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    Use "asomar" in a sentence

    asomar example sentences

    asoma


    asomaba


    asomaban


    asomado


    asomamos


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    asomando


    asomar


    asomas


    asomo


    asomábamos


    asomé


    1. »Mientras tanto comienzan los músicos á templar los instrumentos detrásde la escena: asoma un actor en traje pastoril por el telón, y da motivoá los amigos para hacer varias reflexiones acerca de su traje, ya por elzamarro que llevaba con listas doradas, ya por su galana caperuza, ya,en fin, por su gran cuello con lechuguilla muy tiesa, que debía teneruna libra de almidón


    2. que asoma en los gestos espontáneos de quienes han sufrido su privación


    3. Un uso cada vez más importante de las encuestas es el mediático (esto es, el uso periodístico, radial, televisual y ya se asoma ,aunque lentamente el uso mediante intercambios en Internet ), en el sentido de satisfacer la curiosidad de sus usuarios y clientes


    4. ¡Y de qué buena gana le hubieratuteado! Pero la noche antes había quedado nuestra amistad en el puntoen que el tú, aunque se impone ya, todavía asoma con mucha timidez alos labios


    5. Así que asoma el señor Colignon en el jardín, los viejos, desparramadosde un lado y otro, acuden a él, con paso vacilante y premioso, comoentre sueños, cuando los movimientos están entorpecidos por


    6. Por el puerto asoma una seña bermeja,


    7. (Eumorfo asoma la cabeza de vez en cuando, ve, escucha y


    8. Y aquel personaje que allí asoma, con corona en la cabeza y ceptro en lasmanos, es el emperador


    9. asoma la escasez y seaprovechan para un nuevo yantar las


    10. de losbolsillos del delantal de Electra asoma una carta

    11. Aquí yallá, un brazo desnudo asoma sin rumor entre las


    12. quedamos en la purabarbarie inicial, y asoma el salvaje que está


    13. Benita la Costurera asoma en la puerta ymurmura la rancia salutación


    14. ¿Qué es eso que asoma? ¿Qué es esebulto que sale corriendo, voceando, con el


    15. se asoma la hija del campanero


    16. cuadro, el Palacio de los Diputados, por detras del cual asoma su alta cabeza la cúpula del cuartel de


    17. todos los edificios y asoma su alta cabeza por encima de todo


    18. En Caspueñas no hay médico ni botica y el cura no asoma más que los domingos, dice su misa y se va


    19. ''Y no toma ocasión su amarillez y sus ojeras de estar con el mal mensil, ordinario en las mujeres, porque ha muchos meses, y aun años, que no le tiene ni asoma por sus puertas, sino del dolor que siente su corazón por el que de contino tiene en las manos, que le renueva y trae a la memoria la desgracia de su mal logrado amante; que si esto no fuera, apenas la igualara en hermosura, donaire y brío la gran Dulcinea del Toboso, tan celebrada en todos estos contornos, y aun en todo el mundo''


    20. – ¡Diablos, por fin! ¡Hablando del rey de Roma, por la puerta asoma! ¡Que pase!

    21. Una expresión antigua, semejante a la timidez, asoma por un instante a su cara y desaparece


    22. Una nueva expresión de interés asoma a su rostro; Jagjit que aún no ha cumplido los catorce y está creciendo tan deprisa en América


    23. Cristina es una comadreja incapaz de estar quieta, que se asoma al abismo de los balcones con una indiferencia de suicida, mientras Elisa se sume en oscuros pensamientos que suelen provocarle ataques de llanto inconsolable


    24. El aspecto enfermizo de mi insistencia, lejos de desvanecerse tras la identificación de la desconocida, se agudizaba cada minuto, mientras algo a lo que no sé muy bien cómo llamar pero que estaba dentro de mí, tal vez sólo un instinto, luchaba contra todo lo razonable para convencerme de que esto no era un final, sino un principio, el cabo de un hilo que se asoma a la entrada de un laberinto


    25. Al clavo que asoma la cabeza, se lo baja de un martillazo, así que no nos asomamos"


    26. Por ejemplo: insertar lengua, quitar dedo de la oreja; retirar lengua, acariciar cuello, deslizar meñique izquierdo por la delgada tira de piel que asoma entre jersey y falda (evitando, cortésmente, el ombligo); besar y semilametear garganta y cuello, «trabajar» oreja, y depositar mano sobre rodilla; dejar de «trabajar» la oreja y acariciar pelo, acercar labios a los de ella y subir con la mano pierna arriba, todo a la misma velocidad; cuando los labios ya se tocan casi con los de ella, mantener su mirada durante un segundo mientras la mano despega como un avión por la pista de su muslo, para aterrizar


    27. Se asoma y ve, a la luz de la ventana, que en la rama de un árbol muy cercano hay un mirón, él así lo cree, que ha presenciado el homicidio


    28. Creo que el gran beneficio producido con la insurrección y valentías de toda esa gente que acaudillamos toca a su fin, porque pasado cierto tiempo, ella misma se cansa del bien obrar, de la obediencia, de la disciplina, y asoma la oreja de su rusticidad tras la piel del patriotismo


    29. Las cámaras de VTV recogieron el momento en que Salas se asoma por detrás de Chávez, un segundo antes de que sus escoltas se abalanzasen sobre él


    30. ¿No quiere leer conmigo?… ¿Tiene miedo, o ha olvidado el latín?… —las luces y las sombras se sucedían en su rostro con mayor rapidez, como si el cuarto empezara a girar en torno a él; pero el cuarto estaba quieto— ¿No siente curiosidad por saber lo que encierran esas palabras?… En el dorso de esa lámina que asoma entre las páginas del Valerio Lorena, encontrará la traducción al castellano

    31. A su lado, sentado en un cajón y con las tablas de tiro iluminadas por una pequeña linterna sorda, el teniente Bertoldi completa los cálculos, se pone en pie y baja por la escala de tablones encaminándose hacia el reducto donde, en el resplandor de unos hachones que arden al otro lado del talud de protección, asoma la boca cilíndrica, enorme y negra, de Fanfán


    32. Mojarra se asoma con precaución al lomo de tierra, apartando las ramas de sapinas y esparragueras que lo cubren


    33. Cuando los pasos del policía resuenan en el lugar, un bulto asoma entre ellas


    34. La puerta de la capilla está abierta, y el policía se asoma por ella, sin descubrirse, echando un vistazo al interior; a cuyo extremo, bajo los dorados apenas visibles del retablo mayor que domina el pequeño recinto en forma de cruz griega, brilla una lamparilla solitaria


    35. Por el cuello de la casaca azul, desabotonada con descuido, asoma una camisa poco limpia


    36. Con cautela, Tizón se apoya en la pared húmeda y asoma la cabeza en la oscuridad, escudriñando el interior


    37. Tizón se asoma al recinto, observando el pulpito y las naves laterales


    38. Se mueve cuando la señora Paulsson se asoma y luego se agita hasta cerrarse y se ondea al abrirse la puerta


    39. la muy cobarde asoma justo en ese momento, cuando ya hemos acabado


    40. Por el postigo entreabierto se asoma de cuando en cuando una cabeza destocada

    41. Está tan pálida… Tiene las manos cerradas con fuerza en torno al puñal que le asoma del pecho, y el camisón rezuma sangre del cuello a la cintura


    42. Pero un buen día se asoma a la ventana y ve un barco de investigación oceanográfica a menos de cuatro kilómetros de distancia


    43. el alma que se asoma al jardín de lasfrases,


    44. es la luz de la calle—dice Ibáñez con un matiz de decepción, mientras se asoma al interior del lavabo


    45. Asoma la lengua entre los dientes


    46. Percibe que la impaciencia asoma en su voz


    47. con precaución se asoma una farola


    48. » Se pasea por la calle, tambaleándose, mientras los mosquitos le envuelven la cabeza, como una nube de polvo a la luz de la luna; arrastra un talón por el hilo de agua, a lo largo del canal que asoma al pie del vicio muro de la iglesia; se detiene y se apoya, ladeando, en el museo…


