Axel Dumire; fui reuniendo pequeños datos y, cuando tuve un expediente bastante completo, visité a Morgan WendelI, con el que había trabado un conocimiento amistoso, aunque superficial y despreocupado


    27. Por la tarde visité al viejo que el martes había llamado a la policía


    28. Le visité con frecuencia para llegar a algún tipo de arreglo, ya que en realidad existían dos estructuras del PSOE, la oficialmente reconocida por el exilio, una cáscara vacía, y la que habíamos levantado con extraordinario esfuerzo los jóvenes bajo el predicamento de Alfonso Fernández


    29. Con él visité los enclaves artísticos que más me interesaban


    30. En uno o dos fingí incluso que quería internar a un familiar y los visité por adentro

    31. Como le dije, visité distintos asilos y pensé en una serie de variantes ingeniosas


    32. No siempre utilizaba el método del comandante Charley, pero un día como este jueves, cuando toda mi atención debiera estar concentrada e indivisa en la medida de lo posible, desperté al rayar el alba, entreabrió la puerta la luz, y visité a mi familia tal como lo hubiera hecho el comandante Charley


    33. Cuando visité Londres por primera vez me agobiaba el tañido de las campanas del Big-Ben; me parecía un toque funerario


    34. A partir de entonces, todos los días, a las once de la mañana, visité las escaleras


    35. ¿He dicho el nombre de ese bar lácteo que visité en una ocasión? Pues se llamaba nada menos que La reina frígida


    36. De las ocho veces que la visité, sólo la última quedó nítidamente grabada en mi recuerdo


    37. Visité las cinco tiendas más importantes, recorriendo los departamentos de señoras, desde las zapaterías hasta las secciones de sombreros, con la intención de saber si un hombre -quizás uno que respondiera a la descripción de Leighton- había comprado en el último par de días ropas de una talla adecuada para Audrey Gatewood


    38. Fue por este asunto por lo que ayer la visité


    39. —Cuando sir Isaac trabajaba en los Principia —dijo Daniel—, le visité en Trinity


    40. ¿Imaginaban que me escapaba de Hanwell y no de Putney? ¿Escapar? ¡Quién pudiera escapar! Llegué a Londres»; visité los clubs

    41. Y de pronto recordé que me había seguido cuando visité el deanato nuevo para leer la inscripción


    42. Por casualidad, mientras compraba y vendía visité muchos de los lugares donde había estado con Denna


    43. Visité los edificios del internado, cerrado y transformado en museo de historia local


    44. Por la tarde di licencia a mis acompañantes franceses, y con un grupo de españoles de mi corte visité el puerto y la ciudadela


    45. –Esperaba, sobre todo, tener que enfrentarme con la policía del rey, pues todo el mundo sabe que ayer por la noche visité al dieceta


    46. Tales fueron las circunstancias en que visité a Back-Cup, y no es de extrañar que desde que se ofreció ante mis ojos yo lo diera este nombre


    47. Asistí a conferencias sobre filosofía en escuelas alejandrinas, visité los lugares notables y me mostré frecuentemente en público


    48. El sábado le visité


    49. —Lo visité en el Mundo de los Sueños


    50. Unos días después, en posesión de una orden judicial, visité a disgusto las habitaciones de Quinda acompañado por el albacea y busqué el archivo Tanner





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    visitar in English

    see over view look over visit call on call upon look up

    Synonyme für "visitar"

    examinar inspeccionar revistar ver presentarse