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    Use "arrancar" in a sentence

    arrancar example sentences

    arranca


    arrancaba


    arrancaban


    arrancado


    arrancamos


    arrancan


    arrancando


    arrancar


    arranco


    arranqué


    1. Martha arranca el coche y se van corriendo


    2. En fin, que sino acierta a pasar el coronel Goiri, que me quería mucho, y me coge a lafuerza y me arranca de allí y me lleva a mi casa, aquella tarde sale elredaño de un cura a ver la puesta del sol


    3. quienes el lazo traidor arranca delespacio para encerrarlos en una jaula


    4. pero los historiadores señalan como laépoca de que arranca el gran apogeo de tales


    5. desde el punto en que arranca la escalera del pisoalto, una algarabía atronadora de carcajadas, cantares


    6. empobrece, les quita toda elasticidad de ánimo; que undía, en fin, arranca a los


    7. nalgas, le arranca los pedazos flotantes y le mete el puñoen las concavidades que


    8. arranca el árbol, se queman las raíces y losretoños salen a millares


    9. Que las yerbas del campo arranca y


    10. Cuarenta y un millones arranca del

    11. canto: laslágrimas que arranca a las almas de los hombres son el


    12. su colección de preguntas, las quele arranca tu invisibilidad


    13. para siempre,busca energía en el fondo del sueño, de los bostezos arranca losapóstrofes del


    14. comprendió la ferozsublevación que se apodera de las madres a quienes se arranca su


    15. la tempestad en el bosque, cuando arranca y derriba los pinos gigantescos, cuya caida hace resonar la


    16. Entre las explicaciones propuestas están: l) los quásares son versiones monstruo de los pulsar, con un núcleo de masa enorme en rotación muy rápida asociado a un fuerte campo magnético; 2) los quásares se deben a colisiones múltiples de millones de estrellas densamente empaquetadas en el núcleo galáctico, explosiones que arrancan las capas exteriores y exponen a plena vista las temperaturas de mil millones de grados del interior de las estrellas de gran masa; 3) idea relacionada con la anterior, los quásares son galaxias en las que las estrellas están empaquetadas tan densamente que una explosión de supernova en una estrella arranca las capas exteriores de otra y la convierte también en supernova produciendo una reacción estelar en cadena; 4) los quasars reciben su energía de la aniquilación mutua y violenta de materia y de antimateria que de algún modo se ha conservado en el quásar hasta el presente; 5) un quásar es la energía liberada cuando gas, polvo y estrellas caen en un inmenso agujero negro en el núcleo de estas galaxias, agujero que quizás es a su vez el resultado de eras de colisión y coalescencia de agujeros negros más pequeños; y 6) los quásar son agujeros blancos, la otra cara de los agujeros negros, la caída en embudo y eventual emergencia ante nuestros ojos de la materia que se pierde en una multitud de agujeros negros de otras partes del universo, o incluso de otros universos


    17. Parte del desasosiego causado por el impacto de fenómenos como el consumismo en los índices de felicidad de las sociedades extremadamente competitivas de hoy, arranca de la renuencia a admitir que los intereses de la sociedad van por un lado -acumulación de riqueza y multiplicación de puestos de trabajo; objetivos legítimos- y los del individuo por otro -la búsqueda igualmente legítima del bienestar y la felicidad personal


    18. Lamentablemente, el sentimiento de insatisfacción generado por muchas recetas pormenorizadas de autoayuda arranca de su formulación al margen de esos factores reductores


    19. —Todo esto arranca de un caso cuya reseña debe haber leído usted en la Prensa hace algún tiempo


    20. Arranca la música, la gente se levanta para tapar sus balbuceos con aplausos, él se olvida de los papeles e intenta improvisar una despedida, pero lo único que en medio del bullicio se le oye decir es la frase siguiente: «Mi hijo no os defraudará»

    21. Joyce pone el vehículo en marcha y arranca


    22. Arranca y de nuevo estoy en marcha, sentado de nuevo, y mirando de nuevo hacia la ventana: el mediodía


    23. Venía con su entrenador, que debía controlarlo, pero se cagó sobre los muebles y casi me arranca un ojo dentro de la jaula


    24. y la cofia y el almófar, se lo arranca, con la espada,


    25. Desmonta entonces el señor con presteza, lo arranca de la boca de los perros, lo levanta por encima de su cabeza, y llama a grandes voces, mientras ladran furiosos los perros


    26. Las puertas de la ciudad por el camino de Puente la Reina, y en la entrada del paseo, y en las cabeceras de los puentes, donde arranca el camino de Viana, eran verdaderas fortalezas


    27. Hemos sabido que sobrelleva el tremendo dolor que se deriva de su situación de tal manera que asombra a todo el que le ronda: su intensa agonía no le arranca ni una palabra, ni un suspiro de los labios


    28. ¡Ay!, el corazón no entiende de jerarquías, y una [188] vez metida Su Majestad en lo morganático, ¿qué más daba que tuviese cuatro cuarteles o que no tuviese ninguno? ¿De dónde arranca la nobleza más que de la voluntad de los Reyes? Pues desde el momento en que D


    29. sólo que cuando uno está en el punto de cogerle la idea, el hombre se arranca por latines, y


    30. -Mi razonamiento arranca de la suposición de que, una vez que se ha eliminado del caso todo lo que es imposible, la verdad tiene que consistir en el supuesto que todavía subsiste, por muy improbable que sea

    31. —¡Bueno; todo va bien! Ya arranca de nuevo —dijo mi compañero con expresión de alivio


    32. La glosa, hecha con la chispa habitual, arranca nuevas risas y golpes de abanico


    33. Sobre la cabeza del capitán de artillería, el temporal arranca gemidos siniestros al techo de tablas y ramas sujetas con clavos y cuerdas


    34. «Se podría pensar que alguien arranca el cable de una lámpara —pensó Anna-Maria—


    35. Arranca el cable, le quita el recubrimiento de plástico y pone uno de los hilos de cobre alrededor del tobillo de alguien


    36. Sin embargo, la línea del progreso intelectual en química arranca de Egipto, por lo cual voy a limitar mi exposición a esta línea


    37. Dios lo arrancó de este mundo, como el sembrador del Evangelio arranca la hierba mala, antes de que cumpliera su designio, con alivio de los cristianos de Jerusalén, decididos partidarios de la santa intransigencia


    38. Se arranca esta capa con cuidado y cuando se tiene un plato lleno se pone en remojo durante unas horas


    39. El chasquido de la puerta me arranca de mis pensamientos


    40. Se estremece de frío en un momento dado y se arranca las mantas al siguiente

    41. ¡Kel, utiliza la espada y arranca una de las tablas del suelo! ¡Deprisa!


    42. Hay quien no acierta a poner el pedal en la posición idónea para dejar caer todo el peso del cuerpo, quien se golpea en la espinilla al intentarlo, quien arranca empujando el asfalto con los pies, de puntillas, para luego dar unas primeras pedaladas muy lentas, sin fuerzas, brujuleando con un manillar que parece haber adquirido vida propia


    43. No se oye la música en la habitación de Rafa y desde el ventanal se ve cómo el viento arranca las hojas del plátano


    44. Le arranca una sonrisa


    45. Uno de ellos se separa del grupo y pone su cabalgadura al paso, un bellísimo corcel blanco de cuyos sudorosos ijares la luna arranca destellos


    46. En segundo lugar, el avance y retroceso de los glaciares deshace, arranca, pulveriza y vuelve a depositar la corteza terrestre, y los suelos procedentes de esos nuevos depósitos producidos por los glaciares (o arrastrados por el viento desde los depósitos glaciares) suelen ser fértiles


    47. ¿Por qué no hago como Tos demás, por qué no vivo en armonía con mi pueblo, sin dar importancia a lo que turba precisamente esta armonía, considerándolo como un simple fallo dentro del gran conjunto; por qué no me oriento hacia lo que nos une en felicidad, no a lo que naturalmente siempre también en forma irresistible nos arranca del círculo de nuestro pueblo?