    49. Las paradojas tienen muchas aristas y por alguna de ellas a veces asoma la vida con sus nervaduras de carne viva


    50. Y al rostro de éste asoma un horrorizado estupor












































    1. asomaba ya el pánico, sólo que el furor le enturbiaba la percepción de esa realidad


    2. temblequeaba su pierna, la cual asomaba por el flanco derecho


    3. La voracidad asomaba y cerraba como una flor


    4. suavemente en susdentelladas crestas, y entre los cuales asomaba la tarjeta del queenviaba el


    5. su boca entreabierta, por la que salía una respiraciónronca, asomaba ligera espuma


    6. inspiraba, seguía viniendo con frecuencia áinformarse del estado de la paciente; pero, en vez de entrar en elcuarto y asomar la nariz á la alcoba, se quedaba fuera y asomaba sólo alcuarto la nariz, preguntando á su hija:


    7. se asomaba al balcón y permanecíade bruces sobre la baranda horas enterascon la


    8. poético que en suimaginación nacía y moría, asomaba una


    9. puntoque el sol asomaba por el Oriente, y la tía Zarandaja, que


    10. Cuando el sol asomaba luminoso

    11. De vez en cuando, un conejo asomaba ala puerta


    12. Cuando la vejez enfriaba sucorteza, la vida animal asomaba


    13. estremecimientossatiríacos, en el que asomaba la pasión carnal con la mueca de laanimalidad


    14. ¡Esto es la alegríadel mundo!» Y la alegría no asomaba por ninguna parte


    15. asomaba y florecía por entre estas ruinas de la antiguabelleza, dando luz a sus ojos y encanto a


    16. Hasta don Antolín se asomaba por las mañanas ala puerta


    17. escalones deltorreón, y se asomaba luego a las troneras


    18. la casita se asomaba un individuo queparecía contemplarlos con curiosidad


    19. Iba casi a tientas por salas y pasillos penumbrosos, a los cuales laluna se asomaba un poco por las vidrieras desnudas


    20. Toda la servidumbre se asomaba al zaguán; los mozos de las cuadras sehacían los encontradizos en la

    21. rival de Frígilis que asomaba; don Víctor encontraba ciertasatisfacción maligna en la infidelidad


    22. La atención profunda del auditorio, el interés que se asomaba a lasmiradas y a las bocas


    23. La mujer se asomaba a la ventana con una luz, y el borracho, entonces,entraba en su casa


    24. De cuando en cuando la muchacha rubia se asomaba a la puerta y me mirabacon sus ojos


    25. El viejo, con su gorra calada hasta las orejas, envuelto en el sudeste,se asomaba a una de las


    26. ahogar la declaración que asomaba a suslabios, había sacrificado a un exceso de


    27. de un fusil, mientras una punta enrojecida asomaba por


    28. Asomaba entonces el sol por un ángulo de la casa, alumbrando una partedel jardín y proyectando la sombra de aquélla y de los árboles, porlargo trecho, sobre el espacioso batey de la finca


    29. sospechasen los sirvientes y se asomaba albalcón


    30. coloradilla, blanda, un puñitocerrado que asomaba entre los encajes de una chambra y los

    31. Miró hacia el palacio del acuario, que asomaba su blancura


    32. la popaá la proa, mientras el tío Caragòl asomaba la cabeza á la


    33. en elsoportal, y el heno que asomaba por los agujeros de una de


    34. un rasgón abiertoen la espesura de los negros celajes asomaba la


    35. Asomaba la cabeza por la portezuela, sonriendo a los


    36. Misia Casilda, en el umbral del gabinete, se asomaba, por la


    37. Feria, como apuestos garrochistas, entre la expectación dela gente que se asomaba a


    38. relucía,bajaba desatado un torrente espumoso; y entre el matiz sombrío de losencinares asomaba


    39. Dan pasó por alto la patente ironía que asomaba en el tono con que le hablaba el profesor Rizti


    40. El celador desenfundó su pistola y se apartó mientras el otro abría la puerta y se asomaba

    41. Ocupaba un privilegiado aposento en la planta alta de palacio, un cuarto amplio y lujoso con un balcón que se asomaba a la sucia y abarrotada ciudad de Lacynes


    42. Pero, allí donde el tubo asomaba y parecía atravesar la roca, había un enorme escudo, también de arcilla, cuya circunferencia presentaba inscripciones hechas por los gnomos


    43. Aranda pensó fascinado que era como si le hubieran raspado todo el costado: sus costillas estaban expuestas, y un órgano hinchado e irreconocible asomaba como un tumor abyecto y violáceo


    44. La parte superior de una barcaza asomaba por el borde del pavimento


    45. La madre de Jacques no necesitó que se lo repitieran y, sin embargo, un año después, aproximadamente en la época de las visitas de Antoine, volvió una noche con el pelo cortado, fresca y rejuvenecida, y declarando con una falsa alegría, detrás de la cual asomaba la inquietud, que había querido darles una sorpresa


    46. Era verdad: mirando a Cádiz, un gran anteojo de larga vista se asomaba por una de las ventanas que caían a la huerta


    47. Estiró las piernas y pude ver lo que asomaba


    48. Asomaba la aurora por las ventanas y balcones del madrileño horizonte, cuando D


    49. También esta vez fue él quien se asomaba a las rendijas de las tablas, quien acechaba en lo profundo del jardín una sombra entre los árboles y el crujir de un borceguí sobre la arena


    50. Mientras tanto, Fenner se asomaba por la otra ventana, abierta sobre una pared igualmente lisa e inaccesible y con vistas a un pequeño parque ornamental, en lugar de dar a la calle














































    1. banderolas nacionales de los balcones asomaban unadocena de airosos cuerpos y graciosas


    2. cabezas asomaban por las ventanillas de loscarruajes


    3. servidor, el cual sentía que laslágrimas asomaban a sus ojos,


    4. Las lágrimas, que enamargo tropel se asomaban a los ojos de la


    5. de la cual asomaban sus puntas los juncos yarbustos que crecían


    6. El pañuelo bermejo, por debajo del cual asomaban los


    7. paseo sus filas deplátanos, por entre cuyas copas asomaban los


    8. color rosa, se asomaban á las puertas de sus ranchospara verlos pasar


    9. festonadas asomaban la frente por encima dela crestería de las montañas


    10. Marenval se calló y su mirada se dirigió hacia los cuatro cañones cuyasbocas de cobre asomaban por la

    11. queapenas si asomaban una punta negra en la superficie, y hacían pensar enahogados,


    12. maduras que asomaban sus caras defuego entre los festones de hojas


    13. El inmenso valle azuleaba bajo el sol de invierno; lasnaranjas, asomaban sus caras de


    14. asomaban las orejas y la cola


    15. cuales asomaban las escopetas


    16. por todas las mujeres ychiquillos, que asomaban curiosos tras


    17. Asomaban caras curiosas, frentes


    18. que le arrastraba, y por los bordesde él asomaban sus


    19. Aciertas horas asomaban por aquellos


    20. blancos y redondos asomaban por los encajes de sus

    21. extraño movimiento; los hombres se asomaban cuanto podían,las mujeres se


    22. sus caballitos y carrozas infantiles; asomaban con rítmica apariciónpor encima de los


    23. de ellas asomaban las grandes pirámides de pajapodrida destinada a la cocción de las


    24. asomaban los pendones tristes y desmayados, lascruces y ciriales, observaba el gesto de don


    25. Las lágrimas asomaban a sus párpados, pero una resolución


    26. cielolímpido, en el que asomaban sonrientes un gran número de


    27. transparente plumón, por cuyosintersticios asomaban los astros


    28. asomaban caras barbudas ycuriosas en los callejones


    29. dela falda asomaban los pies calzados de paño, con unas


    30. cipreses que asomaban sus puntas sobreellas, una población

    31. cuyos bucles asomaban las copas de los senos conuna gota


    32. chimeneas, por las que asomaban grupos decabezas


    33. vivir conel rostro al nivel de los cadáveres que asomaban en el


    34. asta de ciervo, asomaban por encima delos ceñidores de sus


    35. algazara subía de punto, asomaban disimuladamente lasnarices por la puerta un poco


