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    Use "corregir" in a sentence

    corregir example sentences

    corregido


    corregimos


    corregir


    corregí


    corregía


    corregían


    corrige


    corrigen


    corrigiendo


    corrijo


    1. corregido en lo meloso, pero todavía se pegaba


    2. condición,ese estado se hubiera prolongado hasta la muerte, corregido y


    3. tiempo ha sancionado o corregido los juicios que loshombres y


    4. ha corregido la digital, disipando almismo tiempo las alteraciones hepáticas ó


    5. El color de la imagen fue inmediatamente corregido —empleando pautas de calibración de colores que la nave llevaba incorporadas para este propósito—y la composición resultante no daba en modo alguno un cielo azul; la tonalidad oscilaba más bien entre el ocre y el rosa


    6. Y con esto y con una ligera inclinación de cabeza al pasar al lado de mi cama, como disculpándose de haberme corregido, salió cerrando la puerta con la misma delicadeza que si acabara de caer en un ligero sueño del que dependiera mi vida,


    7. Los labios del agente-yo la han corregido y han dicho:


    8. En la época de mi relación la edad le había corregido un poco, y todas sus calaveradas no pasaban de una benévola complicidad en todos los caprichos de su sobrina


    9. ¡Y además, quién sabe si esa lección la habrá corregido para siem­pre su mal carácter!"


    10. Explicó que en el caso del N-22 se habían dictado dos directivas, que el problema se había corregido en todos los aviones, excepto en los de las compañías extranjeras que no habían hecho las reparaciones necesarias

    11. El segundo proyectil, corregido y guiado por radar, cayó sobre la popa del Antoinette a seis metros de donde se encontraba Barent, penetró dos cubiertas y explotó en el compartimiento del motor de popa y en los dos tanques principales de combustible diesel


    12. Ahora, la artillería enemiga había corregido el tiro y sus proyectiles estallaban con creciente precisión entre las filas de los requetés, esparciendo nubes de metralla, barro helado y piedrecillas en todas direcciones


    13. O (o algo en el proceso de reproducción del ADN) había corregido la secuencia, volviéndola a poner como debía estar


    14. Sin embargo, durante la sencilla reproducción por RCP del ADN de Molly, el desplazamiento había sido corregido, así que…


    15. El código para sintetizar el neurotransmisor especial estaba allí, de acuerdo, pero desactivado, y cualquier intento de activarlo era corregido a partir de la primera copia del ADN


    16. Ahora el protocolo ya estaba corregido, pero probablemente eso ya no importase


    17. –Digamos que hemos corregido un poco su actitud


    18. Pero ahora el texto estaba corregido, los comentarios alterados


    19. En este punto cesa el manuscrito cuidadosamente escrito, aunque muy corregido, y el resto de la narración está garrapateado de prisa en un pedazo de papel


    20. Todo lo que quedaba en la oficina del recaudador era un trozo de papel corregido, que decía lo siguiente:

    21. Y es que Notre-Dame formaba precisamente parte de París, de la ciudad donde transcurría la vida cotidiana de Francisca y donde, en consecuencia, le habría sido difícil a nuestra vieja criada situar los objetos de sus sueños como difícil me habría sido a mí si el estudio de la arquitectura no me hubiera corregido, en ciertos puntos, de los instintos de Combray-


    22. Sabemos que en el transcurso de los últimos cuatro años ha comprobado y corregido diversos aspectos de la enmienda utilizando Argo City en calidad de laboratorio de experimentación de la supresión de libertades y la represión


    23. Anticipándose a ello y tras su confrontación del día anterior con Tynan, Collins había corregido varias veces el discurso durante el vuelo y aquella mañana en su suite de Chicago, aguándolo constantemente hasta dejarlo convertido en un charco


    24. El cristalino es transparente y está corregido para las aberraciones cromáticas y esférica


    25. Lo que estoy sugiriendo es que cabe la posibilidad de que un fallo importante de diseño —incluso uno garrafal— sea corregido mediante arreglos posteriores, cuya ingeniosidad y complejidad pueden, en las circunstancias apropiadas, compensar perfectamente el error inicial


    26. Y, de nuevo, es un ejemplo maravilloso de un error inicial compensado a posteriori, en lugar de corregido adecuadamente sobre el tablero de dibujo


    27. –Se han corregido los errores administrativos -anunció- no tengáis en cuenta estas órdenes caducas y seguid el procedimiento habitual


    28. Porque no se lo entrega al demonio como alguien que debe ser condenado, sino parra ser corregido, ya que la iglesia, cuando lo desea, tiene el poder de volver a librarlo de las manos del diablo


    29. Escaneado por ANA – Corregido por GINA


    30. Un Escaneado por ANA – Corregido por GINA

    31. Las sensaciones que acompañaron a aquel movimiento arrancaron un Escaneado por ANA – Corregido por GINA


    32. ¿Adónde quería ir Scariol con eso de que él, Cesare Autoriello, ex profesor de histología en Turín, ex académico -títulos enumerados sarcásticamente por el propio Scariol ante la taza de chocolate hirviente-, estaba traicionando, con sus correcciones, la “Crónica”, el pensamiento de su hijo? Lo que había corregido, lo había corregido no ya tan sólo racionalmente, sino buscando la forma de mejorar lo más posible la calidad intrínseca del trabajo de Ezio, es decir, paternalmente, con un criterio que no podía incurrir en error… Pero Orio Scariol golpeaba la mesa con los tres dedos abiertos: “¡No, señor; no, señor… no se aparta usted, aunque con la mejor fe del mundo, de haber cometido un acto que yo no dejaré, todos los respetos guardados, de calificar de vandálico…!” ¡Vandálico! ¡Vandálico! Siempre las grandes palabras


    33. Entonces el presidente empieza a leer su importante discurso (que fue escrito por el encargado de prensa hace más de un mes, corregido por el encargado de publicidad y criticado por el director ejecutivo, corregido de nuevo y, recién en su cuarta versión, pasado al presidente que, tras su ejercicio nasal, encontró un par de términos comprometedores que debían ser sustituidos por otros menos comprometedores, de manera que volvió al encorvado jefe de prensa, quien buscó sinónimos y parónimos hasta dar con los que tranquilizaban los miedos del presidente, y el discurso aguado y aséptico fue pasado otra vez en limpio)


    1. digital) f En la edición impresa se lee “abades” en lugar de abates, errata que corregimos (Nota del editor digital) g En la edición en papel se lee “poregonan” en lugar de pregonan, errata que corregimos (Nota del editor digital) h En la edición impresa se omiten los guiones largos antes y después de “le dice”, y han sido agregados (Nota del editor digital) i En la edición en papel dice “contanto” en vez de contando, errata que corregimos (Nota del editor digital) j En la edición impresa se lee “sulica” en lugar de suplica, errata que corregimos (Nota del editor digital) k En la edición en papel se lee " DIV niel Dicc


    2. , por lo que la corregimos por "envite" (Nota del editor digital)


    3. l En la edición impresa se lee “yerba” en vez de hierba (Nota del editor digital) m En la edición en papel se lee “trascurrir” en lugar de transcurrir, errata que corregimos (Nota del


    4. editor digital) n En la edición impresa se lee “léon” en lugar de león, errata que corregimos (Nota del editor digital)


    5. digital) z En la edición en papel se lee “escritoria” en lugar de escritora, errata que corregimos (Nota del editor digital)


    1. Es muy difícil a la luz del rápido deterioro de la humanidad, de toda la sociedad, es muy difícil corregir el rumbo


    2. podrá, a la larga, si es que logra afirmarse, corregir muchosde estos males, vicios y


    3. así quería quefuese Gabriela, la cual no cesaba de corregir en el niño cuanto en élobservaba


    4. á todos los obispos y prelados de España que,con celo y discreción, procuren corregir


    5. Justicia, de las formasrecibidas en los pueblos civilizados, el medio de corregir los


    6. hallando poco que corregir de los anteriores, y, segúndijo, llamándole la atención la


    7. con sutalento y su gran sabiduría lo puede corregir


    8. haría falta una fortunapara corregir los desastres de la educación


    9. unwiki, lo que significa que cualquier persona puede editar, corregir y mejorar lainformación contenida en


    10. lanainglesa para corregir los pliegues y expulsar las motas de

    11. Lejos de corregir el juicio que había formado yo del


    12. pronto a corregir el más leve descuidoen la lección


    13. su electividad sobre lanutricion y á su poderosa influencia para corregir las


    14. Ellos no defendían la libre confrontación de puntos de vista contrarios, sino que al igual que todas las religiones ortodoxas practicaban una rigidez que les impedía corregir sus errores


    15. Así, desde el día de nuestra salida de la cárcel, dediqué mucho tiempo a intentar refinar sus dones naturales y a corregir, en lo posible, su falta de mundo


    16. * Este buen deseo de la despedida no se hizo cierto y el día de Todos los Santos de 1986, al tiempo de corregir el viajero las pruebas de este libro, falleció Doña Pilar Sastre, viuda de Batanero, en su casa de Gárgoles de Abajo


    17. El año 1980 no hizo nada por corregir esa interpretación, y menos aún los meses anteriores al golpe, cuando a medida que se alejaba de Suárez el Rey se acercaba a Armada -reuniéndose a menudo con él en privado, discutiendo con él la situación política y militar y la sustitución del presidente, consiguiéndole un destino de primer orden en Madrid-, casi como si Suárez y él fueran dos validos disputándose el favor del Rey y éste buscara la forma de sustituir a uno por el otro


    18. Hácense odiosos a los bien entendidos, con el pueblo pierden el crédito, si alguno tuvieron, para admitir sus escritos y los vicios que arrojada e imprudentemente quisieren corregir en muy peor estado que antes, que no todas las postemas a un mismo tiempo están dispuestas para admitir las recetas o cauterios; antes, algunos mucho mejor reciben las blandas y suaves medicinas, con cuya aplicación, el atentado y docto médico consigue el fin de resolverlas, término que muchas veces es mejor que no el que se alcanza con el rigor del hierro


    19. corregir todavía con la ortopedia escultórica del corsé


    20. Pero nunca se pudieron corregir

    21. Entonces, se puso a trabajar de firme y logró corregir los fallos, pero se sentía ofendido por la actitud del gobierno y juró que no les daría su invento


    22. A la mañana siguiente, Tuppence fue interrumpida por Albert mientras hablaba con un electricista que había sido llamado para corregir ciertas deficiencias en la instalación de la casa


    23. Corregir y precisar ese rumbo fue uno de mis primeros propósitos como Presidente de Gobierno»


    24. —Esto va solo —me explicó—, simplemente hay que corregir la dirección de vez en cuando


    25. La observó por un par de semanas y cuando estuvo segura del diagnóstico, llamó a Blanca Trueba a su despacho y le explicó, en la forma más cortés que pudo, que la niña escapaba por completo a los límites habituales de la formación británica y le sugirió que la pusiera en un colegio de monjas españolas, donde tal vez podrían dominar su imaginación lunática y corregir su pésima urbanidad


    26. El ingeniero jefe ocupó su puesto detrás de los operadores de los hidroplanos desde donde podría corregir el balanceo y vigilar los dos indicadores de profundidad y el indicador fino, el Papenberg semejante a un termómetro grande que marcaba la profundidad hasta diez metros y se usaba para el mantenimiento de la misma durante la observación del periscopio


    27. Cuando compré la entrada no estaba muy seguro de que me apeteciera sentarme a ver la obra antes de hablar con Berta, pero aún faltaban dos días para aquella función, terminé de corregir los exámenes muy pronto y tenía que hacer algo más, encontrar otra fórmula para salvar ese plazo


    28. A Hood se le ocurrió que el Centro de Operaciones tenía que encontrar una manera de corregir esos abusos


    29. De cualquier modo, con la esperanza de corregir esa deficiencia, se le obsequiaron miles de horas en música, obras de teatro y escenas de la vida terráquea, tanto humana como de otras especies


    30. El muchacho se interrumpió y trató de corregir su patochada

    31. Ella se ha dado cuenta de su paso en falso y ahora intenta corregir la situación atacando


    32. Tiberio fue elegido tribuno de la plebe y se dispuso a corregir los errores que el Senado cometía en los arriendos del ager publicus


    33. Luego, intentó todo lo que estaba a su alcance para corregir una vida mal llevada… y, en el proceso, destruyó el Frente de Liberación de Marte


    34. Si algo había en la Reinita que le desagradaba, era ciertamente de un orden secundario: resabios, desenvolturas infantiles fáciles de corregir


    35. ¿Qué hace? Dice que intenta corregir el Quijote y enmendar La Divina Comedia, para que sean obras dignas del respeto de los siglos


    36. Aquélla, evidentemente, era la causa de la pérdida de potencia y así se lo hice ver a mis acompañantes, que escucharon con gran atención mis palabras e hicieron varias preguntas de tipo práctico sobre el modo de corregir la avería


    37. En su juventud, el estudioso y prometedor oficial Armand D'Hubert había emitido la opinión de que en la guerra "jamás se debía intentar corregir un error"


    38. En vez de corregir su error, se cogió con ambas manos al tronco áspero y se ocultó detrás con tal impetuosidad que, esquivando justo a tiempo el fogonazo y el estampido del balazo, reapareció al otro lado del árbol para encontrarse cara a cara con el general Feraud


    39. Esta propiedad de los cristales isomorfos permitió a los experimentadores corregir errores que pudieran surgir de la consideración de los pesos de combinación solamente, y sirvió como guía para la corrección de los pesos atómicos