    48. Los aviones le producían terror, desde un día en que paseando por El Palomar, un pardo Avro Lincoln casi le arranca la cabeza


    49. En toda clase de actos públicos se anunciaba la muerte de los tangos viejos y su reemplazo por el Neotango Internacional, que arranca lágrimas a los belgas arruespes


    50. Bien pronto la torre desapareció tras las primeras lomas de que arranca el cerro, y al fin, entrando bajo el ángulo muerto de la línea de tiro, oyó que gritaron:














































    1. estar sumido en la contemplación de la calle que arrancaba justo detrás y presentaba una


    2. Y el vejete miraba al cielo, mientras su mano arrancaba al paso lashojas de los rosales


    3. que antes le arrancaba lágrimas de emoción ve sólo unmiserable leño


    4. hierro, que por la parte de dentro lindabacon el cielo raso y por fuera arrancaba a ras de la calzada; por allí semetía un raudal compacto de claridad cenizosa, como en los cuadros querepresentan apariciones, y se


    5. cuando arrojaba un sospiro queparecía que le arrancaba de lo profundo de sus entrañas, y todos


    6. cuando en cuando, que parecía que con cada uno dellosse le arrancaba el alma


    7. Todos los días el hambre insaciablede los poseídos le arrancaba


    8. cogíanaranjas y arrancaba las ramas de los granados cuyos rojos frutos seabrían al sol


    9. salón, y Quintanar conocía por esta seña y por elcansancio, que le arrancaba sudor copioso, que


    10. Entonces Tommy extendía lamano, arrancaba el cuchillo, y se comía

    11. cuandose arrancaba de esta contemplación, para fijar los ojos en


    12. parecían galvanizados por la guerraque los arrancaba á la siesta


    13. arrancaba con rabia unpuñado de ellos


    14. en los conciertos popularesde los jueves, arrancaba los aplausos


    15. Francisco dio un gran suspiro, en el cual, parecía que sele arrancaba el alma


    16. mientras el zaino arrancaba, porvicio, las matas de pasto que el


    17. comprendía las palabras incoherentes que la preocupación arrancaba á su tía, veía, sin embargo,


    18. que la producida por el rodar de las piedras en los precipicios,la originada por el despeño de las aguas, y la que arrancaba denuestros labios el


    19. La gente se apretujaba para pasar; se peleaba, se arañaba y se arrancaba la ropa en un sangriento cuello de botella hecho de pánico y vesania


    20. Y que lo cogió cuando ya arrancaba

    21. Es cierto que no se hizo del todo justicia, que no se restauró la legitimidad republicana conculcada por el franquismo ni se juzgó a los responsables de la dictadura ni se resarció a fondo y de inmediato a sus víctimas, pero también es cierto que a cambio de ello se construyó una democracia que hubiese sido imposible construir si el objetivo prioritario no hubiese sido fabricar el futuro sino -Fíat íustítía et pereat mundus- enmendar el pasado: el 23 de febrero de 1981, cuando parecía que el sistema de libertades ya no peligraba tras cuatro años de gobierno democrático, el ejército intentó un golpe de estado que a punto estuvo de triunfar, así que es fácil imaginar cuánto tiempo hubiera durado la democracia si cuatro años antes, cuando apenas arrancaba, un gobierno hubiera decidido hacer del todo justicia, aunque pereciera el mundo


    22. Retorcía los brazos, golpeaba el suelo, se arrancaba los cabellos, emitía [298]


    23. Oí voces, luego un coche que arrancaba, el ruido de la puerta al cerrarse y el señorito Nevile subiendo las escaleras


    24. Las dos agitaron la mano mientras el coche arrancaba


    25. Laura escuchó con atención, pero sólo distinguió el motor de un coche que arrancaba y se alejaba


    26. Conteniendo los gemidos que le arrancaba la herida y reprimiendo la rabia que lo devoraba, se encogió, manteniéndose casi completamente sumergido, en espera del momento oportuno para ganar las costas de la isla


    27. también de que otro abuelo nuestro, el batallador Omar, bajo las murallas de Córdoba, arrancaba de las manos de sus guerreros al jefe de las tropas españolas y le entregaba sano y salvo a su rey, desafiando la ira de todos los moros


    28. Los fines de semana los dos amigos se emperifollaban con sus mejores ropas, él siempre con su chaqueta de cuero negro aunque hiciera un calor de infierno, ella con pantalones ajustados que escondía en una bolsa y se colocaba en un baño público, porque si su padre los hubiera visto se los arrancaba del cuerpo, y partían a


    29. Melecio se arrancaba los vellos del rostro con pinza, después se pasaba un algodón empapado en éter y así su piel había adquirido textura de seda, cuidaba sus manos, largas y finas, y cada noche se cepillaba cien veces el cabello; era alto y de huesos firmes, pero se movía con tal delicadeza que lograba dar una impresión de fragilidad


    30. Una noche soñé que me crecían garras de cóndor, que me abalanzaba sobre él y le arrancaba los ojos

    31. Werner Hass y su casa se hallaba a la salida de Grunvald, en el camino que arrancaba después de la plaza de la iglesia y junto a uno de los afluentes del río


    32. El acceso principal arrancaba en un arco de medio punto, que daba acceso a una bóveda en forma de vuelta de cañón que atravesaba el edificio transversalmente y se hallaba en medio de una fachada de piedra


    33. La nieve formaba blancas corolas al pie de los grandes abetos y el viento balanceaba sus copas y arrancaba tenues crujidos a sus troncos


    34. El sol arrancaba destellos de su pelo


    35. Su voz insinuaba sarcasmo y frustración, mientras arrancaba la hoja y la arrojaba sobre el escritorio a su compañero


    36. Iban delante los jefes blandiendo sus sables, como hombres desesperados que han hecho cuestión de honor el morir ante un montón de ladrillos, y en aquella destrucción espantosa que arrancaba a la vida centenares de hombres en un minuto, desaparecían, arrojados por el suelo el soldado y el sargento y el alférez y el capitán y el coronel


    37. ¿Por qué no se le revelaba de una vez para siempre? ¿Por qué ignoraba él lo que Hillo sin duda sabía ya? ¿Había alguna poderosa razón para perpetuar el juego de máscaras? ¿Se enojaría la divinidad si él resueltamente se aproximaba y con cariñosa mano arrancaba el velo? No: era lo más prudente dejar que la dama tapase y descubriese, según su deseo y conveniencia, pues la oportunidad de un acto de tal naturaleza sólo ella podía apreciarla


    38. Tan pronto se arrancaba Milagro a sostener que D


    39. Subió al Rolls Royce y saludó entusiastamente a los tres con la mano, mientras ellos observaban cómo el coche arrancaba sin esfuerzos, en dirección a Londres


    40. «Por aquí es -dijo Mendaro, guiando a una calle que de la esquina del palacio arzobispal arrancaba, extendiéndose recta en toda su longitud-

    41. Convencido de que todavía no arrancaba, volvió a sentarse


    42. –Lo haré -le dije, y me quedé mirándole mientras bajaba los escalones de la entrada, se metía en su coche y arrancaba


    43. Acerqué una silla mientras Vander arrancaba la hoja y dividía el papel en diez secciones, separando los casos


    44. Me metí en la ducha y abrí el grifo mientras ella prácticamente se arrancaba el resto de la ropa


    45. Tiene una mirada impactante, demasiado extraña, todo es demasiado extraño, incluso este repentino viento -siguió diciendo, mientras arrancaba con precipitación el coche


    46. El sepulturero arrancaba las malas hierbas de entre las lápidas para que las raíces no arañaran a los muertos, y la vio pasar con la tez pálida y un jadeo que rivalizaba con los graznidos de las urracas


    47. La escalera arrancaba de la misma calle


    48. Ginés retiene un momento a María cuando ésta arrancaba ya en dirección a la carretera, y le dice:


    49. Pero sintió que su estómago arrancaba de nuevo


    50. Que arrancaba el proceso de digestión










































    1. pequeñaincisión y arrancaban a los volátiles lo que no es decible, con


    2. Las terneras se empeñaban en mamar á susmadres; los criados las arrancaban


    3. Ellas tiraban de las hojas y arrancaban las quesobraban: ellos trenzaban las


    4. recaudadores detributos, no encontrando qué cobrar en los pueblos, arrancaban lastechumbres de