    36. En los bordes del arco asomaban cabezas, muchas cabezas: las de losespectadores


    37. Enlas mesas asomaban entre los frascos de


    38. banderillas que asomaban entre los cuernos


    39. apuntador, había una mujer, una señora,con capota de terciopelo, debajo de la cual asomaban


    40. faltriqueras, que no veían lasala sin echar el cuerpo fuera del antepecho, se asomaban por

    41. El rico archivo eclesiástico, cuyos legajos asomaban por las rejillas delos estantes excitando la


    42. miedo, y cuando dilataba los labios morados conexpresión equívoca y asomaban sus dientes


    43. capote asomaban sus bostezantes bocas negrasamenazando al campo


    44. asomaban implacables a todas las líneas del rostro: la tristeraya de tinta de los bigotes resaltaba


    45. Lenguas de fuego asomaban por las comisuras de su pico


    46. El mago se agitó en su silla, fija la vista en las elevaciones que asomaban en el centro de la cadena, y protestó:


    47. Las cúspides de las torres de Jheeter’s Gate asomaban entre la niebla dibujando la cresta de un dragón dormido en una nube de su propio aliento


    48. Ben se precipitó contra el suelo y sintió que uno de los tornillos oxidados que asomaban bajo el banco le abría un corte en la frente


    49. Unos cables ensangrentados asomaban por los bordes de las muñecas


    50. Los rayos del sol asomaban por entre el ramaje o bien lo traspasaban














































    1. pasos hacia el fondo del patio, y allí,con el llanto asomado a los


    2. y cuando Domingo estabaen él, delante de mí, asomado a la


    3. día en que lloróusted asomado a la ventanilla, yo lo vi y estuve a punto de


    4. Algunos vecinos se habían asomado; algunos transeúntes trabaronconversación con el venerable Tres


    5. enteras asomado a la ventana


    6. En uno de ellos iba Ramiro asomado a la borda, y tendiendo su mirada,


    7. En ese momento llegaban al corredor, en el que, asomado por


    8. Poco después de despedir a Lazarus, Simone se había asomado a su dormitorio para asegurarse de que estaba bien


    9. Mientras paseaba por el centro de la ciudad, levantó la cabeza hacia el cielo y se lo encontró de pronto, asomado a uno de los balcones de un viejo edificio


    10. Su expresión se había puesto rígida y a los labios le había asomado un repentino rictus de desprecio

    11. Asomado a una oquedad en la que apenas pudiera ocultarse un niño, contemplo una vida de líquenes, de musgos, de pigmentos plateados, de herrumbres vegetales, que es, en escala minúscula, un mundo tan complejo como el de la gran selva de abajo


    12. El obispo se mató en esta casa porque se desprendió de cuajo el balcón al que estaba asomado; hay un refrán que dice que el obispo de Calahorra hace los asnos de corona


    13. En Alcocer, asomado a las otras aguas, las del lago de Buendía, dicen algo por el estilo y también se cabrean con el forastero que lo canta, aunque jure por sus muertos que ni es el inventor ni va de malas


    14. ¡Un hijo! Cuántas veces aquella idea se había asomado a su mente, sobre todo mientras hacía el amor, cuando ambos advertían la increíble potencia creadora de su recíproca pasión


    15. Su presencia en el castrum, además, podría constituir una buena ocasión para entablar un diálogo con aquel poderoso pueblo, en otro tiempo amigo de Roma, y que desde hacía poco se había asomado a la región


    16. Podríamos robarlo y unirnos a los rebeldes de Londres, siempre que alguno de ustedes sepa conducir -dijo Andy, que estaba asomado a la ventana, observando la parte trasera del edificio


    17. A su vez, vuelve esto a ser confirmado por Donald Druce, hermano de la declarante, que estuvo asomado, en batín, a la ventana de su habitación, pues se había levantado bastante tarde


    18. con el pie asomado


    19. Los españoles, creyendo haber matado a aquel terrible adversario, habían asomado por la puerta, aunque guareciéndose con los restos del entredós


    20. Me alegré de que me hubieran asomado las lágrimas

    21. Albani y Enrique la distinguían también cerca de las primeras rompientes a la luz del sol, que había asomado por entre el jirón de una nube


    22. Antes que pusieran tiras de papel engomado en sus párpados, miró por última vez la calle vacía y silenciosa, extrañada que a pesar del escándalo y de los libros quemados, ningún vecino se hubiera asomado a mirar


    23. El viento le golpeó el rostro apenas asomado a la altura y procedió con cuidado, ya que las tejas del torreón estaban heladas y los resbalones desde aquella altura podían tener graves consecuencias


    24. Seisdedos, que había asomado su corpachón por el agujero, miraba extrañado sin saber a qué se debía aquella agitación que había acometido a su amo porque un palomo hubiera acudido junto al palomar


    25. En el rostro del beodo había asomado la lujuria


    26. Súbitamente, los pitidos de la máquina y el silbar del escape del vapor de su caldera se amortiguaron y pudo percibir, desde la lejanía del andén de la estación al que se había asomado, cómo desde los vagones parecían salir gritos y lamentos de gentes que fueran allí encerradas


    27. Estaba asomado a la ventana de la celosía, en apariencia observando con atención el jardín


    28. –Me recuerda a Tuga Tursa -murmuró Trapaieiro Porcaián, asomado también por entre la vegetación


    29. La cabeza del tiburón estaba fuera del agua y su lomo venía asomado y el viejo podía oír el ruido que hacía al desgarrar la piel y la carne del gran pez cuando clavó el arpón en la cabeza del tiburón en el punto donde la línea del entrecejo se cruzaba con la que corría rectamente hacia atrás partiendo del hocico


    30. Las jaurías, entristecidas por la música de las trompetas, aullaron al pasar la procesión delante del Presidente, asomado a un balcón bajo toldo de tapices mashentos y flores de buganvilla

    31. Más tarde, hace sólo una hora, el Capitán Crozier se ha asomado a la Tienda de la Enfermería y me ha hecho señas de que saliera afuera al Frío


    32. Jim, asomado a la ventanilla del pasajero de la cabina, gritaba al conductor mientras el camión se esforzaba en la calzada de madera del puente de pontones


    33. Una infinidad de rostros se habían asomado a las ventanas del Ala Chaney Memorial


    34. Una expresión de asombro y preocupación genuinos se había asomado a su rostro


    35. –Sí -Owain no dejaba de pensar en la sorpresa que por tan breve tiempo había asomado a la expresión de Isabella cuando recitara las palabras de Kli Kodesh


    36. —Y en la torre, asomado al vacío, a punto de saltar —susurró el


    37. El hombre había asomado a la calle con mucha precaución, caminaba sin titubeos y renovaba la precaución a cada esquina


    38. Supe que la había recorrido entera, que no quedaba una esquina ni un portal al que no me hubiera asomado


    39. Qué inconscientemente reservado, sí, casi solapado, era el niño, no había sido fácil de deducir de su presencia y de sus palabras, sólo se pudo notar después por la casualidad y la intención dulas confesiones que habían asomado


    40. Habían asomado muchas estrellas, con menos fuerza que en el monte, amortiguadas por las luces del paseo, pero lo consideró una buena señal

    41. —Estás mejorando, sule —dijo Galladon, apoyado en el alféizar y asomado a la capilla


    42. Alguien se había asomado desde una habitación y retrocedido enseguida, tras las ventanas del pasillo


    43. Mientras Sofía había permanecido sentada en un tocón leyendo sobre Platón, el sol se había levantado por el este, tras las colinas cubiertas de árboles La esfera solar se había asomado por el horizonte, precisamente cuando estaba leyendo que Sócrates subía de la caverna y que se le arrugaba la frente por la intensa luz, al aire libre