    40. Prometió portarse muy bien y corregir sus errores si le permitían bajar

    41. Cada quince de agosto se iba a Santa María a la misa de ocho -porque en esa fecha la basílica está a rebosar, y la única misa que no está hasta los topes de fieles es la primera- y le ofrecía a la Virgen un rosario, con el pañuelo bien sujeto en la cabeza, un traje con las mangas por debajo del codo y la falda por debajo de la rodilla y hasta ¡medias!, haciendo como hace en Elche en agosto un sol de castigo, porque entonces los curas exigían que las mujeres entrasen en el templo bien tapadas para «no despertar la lascivia masculina» y le decían a los hombres que les hacían responsables de que sus mujeres y sus hijas fueran decentemente vestidas (porque correspondía al varón, según no sólo la Iglesia sino el Código Penal, corregir a «su» mujer), y también se obligaba a que unos y otros entrasen y saliesen al templo por diferentes puertas, para evitar la fatídica tentación


    42. El accidente es consecuencia de su incapacidad para corregir un antiguo fallo de diseño


    43. Por entonces, el dominio egipcio sobre Canaán era débil, y el nuevo faraón se propuso corregir la situación


    44. Una vez que diera el paso, no habría tiempo de detenerse ni de corregir la dirección, pero si se precipitaba sobre el atracador a toda velocidad, embistiéndolo por el lado derecho -por donde llevaba el petate-, no tendría más remedio que apartarse de la muchacha para apuntarle a él con la pistola


    45. Sentíase protegida contra Jim por la convicción de que éste no era lo suficiente listo como para perjudicar en exceso a la firma, y de que ella estaría siempre en condiciones de corregir cualquier perjuicio que aquél le ocasionara


    46. Y luego míralo a él, al estudioso, no muy alto, sonrisa triste, con escamas de caspa, nada que objetar, aunque lo haya, hermosas manos, eso sí, manos delgadas y pálidas que parecen inevitablemente unidas al mentón en las fotos de rigor, manos hermosas, todo el resto poco agraciado, haz un esfuerzo, Gould, e intenta ver desnudo a alguien así, es importante que lo veas desnudo, créeme, blancuzco y fofo, con musculatura evanescente y en mitad de las ingles modestos atributos, ¿qué posibilidades puede tener un animal macho como ése en la lucha cotidiana por el apareamiento?, escasas posibilidades, modestas, sin discusión, y así sería, en efecto, si no fuera porque la idea artificial ha transformado a ese animal destinado a la extinción en un luchador y, a largo plazo, en jefe de la manada, con un buen portafolios de cuero y con paso convertido en una estetizante cojera ficticia, que ahora, si te fijas bien, baja la escalinata de la universidad y al que se acerca una estudiante que, con timidez, se presenta y mientras habla baja con él hasta la calle y luego por la pendiente de una amistad cada vez más pegajosa, que da asco sólo pensarlo, pero que es útil observar, hasta el fondo, por muy repugnante que sea, útil estudiar, aprehendiéndola hasta el apoteósico final cuando en el estudio de ella, una habitación alquilada con una gran cama y una manta peruana, él consigue subir, con su portafolios y sus escamas de caspa, con la excusa de corregir una bibliografía, y tras horas de agotador cortejo furtivo, disuelve la tardía resistencia de la muchacha con las pinzas y el bisturí de su idea artificial y, en virtud de una pequeña columna que desde hace algunas semanas tiene en una revista, encuentra el valor, y en cierto modo el derecho, para apoyar una mano, una de sus hermosísimas manos, sobre la piel de esa muchacha, una piel que ningún destino le habría entregado nunca, pero que ahora su idea artificial le ofrenda, junto con esa blusa que se abre, con la lengua que irracionalmente cierra sus delgados labios grisáceos, con la respiración femenina jadeante en sus orejas, y la imagen deslumbrante de una mano joven, bronceada y hermosa, cerrada sobre su miembro, increíble


    47. Un desliz de Sir Walter hizo reír al astrónomo matemático, y empleó muchos días para corregir en todos los ejemplares que encontró la errónea frase "la luna se pone por el noroeste"


    48. Boole estaba humillado, y resolvió corregir las deficiencias de su autoinstrucción


    49. Pero la mayor ventaja se la proporcionaban los aviones Piper Cub y la valentía de sus pilotos de observación de artillería, encargados de corregir los bombardeos


    50. Su mayor tesoro era un observador avanzado de artillería que, en cuanto levantó la niebla, pudo dirigir y corregir el fuego desde su posición elevada













































    1. Hice todas las tareas necesarias: clasifiqué páginas, corregí las entrevistas y transcribí las versiones finales, haciendo a mano una copia manuscrita en limpio


    2. Simulé que lo lamentaba; entonces me corregí diciendo que me parecía muy apropiado, y acabé por morderme la lengua


    3. Se refirieron a Ken repetidas veces como mi novio, a pesar de que yo cada vez los corregí


    4. No he releído Lolita desde que corregí las pruebas en el invierno de 1954, pero lo reconozco como una presencia deleitosa ahora que fluctúa serenamente sobre la casa como un día de verano que, más allá de la bruma, sabemos resplandeciente


    5. —La suerte fue que Edward estuviera a mi lado —le corregí mirando con dureza al objeto de mi declaración


    6. Es cierto que aún existe la creencia de que nuestras largas vidas se derivan de la manipulación antes que de la herencia, pero yo corregí esa impresión


    7. Al principio no le reconocía, pero me refrescó la memoria poniendo ante mis ojos una redacción escrita por él mismo y que yo corregí veinticinco años antes


    8. ;; ; Probé mi canoa en un gran pantano, próximo a la casa de mi amo, y corregí los defectos que le encontré; tapé las rajas con sebo de yahoo, hasta que la dejé firme y en condiciones de resistirnos a mí y a mi carga


    9. –Russell Barnes -la corregí, pero ninguno de los dos me hizo el menor caso


    1. corregía la exaltaciónmeridional de sus gestos y la dureza


    2. modesta paciencia y luego se corregía


    3. — No creo que lo haya tirado — ahora era Báez el que me corregía con delicadeza—


    4. Mientras Rusty avanzaba y retrocedía, repitiendo una simple combinación de bloqueo/codazo/puñetazo, Toni corregía su posición, demostraba el movimiento de los pies y ajustaba ligeramente la altura de sus manos


    5. El autor decía que la prescripción disipaba las ilusiones y corregía las ideas equivocadas


    6. –¿Cómo puedes decir tal cosa, Anne? – exclamó Lucy, que generalmente corregía todas las declaraciones de su hermana-


    7. Sayuri les explicó cuáles eran los lugares correctos para colocarlas y de vez en cuando corregía algún error, pero básicamente se limitaba a decirles que tuvieran cuidado


    8. Más tarde, ese mismo día, se envió el mensaje OL 2168 a El Cairo y Creta, que corregía el anterior


    9. «Eso es bueno», pensó Trish mientras corregía el rumbo de nuevo


    10. Delante de un sistema de creación de imágenes por computadora, Hamish fue sacando por la pantalla todos los detalles posibles mientras Godwin corregía sus aproximaciones

    11. Siempre es buena la juventud —dijo clavando sus ojos en los que se habían levantado y éstos, ante la corrección pública del censor, se sentaron de nuevo, insatisfechos, pero poco más podía hacerse si Catón se corregía ante todos


    12. Corregía afectuosamente, pero con determinación, los modales de su hija a la mesa: se le daba bien el trato con la niña


    13. —¿Lo has encontrado? —preguntó ella, sin levantar la mirada, mientras corregía una de las órdenes


    14. Creo que esta mañana, mientras te corregía por las estimaciones que le presentaste, no estabas tan asertivo


    15. Es ignorar igualmente que este sistema corregía la ausencia o la escasez de legislación social


    16. – Sonrió un poco mientras se corregía, como el famoso tigre del poemita cuando regresaba de cabalgar con la damisela en la panza-


    17. –La ciencia, amor mío, aún no ha encontrado una explicación, un sistema de medición que permita comprender el milagro de un Stradivarius -solía decirle él mientras la rodeaba con sus brazos y corregía su postura infantil


    18. Era primavera, muy agradable tras el mordiente invierno, cuyos excesos parecían ahora un sueño, en medio del nuevo frescor y vigor de la naturaleza, ya que había vigor en esta estación en la que un agudo frío corregía al anochecer la languidez de los mediodías


    19. corregía a Stephen los errores, siempre estaba de acuerdo con el lugar donde ponía el acento de intensidad en las palabras y tenía dificultades para entender cualquier cosa que le dijera


    20. Alice iba un paso por delante y tiraba débilmente de Mattia, lo que equilibraba su paso y corregía las imperfecciones de su pierna lisiada

    21. Alice montaba y desmontaba la imagen del momento en que ella y Mattia se encontrasen, corregía los detalles, estudiaba la escena desde diversos ángulos


    22. En Quai de Montebello, Anne-Marie trasteaba en la cocina mientras Brosnan, sentado a la mesa, corregía un trabajo


    23. Eran dos mundos prácticamente impermeables y el universo del niño Jules lo era también: asistía sin la menor documentación a los terroríficos brotes de la adolescencia, se perdía en conjeturas sobre las particularidades del otro sexo, imaginaba mucho y corregía con los medios que tenía a mano; por lo que se refiere a sus juegos, la mayoría dependían solo de su facultad para imaginarlos


    24. Al ver que la marquesa estaba presente en su té, ya no recordaban su complacencia para asistir a casa de los vecinos poco calificados, sino la antigüedad de su familia, el lujo de su castillo, la descortesía de su nuera Legrandin, que con su arrogancia corregía la bonhomía un poco insulsa de la suegra


    25. Estaba exasperada y me corregía como haría con un niño que insistiera en que el cielo era verde


    26. Cuando todos se cansaron de aprender y corrieron a aplicar los nuevos conocimientos a un juego en serio, Ayla notó que Rydag les corregía; los otros se volvían hacia él para confirmar el significado de sus gestos y ademanes


    27. No abrochó el botón ni se arregló la blusa y, mientras corregía los ejercicios, disfrutó del placentero conocimiento de la existencia de aquel pequeño hueco abierto allí


    28. «Weather cock, ¡la veleta!» corregía Geoffroy


    29. Mientras corregía el pie, miraba sin cesar la figura de Juan, en segundo término, y en el que no se fijaron los visitantes, pero que él sabía que era un modelo de perfección


    30. El Magistral llegó hasta el gabinete en que el Obispo corregía las pruebas de una pastoral

    31. Justo antes de encontrarse con Onega para cenar, Paul le hacía una visita a su amigo; le presentaba esbozos de proyectos que Arthur corregía con un par de líneas a lápiz o enmendaba con algunas anotaciones sobre la elección de materiales y tonalidades


    32. Thiers, sino que casi excusaba, y en cierto modo corregía los excesos de virilidad tan frecuentes en la historia de la Tercera República


    33. Después quedaba como estampado: cadáver (sonaba el nombre Tobías), lavado del cadáver (otra vez Tobías), discusión con el tesorero por el valor del lotecito (espiaba el ojo impertinente de Tobías), puesta del sudario (siempre Tobías), velatorio (entraba y salía Tobías), transporte al cementerio (intervenía Tobías), cavado de la fosa (ordenaba, controlaba, corregía Tobías), elección de la lápida (aconsejaba Tobías), colocación de la lápida (se metía a opinar Tobías), inauguración de la lápida (dirigía Tobías)


    1. Su vocación era sin embargo mucho más fuerte que su insolvencia y, pese a la promesa que le había hecho al Rey, ese período sin política fue breve y su alejamiento del poder relativo; después de todo aún mantenía cierto control de UCD a través de algunos de sus hombres, lo que no impidió que el partido continuara desquiciándose ni que él asistiera al desquiciamiento con un disgusto mezclado de rabia vindicativa: contra lo que tantos correligionarios venían predicando desde tiempo atrás, aquello probaba que su liderazgo no había sido la causa de todos los males de UCD; con su sucesor, en cambio, el disgusto carecía de mezcla: tan pronto como llegó a la presidencia del gobierno Calvo Sotelo empezó a adoptar medidas que corregían de raíz la política de Suárez y que éste interpretó como un giro intolerable a la derecha


    2. A los trabajadores ignorantes se les proporcionaba modelos de jeroglíficos moldeados para que los copiaran, en Amarna, y hay muchas pruebas de este mismo yacimiento que demuestran que temas y textos clásicos se copiaban mecánicamente año tras año, incluso cuando estaban pasados de moda, y si se corregían era cuando ya estaban tallados en la piedra


    3. Luego, los pájaros salieron en desbandada y el rostro se disolvió en medio del caos más absoluto mientras las aves corregían su rumbo y volaban en dirección a Gordo Charlie


    4. Los secretarios judiciales del juzgado del condado de Cary recogían rumores, los corregían, embellecían unos, reducían otros y luego volvían a ponerlos en circulación


    5. Si corregían el rumbo para dirigirse en línea recta a la superficie (Tipo A), su velocidad en el instante del frenado sería de dos kilómetros y medio por segundo y un error de un sólo segundo haría que el contacto supuesto con el suelo se produjera a 2


    1. ● Si no se corrige este proceso, la disfunción del hí-


    2. corrige ladiferencia de 11 minutos 13 segundos que faltan al


    3. ¡sabiendo que se corrige con los baños de


    4. El que excusa la vara, quiere mala su hijo; y el que lo ama, conmuchas varas lo corrige


    5. corrige en la cama, pero que solo con estacircunstancia se mejora


    6. los gánglios, corrige eldesarreglo de vientre que subsiste despues del carbonato de


    7. La dulcamara corrige el desórden patológico, reproduciendo el sudor,restableciendo


    8. —¡Tonò, corrige el tiro y dale más tensión a la cuerda!