    5. arrancaban suspiros deadmiración á los Hartrott, aparecían ahora


    6. Arrancaban de su cuerpo las cubiertas del lecho; unas


    7. arrancaban los corchetes de sutraje, o comprimían sus sienes, o se clavaban en los almohadones


    8. Y bajaban hasta rozar la tierra con sus pies, aspiraban el olor de las jaras y la maleza del camino, arrancaban hojas de las ramas altas de los árboles, y ascendían de nuevo viajando entre nubes, riendo y gritando


    9. Cualquiera le habría tomado en aquellos momentos por uno de los Titanes que arrancaban las montañas de cuajo para hacer la guerra a Júpiter


    10. Las ráfagas de aire arrancaban un grave zumbido a las jarcias en lo alto

    11. La trasladaron a la habitación de Clara y mientras la acomodaban sobre la cana k, le arrancaban a tirones la ropa del cuerpo, Alba comenzó a asomar su minúscula humanidad


    12. Ausentes en espíritu, intentaban alargar la degustación de la sencilla y líquida papilla que arrancaban con los dedos desnudos de unos destrozados cuencos de madera


    13. Entraron proclamando que se hundía todo, Patria, Religión, Gobierno, Monarquía, y hasta el firmamento, si no se arrancaban de las manos de Espartero aquellos diez y seis meses que de regencia le restaban, y para que no se creyese que ellos, los señores de Octubre y de Julio, ambicionaban los puestos de Regente o Tutores, declararon la mayor edad de la niña, haciéndola de golpe y porrazo mujer capacitada para pastorear el español ganado, tan pacífico y obediente


    14. Los soldados adversarios se arrancaban sus divisas y se ponían las blancas de los imperiales


    15. Mientras los observaba, divisé algunos soldados que arrancaban la balaustrada de madera que ornaba el muro de piedra para hacer fuego


    16. En efecto, los vaqueros y los pastores habían llevado allí sus animales que berreaban de vez en cuando, mientras arrancaban con su lengua un trocito de follaje que les colgaba del morro


    17. Remataban a los que seguían vivos, luego les arrancaban sus corazas, sus cascos, sus armas, sus sandalias, sus bolsas y sus escudos


    18. Llegó un día a principios de la primavera antes de que el año se hubiera abierto del todo, con lo que la primavera velase tan sólo en algunas tenaces hierbas que los niños de la aldea arrancaban para comerlas y en un matiz verdoso en las ramas del sauce y en los oscuros botones de los perales, ligeramente hinchados


    19. Varias tenían huesos de los que arrancaban la carne cruda con sus grandes dientes, mientras otros comían frutos y tubérculos


    20. Luego se encaminó lentamente al lugar en el que estaban apilando bloques que arrancaban de la nieve

    21. arrancaban de las manos el timón de una nave y que su esposa


    22. Las llamas de la chimenea arrancaban destellos de las espesas patillas que enmarcaban el rostro de Lord Tywin


    23. Trató de explicárselo a Ramfis y a Johnny Abbes la próxima vez que lo llevaron a la sala de torturas y lo sentaron en El Trono, y se lo repitió y juró muchas veces, entre los desmayos que le producían las descargas, y mientras lo azotaban con esos vergajos, los «güevos de toro», que le arrancaban tirones de piel


    24. Cuando se arrancaban nuevos nombres a las primeras víctimas, destacaban los niños de ambos sexos y los hombres


    25. Pero don Gaetano, el padre del padre Pirrone, había conseguido librarse de esta enfermedad profesional gracias a una rigurosa higiene basada en la discreción y en un perspicaz empleo de remedios preventivos, y había muerto pacíficamente de pulmonía un soleado domingo de febrero sonoro de vientos que arrancaban los pétalos de las flores de los almendros


    26. Era un día tormentoso de otoño, y fuertes ráfagas arrancaban las últimas hojas de sus ramas


    27. Su culpa por el dolor que habían sufrido los Guardados a quienes habían golpeado, por los cavadores a quienes habían expulsado de sus hogares, era leve en comparación con la culpa de haber inducido a tantos hombres y mujeres a hacer cosas que les arrancaban al Guardián del corazón


    28. El sheriff no gritó más y al cabo de un rato, al oír que los coches arrancaban, se levantó y fue a la habitación principal para ver los desperfectos


    29. le arrancaban el corazón al ciervo allí donde había caído, lo partían en rodajas y se lo comían crudo


    30. Cuando la cera se endurecía, la arrancaban

    31. Los sacerdotes sacrificaban a las víctimas sobre el ara, les arrancaban el corazón aún palpitante y lo elevaban hacia el sol


    32. Ya habían empezado a planear sobre la región nubarrones de lluvia que se evaporaban con la misma rapidez con que descargaban, castigando el suelo con microrráfagas que derribaban árboles, arrancaban mazorcas y devastaban los cultivos, cuyos tallos resecos quedaban reducidos a torcidos palos


    33. Leones, tigres, simios y osos se arrancaban de la mampostería medieval y se encaramaban por el monumental edificio


    34. El ejército se colapso, los soldados huían pisoteando a los heridos, los oficiales de baja graduación se arrancaban las insignias para no ser reconocidos como oficiales y los de alta graduación escapaban en los vehículos a motor, los llamados coches rápidos, pasando a veces por encima de los cuerpos de sus propios soldados


    35. La calle del Caballero de la Noche y las callejuelas que arrancaban de ella se encontraban todavía desiertas


    36. Desvanecido el sopor, su cerebro resonaba con chasquidos que arrancaban chispazos incandescentes a la visión


    37. Unos raspaban con la espátula la pintura vieja de las paredes, otros arrancaban los hierbajos del jardín delantero, otros reparaban los muebles y otros arrastrando un carrito, bajaban al pie de la colina a buscar las raciones de comida


    38. Arrancaban la una delante de la otra dentro de lo que ahora era una torre grande y redonda, cuya cúspide se perdía entre neblinas


    39. Alzó las manos, hizo unos cuantos gestos complicados que arrancaban lágrimas de los ojos, porque los dedos parecían atravesarse unos a otros, y convirtió la puerta en serrín


    40. Tenían orden de Pausanias de apilar el botín, así que arrastraban los muebles fuera de las tiendas, metían chapa de oro en sacos y arrancaban los anillos de los dedos de los cadáveres

    41. Lo más seguro es que murieran, pero si al menos arrancaban la puerta interna de cuajo, no se irían solos al otro barrio


    42. Sin embargo, tenía momentos de placer inauditos, fulgurantes, al borde del desvanecimiento, que le arrancaban verdaderos alaridos; pero eso no tenía nada que ver con la potencia viril, estaba relacionado más bien con la delicadeza, la sensibilidad de los órganos


    43. Todo el mundo sabía que los sacerdotes aztecas, en lo alto de las pirámides, arrancaban el corazón de las víctimas de la guerra florida, pero ¿cuántos habían oído de la pasión religiosa de los chancas y los huancas por las vísceras humanas, de la delicada cirugía con que extirpaban los hígados y los sesos y los riñones de sus víctimas, que se comían en sus ceremonias acompañados de buena chicha de maíz? Los ingenieros lo festejaban y él los festejaba y Lituma se hacía el concentrado en la redacción de los partes, pero no perdía palabra de su conversación


    44. Siguieron adelante en silencio salvo por los crujidos que los neumáticos arrancaban a la nieve y por el flap, flap de las escobillas del limpia-parabrisas al tratar de quitar los duros copos que golpeaban el cristal


    45. Otra cosa era en cambio la recepción inacabable tan llena de azafatas mareantes recién salidas de una Universidad de Azafatas financiada por la Mac Donalds, a juzgar por las virtudes proteínicas de las muchachas, de la más compacta carne picada, pura contención muscular, volúmenes elásticos que arrancaban al espacio su mismidad con una delicadeza persuasoria