    44. Estábamos todavía a muy baja altura sobre la superficie del lago, y uno de los tripulantes que se había asomado a la barandilla tras que el fugitivo saltara, anunció que aquel sujeto estaba nadando hacia nuestra abandonada canoa


    45. Entre la ventana a la que estaba asomado y el maravilloso palacio —un intervalo de una veintena de metros— habían empezado a flotar mientras tanto frágiles apariencias, parecidas quizá a hadas, que arrastraban en pos de sí jirones de gasa, relucientes a la luna


    46. Los comensales se habían asomado a los ventanales y los miraban petrificados de susto


    47. Me veía asomado a un oscuro y frío abismo, sintiendo un vértigo mortal


    48. El rey Gaspar, la tía Gila hilando su copo, el mesonero que sólo tiene medio cuerpo porque está asomado a la ventana, cualquiera, hasta uno de los pastores bobos que se ríen comiendo sopas, debajo del angelito colgado del árbol, el de la pierna rota, aunque fuera


    49. Las antorchas de los legionarios de las cohortes urbanae, apostados frente a la basílica Julia, era lo que había intrigado a Marcio y por eso se había asomado


    50. El conductor estaba asomado a la ventanilla












































    1. No bien asomamos las narices á la puerta, calla el discordante yatronador coro que forman los granujas


    2. Mi mujer y yo, con los ojos iluminados por la alegría, nos asomamos albalcon; Luisa estaba en el de


    3. Al clavo que asoma la cabeza, se lo baja de un martillazo, así que no nos asomamos"


    4. Frost y yo asomamos la cabeza en el preciso instante en que varios guardias de seguridad pasaban corriendo, camino de sus puestos


    5. Nos asomamos a la escalera


    6. No bien nos hal amos de nuevo solos, bajamos de nuestro escondite y nos asomamos al gran salón de entrada de la primera planta


    7. Nos asomamos y vimos, a medias extendido entre un cantero de adoquines y el cordón de la calle, el cuerpo roto de Luciana


    8. Nos asomamos por las ventanas polvorientas


    1. ¿Adónde se asoman el hombre y los animales?2


    2. hijas se asoman a unade las ventanas de la comandancia; en la plaza,el


    3. Se asoman y


    4. CUESTA; ELECTRA, PATROS, que asoman por la puerta de la


    5. Y asoman lágrimas de emoción a los ojos de las matronas


    6. , un bosque muyverde y tupido del cual asoman unas torres que parecen redondas? Ese esel ingenio Valvanera, de don Claudio Martínez de Pinillos, reciéncreado Conde de Villanueva


    7. Al mismo tiempo, asoman con bárbara violencia los cuatrosegundones en


    8. En esto asoman los actores por una puerta lateralde la derecha, clama la muchedumbre que rodea


    9. No se asoman inclinados hacia abajo para observar largo tiempo el precipicio que el puente divide, a un lado y otro


    10. Los oficinistas se asoman con ojos soñadores a las ventanas altas de las oficinas bochornosas y mal ventiladas, observando con envidia el vibrante bullicio de la ciudad

    11. Cuelgan en racimos con su flor amariposada y de su quilla asoman, apenas visibles, los pistilos rizados como pestañas


    12. Las mesas de la cafetería se asoman al balcón del primer piso como a un patio de vecindad


    13. Al ver al comisario, se levantó de un salto como uno de esos muñecos de resorte que asoman de golpe en cuanto se abre la tapa de la caja que los comprime


    14. Detrás del sillón de la mesa había un largo estante del tamaño de la pared, cuyas puertas tenían en vez de vidrios rejillas de alambres y por los huecos de estas asomaban sus caras amarillentas los legajos, como enfermos que se asoman a las rejas de un hospital


    15. Cuando la aparta, el policía encuentra el cadáver de un gran gato negro destripado y a medio disecar, con las cuencas de los ojos rellenas con bolas de algodón y el interior abierto y lleno de borra de la que asoman alambres y cabos de hilo bramante


    16. También menudean los civiles, hombres y mujeres, entre los que es fácil reconocer a los redactores de El Conciso, que allí suelen reunirse, por sus dedos manchados de tinta y los papeles que asoman de sus bolsillos; y a los emigrados de provincias bajo dominio francés, por el aire desocupado y la ropa pasada de moda, rezurcida o gastada por el uso


    17. Pero no pocas mujeres comparten las mesas situadas en el patio y en las salas laterales, o se asoman a las barandillas del primer piso


    18. Está tan gastado que los muelles asoman a través de la tela


    19. Y en las zarzas se asoman,


    20. Se asoman por la puerta e inmediatamente se sienten ya perdidos, como DESCABALGADOS de la ordinaria tarea de ver, EYECTADOS fuera del habitáculo de un punto de vista preciso y anegAAAAdos en un espacio del que buscan vanamente el principio

    21. Si algunos, en San Sebastián, durante la "semana grande" se asoman por las mañanas a la playa, significa para ellos un gran sacrificio, pues se han acostado a las tres o las cuatro de la madrugada


    22. El capítulo concluirá analizando el estado actual de los problemas medioambientales, el futuro y las esperanzas que asoman para cada vertiente de la isla y sus consecuencias sobre la otra mitad y sobre el mundo en su conjunto


    23. El castaño del jardín está ya bastante verde, aquí y allá asoman los primeros tirsos


    24. [10] Juego tradicional de feria, en que unos topos asoman por unos agujeros y el jugador tiene que golpearlos con un mazo


    25. Son los balcones del célebre Salón de Embajadores, radiante, hecho una ascua, arrojando por los vanos los raudales de luz que le sobra; y las cabezas que en ellos asoman son las de los privilegiados que disfrutan cómodamente de la fiesta, por invitación especial de los miembros del gobierno


    26. Por la puerta de entrada, por la del gabinete de deliberaciones -que cae a la mismísima plataforma del tribunal del pueblo-, asoman apretados racimos de curiosos aguantando magullones, codazos, corrientes de aire, incomodidad de postura y calor mal oliente de multitud apiñada


    27. Mujeres de mediana edad o viejecitas, sobre todo, con sus quimonos de colores tornasolados, grandes nudos en la espalda, zuecos sobre calcetines blancos, se sientan delante de las maquinitas, dejan al costado la cesta de la que asoman el apio y las patatas dulces, y muy rápidas, como si maniobrasen una máquina de coser o un telar eléctrico, dedican a los rebotes de las pelotitas una atención calma y complacida


    28. Pero las figuras son estereotipadas e intemporales en su manera de vestir entre medieval y barroca, y también el orden es probablemente arbitrario: en los Evangelios la genealogía de Cristo va de padre a hijo según una línea única, mientras que aquí el tronco retorcido une directamente la figura de la raíz a la de la cima y todos los otros personajes asoman a diversas alturas en ramas laterales como generaciones de hermanos


    29. Todo son bosques hasta donde se pierde la vista, y en medio de ellos emergen los inmensos muros rojizos tras los que asoman los blancos edificios de piedra y las colinas rematadas por las redondeadas copas de los pinos


    30. Las damas no se asoman

    31. Lleva el cabello teñido de rubio rojizo, y de las perneras del pantalón asoman dos muslos que serían la envidia de cualquier luchador o futbolista


    32. Algunos vecinos se asoman y le ven torcer furtivamente en una esquina en dirección a la Avenida, allí parará un coche particular identificándose como policía y ordenando al asustado conductor dirigirse a la clínica de la Maternidad sin pérdida de tiempo


    33. Unas cuantas cabezas se asoman detrás de él y niegan con vehemencia


    34. Unos cuantos rizos de cabello castaño se asoman por debajo del sombrero


    35. Atravieso otro vagón tratando de esquivar los miembros que asoman de las literas inferiores, los brazos que se salen de sus límites


    36. Hay un silencio de asombro en el que los hombres de ambos lados del vagón se asoman de sus literas para ver quién es el intruso vocinglero