    9. La Ciencia, en abstracto, es un mecanismo que se corrige a sí mismo y que busca la verdad


    10. Este nuevo modelo corrige esa tendencia mediante campos magnéticos alternantes de distintas formas, que mantienen las partículas dentro de una estrecha corriente

    11. Personas a las que ni siquiera conocía empiezan a buscarlo para saber más cosas, otros lo invitan a congresos en los que poder atacarle, él se defiende, desarrolla, corrige, agrede a su vez, empieza a reconocer una pequeña masa a su alrededor que está de su parte, y un frente de enemigos-delante de él que quiere destruirlo: empieza a existir, Gould


    12. «Ojalá, no: así será», me corrige ella, con su sonrisa infinitamente bondadosa


    13. Slavko corrige su pronunciación


    14. Albert corrige la posición del palpador


    15. Se corrige el lenguaje, se introducen los elementos faltantes y se compensan las ambigüedades


    16. Por desgracia, la estrechez de miras a menudo se corrige todavía más lentamente


    17. —Comenzó antes —la corrige la tía Adelina y Urania se interesa en lo que dice


    18. Perugia se corrige:


    19. Bush, normalmente con muy pocas simpatías por África, un sitio tan lleno de epidemias, de personas hambrientas rodeadas de moscas y animales venenosos, corrige su percepción


    20. –Hay mucha dignidad en la profesión de agricultor -lo corrige Exodus

    21. Es un problema físico que la viagra corrige, y de hecho también funciona en mujeres con falta de irrigación en el clítoris


    22. Cuando uno dice la verdad también duda, ¿no?, y se equivoca, y corrige


    23. Desde luego, si usted no corrige el error, enviaré a un amigo a recuparar el dinero


    24. ) Eso se corrige con maquillaje, estimado amigo, con maquillaje, en lo que toca a la figura


    25. Rosell, el pianista viejo, un Buster Keaton blanco de noche que corrige sobre la marcha los desastres de tiempo y entonación de las alegres y fuertes muchachas


    26. A lo largo de este capítulo encontraremos continuamente ejemplos de cómo la evolución corrige un «error» inicial o una reliquia histórica mediante una compensación o ajuste a posteriori, en lugar de volver al tablero de dibujo como haría un diseñador real


    27. La asiduidad, la seriedad, la aplicación en el detalle que corrige la audacia de las concepciones generales, habían sido para mi virtudes aprendidas en Roma


    28. Paciente y meticuloso, corrige los errores de sus predecesores y se interesa por lo que hoy se denomina «la cultura material» y la vida cotidiana de los antiguos egipcios