    46. Obi-Wan se quedó de pie mientras los motores arrancaban


    47. El equipo de mujeres profesionales de la limpieza que Doris había contratado para limpiar Wild Oats succionaban el alma de las nuevas alfombras con sus aspiradores industriales, arrancaban la pintura nueva con la energía de sus esfuerzos, costaban diez veces más de lo que había costado Helen, y por lo que él sabía, tenían la lengua tan afilada como la de Helen, aunque ahora no comprendía los distintos idiomas que hablaban


    48. Sobre sus ropas roídas por el mar y sus pellejos tiesos de salmuera, los lobos de Clipperton se ponían las camisas de seda y las casacas labradas que arrancaban a sus víctimas


    49. Los rayos del sol poniente arrancaban brillantes destellos a las piedras preciosas que adornaban su máquina


    50. Los elfos arremetían sin piedad contra las pantorrillas y los tobillos de los mortífagos, que caían como moscas, superados en número y abrumados por las maldiciones, al tiempo que se arrancaban flechas de las heridas, recibían cuchilladas en las piernas, o simplemente trataban de escapar, aunque eran engullidos por aquella horda imparable

















    1. Cada arma, cada táctica astuta y militar se utilizan: todo para la supervivencia! Las piedras frías y cemento, también arrancado abajo, formando casi un arbusto de espinas y metal blanco


    2. que la muerte, la he arrancado del lodo de lascalles y quizá de


    3. He peleado porsustentarlos; á ochocientos partidarios mios les han arrancado elcorazon, y les


    4. arroyo, arrancado de su curso normal, entraen un amplio acueducto y se dirige hacia la ciudad, siguiendo el


    5. traer esas cartas que había arrancado ádon Rodrigo


    6. imagen del feto que unacruel casualidad hubiese arrancado del


    7. incansable en la investigación de la verdad, ha arrancado a losdioses el cetro y la


    8. Perosu satisfacción aún fué más grande al encontrar apoyado en la mesa elenorme tronco arrancado por él de la selva de los emperadores


    9. lossufrimientos inmerecidos de su antigua amada ni sus goces criminales lehabían arrancado ni un suspiro


    10. 000pesos que han arrancado

    11. No habíaentendido bien la aplicación que podía tener este símil arrancado a laesgrima en su caso; pero se abstuvo de pedir explicaciones


    12. El gran atractivo de la excursión, el que había arrancado a casi todaaquella gente de sus palacios para trasladarla a región tan áspera ytriste, era un proyectado almuerzo en el fondo de la mina


    13. arrancado las riendas yblasfemaba como un condenado, tratando de contener los


    14. arrancado las muelas, noquedándole otra cosa que sacar de ellos


    15. anterior Maud se había arrancado de sus brazos en el


    16. los invasores y que éstos le habían arrancado


    17. El primero de estos establecimientos se componía de una sala cuadrilongacon tres entradas: la de la primitiva puerta ancha y alta y las de lasdos ventanas, cuyas rejas habían arrancado


    18. antigüedad, me hubiera arrancado hasta el último pelo


    19. arrancado de los sollados,del fondo de las bodegas, de los


    20. La cama estaba deshecha, había un cristal roto en el suelo y alguien había arrancado un trozo de papel de la pared, dejando a la vista una superficie metálica

    21. El guerrero comprendió que las terribles heridas de su espalda y sus hombros tenían que deberse a que los minotauros le habían arrancado las alas


    22. Sea como fuere, era obvio que el pálido capitán lo había arrancado de las garras de la muerte


    23. Tenía una constitución tan ligera que yo temía verle arrancado por la corriente en cualquier momento y arrastrado como una pluma


    24. Respiró profundamente y se secó las lágrimas que el fuego le había arrancado


    25. Aparentemente, algún animal feroz le había arrancado un lado de la cara, pues le faltaba un ojo, la nariz y la carne, de forma que se le veían las mandíbulas y los dientes en medio de aquella espantosa herida


    26. Para aquel entonces Armada sentía que todo conspiraba a su favor, y la prueba es que, sin duda aconsejado por él, días atrás Milans había vuelto a reunir a su gente o a parte de su gente en General Cabrera para asegurarle que el golpe quedaba congelado hasta nuevo aviso porque la caída del presidente del gobierno y el traslado inmediato de Armada a Madrid significaban que el golpe era innecesario y que la Operación Armada había arrancado: a la mañana siguiente de la dimisión de Suárez los periódicos se llenaron de hipótesis de gobiernos de coalición o de concentración o de unidad, los partidos políticos se ofrecían a participar en ellos o buscaban apoyos para ellos y el nombre de Armada corría de boca en boca en el pequeño Madrid del poder, promocionado por personas de su entorno como el periodista Emilio Romero, que el 31 de enero proponía al general en su columna de ABC como nuevo presidente del gobierno; tres días más tarde el Rey llamó por teléfono a Armada y le dijo que acababa de firmar el decreto de su nombramiento como segundo jefe de Estado Mayor del ejército y que preparara las maletas porque volvía a Madrid


    27. Y hace un rato, después de escribir la frase de Borges que encabeza este fragmento, pensé que el gesto de Suárez es un gesto borgiano y esa escena una escena borgiana, porque me acordé de Alan Pauls, que en un ensayo sobre Borges afirma que el duelo es el ADN de los relatos de Borges, su huella digital, y me dije que, a diferencia del falso duelo que alguna vez inventaron Adolfo Suárez y Santiago Carrillo, esa escena es un duelo de verdad, es decir un duelo entre hombres armados y hombres desarmados, es decir un éxtasis, un trance vertiginoso, una alucinación, un segundo extirpado a la corriente del tiempo, «una suspensión del mundo», dice Pauls, «un bloque de vida arrancado al contexto de la vida», un agujero minúsculo y deslumbrante que repele todas las explicaciones o tal vez las contiene todas, como si efectivamente bastara saber mirar para ver en ese instante eterno la cifra exacta del 23 de febrero, o como si misteriosamente, en ese instante eterno, no sólo Suárez sino todo el país hubiera sabido para siempre quién era


    28. El maletero se abrió con un ruido de metal arrancado


    29. Me dio la sensación de haber estado leyendo un libro al que alguien hubiera arrancado algunas páginas


    30. David había atacado el centro de control de la casa, lo había arrancado de la pared en un acceso de furia y desesperación

    31. Un postigo, arrancado durante una violenta tormenta acaecida años antes, había destrozado el vidrio del techo del invernadero


    32. A pesar de la repugnancia de sus padres, el chico fue arrancado al pastoreo de los cerdos en que le tenían ocupado; se le dio de comer y de beber a cuerpo de rey, se le arregló una cama en la casa, y al día siguiente las ovejas, los criados y los labradores le vieron en la huerta coronado de flores y de cintas, y muy satisfecho del papel que estaba desempeñando


    33. Sikkukkut le habría arrancado la piel a este piloto por eso


    34. Le habían arrancado los diez dedos hasta los tendones y la habían quemado hasta el hueso


    35. Juró que sólo había arrancado una, la del día anterior


    36. El movimiento de la piel que llevaba puesta había arrancado dos tulipanes del florero


    37. Un complejo que no había llegado a levantarse más de dos plantas y al que hubieran arrancado el techo para reemplazarlo por un enorme parche de conglomerado y alquitrán


    38. Yáñez dobló la carta y la puso en el cestillo de labor, de modo que se pudiese ver enseguida, mientras Sandokán, habiendo arrancado unas rosas de China, se las echaba encima


    39. Fue él quien les guió, marcha atrás, pasando por Margaritha, cuando tuvieron que desandar lo andado; quien les había hecho detenerse al otro lado del poblado, mientras él y Panayis se deslizaban, protegidos por el crepúsculo, en busca de ropas de campo para ellos; y de regreso, habían entrado en el garaje Abteilung, y arrancado las bobinas de la ignición del coche y del camión del mando alemán —el único medio de transporte de Margaritha—