    37. Al cabo, asoman algunos civiles, muy pocos, que han permanecido en el pueblo


    38. Soy un maestro de las iniciales, la ciudad entera viene a ver mis tallos, mis hojas y mis flores entrelazadas, entre las que asoman monstruos


    39. Ahora sólo son unas cuantas maderas que asoman de la hierba


    40. Los turistas se asoman por las fisuras al Infierno,

    41. Algunos mechones asoman entre sus finos dedos


    42. –Sikes -dijo-, si no fueras un mequetrefe, te metería esos dientes que te asoman por la garganta


    43. Se asoman fuera astutamente; con un crac Sus sensibles dedos crujen, Y cuando han terminado, tus huesos Se llevan en un saco


    44. Es verdad que cada pieza hace fuego por su cuenta, que los fusileros apostados tras los tablones destrozados asoman sus mosquetes y disparan cada uno a su aire, que la marejada incomoda a los artilleros y que el poco viento no disipa el humo; pero la presencia de los oficiales que recorren las bandas sable en alto, alentando a la gente a cumplir con su obligación o empleándose con energía cuando alguno chaquetea para abandonar el puesto, mantiene la cosa dentro de límites razonables


    45. Laila ve la copa de las higueras que asoman sobre el muro, con algunas ramas colgando por encima


    46. En los sitios por donde pasaban, entre la profusión de las barcas y navíos que surcan sin cesar los canales orientales de las Noventa Islas, bajo las ventanas y balcones de las casas que se asoman a las aguas, más allá de los embarcaderos de Nesh, las praderas lluviosas de Dromgan y las malolientes barracas de pescado de Gui, siempre y en todas partes los ecos de la hazaña de Ged lo habían precedido


    47. ) ¡Bonifacio, Lucas! (Se asoman a la puerta los dos Dependientes


    48. TRINITA y SERAFINITO, que entran con él, se quedan en el fondo, como asustados de lo que pasa, y hablan con los dependientes, que se asoman a las puertas


    49. Caras de hamadríadas asoman de los troncos y entre las hojas y se abren bloomifloreciendo


    50. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga


    1. Asomando la cabeza por la puerta


    2. Los partícipes iban llegando a la casa atraídos por el olor de lanoticia, que se extendió rápidamente; y la cocinera, las pinchas y otraspersonas de la servidumbre se atrevían a quebrantar la etiqueta,llegándose a la puerta del comedor y asomando sus caras regocijadas paraoír cantar al señor la cifra de aquellos dineros que les caían


    3. cierta impresión asomando por entre los festones de la negrablonda; y frente a ella, las niñas,


    4. piernaslargas y casi rectas asomando tranquilas, sin miedo á la tentación, porel borde de la falda;


    5. de arrozales bajo la inundación artificial; ricasciudades, Sueca y Cullera, asomando su


    6. el bolsillo; y no asomando «la recua que quedaba en el camino», remendó los pantalones,


    7. cañón asomando por debajo de lapanza del animal


    8. cortina de matorrales, asomando loscuernos y el hocico


    9. Las pinas delos botareles parecían avergonzadas asomando


    10. piedra, y asomando la cabeza y hombros porencima de la

    11. se iba asomando asus labios la sonrisa del desprecio


    12. Sus piernas, más fuertesque el resto de su persona, quedaron asomando


    13. los árboles, asomando por encima de las tapias, pendían sobrelas callejuelas


    14. con paciencia unrato, asomando de cuando en cuando la cabeza para cerciorarme de


    15. Hice como me mandaba, y asomando con precaución la cabeza pude ver enmedio


    16. gritaban a la vez,empujaban las ruedas, y el pesado cañón, asomando el largo cuello


    17. Materne, el cazador, asomando su gran nariz aguileña por encima de unarama de


    18. allí estaban, asomando aveces


    19. señora Lowe, asomando sobre unhombro de ésta la frente y los


    20. expresión de unamáscara trágica asomando entre los telones de

    21. Sus piernas arrastraban porel suelo, asomando entre las tiras de


    22. triángulos blancos delcuello asomando sobre las roscas de


    23. montarcarcomidas, asomando por entre papeles y trapos, despertaban en lafantasía la idea de un


    24. El ojo vidrioso de uno de los monstruos asomando y


    25. como algopropio la ciudad que iba asomando en el fondo de la


    26. cuando salíase fuera de las vallas, asomando el cuerpo por lasestrechas saeteras


    27. asomando indiscretamente por el bolsillode los faldones del


    28. Cualquier persona que observara al pasajero que cruzaba el control de seguridad de la terminal A del aeropuerto Logan de Boston habría visto a un hombre elegante, de unos sesenta y cinco años, con el pelo castaño, las sienes blancas, una barba cuidada y entrecana, americana azul, camisa blanca abierta por el cuello y un pañuelo de seda roja asomando por el bolsillo de la camisa


    29. Asomando las astadas cabezas por algunas portillas, unos minotauros observaban también la llegada de los viajeros


    30. —Entre otras cosas —cortó Simone, el filo de la indignación asomando en su tono de voz

    31. Miró arriba, y en el agujero de la alcantarilla vio muertos vivientes asomando, con los ojos abiertos de par en par, frenéticos


    32. Ella se sentaba recostada en la cama, con la protuberante escayola blanca asomando por entre las sábanas, y me daba una conferencia leyendo lo que había apuntado en un cuaderno blanco y negro


    33. Las dos chicas chillaban como poseídas, y sus notas agudísimas se enroscaban y confundían en los torrentes, aunque cada una lo hacía por distinto motivo: Jessica porque la tormenta, aunque tan anunciada, la había puesto positivamente histérica, Vanessa porque a la luz verdosa de los cuadrantes del tablero había reconocido la cara bestial que se estiraba para mirarlas desde abajo: ¡era el hombre horrible de la entrevista, el perseguidor que la había estado acosando en sus peores pesadillas! Tan inesperado le resultaba, y a la vez tan espantosamente oportuno, que todo su ser se contraía en un espasmo de terror, y lo veía como a un estegosaurio sanguinario asomando el cuello pedregoso de un lago de petróleo, la noche del fin del mundo


    34. Pasé a un precioso comedor adornado de encajes, cristales verdes en los aparadores y pálidos limones asomando al brocal de las copas


    35. El muchacho rubio se detuvo, con la lengua todavía asomando entre los labios


    36. Continuó en pie, con las plantas de los pies bien apoyadas y un mechón de pelo negro asomando por debajo del ala del sombrero


    37. Y el conde, asomando la cabeza por la portezuela, dio una especie de chillido para excitar a los caballos; parecía como si les hubieran nacido alas


    38. En el muelle no había ni un solo recipiente y el único rastro que podía recordar la anterior actividad era la grúa, con sus enormes conductos de aire asomando en el panel de ventilación, bajo la entrada de agua y las mangueras de expulsión, que habían sido retraídas al interior de la enorme máquina


    39. En cambio, observo a las cajeras, los tristes y flácidos músculos de sus brazos, el cabello teñido con las raíces asomando


    40. Envuelta en el magnífico abrigo de pieles, con el sombrerito rojo echado sobre los ojos y unos mechones de pelo castaño asomando sobre cada oreja, no es de extrañar que el conductor se confundiera

    41. La bruja llamó a una puerta, asomando la cabeza al interior de la habitación para decir:


    42. A los ojos de Sarah fue asomando algo parecido al entendimiento


    43. Se detuvo un momento, escuchando con profundo recogimiento, y luego empuñó el revólver y poco a poco abrió la puerta, asomando con precaución la cabeza


    44. Al examinar el musgo con mayor atención, vio que lo que en principio había tomado por las puntas de unas viejas ramas asomando por entre la alfombra de vegetación en realidad eran fragmentos de costillas y astas de ciervo: los restos de uno o más animales


    45. Josué se agarró como pudo a una bita y asomando la cabeza sobre la amura de estribor se dispuso a enviar al fondo del mar los restos de comida que pudieran quedar en su estómago; se equivocó de lado y lo hizo por barlovento, y todo su vómito volvió sobre sí mismo acabando de descomponer su apariencia