    29. Nadie ha tocado nunca un timbre tan terrible: no me refiero al sonido que produjo sino a la presión en sí, al tacto del botón contra mi dedo, o de mi dedo contra el botón, nadie ha sentido nunca lo mismo que yo; aunque mi sensación fue lógica, ya que físicamente sería imposible tocar el timbre sin el hueso, quiero decir que sin el hueso nuestro dedo se torcería sobre el botón como un tubo de goma, o se aplastaría ridículamente, o se introduciría en sí mismo como un guante vacío, así que hasta cierto punto resulta lógico suponer que el timbre suena con el hueso, que es mi esqueleto el que llama a la puerta, pero nadie ha sentido nunca tal cosa, y me produjo pena y sorpresa comprobar que hasta aquel momento crucial yo ignoraba lo que realmente somos y que el conocimiento puede producirse así, de improviso, mientras el zumbido eléctrico molesta el oído todavía, que se me haya revelado en ese instante doméstico, que cuando Galia abrió la puerta yo ya fuera otro, que el sonido de su timbre me despertara de un sueño de ignorancia para sumirme en la vigilia de un mundo que, por desagradable que fuera, era más cierto, porque si mi dedo había hecho sonar el timbre era debido a que llevaba hueso en su interior; lo había percibido de repente: mi dedo era un dedo con hueso y su utilidad radicaba en el hueso, al palparlo noté la dureza debajo, tras impensables láminas de músculo, y la realidad de aquella presencia me dejó asombrado, estuporoso, con un estupor y un asombro no demasiado intensos pero permanentes: oh Dios mío tengo un hueso debajo, mi dedo no es un dedo, es un hueso articulado y protegido contra el desgaste: la idea me vino así, con una lógica tan aplastante que no me sorprendió en sí misma sino su ausencia hasta ese timbre; no había una idea extraña e increíble, había una extraña e increíble omisión de la idea en todo el mundo, justo hasta el histórico momento en que llamé a la puerta del piso de Galia, pero Galia estaba en el umbral con su bata azul celeste y su cabello ondulado como por rulos invisibles, y me contemplaba sorprendida; y es que es una mujer muy perspicaz: apenas me entretuve un instante demasiado largo entre su saludo y mi entrada, y ya me había preguntado qué me ocurría: yo me frotaba el índice de mi descubrimiento contra el pulgar, incapaz de creer aún que lo obvio podía estar tan oculto, casi temeroso de creerlo, y opté por disimular esperando tener más tiempo para razonar, así que entré, le di un beso, me quité el abrigo húmedo y la bufanda y saludé al pasar a César, que ladraba incesante en el patio de la cocina: Galia me dijo qué tal y yo le dije muy bien, y le devolví estúpidamente la pregunta y ella me respondió igual, y de repente me pareció absurdo este diálogo especular de respuestas consabidas, o quizá era que la revelación me había estropeado la rutina, véase si no otro ejemplo: mantuve tieso el culpable dedo índice mientras entraba, y ni siquiera lo utilicé para quitarme el abrigo, como si una herida repentina me impidiera usarlo, y es que desde que había comprobado que ocultaba un hueso lo miraba con cierta aprensión, como se miran los fetiches o los amuletos mágicos; pero hice lo que suelo hacer: me senté en uno de los dos grandes sofás de respaldo recto, estiré las piernas, saqué un cigarrillo —con los dedos pulgar y medio— y dije que sí casi al mismo instante que Galia me preguntaba si quería café, incluso antes de saber si realmente tenía ganas de café, ya que la tradición es que acepte, y Galia, tan maternal, necesita que yo acepte todo lo que me da y rechace todo lo que no puede darme; tomar el café en la salita, mientras termino el cigarrillo y justo antes de pasar al dormitorio, se ha vuelto, a la larga, el rato más excitante para ambos; charlamos de lo acontecido durante la semana, Galia me pregunta siempre por Ameli y Héctor Luis, se muestra interesada en mis problemas y apenas me habla de los suyos, pero el diálogo es una excusa para que ella me inspeccione, me palpe, capte cosas en mi mirada, en mi forma de vestir, en mis gestos, pues Galia, a diferencia de Alejandra, es una mujer afectuosa, impulsiva y, como ya he dicho, perspicaz, y la conversación no le interesa tanto como ese otro lenguaje inaudible de la apariencia, así que es muy natural que la interrumpa para decirme: estás cansado, ¿verdad?, o bien: hoy no tenías muchas ganas de venir, ¿no es cierto? o bien: cuéntame lo que te ha pasado, vamos, has discutido con Alejandra, ¿me equivoco?, así estemos hablando del tiempo que hace, los estudios de Héctor Luis o lo que sea, da igual, su mirada me envuelve y nota las diferencias; por lo tanto, no fue extraño que esa tarde me dijera, de repente: te encuentro raro, Héctor, y yo, con simulada ingenuidad: ¿sí?, y ella, confundida, aventura la idea de que pueda tratarse de Alejandra o de la niña: no, no es Alejandra, le digo, tampoco es Ameli; Alejandra sigue sin saber nada de lo nuestro, tranquila, y en cuanto a Ameli, ya la dejo por imposible, pero ella concluye que tengo una cara muy curiosa este jueves y yo la consuelo a medias diciéndole que estoy cansado, y ella insiste: pero no es cara de estar cansado sino preocupado, y yo: pues lo cierto es que no me pasa nada, Gali, porque cómo decirle que estoy pensando inevitablemente en el hueso de mi dedo índice, cómo decirle que de repente me he descubierto un hueso al llamar al timbre de su casa: ¿acaso no iba a sentirse un poco dolida?, ¿acaso no pensaría que era una forma como cualquier otra de decirle que ya estaba harto de visitarla cada semana, todos los jueves, desde hace años?, sonaba mal eso de: acabo de darme cuenta, Gali, justo al llamar al timbre de tu puerta, de que tengo un hueso en el dedo, de que mi dedo índice son tres huesos camuflados, para acto seguido decir: bueno, Gali, no pensemos más en que mi dedo índice son tres huesos, ¿no?, y vamos a la cama, que se hace tarde; sonaba mal, sobre todo porque con Galia, igual que con Alejandra, tenía que andar de puntillas: nuestra relación se había prolongado tanto que, a su modo, también era rutinaria, a pesar de que ella seguía llamándola «una locura»; curiosamente, Galia es viuda y libre y yo estoy casado y tengo dos hijos, pero ella sigue diciendo que lo nuestro es «una locura» y yo pienso cada vez más en una aburrida traición, un engaño cuya monótona supervivencia lo ha despojado incluso del interés perverso de todo engaño dejando solo los inconvenientes: jamás podría hablarle a Alejandra de Galia, ahora ya no, y jamás podría terminar con Galia, ahora ya no, cada relación se había instalado en su propia rutina y ya ni siquiera podía soñar con escaparme de ésta, porque se suponía que cada una servía precisamente para huir de la rutina de la otra: mi deber era cuidar de ambas, conocer a Galia y a Alejandra, saber qué les gustaba oír y qué no, lo cual, naturalmente, era difícil, y por eso mi propia rutina consistía en callarme frente a las dos; pero en momentos así callarme también era un esfuerzo, porque si me notaba incluso la división entre los huesos, si podía imaginármelos al tacto, sentirlos allí como un dolor o una comezón repentina, ¿cómo podía evitar pensar en eso?; y ni siquiera era mi dedo lo que me molestaba, ya dije, sino mi error al no darme cuenta hasta ahora: esa ceguera era lo que jodía un poco, perdonando la expresión; porque hubiera sido como si me creyera que el arlequín de la fiesta de disfraces no esconde a nadie debajo, cuando es bien cierto que ese alguien bajo el arlequín es quien le otorga forma a este último, que no podría existir sin el primero: sería tan solo puros leotardos a rombos blancos y negros, bicornio de cascabeles, zapatillas en punta y antifaz, pero no el arlequín, y de igual manera, ¿qué error me llevó a creer hasta esa misma tarde que mi dedo índice era un dedo?; si lo analizamos con frialdad, un dedo es un disfraz, ¿no?, una piel elegante que oculta el cuerpo de un hueso, o de tres huesos si nos atenemos a lo exacto, y a poco que lo meditemos, una vez llegados a este punto y pinchado en el hueso, valga la expresión, ya no se puede retroceder y razonar al revés: decir, por ejemplo, que el hueso es simplemente la parte interna de un dedo: sería como llegar a ver el alma: ¿acaso pensaríamos en el cuerpo con el mismo interés que antes?; pero mientras hablaba con Galia y la tranquilizaba estaba razonando lo siguiente: que este descubrimiento conlleva sus problemas, porque es un hallazgo delator, como atrapar a un miembro de la banda y lograr que revele la guarida de los demás: si mi dedo índice derecho, el dedo del timbre, lleva huesos ocultos, la conclusión más sencilla se extiende como un contagio a los otros cuatro de esa misma mano y, ¿por qué no?, a los cinco de la otra: tengo un total de diez huesos entre las dos manos, tirando por lo bajo, cinco huesos en cada una, y lo peor de todo es que se mueven: porque hay que pensar en esto para horrorizarse del todo: ¿alguna vez vieron moverse solos a diez huesos?, pues ocurre todos los días frente a ustedes, en el extremo final de los brazos: hagan esto, alcen una mano como hice yo aprovechando que Galia se acicalaba en el cuarto de baño (porque Galia se acicala antes y después de nuestro encuentro amoroso), alcen cualquiera de las dos manos frente a sus ojos y notarán el asco: cinco repugnantes huesos bajo una capa de pellejo (ni siquiera huesos limpios, por tanto, sino envueltos en carne) moviéndose como ustedes desean, cinco huesos pegados a ustedes, oigan, y tan usados: saber que nos rascamos con huesos, que cogemos la cuchara con huesos, que estrechamos los huesos de los demás en la calle, que acariciamos con huesos la piel de una mujer como Galia: saberlo es tan terrible pero no menos real que los propios huesos, saberlo es descubrirlo para siempre, y lo peor de todo fue lo que me afectó: no se trata de que no se me pusiera tiesa en toda la tarde, perdonando la intimidad, ya que esto me ocurría incluso cuando pensaba que los dedos eran dedos, no, lo peor fue el cuidado que puse: tanto que no parecía que estaba haciendo el amor sino operando algún diente delicado; y es que me invadió una notoria compasión por Galia, tan hermosota a sus cincuenta incluso, al pensar que sobaba sus opulencias, sus suavidades, con huesos fríos y duros de cadáver: mi culpa llegó incluso a hacerme balbucear incongruencias, desnudos ambos en la cama: ¿soy demasiado duro?, comencé por decirle, y ella susurró que no y me abrazó maternalmente, e insistir al rato, todo tembloroso: ¿no estoy siendo quizá algo tosco?, y ella: no, cariño, sigue, sigue, pero yo la tocaba con la delicadeza con que se cierran los ojos de un muerto, porque ¿cómo olvidar que eran huesos lo que deslizaba por sus muslos?, aún más: ¿cómo es que ella no lo sabía?, ¿acaso no se percataba de que las caricias que más le gustaban, aquellas en que mis dedos se cerraban sobre su carne, eran debidas a los huesos?: sin ellos, tanto daría que la magreara con un plumero: ¿cómo podría estrujar sus pechos sin los huesos?, ¿cómo apretaría sus nalgas sin los huesos?, ¿cómo la haría venirse, en fin, sin frotar un hueso contra su cosa, perdonando la vulgaridad?: sin los huesos, mis dedos valdrían tanto como mi pilila, perdonando la obscenidad, o sea, nada: ¿cómo es que ella no se horrorizaba de saber que nuestros retozos, que tanto le agradaban, eran puro intercambio de huesos muertos?, porque incluso sus propias manos, y mis brazos, y los suyos, Dios mío, ¿no eran largos y recios huesos articulados que se deslizaban por nuestros cuerpos, nos envolvían, apretaban nuestra carne, nos abrazaban?, ¿acaso era posible no sentir el grosero tacto de los húmeros, la chirriante estrechez del cúbito y el radio, los bolondros del codo y la muñeca?; sumido en esa obsesión me hallaba cuando dije, sin querer: ¿no estoy siendo muy afilado para ti?, y ella dijo: ¿qué?, y supe que la frase era absurda: «afilado»», ¿cómo podía alguien ser «afilado» para otro?, y casi al mismo tiempo me percaté de que era la pregunta correcta, la más cortés, la más cierta: porque con toda seguridad había huesos y huesos, unos afilados y otros romos, unos muy bastos y ásperos corno rocas lunares y otros pulidos quizá como jaspes: incluso era posible que el tacto del mismo hueso dependiera del ángulo en que se colocaba con respecto a la piel, porque un hueso es un poliedro, casi un diamante, y hay que imaginarse sobando a la querida con diez durísimos y helados cuarzos para comprender mi situación, pensar en la carilla adecuada que usaremos para deslizarlos por la piel, el borde más inofensivo, no sea que nuestros apretujones se conviertan en el corte del filo de un papel, en la erizante cosquilla de una navaja de barbero; y entre ésas y otras se nos pasó el tiempo y terminamos como siempre pero peor, resoplando ambos bocarriba como dos boyas en el mar, mirando al techo, con esa satisfacción pacífica que solo otorga la insatisfacción perenne: cuánto tiempo hace que tú y yo no disfrutamos, Galia, pienso entonces, que vamos llevando esto adelante por no aguardar la muerte con las manos vacías, tiempo repetido que nunca se recobra porque nunca se pierde, días monótonos, el trasiego de la rutina incluso en la excepción: porque, Galia, hemos hecho un matrimonio de nuestra hermosa amistad, eso es lo que pienso, pero hubiéramos podido ser felices si todo esto conservara algún sentido, si existiera alguna otra razón que no fuera la inercia para mantenerlo; oía su respiración jadeante de cincuenta años junto a mí y trataba de imaginarme que estaba pensando lo mismo: ese silencio, Galia, que nunca llenamos, la distancia de nuestra proximidad, por qué tener que imaginarlo todo sin las palabras, qué piensas de mí, qué piensas de ti misma, por qué hablar de lo intrascendente, y va y me indaga ella entonces: ¿qué tal el trabajo?, porque cree que el exceso de dedicación me está afectando, y yo le digo que bien, y ella, apoyada en uno de sus codos e inclinada sobre mí, los pechos como almohadas blandas, vuelve a la carga con Alejandra: pero te ocurre algo, Héctor, dice, desde que has entrado hoy por la puerta te noto cambiado, ¿no será que Alejandra sospecha algo y no me lo quieres decir?, y le he contestado otra vez que no, y a veces me interrogo: ¿por qué todo esto?, ¿por qué lo mismo de lo mismo, este vaivén inacabable?, ¿qué pasaría si un día hablara y confesara?, ¿qué pasaría si por fin me decidiera a hablar delante de Alejandra, pero también delante de Galia y de mí mismo?, decir: basta de secretos, de engaños, de misterios: ¿qué sentido le encontráis a todo?, ¿por qué oficiar siempre el mismo ritual de lo cotidiano?, y para cambiar de tema le comento que Ameli está atravesando ahora la crisis de la adolescencia y discute frecuentemente conmigo y que Héctor Luis ha decidido que no será dentista sino aviador; a Galia le gusta saber lo que ocurre con mis hijos, ese tema siempre la distrae, incluso me ofrece consejos sobre cómo educarlos mejor, y yo creo que goza más de su maternidad imaginaria que Alejandra de la real; en todo caso, es un buen tema para cambiar de tema, y pasamos un largo rato charlando sin interés y pienso que es curioso que venga a casa de Galia para hablar de lo que apenas importa, ya que eso es prácticamente lo único que hago con Alejandra; en los instantes de silencio previos a mi partida seguimos mirando el techo, o bien ella me acaricia, zalamera, incluso pesada, y me dice algo: esa tarde, por ejemplo: me gusta tu pecho velludo, así lo dice, «velludo», y no sé por qué pero de repente me parece repugnante recibir un piropo como ése, aunque no se lo comento, claro, y ella, insistente, juega con el vello de mi pecho y sonríe; Galia es una orquídea salvaje, pienso, y a saber por qué se me ocurre esa pijada de comparación, pero es tan cierta como que Dios está en los cielos aunque nunca le vemos: Galia es una orquídea salvaje en olor, tacto, sabor, vista y sonido, y me encuentro de repente pensando en ella como orquídea cuando la oigo decir: ¿por qué me preguntaste antes si eras «afilado»?, ¿eso fue lo que dijiste?, y me pilla en bragas, perdonando la expresión, porque al pronto no sé a lo que se refiere, y cuando caigo en la cuenta, y para no traicionarme, le respondo que quería saber si le estaba haciendo daño en el cuello con mis dientes, y ella va y se echa a reír y dice: ¡vampirillo, vampirillo!, y vuelve a acariciarme, y como un tema trae otro, lo de los dientes le recuerda que necesita hacerse otro empaste, porque hace dos días, comiendo empanada gallega, notó que se le desprendía un pedacito de la muela arreglada, así que pasará por mi consulta sin avisarme cualquier día de éstos, y de esa forma nos veremos antes del jueves, dice, y su sonrisa parece dar a entender que está recordando el día en que nos conocimos, porque las mujeres son aficionadas a los aniversarios, ella tendida en el sillón articulado, la boca abierta, y yo con mi bata blanca y los instrumentos plateados del oficio, y como para confirmar mis sospechas me acaricia de nuevo el pecho «velludo» y dice: me gustaste desde aquel primer día, Héctor, me hiciste daño pero me gustaste, y claro está que nos reímos brevemente y yo le digo que nunca he comprendido por qué se enamoró de mí en la consulta, qué clase de erotismo desprendería mi aspecto, bajito, calvo y bigotudo, amortajado en mi bata blanca, entre el olor a alcohol, benzol, formol y otros volátiles, provisto de garfios, tenacillas, tubos de goma, lancetas y ganchos, porque no es que mi oficio me disgustara, claro que no, pero no dejaba de reconocer