    40. Eragon se quedó impresionado al darse cuenta de que los Ra'zac le habían arrancado los ojos

    41. La montaña líquida había arrancado el trinquete, arrastrándolo consigo y apagando a la vez el incendio


    42. -Sí, capitán; la explosión debe de haber arrancado hasta el palo mayor


    43. El maquillaje estaba prohibido y el pelo debía llevarse corto o cubierto por un pañuelo, porque en una ocasión el eje de una bobinadora le cogió la melena a una mujer y cuando cortaron la electricidad ya era tarde, le había arrancado el cuero cabelludo


    44. En alguna ocasión, al liberar a nobles y plebeyos de sus ataduras, había percibido un grito de angustia, como si les hubiera arrancado algo precioso


    45. Entonces me atreví a salir hasta la puerta; el carro aún no había arrancado, los corchetes se habían encaramado a la parte posterior de la galera y el alguacil daba órdenes al postillón indicándole la dirección a donde debía dirigirse


    46. Rafael Peribáñez, que así se llamaba, tuvo gran contento de tener noticias de su prima y explicó a Alonso que fueron en su niñez más que hermanos, que de un día para otro la habían arrancado de su lado y nadie le dio razón de ella en muchos años


    47. Dirigió su mirada hacia la presidencia; sin saber cómo su atención quedó clavada en un hecho singular: a los pies del que había sido su anfitrión aquella noche, se hallaba un brazo arrancado de cuajo y en su mano destellaba, con un brillo fúnebre y acerado, una gota de hielo azul, el zafiro que acababa de regalar a su amante


    48. Encontraron lo que buscaban: era el ejemplar del 7 de junio, el único del que se habían arrancado dos páginas


    49. «La mayoría de las veces podíamos ver la sombra de Saturno proyectándose sobre toda la anchura de los anillos, eclipsándolos tan completamente que parecía como si les hubiesen arrancado un gran pedazo


    50. Hacía muchos años, cuando era apenas un mocoso que comenzaba sus estudios en Kaer Morhen, en el Nido de los Brujos, él y su amigo Eskel habían atrapado a un gran abejorro del bosque, al cual luego ataron a una jarra que estaba sobre la mesa por medio de un largo hilo arrancado de una camisa











































    1. En pos de esa radiografía, arrancamos a los viejos del pueblo por unos


    2. Encendieron las sirenas y arrancamos


    3. El caso es que si arrancamos esa, todas las demás mueren al instante


    4. Arrancamos dos fuertes cabos del portaobenque del trinquete y los clavamos con el hacha en el casco, por el lado de sotavento, quedando como medio metro dentro del agua, no muy lejos de la quilla, pues estábamos ya casi de costado


    5. El enfermero y yo desplegamos una sábana de papel azul por encima de Squillante y arrancamos la sección correspondiente al abdomen


    1. impetuosos y cruzan la llanura contal rápidez que arrancan al pasar los ribazos de uno de sus


    2. Una vezpuesto en tierra el árbol escogido, se le arrancan los gajos, señalandoluego sobre el


    3. arrebato de la desesperacion se dan contra el suelo, setuercen los brazos, se arrancan los cabellos, se


    4. sobre el césped,sólo me arrancan de la soledad las pisadas del


    5. giro y expresión: arrancan, por lo menos, desde el romance de La Tortuga, anterior a la


    6. En resumen, de las 80 innovaciones al texto de 1853, 24 arrancan desde la edición de 1875-A en


    7. arrancan los ojos; el presente y elpasado viven en buena harmonía, una vez que la


    8. animal vivo y le arrancan las entrañas


    9. Arrancan de la


    10. los demás arrancan dedeficiencias mentales

    11. hierro caliente al costado, y que me arrancan atirones los huesos


    12. tierra y arrancan las raíces hastaque caiga el tronco


    13. escitacion sanguínea está subordinada á aquellos, y estosfenómenos arrancan de un


    14. sus sienes no deben latir; para persuadirle de que esacreacion cuyas maravillas arrancan una fervorosa y


    15. Las estaciones de las líneas férreas que arrancan de Milan, son pobres y están mal hechas: al subir á los


    16. Entre las explicaciones propuestas están: l) los quásares son versiones monstruo de los pulsar, con un núcleo de masa enorme en rotación muy rápida asociado a un fuerte campo magnético; 2) los quásares se deben a colisiones múltiples de millones de estrellas densamente empaquetadas en el núcleo galáctico, explosiones que arrancan las capas exteriores y exponen a plena vista las temperaturas de mil millones de grados del interior de las estrellas de gran masa; 3) idea relacionada con la anterior, los quásares son galaxias en las que las estrellas están empaquetadas tan densamente que una explosión de supernova en una estrella arranca las capas exteriores de otra y la convierte también en supernova produciendo una reacción estelar en cadena; 4) los quasars reciben su energía de la aniquilación mutua y violenta de materia y de antimateria que de algún modo se ha conservado en el quásar hasta el presente; 5) un quásar es la energía liberada cuando gas, polvo y estrellas caen en un inmenso agujero negro en el núcleo de estas galaxias, agujero que quizás es a su vez el resultado de eras de colisión y coalescencia de agujeros negros más pequeños; y 6) los quásar son agujeros blancos, la otra cara de los agujeros negros, la caída en embudo y eventual emergencia ante nuestros ojos de la materia que se pierde en una multitud de agujeros negros de otras partes del universo, o incluso de otros universos


    17. Ese sucio marrullero es como los perros de presa: cuando clava los dientes, no suelta a su víctima hasta que se los arrancan


    18. Otros han hablado de brutales adiestramientos, de niños mutilados y de distritos donde todos se arrancan los ojos al cumplir quince años


    19. Como un animal desgarrado por los zorros, como un animal al que se le arrancan sus entrañas, así se manifestaba allí la vida


    20. En otras direcciones arrancan más paredes, sugiriendo los cimientos de otras alas, otras torres, otros claustros, columnatas, estanques elevados y patios hundidos

    21. ¡Pequeño, lo arrancan del fondo de sus entrañas! ¡Oh pájaro! repite: "¡Lo arrancaron pequeño!"


    22. —¡Queruscos que arrancan la cabellera a los romanos y los queman vivos en jaulas!


    23. Los soldados abren los ojos de par en par y le arrancan la revista de las manos


    24. las lágrimas, que arrancan los hervores,


    25. Y los habitantes de Paz arrancan el letrero que cuelga en los lindes, torcido, el letrero que dice "Ciudad Amenaza", y lo reemplazan por un cartel nuevo: "Bienvenidos a Amor"


    26. Abro la puerta, lo lanzo al otro lado de la habitación y contemplo con satisfacción cómo los otros dos que están aquí conmigo le arrancan las extremidades una a una


    27. «Nina, Nina, ¡si vieras qué mala estoy! ¡Vaya una nochecita que estoy pasando! Parece que me aplican un hierro caliente al costado, y que me arrancan a tirones los huesos de las piernas


    28. De modo que en Islandia la combinación de suelos frágiles y crecimiento de vegetación lento da lugar a un ciclo de retroalimentación positivo de la erosión: una vez que las ovejas o los agricultores arrancan la cubierta de vegetación protectora y comienza la erosión del suelo, a las plantas les resulta difícil recuperarse y proteger de nuevo el suelo, de modo que la erosión tiende a extenderse


    29. Una segunda causa importante de degradación de la tierra es la acumulación excesiva de ovejas, que arrancan la vegetación a un ritmo más rápido de lo que crece


    30. Entonces unas corren a arrojarse a las rodillas de su superiora, y buscan allí consuelo; otras prostérnanse en sus celdas o al pie de los altares e imploran el auxilio del cielo; otras desgarran sus vestidos y se arrancan los cabellos; otras buscan un pozo profundo, ventanas bien altas, una cuerda para ahorcarse, y a veces la encuentran; otras, después de haberse atormentado mucho tiempo, caen en una especie de embrutecimiento y tórnanse como bobas; otras, débiles y delicadas, consúmense de languidez; las hay que sufren perturbaciones del organismo y enloquecen

    31. Las Siafu no sólo pican, te arrancan pedazos


    32. Aún de rodillas sobre el agujero, cambia el martillo por la linterna y descubre unos escalones de piedra que arrancan casi desde el falso suelo