    46. —¿Qué haces? —interrogó el jardinero asomando a la puerta de la caseta


    47. Luego, dando media vuelta y asomando medio cuerpo por la ventana, indicó a su compañero que alzara a las mujeres


    48. Pero ni el escritor ni su mujer -ojos de alimaña asomando entre las pieles del abrigo- preguntaban nada


    49. volvió hacia él con las mandíbulas entreabiertas y los dientes triangulares asomando de ellas


    50. Señalaba, con el dedo levantado, flaco y acusador, el pecho del árabe asomando por el cuello del camisón, bordado con pequeñas flores rojas













































    1. cuando lashojillas de hierba comenzaron a asomar por entre el


    2. inspiraba, seguía viniendo con frecuencia áinformarse del estado de la paciente; pero, en vez de entrar en elcuarto y asomar la nariz á la alcoba, se quedaba fuera y asomaba sólo alcuarto la nariz, preguntando á su hija:


    3. arriates en losque comenzaban á asomar las primeras flores, y


    4. superabundancia, unasensibilidad femenina, que hace asomar la


    5. vio asomar muchas cabezas raras, bellas unas y comocon luz,


    6. Al llegar a la puerta de la escalera y al tirar del pasador, el jovenvió asomar la cabecita curiosa de su hermana en el fondo del pasillo


    7. enseñaban los dientes con esa sonrisa incomprensible quesuele asomar a la boca de


    8. asomar por las inmediaciones de la casa paterna sin que suatrabiliario hermano le


    9. CUANDO el bolchevismo comienza a asomar en un país, parece que los ricosse


    10. Lo vioFernando asomar la cabeza por la puerta de una

    11. raza africana, en los cuales elsonido de la trompa hacía asomar a


    12. interior y parecían asomar á los ojos, tímidasy vacilantes, antes


    13. Las estanterías entreabiertas dejaban asomar legajos y protocolos enabundancia; por el suelo,


    14. parecieron asomar en elfruncimiento melancólico de su boca


    15. Después, por encima de las cabezas, vio asomar los


    16. asomar las narices al cuarterón abierto de unaventana, se


    17. por asomar a sus lagrimales, y asomaron al fin, unas cuantasgotas de eso que los poetas llaman


    18. decir que el nuestro no era un encuentro fortuito –tópico de los machos superficiales–, haciendo asomar


    19. Los salvó a ambos de mayores trastornos la presencia de Rennard, que acababa de asomar la cabeza por la cortinilla de la tienda


    20. Tanar volvió su mirada en la dirección indicada por la muchacha y vio asomar a Jude que salía de la selva por la parte superior del claro

    21. Era como un mal sueño, y había en ella algo tan patético que hizo asomar las lágrimas a sus ojos


    22. Por un momento, le pareció que había visto el miedo asomar a sus ojos, pero acaso ello fuera pura imaginación por su parte


    23. También se veía asomar una botella por uno de los bolsillos


    24. El ataque de que fuimos objeto era llevado a cabo por una decena de hombres que disparaban sus armas a tontas y a locas y, en el fondo, nada serio habría ocurrido si uno de nuestros compañeros de viaje no hubiera tenido la desdichada idea de sacar una de esas pistolas indias con incrustaciones de nácar, de ésas cuyos mangos se ven asomar a veces por la abertura de las chaquetas de los habitantes del país, y de ponerse a disparar contra los asaltantes


    25. Despertó en mí cierta admiración secreta por su manera de coger el toro por los cuernos y vi asomar una mirada de respeto en los ojos del inspector


    26. Tres días después, cuando empezaba a esfumarse el olor de los cadáveres y ya habían barrido los últimos pájaros podridos, Rolf Carlé tenía pruebas irrefutables de lo sucedido y estaba dispuesto a luchar contra la censura, pero Aravena le advirtió que no se hiciera ilusiones, por televisión no podía asomar ni una palabra


    27. La trasladaron a la habitación de Clara y mientras la acomodaban sobre la cana k, le arrancaban a tirones la ropa del cuerpo, Alba comenzó a asomar su minúscula humanidad


    28. Nuestra casa permaneció, con los posti-gos cerrados y las órdenes, de mi abuela fueron que ninguno debía asomar la nariz a la calle; pero yo no resistí la curiosidad y me encara-mé al techo para ver el desfile


    29. Por fin se pudo asomar a una de las puertas laterales del salón del banquete; el espectáculo era dantesco, el siniestro era total


    30. –Perdona por el retraso -dijo Alex, que acababa de asomar por la puerta-

    31. Justo en aquel momento, mientras el miedo le helaba la sangre en las venas, vio asomar el cañón de una metralleta por la ventana situada perpendicularmente por encima de la puerta


    32. Desde que veían asomar por la ventanilla el risueño semblante, guarnecido por los encajes de la blanca mantilla, la aclamaban con voces y palmadas diciendo: «Ahí va toda la gracia del mundo, viva la sal de España», u otras frases del mismo género (1)


    33. La luna luminosa comenzó a asomar entre las nubes; Hagen dijo:


    34. No era obstáculo para esto la niñez más bien moral que física de don Diego, pues siendo entonces costumbre emparentar lo más pronto posible a los mayorazgos, los casaban fresquitos y antes que tuvieran tiempo de asomar las narices por las rehendijas de la puerta del mundo, donde al decir de D


    35. A la mierda que le pagasen o no, no pensaba volver a asomar la cara por aquel edificio


    36. Por debajo de la cortina del confesionario que ocultaba al cura, Papshmir vio asomar un par de zapatillas deportivas blancas


    37. Antes de salir al patio, me puse en acecho de los más significantes rumores que vinieran de las celosías; algunos oí, que me parecieron de animada conversación; salí de mi camarín, anduve con cautela por el patio, miré a lo alto, no sin esperanza de ver asomar la caña de Lela Mariem, y de pronto [93] hirió mis oídos un grande estrépito de pasos, golpes, carreras, chillidos de mujeres y llanto de chiquillos


    38. Tenía la zurda sobre el puño de la espada y el sol, al asomar entre las nubes, hacía danzar reflejos sobre la máscara híbrida


    39. Izada en el palo de la lancha, esa bandera semejante a la que usan las cañoneras de la Real Armada impedirá que los españoles o los ingleses tiren sobre ellos al verlos asomar por el caño de Chiclana


    40. Ella escucha con la expresión que suele asomar a su rostro cuando está encajando las piezas de un caso

    41. Ven asomar el morro del gran camión diesel, que cae y queda en posición vertical, con la rejilla del radiador en el suelo y las ruedas traseras enganchadas en la carretela superior


    42. Al asomar a la puerta vio un bosque de botellas en una mesa redonda y un plato de fiambre, guacamole y chile pimiento


    43. Los hermanos se parecían física y moralmente: más bien altos, con la nariz flamígera, aguda y un tanto respingona, el labio superior levantado en su media parte dejando asomar unos incisivos agudos, la tez blanca en contraste con el apéndice nasal; el uno peinado como cepillo, el otro con largas crenchas morenas partidas sobre la frente estrecha; un tanto flamencos en el vestir, muy cuidadosos del lustre de sus botas, las manos anchas, los dedos cortos, las uñas limpias; luciendo camisas blancas abotonadas, sin corbata, tocados de gorras claras, y muy fumadores


    44. En cuanto el sol empieza a asomar por el horizonte me recuesto en la silla, agotada por completo


    45. Era aún temprano, y desde la terraza delantera vieron que el sol acababa de asomar su radiante ojo por encima del perfil de los montes situados al este


    46. Ayla asintió, y entonces vio asomar a alguien por la cortina de la entrada


    47. Estaba amueblado con una mesa de despacho y una librería, pero habían metido tantos trastos en sus estrechos confines (cajas de cartón, montones de ropa vieja y juguetes, un televisor en blanco y negro) que Sachs no hizo más que asomar la cabeza antes de cerrar de nuevo la puerta