que la consulta de un dentista de pago es cualquier cosa menos un balcón a la luz de la luna frente a un jardín repleto de tulipanes, eso le digo y ella se ríe, y por último el silencio regresa otra vez, inexorable, porque es un enemigo que gana siempre la última batalla; llega la hora de irme, esa tarde más temprano porque mi suegro viene a cenar a casa, y cuando voy a levantarme la oigo decir, como de forma casual: ¿qué haces frotándote los dedos sin parar, Héctor?, ¿te pican?, eso dice, y descubro que, en efecto, he estado todo el rato dale que dale moviendo los dedos de la mano derecha como si repitiera una y otra vez el gesto con el que indicamos «dinero» o nos desprendemos de alguna mucosidad, perdonando la vulgaridad, que es casi el mismo que el que utilizamos para indicar «dinero», y enrojezco como un niño de colegio de curas pillado en una mentira y quedo sin saber qué decirle, hasta que por fin me decido y opto por revelarle mi hallazgo: nada, digo, ¿es que nunca te has tocado el hueso que tenemos bajo los dedos?, y lo pregunto con un tono prefabricado de sorpresa, como si lo increíble no fuera que yo me los frotase sino que ella no lo hiciera: qué dices, me mira sin entender, y me encojo de hombros y le explico: es que resulta curioso, ¿no?, quiero decir que si te tocas los dedos notas durezas debajo, ¿verdad?, y esas durezas son el hueso, ¿no te parece curioso, Gali?, toca, toca mis dedos: ¿no lo palpas bajo la piel, la grasa y los tendones?, es un hueso cualquiera, como los que César puede roer todos los días, le digo, y ella retira la mano con asco: qué cosas tienes, Héctor, dice, es repugnante, dice, y yo le doy la razón: en efecto, es repugnante pero está ahí, son huesos, Gali, mondos y lirondos, blancos, fríos y duros huesos sin vida: sin vida no, dice ella, pero replico: sin vida, Gali, porque nadie puede vivir con los huesos fuera, los huesos son muerte, por eso nos morimos y sobresalen, emergen y persisten para siempre, pero se ocultan mientras estamos vivos, es curioso, ¿no?, quiero decir que es curioso que seamos incapaces de vivir sin los huesos de nuestra propia muerte, pero más aún: que los llevemos dentro como tumbas, que seamos ellos ocultos por la piel, que seamos el disfraz del esqueleto, ¿no, Gali?, y ella: ¿te pasa algo, Héctor?, y yo: no, ¿por qué?, y ella: es que hablas de algo tan extraño, y yo le digo que es posible y me callo y pienso que quién me manda contarle mi descubrimiento a Galia, sonrío para tranquilizarla y me levanto de la cama, no sin antes cubrirme convenientemente con la sábana, ya que siempre me ha parecido, a propósito del tema, que la desnudez tiene su hora y lugar, como la muerte, y recojo la ropa doblada sobre la silla, me visto en el cuarto de baño y para cuando salgo Galia me espera ya de pie, en bata estampada por cuya abertura despuntan orondos los pechos y destaca el abultado pubis, me da un besazo enorme y húmedo y me envuelve con su cariño y bondad maternales: te quiero, Héctor, dice, y yo a ti, respondo, y no te preocupes, dice, porque otro día nos saldrá mejor, y me recuerda aquel jueves de la primavera pasada, o quizá de la anterior, en que fuimos capaces de hacerlo dos veces seguidas y en que ella me bautizó con el apodo de «hombre lobo»: teniendo en cuenta que hoy he sido «vampirillo», más intelectual pero menos bestia, quién duda de que me convertiré cualquier futuro jueves en «momia» y terminará así este ciclo de avatares terroríficos que comenzó con un «frankenstein» entre luces blancas, olor a fármacos y cuchillas plateadas, pero esto lo digo en broma, porque bien sé que lo nuestro nunca terminará, ya que, a pesar de todo —incluso de mi escasa fogosidad—, es «una locura», o no, porque hay ritual: el rito de decirle adiós a César, ladrando en el patio encadenado a una tubería oxidada, el beso final de Galia, y otra vez en la calle, ya de noche, frotándome los dedos dentro de los bolsillos del abrigo mientras camino, porque vivo cerca de la casa de Galia y tengo mi trabajo cerca de donde vivo, así que me puedo permitir ir caminando de un sitio a otro, todo a mano en mi vida salvo los instantes de vacaciones en que nos vamos al apartamento de la costa, y, sin embargo, debido a la repetición de los veranos, también a mano el apartamento, y la costa, y todo el universo, pienso, tan próximo todo como mis propias manos, y, sin embargo, a veces tan sorprendentemente extraño como ellas: porque de improviso surge lo oculto, los huesos que yacen debajo, ¿no?, pienso eso y froto mis dedos dentro de los bolsillos del abrigo; y ya en casa, comprobar que mi suegro había llegado ya y excusarme frente a él y Alejandra con tonos de voz similares, aunque ambos creen que los jueves me quedo hasta tarde en la consulta «haciendo inventario», que es la excusa que doy, así me cuesta menos trabajo la mentira, ya que me parece que «hacer inventario» es suministrarle a Alejandra la pista de que mi demora es una invención, una alocada fantasía de mi adolescencia póstuma, hasta tal extremo de juego y cansancio me ha llevado el silencio de estos últimos años; además, sospecho que el viejo escoge los jueves para disponer de un rato a solas con Alejandra mientras yo estoy ausente, lo cual, hasta cierto punto, me parece una compensación, Alejandra tiene a su padre y yo tengo a Galia, y sospecho que desde hace meses ambas parejas pasamos el tiempo de manera similar: hablando de tonterías y fumando; el padre de Alejandra, rebasados los ochenta, tiene una cabeza tan perfecta y despejada que te hace desear verlo un poco confuso de vez en cuando, que Dios me perdone, porque además ha sido librero, propietario de una antigua tienda ya traspasada en la calle Tudescos, hombre instruido y amante de la letra impresa, particularmente de los periódicos, y con un genio detestable muy acorde con su inútil sabiduría y su fisonomía encorvada y su luenga barbilla lampiña; Alejandra, que ha heredado del viejo el gusto por la lectura fácil y la barbilla, además de cierta distracción del ojo izquierdo que apenas llega a ser bizquera, se enzarza con él en discusiones bienintencionadas en las que siempre terminan ambos de acuerdo y en contra de mí, aunque yo no haya intervenido siquiera, ya que al viejo nunca le gustó nuestro matrimonio, y no porque hubiera creído que yo era una mala oportunidad, sino por «principios», porque el viejo es de los que odian a priori, y yo nunca sería él, nunca compartiría todas sus opiniones, nunca aceptaría todos sus consejos y, particularmente, jamás permitiría que Alejandra regresara a su área de influencia (vacía ya, porque su otro hijo se emancipó hace tiempo y tiene librería propia en otra provincia); además, mi profesión era casi una ofensa al buen gusto de los «intelectuales discretos» a los que él representa, porque está claro que los dentistas solo sabemos provocar dolor, somos terriblemente groseros, apenas se puede hablar con nosotros a diferencia de lo que ocurre con el peluquero o el callista (debido a que no se puede hablar mientras alguien te hurga en las muelas), y, por último, ni siquiera poseemos la categoría social de los cirujanos: el hecho de que yo ganara más que suficiente como para mantener confortables a Alejandra y a mis dos hijos, poseer consulta privada, secretaria y servicio doméstico, no excusaba la vulgaridad de mi trabajo, pero lo cierto es que nunca me había confiado de manera directa ninguna de estas razones: frente a mí siempre pasaba en silencio y con fingido respeto, como frente a la estatua del dictador, pero se agazapaba aguardando el momento de mi error, el instante apropiado para señalar algo en lo que me equivoqué por no hacerle caso, aunque, por supuesto, nunca de manera obvia ni durante el período inmediatamente posterior a mi pequeño fracaso, porque no era tanto un cazador legal como furtivo y rondaba en secreto a mi alrededor esperando el instante apropiado para que su odio, dirigido hacia mí con fina puntería, apenas sonara, y entonces hablaba con una sutileza que él mismo detestaba que empleasen con él, ya que había que ser «franco, directo, como los hombres de antes», pero yo, lejos de aborrecerle, le compadecía (y fingía aborrecerle precisamente porque le compadecía): me preguntaba por qué tanto silencio, por qué llevarse todas sus maldiciones a la tumba, cuál es la ventaja de aguantar, de reprimir la emoción día tras día o enfocarla hacia el sitio incorrecto; pero lo más insoportable del viejo era su fingida indiferencia, esa charla intrascendente durante las cenas, ese acuerdo tácito para no molestar ni ser molestado, tan bien vestido siempre con su chaqueta oscura y su corbata negra de nudo muy fino: un día te morirás trabajando, me dice cuando me excuso por la tardanza, y no te habrá servido de nada: este gobierno nunca nos devuelve el tiempo perdido ese del señor Joyce, añade (su costumbre de citar autores que nunca ha leído solo es superada por la de citarlos mal), que diga, Proust, se corrige, a mí siempre los escritores franceses me han dado por atrás, con perdón, dice, y por eso me equivoco, y Alejandra se lo reprocha: papá, dice; mientras finjo que escucho al viejo, contemplo a Alejandra ir y venir instruyendo a la criada para la cena y llego a la conclusión de que mi mujer es como la casa en la que vivimos: demasiado grande, pero a la vez muy estrecha, adornada inútilmente para ocultar los años que tiene y llena de recuerdos que te impiden abandonarla; Alejandra tiene amigas que la visitan y le dan la enhorabuena cuando Ameli o Héctor Luis consiguen un sobresaliente; a diferencia de Galia, Alejandra es fría, distinguida e intelectual a su modo, y vive como tantas otras personas: pensando que no está bien vivir como a uno realmente le gustaría, porque Alejandra cree que el matrimonio termina unos meses después de la boda y ya solo persiste el temor a separarse; su religión es semejante: hace tiempo que dejó de creer en la felicidad eterna y ahora tan solo teme la tristeza inmediata; sin embargo, invita a almorzar con frecuencia al párroco de la iglesia y acude a ésta con una elegancia no llamativa, lo que considera una característica importante de su cultura, pues en la iglesia se arrodilla, reza y se confiesa y murmura por lo bajo cosas que parecen palabras importantes; a veces he pensado en la siguiente blasfemia: si a Dios le diera por no existir, ¡cuántos secretos desperdiciados que pudimos habernos dicho!, ¡qué opiniones sobre ambos hemos entregado a otros hombres!, pero lo terrible es que tanto da que Dios exista: dudo que al final me entere de todo lo que comentas sobre mí y sobre nuestro matrimonio en la iglesia, Alejandra, eso pienso; qué va: por paradójico que resulte, la iglesia es el lugar donde la gente como nosotros habla más y mejor, pero todo se disuelve en murmullos y silencio y oraciones, y la verdad se pierde irremediablemente: quizá la clave resida en arrodillarnos frente al otro siempre que tengamos necesidad de hablar, o en hacerlo en voz baja y muy rápido, sin pensar, cómo si rezáramos un rosario; y meditando esto oigo que el viejo me dice: ¿te pasa algo en los dedos, Héctor?, con esa malicia oculta de atraparme en otro error: y es que ahora compruebo que desde que he llegado no he dejado en ningún momento de palparme los extremos de las falanges, los rebordes óseos, el final de los metacarpos; ¿qué opinaría el viejo si le confiara mi hallazgo?, pienso y sonrío al imaginar las posibles reacciones: nada, le digo, y muevo los huesos ante sus ojos y cambio de tema; ni Ameli ni Héctor Luis están en casa cuando llego, e imagino que es la forma filial que poseen de «hacer inventario» por su cuenta, lo cual no me parece ni malo ni bueno en sí mismo, y nos sentamos a la mesa casi enseguida y Alejandra sirve de la fuente de plata con el cucharón de plata las albóndigas de los jueves, y nos ponemos a escuchar la conversación del viejo con el debido respeto, como quien oye una interminable bendición de los alimentos, interrumpido a ratos por las breves acotaciones de Alejandra, solo que esa noche el tema elegido se me hace extraño, alegórico casi, y además empiezo a sentirme incómodo nada más comenzar a comer, porque los brazos, que apoyo en el borde de la mesa, me han desvelado con todo su peso la presencia de los huesos, del cúbito y el radio que guardan dentro, y los codos se me figuran una zona tan inadecuada y brutal para esa respetuosa reunión como colocar quijadas de asno sobre la mesa mientras el viejo habla, y en su discurso de esa noche repite una y otra vez la palabra «corrupción»: ¿habéis visto qué corrupción?, dice, ¿os dais cuenta de la corrupción de este gobierno?, ¿acaso no se pone de manifiesto la corrupción del sistema?, ¿no son unos corruptos todos los políticos?, ¿no oléis a corrupción por todas partes?, ¿no se ha descubierto por fin toda la corrupción?, y mientras le escucho, intento no hacer ruido con mis brazos, porque de repente me parece que la madera de la mesa al chocar contra el hueso produce un sonido como el de un muerto arañando el ataúd y no me parece correcto escuchar la opinión del viejo con tal ruido de fondo, pero como tengo que comer, cojo tenedor y cuchillo y divido una albóndiga en dos partes y me llevo una a los labios intentando no mirar hacia los huesos que sostienen el tenedor, porque no es agradable la paradoja de verme alimentado por un esqueleto, aunque sea el mío, pero mientras mastico con los ojos cerrados oyendo al viejo hablar de la «corrupción» mi lengua detecta una esquirla, un pedacito de algo dentro de la albóndiga, y, tras quejarme a Alejandra con suavidad, recibo esta respuesta: será un huesecillo de algo, es que son de pollo, Héctor, y es quitarme con mis huesos índice y pulgar el huesecillo y dejarlo sobre el plato, e írseme la mente tras esta idea inevitable: que dentro de todo lo blando necesariamente existe lo que queda, el hueso, el armazón, la dureza, el hallazgo, aquello oculto que es blanco y eterno, lo que permanece en el cedazo, la piedra, lo que «nadie quiere»; es imposible huir de «eso que queda», porque está dentro, así que escondo los brazos bajo la mesa, incluso me tienta la idea de comer como César, acercando el hocico al plato, pero ¿acaso no es inútil todo intento de disimulo frente al apocalíptico trajín de la cena?, porque lo que percibo en ese instante es algo muy parecido a una hogareña resurrección de los muertos: incluso con el apropiado evangelista —mi suegro—, gritando «corrupción»: Alejandra coge el pan con sus huesos y lo hace crujir y lo parte, el viejo apoya los huesos en el mantel y los hace sonar con ritmo, Alejandra coge el cucharón con sus huesos y sirve más albóndigas repletas de huesecillos de pollo muerto, el viejo va y se limpia los huesos sucios de carne ajena con la servilleta, Alejandra señala con su hueso la cesta del pan y yo se la alcanzo extendiendo mis huesos y ella la coge con los suyos, hay un cruce de húmeros, cúbitos y radios, de carpos y metacarpianos, de falanges, y nos pasamos de unos a otros, de hueso a hueso, la vinagrera, el aceite, la sal, el vino y la gaseosa, y llegan Ameli y Héctor Luis, una del cine y el otro de estudiar, y saludan, y Ameli desliza sus frágiles huesos de quince años por mi cabeza calva, envuelve con sus breves húmeros mi cuello, me besa en la mejilla: ¿dónde has estado hasta estas horas?, le pregunto, y ella: en el cine, ya te lo he dicho, y yo: pero ¿tan tarde?; sí, dice, habla sin mirar sus manos gélidas, los huesos de sus manos muertas, sus brazos como pinzas blancas; sí, papá, la película terminó muy tarde; y de repente, mientras la contemplo sentándose a la mesa, su cabello oscuro y lacio, los ojos muy grandes, el jersey azul celeste tenso por la presencia de los huesos, he sentido miedo por ella, he querido cogerla, atraparla y bogar juntos por ese fluir desconocido e incesante hacia la oscuridad final: creo que deberías volver más temprano a casa a partir de ahora, Ameli, le digo, y ella: ¿por qué?, con sus ojos brillando de disgusto, y yo, mis brazos escondidos, ocultos, sin revelarlos: creo que las calles no son seguras, y el viejo me interrumpe: hoy ya nada es seguro, Héctor, dice y sigue comiendo, Alejandra sirve albóndigas y Héctor Luis se queja de que son muchas, y Ameli: ¡pero ya tengo quince años, papá!, y yo: es igual, y entonces Alejandra: no seas muy duro con la niña, Héctor, dice, le dimos permiso para que volviera hoy a esta hora, pero ella sabe que solamente hoy; guardo silencio: en realidad, todo se sumerge en el silencio salvo el entrechocar de los huesos; Ameli y Héctor Luis son tan distintos, pienso, pero en algo se parecen, y es que ambos se nos van; no los he visto crecer, los he visto irse: pero ni siquiera eso, pienso ahora, porque jamás he podido saber si alguna vez estuvieron por completo; Ameli tiene novio, pero es un secreto; sabemos que Héctor Luis ha salido con varias chicas, pero lo que piensa de ellas es secreto; ambos se han hecho planes para el futuro, tienen deseos, ganas de hacer cosas, pero todo es secreto: quizá lo comentan en los «pubs» a falta de una buena iglesia en la que poder hablar como nosotros, tan a gusto, pero en casa adoptan los dos mandamientos trascendentales de la familia: nunca hablarás de nada importante y ama el enigma como a ti mismo, ¡y si hubiera solo silencio!, pero es la charla insignificante lo que molesta, y ahora esos ruidos detrás: el golpe, el crujir de nuestros huesos; siento algo muy parecido a la pena, pero una pena casi biológica, como una mota en el ojo o el aroma inevitable de la cebolla cruda, y