    33. Plantan algo entre los surcos que a los bichos les guste más, y luego lo arrancan y lo convierten en abono, con bichos y todo


    34. Acostumbrados a la gresca frecuente, en la que más que derramar sangre se arrancan pelos, los simios olvidan con celérica rapidez tan triviales pugnas, y en el caso de la de Chulk y Taglat, no tardaron en estar pacífica y amistosamente sentados uno junto a otro, descansando tranquilos a la espera de que Tarzán los condujera al interior del poblado de los tarmanganis


    35. Geralt y Jaskier se enteraron de datos acerca de los trastornones y las mamillas, seres debido a los cuales un labrador honrado no puede encontrar su casa cuando está borracho, sobre las cometas, que vuelan y beben la leche de las vacas, sobre las cabezas con patas de araña que corren por los bosques, sobre los joboldag, que llevan un sombrerito rojo, y sobre los peligrosos lucios, que arrancan la ropa blanca de las manos de las mujeres que están lavando y mira, igual les da por liarse con las propias mujeres


    36. No entiende por qué algunas plantas se cuidan y otras se arrancan


    37. El teniente y el comisario se arrancan las insignias que les pueden delatar, y los brazos de los supervivientes se elevan


    38. –¡Queruscos que arrancan la cabellera a los romanos y los queman vivos en jaulas!


    39. Entonces, cuando arrancan el cuerpo de Adam del mío en una especie de limbo obligado, el intruso alza la cabeza


    40. Los amotinados les arrancan las visceras, esgrimen los corazones triunfalmente y plantan las cabezas en picas

    41. Pero ese tiempo muere literalmente cuando se lo arrancan a su verdadero propietario


    42. Les arrancan los pétalos a las flores horarias, hasta que se vuelven grises y duras


    43. Valentine prefería otra versión del origen del nombre, según la cual los Siete Muros eran simplemente una deformación en idioma majipurí de antiguos términos metamorfos que significaban «el lugar donde se arrancan las escamas de los peces» y hacían referencia al uso prehistórico de la costa de la Isla por pescadores cambiaspectos salidos de Alhanroel


    44. el volumen del sonido que los plectros arrancan a las cuerdas, la música llega al intérprete como una


    45. Aquellos cuyos pilos aparecen en el suelo deben pagar una didracma de plata, los que los arrancan del cuerpo de un enemigo la reciben y quienes han taladrado un escudo quedan en paz


    46. En el camino hundido esperan dos camiones que arrancan incluso antes de que hayamos podido alcanzarlos


    47. Mientras tanto, los cuervos les arrancan la carne


    48. Les dimos ese nombre por el ruido que hacen las cabezas de sus víctimas cuando se las arrancan de cuajo


    49. Arrancan de más atrás, y siguiéndolas con la mirada encuentra las escaleras de caracol que dan acceso a ellas


    50. -Vamos, ¿se habrá visto animalucho? Y sin darse cuenta empleaba las mismas palabras que arrancan los últimos desesperados movimientos de agonía de un animal inofensivo al campesino que lo aplasta, y obedecía, acaso, a la misma oscura necesidad de justificación, como Francisca en Combray, cuando la gallina se resistía a morir












    1. Continuó diciendo el cabrero que, encerrada Leandra, pues ya qué carajo, que entonces él con su amigo Anselmo resignadamente había decidido aunar esfuerzos, arrancando a purgar su burla juntos por los pajales en que ahora se encontraban, a criar y vacunar ovejas y a oír berrear chivos todo el santo día


    2. “Te golpean igual” – terció otro, arrancando un trozo de carne con los dientes, al


    3. van arrancando a una todas las ilusiones!


    4. Y con la respiración jadeante, arrancando penosamente las


    5. navegación, arrancando al niño de lasescuelas y emancipándolo


    6. Caminaba como un dios de la profundidad, arrancando


    7. admitía en micasa, me estaba arrancando esta tarde la piel de lo


    8. arrancando una auna las raíces que tenía en mi corazón


    9. santo celo,desterrando y arrancando del corazón de aquellos


    10. —Mírame, mal nacido —gritó, prendiendo la capa que cubría al ángel con las llamas del tronco y arrancando un alarido de rabia a la sombra que se ocultaba en su interior

    11. El concepto del amor se está arrancando, así, del dominio de la moral para inscribirlo en el de la ciencia


    12. Arrancando la larga rama, la extendió en dirección del salvaje, que lanzó un alarido terrible creyendo que el hombre blanco quería terminar de hundirlo


    13. Cuando el rajá apareció, las bayaderas formaron inmediatamente un pintoresco grupo en el centro mismo de la enorme sala, arrancando exclamaciones de admiración en los huéspedes


    14. —El nieto de la señora Leverton estaba fuera, arrancando las hierbas del camino


    15. Esa noche, las incertidumbres de Eragon estallaron mientras experimentaba sueños que recorrían su mente airados como un oso herido, arrancando imágenes de sus recuerdos y mezclándolas con tal clamor que se sintió como si lo hubieran transportado a la confusión de la batalla de Farthen Dûr


    16. Cerca de donde se encontraba, al lado del barril que le servía de asiento, Albriech y Baldor permanecían de cuclillas y se entretenían arrancando las maltrechas hojas de hierba que tenían entre los pies


    17. La derecha, que controla la prensa en Chile, organizó una campaña de terror, que incluía afiches con soldados soviéticos arrancando niños de los brazos de sus madres para llevarlos a los gulags


    18. La señora Luna lanzó un sonido que denotaba su exasperación y arrancando el lápiz de manos de Fatty se sentó a la mesa y con gran trabajo escribió su nombre y dirección, pero mezclando las letras mayúsculas y minúsculas de un modo muy particular


    19. En ese preciso momento, el artefacto explotó volándole las dos manos y parte del rostro y arrancando de cuajo la cabeza de Saiid


    20. Y me consta que Su Majestad viene dispuesto a que las cosas se hagan al derecho, arrancando de cuajo la raíz de las revoluciones

    21. La muchacha estaba arrancando las altas hierbas que crecían al pie de la piedra, extrayendo los largos rizomas y trenzándolas con sus diestros dedos


    22. ¡Buuum! La granada, aplastada por los dientes de tracción, estalló, destruyendo el mecanismo y arrancando el puente transversal de sujeción de su lugar


    23. De modo que acabo arrancando las mantas de las ventanas, levantando los estores, y, vencido por esta luz que me odia, permanezco en la sala escuchando el Tajo


    24. El coche se alejó del bordillo de la acera con un chirrido de neumáticos y se introdujo en el tráfico, que avanzaba con rapidez, arrancando un girigay de pitidos


    25. La artillería puso a los moros bastantes picas, y luego salió Prim con el segundo de Cuenca, Llerena, Figueras y el Infante, y los mató de una estocada superior arrancando


    26. – Jugueteó al descuido con su gran collar, arrancando destellos a los discos metálicos engarzados-


    27. Pogar meneó despacio la cabeza, arrancando resplandores de fuego a su mascara


    28. Arrancando la notificación del parabrisas, la doblé y la introduje en el bolsillo de la camisa de Marino


    29. Ella me estaba arrancando los botones de la camisa


    30. En 10 segundos, un corredor profesional de velocidad puede hacer cien metros, arrancando de la posición de arrodillado

    31. Como si se hubieran puesto de acuerdo para detenerse y comer, hubo un rato de silencio; todos los mamuts se desplazaron lentamente hacia el sur, entre los altos pastos, arrancando rítmicamente un montón de hierba tras otro


    32. Eso obligó a realizar la incisión en el tronco en un ángulo muy abierto e ir arrancando fragmentos y delgadas astillas


    33. Una de las compañías quebró y la otra cerró una línea secundaria, arrancando los rieles y tendiendo con ellos una línea que enlazara con el puente de la «Taggart Transcontinental» sobre el Mississippi, y lo mismo hizo la «Atlantic Southern»


    34. trozo a trozo arrancando con los dientes


    35. Antes de que yo pudiera hacer algo más, saltó dentro del aún poco profundo agujero, y sus anchos dedos grises entraron en acción, arrancando grandes terrones de tierra