    48. Corrió hasta la puerta, y aflojó los nudos lo suficiente para asomar la cabeza y gritar sus órdenes


    49. Muy lejos, por encima de sus cabezas, empezaba a asomar un sol pálido que hacía que la calva del autoestopista brillara como si fuera una cúpula


    50. Algunos vacilaban al asomar a la calle, pero pronto eran empujados, al espacio abierto, por la presión de la muchedumbre que pugnaba a sus espaldas













































    1. Mientras nacía al mundo, embadurnada en mi propia sangre y mis llantos, seguía sabiendo que no había diferencia entre las cosas, pero que pronto la habría, porque mi cerebro ya estaba agitándose y desperezándose, dividiéndose en un millón de distinciones; el sobrecogimiento y la inundación que te asedia cuando te asomas por vez primera a la vida porque sabes que estarás sola para siempre y la unidad que eras hasta hace un segundo ha dejado de ser, perdida en el olvido


    2. Si vas hasta el final del patio y te asomas mucho a la izquierda, puedes captar un ¿qué?, digamos que un suspiro del Sound


    1. —Ni por asomo; pero como yo era amigo del marido yentraba en la casa aun


    2. espíritu ni asomo de contradicción entre las creencias propias


    3. El asomo de rivalidad que brotó en su alma, el día de la intempestiva ypomposa aparición de


    4. Pasada fugazmente la primera impresión de sorpresa y bienestar, cada unodió en la casa rienda suelta a sus instintos, sin un asomo de compasiónni de ternura para la desgraciada forastera


    5. Cobró con esto Salvador un asomo de tranquilidad y un respiro en elanhelo con que llegaba a la casona, siempre que a ello se atrevía


    6. Subo la escalera y me asomo al balcón


    7. de intentar un asomo de conversación


    8. sin embargo, un asomo de energía, cosa rara en él, y dijo a


    9. Piggott no era ni por asomo tan caballeroso como Mita y en más de una ocasión el gordo y repulsivo tabernero se había plantado frente a Kitiara mirándola con lascivia y haciendo insinuaciones obscenas


    10. –En medio de mi suplicio -dijo Magius, y al hacerlo eliminó cualquier asomo de duda que pudiera quedar en el ánimo del joven-, me rebelé contra la formación codificada y opresiva del Cónclave y me convertí en un renegado

    11. –Creo, sir Galen, que… el momento de las charlas amenas ha pasado -anunció el namer con frialdad y un asomo de enojo en la voz


    12. Estos profesionales de la comunicación social fueron víctimas de decisiones crueles y arbitrarias, sin juicio alguno, sin contemplación o asomo de humanidad, sin el menor respeto por las leyes y los principios que se invocaban para actuar de esta manera


    13. No había asomo alguno de interrogación en sus palabras


    14. Y esta vez, Victoria no sintió el menor asomo de celos


    15. Eduardo había hablado con tanta tristeza y resignación que anulaba por completo todo asomo de placer en la tarea que se había impuesto


    16. A la mañana siguiente una sorpresa inesperada despertó en su corazón un asomo de esperanza


    17. La duquesa le contempló con estupor, no pudiendo imaginar que en un musulmán de su clase pudiera haber el menor asomo de generosidad


    18. Luego, me asomo, Harpo me saluda con desde dentro


    19. No entiendo la facilidad de los extranjeros para llamarse unos a otros sin asomo de temor, lo cual no sólo es una falta de respeto, también puede ocasionar graves peligros


    20. A la mañana siguiente, una sorpresa inesperada despertó en su corazón un asomo de esperanza

    21. Debo haberlo mirado con la blanda expresión de una abuela inocente, porque volvió a encandilarme con otra de sus sonrisas, esta vez sin asomo de timidez, y me aseguró que su tarifa de trescientos dólares era la regular en estos casos


    22. Necesitaba consuelo, pero al mismo tiempo acechaba cualquier asomo de lástima para reaccionar con furia


    23. El nuevo patrón resultó ser un personaje anodino, como casi todos los hombres públicos en ese periodo en que la vida política estaba congelada y cualquier asomo de originalidad podía conducir a un sótano, donde aguardaba un tipo rociado con perfume francés y con una flor en el ojal


    24. Los ojos negros de Fresia, que será su mujer si sale vencedor de la prueba, se clavan en los suyos, sin asomo de compasión, pero enamorados


    25. Julio César, admirado del noble aspecto de los jóvenes, les hizo toda suerte de preguntas, a las que ellos respondieron con candor, sin asomo de desconfianza


    26. Ni su enfermedad penosísima, ni sus años, ni la presunción de su muerte que se creía próxima y segura, les movieron a lástima; tanta era la rabia contra aquel que había detenido durante siete meses frente a una ciudad indefensa a más de cuarenta mil hombres, mandados por los primeros generales de la época; que no había sentido ni asomo de abatimiento ante una expugnación horrorosa en que jugaron once mil novecientas bombas, siete mil ochocientas granadas, ochenta mil balas, y asaltos de cuyo empuje se puede juzgar considerando que los franceses perdieron en todos ellos veinte mil hombres


    27. Entra en él sin chistar, y entiende que al menor asomo de resistencia, entrarás atado de pies y manos


    28. Me ha sucedido alguna vez encontrarme sola frente a un hombre, el cual con la mayor inocencia y sin asomo de malicia venía para tratar conmigo de un negocio de cerería, o de hierbas, o de qué sé yo


    29. Cathryn buscó un asomo de comprensión en el rostro de Charles


    30. Hay un asomo de amable ironía en el tono, pero Tizón no se molesta por ello

    31. Sin el menor asomo de duda


    32. –Al parecer, debo imaginar que la mujer incendió el lugar y tal vez se rajó el cuello ella misma antes de que la alcanzara el fuego, ¿es eso? – soltó con un asomo de cólera en la voz


    33. Esto me lo contó después la propia editora, que acabó contratada porque había respondido con un sí meridiano y sin asomo de titubeo, no tanto porque se considerase decente como porque necesitaba el trabajo


    34. Supo sin el menor asomo de duda cuáles eran las intenciones del camarlengo


    35. La miró por debajo de la frente con mirada fría, mientras sus músculos se arrugaban en un asomo de sonrisa, en cínico quebrantamiento de una voluntaria restricción


    36. —No, ¿pero quién lo es? —Bevier realizó aquella observación sin el menor asomo de inmodestia—


    37. Sólo cuando sacó la cartera el hombre mostró un ligero asomo de preocupación


    38. –Excelente elección -dijo, sin asomo de entusiasmo en la voz


    39. Cuando volvió a hablar, había en su voz un asomo de queja


    40. La influencia del padre hizo que el nombramiento se viera como un amaño y el procónsul aborrece cualquier asomo de corrupción

    41. A pesar de su ancianidad y del acusado tren de trabajo, el Pontífice es un hombre de probada fortaleza física y mental, sin asomo de problemas que pudieran conducir a la patogenia descrita en los numerosos ejemplos de trastornos mentales orgánicos


    42. Todo me transmitía su mundo interior; en su rostro vi aún ese desamparo y esa actitud de inseguridad, y al mismo tiempo un asomo de conciencia de su masculinidad


    43. Y allí estaba yo, cenando en uno de los mejores restaurantes de Venice, contemplando el mar desde nuestra mesa, agotada tras un arduo día de trabajo y sin prestar demasiada atención a la animada conversación de mis compañeros, con la mente puesta en Jack Holmes o en las imágenes que guardaba de Jack Holmes, un tipo muy alto y flaco y con la nariz larga y los brazos largos y peludos como los de un simio, ¿pero qué clase de simio podía ser Jack?, un simio en cautiverio, eso sin el menor asomo de duda, un simio melancólico o tal vez el simio de la melancolía, que aunque parece lo mismo no es lo mismo, y cuando la cena terminó, a una hora en la que aún podía llamar a Jack a su casa sin problemas, las cenas en California comienzan pronto, a veces acaban antes de que anochezca, no pude aguantar más, no sé qué me pasó, le pedí a Robbie su teléfono inalámbrico y me retiré a una especie de mirador todo de madera, una especie de molo de madera en miniatura para uso exclusivo de turistas donde abajo rompían las olas, unas olas largas, pequeñitas, casi sin espuma y que tardaban una eternidad en deshacerse, y llamé a Jack Holmes