me disculpo para ir al baño y llorar a gusto por algo que no entiendo, y más tarde, en la cama, con Alejandra a mi lado leyendo complacida un librito de romances, me da por preguntarle: ¿soy demasiado duro contigo? mientras me observo los huesos tranquilos sobre la colcha: mis manos muertas y peladas, los cúbitos y radios en aspa, los húmeros convergiendo, y ella deja un instante el libro que sostiene con sus huesos, me mira sorprendida y dice: no, Héctor, no, ¿por qué preguntas eso?, y yo, insistente: ¿he sido duro contigo alguna vez?, y ella: nunca, y yo: ¿quizá soy demasiado tosco?, y ella: Héctor, ¿qué te pasa?, y yo: demasiado rudo quizá, ¿no?, y ella: no seas bobo, ¿lo dices porque hoy no hablaste apenas durante la cena?, ya sé que papá no te cae bien, me da un beso y añade: procura descansar, el trabajo te agota, y la veo extender las falanges blancas y articuladas de sus dedos, apagar la lamparilla de pantalla rosa y sumir la habitación en una oscuridad donde la luz de la luna, filtrada, hace brillar las superficies ásperas de nuestros huesos; después, en el sueño, he presenciado un teatro de sombras donde mis manos y brazos se movían, desplazándome, porque eran lo único, ya que la vida se había invertido como un negativo de foto y ahora solo importaba lo oculto, el secreto descubierto: los huesos de mis manos se extendían con un sonido semejante a los resortes de madera de ciertos juguetes antiguos, emergiendo del telón negro que los rodeaba: son ellos solos, el mundo es ellos, brazos y manos colgantes que hacen y deshacen, crean y destruyen, no nacen ni mueren, simplemente cambian su posición, horizontal, vertical, en ángulo, hacia arriba o hacia abajo, brazos que se balancean al caminar y manos que agarran con sus huesos cosas invisibles; y a la mañana siguiente, tras toda una noche de sueños interrumpidos y vueltas en la cama, creo comprenderlo: mi revelación es una lepra que avanza incesante, porque suena el despertador con su timbre gangoso que tanto me recuerda a una trompeta de cobre, pongo los pies descalzos en las zapatillas y lo noto: la dureza bajo las plantas, la pelusa del forro de las zapatillas adherida a los huesos del tarso, el rompecabezas de huesos irregulares de mis pies, los extremos de la tibia y el peroné sobresaliendo por el borde del pijama, las rótulas marcando un óvalo bajo la tela extendida, y al erguirme, el crujido de los fémures: el descubrimiento no me hace ni más ni menos feliz que antes, ya que lo intuyo como una consecuencia, pero un estupor inmóvil de estatua persiste en mi interior; y al ducharme viene lo peor, porque entonces compruebo que los golpes de las gotas no me lavan sino que se limitan a disgregarme la suciedad por mis huesos: arrastran el barro de mis costillas goteantes, concentran la cal en mis pies, desprenden la tierra, permean las junturas, las grietas, los desperfectos, rajan los pequeños metacarpos como cáscaras de huevo, horadan mis clavículas y escápulas, pero no hoy ni ayer sino todos y cada uno de los días en un inexorable desgaste, siento que me disuelvo en agua y salgo con prisa no disimulada de la bañera y seco mi esqueleto goteante, deslizo la toalla por el cilindro de los huesos largos como si envolviera unos juncos, la arranco con torpeza de la trabazón de las vértebras, froto como cristales de ventana los huesos planos, pienso que debo conservarme seco para siempre porque de repente sé que soy un armazón de cincuenta años de edad que solo puede humedecerse con aceite, y es en ese instante, o quizá un poco después, cuando apoyo la maquinilla de afeitar contra mi rostro, que siento la invasión final de esa lepra y quedo tan inerme que apenas puedo apartar las cuchillas giratorias de mi mejilla: algo parecido a una horrísona dentera me paraliza, porque de repente noto como el restregar de un rastrillo contra una pizarra o el arañar baldosas con las patas metálicas de una silla, incluso imagino que pueden saltar chispas entre la maquinilla y el hueso de la mandíbula o el pómulo; me palpo con la otra mano la cabeza, siento las durezas del cráneo, el arco de las órbitas, el puente del maxilar, el ángulo de la quijada, y pienso: ¿por qué finjo que me afeito?, ¿acaso mi rostro no es un añadido, una capa, una máscara?; entra Alejandra en ese instante y casi me parece que gritará al ver a un desconocido, pero apenas me mira y se dirige al lavabo; yo me aparto, desenchufo la maquinilla y la guardo en su funda, y ella: ¿ya te has afeitado, Héctor?, y yo: sí, y salgo del baño con rapidez: ¡no podría acercar esa maquinilla a los huesos de mi calavera!; todo es tan obvio que lo inconcebible parece la ignorancia, pienso mientras me visto frente al espejo del dormitorio y abrocho la camisa blanca alrededor de las delgadas vértebras cervicales: llevar un cráneo dentro, una calavera sobre los hombros, besar con una calavera, pensar con una calavera, sonreír con una calavera, mirar a través de una calavera como a través de los ojos de buey de un barco fantasma, hablar por entre los dientes de una calavera: aquí está, tan simple que movería a risa si no fuera espantoso, y me afano en terminar el lazo de mi corbata con los huesos de mis dedos sonando como agujas de tricotar; Alejandra llega detrás, peinándose la melena amplia y negra que luce sobre su propia calavera, y el paso del cepillo descubre espacios blancos en el cuero cabelludo donde los pelos se entierran: parece inaudito saberlo ahora, contemplarlo ahora; entre los dientes sostiene dos ganchillos: el asco llega a tal extremo que tengo que apartar la vista: allí emerge el hueso, pienso, el subterfugio, el disfraz, tiene un defecto, como una carrera en la media que descubre el rectángulo de muslo blanco; allí, tras los labios, los dientes, los únicos huesos que asoman, y vivimos sonriendo y mostrándolos, y nos agrada enseñarlos y cuidarlos y mi profesión consiste precisamente en mantenerlos en buen estado, blancos y brillantes, limpios, pelados, lisos, desprovistos de carne, como tras el paso de aves carroñeras: esa hilera de pequeñas muertes, esa dureza tras lo blando; ¿acaso no es enorme el descuido?; de repente tengo deseos de decirle: Alejandra, estás enseñando tus huesos, oculta tus huesos, Alejandra, una mujer tan respetable como tú, una señora de rubor fácil, tan educada y limpia, con tu colección de novela rosa y tu familia y tu religión, ¿qué haces con los huesos al aire?, ¿no estás viendo que incluso muerdes cosas con tus huesos?, ¡Alejandra, por favor, que son tus huesos hundidos en el cráneo oculto, los huesos que quedarán cuando te pudras, mujer: no los enseñes!; esto va más allá de lo inmoral, pienso: es una especie de exhumación prematura, cada sonrisa es la profanación de una tumba, porque desenterramos nuestros huesos incluso antes de morir; deberíamos ir con los labios cerrados y una cruz encima de la boca, hablar como viejos desdentados, educar a los niños para que no mostraran los dientes al comer: un error, un gravísimo error en la estructura social comparable a caminar con las clavículas despellejadas, tener los omoplatos desnudos, descubrir el extremo basto del húmero al flexionar el codo, mostrar las suturas del cráneo al saludar cortésmente a una señora, enseñar las rótulas al arrodillarnos en la misa o las palas del coxal durante un baile o la superficie cortante del sacro durante el acto sexual: y sin embargo, ella y yo, con nuestros horribles dientes, la prueba visible de la existencia de los cráneos: absurdo, murmuro, y ella: ¿decías algo?, pero hablando entre dientes debido a los ganchillos, como si lo hiciera a través de apretadas filas de lápidas blancas, un soplo de aire muerto por entre las piedras de un cementerio, o peor: la voz a través de la tumba, las palabras pronunciadas en la fosa: no, nada, respondo, y ella, intrigada, se me acerca y arrastra sus falanges por mis vértebras: te noto distante desde ayer, Héctor, ¿te ocurre algo?, ¿es el trabajo?, y juro que estuve a punto de decirle: te la pego con una antigua paciente desde hace varios años, todos los jueves a la misma hora, pero no te preocupes porque una increíble revelación me ha hecho dejarlo, ya nunca más regresaré con Galia, no merece la pena (y por qué no decirlo, pienso, por qué reprimir el deseo y no decir la verdad, por qué no descargar la conciencia y vaciarme del todo); sin embargo, en vez de esa explicación catártica, le dije que sí, que era el exceso de trabajo, y me mostré torpe, callándome la inmensa sabiduría que poseía mientras notaba cómo descendían sus falanges por el edificio engarzado de mi columna, y ella dijo: pero hace mucho tiempo que no me sonríes, y pensé: ¡te equivocas!, somos una sonrisa eterna, ¿no lo ves?: nuestros dientes alcanzan hasta los extremos de la mandíbula y no podemos dejar de sonreír: sonreímos cuando gritamos, cuando lloramos, al pelear, al matar, al morir, al soñar: sonreímos siempre, Alejandra, quise decirle, y la sonrisa es muerte, ¿no lo ves?, quise decirle, nuestras calaveras sonríen siempre, así que la mayor sinceridad consiste en apartar los labios, elevar las comisuras y sonreír con la piel intentando imitar lo mejor posible nuestra sonrisa interior en un gesto que indica que estamos conformes, que aceptamos nuestro final: porque al sonreír descubrimos nuestros dientes, «enseñamos la calavera un poco más», no hay otro gesto humano que nos desvele tanto; la sonrisa, quise decirle, traiciona nuestra muerte, la delata; cada sonrisa es una profecía que se cumple siempre, Alejandra, así que vamos a sonreír, separemos los labios, mostremos los dientes, sonriamos para revelar las calaveras en nuestras caras, hagamos salir el armazón frío y secreto, draguemos el rostro con nuestra sonrisa y extraigamos el cráneo de la profundidad de nuestros hijos, de ti y de mí, del abuelo, de los amigos, de los parientes y del cura; pero no le dije nada de eso y me disculpé con frases inacabadas y ella enfrentó mis ojos y me abrazó y sentí los crujidos, la fricción, costilla contra costilla, golpes de cráneos, y supuse que ella también los había sentido: no seamos tan duros, le dije, y ella respondió, abrazándome aún: no, tú no eres duro, Héctor, y yo le dije: ambos somos duros, y tenía razón, porque se notaba en los ruidos del abrazo, en el telón de fondo de nuestro amor: un sonido semejante al que se produciría al echarnos la suerte con los palillos del I Ching sobre una mesa de mármol, o jugando al ajedrez con fichas de marfil, un trajín de palitos recios como un pimpón de piedra, el entrechocar aparentemente dulce de nuestros esqueletos como agitar perchas vacías; me aparté de ella y terminé de vestirme: quizá soy dura contigo, repitió ella, yo también soy duro, dije, y pensé: y Ameli y Héctor Luis, y todos entre sí y cada uno consigo mismo, ¡qué duros y afilados y cortantes y fríos y blancos y sonoros!; ¿te vas ya?, me dijo, sí, le dije, porque no deseaba desayunar en casa, en realidad no deseaba desayunar nunca más, pero sobre todo, sobre todas las cosas, no deseaba cruzarme con los esqueletos de mis hijos recién levantados, así que casi eché a correr, abrí la puerta y salí a la calle con el abrigo bajo el brazo, a la madrugada fría y oscura; ya he dicho que tengo la consulta cerca, lo cual siempre ha sido una ventaja, aunque no lo era esa mañana: quería trasladarme a ella solo con mi voluntad, sin perder siquiera el tiempo que tardara en desearlo; caminaba observando con mis cuencas vacías las casas que se abren, las figuras blancas que emergen de ellas como fantasmas en medio de la oscuridad, las primeras tiendas de alimentos llenas de huesos y cadáveres limpios de seres y cosas; caminaba y observaba con mis órbitas negras, lleno de un extraño y perseverante horror: ¿qué hacer después de la revelación?, ¿dónde, en qué lugar encontraría el reposo necesario?; porque ahora necesitaba envolverme, ahora, más que nunca, era preciso hallar la suavidad; mientras caminaba hacia la consulta lo pensaba: todos tenemos ansias de suavidad: guantes de borrego, abrigos de lana, bufandas, zapatos cómodos; sin embargo, el mundo son aristas, y todo suena a nuestro alrededor con crujidos de metal; qué pocas cosas delicadas, cuánta aspereza, cuánta jaula de púas, qué amenaza constante de quebrarnos como juncos, de partirnos, qué mundo de esqueletos por dentro y por fuera, móviles o quietos, invasión blanca o negra de huesos pelados, qué cementerio: toda obra es una ruina, toda cosa recién creada tiene aires de destrucción, y nosotros avanzamos por entre cruces, mármol, inscripciones, rejas y ángeles de piedra como espectros, y la niebla de la madrugada nos traspasa, huesos que van y vienen, esqueletos que se acercan y caminan junto a mí y me adelantan, apresurados, aquel que limpia los huesos en ese tramo de la calle, ese otro que espera en la parada, envuelto en su impermeable, huesos blancos por encima de los cuellos, la muerte dentro como una enfermedad que aparece desde que somos concebidos, ¿no hay solución?; y sorprender entonces a un hombre, una figura, no como yo, no como los demás, que se detiene frente a mí y me habla: ¿tiene fuego?, dice, un individuo desaliñado de espesa melena y barba, rostro pequeño, casi escondido, chaqueta sucia y manos sucias que se tambalea de un lado a otro como si el mero hecho de estar de pie fuera un tremendo esfuerzo para él; le ofrezco fuego y se cubre con las manos para encender un cigarrillo medio consumido, entonces dice: gracias, y se aleja; me detengo para observarle: camina con cierta vacilación hasta llegar a la esquina, después se vuelve de cara a la pared, una figura sin rasgos, y distingo la creciente humedad oscura a sus pies, detenerme un instante para contemplarle, volverse él y alejarse con un encogimiento de hombros y una frase brutal; un borracho orinando, pienso, pero al mismo tiempo deduzco: se ha reconstruido, ha verificado su interior, ha exhumado cosas que le pertenecen y le llenan por dentro: líquidos que alguna vez formaron parte de él; eso es un proceso de autoafirmación, pienso: él es algo que yo no soy o que he dejado de ser, ha logrado obtener lo que yo pierdo poco a poco: integridad, quizá porque no tiene que callar, porque es libre para decir lo que le gusta y lo que no, pienso y golpeo con los huesos del pie el cadáver de una vieja lata en la acera, o porque ha aceptado la vida tal cual es, o quizá porque tiene hambre y sed, y necesidad de fumar, dormir y orinar en una esquina, quizá porque siente necesidades en su interior, dentro de esa intimidad de las costillas que en mí mismo forma un espacio negro: sus necesidades le llenan, y yo, satisfecho, camino vacío: eso pensé; era preciso, pues, reformarse, volver a la vida a partir de los huesos, resucitar, aunque es cierto que en algún sitio dentro de mí existían vestigios, cosas que se movían bajo las costillas o en el espacio entre éstas y el hueso púbico, pero era necesario comprobarlo; todo aturdido por el ansia, entré en uno de los bares que estaban abiertos a esas horas y me dirigí apresurado al cuarto de baño, respondiendo con un gesto al hombre que atendía la barra y que me dijo buenos días; ya en el urinario, muy nervioso, busqué mi pija semihundida, perdonando la frase, la extraje y me esforcé un instante: tras un cierto lapso, comprobé la aparición brusca del fino chorro amarillo y sentí una distensión lenta en mi pubis que califiqué como el hallazgo de la vejiga: al fin me sirves de algo, pensé mientras me sacudía la pilila, perdonando la bajeza; así, convertido en pura vejiga, salí a la calle de nuevo y respiré hondo: noté bolsas gemelas a ambos lados del esternón, sacos que se ampliaban con el aire frío de la mañana, y descubrí mis pulmones; en un estado de alborozo difícilmente descriptible me tomé el pulso y sentí, con la alegría de tocar el pecho de un pájaro recién nacido, el golpeteo suave de la arteria contra mi dedo, su pequeño pero nítido calor de hogar, y supe que guardaba sangre y que mi corazón había emergido; caminando hacia la consulta completé mi resurrección, la encarnación lenta de mi esqueleto; así pues, yo era pulmones y vejiga, yo era intestino, tripas, estómago, yo era músculos del pene, tendones, sangre, hígado, vesícula, bazo y páncreas, yo era glándulas y linfa, todo suave, todo lleno, ocupando intersticios como si vertieran sobre mí unas sobras de hombre: yo era, por fin, globos oculares líquidos, yo era lengua y labios, yo era el abrir lento de los párpados, la creación del paladar, la suave nariz horadada, la humedad limpia de la saliva, la lágrima tibia y el sudor de los poros; yo era sobre todo mi propio cerebro, las revueltas grises de los nervios, la masa de ideas invisibles, la voluntad, el deseo, el pensamiento; llegué a la consulta recién creado, aún sin piel pero ya formado y funcionando, atravesé el oscuro umbral con la placa dorada donde se leía «Héctor Galbo, odontólogo», preferí las escaleras y abrí la puerta con la delicadeza muscular de un relojero, con la exactitud de un ladrón o un pianista; Laura, mi secretaria, ya estaba esperándome, y el vestíbulo aparecía iluminado así como la marina enmarcada en la pared opuesta, y me dejé invadir por el olor a cedro de los muebles, la suavidad de la moqueta bajo los pies, y cuando mis globos oculares se movieron hacia Laura pude parpadear evidenciando mi perfección; entonces, la prueba de fuego: me incliné para saludarla con un beso y percibí la suavidad de mi mejilla, los delicados embriones de mis labios, y supe que por fin la piel había aparecido: cabello, pestañas, cejas, uñas, el florecer