    36. Las bestias subieron por la ladera, arrancando la tierra blanca con sus cascos


    37. Pandillas de coolies rondaban por la zona, arrancando neumáticos y paneles de carrocería de los vehículos japoneses incendiados


    38. El troll enano emitió un aullido cuando el afilado hierro penetró en su duro cuero e intentó alzar la porra, pero Sparhawk retrocedió bruscamente, arrancando la lanza de un tirón


    39. —¡Por los huesos de Cristo! —maldijo Josseran y arrancando las riendas de su caballo de las manos del sacerdote, avanzó por el sendero


    40. –Bien -dijo Vince soltándome la muñeca y arrancando el cuchillo de la mesa-

    41. arrancando las raíces y mojando el pergamino de los tambores;


    42. Pasó varios veranos en el castillo de Long Eaton y una mañana cuando emergía yo de mi mazmorra, tras una noche de haber estado quebrando huesos y arrancando uñas, me la encontré en las almenas de las murallas del oeste


    43. Un día más, y empezarían con la armadura, aserrando y arrancando clavos


    44. Se asomó al balcón que limitaba la terraza y vio a su cuñada al fondo de los bancales, arrancando la maleza que crecía junto a la verja


    45. Los propios ahu fueron profanados arrancando de ellos algunas de las elaboradas losas con el fin de construir con ellas muros para huertos (manavaí) próximos al ahu o para construir cámaras mortuorias en las que depositar cadáveres


    46. Tras él, la parte superior de la jaula chocaba contra el suelo, arrancando lascas de piedra


    47. Kell lo hizo por medio de una decapitación, pero es más fácil arrancando el clavo central


    48. —¿Qué es eso? —dijo Sarene, arrancando el papel de las manos de Lukel


    49. Los proyectiles impactaban, partiendo los menhires que se encontraban en el camino y arrancando enormes cortinas de tierra


    50. En la compuerta, Dennis había descubierto que habían arrancando casi todo el metal del zievatrón





































    1. El taxista profirió una maldición antes de arrancar


    2. Mandó arrancar el último candado, levantó


    3. Posiblemente era una canción de una sirena, admitida que existen, sino porque temen las sirenas cuando yo estaba masacrado por los “lobos"? Cómo podría ser un engaño si el puerto existía y era claramente visible? Romper estas vacilaciones para arrancar con pie seguro y emocionado abrir la puerta


    4. Partidos estos quatro Christianos, dende à pocos dias suscediò taltiempo de frios, i tempestades, que los Indios no podian arrancar lasRaìces: i de los Cañales en que pescaban ià no havia provecho ninguno; icomo las Casas eran tan desabrigadas, començòse à morir la Gente; icinco Christianos, que estaban en rancho en la Costa, llegaron à talestremo, que se comieron los vnos à los otros, hasta que quedò vno solo,que por ser solo no huvo quien lo comiese


    5. Estos soldadosmercenarios de la inteligencia lo tachaban por eso de hipócrita, lo queaumentaba la palidez de Juan Jerez, sin arrancar de sus labios unaqueja


    6. de prejuiciosdifíciles de arrancar del alma de un extranjero, pero que en el fondo


    7. arrancar de unavez todas las raíces, romper todos los hilos que


    8. habitantes consiste ensaber descubrir y arrancar de las entrañas de la tierra el preciadomineral


    9. arrancar con esfuerzos, haciendo correr la sangre enabundancia


    10. En el instante de arrancar el carruaje, la desconocida se alzó

    11. arrancar las pasas de los labios


    12. No se puede arrancar a un Estado una


    13. esfuerzodesesperado, logró arrancar el gozne de una de las


    14. para arrancar dinero a losunitarios


    15. padres de familiaya lo saben y cuando vienen a París a arrancar del vicio a un


    16. dedos y tan fuertes que podrían arrancar de cuajouna encina


    17. arrancar las malashierbas en el jardín


    18. dejado arrancar por Marta la prueba dela substitución de


    19. arrancar las caretas de loshipócritas y arrancar del cuerpo social de Vetusta las


    20. mástiernas caricias no lograban arrancar a la enferma más que una sonrisapálida y

    21. Raúl se reservó la misión ardua y delicada de arrancar el consentimientode la


    22. huyendo de lasciudades, queriendo arrancar el dinero de las


    23. viento, queparecía querer arrancar del puente sus gruesas botas,


    24. costumbre tradicional en el colegio, que los jefes noquerían arrancar


    25. trataba de arrancar de ellos algúndinero para los pobres o para el culto de las iglesias


    26. chasqueando la lengua y el látigo, hizo arrancar a los caballos,alzose un gran rumor


    27. de manos producía la sensación de arrancar elbrazo, a tirones,


    28. puente; en el momento de arrancar el buque,percibió en el balcón corrido de la casa


    29. quenecesariamente está llamado Guinayangan á ser uno de los puntosen que ha de arrancar la división de la isla de Luzón, poniéndoseen comunicación el gran Pacífico con el Estrecho que aprisiona lasrevueltas


    30. Enderby se puso a gatas debajo de la mesa y empezó a arrancar cables hasta dejarlo todo a oscuras y en silencio

    31. Salté del vagón y me oculté entre las ruedas del Talgo, escondrijo que abandoné a la carrera cuando un bocinazo intransigente, como correspondía a la categoría de la línea, me indicó que aquél estaba por arrancar


    32. Estos, a los que llaman buenos mozos y también chileros, confundieron la desamortización con la toma de la Bastilla y aprovechándose de que el conde vivía en Madrid, arramblaron con todo cuanto había y se dejó arrancar: santos, ornamentos, muebles, vigas, piedras, columnas, escaleras, etc


    33. Jacques se encargaba de despertar a su tío, a quien no había reloj capaz de arrancar del sueño


    34. Sin más precauciones, hacía arrancar el tranvía


    35. En cada parada el tranvía se vaciaba de una parte de su cargamento de obreros árabes y franceses, y cargaba una clientela mejor vestida a medida que se iba acercando al centro, volvía a arrancar al son de la campanilla y recorría así, de una punta a la otra, todo el arco que trazaba la ciudad, hasta desembocar de golpe en el puerto y el espacio inmenso del golfo, que se extendía hasta las grandes montañas azuladas en el fondo del horizonte


    36. Aquí y allí habían aparecido dinastías de escasa importancia, y los aamu o los tjehenu habían aprovechado semejante debilidad para arrancar de nuestro poder riquezas, hombres y territorios


    37. ) Y yo, por el nombre de Albrit, por los gloriosos emblemas de mi casa, por todos y cada uno de los varones insignes y de las santas mujeres que de ella salieron, asombro y orgullo de las generaciones; por la conciencia del honor y de la verdad que Dios puso en mi alma, por Dios mismo, juro que antes me harán pedazos que arrancar de mi lado a la que es luz, consuelo y gloria de mi vida


    38. Pensé que me lo iba a arrancar todo, pero por lo visto debo de tener las raíces muy fuertes


    39. A los tres días logró, con infinitas precauciones, arrancar todo el cimiento, dejando la piedra al aire


    40. Una de estas piedras era la que había casi desprendido y que ahora anhelaba arrancar de su base

    41. Pero la peña era bastante grande y estaba lo suficientemente adherida a su cimiento artificial, para que la pudiesen arrancar fuerzas humanas, ni aun las del mismo Hércules


    42. La respuesta le había estallado en los labios antes de que pudiese considerar su impacto, pero consiguió arrancar una sonrisa divertida del rostro del dirigente elfo


    43. – ¡Cogeos donde podáis! – les gritó Pyanfar a los novatos pero los que tenían experiencia ya estaban ayudándoles a sostenerse y, con igual brusquedad a la usada para arrancar, la cabina se detuvo con un fuerte golpe y su posición se sincronizó casi al instante con la del cilindro giratorio interior en el que había encajado


    44. Es un trabajo duro el arrancar respuestas a Thomas el Taciturno


    45. Hizo aparición entre los árboles a tiempo de arrancar las manos de la loca de la garganta de la víctima, y agarrarse a la suya hasta que entre gemidos y convulsiones quedó sin sentido