    44. –Has visto el mundo, caballero marinero -pronunció sin asomo de emoción -, lo has visto con el pensamiento, en soledad, en el amor y en el vino


    45. Tal vez con un asomo de ira


    46. Generalmente arriban los consumidores medio borrachos y salen borrachos completos, mas en el interin, se ha cenado bien, bebido pulque con exceso y hasta trincado con el vecino de mesa; algún artesano huraño y cortés que con urbano modo acepta el trinquis -y aún lo retribuye-, a reserva de enfadarse y pasar expresivas vías de hecho si descubre en el trato señoril el menor asomo de desprecio o burla


    47. Pero incluso la propia idea parecía tan absurda que dejó escapar una ronca risa, haciendo que Lyla alzara la vista hacia él con un vago asomo de curiosidad reflejado en su rostro


    48. Hay un asomo de burla en esa expresión


    49. Quizá procedía del gran edificio que había visto, un edificio que debió ser construido por hombres y en el que aún podían morar seres humanos, aunque entre los numerosos olores que percibía su olfato ni una sola vez captó el más mínimo asomo de olor a hombre blanco


    50. –Mi cabeza habría sido honrada al estar entre los trofeos de su majestad -declaró Valthor, con el más débil asomo de una sonrisa en los labios-, pero tendrá que contentarse y esperar una ocasión más propicia













































    1. Por miedo a terminar convertidos en ali-mento de un imbunche, los niños no asomábamos la nariz fuera de la casa después de la puesta del sol y algunos, como yo, dormían con la cabeza bajo las mantas atormentados por espeluznantes pesadillas


    2. Había tapices en todas las ventanas y las damas nos asomábamos para arrojar rosas sobre el conde y su cortejo


    1. Me asomé con ellos a las ventanas que dan a Buenavista, yno vi nada


    2. y me asomé alcuarterón entreabierto


    3. Cuando calculé que ya íbamos á entrar en las calles, me asomé por laportezuela, y dirigí un saludo con


    4. Con una breve oración al dios que se apiadara de los tontos y testarudos, y guiado por los cantos de Firebrand, asomé a la superficie con la espada a punto


    5. Me asomé al corredor, que se perdía en las tinieblas


    6. Me deslicé hasta la boca de las alcantarillas y me asomé


    7. Abrí la puerta de la biblioteca y asomé la cabeza


    8. Me incorporé, asomé la cabeza y, aliviado, me di cuenta de que nadie me estaba prestando atención


    9. —¡Luisa! —me asomé por la puerta, sorprendiéndola quitando el polvo a las estanterías—


    10. Me asomé al vacío, con las piernas colgando, con el corazón descolgado

    11. Me asomé a la plaza y noté la tenue luz de una antorcha en el techo de la casa de Aguirre, donde habían puesto a un soldado de vigía


    12. Asomé la cabeza por el hueco que dejaba la puerta corredera: Norman estaba en el sofá con dos chicas, un brazo sobre cada una de ellas


    13. Asomé la cabeza por entre las cortinas de la litera


    14. Una y otra vez me asomé a la ventana para distraerme con lo que pasara por la calle, pero no llegué a quedarme quieto ni siquiera un minuto seguido


    15. »El lunes pasado, había terminado mi jornada y me estaba vistiendo en mi habitación, encima del fumadero de opio, cuando me asomé a la ventana y vi, con gran sorpresa y consternación, a mi esposa parada en mitad de la calle, con los ojos clavados en mí


    16. La ardiente curiosidad me picó de nuevo y asomé las narices a la plazuela


    17. Me asomé por encima del muro y contemplé las aguas oscuras y agitadas


    18. Me asomé a la biblioteca, miré en los lavabos, y cuando tuve la seguridad de que todo el mundo estaba a salvo, eché a correr por el pasillo y abrí de un empujón las puertas de la entrada, donde me detuve un momento a recuperar el aliento


    19. No mucho después, cuando asomé la cabeza por la puerta de la habitación, me acogieron varias miradas y unas pocas palabras


    20. Subí al piso de arriba, encendí las luces de todas las habitaciones y asomé la cabeza por las puertas a medida que lo hacía

    21. Satisfecho por ser, para variar, parte inocente de las alucinaciones de la anciana, asomé la cabeza por la puerta en el preciso momento en que Cosso, el agente inmobiliario, bajaba la escalera


    22. Katie se irguió a mi lado y yo asomé la cabeza por la ventanilla; allí delante, dirigiéndose hacia nosotros, apareció un coche de bomberos rojo y dorado tirado por unos caballos blancos que golpeaban con furia el adoquinado


    23. Había varias dependencias accesorias a las que me asomé: establos y cobertizos de arados, una bodega de vino, una era y, finalmente, la zona de producción de aceite


    24. Y cuando asomé la cabeza por la puerta de la sala de lectura de arriba, después de una taza de té caliente a media mañana, solamente algunas criaturas levantaron la vista


    25. Me asomé con ellos a las ventanas que dan a Buenavista, y no vi nada


    26. Me asomé por la ventanilla y miré el camino cubierto de hierbajos que subía por una larga cuesta entre las crecientes sombras nocturnas


    27. Me asomé por la encimera


    28. Sobresaltado, me asomé para ver qué pasaba


    29. –No se me ha ocurrido semejante cosa; pero supuse que, al disparar a través de la puerta, ellos podrían hacerlo también y herirle; y, por lo tanto, corrí a la ventana y asomé un palo con algunas prendas de mi padre, las cuales quedaron en seguida atravesadas por dos balas que dispararon los que estaban en acecho


    30. Asomé la cabeza con precaución al terminar de hablar y descubrí que aquel espacio estaba completamente vacío

    31. Me asomé por la puerta


    32. Asomé la cabeza por la ventanilla y le dije al ruso con cierta torpeza, en su idioma:


    33. Asomé la cabeza por un lado y miré hacia abajo


    34. Antes de dirigir mis pasos a esta populosa arteria, sin embargo, deshice lo andado y me asomé a la calle del Gaseoducto, para verificar si la policía había atendido a mi desesperado llamamiento


    35. Con la mosca detrás de la oreja me levanté y me asomé, a ver qué pasaba


    36. Antes de entrar donde Candela, me asomé al calabozo donde habían metido a Lucas


    37. Me asomé a la ventana y le hice a Perelló señal de que subiera


    38. Con gran cautela me asomé, procurando que no me descubrieran


    39. Por curiosidad y por precaución me asomé con mucho cuidado a la terraza situada en la esquina de la confluencia de dos calles


    40. Cuando Cornualles ya se había ausentado, y un tiempo después de que la primera campana sonara en la torre, llamé a la puerta y asomé la cabeza

    41. Avencé por el pasillo, me asomé al interior de dos habitaciones en que no vi nada que me llamara la atención y seguí adelante hasta doblar un ángulo del corredor


    42. Me asomé por la puerta y recorrí el pasillo con la mirada


    43. Me asomé un poco para asegurarme de que todo estaba en orden, entré, volví a mirar y les dije que podían pasar


    44. Me asomé con cuidado


    45. Asomé la cabeza por la puerta


    46. Me asomé por la puerta de estribor del castillo de proa y vi que algunos se estaban acostando


    47. Me asomé a la abertura


    48. Abrí las ventanas y me asomé al exterior mirando las brillantes luces de neón y aspirando el aire caliente, cargado de olor a comida, que ascendía desde el extractor de humos de la cafetería de al lado


    49. Trepé por la escalera y asomé la cabeza en la cocina


    50. Tratando de remediar la situación, rápidamente asomé afuera y ofrecí mi














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    asomar in English

    poke

    Synonyms for "asomar"

    presentarse surgir mostrarse exhibirse manifestarse