de mi bigote negro; besarla fue como besarme a mí mismo: buenos días, doctor Galbo, me dijo, noté las cosquillas de mi camisa sobre mi pecho velludo, muy velludo, buenos días, dije, buenos días, Laura, y percibí mi laringe en el foso oculto entre la cabeza y el pecho, sentí el aire atravesando sus infinitos tubos de órgano: buenos días, repetí despacio saludando a todo mi cuerpo reflejado en el espejo del vestíbulo, mi cuerpo con piel y sentimientos, mi cuerpo vestido, bajito, mi cabeza calva y mi rostro bigotudo: buenos días, doctor Galbo, hoy viene usted contento, dice Laura, sí, le dije, vengo aliviado, quise añadir, he orinado en un bar y he descubierto por fin que tengo vejiga, y a partir de ahí todo lo demás, pero en vez de decirle esto pregunté: ¿hay pacientes ya?, y ella: todavía no, y yo: ¿cuántos tengo citados?, y ella: cinco para la mañana, la primera es Francisca, ah sí, Francisca, dije, sí: sus prótesis darán un poco la lata, y me deleito: oh mi memoria perfecta, mis sentidos vivos, mis movimientos coordinados, sí, sí, Francisca, muy bien, y mi imaginación: porque de repente me vi avanzando hacia mi despacho con los músculos poderosos de un tigre, todo mi cuerpo a franjas negras, mis fauces abiertas, los bigotes vibrantes, los ojos de esmeralda, y mi sexo, por fin, mi sexo: porque Laura, con la mitad de años que yo, me parecía una presa fácil para mis instintos, una captura que podía intentarse, la gacela desnuda en la sabana; ya era yo del todo, incluso con mis pensamientos malignos, incluso con mi crueldad, por fin: avíseme cuando llegue, le dije, y entré en mi despacho, me quité el abrigo y la chaqueta, me vestí con la bata blanca, inmaculada, mi bata y mi reloj a prueba de agua y de golpes, y mi anillo de matrimonio, y los periódicos que Laura me compra y deposita en la mesa, y mi ordenador y mis libros, y mis cuadros anatómicos: secciones de la boca, dientes abiertos, mitades de cabezas, nervios, lenguas, ojos, mejor será no mirarlos, pienso, porque son hombres incompletos, yo ya estoy hecho, pienso, envuelto al fin de nuevo en mi funda limpia, recién estrenado; por fin pensar: saber que he regresado al origen, me he recobrado, he impedido mi disolución guardándome en un cuerpo recién hecho; no recuerdo cuánto tiempo estuve sentado frente al escritorio saboreando mi triunfo, pero sé que la segunda y más terrible revelación llegó después, con el primer paciente, y que a partir de entonces ya no he podido ser el mismo, peor aún, porque me he preguntado después si he sido yo mismo alguna vez, si mi integridad fue algo más que una simple ilusión: y fue cuando sonó el timbre de la puerta, el siguiente timbre, el nuevo timbre que me despertó de la última ensoñación (como el de casa de Galia, o el del despertador con sonido de trompeta de cobre, ahora el de la consulta, pensé, y no pude encontrarles relación alguna entre sí, salvo que parecían avisos repentinos, llamadas, notas eléctricas que presagiaban algo), y Laura anunció a la señora Francisca, una mujer mayor y adinerada, como Galia, como Alejandra, con las piernas flebíticas y el rostro rojizo bajo un peinado constante, que entró con lentitud en la consulta hablando de algo que no recuerdo porque me encontraba aún absorto en el éxito de mi creación: fue verla entrar y pensar que iría a casa de Galia cuando la consulta terminara y le diría que todo seguía igual, que era posible continuar, que nada nos estorbaba, y después llegaría a mi casa y le diría a Alejandra que la quería, que nunca más sería duro con ella ni con Ameli, eso me propuse, y saludé a la señora Francisca con una sonrisa amable, y la hice sentarse en el sillón articulado, la eché hacia atrás con los pedales, la enfrenté al brillo de los focos y le pedí que abriera la boca, porque eso es lo primero que le pido a mis pacientes incluso antes de oír sus quejas por completo: como estoy acostumbrado a que esta instrucción se realice a medias, me incliné sobre ella y abrí mi propia boca para demostrarle cómo la quería: así, abra bien la boca, le dije, ah, ah, ah, y es curioso lo cerca que siempre estamos de la inocencia momentos antes de que un nuevo horror nos alcance: incluso éste aparece al principio con disimulo, revelándose en un detalle, en un suceso que, de otra manera, apenas merecería recordarse, porque mientras Francisca, obediente, abría más la boca, descubrí el último de los horrores, la luz del rayo que nunca debería contemplar un ser humano, la degradación final, tan rápida, pavorosa e inevitable como cuando presioné el timbre de Galia, pero mucho peor porque no era lo oculto, lo que era, sino lo que no era, aquello que falta, no lo que se esconde sino lo que no existe: la nueva revelación me violó, perdonando la brutalidad, de tal manera que todos mis logros anteriores adoptaron de inmediato la apariencia de un sueño que no se recuerda sino a fragmentos, e incapaz de reaccionar, permanecí inmóvil, inclinado sobre la mujer, ambos con la boca abierta, ella con los ojos cerrados esperando sin duda la llegada de mis instrumentos; pero como no llegaban los abrió, me vio y advirtió en mi rostro el horror más puro que cabe imaginarse: qué pasa, doctor, me dijo, qué tengo, qué tengo, pero yo me sentía incapaz de responderle, incapaz incluso de continuar allí, fingiendo, así que retrocedí, me quité la bata con delirante torpeza, la arrojé al suelo, me puse la chaqueta y salí de la habitación, corrí hacia el vestíbulo sin hacer caso a las voces de la paciente y a las preguntas de Laura, abrí la puerta, bajé las escaleras frenéticamente y salí a la calle: no sabía adónde dirigirme, ni siquiera si tenía sentido dirigirme a algún sitio; contemplé a los transeúntes con muchísima más incredulidad de la que ellos mostraron al contemplarme a mí: ¿era posible que todos ignoraran?, ¿hasta ese punto nos ha embotado la existencia?; hubo un momento terrible en el que no supe cuál debería ser mi labor: si caer en soledad por el abismo o arrastrar como un profeta a las conciencias ciegas que me rodeaban; es cierto que toda gran verdad precisa ser expresada, pero la locura de mi actual situación consistía en que esta verdad última era inexpresable: quiero decir que esta verdad final no era algo, más bien era nada, así que no podía soñar con explicarla: quizá el silencio en el gélido vacío entre las estrellas hubiera sido una explicación adecuada, pero no un silencio progresivo sino repentino y abrupto: una brecha de espacio muerto, una bomba inversa que absorbiera las cosas hacia dentro, que nos introdujera a todos en un mundo sin lugares ni tiempo donde la nada cobrara alguna especial y terrible significación, quizá entonces, pensé, y corrí por la acera intuyendo que cada minuto desperdiciado era fatal: ¿le ocurre algo?, fue la pregunta que me hizo un individuo que aguardaba frente a un paso de peatones cuando me acerqué, y solo entonces fui consciente de que tenía ambas manos sobre la boca, como si tratara de contener un inmenso vómito; mi respuesta fue ininteligible, porque sacudí la cabeza diciendo que no, pero esperando que él entendiera que eso era lo que me pasaba: que no; si hubiera podido hablar, habría respondido: nada, y precisamente ahí radicaba lo que me ocurría: me ocurría nada, pero era imposible hacerle comprender que nada era infinitamente peor que todos los algos que nos ocurren diariamente; no pude hacer otra cosa sino alejarme de él con las manos aún sobre la boca, corriendo sin saber por dónde iba pero con la secreta esperanza de no ir a ninguna parte, de no llegar, de seguir corriendo para siempre, porque no podía presentarme en casa de aquel modo, no con aquel fallo, sería preciso hacer cualquier cosa para remediar esa escisión, quizá comenzar desde el principio, reunir de nuevo el hilo en el ovillo, a la inversa: pensar en el instante anterior a la revelación, notar la presencia para comprender ahora la falta; pero cómo describirlo: cómo decir que había conocido de repente la boca cuando la paciente abrió la suya y yo quise indicarle cómo tenía que hacerlo y abrí la mía; fue entonces: el tiempo se congeló a mi alrededor y quedé solo en medio de mi hallazgo, como un náufrago, paralizado por la revelación suprema, incapaz de comprender, al igual que con la anterior, por qué no lo había sabido hasta entonces: la boca, claro, ahí, aquí, abajo, bajo mi nariz, en mi rostro, la boca: de repente me había percatado de la verdad, tan simple e invisible debido a su propia evidencia: la boca no es nada, lo comprendí al pedirle a la paciente que la abriera y al abrir la mía: ¿qué he abierto?, pensé: la boca; pero entonces, si la boca abierta también es la boca, el resultado era una oscuridad, un agujero vacío, un abismo; quiero decir que, de repente, al ver la boca, al inclinarme para verla, no la vi, pero no la vi justamente porque era eso: el no verla; si hubiera visto la boca de la misma forma que veo mis dedos, por ejemplo, no lo sería o estaría cerrada; sin embargo, el horror consiste en que una boca abierta también es una boca: como llamarle «dedos» al espacio vacío que hay entre ellos; ¡pero eso no era todo!: si aquel defecto, aquella nada, era, ¿cómo podía evitar la llegada del vacío?, ¿cómo impedir que todo siguiera siendo lo que es en la nada?, ¿cómo pretender recobrar mi cuerpo si me evacuo por ese agujero negro y absurdo?; lo comprendí: ¡si todo se hubiera cerrado a mi alrededor!, ¡si las junturas hubieran encajado perfectamente, sin interrupciones, sin oquedades!, pero tenía que estar la boca, la boca abierta que también era la boca, y ahora ¿cómo permanecer incólume?, ¿cómo seguir inmutable, conservándome dentro, si allí estaba eso que no era, esa nada negra implantada en mí?; corrí, en efecto, a ciegas, no recuerdo durante cuánto tiempo, hasta que un nuevo acontecimiento pudo más que mi propia desesperación: en una esquina, recostado en un portal, distinguí a un hombre, el borracho de aquella madrugada, que parecía dormir o agonizar: un sombrero gris le cubría casi todo el rostro salvo la barba, y allí, insertado en lo más hondo del pelo, un agujero abierto, sin dientes, sin lengua, una cosa negra y circular como una cloaca o la pupila de un cíclope ciego que me mirara, aunque yo fuera «nadie», el vacío terrible, la nada; de repente se había apoderado de mí un horror supremo, un asco infinito, la conjunción final de todo lo repugnante, y me alejé desesperado cubriéndome con las manos aquel «salto», aquel «vacío» letal, atenazado por una sensación revulsiva, un pánico que era como cribar mis ideas con violencia hasta romperlas, la certeza de mi perdición, el desprendimiento a trozos de mi voluntad frente a lo irremediable: esa boca abierta, el error por el que todo entra y todo sale, los secretos, la palabra, el vómito, la saliva, la vida, el aliento final, porque me había envuelto en mi propio cuerpo para hallar algo último que no cierra, ese terrible defecto tras los labios del beso, tras el lenguaje cotidiano, tras los gestos de comer y masticar, más allá de los dientes y la lengua, ese algo que no es el paladar ni la faringe ni la descarga de las glándulas, ese vacío que me recorre hacia dentro, el túnel deshabitado del gusano, la nada, la negación, eso que ahora empezaba a corroerme; porque si existía la boca, nada podía detener la entrada del vacío; así que cerca de casa empecé a perderme, a dividirme en secciones, a horadarme: primero fue la piel, que apenas se presiente, que es casi solamente tacto, la piel que cayó a la acera mientras corría, la piel con mi figura y mis rasgos que se me desprendió como la de un reptil mudando sus escamas, porque el vacío se introducía bajo ella como un cuchillo de aire y la separaba; entonces los músculos y los tendones, en silencio: ¿qué protección pueden ofrecer frente a los túneles de la nada?, ¿qué defensa procuran ante esa marea de vacío, ese fallo que me alcanzaba como a través de un sumidero?, también ellos caen y se desatan como cordajes de barco en una tempestad; la calle en la que vivo recibió el tributo de la lenta pero inexorable pérdida de mis vísceras: ese trago infecto de nada, que no está pero es, provoca la caída de mi estómago y mis intestinos, mi hígado derretido y mi bazo, los pulmones sueltos que se alejan por el aire como palomas grises, el corazón que ya no late, madura, se endurece y cae, gélido como el puño de un muerto, porque nada puede latir frente a la boca, los nervios arrastrados por la acera como hilos de un títere estropeado, los ojos como gotas de leche derramada, la suave materia de mi cerebro, la exactitud de mis sentidos, la excitante delicia del deseo, la provocación del hambre y el instinto, las sensaciones, los impulsos: todo cae y se pierde, todo gotea incesante desde mi armazón, todo se va y se desvanece calle abajo; entro en casa al fin, ya solo mi esqueleto muerto y limpio, y pienso: mis hijos están en el colegio, por fortuna; me dirijo al salón y allí encuentro a Alejandra, que me mira con pasmo; se halla sentada en su sofá tejiendo algo, y probablemente destejiéndolo también, creando y destruyendo en un vaivén de interminable dedicación; entonces me detengo frente a ella, aparto con lentitud las falanges blancas de mi oquedad y la descubro, por fin, en toda su horrible grandeza: la boca abierta, las mandíbulas separadas, el enorme vacío entre maxilares, la verdadera boca que no es, desprovista del engaño de las mucosas, ese espacio negro que nada contiene, y hablo, por fin, tras lo que me parecen siglos de silencio, y mis palabras, emergiendo de ese vacío, son también vacío y horadan: Alejandra, hablo, llevo años traicionándote con una mujer que conocí en la consulta, y ella: Héctor, qué dices, y yo: es guapa, pero no demasiado, cariñosa, pero no demasiado, inteligente, pero no demasiado: lo mejor que tiene es que me quiere y que intentó hacerme feliz, y que nunca me ha creado problemas salvo la necesidad de mentirte, de ocultártelo, una mujer con la que descubrí que puede haber una cierta felicidad cotidiana a la que nunca deberíamos renunciar, como hemos hecho tú y yo, ni siquiera a esa cierta felicidad cotidiana, una mujer, en fin, con la que he sabido que ya todo es igual, que incluso el pecado termina alguna vez, incluso la culpa, incluso lo prohibido, y ella: Héctor, Héctor, qué te pasa, dice, que ya basta de mentiras, respondo y me deshago de su lento abrazo y de sus lágrimas, y basta de silencio, porque era necesario hablar, pero no solo a ti, no, no solo a ti, y ella, gritando: ¿adónde vas?, pero su grito se me pierde con el mío propio, que ya solo oigo yo, y eso es lo terrible: porque mi garganta ha desaparecido y solo quedan las tenues vértebras y el deseo de ser escuchado; corro entonces a casa de Galia arrastrando apenas los jirones blancos de mis huesos por la acera, y ella misma abre la puerta y grita al verme: no, Galia, no podemos seguir juntos, dije entonces, no tengo nada más que hacer aquí, tú, viuda y solitaria, yo, casado y solitario, nada que hacer, Galia, no más consuelos, no más secretos, basta de felicidad y de cariño doméstico, porque llega un instante, Galia, en que todo termina, y lo peor de todo es que tú no eres una solución: ¿por qué?, me dijo: porque es necesario decir la verdad y revelar la mentira, repliqué, aunque nos quedemos vacíos, es necesario abrir las bocas, Galia, le dije, y volcarnos en hablar y hablar y destruirlo todo con las palabras, dije, porque si algo somos, Galia, es aliento, así que es necesario, por eso lo hago, dije, y me alejé de ella, que gritó: ¿adónde vas?, pero su grito se perdió dentro del mío, que ya era tan enorme como el silencio del cielo; y me alejé de todos, de una ciudad que no era mi ciudad, de una vida que no era mi vida, corrí ya casi llevado por el viento, las espinas delgadas de mi cuerpo flotando en el aire, corrí, volé hacia los bosques transportado por una ráfaga de brisa como el polvo o la basura, avancé por la hierba, entre los árboles, desgastándome con cada palabra: basta con eso, dije, no más hogar, no más vida, no más esfuerzo, dije, grité en silencio: ya basta de mundo y de existencia, ya basta de hacer y de procurar, soportar, callar y mirar buscando respuestas, no, no más luz sobre mis ojos, nunca otro día más, basta de desear y pretender, de conseguir y por último perder lo conseguido y enfermar y morir y terminar en nada, todo vacío, intrascendente, limitado y mediocre: basta, porque hay un error en nosotros, un hiato perenne, el sello de la nada, esta boca siempre abierta, este hueco hacia algo y desde algo, miradlo: está en vosotros, el sumidero, el vórtice; lo he soportado todo, incluso los años de silencio, los años iguales y el silencio, la muerte interior, el vacío interior, la falsa esperanza, la ausencia de deseos, pero no puedo soportar esta conexión: si tiene que existir esto, este hueco vacío y nulo, esta ausencia de mi carne y de mi cuerpo, si tiene que existir la boca, prefiero echarlo todo fuera, dejar que todo se vaya como un soplo puro, que lo oigan todos, que todos lo sepan, prefiero esto a la falsa seguridad de un cuerpo muerto, eso dije, eso grité, y me vi por fin convertido en nada, la oquedad llenando todos mis huesos abiertos como flautas mudas, desmenuzados como arena por fin, solo esa ceniza última, apenas el rastro leve que el viento termina por borrar, el vacío enorme de esa boca que tiene que decir y revelar y descubrir y gritar y acusar y vaciarme hacia fuera desde dentro y mezclarme con todo, esa boca abierta e infinita del silencio absoluto por la que hablo aunque nadie oiga