    46. Pero desde el principio de los tiempos los rituales religiosos han insistido en arrancar a los niños de la cuna y aplicar piedras afiladas o cuchillos en sus partes pudendas


    47. La lengua de Saphira estaba cubierta de barbas ganchudas que podían arrancar el pelo, la piel y la carne de un ciervo con una sola pasada


    48. En cambio, se le oía romper ramas y arrancar hojas, mientras que las abejas huían zumbando


    49. El misionero los previno contra las chinches, que ponían huevos entre uña y carne, las heridas se infectaban y después había que levantar las uñas con un cuchillo para arrancar las larvas, procedimiento parecido a la tortura china


    50. Estaban listos para arrancar el precioso metal de los muros con sus puñales, cuando el americano les ladró sus órdenes














































    1. —Déjales claro que, si alguien cuenta esto, le arranco los ojos y se los meto por el culo


    2. – Me encaro con él, decidida a salirme con la mía, y, antes de que se me ocurra cambiar de opinión, me arranco el amuleto y se lo pongo en la palma de la mano-


    3. – Vivian cortó la cinta con las uñas y arranco el papel despacio, saboreando cada crujido


    4. ¡Señor, por quien arranco el pan conpena,


    5. ¡Admirable triunfo y conquista preciosa! Será necesaria una superchería; ¿pero qué importa? ¿qué vale esto en comparación del bien que resulta? La salvo de su familia, del convento, del ascetismo que es la tisis del espíritu; le devuelvo la salud del cuerpo, la arranco de este horrible país, la hago mi esposa, la salvo de la idolatría del Nazareno y de ese fetichismo vacío, indigno de la elevación y pureza de su alma


    6. Me agarro al árbol con un brazo mientras me arranco los aguijones dentados con la otra


    7. Arranco a toda prisa y cuando estoy a punto de salir:


    8. Pero no se preocupe usté que en cinco minutos se lo arranco


    9. Scarlet arranco el informe de policía y revisó la poca información oficial en el archivo


    10. ¿Sabe usted por qué no le arranco una oreja?

    11. Alguien la toca y les arranco la piel con los dientes


    12. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga


    13. – El asesino arranco la cruz de la pared y gasto un buen tiempo destruyendo las imagenes


    14. cual te arranco de las garras de la Policía y te alisto entre mis amigos


    15. Que arranco de los originales y pretendo destruir


    1. la arranqué de un tirón y poniéndome de pie en la embarcación, la introduje entre las abiertas fauces del monstruo


    2. ¿Por qué coño me quejaba? Se lo arranqué de las manos y lo volví a poner en su sitio con una buena dosis de indignación-


    3. —Un cumplido muy agradable, Alcide —dije, y arranqué el coche


    4. –Le arranqué el medallón del cuello ensangrentado, y lo metí en el bolsillo de la doncella mientras ella dormía


    5. - Lo vi en el “metro” y lo arranqué


    6. —Lo vi en el Metro y lo arranqué


    7. Le arranqué el paquete de las manos y lo puse sobre el escritorio


    8. Antes que él me revelara su pensamiento, yo me arranqué con estas explicaciones: «No soy bebedor, bien lo sabes


    9. Luego regresé al despacho, comprobé que no tenía correo y arranqué el programa Photo-Paint, uno de los mejores para la manipulación de imágenes y, desde él, cargué la fotografía escaneada del Jeremías de Koch visto de frente


    10. Una por una, arranqué las páginas del cuaderno, las arrugué con la mano y las tiré en una papelera del andén

    11. Y luego le arranqué el collar del cuello, un collar muy fino, un hilo de oro


    12. Tiro el cuerpo y empiezo a buscar en el suelo la máscara que le arranqué de la cara hace unos segundos


    13. Le arranqué dos flores más: un pie le quedó libre


    14. Arranqué todas las cortinas y le convertí en piedra


    15. Arranqué la hoja en que estaba escribiendo y la arrugué


    16. Con el mango del pincel arranqué la cerámica cruda, que luego traté de recomponer con los dedos


    17. Arranqué un trozo del final del libro y lo plegué varias veces, hasta convertirlo en una especie de rollo


    18. Ella era pura y feliz, yo [217] turbé la paz de su corazón, arrastrándola a la ignominia; yo la arranqué de aquel cielo hermosísimo en que vivía su alma y la precipité en las tinieblas; yo ahuyenté de su lado a los ángeles que velaban con misteriosa atención su persona, y llené su corazón de culebras


    19. Veamos —cogí el portátil y arranqué el procesador de textos, escribiendo, a continuación, las cuatro premisas—


    20. La claridad de esta explicación me complació, pero él me miraba todavía con indiferencia, de modo que, con la intención de ofrecerle más pruebas de mi argumento, cogí mi pierna izquierda con las manos y la arranqué

    21. Arranqué un par de hojas y me las guardé


    22. Unos segundos después me pasaron de largo como una exhalación, con las luces del freno flagrantemente encendidas, y yo arranqué y los seguí


    23. Hice el equipaje, bajé en el ascensor, pagué la cuenta y me dirigí al aparcamiento y subiendo al coche, arranqué en dirección a Chicago


    24. Arranqué eso directamente de su cerebro


    25. Cuando la hoja estuvo llena, la arranqué


    26. las porcelanas alemanas dispuestas en torno de él, me precipité sobre el sombrero de copa nuevo del barón, lo tiré al suelo, lo pisoteé, me cebé en él, queriendo desbaratarlo por completo; arranqué el forro, desgarré en dos la corona, sin escuchar las vociferaciones del señor de Charlus, que continuaban, y, cruzando la habitación para irme, abrí la puerta


    27. Y ante el impermeable de Albertina, con el que parecía haberse convertido en otra persona, la infatigable errante de los días lluviosos, y que, moldeado, gris y maleable, parecía en ese momento no tanto proteger su traje del agua, como estar empapado por ella y adherido al cuerpo de mi amiga, como para tomar las impresione de sus formas para un escultor, arranqué esa túnica que ceñía celosamente su pecho deseado y atrayendo hacia mí a Albertina: “-Pero, ¿acaso no quieres, viajera indolente, soñar sobre mi hombro, apoyando tu frente?”, dije tomando su cabeza entre mis manos y señalándole las grandes praderas inundadas y mudas que se extendían por la noche, cayendo hasta el horizonte cerrado por las cadenas paralelas de los valles lejanos y azulencos


    28. Arrojé mi cigarrillo al agua inmóvil, subí al coche y arranqué en dirección al lago del Corzo


    29. Subí al Chrysler y arranqué


    30. —Se lo arranqué al mismo Finge con un látigo neurónico

    31. Arranqué el velo del primer cazador y le corté los pies


    32. Fui yo quien lo llevó allí; y yo arranqué los diamantes con el cuchillo


    33. Arranqué el artículo y me lo guardé en el bolsillo de la camisa


    34. Rebané con el cuchillo alrededor de una rodilla, arranqué la pata y corté la ternilla restante


    35. Descubrí que me salía de la nariz un pelo largo, me lo arranqué y me lo quedé mirando, pero no parecía particularmente interesante


    36. Arranqué de mi cuello la cinta escarlata con el medallón del Consejo de los Capitanes


    37. Al punto comencé a desgarrar con uñas y dientes la carne de su cuello y su testa; mis dedos rígidos coma dagas se hundieron en sus ojos; le arranqué a mordiscos las venas de la muñeca del brazo con que se sujetaba a la cadena


    38. Rechazándome, chillando, dando dentelladas, la bestia me soltó, pero yo me abracé a sus hombros y a su cuello; le arranqué media oreja de un mordisco


    39. Me arranqué la llameante manga y la eché, en la punta de la espada, a la cara del siguiente Kur


    40. Arranqué el lomo, un montón de páginas, y las arrojé con el libro a través de la habitación, hacia el rincón donde estaban los discos destrozados

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    arrancar in English

    extract wrest extort tear out pull out wrench rend <i>[literature]</i> start turn over

    Synonyms for "arrancar"

    suprimir desarraigar extraer extirpar quitar sacar proceder comenzar partir