    30. corrige la transparencia del cristal

    31. -El perdón basta por sí para producir la gracia eficaz en el perdonado -contestó la devota-; y si es así, que el perdonado se corrige con la gracia tan sólo, luego la corrección del perdonador es ineficaz para el perdonado


    32. La distorsión se corrige electrónicamente; ni siquiera noto lo que se pierde


    1. la libertad se corrigen con lalibertad


    2. sí, señor, se corrigen con la libertad


    3. corrigen las incorrecciones de las ediciones posteriores a la muerte de Balagtás


    4. En ella se explican las historias de las diversas tribus y se corrigen posibles errores, de modo que la tradición de los Hombres de las Llanuras pase de manera exacta de una generación a otra y las hazañas de los antecesores sean recordadas


    5. Niños en su más temprana edad anuncian este gusto, y ya no se corrigen de él nunca


    6. Gracias al continuo carcelario, la instancia que condena se desliza entre todas aquellas que controlan, trasforman, corrigen, mejoran


    7. En realidad, corrigen las pruebas, por supuesto


    8. –Dígame usted, ¿de qué vivirán Florinda, y todos los demás honrados trabajadores de las más de tres mil autoescuelas distribuidas a lo largo y ancho de la geografía española, los que redactan los tests, los que los corrigen, los que los publican, los que los distribuyen, los que los venden?… Por no hablar de los periódicos: sin los ingresos obtenidos por la inclusión de anuncios publicitarios de las autoescuelas entre sus páginas, se verán obligados bien a subir el precio de cada ejemplar manteniendo constante el importe de la publicidad, bien a subir el de la publicidad manteniendo el del ejemplar


    1. fue corrigiendo con el tiempo


    2. costa, observando el suelo arenoso, corrigiendo mi trayectoria en función de la mayor o


    3. visuales, corrigiendo los errores anteriores y mejorando los


    4. Estaba corrigiendo una tarde pliegos de un libro, cuando


    5. He pasado todo el día corrigiendo las pruebas de la Propedéutica, quesaldrá á luz


    6. Yo los voy corrigiendo


    7. corrigiendo los esfuerzos de lostiradores


    8. vivacidad, aunque corrigiendo con una sonrisa lo que estarespuesta tenía de


    9. estosexcesos se fueron corrigiendo según avanzaron los


    10. palacios de Venecia, la oriental, porque así es preciso llamarla corrigiendo el mapa, los tienen por fuera

    11. Ata y amordaza a madame Renauld, corrigiendo el error cometido veintidós años atrás, cuando la flojedad de las ligaduras dio lugar a que se sospechase de su cómplice, pero deja a ésta instruida con una historia esencialmente parecida a la inventada para aquella ocasión anterior, mostrando así el inconsciente retroceso de la imaginación contra la originalidad


    12. Su padre estaba inclinado sobre sus cuadernos corrigiendo exámenes, iluminado por la lámpara del techo


    13. Allí, y en la gran ciudad girondina, se soltó en el francés, practicando lo poquito que sabía; dominó el acento y las fórmulas elementales de la conversación; perfiló su natural elegancia, corrigiendo la rigidez de modales y el hablar reducido y dengoso de las señoritas de pueblo


    14. Escribió el Abecedario del anarquismo comunista, se mantuvo vivo haciendo traducciones, corrigiendo textos y escribiendo cosas que firmaban otros, pero aun así necesitó de la ayuda de sus amigos para subsistir


    15. Finot se encontraba siempre a esas horas en la imprenta, como si estuviera corrigiendo alguna prueba


    16. Dejé caer el bolígrafo rojo con el que estaba corrigiendo


    17. Incluso puede formularse la hipótesis de que ese incansable trabajo suyo en el estanque -atestiguado por las crónicas- retocando aquí y allá, poniendo y quitando flores, trazando y corrigiendo límites y líneas, no fue más que una cuidadosa intervención quirúrgica sobre todo lo que se resistía al desgaste de la costumbre y se empeñaba en alterar la superficie de la atención, agrietando el cuadro de absoluta insignificancia que iba formándose ante los ojos del pintor


    18. Eliseo, en permanente conexión, había ido supervisando mis pasos, corrigiendo a través de la pantalla de radar algunas de mis inevitables desviaciones en el rumbo


    19. Y, ya se sabe, un loco siempre encuentra a otro que está más loco… Pero, en mi caso, corrigiendo al fabulista alemán Lichtwer, "sí supe admirarle suficientemente"


    20. Y estamos corrigiendo el resto

    21. Maximiliano se reía de aquella incultura rasa, tomando en serio la tarea de irla corrigiendo poco a poco


    22. GUERRA IX Desde la tribuna fui corrigiendo el ángulo de tiro, y al llegar a un punto determinado de mi parlamento los tenía en el objetivo


    23. Admitió que los nuevos gobernantes son buenos, capaces y humanos, pero que se pasarían la vida corrigiendo los errores del pasado


    24. Durante el juicio, Goering perdió peso y fue alejado de las drogas, se defendió con todo vigor, muchas veces corrigiendo las recomendaciones de su defensa


    25. –Zeoni, en tu conversación con el señor comisario, le dijiste que, en cierta ocasión, habías preguntado a Iásonas si estaba escribiendo una novela y él te contestó que la había terminado y la estaba corrigiendo


    26. Los legionarios veían a su general en jefe sudando, dando órdenes, apreciando el trabajo bien hecho en las fortificaciones cuando así era o corrigiendo errores y defectos que debían subsanarse en otros momentos, y se sentían próximos a él


    27. Levi fue corrigiendo pacientemente aquella rebeldía y, al final, le cupo la satisfacción de observar que los animales dejaban de tirar cada uno por su lado y colaboraban entre sí


    28. Pero las dos obras magnas que proyectaba Paparrigópulos eran una historia de los escritores oscuros españoles, es decir, de aquellos que no figuran en las histories literarias corrientes o figuran sólo en rápida mención por la supuesta insignificancia de sus obras, corrigiendo así la injusticia de los tiempos, injusticia que tanto deploraba y aun temía, y era otra su obra acerca de aquellos cuyas obras se hen perdido sin que nos quede más que la mención de sus nombres y a lo sumo la de los títulos de las que escribieron


    29. Ji se paseó entre ellos, tocando un brazo o una pierna aquí y allá, corrigiendo las poses


    30. El problema consistía en, moviendo sucesivamente las fichas, ponerlas en orden, corrigiendo la posición de las fichas 14 y 15

    31. Joyce pasaba horas completando y corrigiendo su trazado con las últimas informaciones que llegaban


    32. –Spock está corrigiendo eso -le contestó Kirk, que recuperaba la resolución-


    33. Su esposa intervenía periódicamente en la conversación corrigiendo escrupulosamente hasta los detalles más insignificantes, lo cual era recibido y aceptado con el máximo buen humor imaginable


    34. Es lo que tratan de hacer todo el tiempo los fabricantes de aparatos de alta fidelidad y, como hemos visto, el proceso de duplicación del ADN es espectacularmente bueno corrigiendo errores


    35. Sus circuitos habían mejorado —insertando datos y corrigiendo errores— sensiblemente su fluidez en el habla de ese chirriante lenguaje; ahora estaba a mitad de la narración de la historia de la Guerra Civil Galáctica, adornándola con pantomima, elocuciones, efectos explosivos de sonido y comentarios al margen


    36. El coronel carraspeó, corrigiendo:


    37. Pasó el resto del día durmiéndose sobre su mesa y corrigiendo los borrones que, extraño en él, se producían en su escritura


    38. Observé su bolígrafo rojo moverse entre las oraciones, corrigiendo alguna frase, cambiando alguna palabra


    39. –Dudo que pudieran rehusar, habida cuenta de la elegancia de tu petición -dijo, tomó el rotulador y siguió corrigiendo


    1. Por entonces ya me encontraba en la habitación donde preparo las lecciones y corrijo los exámenes


    2. Corrijo un error en su diario


    3. Mi marido (corrijo: el dinero de mi marido) tiene cierta influencia en la política del estado de Nueva York


    4. Me corrijo… sé que fueron otros quienes lo cogieron


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    corregir in English

    smooth out correct rectify <i>[formal]</i> put right make right set right remedy emend edit revise prepare for publication subedit

    Synonyms for "corregir"

    reprender reñir sermonear increpar castigar moralizar escarmentar enmendar reparar reformar rehacer repasar mejorar subsanar